, Chipre y Samos.Sonrojóse la mozuela; admitió el Franciscano el convite, y le siguióla muchacha mirando á Candido pasmada y confusa, y vertiendo algunaslágrimas. Apénas entró la mozuela en el aposento de Candido, le dixo:¿Pues que, ya no conoce el señor Candido á Paquita? Candido que oyóestas palabras, y que hasta entónces no la habia mirado con atencion,porque solo en Cunegunda pensaba, le dixo: ¡Ha, pobre chica! ¿con quetú eres la que puso al doctor Panglós en el lindo estado en que le vi?¡Ay, señor! yo propia soy, dixo Paquita; ya veo que está vm. informadode todo. Supe las desgracias horrorosas que sucediéron á la señorabaronesa y á la hermosa Cunegunda, y júrole á vm.
que no ha sido ménosadversa mi estrella. Quando vm. me vió era yo una inocente; y uncapuchino, que era mi confesor, me engañó con mucha facilidad: lasresultas fuéron horribles, y me vi precisada á salir de la quinta,poco después que le echó á vm. el señor baron á patadas en el trasero.Si no hubiera tenido lástima de mi un, médico famoso, me hubieramuerto; por agradecérselo, fui un poco de tiempo la querida del talmédico: y su muger, que estaba endiablada de zelos, me aporreaba sinmisericordia todos los días. Era ella una furia, el mas feo el de loshombres, y yo la mas sin ventura de las mugeres, aporreada sin cesarpor un hombre á quien no podía ver. Bien sabe vm., señor, los peligrosque corre una muger vinagre que lo es de un médico: aburrido el mío delos rompimientos de cabeza de su muger, un dia para curarla de unresfriado le administró un remedio tan eficaz, que en menos de doshoras se murió en horrendas convulsiones. Los parientes de la difuntaformáron causa criminal al doctor, el qual se escapó, y á mi memetiéron en la cárcel; y si no hubiera sido algo bonita, DO me hubierasacado á salvamento mi inocencia. El juez me declaró libre, con lacondicion de ser el sucesor del médico; y muy en breve me sustituyóotra, y fuí despedida sin darme un quarto, y forzada á emprender esteabominable oficio, que á vosotros los hombres os parece tan gustoso,y que para nosotras es un piélago de desventuras. Víneme á exercitarmi profesion á Venecia. Ha, señor, si se figurara vm. qué cosa taninaguantable es halagar sin diferencia al negociante viejo, alletrado, al frayle, al gondolero, y al abate; estar expuesta á tantoinsulto, á tantos malos tratamientos; verse á cada paso obligada ápedir prestado un guardapesillo para que se le remangue á una unhombre asqueroso; robada por este de lo que ha ganado con aquel,estafada por los alguaciles, y sin tener otra perspectiva que unahorrible vejez, un hospital y un muladar, confesaria que soy la masmalbadada criatura de este mundo. Así descubria Paquita su corazon albuen Candido, en su gabinete, á presencia de Martin, el qual dixo: Yallevo ganada, como vm. ve, la mitad de la apuesta.
Habíase quedado fray Hilarion en la sala de comer, bebiendo un tragomiéntras servian la comida. Candido le dixo á Paquita: Pues siparecias tan alegre y tan contenta quando te encontré; si cantabas yhalagabas al diaguino con tanta naturalidad, que te tuve por tan felizcomo dices que eres desdichada. Ha, señor, respondió Paquita, esa esotra de las lacras de nuestro oficio. Ayer me robó y me aporreó unoficial, y hoy tengo que fingir que estoy alegre para agradar á unfrayle.
No quiso Candido oir mas, y confesó que Martin tenia razón. Sentáronseluego á la mesa con Paquita y el frayle Francisco; fué bastante alegrela comida, y de sobremesa habláron con alguna confianza.
