En vez de anonadar a Fausto, como le anonadó con el Espíritu de latierra, Mefistófeles le hace reír con su aparición, al salir del cuerpodel perro, rendido a los conjuros y amenazas. Cuando Fausto le obliga aque él mismo se defina, Mefistófeles se define una parte de aquellafuerza que siempre quiere el mal y que hace el bien siempre.
Mefistófeles quiere destruir, viciar y corromper; mas como sólo puedehacer esto al por menor, concurre al bien general y a la creación enteray continua, muy contra su gusto.
Fausto, al firmar con él un pacto, le trata como superior a inferior;como un amo a un lacayo; y está casi seguro de que el diablo no ganaránunca la apuesta; no le dará lo que él desea. No sólo no cae, pordecirlo así, bajo la jurisdicción y poder del diablo mucho de lo deseadopor Fausto, pero ni siquiera está comprendido por el espíritu diabólico;porque está en regiones superiores, hasta donde dicho espíritu jamás seencumbra. En el numen, que vive en Fausto, hay una fuerza interior milveces más pujante que todas las potencias del diablo. Lo malo es queesta fuerza no se ejerce fuera de Fausto mismo. En él, crea de un modoideal cuanto quiere: fuera no puede nada. Pero de esas cosas ideales,que Fausto crea en sí, concibe y apetece, el diablo sólo las mínimas yde menos valía puede realizar en el mundo exterior: otras, ni siquieralas entiende.
Aunque Mefistófeles, gracias a la fantasía del poeta, tiene ser propio ypersonalidad independiente, todavía, para concebir nosotros mejor suesencia, podemos figurárnosle como un resultado del análisis psicológicodel alma de Fausto. Es la parte más bestial y terrena de dicha alma, laparte astuta y lista, que sirve para proporcionarse goces, riqueza,poder, autoridad e influjo en este mundo; parte que Fausto habíadescuidado y hasta atrofiado y desechado, a fin de entregarse a susaltas sabidurías. Desengañado de estas altas sabidurías, y ansioso detodo lo que por ellas había despreciado, se diría que vuelve a élaquella parte más ruin de su alma, bajo la forma y con el ser de diablo.
Esta inferioridad diabólica respecto a Fausto y respecto a los demásespíritus superiores, no se desmiente nunca. La ciencia, el progreso, lasubida de nivel de las almas humanas, han hecho del diablo un personajede poco más o menos. Su poder incontrastable no se ejerce ya sino en unmundo ruin, entre brutos, que se empeñan en jugar y en ganar dinero paraparecer hombres, y en que por casualidad les salga algo bien para que sediga que tienen entendimiento, y entre viejecillas ignorantes yviciosas, que poseen algunos secretos y recetas, ignorando el por qué yel cómo, de los mismos prodigios que obran, como son la bruja y losgatos y los monos que la sirven y acompañan.
Fausto se siente tan rebajado de apelar a la inmunda poción de la bruja,a fin de recobrar la mocedad, que casi está a punto de quedarse viejo yde romper desde el principio el pacto con Mefistófeles sospechando lopoco que el diablo puede, y vale y lo más poco que de él puede esperarun noble espíritu.
El bien del diablo vale tan poco como el mal. Por cima del diablo, asícomo hay bien, hay mal inmensamente mayor de que Mefistófeles no podrájamás curar el alma de Fausto. Fausto, para recibir algún bien deldiablo, así como para someterse a su dominio, tiene que ahogar esaaspiración superior de su alma. Cuando vive y alienta con ella, eldiablo no le da el menor alivio para los tormentos que produce; perotambién el alma se sustrae por completo a todo influjo del diablo, y seríe de todos los pactos.
En la rara teogonía de Goethe, el diablo, no sólo está por bajo de losobrenatural, término y mira de las aspiraciones del alma de Fausto,sino también muy por bajo de lo natural, en cuanto lo natural tiene decreador y de divino. Por esto, en la plebeya y estúpida sociedad delaquelarre, donde Fausto por un momento se encanalla, Mefistófeles sepavonea y triunfa; pero, en la segunda parte, cuando, por el esfuerzo dela voluntad y por los milagros del saber y de la inteligencia de Fausto,aparecen los genios antiguos, que imaginó Grecia, todos aquellos poderespersonificados de la naturaleza creadora e inteligente, Mefistófeles seencoge, se humilla y casi se acobarda; Mefistófeles tiene que escondersey disfrazarse bajo la fea apariencia de una de la Forquiadas. No sólo enpoder, sino hasta en fealdad, superan a Mefistófeles aquellas antiguascreaciones.
