— Debe de querer decir la señora princesa que, después que desembarcó enMálaga, la primera parte donde oyó nuevas de vuestra merced fue en Osuna.— Eso quise decir —dijo Dorotea.
— Y esto lleva camino —dijo el cura—, y prosiga vuestra majestad adelante.— No hay que proseguir —respondió Dorotea—, sino que, finalmente, mi suerteha sido tan buena en hallar al señor don Quijote, que ya me cuento y tengopor reina y señora de todo mi reino, pues él, por su cortesía ymagnificencia, me ha prometido el don de irse conmigo dondequiera que yo lellevare, que no será a otra parte que a ponerle delante de Pandafilando dela Fosca Vista, para que le mate y me restituya lo que tan contra razón metiene usurpado: que todo esto ha de suceder a pedir de boca, pues así lodejó profetizado Tinacrio el Sabidor, mi buen padre; el cual también dejódicho y escrito en letras caldeas, o griegas, que yo no las sé leer, que sieste caballero de la profecía, después de haber degollado al gigante,quisiese casarse conmigo, que yo me otorgase luego sin réplica alguna porsu legítima esposa, y le diese la posesión de mi reino, junto con la de mipersona.
— ¿Qué te parece, Sancho amigo? —dijo a este punto don Quijote—. ¿No oyes loque pasa? ¿No te lo dije yo? Mira si tenemos ya reino que mandar y reinacon quien casar.
— ¡Eso juro yo —dijo Sancho— para el puto que no se casare en abriendo elgaznatico al señor Pandahilado! Pues, ¡monta que es mala la reina! ¡Así seme vuelvan las pulgas de la cama!
Y, diciendo esto, dio dos zapatetas en el aire, con muestras de grandísimocontento, y luego fue a tomar las riendas de la mula de Dorotea, y,haciéndola detener, se hincó de rodillas ante ella, suplicándole le dieselas manos para besárselas, en señal que la recibía por su reina y señora.¿Quién no había de reír de los circustantes, viendo la locura del amo y lasimplicidad del criado? En efecto, Dorotea se las dio, y le prometió dehacerle gran señor en su reino, cuando el cielo le hiciese tanto bien quese lo dejase cobrar y gozar. Agradecióselo Sancho con tales palabras querenovó la risa en todos.
— Ésta, señores —prosiguió Dorotea—, es mi historia: sólo resta por decirosque de cuanta gente de acompañamiento saqué de mi reino no me ha quedadosino sólo este buen barbado escudero, porque todos se anegaron en una granborrasca que tuvimos a vista del puerto, y él y yo salimos en dos tablas atierra, como por milagro; y así, es todo milagro y misterio el discurso demi vida, como lo habréis notado. Y si en alguna cosa he andado demasiada, ono tan acertada como debiera, echad la culpa a lo que el señor licenciadodijo al principio de mi cuento: que los trabajos continuos yextraordinarios quitan la memoria al que los padece.
— Ésa no me quitarán a mí, ¡oh alta y valerosa señora! —dijo don Quijote—,cuantos yo pasare en serviros, por grandes y no vistos que sean; y así, denuevo confirmo el don que os he prometido, y juro de ir con vos al cabo delmundo, hasta verme con el fiero enemigo vuestro, a quien pienso, con elayuda de Dios y de mi brazo, tajar la cabeza soberbia con los filosdesta... no quiero decir buena espada, merced a Ginés de Pasamonte, que mellevó la mía.
Esto dijo entre dientes, y prosiguió diciendo:
— Y después de habérsela tajado y puéstoos en pacífica posesión de vuestroestado, quedará a vuestra voluntad hacer de vuestra persona lo que más entalante os viniere; porque, mientras que yo tuviere ocupada la memoria ycautiva la voluntad, perdido el entendimiento, a aquella..., y no digo más,no es posible que yo arrostre, ni por pienso, el casarme, aunque fuese conel ave fénix.
Parecióle tan mal a Sancho lo que últimamente su amo dijo acerca de noquerer casarse, que, con grande enojo, alzando la voz, dijo:
— Voto a mí, y juro a mí, que no tiene vuestra merced, señor don Quijote,cabal juicio. Pues,
¿cómo es posible que pone vuestra merced en duda elcasarse con tan alta princesa como aquésta?