DíxoleCandido al frayle: Paréceme, padre, que disfruta Vuestra Reverenciade una suerte envidiable. En su semblante brilla la salud y larobustez, su fisonomía indica el bien-estar, tiene una muy linda mozapara su recreo, y me parece muy satisfecho con su hábito de diaguino.Por Dios santo, caballero, respondió fray Hilarion, que quisiera quetodos los Franciscanos estuvieran en el quinto infierno, y que milveces me han dado tentaciones de pegar fuego al convento, y dehacerme Turco. Quando tenia quince años, mis padres, por dexar mascaudal á un maldito hermano mayor (condenado el sea), me obligáron átomar este exêcrable hábito. El convento es un nido de zelos, derencillas y de desesperacion. Verdad es que por algunas malasmisiones de quaresma que he predicado, me han dado algunos quartos,que la mitad me ha robado el guardian: lo restante me sirve paramantener mozas; pero quando por la noche entro en mi celda, me danimpulsos de romperme la cabeza contra las paredes, y lo mismo sucede átodos los demas religiosos.
Volviéndose entónces Martin á Candido con su acostumbrado relente, ledixo: ¿Qué tal? ¿he ganado, ó no, la apuesta? Candido regaló dos milduros á Paquita, y mil á fray Hilarion. Yo fío, dixo, que con estedinero serán felices.
Pues yo fío lo contrario, dixo Martin, que con esos miles los hará vm.más infelices todavía. Sea lo que fuere, dixo Candido, un consuelotengo, y es que á veces encuentra uno gentes que creía no encontrarnunca; y muy bien, podrá suceder que después de haber topado á micarnero encarnado y á Paquita, me halle un dia de manos á boca conCunegunda. Mucho deseo, dixo Martin, que sea para la mayor felicidadde vm.; pero se me hace muy cuesta arriba. Malas creederas tiene vm.,respondió Candido. Consiste en que he vivido mucho, replicó Martin.¿Pues no ve vm. esos gondoleros, dixo Candido, que no cesan de cantar?Pero no los ve vm. en su casa con sus mugeres y sus chiquillos, repusoMartin. Sus pesadumbres tiene el Dux, y los gondoleros las suyas.Verdad es que pesándolo todo, mas feliz suerte que la del Dux es ladel gondolero; pero es tan poca la diferencia, que no merece la penade un detenido exâmen. Me han hablado, dixo Candido, del senadorPococurante, que vive en ese suntuoso palacio situado sobre el Brenta,y que agasaja mucho á los forasteros; y dicen que es un hombre quenunca ha sabido qué cosa sea tener pesadumbre.
Mucho diera por ver unente tan raro, dixo Martin. Sin mas dilación mandó Candido á pedirlicencia al señor Pococurante para hacerle una visita el diasiguiente.
CAPITULO XXV.
Que da cuenta de la visita que hiciéron Martin y Candido al señorPococurante, noble veneciano.
Emarcaronse Candido y Martin en una gondola, y fuéron por el Brenta alpalacio del noble Pococurante.
Los jardines eran amenos y ornados conhermosas estatuas de mármol, el palacio de magnífica fábrica, y eldueño un hombre como de sesenta años, y muy rico. Recibió á los doscuriosos forasteros con mucha urbanidad, pero sin mucho cumplimiento;cosa que intimidó á Candido, y no le pareció mal á Martin.
Al instante dos muchachas bonitas y muy aseadas sirviéron elchocolate: Candido no pudo ménos de elogiar sus gracias y suhermosura. No son malas chicas, dixo el senador; algunas veces mandoque duerman conmigo, porque estoy aburrido de las señoras del pueblo,de su retrechería, sus zelos, sus contiendas, su mal genio, susnimiedades, su vanidad, sus tonterías, y mas aun de los sonetos quetiene uno que hacer ó mandar hacer en elogio suyo: mas con todo yaempiezan á fastidiarme estas muchachas.
Despues de almorzar, se fuéron á pasear á una espaciosa galería, ypasmado Candido de la hermosura de las pinturas, preguntó de quémaestro eran las dos primeras. Son de Rafael, dixo el senador, y lascompré muy caras por vanidad, algunos años ha; dicen que son la cosamas hermosa que tiene Italia, pero á mi no me gustan: los colores sonmuy denegridos, las figuras no están bien perfiladas, ni salen lobastante del plano; los ropages no se parecen en nada á la ropa devestir; y en una palabra, digan lo que quisieren, yo no alcanzo á veraquí una feliz imitacion de la naturaleza, y no daré mi aprobacion áun quadro hasta que me retrate la propia naturaleza; pero no los hayde esta especie. Yo tengo muchos, pero no miro á uno siquiera.