Aunque sea rápidamente, sin la detención que tan grande asunto reclama,y a fin de no extralimitarnos y dar a este trabajo una extensiónimpropia del objeto a que se destina, algo debemos decir de la segundaparte del FAUSTO.
Varias personas han llamado al FAUSTO completo la Biblia delpanteísmo. Nada nos parece más injusto. Goethe no era resueltopanteísta; pero, si en alguna obra suya se inclina al panteísmo, no espor cierto en el FAUSTO, donde más bien le contradice.
Es verdad que para afirmar esto debemos dar por sentado que entendemosla segunda parte, y es opinión muy común que nadie la entiende. Tal vez,los mismos que la llaman Biblia del panteísmo, lo cual, en buenalógica, presupone que la entienden, la apellidan libro de los sietesellos, delirio, laberinto, enigma perpetuo. Nosotros, aunque parezcaparadoja, y se nos impute a arrogancia, afirmamos lo contrario: que todoestá clarísimo en la segunda parte.
¿Dónde, si no, está la oscuridad? ¿En qué consiste? ¿De qué procede? Elestilo terso, conciso, lapidario, epigráfico, y lleno de precisión deGoethe, llega, en esta segunda parte, al último límite de la nitidez, dela elegancia desnuda de hojarasca e inútiles adornos, y de la sobriedadsignificativa e intencionada. ¿Cómo, pues, decir con tal estilo lo vago,lo incierto, lo indeciso, lo que nadie entiende, ni tal vez el poeta quelo escribió? Esto no puede ser.
La supuesta no inteligencia de la segunda parte, sólo puede explicarsepor dos maneras. Y por ambas, no ya el FAUSTO, sino la obra más clara ymás llana vendrá a ser ininteligible. El Quijote, pongamos por caso.
Aunque no creemos en la epopeya trascendental, comprensiva yomni-docente, creemos que el poeta canta a veces lo que no se dice; vamás allá del punto a que llega el hombre científico con la reflexión ycon el estudio; y adivina y vaticina, y se eleva a esferas inexploradas,adonde el saber humano no llegó todavía; pero si todo está en el ritmo oen la poesía pura, es inútil traducirlo en prosa. No es inútil, esimposible. En prosa será inefable. Sería tan necia pretensión como la dequerer explicar el efecto de la mejor sinfonía, y aun producirle igual,haciendo un discurso sobre la sinfonía. Pero si lo importante no está enel ritmo, y dialécticamente se revela en la frase, todo el mundo loentenderá, sin que se traduzca o comente. Al que no lo entienda, podrádecírsele lo que el hidalgo manchego o el cura dijo una vez al barberoque se quejaba de no entender a cierto poeta: «Ni es menester que leentienda vuesa merced, señor rapista.»
La poesía y aun obras en prosa de carácter poético, pueden encerrarhondas verdades, bajo el velo de la alegoría o del símbolo; pero, una dedos: o el símbolo y la alegoría son trasparentes o no lo son. Si lo son,todo se ve claro. Si no lo son, podrán escribirse mil y mil comentos, ycada comentador imaginar que el poeta quiso decir esto, aquello, lo demás allá, y aun cosas que al pobre poeta no se le ocurrieron en la vida.
Comentos tales se han hecho ya del Quijote. ¿Por qué extrañar que sehagan del FAUSTO? Y si al FAUSTO se le culpa por esto de ininteligible,¿por qué al Quijote no se le pone defecto igual?