¿Piensa que le ha de ofrecer lafortuna, tras cada cantillo, semejante ventura como la que ahora se leofrece? ¿Es, por dicha, más hermosa mi señora Dulcinea? No, por cierto, niaun con la mitad, y aun estoy por decir que no llega a su zapato de la queestá delante. Así, noramala alcanzaré yo el condado que espero, si vuestramerced se anda a pedir cotufas en el golfo. Cásese, cásese luego,encomiéndole yo a Satanás, y tome ese reino que se le viene a las manos devobis, vobis, y, en siendo rey, hágame marqués o adelantado, y luego,siquiera se lo lleve el diablo todo.
Don Quijote, que tales blasfemias oyó decir contra su señora Dulcinea, nolo pudo sufrir, y, alzando el lanzón, sin hablalle palabra a Sancho y sindecirle esta boca es mía, le dio tales dos palos que dio con él en tierra;y si no fuera porque Dorotea le dio voces que no le diera más, sin duda lequitara allí la vida.
— ¿Pensáis —le dijo a cabo de rato—, villano ruin, que ha de haber lugarsiempre para ponerme la mano en la horcajadura, y que todo ha de ser errarvos y perdonaros yo? Pues no lo penséis, bellaco descomulgado, que sin dudalo estás, pues has puesto lengua en la sin par Dulcinea. ¿Y
no sabéis vos,gañán, faquín, belitre, que si no fuese por el valor que ella infunde en mibrazo, que no le tendría yo para matar una pulga? Decid, socarrón de lenguaviperina, ¿y quién pensáis que ha ganado este reino y cortado la cabeza aeste gigante, y héchoos a vos marqués, que todo esto doy ya por hecho y porcosa pasada en cosa juzgada, si no es el valor de Dulcinea, tomando a mibrazo por instrumento de sus hazañas? Ella pelea en mí, y vence en mí, y yovivo y respiro en ella, y tengo vida y ser. ¡Oh hideputa bellaco, y cómosois desagradecido: que os veis levantado del polvo de la tierra a serseñor de título, y correspondéis a tan buena obra con decir mal de quien osla hizo!
No estaba tan maltrecho Sancho que no oyese todo cuanto su amo le decía, y,levantándose con un poco de presteza, se fue a poner detrás del palafrén deDorotea, y desde allí dijo a su amo:
— Dígame, señor: si vuestra merced tiene determinado de no casarse con estagran princesa, claro está que no será el reino suyo; y, no siéndolo, ¿quémercedes me puede hacer? Esto es de lo que yo me quejo; cásese vuestramerced una por una con esta reina, ahora que la tenemos aquí como llovidadel cielo, y después puede volverse con mi señora Dulcinea; que reyes debede haber habido en el mundo que hayan sido amancebados. En lo de lahermosura no me entremeto; que, en verdad, si va a decirla, que entrambasme parecen bien, puesto que yo nunca he visto a la señora Dulcinea.— ¿Cómo que no la has visto, traidor blasfemo? —dijo don Quijote—. Pues,
¿noacabas de traerme ahora un recado de su parte?
— Digo que no la he visto tan despacio —dijo Sancho— que pueda haber notadoparticularmente su hermosura y sus buenas partes punto por punto; pero así,a bulto, me parece bien.
— Ahora te disculpo —dijo don Quijote—, y perdóname el enojo que te he dado,que los primeros movimientos no son en manos de los hombres.
— Ya yo lo veo —respondió Sancho—; y así, en mí la gana de hablar siempre esprimero movimiento, y no puedo dejar de decir, por una vez siquiera, lo queme viene a la lengua.
— Con todo eso —dijo don Quijote—, mira, Sancho, lo que hablas, porquetantas veces va el cantarillo a la fuente..., y no te digo más.
— Ahora bien —respondió Sancho—, Dios está en el cielo, que ve las trampas,y será juez de quién hace más mal: yo en no hablar bien, o vuestra merceden obrallo.
— No haya más —dijo Dorotea—: corred, Sancho, y besad la mano a vuestroseñor, y pedilde perdón, y de aquí adelante andad más atentado en vuestrasalabanzas y vituperios, y no digáis mal de aquesa señora Tobosa, a quien yono conozco si no es para servilla, y tened confianza en Dios, que no os hade faltar un estado donde viváis como un príncipe.