Pococurante, ántes de comer, mandó que le dieran un concierto: lamúsica le pareció deliciosa á Candido.
Bien puede este estruendo,dixo Pococurante, divertir cosa de media hora; pero quando dura mas, átodo el mundo cansa, puesto que nadie se atreve á confesarlo. Lamúsica del dia no es otra cosa que el arte de executar cosasdificultosas, y lo que no es mas que difícil no gusta mucho tiempo.Mas me agradaría la ópera, si no hubieran atinado con el arte deconvertirla en un monstruo que me repugna. Vaya quien quisiere á vermalas tragedias en música, cuyas escenas no paran en mas que en traeral estricote dos ó tres ridiculas coplas donde lucen los gorgeos deuna cantarina; saboréese otro en oir á un tiple tararear el papel deCésar ó Caton, y pasearse en afeminados pasos por las tablas: yo pormí, muchos años hace que no veo semejantes majaderías de que tantose ufana hoy la Italia, y que tan caras pagan los soberanosextrangeros. Candido contradixo un poco, pero con prudencia; y Martinfué en todo del dictámen del senador.
Sentáronse á la mesa, y después de una opípara comida entráron en labiblioteca. Candido que vió un Homero magníficamente enquadernado,alabó mucho el fino gusto de Su Ilustrísima. Este es el libro, dixo,que era las delicias de Panglós, el mejor filósofo de Alemania. Puesno es las mias, dixo con mucha frialdad Pococurante: en otro tiempo mehabían hecho creer que tenia mucho gusto en leerle; pero la repeticionno interrumpida de batallas que todas son parecidas, aquellos Diosessiempre en accion, y que nunca hacen cosa ninguna decisiva; aquellaHelena, causa de la guerra, y que apénas tiene accion en el poema;aquella Troya siempre sitiada, y nunca tomada: todo esto me causaba unfastidio mortal. Algunas veces he preguntado á varios hombres doctossi los aburria esta lectura tanto como á mí; y todos los que hablabansinceramente me han confesado que se les caía el libro de las manos,pero que era indispensable tenerle en su biblioteca, como unmonumento de la antigüedad, ó como una medalla enmohecida que no es yamateria de comercio.
No piensa así Vueselencia de Virgilio, dixo Candido. Convengo, dixoPococurante, en que el segundo, el quarto y el sexto libro de suEneyda son excelentes; mas por lo que hace á su pío Eneas, al fuerteCloanto, al amigo Acates, al niño Ascanio, al tonto del rey Latino, ála zafia Amata, y á la insulsa Lavinia, creo que no hay cosa mas friani mas desagradable: y mas me gusta el Taso, y las novelas paraarrullar criaturas del Ariosto.
¿Me hará Su Excelencia el gusto de decirme, repuso Candido, si no letiene muy grande en la lectura de Horacio? Máxîmas hay en él, dixoPococurante, que pueden ser útiles á un hombre de mundo, y quereducidas á enérgicos versos se graban con facilidad en la memoria;pero no me curo ni de su viage á Brindis, ni de su descripcion de unamala comida, ni de la disputa digna de unos mozos de esquina entre nosé qué Rupilo, cuyas razones, dice,
estaban llenas de podre
, ylas de su contrincante
llenas de vinagre
. Sus groseros versoscontra viejas y hechiceras los he leido con mucho asco; y no veo quémérito tiene decir á su amigo Mecenas, que si le pone en el catálogode poetas líricos, tocará á los astros con su erguida frente. A lostontos todo los maravilla en un autor apreciado; pero yo, que leo paramí solo, no apruebo mas que lo que me da gusto. Candido, que se habiacriado no juzgando de nada por sí propio, estaba muy atónito con todoquanto oía; y á Martin le parecía el modo de pensar de Pococurante muyconforme á razón.
