— Vos lo decís como discreto —dijo el cura— y lo haréis como buen cristiano.Mas lo que ahora se ha de hacer es dar orden como sacar a vuestro amo deaquella inútil penitencia que decís que queda haciendo; y, para pensar elmodo que hemos de tener, y para comer, que ya es hora, será bien nosentremos en esta venta.
Sancho dijo que entrasen ellos, que él esperaría allí fuera y que despuésles diría la causa por que no entraba ni le convenía entrar en ella; masque les rogaba que le sacasen allí algo de comer que fuese cosa caliente,y, ansimismo, cebada para Rocinante. Ellos se entraron y le dejaron, y, deallí a poco, el barbero le sacó de comer. Después, habiendo bien pensadoentre los dos el modo que tendrían para conseguir lo que deseaban, vino elcura en un pensamiento muy acomodado al gusto de don Quijote y para lo queellos querían. Y fue que dijo al barbero que lo que había pensado era queél se vestiría en hábito de doncella andante, y que él procurase ponerse lomejor que pudiese como escudero, y que así irían adonde don Quijote estaba,fingiendo ser ella una doncella afligida y menesterosa, y le pediría undon, el cual él no podría dejársele de otorgar, como valeroso caballeroandante. Y que el don que le pensaba pedir era que se viniese con elladonde ella le llevase, a desfacelle un agravio que un mal caballero letenía fecho; y que le suplicaba, ansimesmo, que no la mandase quitar suantifaz, ni la demandase cosa de su facienda, fasta que la hubiese fechoderecho de aquel mal caballero; y que creyese, sin duda, que don Quijotevendría en todo cuanto le pidiese por este término; y que desta manera lesacarían de allí y le llevarían a su lugar, donde procurarían ver si teníaalgún remedio su estraña locura.
Capítulo XXVII. De cómo salieron con su intención el cura y el barbero, conotras cosas dignas de que se cuenten en esta grande historia No le pareció mal al barbero la invención del cura, sino tan bien, queluego la pusieron por obra.
Pidiéronle a la ventera una saya y unas tocas,dejándole en prendas una sotana nueva del cura. El barbero hizo una granbarba de una cola rucia o roja de buey, donde el ventero tenía colgado elpeine. Preguntóles la ventera que para qué le pedían aquellas cosas. Elcura le contó en breves razones la locura de don Quijote, y cómo conveníaaquel disfraz para sacarle de la montaña, donde a la sazón estaba. Cayeronluego el ventero y la ventera en que el loco era su huésped, el delbálsamo, y el amo del manteado escudero, y contaron al cura todo lo que conél les había pasado, sin callar lo que tanto callaba Sancho. En resolución,la ventera vistió al cura de modo que no había más que ver: púsole una sayade paño, llena de fajas de terciopelo negro de un palmo en ancho, todasacuchilladas, y unos corpiños de terciopelo verde, guarnecidos con unosribetes de raso blanco, que se debieron de hacer, ellos y la saya, entiempo del rey Wamba.
No consintió el cura que le tocasen, sino púsose enla cabeza un birretillo de lienzo colchado que llevaba para dormir denoche, y ciñóse por la frente una liga de tafetán negro, y con otra ligahizo un antifaz, con que se cubrió muy bien las barbas y el rostro;encasquetóse su sombrero, que era tan grande que le podía servir dequitasol, y, cubriéndose su herreruelo, subió en su mula a mujeriegas, y elbarbero en la suya, con su barba que le llegaba a la cintura, entre roja yblanca, como aquella que, como se ha dicho, era hecha de la cola de un bueybarroso.
Despidiéronse de todos, y de la buena de Maritornes, que prometió de rezarun rosario, aunque pecadora, porque Dios les diese buen suceso en tan arduoy tan cristiano negocio como era el que habían emprendido.
Mas, apenas hubo salido de la venta, cuando le vino al cura un pensamiento:que hacía mal en haberse puesto de aquella manera, por ser cosa indecenteque un sacerdote se pusiese así, aunque le fuese mucho en ello; y,diciéndoselo al barbero, le rogó que trocasen trajes, pues era más justoque él fuese la doncella menesterosa, y que él haría el escudero, y que asíse profanaba menos su dignidad; y que si no lo quería hacer, determinaba deno pasar adelante, aunque a don Quijote se le llevase el diablo.
En esto, llegó Sancho, y de ver a los dos en aquel traje no pudo tener larisa. En efeto, el barbero vino en todo aquello que el cura quiso, y,trocando la invención, el cura le fue informando el modo que había de tenery las palabras que había de decir a don Quijote para moverle y forzarle aque con él se viniese, y dejase la querencia del lugar que había escogidopara su vana penitencia.
El barbero respondió que, sin que se le dieselición, él lo pondría bien en su punto. No quiso vestirse por entonces,hasta que estuviesen junto de donde don Quijote estaba; y así, dobló susvestidos, y el cura acomodó su barba, y siguieron su camino, guiándolosSancho Panza; el cual les fue contando lo que les aconteció con el loco quehallaron en la sierra, encubriendo, empero, el hallazgo de la maleta y decuanto en ella venía; que, maguer que tonto, era un poco codicioso elmancebo.