Fue Sancho cabizbajo y pidió la mano a su señor, y él se la dio conreposado continente; y, después que se la hubo besado, le echó labendición, y dijo a Sancho que se adelantasen un poco, que tenía quepreguntalle y que departir con él cosas de mucha importancia. Hízolo asíSancho y apartáronse los dos algo adelante, y díjole don Quijote:— Después que veniste, no he tenido lugar ni espacio para preguntarte muchascosas de particularidad acerca de la embajada que llevaste y de larespuesta que trujiste; y ahora, pues la fortuna nos ha concedido tiempo ylugar, no me niegues tú la ventura que puedes darme con tan buenas nuevas.— Pregunte vuestra merced lo que quisiere —respondió Sancho—, que a tododaré tan buena salida como tuve la entrada. Pero suplico a vuestra merced,señor mío, que no sea de aquí adelante tan vengativo.
— ¿Por qué lo dices, Sancho? —dijo don Quijote.
— Dígolo —respondió— porque estos palos de agora más fueron por la pendenciaque entre los dos trabó el diablo la otra noche, que por lo que dije contrami señora Dulcinea, a quien amo y reverencio como a una reliquia, aunque enella no lo haya, sólo por ser cosa de vuestra merced.
— No tornes a esas pláticas, Sancho, por tu vida —dijo don Quijote—, que medan pesadumbre; ya te perdoné entonces, y bien sabes tú que suele decirse:a pecado nuevo, penitencia nueva.
En tanto que los dos iban en estas pláticas, dijo el cura a Dorotea quehabía andado muy discreta, así en el cuento como en la brevedad dél, y enla similitud que tuvo con los de los libros de caballerías. Ella dijo quemuchos ratos se había entretenido en leellos, pero que no sabía ella dóndeeran las provincias ni puertos de mar, y que así había dicho a tiento quese había desembarcado en Osuna.
— Yo lo entendí así —dijo el cura—, y por eso acudí luego a decir lo quedije, con que se acomodó todo. Pero, ¿no es cosa estraña ver con cuántafacilidad cree este desventurado hidalgo todas estas invenciones ymentiras, sólo porque llevan el estilo y modo de las necedades de suslibros?
— Sí es —dijo Cardenio—, y tan rara y nunca vista, que yo no sé si queriendoinventarla y fabricarla mentirosamente, hubiera tan agudo ingenio quepudiera dar en ella.
— Pues otra cosa hay en ello —dijo el cura—: que fuera de las simplicidadesque este buen hidalgo dice tocantes a su locura, si le tratan de otrascosas, discurre con bonísimas razones y muestra tener un entendimientoclaro y apacible en todo. De manera que, como no le toquen en suscaballerías, no habrá nadie que le juzgue sino por de muy buenentendimiento.
En tanto que ellos iban en esta conversación, prosiguió don Quijote con lasuya y dijo a Sancho:
— Echemos, Panza amigo, pelillos a la mar en esto de nuestras pendencias, ydime ahora, sin tener cuenta con enojo ni rencor alguno: ¿Dónde, cómo ycuándo hallaste a Dulcinea? ¿Qué hacía? ¿Qué le dijiste? ¿Qué te respondió?¿Qué rostro hizo cuando leía mi carta? ¿Quién te la trasladó? Y todoaquello que vieres que en este caso es digno de saberse, de preguntarse ysatisfacerse, sin que añadas o mientas por darme gusto, ni menos te acortespor no quitármele.
— Señor —respondió Sancho—, si va a decir la verdad, la carta no me latrasladó nadie, porque yo no llevé carta alguna.
— Así es como tú dices —dijo don Quijote—, porque el librillo de memoriadonde yo la escribí le hallé en mi poder a cabo de dos días de tu partida,lo cual me causó grandísima pena, por no saber lo que habías tú de hacercuando te vieses sin carta, y creí siempre que te volvieras desde el lugardonde la echaras menos.
— Así fuera —respondió Sancho—, si no la hubiera yo tomado en la memoriacuando vuestra merced me la leyó, de manera que se la dije a un sacristán,que me la trasladó del entendimiento, tan punto por punto, que dijo que entodos los días de su vida, aunque había leído muchas cartas de descomunión,no había visto ni leído tan linda carta como aquélla.
— Y ¿tiénesla todavía en la memoria, Sancho? —dijo don Quijote.
— No, señor —respondió Sancho—, porque después que la di, como vi que nohabía de ser de más provecho, di en olvidalla. Y si algo se me acuerda, esaquello del sobajada, digo, del soberana señora, y lo último: Vuestro hastala muerte, el Caballero de la Triste Figura. Y, en medio destas dos cosas,le puse más de trecientas almas, y vidas, y ojos míos.