¡Ha! aquí hay un Cicerón, dixo Candido: sin duda no se cansaVueselencia de leerle. Nunca le leo, respondió el Veneciano. ¿Quétengo yo con que haya defendido á Rabirio ó á Cluencio? Sobradospleytos tengo sin esos que fallar. Mas me hubieran agradado sus obrasfilosóficas; pero quando he visto que de todo dudaba, he inferido quelo mismo sabia yo que él, y que para ser ignorante á nadie necesitaba.
¡Hola! ochenta tomos de la academia de ciencias; algo bueno podráhaber en ellos, exclamó Martin. Sí que lo habría, dixo Pococurante, siuno de los autores de ese fárrago hubiese inventado siquiera el artede hacer alfileres; pero en todos esos libros no se hallan mas quesistemas vanos, y ninguna cosa útil.
¡Quantas composiciones teatrales estoy viendo, dixo Candido, enitaliano, en castellano y en francés! Así es verdad, dixo el senador;de tres mil pasan, y no hay treinta buenas. Lo que es esasrecopilaciones de sermones que todos juntos no equivalen á una páginade Séneca, y todos esos librotes de teología, ya se presumen vms. queno los abro nunca, ni yo ni nadie.
Reparó Martin en unos estantes cargados de libros ingleses. Bien creo,dixo, que un republicano se recrea con la mayor parte de estas obrascon tanta libertad escritas. Sí, respondió Pococurante, bella cosa esescribir lo que se siente; que es la prerogativa del hombre. Ennuestra Italia toda solo se escribe lo que no se siente, y no sonosados los moradores de la patria de los Césares y los Antoninos áconcebir una idea sin la venia de un Domínico. Mucho me contentaria lalibertad que á los ingenios ingleses inspira, si no estragaran lapasión y el espíritu de partido quantas dotes apreciables aquellatiene.
Reparando Candido en un Milton, le preguntó si tenia por un hombresublime á este autor. ¿A quién? dixo Pococurante: ¿á ese bárbaro queen diez libros de duros versos ha hecho un prolixo comento delGénesis? ¿á ese zafio imitador de los Griegos, que desfigura lacreacion, y miéntras que pinta Moises al eterno Ser criando el mundopor su palabra, hace que coja el Mesías en un armario del cielo uninmenso compás para trazar su obra? ¡Yo, estimar á quien ha echado áperder el infierno y el diablo del Taso; á quien disfraza á Lucifer,unas veces de sapo, otras de pigmeo, le hace repetir cien veces lasmismas razones, y disputar sobre teología; á quien imitando seriamentela cómica invencion de las armas de fuego del Ariosto, representa álos diablos tirando cañonazos en el cielo! Ni yo, ni nadie en Italiaha podido gustar de todas esas tristes extravagancias. Las bodas delPecado y la Muerte, y las culebras que pare el Pecado provocan ávomitar á todo hombre de gusto algo delicado; y su prolixa descripcionde un hospital solo para un enterrador es buena. Este poema obscuro,estrambótico y repugnante, fue despreciado en su cuna, y yo le tratohoy como le tratáron en su patria sus coetáneos. Por lo demas, yo digomi dictámen sin curarme de si los demas piensan como yo. Candidoestaba muy afligido con estas razones, porque respetaba á Homero, y nole desagradaba Milton. ¡Ay! dixo en voz baxa á Martin, mucho me temoque profese este hombre un profundo desprecio á nuestros poetastudescos. Poco inconveniente seria, replicó Martin. ¡O qué hombre tansuperior, decía entre dientes Candido, qué ingenio tan divino estePococurante! ninguna cosa le agrada.
Hecho el escrutinio de todos los libros, baxáron al jardín, y Candidoalabó mucho todas sus preciosidades.
No hay una cosa de peor gusto,dixo Pococurante, aquí no tenemos otra cosa que fruslerías; bien esque mañana voy á disponer que me planten otro por un estilo mas noble.
Despidiéronse en fin ámbos curiosos de Su Excelencia, y al volverse ásu casa dixo Candido á Martin: Confiese vm. que el señor Pococurantees el mas feliz de los humanos, porque es un hombre superior á todoquanto tiene.
