Ariel by José Enrique Rodó - HTML preview

PLEASE NOTE: This is an HTML preview only and some elements such as links or page numbers may be incorrect.
Download the book in PDF, ePub, Kindle for a complete version.

ARIEL

1920

EDITORIAL CERVANTES

VALENCIA—Colón, 52

ES PROPIEDAD

----Talleres de Tipografía

LA GUTENBERG—Valencia

Apoderado general en Sud-América:

JOSÉ BLAYA

Formosa, 463—BUENOS AIRES

Aquella tarde, el viejo y venerado maestro, a quien solían llamarPróspero, por alusión al sabio mago de La Tempestad shakespiriana, sedespedía de sus jóvenes discípulos, pasado un año de tareas,congregándolos una vez más a su alrededor.

Ya habían llegado ellos a la amplia sala de estudios, en la que un gustodelicado y severo esmerábase por todas partes en honrar la noblepresencia de los libros, fieles compañeros de Próspero.

Dominaba en lasala—como numen de su ambiente sereno—un bronce primoroso que figurabaal ARIEL de La Tempestad. Junto a este bronce se sentaba habitualmenteel maestro, y por ello le llamaban con el nombre del mago a quien sirvey favorece en el drama el fantástico personaje que había interpretado elescultor.

Quizá en su enseñanza y su carácter había, para el nombre, unarazón y un sentido más profundos.

Ariel, genio del aire, representa, en el simbolismo de la obra deShakespeare, la parte noble y alada del espíritu. Ariel es el imperio dela razón y el sentimiento sobre los bajos estímulos de lairracionalidad; es el entusiasmo generoso, el móvil alto y desinteresadoen la acción, la espiritualidad de la cultura, la vivacidad y la graciade la inteligencia, el término ideal a que asciende la selección humana,rectificando en el hombre superior los tenaces vestigios de Calibán,símbolo de sensualidad y de torpeza, con el cincel perseverante de lavida.

La estatua, de arte real, reproducía al genio aéreo en el instante enque, libertado por la magia de Próspero, va a lanzarse a los aires paradesvanecerse en un lampo. Despegadas las alas; suelta y flotante la levevestidura, que la caricia de la luz en el bronce damasquinaba de oro;erguida la amplia frente; entreabiertos los labios por una serenasonrisa, todo en la actitud de Ariel acusaba admirablemente el graciosoarranque del vuelo; y con inspiración dichosa, el arte que había dadofirmeza escultural a su imagen, había acertado a conservar en ella, almismo tiempo, la apariencia seráfica y la levedad ideal.

Próspero acarició, meditando, la frente de la estatua; dispuso luego algrupo juvenil en torno suyo; y con su firme voz—voz magistral quetenía para fijar la idea e insinuarse en las profundidades delespíritu, bien la esclarecedora penetración del rayo de luz, bien elgolpe incisivo del cincel en el mármol, bien el toque impregnante delpincel en el lienzo o de la onda en la arena—comenzó a decir, frente auna atención afectuosa: Junto a la estatua que habéis visto presidir, cada tarde, nuestroscoloquios de amigos, en los que he procurado despojar a la enseñanza detoda ingrata austeridad, voy a hablaros de nuevo, para que sea nuestradespedida como el sello estampado en un convenio de sentimientos y deideas.

Invoco a ARIEL como mi numen. Quisiera ahora para mi palabra la mássuave y persuasiva unción que ella haya tenido jamás. Pienso que hablara la juventud sobre nobles y elevados motivos, cualesquiera que sean, esun género de oratoria sagrada.

Pienso también que el espíritu de lajuventud es un terreno generoso donde la simiente de una palabraoportuna suele rendir, en corto tiempo, los frutos de una inmortalvegetación.

