— ¿Y cómo se intitula el libro? —preguntó don Quijote.
— La vida de Ginés de Pasamonte —respondió el mismo.
— ¿Y está acabado? —preguntó don Quijote.
— ¿Cómo puede estar acabado —respondió él—, si aún no está acabada mi vida?Lo que está escrito es desde mi nacimiento hasta el punto que esta últimavez me han echado en galeras.
— Luego, ¿otra vez habéis estado en ellas? —dijo don Quijote.
— Para servir a Dios y al rey, otra vez he estado cuatro años, y ya sé a quésabe el bizcocho y el corbacho —respondió Ginés—; y no me pesa mucho de ira ellas, porque allí tendré lugar de acabar mi libro, que me quedan muchascosas que decir, y en las galeras de España hay mas sosiego de aquel quesería menester, aunque no es menester mucho más para lo que yo tengo deescribir, porque me lo sé de coro.
— Hábil pareces —dijo don Quijote.
— Y desdichado —respondió Ginés—; porque siempre las desdichas persiguen albuen ingenio.
— Persiguen a los bellacos —dijo el comisario.
— Ya le he dicho, señor comisario —respondió Pasamonte—, que se vaya poco apoco, que aquellos señores no le dieron esa vara para que maltratase a lospobretes que aquí vamos, sino para que nos guiase y llevase adonde SuMajestad manda. Si no, ¡por vida de...! ¡Basta!, que podría ser quesaliesen algún día en la colada las manchas que se hicieron en la venta; ytodo el mundo calle, y viva bien, y hable mejor y caminemos, que ya esmucho regodeo éste.
Alzó la vara en alto el comisario para dar a Pasamonte en respuesta de susamenazas, mas don Quijote se puso en medio y le rogó que no le maltratase,pues no era mucho que quien llevaba tan atadas las manos tuviese algúntanto suelta la lengua. Y, volviéndose a todos los de la cadena, dijo:— De todo cuanto me habéis dicho, hermanos carísimos, he sacado en limpioque, aunque os han castigado por vuestras culpas, las penas que vais apadecer no os dan mucho gusto, y que vais a ellas muy de mala gana y muycontra vuestra voluntad; y que podría ser que el poco ánimo que aquél tuvoen el tormento, la falta de dineros déste, el poco favor del otro y,finalmente, el torcido juicio del juez, hubiese sido causa de vuestraperdición y de no haber salido con la justicia que de vuestra parteteníades. Todo lo cual se me representa a mí ahora en la memoria de maneraque me está diciendo, persuadiendo y aun forzando que muestre con vosotrosel efeto para que el cielo me arrojó al mundo, y me hizo profesar en él laorden de caballería que profeso, y el voto que en ella hice de favorecer alos menesterosos y opresos de los mayores. Pero, porque sé que una de laspartes de la prudencia es que lo que se puede hacer por bien no se haga pormal, quiero rogar a estos señores guardianes y comisario sean servidos dedesataros y dejaros ir en paz, que no faltarán otros que sirvan al rey enmejores ocasiones; porque me parece duro caso hacer esclavos a los que Diosy naturaleza hizo libres. Cuanto más, señores guardas —añadió don Quijote—,que estos pobres no han cometido nada contra vosotros. Allá se lo haya cadauno con su pecado; Dios hay en el cielo, que no se descuida de castigar almalo ni de premiar al bueno, y no es bien que los hombres honrados seanverdugos de los otros hombres, no yéndoles nada en ello. Pido esto con estamansedumbre y sosiego, porque tenga, si lo cumplís, algo que agradeceros;y, cuando de grado no lo hagáis, esta lanza y esta espada, con el valor demi brazo, harán que lo hagáis por fuerza.