¿Pues no considera vm., dixo Martin, que está aburrido de quantotiene? Mucho tiempo ha que dixo Platon que no son los mejoresestómagos los que vomitan todos los alimentos. ¿Pero no es un gusto,respondió Candido, criticarlo todo, y hallar defectos donde los demassolo perfecciones encuentran? Eso es lo mismo, replicó Martin, quedecir que es mucho gusto no tener gustos. Segun eso, dixo Candido, nohay otro hombre feliz que yo, quando vuelva á ver á mi Cunegunda.Buena cosa es la esperanza, respondió Martin.
Corrian en tanto los dias y las semanas, y Cacambo no parecia, yestaba Candido tan sumido en su pesadumbre, que ni siquiera notó queno habian venido á darle las gracias fray Hilarion ni Paquita.
CAPITULO XXVI.
Que da cuenta de como Candido y Martin cenáron con unosextranjeros, y quien eran estos.
Un dia, yendo Candido y Martin á sentarse á la mesa con los forasterosalojados en su misma posada, se acercó por detras al primero uno quetenia una cara de color de hollin de chimenca, el qual, agarrándoledel brazo, le dixo: Dispóngase vm. á venirse con nosotros, y no sedescuide. Vuelve Candido el rostro, conoce á Cacambo; solo la vista deCunegunda le hubiera podido causar mas extrañeza y mas contento. Pocole faltó para volverse loco de alegría; y dando mil abrazos á su caroamigo, le dixo: ¿Con que sin duda está contigo Cunegunda? ¿donde está?llévame á verla, y á morir de gozo á sus plantas. Cunegunda no estáaquí, dixo Cacambo, que está en Constantinopla.—¡Dios mio, enConstantinopla! pero aunque estuviera en la China, voy allá volando:vamos. Despues de cenar nos irémos, respondió Cacambo: no puedo decirá vm. mas, que soy esclavo, y me está esperando mi amo, y así esmenester que le vaya á servir á la mesa: no diga vm. una palabra;cene, y esté aparejado.
Preocupado Candido de júbilo y sentimiento, gozoso por haber vuelto áver á su fiel agente, atónito de verle esclavo, rebosando en laalegría de encontrar á su amada, palpitándole el pecho, y vacilante surazon, se sentó á la mesa con Martin, el qual sin inmutarsecontemplaba todas estas aventuras, y con otros seis extrangeros quehabian venido á pasar el carnaval á Venecia.
Cacambo, que era el copero de uno de los extrangeros, arrimándose á suamo al fin de la comida, le dixo al oido: Señor, Vuestra Magestadpuede irse quando quisiere, que el buque está pronto; y se fué dichasestas palabras. Atónitos los convidados se miraban sin chistar, quandollegándose otro sirviente á su amo, le dixo: Señor, el coche deVuestra Magestad está en Padua, y el barco listo. El amo hizo unaseña, y se fué el criado.
Otra vez se miráron á la cara losconvidados, y creció el asombro. Arrimándose luego el tercer criado áotro extrangero, le dixo: Señor, créame Vuestra Magestad, que no sedebe detener mas aquí; yo voy á disponerlo todo, y desapareció.
Entónces no dudáron Candido ni Martin de que era mogiganga decarnaval. El quarto criado dixo al quarto amo: Vuestra Magestad sepodrá ir quando quiera, y se salió lo mismo que los demas. Otro tantodixo el criado quinto al quinto amo; pero el sexto se explicó de muydiferente modo con el sexto forastero, que estaba al lado de Candido,y le dixo: A fe, Señor, que nadie quiere fiar un ochavo á VuestraMagestad, ni á mi tampoco, y que esta misma noche pudiera ser muy bienque nos metieran en la cárcel, y así voy á ponerme en salvo: quédesecon Dios Vuestra Magestad.
Habiéndose marchado todos los criados, se quedáron en alto silencioCandido, Martin y los seis forasteros.
Rompióle al fin Candido,diciendo: Cierto, señores, que es donosa la burla; ¿porqué son todosvms. reyes?