Anhelo colaborar en una página del programa que, al prepararos arespirar el aire libre de la acción, formularéis, sin duda, en laintimidad de vuestro espíritu, para ceñir a él vuestra personalidadmoral y vuestro esfuerzo. Este programa propio—

que algunas veces seformula y escribe; que se reserva otras para ser revelado en el mismotranscurso de la acción—, no falta nunca en el espíritu de lasagrupaciones y los pueblos que son algo más que muchedumbres. Si conrelación a la escuela de la voluntad individual, pudo Gœthe decirprofundamente que sólo es digno de la libertad y la vida quien es capazde conquistarlas día a día para sí, con tanta más razón podría decirseque el honor de cada generación humana exige que ella se conquiste, porla perseverante actividad de su pensamiento, por el esfuerzo propio, sufe en determinada manifestación del ideal y su puesto en la evolución delas ideas.

Al conquistar los vuestros, debéis empezar por reconocer un primerobjeto de fe en vosotros mismos. La juventud que vivís es una fuerza decuya aplicación sois los obreros y un tesoro de cuya inversión soisresponsables. Amad ese tesoro y esa fuerza; haced que el altivosentimiento de su posesión permanezca ardiente y eficaz en vosotros. Yoos digo con Renán: «La juventud es el descubrimiento de un horizonteinmenso, que es la Vida». El descubrimiento que revela las tierrasignoradas, necesita completarse con el esfuerzo viril que las sojuzga.

Yningún otro espectáculo puede imaginarse más propio para cautivar a untiempo el interés del pensador y el entusiasmo del artista, que el quepresenta una generación humana que marcha al encuentro del futuro,vibrante con la impaciencia de la acción, alta la frente, en la sonrisaun altanero desdén del desengaño, colmada el alma por dulces y remotosmirajes que derraman en ella misteriosos estímulos, como las visiones deCipango y El Dorado en las crónicas heroicas de los conquistadores.

Del renacer de las esperanzas humanas; de las promesas que fíaneternamente al porvenir la realidad de lo mejor, adquiere su belleza elalma que se entreabre al soplo de la vida; dulce e inefable belleza,compuesta, como lo estaba la del amanecer para el poeta de LasContemplaciones, de un «vestigio de sueño y un principio depensamiento».

La humanidad, renovando de generación en generación su activa esperanzay su ansiosa fe en un ideal, al través de la dura experiencia de lossiglos, hacía pensar a Guyau en la obsesión de aquella pobre enajenadacuya extraña y conmovedora locura consistía en creer llegado,constantemente, el día de sus bodas.—

Juguete de su ensueño, ella ceñíacada mañana a su frente pálida la corona de desposada y suspendía de sucabeza el velo nupcial.

Con una dulce sonrisa disponíase luego a recibiral prometido ilusorio, hasta que las sombras de la tarde, tras el vanoesperar, traían la decepción a su alma. Entonces tomaba un melancólicotinte su locura. Pero su ingenua confianza reaparecía con la aurorasiguiente; y ya sin el recuerdo del desencanto pasado, murmurando: Eshoy cuando vendrá, volvía a ceñirse la corona y el velo y a sonreír enespera del prometido.

Es así como, no bien la eficacia de un ideal ha muerto, la humanidadviste otra vez sus galas nupciales para esperar la realidad del idealsoñado con nueva fe, con tenaz y conmovedora locura. Provocar esarenovación, inalterable con un ritmo de la Naturaleza, es en todos lostiempos la función y la obra de la juventud. De las almas de cadaprimavera humana está tejido aquel tocado de novia. Cuando se trata desofocar esta sublime terquedad de la esperanza, que brota alada del senode la decepción, todos los pesimismos son vanos. Lo mismo los que sefundan en la razón que los que parten de la experiencia, han dereconocerse inútiles para contrastar el altanero no importa que surgedel fondo de la Vida. Hay veces en que, por una aparente alteración delritmo triunfal, cruzan la historia humana generaciones destinadas apersonificar, desde la cuna, la vacilación y el desaliento. Pero ellaspasan—no sin haber tenido quizá su ideal como las otras, en formanegativa y con amor inconsciente—y de nuevo se ilumina en el espíritude la humanidad la esperanza en el Esposo anhelado; cuya imagen, dulce yradiosa como en los versos de marfil de los místicos, basta paramantener la animación y el contento de la vida, aun cuando nunca hayade encarnarse en la realidad.

