Apenas se deja atrás la famosa puerta de Alcalá y se dan algunos pasospor la calle de árboles que nos lleva a lo interior del Retiro, empiezaa refrescar el rostro un vientecillo ligero y húmedo, y con ínfulas demarino. El corazón y los pulmones se dilatan, se cierraninvoluntariamente los ojos para recibir el beso blando de aquella brisa,y acuden vagamente a la memoria playas, olas, peñascos, barcos, gaviotasy sobre todo los horizontes dilatados del oceano que convidan a soñar.Continuad, continuad con los ojos cerrados; no temáis tropezar con nada;la calle es ancha y los coches no ruedan por aquel sitio. Durantealgunos momentos podéis meceros sin riesgo en esa grata ilusión marítimapor la cual habéis pagado ya vuestra contribución.
Yo no diré que cuando abráis los ojos os encontréis frente al mar;semejante exageración serviría tan sólo para desacreditar losnobilísimos propósitos del poder ejecutivo, dado que éste nunca pensó, ami entender, en fundar un oceano en Madrid, y sí únicamente un epítome ocompendio de él. Pero si no frente al mar, os halláis por lo menosfrente a una cantidad de agua que divertirá y lisonjeará vuestrasaficiones marinas, aunque no las satisfaga por entero. Las audacias detal masa de agua están refrenadas por unos sencillos muros de ladrillo,sobre los cuales hay una verja de hierro no muy alta.
Cuando os inclinéis sobre esta verja para examinar de cerca el oceanodel Ayuntamiento, tal vez convengáis con la mayoría de los vecinos deMadrid en que sus aguas no son lo bastante limpias y claras, y que laCorporación municipal haría muy bien en renovarlas con frecuencia si sepropone, como es lo más seguro, halagar con ellas los sentimientosnaturalistas y poéticos del vecindario. No obstante, en ocasiones, esasaguas verdes y cenagosas se rizan blandamente al soplo de la brisa, lomismo que el lago más hermoso, y a veces también, en la hora del mediodía, estando el cielo límpido, despiden vivos y gratos reflejos azules.Le pasa al estanque lo que a las mujeres feas; todas ellas tieneninstantes, posturas o movimientos agradables.
He indicado como lo más seguro que la fundación de dicho estanque débesea la conveniencia de infundir en el espíritu del pueblo madrileñociertas tendencias poéticas y naturalistas. En efecto, comprendiendo elAyuntamiento (como no podía menos de comprender) que en las grandescapitales como ésta, el amor de la naturaleza anda muy descuidado, y porconsecuencia de ello, la sensibilidad del vecindario no recibe elcultivo indispensable para preservarlo de las garras del groseropositivismo, hizo y hace laudables esfuerzos por mantener vivo en todaslas clases sociales un romanticismo urbano y municipal en armonía conlas necesidades del corazón y con la partida que en el presupuesto sele destina. Ningún orden de la naturaleza se ha escapado a subeneficiosa gestión. Las selvas umbrosas e impenetrables, llenas decolores y armonías que se admiran en las soledades de América, estánrepresentadas por las espesuras del Retiro y por los bosques de laplazuela de Oriente, de la plazuela de Santo Domingo y otras plazuelasmenos conocidas. El prurito de contemplar y recrearse con las altasmontañas sobre cuya cima el pensamiento del hombre, como las nubes delespacio, reposa de sus fatigas, encuentra dulce satisfacción en lamontaña rusa. Y por último, la aspiración enérgica del espíritu ameditar tristemente ante la inmensidad del oceano que nos revela losarcanos de lo infinito, obtiene respuesta adecuada, sino cumplida, enlas riberas del estanque grande. Aquí, sin embargo, se ofreció unapequeña dificultad. Es verdad que la contemplación del mar enaltecemucho el espíritu y lo purifica, pero no es menos cierto que también loturba y oscurece con sus ásperas impresiones. A fin de hacer frente aeste peligro psicológico, el Ayuntamiento quiso acudir a un expedienteseguro; acudió a la cooperación de los cisnes y