— ¡Donosa majadería! —respondió el comisario— ¡Bueno está el donaire con queha salido a cabo de rato! ¡Los forzados del rey quiere que le dejemos, comosi tuviéramos autoridad para soltarlos o él la tuviera para mandárnoslo!Váyase vuestra merced, señor, norabuena, su camino adelante, y enderéceseese bacín que trae en la cabeza, y no ande buscando tres pies al gato.—
¡Vos sois el gato, y el rato, y el bellaco! —respondió don Quijote.Y, diciendo y haciendo, arremetió con él tan presto que, sin que tuvieselugar de ponerse en defensa, dio con él en el suelo, malherido de unalanzada; y avínole bien, que éste era el de la escopeta. Las demás guardasquedaron atónitas y suspensas del no esperado acontecimiento; pero,volviendo sobre sí, pusieron mano a sus espadas los de a caballo, y los dea pie a sus dardos, y arremetieron a don Quijote, que con mucho sosiego losaguardaba; y, sin duda, lo pasara mal si los galeotes, viendo la ocasiónque se les ofrecía de alcanzar libertad, no la procuraran, procurandoromper la cadena donde venían ensartados. Fue la revuelta de manera que lasguardas, ya por acudir a los galeotes, que se desataban, ya por acometer adon Quijote, que los acometía, no hicieron cosa que fuese de provecho.Ayudó Sancho, por su parte, a la soltura de Ginés de Pasamonte, que fue elprimero que saltó en la campaña libre y desembarazado, y, arremetiendo alcomisario caído, le quitó la espada y la escopeta, con la cual, apuntandoal uno y señalando al otro, sin disparalla jamás, no quedó guarda en todoel campo, porque se fueron huyendo, así de la escopeta de Pasamonte como delas muchas pedradas que los ya sueltos galeotes les tiraban.Entristecióse mucho Sancho deste suceso, porque se le representó que losque iban huyendo habían de dar noticia del caso a la Santa Hermandad, lacual, a campana herida, saldría a buscar los delincuentes, y así se lo dijoa su amo, y le rogó que luego de allí se partiesen y se emboscasen en lasierra, que estaba cerca.
— Bien está eso —dijo don Quijote—, pero yo sé lo que ahora conviene que sehaga.
Y, llamando a todos los galeotes, que andaban alborotados y habíandespojado al comisario hasta dejarle en cueros, se le pusieron todos a laredonda para ver lo que les mandaba, y así les dijo:
— De gente bien nacida es agradecer los beneficios que reciben, y uno de lospecados que más a Dios ofende es la ingratitud. Dígolo porque ya habéisvisto, señores, con manifiesta experiencia, el que de mí habéis recebido;en pago del cual querría, y es mi voluntad, que, cargados de esa cadena quequité de vuestros cuellos, luego os pongáis en camino y vais a la ciudaddel Toboso, y allí os presentéis ante la señora Dulcinea del Toboso y ledigáis que su caballero, el de la Triste Figura, se le envía a encomendar,y le contéis, punto por punto, todos los que ha tenido esta famosa aventurahasta poneros en la deseada libertad; y, hecho esto, os podréis ir dondequisiéredes a la buena ventura.
Respondió por todos Ginés de Pasamonte, y dijo:
— Lo que vuestra merced nos manda, señor y libertador nuestro, es imposiblede toda imposibilidad cumplirlo, porque no podemos ir juntos por loscaminos, sino solos y divididos, y cada uno por su parte, procurandometerse en las entrañas de la tierra, por no ser hallado de la SantaHermandad, que, sin duda alguna, ha de salir en nuestra busca. Lo quevuestra merced puede hacer, y es justo que haga, es mudar ese servicio ymontazgo de la señora Dulcinea del Toboso en alguna cantidad de avemarías ycredos, que nosotros diremos por la intención de vuestra merced; y ésta escosa que se podrá cumplir de noche y de día, huyendo o reposando, en paz oen guerra; pero pensar que hemos de volver ahora a las ollas de Egipto,digo, a tomar nuestra cadena y a ponernos en camino del Toboso, es pensarque es ahora de noche, que aún no son las diez del día, y es pedir anosotros eso como pedir peras al olmo.
— Pues ¡voto a tal! —dijo don Quijote, ya puesto en cólera—, don hijo de laputa, don Ginesillo de Paropillo, o como os llamáis, que habéis de ir vossolo, rabo entre piernas, con toda la cadena a cuestas.