La juventud, que así significa en el alma de los individuos y la de lasgeneraciones, luz, amor, energía, existe y lo significa también en elproceso evolutivo de las sociedades. De los pueblos que sienten yconsideran la vida como vosotros, serán siempre la fecundidad, lafuerza, el dominio del porvenir.—Hubo una vez en que los atributos dela juventud humana se hicieron, más que en ninguna otra, los atributosde un pueblo, los caracteres de una civilización, y en que un soplo deadolescencia encantadora pasó rozando la frente serena de una raza.Cuando Grecia nació, los dioses le regalaron el secreto de su juventudinextinguible. Grecia es el alma joven. «Aquel que en Delfos contemplala apiñada muchedumbre de los jonios—dice uno de los himnoshoméricos—, se imagina que ellos no han de envejecer jamás». Greciahizo grandes cosas porque tuvo, de la juventud, la alegría, que es elambiente de la acción, y el entusiasmo, que es la palanca omnipotente.El sacerdote egipcio con quien Solón habló en el templo de Sais, decíaal legislador ateniense,

compadeciendo

a

los

griegos

por

su

volubilidadbulliciosa: No sois sino unos niños. Y Michelet ha comparado laactividad del alma helena con un festivo juego a cuyo alrededor seagrupan y sonríen todas las naciones del mundo. Pero de aquel divinojuego de niños sobre las playas del Archipiélago y a la sombra de losolivos de Jonia, nacieron el arte, la filosofía, el pensamiento libre,la curiosidad de la investigación, la conciencia de la dignidad humana,todos esos estímulos de Dios que son aún nuestra inspiración y nuestroorgullo. Absorto en su austeridad hierática, el país del sacerdoterepresentaba, en tanto, la senectud, que se concentra para ensayar elreposo de la eternidad y aleja, con desdeñosa mano, todo frívolo sueño.La gracia, la inquietud, están proscriptas de las actitudes de su alma,como del gesto de sus imágenes la vida. Y cuando la posteridad vuelvelas miradas a él, sólo encuentra una estéril noción del ordenpresidiendo al desenvolvimiento de una civilización que vivió paratejerse un sudario y para edificar sus sepulcros: la sombra de un compástendiéndose sobre la esterilidad de la arena.

Las prendas del espíritu joven—el entusiasmo y laesperanza—

corresponden en las armonías de la historia, y la naturalezaal movimiento y a la luz.—A donde quiera que volváis los ojos, lasencontraréis como el ambiente natural de todas las cosas fuertes yhermosas. Levantadlos al ejemplo más alto:—La idea cristiana, sobre laque aún se hace pesar la acusación de haber entristecido la tierraproscribiendo la alegría del paganismo, es una inspiraciónesencialmente juvenil mientras no se aleja de su cuna. El cristianismonaciente es en la interpretación—que yo creo tanto más verdadera cuantomás poética—de Renán, un cuadro de juventud inmarcesible. De juventuddel alma, o, lo que es lo mismo, de un vivo sueño de gracia, de candor,se compone el aroma divino que flota sobre las lentas jornadas delMaestro al través de los campos de Galilea; sobre sus prédicas, que sedesenvuelven ajenas a toda penitente gravedad; junto a un lago celeste;en los valles abrumados de frutos; escuchadas por