Yo por mi declaro que ni el señor Martin ni yo lo somos.Respondiendo entónces con mucha dignidad el amo de Cacambo, dixo enitaliano: Yo no soy un bufon; mi nombre es Acmet III; he sido granSultan por espacio de muchos años; habia destronado á mi hermano, y misobrino me na destronado á mí; á mis visires les han cortado lacabeza, y yo acabo mis dias en el serrallo viejo. Mi sobrino el granSultan Mahamud me da licencia para viajar de quando en quando pararestablecer mi salud; y he venido á pasar el carnaval á Venecia.
Después de Acmet habló un mancebo que junto á el estaba, y dixo: Yo mellamo Ivan, he sido emperador de toda la Rusia, y destronado en lacuna. Mi padre y mi madre fuéron encarcelados, y á mi me criáron enuna cárcel. Algunas veces me dan licencia para viajar en compañía demis alcaydes; y he venido á pasar el carnaval á Venecia.
Dixo luego el tercero: Yo soy Carlos Eduardo, rey de Inglaterra,habiéndome cedido mi padre sus derechos á la corona. He peleado porsustentarlos; á ochocientos partidarios mios les han arrancado elcorazon, y les han sacudido con el en la cara: á mi me han tenidopreso, y ahora voy á ver al Rey mi padre á Roma, el qual ha sidodestronado así como mi abuelo, y así como yo; y he venido á pasar elcarnaval á Venecia.
Habló entónces el quarto, y dixo: Yo soy rey de los Polacos; la suertede la guerra me ha privado de mis estados hereditarios; los mismoscontratiempos ha sufrido mi padre: me resigno á los decretos de laProvidencia, como hacen el sultan Acmet, el emperador Ivan, y el reyCarlos Eduardo, que Dios guarde dilatados años; y he venido á pasar elcarnaval á Venecia.
Dixo despues el quinto: Tambien yo soy rey de los Polacos, y dos veceshe perdido mi reyno; pero la Providencia me ha dado otro estado, en elqual he hecho mas bienes que quantos han podido hacer en las riberasdel Vistula todos los reyes de la Sarmacia juntos: tambien me resignoá los juicios de la Providencia; y he venido á pasar el carnaval áVenecia.
Habló por último el sexto monarca, y dixo: Caballeros, yo no soy tangran señor como vms., mas al cabo rey he sido como el mas pintado: minombre es Teodoro; fuí electo rey en Córcega, me daban magestad,
y ahora apénas se dignan de decirme
su merced
:he hecho acuñar moneda, y no tengo un maravedí; tenia dos secretariosde estado, y apénas me queda un lacayo; me he visto en un trono, y heestado mucho tiempo en Londres en una cárcel acostado sobre paja; y merezelo que me suceda aquí lo mismo, puesto que he venido, comoVuestras Magestades, á pasar el carnaval á Venecia.
Escucháron con magnánima compasion los otros cinco monarcas esterazonamiento, y dió cada uno veinte zequíes al rey Teodoro para quecomprase vestidos y ropa blanca. Candido le regaló un brillante de dosmil zequíes. ¿Quién es este particular, dixéron los cinco reyes, quepuede hacer una dádiva cien veces mas quantiosa que qualquiera denosotros, y que efectivamente la hace?
Al levantarse de la mesa, llegáron á la misma posada quatro AltezasSerenísimas que tambien habian perdido sus estados por los acasos dela guerra, y venian á pasar lo restante del carnaval á Venecia; perone se informó siquiera Candido de las aventuras de los recien-venidos,no pensando en mas que en ir á buscar á su amada Cunegunda áConstantinopla.
CAPITULO XXVII.
Del viage de Candido á Constantinopla.
Ya el fiel Cacambo había concertado con el capitan turco que habia dellevar á Constantinopla al sultan Acmet, que tomara á bordo á Candidoy á Martin; y ámbos se embarcáron, habiéndose postrado primero ante sumiserable Alteza. Candido en el camino decia á Martin: ¡Con que hemoscenado con seis reyes destronados, y de los seis á uno he tenido quedarle tina limosna! Acaso hay otros muchos príncipes mas desgraciados.Yo á la verdad no he perdido mas que cien carneros, y voy á descansarde mis fatigas en brazos de Cunegunda. Razon tenia Panglós, amadoMartin, todo está bien. Sea enhorabuena, dixo Martin.