Pasamonte, que no era nada bien sufrido, estando ya enterado que donQuijote no era muy cuerdo, pues tal disparate había cometido como el dequerer darles libertad, viéndose tratar de aquella manera, hizo del ojo alos compañeros, y, apartándose aparte, comenzaron a llover tantas piedrassobre don Quijote, que no se daba manos a cubrirse con la rodela; y elpobre de Rocinante no hacía más caso de la espuela que si fuera hecho debronce. Sancho se puso tras su asno, y con él se defendía de la nube ypedrisco que sobre entrambos llovía. No se pudo escudar tan bien donQuijote que no le acertasen no sé cuántos guijarros en el cuerpo, con tantafuerza que dieron con él en el suelo; y apenas hubo caído, cuando fue sobreél el estudiante y le quitó la bacía de la cabeza, y diole con ella tres ocuatro golpes en las espaldas y otros tantos en la tierra, con que la hizopedazos. Quitáronle una ropilla que traía sobre las armas, y las mediascalzas le querían quitar si las grebas no lo estorbaran. A Sancho lequitaron el gabán, y, dejándole en pelota, repartiendo entre sí los demásdespojos de la batalla, se fueron cada uno por su parte, con más cuidado deescaparse de la Hermandad, que temían, que de cargarse de la cadena e ir apresentarse ante la señora Dulcinea del Toboso.
Solos quedaron jumento y Rocinante, Sancho y Don Quijote; el jumento,cabizbajo y pensativo, sacudiendo de cuando en cuando las orejas, pensandoque aún no había cesado la borrasca de las piedras, que le perseguían losoídos; Rocinante, tendido junto a su amo, que también vino al suelo de otrapedrada; Sancho, en pelota y temeroso de la Santa Hermandad; don Quijote,mohinísimo de verse tan malparado por los mismos a quien tanto bien habíahecho.
Capítulo XXIII. De lo que le aconteció al famoso don Quijote en SierraMorena, que fue una de las más raras aventuras que en esta verdaderahistoria se cuentan Viéndose tan malparado don Quijote, dijo a su escudero:
— Siempre, Sancho, lo he oído decir, que el hacer bien a villanos es echaragua en la mar. Si yo hubiera creído lo que me dijiste, yo hubiera escusadoesta pesadumbre; pero ya está hecho: paciencia, y escarmentar para desdeaquí adelante.
— Así escarmentará vuestra merced —respondió Sancho— como yo soy turco;pero, pues dice que si me hubiera creído se hubiera escusado este daño,créame ahora y escusará otro mayor; porque le hago saber que con la SantaHermandad no hay usar de caballerías, que no se le da a ella por cuantoscaballeros andantes hay dos maravedís; y sepa que ya me parece que sussaetas me zumban por los oídos.
— Naturalmente eres cobarde, Sancho —dijo don Quijote—, pero, porque nodigas que soy contumaz y que jamás hago lo que me aconsejas, por esta vezquiero tomar tu consejo y apartarme de la furia que tanto temes; mas ha deser con una condición: que jamás, en vida ni en muerte, has de decir anadie que yo me retiré y aparté deste peligro de miedo, sino por complacera tus ruegos; que si otra cosa dijeres, mentirás en ello, y desde ahorapara entonces, y desde entonces para ahora, te desmiento, y digo quemientes y mentirás todas las veces que lo pensares o lo dijeres. Y no merepliques más, que en sólo pensar que me aparto y retiro de algún peligro,especialmente déste, que parece que lleva algún es no es de sombra demiedo, estoy ya para quedarme, y para aguardar aquí solo, no solamente a laSanta Hermandad que dices y temes, sino a los hermanos de los doce tribusde Israel, y a los siete Macabeos, y a Cástor y a Pólux, y aun a todos loshermanos y hermandades que hay en el mundo.
— Señor —respondió Sancho—, que el retirar no es huir, ni el esperar escordura, cuando el peligro sobrepuja a la esperanza, y de sabios esguardarse hoy para mañana y no aventurarse todo en un día. Y sepa que,aunque zafio y villano, todavía se me alcanza algo desto que llaman buengobierno; así que, no se arrepienta de haber tomado mi consejo, sino subaen Rocinante, si puede, o si no yo le ayudaré, y sígame, que el caletre medice que hemos menester ahora más los pies que las manos.
Subió don Quijote, sin replicarle más palabra, y, guiando Sancho sobre suasno, se entraron por una parte de Sierra Morena, que allí junto estaba,llevando Sancho intención de atravesarla toda e ir a salir al Viso, o aAlmodóvar del Campo, y esconderse algunos días por aquellas asperezas, porno ser hallados si la Hermandad los buscase. Animóle a esto haber visto quede la refriega de los galeotes se había escapado libre la despensa quesobre su asno venía, cosa que la juzgó a milagro, según fue lo que llevarony buscaron los galeotes.