«las aves del cielo» y«los lirios de los campos» con que se adornan las parábolas; propagandola alegría del «reino de Dios»

sobre una dulce sonrisa de laNaturaleza.—De este cuadro dichoso están ausentes los ascetas queacompañaban en la soledad las penitencias del Bautista. Cuando Jesúshabla de los que a él le siguen, los compara a los paraninfos de uncortejo de bodas.—Y es la impresión de aquel divino contento la que,incorporándose a la esencia de la nueva fe, se siente persistir altravés de la Odisea de los evangelistas; la que derrama en el espíritude las primeras comunidades cristianas su felicidad candorosa, suingenua alegría de vivir, y la que, al llegar a Roma con los ignoradoscristianos del Transtevere, les abre fácil paso en los corazones; porqueellos triunfaron oponiendo el encanto de su juventud interior—la de sualma embalsamada por la libación del vino nuevo—a la severidad de losestoicos y a la decrepitud de los mundanos.

Sed, pues, conscientes poseedores de la fuerza bendita que lleváisdentro de vosotros mismos. No creáis, sin embargo, que ella esté exentade malograrse y desvanecerse, como un impulso sin objeto, en larealidad. De la Naturaleza es la dádiva del precioso tesoro; pero es delas ideas que él sea fecundo o se prodigue vanamente, o fraccionado ydisperso en las conciencias personales, no se manifieste en la vida delas sociedades humanas

como

una

fuerza

bienhechora.—Un

escritor

sagazrastreaba ha poco en las páginas de la novela de nuestro siglo—esainmensa superficie especular donde se refleja toda entera la imagen dela vida en los últimos vertiginosos cien años—la psicología, losestados de alma de la juventud, tales como ellos han sido en lasgeneraciones que van desde los días de René hasta los que han vistopasar a Des Esseintes.—Su análisis comprobaba una progresivadisminución de juventud interior y de energía en la serie depersonajes representativos que se inicia con los héroes, enfermos, peroa menudo viriles y siempre intensos de pasión, de los románticos, ytermina con los enervados de voluntad y corazón, en quienes se reflejantan desconsoladoras manifestaciones del espíritu de nuestro tiempo comola del protagonista de À rebours o la del Robert Greslou de LeDisciple.—Pero comprobaba el análisis también un lisonjerorenacimiento de animación y de esperanza en la psicología de la juventudde que suele hablarnos una literatura que es quizá nuncio detransformaciones más hondas; renacimiento que personifican los héroesnuevos de Lemaître; de Wizewa, de Rod, y cuya más cumplidarepresentación lo sería tal vez el David Grieve con que ciertanovelista inglesa contemporánea ha resumido en un solo carácter todaslas penas y todas las inquietudes ideales de varias generaciones, parasolucionarlas en un supremo desenlace de serenidad y amor.

¿Madurará en la realidad esa esperanza? Vosotros, los que vais a pasar,como el obrero en marcha a los talleres que le esperan, bajo el pórticodel nuevo siglo, ¿reflejaréis quizá sobre el arte que os estudieimágenes más luminosas y triunfales que las que han quedado de nosotros?Si los tiempos divinos en que las almas jóvenes daban modelos para losdialoguistas radiantes de Platón sólo fueron posibles en una breveprimavera del mundo; si es fuerza «no pensar en los dioses», comoaconseja la Forquias del segundo «Fausto» al coro de cautivas, ¿no nosserá lícito, a lo menos, soñar con la aparición de generaciones humanasque devuelvan a la vida un sentido ideal, un grande entusiasmo; en lasque sea un poder el sentimiento; en las que una vigorosa resurrección delas energías de la voluntad ahuyente, con heroico clamor, del fondo delas almas, todas las cobardías morales que se nutren a los pechos de ladecepción y de la duda? ¿Será de nuevo la juventud una realidad de lavida colectiva, como lo es de la vida individual?

Tal es la pregunta que me inquieta mirándoos. Vuestras primeras páginas,las confesiones que nos habéis hecho hasta ahora de vuestro mundoíntimo, hablan de indecisión y de estupor a menudo; nunca deenervación, ni de un definitivo quebranto de la voluntad. Yo sé bien queel entusiasmo es una surgente viva en vosotros. Yo sé bien que las notasde desaliento y de dolor, que la absoluta sinceridad delpensamiento—virtud todavía más grande que la esperanza—ha podido hacerbrotar de las torturas de vuestra meditación, en las tristes einevitables citas de la Duda, no eran indicio de un estado de almapermanente ni significaron en ningún caso vuestra desconfianza respectode la eterna virtualidad de la Vida.