Increibleaventura es empero, continuó Candido, la que en Venecia nos hasucedido; porque nunca se ha visto ni oido cosa tal como cenar juntosen la misma posada seis monarcas destronados. No es eso cosa masextraordinaria, replicó Martin, que otras muchas que nos han sucedido.Con mucha freqüencia sucede que un rey sea destronado; y por lo querespeta á la honra que hemos tenido de cenar con ellos, eso es unafriolera que ni siquiera mentarse merece.
Apénas estaba Candido en el navío, se arrojó en brazos de su criadoantiguo y su amigo Cacambo. ¿Y pues, le dixo, qué hace Cunegunda?¿es todavía un portento de beldad? ¿me quiere aun? ¿cómo está? Sinduda que le has comprado un palacio en Constantinopla. Señor mi amo,le respondió Cacambo, Cunegunda está fregando platos á orillas de laPropontis, en casa de un príncipe que tiene poquísimos platos, porquees esclava de un soberano antiguo llamado Ragotski, á quien da elgran Turco tres duros diarios en su asilo; y lo peor es que ha perdidosu hermosura, y que está horrorosa de puro fea. ¡Ay! fea ó hermosa,dixo Candido, yo soy hombre de bien, y mi obligacion es quererlasiempre. ¿Pero cómo se puede encontrar en tan miserable estado con elmillón de duros que tu le llevaste? Bueno está eso, respondióCacambo: ¿pues no tuve que dar doscientos mil al señor Don Fernandode Ibarra, Figueroa, Mascareñas, Lampurdan y Souza, gobernador deBuenos-Ayres, para alcanzar su licencia de traerme á Cunegunda? ¿y nonos ha robado un pirata todo quanto nos había quedado? ¿No nos haconducido dicho pirata al cabo de Matapan, á Milo, á Nicaria, á Samos,á Petri, á los Dardanelos, á Mármara y á Escutari? Cunegunda y lavieja estan sirviendo al príncipe que llevo dicho, y yo soy esclavodel sultan destronado. ¡Quanta espantosa calamidad encadenada una conotra! dixo Candido. Al cabo aun me quedan algunos diamantes, y confacilidad rescataré á Cunegunda. ¡Que lástima es que esté tan fea!Volviéndose luego á Martin, le dixo: ¿Quién piensa vm. que es masdigno de compasion, el emperador Acmet, el emperador Ivan, el reyCarlos Eduardo, ó yo? No lo sé, dixo Martin, y menester fuera hallarmedentro del pecho de vms. para saberlo. Ha, dixo Candido, si estuvieraaquí Panglós, el lo sabria, y nos lo diria. Yo no poseo, respondióMartin, la balanza con que pesaba ese señor Panglós las miserias, yvaluaba las cuitas humanas; pero sí presumo que hay en la tierramillones de hombres mas dignos de lástima que el rey Carlos Eduardo,el emperador Ivan, y el sultan Acmet. Bien puede ser, dixo Candido.
A pocos dias llegáron al canal del mar Negro. Candido rescató á preciomuy subido á Cacambo, y sin perder un instante se metió con suscompañeros en una galera para ir á orillas de la Propontis en demandade Cunegunda, por mas fea que estuviese.
Habia entre la chusma dos galeotes que remaban muy mal, y á quien elarraez levantisco aplicaba de quando en quando sendos latigazos en lasespaldas con el rebenque. Por un movimiento natural los miró Candidocon mas atención que á los demas forzados, arrimándose a ellos conlástima; y en algunas facciones de sus desfigurados rostros lepareció que se daban un poco de ayre á Panglós, y al otro desventuradojesuíta, al baron, hermano de Cunegunda. Enternecido y movido ácompasión con esta idea, los contempló con mayor atencion, y dixo áCacambo: Por mi vida, que si no hubiera visto ahorcar á maese Panglós,y no hubiera tenido la desgracia de matar al baron, creeria que sonesos que van remando en la galera.