No está, pues, lo ininteligible de una obra en lo misterioso, exotérico o recóndito que se aspire a hallar en ella. Basta con que lo exotérico, el sentido directo, tenga un valor y un significado. Y lasegunda parte del FAUSTO le tiene. ¿Es ininteligible, es oscuro, estenebroso el Cantar de los Cantares? Para un profano cualquiera nadahay más inteligible. El Cantar de los Cantares es un idilio, unaégloga, un poema de amor, donde el amado y la amada se requiebran de lolindo, se dicen mil ternuras, se hacen mil finezas, se ensalzan ydescriben menudamente y con morosa delectación los primores y graciascorporales de él y de ella, y se pintan los goces que han de lograr o yalogran ambos, besándose, abrazándose y queriéndose mucho. Pero, si estoes tan claro, entendido así, búsquese el sentido místico que dan al Cantar de los Cantares exegetas y teólogos y el Cantar de losCantares habrá menester de comento, y aun con el comento nos quedaremosa oscuras, y apenas habrá quien entienda una palabra.
¿Por qué noafirmar lo mismo de la segunda parte del FAUSTO, si es lícito equipararen algo lo sagrado con lo profano?
No es de suponer tampoco que la difícil inteligencia del FAUSTO dependade la erudición previa que para entenderle se requiere. Basta, a nuestrover, con una cultura mediana. El comento erudito es inútil. Todos lospersonajes míticos están caracterizados tan bien, que el ignorante podráganar algo, allegar un caudal de erudición, si, con motivo de leer elFAUSTO, adquiere y hojea algún Diccionario manual de la fábula; pero loque aprenda en dicho Diccionario añadirá poco a la comprensión delpoema. Lo mismo puede decirse de las doctrinas cosmogónicas, geológicas,filosóficas etc., a que el FAUSTO alude. Lo que Goethe quiere decir lodice por entero, y no es menester acudir a otros libros paraexplicarlos, a no ser que se desee saber de quién lo tomó o por qué lodijo. En este caso es dable decir del comento erudito lo mismo que delfilosófico: a saber, que dicho comento cabe tanto como en el FAUSTO enel Quijote. También en el Quijote hay quien investigue si tal pasajese tomó del Amadís o del Orlando, si tal cuento o sentencia provienede Conon sofista o de la Leyenda áurea.
Veamos, pues, sencillamente, no lo que se supone o columbra en elFAUSTO, sino lo que se dice, y esto en resumen y cifra brevísima, porquetememos que nos tilden de prolijos. Para mayor prontitud y claridad,marcaremos cada uno de los cinco actos en que esta segunda tragedia estádividida.
ACTO I.—El destino de Fausto no puede encerrarse en el de Margarita.Fausto tiene aún muy larga carrera. Aspira a todo, y para satisfacer susaspiraciones cuenta con varias potencias. Cuenta con Mefistófeles, estoes, con el espíritu de astucia y de conducta para la vida, que ya ledevolvió la juventud y que podrá aún darle riqueza, poder, fama ydeleites materiales. Y cuenta, por cima de Mefistófeles, porque la magianatural toca puntos más altos que la magia negra o hechicería, con laciencia, que le revelará los arcanos del universo, y con la poesía y elarte, que realizarán para él la ideal hermosura.
No bien Fausto se recobra de sus violentas emociones, merced a un sueñomágico, arrullado por cantos de genios y de ninfas, en un fertilísimo yameno vergel, las mencionadas aspiraciones empiezan sucesivamente arealizarse, hasta donde la condición finita de Fausto y del mundo loconsiente.
Fausto brilla en la corte del Emperador y encuentra que en ella puedeser lo que se le antoje, merced a su propio mérito y al diablo.
Esto, no obstante, no le satisface. De las damas no hay una sola que lehaga impresión, y se enamora de Elena, personificación de la hermosuracorporal perfecta.
El diablo no tiene poder para proporcionarle a Elena. Lleno de turbaciónle habla de las Madres, o dígase de las ideas ejemplares, de las formaspuras antes de unirse a la materia prima y producir los diversos seres;las cuales Madres, cuyos misterios el diablo no entiende, viven en elvacío eterno, fuera del tiempo y del espacio, y sólo por medio dehondísima y solitaria contemplación, reconcentrándose en el meditar, yarrojándose en horribles abismos, puede llegar a ellas un ánimoatrevido. La empresa es tal, que el propio diablo no se atrevería aacometerla. Fausto, sin embargo, la acomete, y el diablo le ve partircon asombro, y duda de que vuelva del seno tenebroso, infinitamente másprofundo que el infierno, adonde se ha lanzado.