Cuando un grito de angustia haascendido del fondo de vuestro corazón, no lo habéis sofocado antes depasar por vuestros labios, con la austera y muda altivez del estoico enel suplicio, pero lo habéis terminado con una invocación al ideal quevendrá, con una nota de esperanza mesiánica.

Por lo demás, al hablaros del entusiasmo y la esperanza como de altas yfecundas virtudes, no es mi propósito enseñaros a trazar la líneainfranqueable que separe el escepticismo de la fe, la decepción de laalegría. Nada más lejos de mi ánimo que la idea de confundir con losatributos naturales de la juventud, con la graciosa espontaneidad de sualma, esa indolente frivolidad del pensamiento que, incapaz de ver másque el motivo de un juego en la actividad, compra el amor y el contentode la vida al precio de su incomunicación con todo lo que pueda hacerdetener el paso ante la faz misteriosa y grave de las cosas.—No es eseel noble significado de la juventud individual, ni ese tampoco el de lajuventud de los pueblos.—Yo he conceptuado siempre vano el propósito delos que constituyéndose en avizores vigías del destino de América, encustodios de su tranquilidad, quisieran sofocar, con temeroso recelo,antes de que llegase a nosotros, cualquiera resonancia del humanodolor, cualquier eco venido de literaturas extrañas que, por triste oinsano, ponga en peligro la fragilidad de su optimismo.—Ninguna firmeeducación de la inteligencia puede fundarse en el aislamiento candorosoo en la ignorancia

voluntaria.

Todo

problema

propuesto

al

pensamientohumano por la Duda; toda sincera reconvención que sobre Dios o laNaturaleza se fulmine, del seno del desaliento y el dolor, tienenderecho a que les dejemos llegar a nuestra conciencia y a que losafrontemos. Nuestra fuerza de corazón ha de probarse aceptando el retode la Esfinge y no esquivando su interrogación formidable.—No olvidéis,además, que en ciertas amarguras del pensamiento hay, como en susalegrías, la posibilidad de encontrar un punto de partida para laacción; hay a menudo sugestiones fecundas. Cuando el dolor enerva,cuando el dolor es la irresistible pendiente que conduce al marasmo oel consejero pérfido que mueve a la abdicación de la voluntad, lafilosofía que le lleva en sus entrañas es cosa indigna de almas jóvenes.Puede entonces el poeta calificarle de «indolente soldado que militabajo las banderas de la muerte». Pero cuando lo que nace del seno deldolor es el anhelo varonil de la lucha para conquistar o recobrar elbien que él nos niega, entonces es un acerado acicate de la evolución,es el más poderoso impulso de la vida; no de otro modo que como elhastío, para Helvecio, llega a ser la mayor y más preciosa de todas lasprerrogativas humanas,

desde

el

momento

en

que,

impidiendo

enervarsenuestra sensibilidad en los adormecimientos del ocio, se convierte en elvigilante estímulo de la acción.

En tal sentido, se ha dicho bien que hay pesimismos que tienen lasignificación de un optimismo paradógico. Muy lejos de suponer larenuncia y la condenación de la existencia, ellos propagan, con sudescontento de lo actual, la necesidad de renovarla. Lo que a lahumanidad importa salvar contra toda negación pesimista, es, no tanto laidea de la relativa bondad de lo presente, sino la de la posibilidad dellegar a un término mejor por el desenvolvimiento de la vida, apresuradoy orientado mediante esfuerzo de los hombres. La fe en el porvenir, laconfianza en la eficacia del esfuerzo humano, son el antecedentenecesario de toda acción enérgica y de todo propósito fecundo. Tal es larazón por la que he querido comenzar encareciéndoos la inmortalexcelencia de esa fe que, siendo en la juventud un instinto, no debenecesitar seros impuesta por ninguna enseñanza, puesto que laencontraréis indefectiblemente dejando actuar en el fondo de vuestro serla sugestión divina de la Naturaleza.