Así como don Quijote entró por aquellas montañas, se le alegró el corazón,pareciéndole aquellos lugares acomodados para las aventuras que buscaba.Reducíansele a la memoria los maravillosos acaecimientos que en semejantessoledades y asperezas habían sucedido a caballeros andantes.
Iba pensandoen estas cosas, tan embebecido y trasportado en ellas que de ninguna otrase acordaba. Ni Sancho llevaba otro cuidado —después que le pareció quecaminaba por parte segura— sino de satisfacer su estómago con los relievesque del despojo clerical habían quedado; y así, iba tras su amo sentado ala mujeriega sobre su jumento, sacando de un costal y embaulando en supanza; y no se le diera por hallar otra ventura, entretanto que iba deaquella manera, un ardite.
En esto, alzó los ojos y vio que su amo estaba parado, procurando con lapunta del lanzón alzar no sé qué bulto que estaba caído en el suelo, por locual se dio priesa a llegar a ayudarle si fuese menester; y cuando llegófue a tiempo que alzaba con la punta del lanzón un cojín y una maleta asidaa él, medio podridos, o podridos del todo, y deshechos; mas, pesaba tanto,que fue necesario que Sancho se apease a tomarlos, y mandóle su amo queviese lo que en la maleta venía.
Hízolo con mucha presteza Sancho, y, aunque la maleta venía cerrada con unacadena y su candado, por lo roto y podrido della vio lo que en ella había,que eran cuatro camisas de delgada holanda y otras cosas de lienzo, nomenos curiosas que limpias, y en un pañizuelo halló un buen montoncillo deescudos de oro; y, así como los vio, dijo:
— ¡Bendito sea todo el cielo, que nos ha deparado una aventura que sea deprovecho!
Y buscando más, halló un librillo de memoria, ricamente guarnecido. Éste lepidió don Quijote, y mandóle que guardase el dinero y lo tomase para él.Besóle las manos Sancho por la merced, y, desvalijando a la valija de sulencería, la puso en el costal de la despensa. Todo lo cual visto por donQuijote, dijo:
— Paréceme, Sancho, y no es posible que sea otra cosa, que algún caminantedescaminado debió de pasar por esta sierra, y, salteándole malandrines, ledebieron de matar, y le trujeron a enterrar en esta tan escondida parte.— No puede ser eso —respondió Sancho—, porque si fueran ladrones, no sedejaran aquí este dinero.
— Verdad dices —dijo don Quijote—, y así, no adivino ni doy en lo que estopueda ser; mas, espérate: veremos si en este librillo de memoria hay algunacosa escrita por donde podamos rastrear y venir en conocimiento de lo quedeseamos.
Abrióle, y lo primero que halló en él escrito, como en borrador, aunque demuy buena letra, fue un soneto, que, leyéndole alto porque Sancho tambiénlo oyese, vio que decía desta manera: O le falta al Amor conocimiento,
o le sobra crueldad, o no es mi pena
igual a la ocasión que me condena
al género más duro de tormento.
Pero si Amor es dios, es argumento
que nada ignora, y es razón muy buena
que un dios no sea cruel. Pues, ¿quién ordena
el terrible dolor que adoro y siento?
Si digo que sois vos, Fili, no acierto;
que tanto mal en tanto bien no cabe,
ni me viene del cielo esta rüina.
Presto habré de morir, que es lo más cierto;
que al mal de quien la causa no se sabe
milagro es acertar la medicina.
— Por esa trova —dijo Sancho— no se puede saber nada, si ya no es que porese hilo que está ahí se saque el ovillo de todo.
— ¿Qué hilo está aquí? —dijo don Quijote.
— Paréceme —dijo Sancho— que vuestra merced nombró ahí hilo.
— No dije sino Fili —respondió don Quijote—, y éste, sin duda, es el nombrede la dama de quien se queja el autor deste soneto; y a fe que debe de serrazonable poeta, o yo sé poco del arte.
— Luego, ¿también —dijo Sancho— se le entiende a vuestra merced de trovas?— Y más de lo que tú piensas —respondió don Quijote—, y veráslo cuandolleves una carta, escrita en verso de arriba abajo, a mi señora Dulcineadel Toboso. Porque quiero que sepas, Sancho, que todos o los más caballerosandantes de la edad pasada eran grandes trovadores y grandes músicos; queestas dos habilidades, o gracias, por mejor decir, son anexas a losenamorados andantes. Verdad es que las coplas de los pasados caballerostienen más de espíritu que de primor.