En este viaje de Fausto a ver a las Madres está la clave del poema; elnúcleo de la segunda parte. Nosotros creemos que el diablo tiene razón,y que Goethe no la tiene.
Fausto no vuelve en realidad. El Fausto vivo yhumano, el doctor melancólico, el remozado por la bebida mágica, elamante natural, como son todos los amantes; de la natural, viva y realMargarita, se queda por allá con las Madres, y sólo vuelve su sombra, suidea pura, un símbolo, una alegoría tan diáfana y clara, que más nopuede ser.
De aquí que toda la segunda parte sea poesía, en virtud del estilobellísimo del poeta, de la riqueza lírica y gnómica que derrama, de milprimores de todos géneros que sabe difundir en los pormenores; pero enel conjunto, la segunda parte, o no es poesía o es poesía al revés.
Sin duda que el poeta, allá en los tiempos antiguos, con inspiracióninconsciente, con estro divino, agitado por un furor que le viene delcielo, crea personajes y acciones, que entrañan y simbolizan grandísimasverdades. Más tarde viene el crítico, el pensador dialéctico, el hombrefrío y reflexivo, y va desnudando del símbolo las verdades en élocultas, y deshace la poesía y crea la ciencia.
Éste, en nuestro sentir, es el procedimiento natural.
Pero Goethe procede del modo contrario. En la segunda parte del FAUSTOes un poeta al revés: demuestra prácticamente lo que al principiodijimos: que la epopeya trascendental y comprensiva es imposible ahora:que es delirio querer realizarla.
Por lo expuesto, nos pasma tanto el encarnizamiento con que censuranmuchos de poco inteligible la segunda parte del FAUSTO. El defecto nosparece que está en lo contrario: en que se entiende de sobra; en quetodo es símbolo; en que es una larga parábola de millares de versos; enque ninguno de aquellos personajes nos puede ya interesar, porque no sontales personajes, sino figuras alegóricas, que representan pensamientosreligiosos, morales, filosóficos, físicos, químicos y geológicos delautor.
Y francamente, una parábola, una alegoría tan continuada, seríainsufrible, si no fuese de Goethe. Parecería, además, una puerilidadenojosa y cansada. ¿A qué esas imágenes, esos misterios, ese estilofigurado, para exponer doctrinas? Aunque se ven a las claras bajo elvelo trasparente de la alegoría, aún se verán mejor sin ese velo.
La poesía se asemeja en esto a la religión. Imaginemos, por un instante,y Dios nos lo perdone, que la de Cristo es como la explica Hegel. Seráasí muy filosófica, muy profunda, muy interesante; pero, no bien seacepte la explicación de Hegel, tendremos un ingenioso y dialécticotrabajo, y lo que es religión no tendremos. Hegel, no obstante, está ensu derecho (entiéndase que somos partidarios de la absoluta libertad depensar); Hegel puede exponer racionalmente todos los dogmas, yreducirlos a filosofía.
Lo absurdo sería que después, emprendiendo la misma caminata endirección inversa, agarrásemos la Idea, el Yo, el No-Yo, el Ser, elNo-Ser, el Llegar-a-Ser, el Prurito, la Voluntad, la Vida, la Muerte, elUno y el Todo, y convirtiéndolos en personas, fraguásemos la religióndel porvenir, ya con las filosofías de Hegel; ya con las de Hartmann; yacon las de otro cualquiera. ¿Quién había de creer en religión semejante?¿Qué apóstoles, qué confesores, qué mártires tendría? Y no es esto negarque la ciencia, la doctrina, la afirmación, despojada del símboloinútil, sobrepuesto y anacrónico, no puede tenerlos.
Convenimos en que en religión, por razones largas de exponer aquí,resalta más lo absurdo de tomar al revés estos caminos; convenimos enque cabe en poesía lo alegórico, como gala de imaginación, como juegoingenioso, y hasta como medio gráfico de que hagan las verdades másimpresión en el ánimo, y hasta como recurso mnemotécnico para que durencon más persistencia y distinción en la memoria. Pero aun así, no secomprende, parece producto del frenesí, parece una pesadilla, tan largaalegoría.