Capítulo XXXI. De los sabrosos razonamientos que pasaron entre don Quijotey Sancho Panza, su escudero, con otros sucesos
— Todo eso no me descontenta; prosigue adelante —dijo don Quijote—.Llegaste, ¿y qué hacía aquella reina de la hermosura? A buen seguro que lahallaste ensartando perlas, o bordando alguna empresa con oro de cañutillopara este su cautivo caballero.
— No la hallé —respondió Sancho— sino ahechando dos hanegas de trigo en uncorral de su casa.
— Pues haz cuenta —dijo don Quijote— que los granos de aquel trigo erangranos de perlas, tocados de sus manos. Y si miraste, amigo, el trigo ¿eracandeal, o trechel?
— No era sino rubión —respondió Sancho.
— Pues yo te aseguro —dijo don Quijote— que, ahechado por sus manos, hizopan candeal, sin duda alguna. Pero pasa adelante: cuando le diste mi carta,¿besóla? ¿Púsosela sobre la cabeza?
¿Hizo alguna ceremonia digna de talcarta, o qué hizo?
— Cuando yo se la iba a dar —respondió Sancho—, ella estaba en la fuga delmeneo de una buena parte de trigo que tenía en la criba, y díjome: ''Poned,amigo, esa carta sobre aquel costal, que no la puedo leer hasta que acabede acribar todo lo que aquí está''.
— ¡Discreta señora! —dijo don Quijote—. Eso debió de ser por leerla despacioy recrearse con ella. Adelante, Sancho: y, en tanto que estaba en sumenester, ¿qué coloquios pasó contigo? ¿Qué te preguntó de mí? Y tú, ¿quéle respondiste? Acaba, cuéntamelo todo; no se te quede en el tintero unamínima.
— Ella no me preguntó nada —dijo Sancho—, mas yo le dije de la manera quevuestra merced, por su servicio, quedaba haciendo penitencia, desnudo de lacintura arriba, metido entre estas sierras como si fuera salvaje, durmiendoen el suelo, sin comer pan a manteles ni sin peinarse la barba, llorando ymaldiciendo su fortuna.
— En decir que maldecía mi fortuna dijiste mal —dijo don Quijote—, porqueantes la bendigo y bendeciré todos los días de mi vida, por haberme hechodigno de merecer amar tan alta señora como Dulcinea del Toboso.
— Tan alta es —respondió Sancho—, que a buena fe que me lleva a mí más de uncoto.
— Pues, ¿cómo, Sancho? —dijo don Quijote—. ¿Haste medido tú con ella?— Medíme en esta manera —respondió Sancho—: que, llegándole a ayudar a ponerun costal de trigo sobre un jumento, llegamos tan juntos que eché de verque me llevaba más de un gran palmo.
— Pues ¡es verdad —replicó don Quijote— que no acompaña esa grandeza y laadorna con mil millones y gracias del alma! Pero no me negarás, Sancho, unacosa: cuando llegaste junto a ella,
¿no sentiste un olor sabeo, unafragancia aromática, y un no sé qué de bueno, que yo no acierto a dallenombre? Digo, ¿un tuho o tufo como si estuvieras en la tienda de algúncurioso guantero?
— Lo que sé decir —dijo Sancho— es que sentí un olorcillo algo hombruno; ydebía de ser que ella, con el mucho ejercicio, estaba sudada y algocorreosa.
— No sería eso —respondió don Quijote—, sino que tú debías de estarromadizado, o te debiste de oler a ti mismo; porque yo sé bien a lo quehuele aquella rosa entre espinas, aquel lirio del campo, aquel ámbardesleído.
— Todo puede ser —respondió Sancho—, que muchas veces sale de mí aquel olorque entonces me pareció que salía de su merced de la señora Dulcinea; perono hay de qué maravillarse, que un diablo parece a otro.
— Y bien —prosiguió don Quijote—, he aquí que acabó de limpiar su trigo y deenviallo al molino. ¿Qué hizo cuando leyó la carta?
