— ¿Otro reprochador de voquibles tenemos? —dijo Sancho—. Pues ándense a eso,y no acabaremos en toda la vida.
— Mala me la dé Dios, Sancho —respondió el bachiller—, si no sois vos lasegunda persona de la historia; y que hay tal, que precia más oíros hablara vos que al más pintado de toda ella, puesto que también hay quien digaque anduvistes demasiadamente de crédulo en creer que podía ser verdad elgobierno de aquella ínsula, ofrecida por el señor don Quijote, que estápresente.
— Aún hay sol en las bardas —dijo don Quijote—, y, mientras más fuereentrando en edad Sancho, con la esperiencia que dan los años, estará másidóneo y más hábil para ser gobernador que no está agora.
— Por Dios, señor —dijo Sancho—, la isla que yo no gobernase con los añosque tengo, no la gobernaré con los años de Matusalén. El daño está en quela dicha ínsula se entretiene, no sé dónde, y no en faltarme a mí elcaletre para gobernarla.
— Encomendadlo a Dios, Sancho —dijo don Quijote—, que todo se hará bien, yquizá mejor de lo que vos pensáis; que no se mueve la hoja en el árbol sinla voluntad de Dios.
— Así es verdad —dijo Sansón—, que si Dios quiere, no le faltarán a Sanchomil islas que gobernar, cuanto más una.
— Gobernador he visto por ahí —dijo Sancho— que, a mi parecer, no llegan ala suela de mi zapato, y, con todo eso, los llaman señoría, y se sirven conplata.
— Ésos no son gobernadores de ínsulas —replicó Sansón—, sino de otrosgobiernos más manuales; que los que gobiernan ínsulas, por lo menos han desaber gramática.
— Con la grama bien me avendría yo —dijo Sancho—, pero con la tica, ni metiro ni me pago, porque no la entiendo. Pero, dejando esto del gobierno enlas manos de Dios, que me eche a las partes donde más de mí se sirva, digo,señor bachiller Sansón Carrasco, que infinitamente me ha dado gusto que elautor de la historia haya hablado de mí de manera que no enfadan las cosasque de mí se cuentan; que a fe de buen escudero que si hubiera dicho de mícosas que no fueran muy de cristiano viejo, como soy, que nos habían de oírlos sordos.
— Eso fuera hacer milagros —respondió Sansón.
— Milagros o no milagros —dijo Sancho—, cada uno mire cómo habla o cómoescribe de las presonas, y no ponga a troche moche lo primero que le vieneal magín.
— Una de las tachas que ponen a la tal historia —dijo el bachiller— es quesu autor puso en ella una novela intitulada El curioso impertinente; no pormala ni por mal razonada, sino por no ser de aquel lugar, ni tiene que vercon la historia de su merced del señor don Quijote.
— Yo apostaré —replicó Sancho— que ha mezclado el hideperro berzas concapachos.
— Ahora digo —dijo don Quijote— que no ha sido sabio el autor de mihistoria, sino algún ignorante hablador, que, a tiento y sin algúndiscurso, se puso a escribirla, salga lo que saliere, como hacía Orbaneja,el pintor de Úbeda, al cual preguntándole qué pintaba, respondió: ''Lo quesaliere''. Tal vez pintaba un gallo, de tal suerte y tan mal parecido, queera menester que con letras góticas escribiese junto a él: "Éste es gallo".Y así debe de ser de mi historia, que tendrá necesidad de comento paraentenderla.
— Eso no —respondió Sansón—, porque es tan clara, que no hay cosa quedificultar en ella: los niños la manosean, los mozos la leen, los hombresla entienden y los viejos la celebran; y, finalmente, es tan trillada y tanleída y tan sabida de todo género de gentes, que, apenas han visto algúnrocín flaco, cuando dicen: "allí va Rocinante". Y los que más se han dado asu letura son los pajes: no hay antecámara de señor donde no se halle unDon Quijote: unos le toman si otros le dejan; éstos le embisten y aquéllosle piden. Finalmente, la tal historia es del más gustoso y menosperjudicial entretenimiento que hasta agora se haya visto, porque en todaella no se descubre, ni por semejas, una palabra deshonesta ni unpensamiento menos que católico.