No obstante, la segunda parte del FAUSTO, por cima de todo lo alegado encontra, se lee con interés. Esto consiste, en que la alegoría poéticatiene y seguirá teniendo siempre alguna razón de ser. La verdad, veladaen la imagen o símbolo, seguirá siempre grabándose mejor en el alma delas muchedumbres, que la verdad, o la teoría que pretenda pasar por tal,expuesta con método didáctico rigoroso. Así la poesía será menos poesía,será menos bella, será más fría y más sin alma; pero podrá ser útil.Interesa además, e interesa principalmente la segunda parte del FAUSTO,porque el lector, acaso sin percatarse de ello, la convierte en unaenorme poesía lírica, en una serie de ditirambos, en una obra, no épicay objetiva, sino subjetiva en grado sumo, donde ya no hay más héroe queGoethe; Goethe, disfrazado de Fausto, y empeñado en algo de monstruoso,descomunal e imposible. Saludemos, pues, al altísimo poeta con lasmismas palabras con que saludaba a Fausto la profetisa Manto: Den lieb' ich, der Unmögliches begchrt!
Yo amo a aquel que desea lo imposible.
Fausto, en este sentido, esto es, la sombra de Fausto, su idea, queGoethe lleva en sí, vuelve del seno de las Madres. En una fantasmagoríasemi-real, en un teatro, delante del Emperador y de toda su corte,Fausto hace que Elena y Paris aparezcan. Cuando Paris roba a Elena,Fausto tiene celos, no puede contenerse, quiere quitar a Paris la beldadque lleva en los brazos, y deshace el encanto con una explosión, cayendoél como muerto.
ACTO II.—Todo este acto es un aquelarre pagano y clásico encontraposición con el aquelarre romántico y correspondiente alcristianismo, que se lee en la parte primera.
Si alguna vez nosolvidamos de la alegoría, y hasta nos parece que deja de haberla y quetocamos algo real, es porque Goethe, en virtud de sus monadas, de susgenios y espíritus elementales, de sus inteligencias misteriosas quemueven las cosas naturales, casi cree en los seres que evoca, por dondelos seres que evoca toman cuerpo y dejan de ser figuras retóricassolamente.
Para explicar la doctrina de este segundo acto sería menester escribirtanto al menos como el acto contiene. Goethe es conciso y porconsiguiente difícil de extractar. Baste saber que ya el diablo, segúnhemos dicho, hace aquí muy triste papel. Hasta Homúnculus, el engendroraquítico de la ciencia pedantesca de Wagner, sabe más que él y le sirvede guía.
Fausto, llevado de su anhelo incesante, penetra en el seno de laNaturaleza, quiere desentrañar sus arcanos y el origen de los seres. Suamor a Elena, esto es, su afán de poesía y de hermosura, no se entibiasin embargo. Nada distrae a Fausto de este amor.
Halla al centauroChiron, monta sobre sus espaldas, y corre en busca de Elena.
Laprofetisa Manto le indica el modo de dar con ella: le dice por quésendas debe bajar al reino sombrío de Plutón, en las más hondas raícesdel Olimpo, adonde ya bajó y de donde nunca volvió Orfeo; Fausto con nomenos brío que Orfeo, y con mejor fortuna, desciende al Orco en busca desu amada.
ACTO III.—Aquí se advierte más aún el defecto de la realidad; lo fríode la alegoría.
Nada más bello, sin embargo, como forma. Es todo dichosaimitación de la poesía griega antigua, combinada magistral yarmónicamente con lo caballeresco, trovadoresco y galante de la poesíade los siglos medios.
Fausto tiene un castillo en la cima del Taigetes, y es capitán ypríncipe de guerreros salidos del seno de la noche cimeriana. Elena,huyendo de Menelao, que la quiere sacrificar, se refugia en el castillode Fausto, quien la recibe como Amadís hubiera recibido a Briolanja o aotra princesa menesterosa, que viniese a que la socorriera en su cuita.Fausto, con sus guerreros, destroza el ejército de Menelao, y con susmodales refinados enamora a Elena en seguida, que, por otra parte, comoes sabido, no era una roca de firme ni un mármol de fría.
Después de este doble triunfo, Fausto y Elena se retiran a Arcadia,donde hacen vida bucólica. Allí tienen un hijo: Euforion. Remedo deHermes, apenas nace inventa y toca la lira, y quiere sometérselo yapropiárselo todo y subir a los cielos.