— La carta —dijo Sancho— no la leyó, porque dijo que no sabía leer niescribir; antes, la rasgó y la hizo menudas piezas, diciendo que no laquería dar a leer a nadie, porque no se supiesen en el lugar sus secretos,y que bastaba lo que yo le había dicho de palabra acerca del amor quevuestra merced le tenía y de la penitencia extraordinaria que por su causaquedaba haciendo. Y, finalmente, me dijo que dijese a vuestra merced que lebesaba las manos, y que allí quedaba con más deseo de verle que deescribirle; y que, así, le suplicaba y mandaba que, vista la presente,saliese de aquellos matorrales y se dejase de hacer disparates, y sepusiese luego luego en camino del Toboso, si otra cosa de más importanciano le sucediese, porque tenía gran deseo de ver a vuestra merced. Riósemucho cuando le dije como se llamaba vuestra merced el Caballero de laTriste Figura. Preguntéle si había ido allá el vizcaíno de marras; díjomeque sí, y que era un hombre muy de bien. También le pregunté por losgaleotes, mas díjome que no había visto hasta entonces alguno.
— Todo va bien hasta agora —dijo don Quijote—. Pero dime: ¿qué joya fue laque te dio, al despedirte, por las nuevas que de mí le llevaste? Porque esusada y antigua costumbre entre los caballeros y damas andantes dar a losescuderos, doncellas o enanos que les llevan nuevas, de sus damas a ellos,a ellas de sus andantes, alguna rica joya en albricias, en agradecimientode su recado.
— Bien puede eso ser así, y yo la tengo por buena usanza; pero eso debió deser en los tiempos pasados, que ahora sólo se debe de acostumbrar a dar unpedazo de pan y queso, que esto fue lo que me dio mi señora Dulcinea, porlas bardas de un corral, cuando della me despedí; y aun, por más señas, erael queso ovejuno.
— Es liberal en estremo —dijo don Quijote—, y si no te dio joya de oro, sinduda debió de ser porque no la tendría allí a la mano para dártela; perobuenas son mangas después de Pascua: yo la veré, y se satisfará todo.¿Sabes de qué estoy maravillado, Sancho? De que me parece que fuiste yveniste por los aires, pues poco más de tres días has tardado en ir y venirdesde aquí al Toboso, habiendo de aquí allá más de treinta leguas; por locual me doy a entender que aquel sabio nigromante que tiene cuenta con miscosas y es mi amigo (porque por fuerza le hay, y le ha de haber, so penaque yo no sería buen caballero andante); digo que este tal te debió deayudar a caminar, sin que tú lo sintieses; que hay sabio déstos que coge aun caballero andante durmiendo en su cama, y, sin saber cómo o en quémanera, amanece otro día más de mil leguas de donde anocheció. Y si nofuese por esto, no se podrían socorrer en sus peligros los caballerosandantes unos a otros, como se socorren a cada paso. Que acaece estar unopeleando en las sierras de Armenia con algún endriago, o con algún fierovestiglo, o con otro caballero, donde lleva lo peor de la batalla y está yaa punto de muerte, y cuando no os me cato, asoma por acullá, encima de unanube, o sobre un carro de fuego, otro caballero amigo suyo, que poco antesse hallaba en Ingalaterra, que le favorece y libra de la muerte, y a lanoche se halla en su posada, cenando muy a su sabor; y suele haber de launa a la otra parte dos o tres mil leguas. Y todo esto se hace porindustria y sabiduría destos sabios encantadores que tienen cuidado destosvalerosos caballeros. Así que, amigo Sancho, no se me hace dificultosocreer que en tan breve tiempo hayas ido y venido desde este lugar al delToboso, pues, como tengo dicho, algún sabio amigo te debió de llevar envolandillas, sin que tú lo sintieses.
— Así sería —dijo Sancho—; porque a buena fe que andaba Rocinante como sifuera asno de gitano con azogue en los oídos.
— Y ¡cómo si llevaba azogue! —dijo don Quijote—, y aun una legión dedemonios, que es gente que camina y hace caminar, sin cansarse, todoaquello que se les antoja. Pero, dejando esto aparte, ¿qué te parece a tique debo yo de hacer ahora cerca de lo que mi señora me manda que la vaya aver?; que, aunque yo veo que estoy obligado a cumplir su mandamiento, véometambién imposibilitado del don que he prometido a la princesa que connosotros viene, y fuérzame la ley de caballería a cumplir mi palabra antesque mi gusto. Por una parte, me acosa y fatiga el deseo de ver a mi señora;por otra, me incita y llama la prometida fe y la gloria que he de alcanzaren esta empresa. Pero lo que pienso hacer será caminar apriesa y llegarpresto donde está este gigante, y, en llegando, le cortaré la cabeza, ypondré a la princesa pacíficamente en su estado, y al punto daré la vueltaa ver a la luz que mis sentidos alumbra, a la cual daré tales disculpas queella venga a tener por buena mi tardanza, pues verá que todo redunda enaumento de su gloria y fama, pues cuanta yo he alcanzado, alcanzo yalcanzare por las armas en esta vida, toda me viene del favor que ella meda y de ser yo suyo.