— Lea más vuestra merced —dijo Sancho—, que ya hallará algo que nossatisfaga.
Volvió la hoja don Quijote y dijo:
— Esto es prosa, y parece carta.
— ¿Carta misiva, señor? —preguntó Sancho.
— En el principio no parece sino de amores —respondió don Quijote.— Pues lea vuestra merced alto —dijo Sancho—, que gusto mucho destas cosasde amores.
— Que me place —dijo don Quijote.
Y, leyéndola alto, como Sancho se lo había rogado, vio que decía destamanera: Tu falsa promesa y mi cierta desventura me llevan a parte donde antesvolverán a tus oídos las nuevas de mi muerte que las razones de mis quejas.Desechásteme, ¡oh ingrata!, por quien tiene más, no por quien vale más queyo; mas si la virtud fuera riqueza que se estimara, no envidiara yo dichasajenas ni llorara desdichas propias. Lo que levantó tu hermosura handerribado tus obras: por ella entendí que eras ángel, y por ellas conozcoque eres mujer. Quédate en paz, causadora de mi guerra, y haga el cielo quelos engaños de tu esposo estén siempre encubiertos, porque tú no quedesarrepentida de lo que heciste y yo no tome venganza de lo que no deseo.Acabando de leer la carta, dijo don Quijote:
— Menos por ésta que por los versos se puede sacar más de que quien laescribió es algún desdeñado amante.
Y, hojeando casi todo el librillo, halló otros versos y cartas, que algunospudo leer y otros no; pero lo que todos contenían eran quejas, lamentos,desconfianzas, sabores y sinsabores, favores y desdenes, solenizados losunos y llorados los otros.
En tanto que don Quijote pasaba el libro, pasaba Sancho la maleta, sindejar rincón en toda ella, ni en el cojín, que no buscase, escudriñase einquiriese, ni costura que no deshiciese, ni vedija de lana que noescarmenase, porque no se quedase nada por diligencia ni mal recado: talgolosina habían despertado en él los hallados escudos, que pasaban deciento. Y, aunque no halló mas de lo hallado, dio por bien empleados losvuelos de la manta, el vomitar del brebaje, las bendiciones de las estacas,las puñadas del arriero, la falta de las alforjas, el robo del gabán y todala hambre, sed y cansancio que había pasado en servicio de su buen señor,pareciéndole que estaba más que rebién pagado con la merced recebida de laentrega del hallazgo.
Con gran deseo quedó el Caballero de la Triste Figura de saber quién fueseel dueño de la maleta, conjeturando, por el soneto y carta, por el dineroen oro y por las tan buenas camisas, que debía de ser de algún principalenamorado, a quien desdenes y malos tratamientos de su dama debían de haberconducido a algún desesperado término. Pero, como por aquel lugarinhabitable y escabroso no parecía persona alguna de quien poderinformarse, no se curó de más que de pasar adelante, sin llevar otro caminoque aquel que Rocinante quería, que era por donde él podía caminar, siemprecon imaginación que no podía faltar por aquellas malezas alguna estrañaaventura.
Yendo, pues, con este pensamiento, vio que, por cima de una montañuela quedelante de los ojos se le ofrecía, iba saltando un hombre, de risco enrisco y de mata en mata, con estraña ligereza.
Figurósele que iba desnudo,la barba negra y espesa, los cabellos muchos y rabultados, los piesdescalzos y las piernas sin cosa alguna; los muslos cubrían unos calzones,al parecer de terciopelo leonado, mas tan hechos pedazos que por muchaspartes se le descubrían las carnes.
Traía la cabeza descubierta, y, aunquepasó con la ligereza que se ha dicho, todas estas menudencias miró y notóel Caballero de la Triste Figura; y, aunque lo procuró, no pudo seguille,porque no era dado a la debilidad de Rocinante andar por aquellasasperezas, y más siendo él de suyo pisacorto y flemático. Luego imaginó donQuijote que aquél era el dueño del cojín y de la maleta, y propuso en sí debuscalle, aunque supiese andar un año por aquellas montañas hasta hallarle;y así, mandó a Sancho que se apease del asno y atajase por la una parte dela montaña, que él iría por la otra y podría ser que topasen, con estadiligencia, con aquel hombre que con tanta priesa se les había quitado dedelante.