— A escribir de otra suerte —dijo don Quijote—, no fuera escribir verdades,sino mentiras; y los historiadores que de mentiras se valen habían de serquemados, como los que hacen moneda falsa; y no sé yo qué le movió al autora valerse de novelas y cuentos ajenos, habiendo tanto que escribir en losmíos: sin duda se debió de atener al refrán: "De paja y de heno...",etcétera. Pues en verdad que en sólo manifestar mis pensamientos, missospiros, mis lágrimas, mis buenos deseos y mis acometimientos pudierahacer un volumen mayor, o tan grande que el que pueden hacer todas lasobras del Tostado. En efeto, lo que yo alcanzo, señor bachiller, es quepara componer historias y libros, de cualquier suerte que sean, es menesterun gran juicio y un maduro entendimiento. Decir gracias y escribir donaireses de grandes ingenios: la más discreta figura de la comedia es la delbobo, porque no lo ha de ser el que quiere dar a entender que es simple.
Lahistoria es como cosa sagrada; porque ha de ser verdadera, y donde está laverdad está Dios, en cuanto a verdad; pero, no obstante esto, hay algunosque así componen y arrojan libros de sí como si fuesen buñuelos.
— No hay libro tan malo —dijo el bachiller— que no tenga algo bueno.
— No hay duda en eso —replicó don Quijote—; pero muchas veces acontece quelos que tenían méritamente granjeada y alcanzada gran fama por susescritos, en dándolos a la estampa, la perdieron del todo, o lamenoscabaron en algo.
— La causa deso es —dijo Sansón— que, como las obras impresas se mirandespacio, fácilmente se veen sus faltas, y tanto más se escudriñan cuantoes mayor la fama del que las compuso. Los hombres famosos por sus ingenios,los grandes poetas, los ilustres historiadores, siempre, o las más veces,son envidiados de aquellos que tienen por gusto y por particularentretenimiento juzgar los escritos ajenos, sin haber dado algunos propiosa la luz del mundo.
— Eso no es de maravillar —dijo don Quijote—, porque muchos teólogos hay queno son buenos para el púlpito, y son bonísimos para conocer las faltas osobras de los que predican.
— Todo eso es así, señor don Quijote —dijo Carrasco—, pero quisiera yo quelos tales censuradores fueran más misericordiosos y menos escrupulosos, sinatenerse a los átomos del sol clarísimo de la obra de que murmuran; que sialiquando bonus dormitat Homerus, consideren lo mucho que estuvo despierto,por dar la luz de su obra con la menos sombra que pudiese; y quizá podríaser que lo que a ellos les parece mal fuesen lunares, que a las vecesacrecientan la hermosura del rostro que los tiene; y así, digo que esgrandísimo el riesgo a que se pone el que imprime un libro, siendo de todaimposibilidad imposible componerle tal, que satisfaga y contente a todoslos que le leyeren.
— El que de mí trata —dijo don Quijote—, a pocos habrá contentado.
— Antes es al revés; que, como de stultorum infinitus est numerus, infinitosson los que han gustado de la tal historia; y algunos han puesto falta ydolo en la memoria del autor, pues se le olvida de contar quién fue elladrón que hurtó el rucio a Sancho, que allí no se declara, y sólo seinfiere de lo escrito que se le hurtaron, y de allí a poco le vemos acaballo sobre el mesmo jumento, sin haber parecido. También dicen que se leolvidó poner lo que Sancho hizo de aquellos cien escudos que halló en lamaleta en Sierra Morena, que nunca más los nombra, y hay muchos que deseansaber qué hizo dellos, o en qué los gastó, que es uno de los puntossustanciales que faltan en la obra.