los patos. En efecto,estos animales acuáticos, por su mansedumbre y afabilidad, son muy aptospara infundir en el corazón del hombre risueñas ideas y sentimientos depaz, y a propósito, por tanto, para contrarestar la impresión fuerte yabrumadora que no puede menos de dejar en el ánimo un estanque de lamagnitud de el del Retiro. Se introdujeron, pues, en dicho estanque comoobra de una docena de tales animales entre cisnes y patos, encargados desecundar los generosos planes del Municipio, recibiendo por ello elnecesario alimento. Y debemos manifestar en conciencia que las inocentesaves desempeñan su papel con maestría y ganan sus cortezas de panhonradamente. Véase si no cuán gallardamente cruzan el estanque en todasdirecciones, cual si resbalaran por el agua a impulso del viento y nopor virtud del movimiento de sus palmas. Observemos sus posturascaprichosas y fantásticas; de qué modo tan pintoresco extienden las alassobre el agua, levantando nubecillas de espuma, o sumergen la cabezapara atrapar un insecto, o la ocultan bajo el ala, o levantan el vueloinesperadamente para dejarse caer a los pocos pasos llenos de pereza ymolicie sobre su elástico lecho, como un sátrapa sobre su diván depluma. Nadie dudará que todo esto ofrece un tinte tan bucólico ypastoril, que no puede menos de producir el efecto apetecido. Por muyexaltado que el ánimo se encuentre, es imposible que no ceda a losesfuerzos combinados de aquella docena de patos.
Navegan también en el estanque muchedumbre de botes, lanchas, canoas yotras embarcaciones de diversas formas y tamaños. Los días de fiestasuele cruzar por el horizonte un vapor que no se cansa jamás de silbar.Parece un espectador de los dramas de Catalina. He querido averiguarcuál era el precio del pasaje, y me han dicho que por recorrer todas lascostas del estanque, deteniéndose en los puntos más notables y dignos deverse, se pagaba, en cámara de primera, diez céntimos. Pero es fácil decomprender que estos viajes de itinerario forzoso no convienen más quea las personas de poca imaginación y de sentimientos vulgares ylimitados. Los espíritus fantásticos y aventureros gustan más de viajarsin itinerario. Hay, pues, mucha gente que prefiere tripular los botes ycanoas navegando sin rumbo prefijado y deteniéndose donde bien les placeel tiempo que tienen por conveniente. El amor a la naturaleza y el deseode conocer las rudas faenas de la mar les arrastra a despojarse de lalevita y a empuñar los remos con las manos cubiertas de sortijas. Desdeeste momento su fisonomía se contrae duramente y toma la expresiónsiniestra y terrible de los piratas: sus movimientos son torpes ypesados como los de un lobo de mar. Cuando pasan cerca de la costa y venuna niñera más o menos gentil que les contempla absorta y admirada, sesuelen guiñar el ojo con cierta malicia ruda, exclamando con voz ronca:«¡Ohé, muchachos, una fragata a barlovento!»
A otros les da por lo sentimental, y el espectáculo de las aguasdormidas del lago les recuerda las novelas venecianas o las baladas dela Suiza: se dejan balancear dulcemente, inmóviles y apoyados sobre elremo, fijan la vista en un punto del espacio con expresión amarga,propia de corazones lacerados, y prorrumpen a veces en tiernasbarcarolas que han aprendido en el teatro Real.
Lo mismo las aventuras maravillosas de los unos que las barcarolas delos otros cesan repentinamente así que se escucha una voz poderosa,inmensa como la de Neptuno, que llega en alas del viento a todas lasriberas del estanque:—«Esquife número siete (pausa solemne)… lahora.» Inmediatamente la embarcación, después de ejecutar las maniobrasindispensables, dirige su rumbo hacia el puerto. Si llega con felicidada él, como ordinariamente acontece, la tripulación, rendida y jadeante,no tarda en saltar sobre el muelle, limpiándose los pantalones con elpañuelo para después restituirse alegremente al seno de sus familias.