Euforion se lanza en el aire y cae despeñado, cual nuevo Ícaro. Goethecelebra en Euforion a Lord Byron, y lamenta su muerte. Es un episodio deextraordinaria belleza.
Euforion, además, es símbolo de la poesíamoderna, nacida de la antigua belleza clásica y de la ciencia reflexivade nuestra edad.
Muerto Euforion, el lazo que une a Fausto con Elena queda deshecho.Elena vuelve al Orco; pero antes de partir abraza a su esposo y le dejacomo prenda de amor la túnica y el velo. Estas vestiduras no son lamisma deidad; pero son divinas y tienen la fuerza de elevar a quien lasposee por cima de las cosas vulgares. En efecto, estas vestidurasenvuelven a Fausto y le suben hacia las regiones etéreas.
ACTO IV.—Prosigue en él la alegoría, y en nuestro sentir es el menosdivertido de todos. El emperador lucha con un anti-emperador, y conauxilio de Fausto y de Mefistófeles le derrota. Fausto, que ha tratadoya de calmar su anhelo infinito con la ciencia, con la poesía, en elseno de la Naturaleza y en el seno de la belleza ideal, procura ahorasatisfacerle con el poder y el dominio.
ACTO V.—Todavía, ya en una extrema vejez, Fausto busca el bien supremoen la filantropía, en hacer la felicidad de sus semejantes, en losadelantamientos sociales.
Con este empeño de adelantamientos, como elsonido de las campanas le fastidia, hace que el diablo queme la cabañade Baucis y Filemon, emblema de la vida antigua, y queme además laermita, que estaba al lado y donde sonaban las campanas; esto es, acabacon la religión, en nombre de lo cómodo y progresivo.
A pesar de su poderío, comodidad y bienestar, si bien Fausto impide queentren a visitarle en su palacio la Deuda, la Necesidad y la Miseria, noimpide que el Cuidado entre y le aflija y le consuma.
En medio de sus proyectos benéficos de hacer la dicha de los hombres, decrear un pueblo libre, industrioso y lleno de virtudes, Fausto muere. Laalegoría no puede ser más clara. Fausto ha deseado, ha buscado cuantohay o puede haber de bello en la sociedad humana, en la mente, en lafantasía, en el arte y en la Naturaleza. Sólo no ha acertado a elevarsepor cima de todo esto, en alas de la fe, y no ha buscado jamás en Diosel bien supremo. Pero Margarita (y aquí cesa la alegoría, y precisamenteen lo más sobrenatural, vuelve el poema a parecer real y a ser por lotanto más poético); pero Margarita, repetimos, que se ha salvado, haintercedido por Fausto cerca de la Virgen Santísima, y Fausto se salva,a pesar del pacto con Mefistófeles, el cual queda burlado, aunque no muydesesperado, a la verdad. Mefistófeles era un diablo de buen humor, ysus bufonerías y chistes duran hasta lo último. Los ángeles tan bonitosque vienen volando para llevarse el alma de Fausto, le hacen muchísimagracia, y, si bien el pícaro no se siente inflamado de amor espiritual,lo que es profana y lascivamente, les echa mil piropos y les dice susmás atrevidos pensamientos y sentimientos. El acto, no bien desapareceMefistófeles, termina con una escena mística, en una Tebaida celestial,donde los Padres del yermo, la Magdalena, la Samaritana, Santa MaríaEgipciaca, la misma Margarita, y los doctores extáticos, seráficos yprofundos, cantan dignamente de la caridad, de la redención, de lagloria y del amor divino, mientras el alma de Fausto sube al cielo envirtud de lo femenino eterno: expresión filosófica con que Goethedesigna a la Madre de Dios o al concepto de que procede, y con que ponefea discordancia en los dichos cantares religiosos.
Tal es, en compendio, todo el poema de FAUSTO, del cual sólo la primeraparte va aquí traducida.
Sería tarea interminable si nos pusiéramos a hablar de cada una de susescenas y a buscar interpretaciones.
Sin interpretación alguna, como ya hemos dicho, todo tiene un sentidosimbólico inmediato por demás trasparente. No hay que interpretar elpoema hasta leerle.