— Sancho respondió:
— Yo, señor Sansón, no estoy ahora para ponerme en cuentas ni cuentos; queme ha tomado un desmayo de estómago, que si no le reparo con dos tragos delo añejo, me pondrá en la espina de Santa Lucía. En casa lo tengo, mi oíslome aguarda; en acabando de comer, daré la vuelta, y satisfaré a vuestramerced y a todo el mundo de lo que preguntar quisieren, así de la pérdidadel jumento como del gasto de los cien escudos.
Y, sin esperar respuesta ni decir otra palabra, se fue a su casa.
Don Quijote pidió y rogó al bachiller se quedase a hacer penitencia con él.Tuvo el bachiller el envite: quedóse, añadióse al ordinaro un par depichones, tratóse en la mesa de caballerías, siguióle el humor Carrasco,acabóse el banquete, durmieron la siesta, volvió Sancho y renovóse laplática pasada.
Capítulo IV. Donde Sancho Panza satisface al bachiller Sansón Carrasco desus dudas y preguntas, con otros sucesos dignos de saberse y de contarse Volvió Sancho a casa de don Quijote, y, volviendo al pasado razonamiento,dijo:
— A lo que el señor Sansón dijo que se deseaba saber quién, o cómo, o cuándose me hurtó el jumento, respondiendo digo que la noche misma que, huyendode la Santa Hermandad, nos entramos en Sierra Morena, después de laaventura sin ventura de los galeotes y de la del difunto que llevaban aSegovia, mi señor y yo nos metimos entre una espesura, adonde mi señorarrimado a su lanza, y yo sobre mi rucio, molidos y cansados de las pasadasrefriegas, nos pusimos a dormir como si fuera sobre cuatro colchones depluma; especialmente yo dormí con tan pesado sueño, que quienquiera que fuetuvo lugar de llegar y suspenderme sobre cuatro estacas que puso a loscuatro lados de la albarda, de manera que me dejó a caballo sobre ella, yme sacó debajo de mí al rucio, sin que yo lo sintiese.
— Eso es cosa fácil, y no acontecimiento nuevo, que lo mesmo le sucedió aSacripante cuando, estando en el cerco de Albraca, con esa misma invenciónle sacó el caballo de entre las piernas aquel famoso ladrón llamadoBrunelo.
— Amaneció —prosiguió Sancho—, y, apenas me hube estremecido, cuando,faltando las estacas, di conmigo en el suelo una gran caída; miré por eljumento, y no le vi; acudiéronme lágrimas a los ojos, y hice unalamentación, que si no la puso el autor de nuestra historia, puede hacercuenta que no puso cosa buena. Al cabo de no sé cuántos días, viniendo conla señora princesa Micomicona, conocí mi asno, y que venía sobre él enhábito de gitano aquel Ginés de Pasamonte, aquel embustero y grandísimomaleador que quitamos mi señor y yo de la cadena.
— No está en eso el yerro —replicó Sansón—, sino en que, antes de haberparecido el jumento, dice el autor que iba a caballo Sancho en el mesmorucio.
— A eso —dijo Sancho—, no sé qué responder, sino que el historiador seengañó, o ya sería descuido del impresor.
— Así es, sin duda —dijo Sansón—; pero, ¿qué se hicieron los cien escudos?;¿deshiciéronse?
Respondió Sancho:
— Yo los gasté en pro de mi persona y de la de mi mujer, y de mis hijos, yellos han sido causa de que mi mujer lleve en paciencia los caminos ycarreras que he andado sirviendo a mi señor don Quijote; que si, al cabo detanto tiempo, volviera sin blanca y sin el jumento a mi casa, negra venturame esperaba; y si hay más que saber de mí, aquí estoy, que responderé almismo rey en presona, y nadie tiene para qué meterse en si truje o notruje, si gasté o no gasté; que si los palos que me dieron en estos viajesse hubieran de pagar a dinero, aunque no se tasaran sino a cuatro maravedíscada uno, en otros cien escudos no había para pagarme la mitad; y cada unometa la mano en su pecho, y no se ponga a juzgar lo blanco por negro y lonegro por blanco; que cada uno es como Dios le hizo, y aun peor muchasveces.