Animados por ese sentimiento, entrad, pues, a la vida, que os abre sushondos horizontes, con la noble ambición de hacer sentir vuestrapresencia en ella desde el momento en que la afrontéis con la altivamirada del conquistador.—Toca al espíritu juvenil la iniciativa audaz,la genialidad innovadora.—Quizá universalmente, hoy, la acción y lainfluencia de la juventud son en la marcha de las sociedades humanasmenos efectivas e intensas que debieran ser. Gastón Deschamps lo hacíanotar en Francia, hace poco, comentando la iniciación tardía de lasjóvenes generaciones, en la vida pública y la cultura de aquel pueblo, yla escasa originalidad con que ellas contribuyen al trazado de las ideasdominantes. Mis impresiones del presente de América, en cuanto ellaspueden tener un carácter general a pesar del doloroso aislamiento en queviven los pueblos que la componen, justificarían acaso una observaciónparecida.—Y sin embargo, yo creo ver expresada en todas partes lanecesidad de una activa revelación de fuerzas nuevas; yo creo queAmérica necesita grandemente de su juventud.—He ahí por qué os hablo.He ahí por qué me interesa extraordinariamente la orientación moral devuestro espíritu. La energía de vuestra palabra y vuestro ejemplo puedellegar hasta incorporar las fuerzas vivas del pasado a la obra delfuturo. Pienso con Michelet que el verdadero concepto de la educación noabarca sólo la cultura del espíritu de los hijos por la experiencia delos padres, sino también, y con frecuencia mucho más, la del espíritu delos padres por la inspiración innovadora de los hijos.

Hablemos, pues, de cómo consideraréis la vida que os espera.

La divergencia de las vocaciones personales imprimirá diversos sentidosa vuestra actividad, y hará predominar una disposición, una aptituddeterminada, en el espíritu de cada uno de vosotros.—Los unos seréishombres de ciencia; los otros seréis hombres de arte; los otros seréishombres de acción.—

Pero por encima de los afectos que hayan devincularos individualmente a distintas aplicaciones y distintos modos dela vida, debe velar, en lo íntimo de vuestra alma, la conciencia de launidad fundamental de nuestra naturaleza, que exige que cada individuohumano sea, ante todo y sobre todo, otra cosa, un ejemplar no mutiladode la humanidad, en el que ninguna noble facultad del espíritu quedeobliterada y ningún alto interés de todos

pierda

su

virtud

comunicativa.Antes

que

las

modificaciones de profesión y de cultura, está elcumplimiento del destino común de los seres racionales. «Hay unaprofesión universal,

que

es

la

de

hombre»,

ha

dicho

admirablementeGuyau. Y Renán, recordando, a propósito de las civilizacionesdesequilibradas y parciales, que el fin de la criatura humana no puedeser exclusivamente saber, ni sentir, ni imaginar, sino ser real yenteramente humana, define el ideal de perfección a que ella debeencaminar sus energías como la posibilidad de ofrecer en un tipoindividual un cuadro abreviado de la especie.

Aspirad, pues, a desarrollar en lo posible, no un solo aspecto, sino laplenitud de vuestro ser. No os encojáis de hombros delante de ningunanoble y fecunda manifestación de la naturaleza humana, a pretexto de quevuestra organización individual os liga con preferencia amanifestaciones diferentes.