— ¡Ay —dijo Sancho—, y cómo está vuestra merced lastimado de esos cascos!Pues dígame, señor: ¿piensa vuestra merced caminar este camino en balde, ydejar pasar y perder un tan rico y tan principal casamiento como éste,donde le dan en dote un reino, que a buena verdad que he oído decir quetiene más de veinte mil leguas de contorno, y que es abundantísimo de todaslas cosas que son necesarias para el sustento de la vida humana, y que esmayor que Portugal y que Castilla juntos? Calle, por amor de Dios, y tengavergüenza de lo que ha dicho, y tome mi consejo, y perdóneme, y cáseseluego en el primer lugar que haya cura; y si no, ahí está nuestrolicenciado, que lo hará de perlas. Y advierta que ya tengo edad para darconsejos, y que este que le doy le viene de molde, y que más vale pájaro enmano que buitre volando, porque quien bien tiene y mal escoge, por bien quese enoja no se venga.
— Mira, Sancho —respondió don Quijote—: si el consejo que me das de que mecase es porque sea luego rey, en matando al gigante, y tenga cómodo parahacerte mercedes y darte lo prometido, hágote saber que sin casarme podrécumplir tu deseo muy fácilmente, porque yo sacaré de adahala, antes deentrar en la batalla, que, saliendo vencedor della, ya que no me case, mehan de dar una parte del reino, para que la pueda dar a quien yo quisiere;y, en dándomela, ¿a quién quieres tú que la dé sino a ti?
— Eso está claro —respondió Sancho—, pero mire vuestra merced que la escojahacia la marina, porque, si no me contentare la vivienda, pueda embarcarmis negros vasallos y hacer dellos lo que ya he dicho. Y vuestra merced nose cure de ir por agora a ver a mi señora Dulcinea, sino váyase a matar algigante, y concluyamos este negocio; que por Dios que se me asienta que hade ser de mucha honra y de mucho provecho.
— Dígote, Sancho —dijo don Quijote—, que estás en lo cierto, y que habré detomar tu consejo en cuanto el ir antes con la princesa que a ver aDulcinea. Y avísote que no digas nada a nadie, ni a los que con nosotrosvienen, de lo que aquí hemos departido y tratado; que, pues Dulcinea es tanrecatada que no quiere que se sepan sus pensamientos, no será bien que yo,ni otro por mí, los descubra.
— Pues si eso es así —dijo Sancho—, ¿cómo hace vuestra merced que todos losque vence por su brazo se vayan a presentar ante mi señora Dulcinea, siendoesto firma de su nombre que la quiere bien y que es su enamorado? Y, siendoforzoso que los que fueren se han de ir a hincar de finojos ante supresencia, y decir que van de parte de vuestra merced a dalle laobediencia, ¿cómo se pueden encubrir los pensamientos de entrambos?— ¡Oh, qué necio y qué simple que eres! —dijo don Quijote—. ¿Tú no ves,Sancho, que eso todo redunda en su mayor ensalzamiento? Porque has de saberque en este nuestro estilo de caballería es gran honra tener una damamuchos caballeros andantes que la sirvan, sin que se estiendan más suspensamientos que a servilla, por sólo ser ella quien es, sin esperar otropremio de sus muchos y buenos deseos, sino que ella se contente deacetarlos por sus caballeros.
— Con esa manera de amor —dijo Sancho— he oído yo predicar que se ha de amara Nuestro Señor, por sí solo, sin que nos mueva esperanza de gloria o temorde pena. Aunque yo le querría amar y servir por lo que pudiese.— ¡Válate el diablo por villano —dijo don Quijote—, y qué de discrecionesdices a las veces! No parece sino que has estudiado.
— Pues a fe mía que no sé leer —respondió Sancho.