— No podré hacer eso —respondió Sancho—, porque, en apartándome de vuestramerced, luego es conmigo el miedo, que me asalta con mil géneros desobresaltos y visiones. Y sírvale esto que digo de aviso, para que de aquíadelante no me aparte un dedo de su presencia.
— Así será —dijo el de la Triste Figura—, y yo estoy muy contento de que tequieras valer de mi ánimo, el cual no te ha de faltar, aunque te falte elánima del cuerpo. Y vente ahora tras mí poco a poco, o como pudieres, y hazde los ojos lanternas; rodearemos esta serrezuela: quizá toparemos conaquel hombre que vimos, el cual, sin duda alguna, no es otro que el dueñode nuestro hallazgo.
A lo que Sancho respondió:
— Harto mejor sería no buscalle, porque si le hallamos y acaso fuese eldueño del dinero, claro está que lo tengo de restituir; y así, fuera mejor,sin hacer esta inútil diligencia, poseerlo yo con buena fe hasta que, porotra vía menos curiosa y diligente, pareciera su verdadero señor; y quizáfuera a tiempo que lo hubiera gastado, y entonces el rey me hacía franco.— Engáñaste en eso, Sancho —respondió don Quijote—; que, ya que hemos caídoen sospecha de quién es el dueño, cuasi delante, estamos obligados abuscarle y volvérselos; y, cuando no le buscásemos, la vehemente sospechaque tenemos de que él lo sea nos pone ya en tanta culpa como si lo fuese.Así que, Sancho amigo, no te dé pena el buscalle, por la que a mí se mequitará si le hallo.
Y así, picó a Rocinante, y siguióle Sancho con su acostumbrado jumento; y,habiendo rodeado parte de la montaña, hallaron en un arroyo, caída, muertay medio comida de perros y picada de grajos, una mula ensillada yenfrenada; todo lo cual confirmó en ellos más la sospecha de que aquel quehuía era el dueño de la mula y del cojín.
Estándola mirando, oyeron un silbo como de pastor que guardaba ganado, y adeshora, a su siniestra mano, parecieron una buena cantidad de cabras, ytras ellas, por cima de la montaña, pareció el cabrero que las guardaba,que era un hombre anciano. Diole voces don Quijote, y rogóle que bajasedonde estaban. Él respondió a gritos que quién les había traído por aquellugar, pocas o ningunas veces pisado sino de pies de cabras o de lobos yotras fieras que por allí andaban. Respondióle Sancho que bajase, que detodo le darían buena cuenta. Bajó el cabrero, y, en llegando adonde donQuijote estaba, dijo:
— Apostaré que está mirando la mula de alquiler que está muerta en esahondonada. Pues a buena fe que ha ya seis meses que está en ese lugar.Díganme: ¿han topado por ahí a su dueño?
— No hemos topado a nadie —respondió don Quijote—, sino a un cojín y a unamaletilla que no lejos deste lugar hallamos.
— También la hallé yo —respondió el cabrero—, mas nunca la quise alzar nillegar a ella, temeroso de algún desmán y de que no me la pidiesen por dehurto; que es el diablo sotil, y debajo de los pies se levanta allombrecosa donde tropiece y caya, sin saber cómo ni cómo no.
— Eso mesmo es lo que yo digo —respondió Sancho—: que también la hallé yo, yno quise llegar a ella con un tiro de piedra; allí la dejé y allí se quedacomo se estaba, que no quiero perro con cencerro.
— Decidme, buen hombre —dijo don Quijote—, ¿sabéis vos quién sea el dueñodestas prendas?