— Yo tendré cuidado —dijo Carrasco— de acusar al autor de la historia que siotra vez la imprimiere, no se le olvide esto que el buen Sancho ha dicho,que será realzarla un buen coto más de lo que ella se está.
— ¿Hay otra cosa que enmendar en esa leyenda, señor bachiller? —preguntó donQuijote.
— Sí debe de haber —respondió él—, pero ninguna debe de ser de laimportancia de las ya referidas.
— Y por ventura —dijo don Quijote—, ¿promete el autor segunda parte?
— Sí promete —respondió Sansón—, pero dice que no ha hallado ni sabe quiénla tiene, y así, estamos en duda si saldrá o no; y así por esto como porquealgunos dicen: "Nunca segundas partes fueron buenas", y otros: "De lascosas de don Quijote bastan las escritas", se duda que no ha de habersegunda parte; aunque algunos que son más joviales que saturninos dicen:"Vengan más quijotadas: embista don Quijote y hable Sancho Panza, y sea loque fuere, que con eso nos contentamos".
— Y ¿a qué se atiene el autor?
— A que —respondió Sansón—, en hallando que halle la historia, que él vabuscando con extraordinarias diligencias, la dará luego a la estampa,llevado más del interés que de darla se le sigue que de otra alabanzaalguna.
A lo que dijo Sancho:
— ¿Al dinero y al interés mira el autor? Maravilla será que acierte, porqueno hará sino harbar, harbar, como sastre en vísperas de pascuas, y lasobras que se hacen apriesa nunca se acaban con la perfeción que requieren.Atienda ese señor moro, o lo que es, a mirar lo que hace; que yo y mi señorle daremos tanto ripio a la mano en materia de aventuras y de sucesosdiferentes, que pueda componer no sólo segunda parte, sino ciento. Debe depensar el buen hombre, sin duda, que nos dormimos aquí en las pajas; puesténganos el pie al herrar, y verá del que cosqueamos. Lo que yo sé decir esque si mi señor tomase mi consejo, ya habíamos de estar en esas campañasdeshaciendo agravios y enderezando tuertos, como es uso y costumbre de losbuenos andantes caballeros.
No había bien acabado de decir estas razones Sancho, cuando llegaron a susoídos relinchos de Rocinante; los cuales relinchos tomó don Quijote porfelicísimo agüero, y determinó de hacer de allí a tres o cuatro días otrasalida; y, declarando su intento al bachiller, le pidió consejo por quéparte comenzaría su jornada; el cual le respondió que era su parecer quefuese al reino de Aragón y a la ciudad de Zaragoza, adonde, de allí a pocosdías, se habían de hacer unas solenísimas justas por la fiesta de SanJorge, en las cuales podría ganar fama sobre todos los caballerosaragoneses, que sería ganarla sobre todos los del mundo. Alabóle serhonradísima y valentísima su determinación, y advirtióle que anduviese másatentado en acometer los peligros, a causa que su vida no era suya, sino detodos aquellos que le habían de menester para que los amparase y socorrieseen sus desventuras.