Otro día llegaron al lugar donde Sancho había dejado puestas las señales delas ramas para acertar el lugar donde había dejado a su señor; y, enreconociéndole, les dijo como aquélla era la entrada, y que bien se podíanvestir, si era que aquello hacía al caso para la libertad de su señor;porque ellos le habían dicho antes que el ir de aquella suerte y vestirsede aquel modo era toda la importancia para sacar a su amo de aquella malavida que había escogido, y que le encargaban mucho que no dijese a su amoquien ellos eran, ni que los conocía; y que si le preguntase, como se lohabía de preguntar, si dio la carta a Dulcinea, dijese que sí, y que, porno saber leer, le había respondido de palabra, diciéndole que le mandaba,so pena de la su desgracia, que luego al momento se viniese a ver con ella,que era cosa que le importaba mucho; porque con esto y con lo que ellospensaban decirle tenían por cosa cierta reducirle a mejor vida, y hacer conél que luego se pusiese en camino para ir a ser emperador o monarca; que enlo de ser arzobispo no había de qué temer.
Todo lo escuchó Sancho, y lo tomó muy bien en la memoria, y les agradeciómucho la intención que tenían de aconsejar a su señor fuese emperador y noarzobispo, porque él tenía para sí que, para hacer mercedes a susescuderos, más podían los emperadores que los arzobispos andantes.
Tambiénles dijo que sería bien que él fuese delante a buscarle y darle larespuesta de su señora, que ya sería ella bastante a sacarle de aquellugar, sin que ellos se pusiesen en tanto trabajo.
Parecióles bien lo queSancho Panza decía, y así, determinaron de aguardarle hasta que volviesecon las nuevas del hallazgo de su amo.
Entróse Sancho por aquellas quebradas de la sierra, dejando a los dos enuna por donde corría un pequeño y manso arroyo, a quien hacían sombraagradable y fresca otras peñas y algunos árboles que por allí estaban. Elcalor, y el día que allí llegaron, era de los del mes de agosto, que poraquellas partes suele ser el ardor muy grande; la hora, las tres de latarde: todo lo cual hacía al sitio más agradable, y que convidase a que enél esperasen la vuelta de Sancho, como lo hicieron.
Estando, pues, los dos allí, sosegados y a la sombra, llegó a sus oídos unavoz que, sin acompañarla son de algún otro instrumento, dulce yregaladamente sonaba, de que no poco se admiraron, por parecerles que aquélno era lugar donde pudiese haber quien tan bien cantase.
Porque, aunquesuele decirse que por las selvas y campos se hallan pastores de vocesestremadas, más son encarecimientos de poetas que verdades; y más, cuandoadvirtieron que lo que oían cantar eran versos, no de rústicos ganaderos,sino de discretos cortesanos. Y confirmó esta verdad haber sido los versosque oyeron éstos:
¿Quién
menoscaba
mis
bienes?
Desdenes.
Y
¿quién
aumenta
mis
duelos?
Los
celos.
Y
¿quién
prueba
mi
paciencia?
Ausencia.
De
ese
modo,
en
mi
dolencia
ningún
remedio
se
alcanza,
pues
me
matan
la
esperanza
desdenes,
celos
y
ausencia.
¿Quién
me
causa
este
dolor?
Amor.
Y
¿quién
mi
gloria
repugna?
Fortuna.
Y
¿quién
consiente
en
mi
duelo?
El
cielo
De
ese
modo,
yo
recelo
morir
deste
mal
estraño,
pues
se
aumentan
en
mi
daño,
amor,
fortuna
y
el
cielo.
¿Quién
mejorará
mi
suerte?
La
muerte.
Y
el
bien
de
amor,
¿quién
le
alcanza?
Mudanza.
Y
sus
males,
¿quién
los
cura?
Locura.
De
ese
modo,
no
es
cordura
querer
curar
la
pasión
cuando
los
remedios
son
muerte, mudanza y locura.
La hora, el tiempo, la soledad, la voz y la destreza del que cantaba causóadmiración y contento en los dos oyentes, los cuales se estuvieron quedos,esperando si otra alguna cosa oían; pero, viendo que duraba algún tanto elsilencio, determinaron de salir a buscar el músico que con tan buena vozcantaba. Y, queriéndolo poner en efeto, hizo la mesma voz que no semoviesen, la cual llegó de nuevo a sus oídos, cantando este soneto:
Soneto
Santa
amistad,
que
con
ligeras
alas,
tu
apariencia
quedándose
en
el
suelo,
entre
benditas
almas,
en
el
cielo,
subiste
alegre
a
las
impíreas
salas,
desde
allá,
cuando
quieres,
nos
señalas
la
justa
paz
cubierta
con
un
velo,
por
quien
a
veces
se
trasluce
el
celo
de
buenas
obras
que,
a
la
fin,
son