— Lo que sabré yo decir —dijo el cabrero— es que «habrá al pie de seismeses, poco más a menos, que llegó a una majada de pastores, que estarácomo tres leguas deste lugar, un mancebo de gentil talle y apostura,caballero sobre esa mesma mula que ahí está muerta, y con el mesmo cojín ymaleta que decís que hallastes y no tocastes. Preguntónos que cuál partedesta sierra era la más áspera y escondida; dijímosle que era esta dondeahora estamos; y es ansí la verdad, porque si entráis media legua másadentro, quizá no acertaréis a salir; y estoy maravillado de cómo habéispodido llegar aquí, porque no hay camino ni senda que a este lugarencamine. Digo, pues, que, en oyendo nuestra respuesta el mancebo, volviólas riendas y encaminó hacia el lugar donde le señalamos, dejándonos atodos contentos de su buen talle, y admirados de su demanda y de la priesacon que le víamos caminar y volverse hacia la sierra; y desde entoncesnunca más le vimos, hasta que desde allí a algunos días salió al camino auno de nuestros pastores, y, sin decille nada, se llegó a él y le diomuchas puñadas y coces, y luego se fue a la borrica del hato y le quitócuanto pan y queso en ella traía; y, con estraña ligereza, hecho esto, sevolvió a emboscar en la sierra.
Como esto supimos algunos cabreros, leanduvimos a buscar casi dos días por lo más cerrado desta sierra, al cabode los cuales le hallamos metido en el hueco de un grueso y valientealcornoque. Salió a nosotros con mucha mansedumbre, ya roto el vestido, yel rostro disfigurado y tostado del sol, de tal suerte que apenas leconocíamos, sino que los vestidos, aunque rotos, con la noticia que dellosteníamos, nos dieron a entender que era el que buscábamos. Saludónoscortésmente, y en pocas y muy buenas razones nos dijo que no nosmaravillásemos de verle andar de aquella suerte, porque así le conveníapara cumplir cierta penitencia que por sus muchos pecados le había sidoimpuesta. Rogámosle que nos dijese quién era, mas nunca lo pudimos acabarcon él. Pedímosle también que, cuando hubiese menester el sustento, sin elcual no podía pasar, nos dijese dónde le hallaríamos, porque con mucho amory cuidado se lo llevaríamos; y que si esto tampoco fuese de su gusto, que,a lo menos, saliese a pedirlo, y no a quitarlo a los pastores. Agradeciónuestro ofrecimiento, pidió perdón de los asaltos pasados, y ofreció depedillo de allí adelante por amor de Dios, sin dar molestia alguna a nadie.En cuanto lo que tocaba a la estancia de su habitación, dijo que no teníaotra que aquella que le ofrecía la ocasión donde le tomaba la noche; yacabó su plática con un tan tierno llanto, que bien fuéramos de piedra losque escuchado le habíamos, si en él no le acompañáramos, considerándolecómo le habíamos visto la vez primera, y cuál le veíamos entonces. Porque,como tengo dicho, era un muy gentil y agraciado mancebo, y en sus cortesesy concertadas razones mostraba ser bien nacido y muy cortesana persona;que, puesto que éramos rústicos los que le escuchábamos, su gentileza eratanta, que bastaba a darse a conocer a la mesma rusticidad. Y, estando enlo mejor de su plática, paró y enmudecióse; clavó los ojos en el suelo porun buen espacio, en el cual todos estuvimos quedos y suspensos, esperandoen qué había de parar aquel embelesamiento, con no poca lástima de verlo;porque, por lo que hacía de abrir los ojos, estar fijo mirando al suelo sinmover pestaña gran rato, y otras veces cerrarlos, apretando los labios yenarcando las cejas, fácilmente conocimos que algún accidente de locura lehabía sobrevenido.
Mas él nos dio a entender presto ser verdad lo quepensábamos, porque se levantó con gran furia del suelo, donde se habíaechado, y arremetió con el primero que halló junto a sí, con tal denuedo yrabia que, si no se le quitáramos, le matara a puñadas y a bocados; y todoesto hacía, diciendo:
''¡Ah, fementido Fernando! ¡Aquí, aquí me pagarás lasinrazón que me heciste: estas manos te sacarán el corazón, donde albergany tienen manida todas las maldades juntas, principalmente la fraude y elengaño!'' Y a éstas añadía otras razones, que todas se encaminaban a decirmal de aquel Fernando y a tacharle de traidor y fementido. Quitámossele,pues, con no poca pesadumbre, y él, sin decir más palabra, se apartó denosotros y se emboscó corriendo por entre estos jarales y malezas, de modoque nos imposibilitó el seguille. Por esto conjeturamos que la locura levenía a tiempos, y que alguno que se llamaba Fernando le debía de haberhecho alguna mala obra, tan pesada cuanto lo mostraba el término a que lehabía conducido. Todo lo cual se ha confirmado después acá con las veces,que han sido