Oyendo los nombres del baron y de Panglós, diéron un agudo grito ámbosgaleotes, se paráron en el banco, y dexáron caer los remos. Al puntose tiró á ellos el arraez, menudeando los latigazos con el rebenque.Deténgase, deténgase, Señor, clamó Candido, que le daré el dinero queme pidiere. ¿Con que es Candido? decía uno de los forzados. ¿Con quees Candido? repetia el otro. ¿Es sueño? decia Candido;
¿estoy en estagalera? ¿estoy despierto? ¿Es el señor baron á quien yo maté? ¿esmaese Panglós á quien vi ahorcar? Nosotros somos, nosotros somos,respondian á la par. ¿Con que este es aquel insigne filósofo?
deciaMartin. Ha, señor arraez levantisco, ¿quanto quiere por el rescate delseñor baron de Tunder-tentronck, uno de los primeros barones delimperio, y del señor Panglós, el metafísico mas profundo de Alemania?
Perro cristiano, respondió el arraez, una vez que esos dos perros degaleotes cristianos son barones y metafísicos, lo qual es sin dudaun, cargo muy alto en su pais, me has de dar por ellos cincuenta milzequíes.—Yo se los daré, señor; lléveme de un vuelo á Constantinopla,y al punto será satisfecho; pero no, lléveme á casa de Cunegunda. Elarráez, así que oyó la oferta de Candido, puso la proa á la ciudad, yhacia que remaran con mas ligereza que un páxaro sesga el ayre.
Dió Candido cien abrazos á Panglós y al baron.—¿Pues cómo no hemuerto á vm., mi amado baron? ¿y vm., mi amado Panglós, cómo está vivohabiéndole ahorcado? ¿y porqué están ámbos en galeras en Turquía?
¿Escierto que esté mi querida hermana en esta tierra? dixo el barón. Sí,Señor, respondió Cacambo. Al fin vuelvo á ver á mi caro Candido,exclamaba Panglós. Candido les presentaba á Martin y á Cacambo: todosse abrazaban, todos hablaban á la par; bogaba la galera, y estaban yadentro del puerto. Llamáron á un. Judío á quien vendió Candido porcincuenta mil zequíes un diamante que valia cien mil, y el Judío lejuró por Abrahan, que no podia dar un ochavo mas. Incontinentisatisfizo el rescate del baron y Panglós: este se arrojó á las plantasde su libertador, bañándolas en lágrimas; aquel le dió las graciasbaxando la cabeza, y le prometió pagarle su dinero así que tuviese conque. ¿Pero es posible, decia, que esté en Turquía mi hermana? Tanposible, replicó Cacambo, que está fregando platos en casa de unpríncipe de Transilvania.
Llamáron, al punto á otros Judíos, vendióCandido otros diamantes, y se partiéron todos en otra galera para ir álibrar á Cunegunda.
CAPITULO XXVIII.
Que trata de los sucesos que pasáron con Candido, Cunegunda,Panglós y Martin.
Mil perdones pido á vm., dixo Candido al baron, mil perdones, padrereverendísimo, de haberle pasado el cuerpo de una estocada. Notratemos mas de eso, dixo el baron, yo confieso que me excedí un poco.Pero una vez que desea vm. saber como me he visto en galeras, lecontaré que despues que me hubo sanado de mi herida el hermanoboticario del colegio, me acometió y me hizo prisionero una partidaespañola, y me pusiéron en la cárcel de Buenos-Ayres, quando acababami hermana de embarcarse para Europa. Pedí que me enviaran á Roma alpadre general, y me nombráron para ir á Constantinopla de capellan dela embaxada de Francia. Habia apénas ocho dias que estaba desempeñandolas obligaciones de mi empleo, quando encontré una noche á un icoglanmuy muchacho y muy lindo; y como hacia mucho calor, quiso el mozobañarse, y yo tambien me metí con el en el baño, no sabiendo que eradelito capital en un cristiano que le hallaran desnudo con un mancebomusulman. Un cadí me mando dar cien palos en la planta de los piés, yme condenó á galeras; y pienso que jamas se ha cometido injusticia mashorrorosa. Ahora querria saber porque se halla mi hermana de fregonade un príncipe de Transilvania refugiado en Turquía.
¿Y vm., mi amado Panglós, cómo es posible que le esté viendo?