Sus defectos están sobrepujados por sus bellezas. El sabio, el poeta, elfilósofo, el corifeo del gran siglo de oro de las letras alemanas semuestra en este poema en todo su poder, y todo él con sus inmensasfacultades.
Él solo pudo acometer empresa tan grande sin caer en algo digno de risa.¡Ay del poeta inexperto e iluso que, sin medir sus fuerzas, sin tener elgenio, la ciencia, la habilidad y la perspicacia crítica del poetaalemán, se atreva a seguirle al seno de las Madres y quiera traernos deallí a otro Fausto y a otra Elena! Lo más que nos traerá, con menos artey paciencia que Paracelzo o que Wagner, será un Homúnculus ridículo,que jamás saldrá de su redoma, cuya luz no guiará a nadie por loscaminos de lo ideal, y cuyo fuego amoroso, excitado por Galatea, noderretirá y fundirá el vidrio, derramándose en el seno del Océano.
Sólo nos queda que añadir que en una traducción, por fiel que sea, sepierden las dos terceras partes de las bellezas que estriban y sesostienen en la energía y tersura de la expresión original.Contentémonos, pues, con que, en nuestra fiel traducción, persista todaaquella belleza íntima, que reside en el fondo, y no en la forma, y queel lector atento sabe hallar y gustar, aunque la limpia y espléndidaestructura, el metro resonante y el hechizo de la rima hayandesaparecido.
SOBRE SHAKSPEARE
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Mi amigo el estudioso y entendido joven D. Jaime Clark me pone en ungrande apuro. Publica una traducción de los dramas de Shakspeare y mepide que escriba yo un breve prólogo. Esta distinción honrosa, esteaprecio que de mí hace D. Jaime Clark, me lisonjea por extremo; pero elapuro no es menor para mí.
¿Cómo, por breve que el prólogo sea, he de prescindir del autortraducido y he de limitarme a juzgar la traducción solamente? Fuerza esdecir algo sobre Shakspeare, y esto es lo difícil, lo enojoso para mí,sobre todo en pocas palabras.
Shakspeare es el ídolo literario de Inglaterra. El influjo civilizador,la preponderancia política de esta gran nación, en todo el auge ahora desu fortuna, riqueza, prosperidad y brío, han difundido y acrecentado lagloria del poeta amadísimo entre cuantas naciones pueblan la faz de latierra. ¿Qué podré yo añadir a las alabanzas de Shakspeare dadas enAlemania por Wieland, ambos Schlegel, Lessing y tantos otros críticos ypoetas, que le aclaman el príncipe de los dramáticos y la fuente deinspiración de donde ha surgido el genio de la moderna y hermosa poesíaalemana?
¿Cómo hablar, cómo escribir de Shakspeare después del encomiohecho por Víctor Hugo, ciclópeo monumento, serie de ditirambosdesaforados, estatua colosal, fundida en una imaginación de fuego por unentusiasmo que raya en delirio, y abrillantada y retocada después por uncincel de diamante? ¿Cómo atreverme a desplegar los labios o a dejarcorrer la pluma, habiendo leído la apoteosis bellísima, el saludosublime que Emerson envía a Shakspeare desde el otro lado del Atlántico?
Mi espíritu frío, tardo para los raptos de admiración, aunque no incapazde ellos, harto indeciso y vacilante para no ver el contra al lado delpro, y tranquilo hasta la pesadez, es imposible que siga, ni desde muylejos, el remontado vuelo encomiástico de los precitados autores.
Shakspeare, dicen, es inconcebiblemente sabio: los demás sabios que hahabido en el mundo dejan al menos que su sabiduría se conciba.Shakspeare ni esto deja. En punto a facultad creadora Shakspeare esúnico. No se puede imaginar nada mejor.
Shakspeare está más por cima deMilton, Cervantes o el Tasso, que éstos del vulgo.
De la venida de Shakspeare al mundo no han hecho algo tansobrenaturalmente importante como la encarnación de un Dios; pero hanhecho más, según el gusto y forma con que tales encarecimientos puedenhacerse en el día. Shakspeare, dice Emerson, es en historia natural unaproducción del globo que anuncia nuevas mejoras; alguna casta nueva, conrelación a la cual seamos los hombres de las demás castas lo que el monoes con relación al hombre