Sed espectadores atentos allí donde nopodáis ser actores.—

Cuando cierto falsísimo y vulgarizado concepto dela educación, que la imagina subordinada exclusivamente al finutilitario, se empeña en mutilar, por medio de ese utilitarismo y de unaespecialización prematura, la integridad natural de los espíritus, yanhela proscribir de la enseñanza todo elemento desinteresado e ideal,no repara suficientemente en el peligro de preparar para el porvenirespíritus estrechos que, incapaces de considerar más que el únicoaspecto de la realidad con que estén inmediatamente en contacto, viviránseparados por helados desiertos de los espíritus que, dentro de la mismasociedad, se hayan adherido a otras manifestaciones de la vida.

Lo necesario de la consagración particular de cada uno de nosotros a unaactividad determinada, a un solo modo de cultura, no excluye,ciertamente, la tendencia a realizar, por la íntima armonía delespíritu, el destino común de los seres racionales.

Esa actividad, esacultura, serán sólo la nota fundamental de la armonía.—El verso célebreen que el esclavo de la escena antigua afirmó que, pues era hombre, nole era ajeno nada de lo humano, forma parte de los gritos que, por susentido inagotable, resonarán eternamente en la conciencia de lahumanidad. Nuestra capacidad de comprender, sólo debe tener por límitela imposibilidad de comprender a los espíritus estrechos. Ser incapaz dever de la Naturaleza más que una faz; de las ideas e intereses humanosmás que uno solo, equivale a vivir envuelto en una sombra de sueñohoradada por un solo rayo de luz. La intolerancia, el exclusivismo, quecuando nacen de la tiránica absorción de un alto entusiasmo, deldesborde de un desinteresado propósito ideal, pueden merecerjustificación y aun simpatía,

se

convierten

en

la

más

abominable

de

lasinferioridades cuando, en el círculo de la vida vulgar, manifiestan lalimitación de un cerebro incapacitado para reflejar más que una parcialapariencia de las cosas.

Por desdicha, es en los tiempos y las civilizaciones que han alcanzadouna completa y refinada cultura donde el peligro de esa limitación delos espíritus tiene una importancia más real y conduce a resultados mástemibles. Quiere, en efecto, la ley de evolución, manifestándose en lasociedad como en la Naturaleza por una creciente tendencia a laheterogeneidad, que, a medida que la cultura general de las sociedadesavanza, se limite correlativamente la extensión de las aptitudesindividuales y haya de ceñirse el campo de acción de cada uno a unaespecialidad más restringida. Sin dejar de constituir una condiciónnecesaria de progreso, ese desenvolvimiento del espíritu deespecialización trae consigo desventajas visibles, que no se limitan aestrechar el horizonte de cada inteligencia, falseando necesariamente suconcepto del mundo, sino que alcanzan y perjudican, por la dispersión delas afecciones y los hábitos individuales, al sentimiento de lasolidaridad.—Augusto Comte ha señalado bien este peligro de lascivilizaciones avanzadas. Un alto estado de perfeccionamiento socialtiene para él un grave inconveniente en la facilidad con que suscita laaparición de espíritus deformados y estrechos; de espíritus

«muy capacesbajo un aspecto único y monstruosamente inepto bajo todos los otros». Elempequeñecimiento de un cerebro humano por el comercio continuo de unsolo género de ideas, por el ejercicio indefinido de un solo modo deactividad, es para Comte un resultado comparable a la mísera suerte delobrero a quien la división del trabajo de taller obliga a consumir en lainvariable operación de un detalle mecánico todas las energías de suvida. En uno y otro caso, el efecto moral es inspirar una desastrosaindiferencia por el aspecto general de los intereses de la humanidad. Yaunque esta especie de automatismo humano—

agrega el pensadorpositivista—no constituye felizmente sino la extrema influenciadispersiva del principio de especialización, su realidad, ya muyfrecuente, exige que se atribuya a su apreciación una verdaderaimportancia[A].

[A] A. Comte: Cours de philosophie positive. Tomo IV, pág.430, 2.ª

edición.

No menos que a la solidez, daña esa influencia dispersiva a la estética de la estructura social.—La belleza incomparable de Atenas,lo imperecedero del modelo legado por sus manos d