En esto, les dio voces maese Nicolás que esperasen un poco, que queríandetenerse a beber en una fontecilla que allí estaba. Detúvose don Quijote,con no poco gusto de Sancho, que ya estaba cansado de mentir tanto y temíano le cogiese su amo a palabras; porque, puesto que él sabía que Dulcineaera una labradora del Toboso, no la había visto en toda su vida.Habíase en este tiempo vestido Cardenio los vestidos que Dorotea traíacuando la hallaron, que, aunque no eran muy buenos, hacían mucha ventaja alos que dejaba. Apeáronse junto a la fuente, y con lo que el cura seacomodó en la venta satisficieron, aunque poco, la mucha hambre que todostraían.
Estando en esto, acertó a pasar por allí un muchacho que iba de camino, elcual, poniéndose a mirar con mucha atención a los que en la fuente estaban,de allí a poco arremetió a don Quijote, y, abrazándole por las piernas,comenzó a llorar muy de propósito, diciendo:
— ¡Ay, señor mío! ¿No me conoce vuestra merced? Pues míreme bien, que yo soyaquel mozo Andrés que quitó vuestra merced de la encina donde estaba atado.Reconocióle don Quijote, y, asiéndole por la mano, se volvió a los que allíestaban y dijo:
— Porque vean vuestras mercedes cuán de importancia es haber caballerosandantes en el mundo, que desfagan los tuertos y agravios que en él sehacen por los insolentes y malos hombres que en él viven, sepan vuestrasmercedes que los días pasados, pasando yo por un bosque, oí unos gritos yunas voces muy lastimosas, como de persona afligida y menesterosa; acudíluego, llevado de mi obligación, hacia la parte donde me pareció que laslamentables voces sonaban, y hallé atado a una encina a este muchacho queahora está delante (de lo que me huelgo en el alma, porque será testigo queno me dejará mentir en nada); digo que estaba atado a la encina, desnudodel medio cuerpo arriba, y estábale abriendo a azotes con las riendas deuna yegua un villano, que después supe que era amo suyo; y, así como yo levi, le pregunté la causa de tan atroz vapulamiento; respondió el zafio quele azotaba porque era su criado, y que ciertos descuidos que tenía nacíanmás de ladrón que de simple; a lo cual este niño dijo: ' Señor, no me azotasino porque le pido mi salario''. El amo replicó no sé qué arengas ydisculpas, las cuales, aunque de mí fueron oídas, no fueron admitidas. Enresolución, yo le hice desatar, y tomé juramento al villano de que lellevaría consigo y le pagaría un real sobre otro, y aun sahumados. ¿No esverdad todo esto, hijo Andrés? ¿No notaste con cuánto imperio se lo mandé,y con cuánta humildad prometió de hacer todo cuanto yo le impuse, ynotifiqué y quise? Responde; no te turbes ni dudes en nada: di lo que pasóa estos señores, porque se vea y considere ser del provecho que digo habercaballeros andantes por los caminos.
— Todo lo que vuestra merced ha dicho es mucha verdad —respondió elmuchacho—, pero el fin del negocio sucedió muy al revés de lo que vuestramerced se imagina.
— ¿Cómo al revés? —replicó don Quijote—; luego, ¿no te pagó el villano?— No sólo no me pagó —respondió el muchacho—, pero, así como vuestra mercedtraspuso del bosque y quedamos solos, me volvió a atar a la mesma encina, yme dio de nuevo tantos azotes que quedé hecho un San Bartolomé desollado;y, a cada azote que me daba, me decía un donaire y chufeta acerca de hacerburla de vuestra merced, que, a no sentir yo tanto dolor, me riera de loque decía.
En efeto: él me paró tal, que hasta ahora he estado curándome enun hospital del mal que el mal villano entonces me hizo. De todo lo cualtiene vuestra merced la culpa, porque si se fuera su camino adelante y noviniera donde no le llamaban, ni se entremetiera en negocios ajenos, mi amose contentara con darme una o dos docenas de azotes, y luego me soltara ypagara cuanto me debía. Mas, como vuestra merced le deshonró tan sinpropósito y le dijo tantas villanías, encendiósele la cólera, y, como no lapudo vengar en vuestra merced, cuando se vio solo descargó sobre mí elnublado, de modo que me parece que no seré más hombre en toda mi vida.— El daño estuvo —dijo don Quijote— en irme yo de allí; que no me había deir hasta dejarte pagado, porque bien debía yo de saber, por luengasexperiencias, que no hay villano que guarde palabra que tiene, si él veeque no le está bien guardalla. Pero ya te acuerdas, Andrés, que yo juré quesi no te pagaba, que había de ir a buscarle,