— Deso es lo que yo reniego, señor Sansón —dijo a este punto Sancho—, queasí acomete mi señor a cien hombres armados como un muchacho goloso a mediadocena de badeas. ¡Cuerpo del mundo, señor bachiller! Sí, que tiempos hayde acometer y tiempos de retirar; sí, no ha de ser todo "¡Santiago, ycierra, España!" Y más, que yo he oído decir, y creo que a mi señor mismo,si mal no me acuerdo, que en los estremos de cobarde y de temerario está elmedio de la valentía; y si esto es así, no quiero que huya sin tener paraqué, ni que acometa cuando la demasía pide otra cosa. Pero, sobre todo,aviso a mi señor que si me ha de llevar consigo, ha de ser con condiciónque él se lo ha de batallar todo, y que yo no he de estar obligado a otracosa que a mirar por su persona en lo que tocare a su limpieza y a suregalo; que en esto yo le bailaré el agua delante; pero pensar que tengo deponer mano a la espada, aunque sea contra villanos malandrines de hacha ycapellina, es pensar en lo escusado. Yo, señor Sansón, no pienso granjearfama de valiente, sino del mejor y más leal escudero que jamás sirvió acaballero andante; y si mi señor don Quijote, obligado de mis muchos ybuenos servicios, quisiere darme alguna ínsula de las muchas que su merceddice que se ha de topar por ahí, recibiré mucha merced en ello; y cuando nome la diere, nacido soy, y no ha de vivir el hombre en hoto de otro sino deDios; y más, que tan bien, y aun quizá mejor, me sabrá el pan desgobernadoque siendo gobernador; y ¿sé yo por ventura si en esos gobiernos me tieneaparejada el diablo alguna zancadilla donde tropiece y caiga y me haga lasmuelas? Sancho nací, y Sancho pienso morir; pero si con todo esto, debuenas a buenas, sin mucha solicitud y sin mucho riesgo, me deparase elcielo alguna ínsula, o otra cosa semejante, no soy tan necio que ladesechase; que también se dice: "Cuando te dieren la vaquilla, corre con lasoguilla"; y "Cuando viene el bien, mételo en tu casa".
— Vos, hermano Sancho —dijo Carrasco—, habéis hablado como un catedrático;pero, con todo eso, confiad en Dios y en el señor don Quijote, que os ha dedar un reino, no que una ínsula.
— Tanto es lo de más como lo de menos —respondió Sancho—; aunque sé decir alseñor Carrasco que no echara mi señor el reino que me diera en saco roto,que yo he tomado el pulso a mí mismo, y me hallo con salud para regirreinos y gobernar ínsulas, y esto ya otras veces lo he dicho a mi señor.
— Mirad, Sancho —dijo Sansón—, que los oficios mudan las costumbres, ypodría ser que viéndoos gobernador no conociésedes a la madre que os parió.
— Eso allá se ha de entender —respondió Sancho— con los que nacieron en lasmalvas, y no con los que tienen sobre el alma cuatro dedos de enjundia decristianos viejos, como yo los tengo.
¡No, sino llegaos a mi condición, quesabrá usar de desagradecimiento con alguno!
— Dios lo haga —dijo don Quijote—, y ello dirá cuando el gobierno venga; queya me parece que le trayo entre los ojos.
Dicho esto, rogó al bachiller que, si era poeta, le hiciese merced decomponerle unos versos que tratasen de la despedida que pensaba hacer de suseñora Dulcinea del Toboso, y que advirtiese que en el principio de cadaverso había de poner una letra de su nombre, de manera que al fin de losversos, juntando las primeras letras, se leyese: Dulcinea del Toboso.
El bachiller respondió que, puesto que él no era de los famosos poetas quehabía en España, que decían que no eran sino tres y medio, que no dejaríade componer los tales metros, aunque hallaba una dificultad grande en sucomposición, a causa que las letras que contenían el nombre eran diez ysiete; y que si hacía cuatro castellanas de a cuatro versos, sobrara unaletra; y si de a cinco, a quien llaman décimas o redondillas, faltaban tresletras; pero, con todo eso, procuraría embeber una letra lo mejor quepudiese, de manera que en las cuatro castellanas se incluyese el nombre deDulcinea del Toboso.
— Ha de ser así en todo caso —dijo don Quijote—; que si allí no va el nombrepatente y de manifiesto, no hay mujer que crea que para ella se hicieronlos metros.
Quedaron en esto y en que la partida sería de allí a ocho días. Encargó donQuijote al bachiller la tuviese secreta, especialmente al cura y a maeseNicolás, y a su sobrina y al ama, porque no estorbasen su honrada yvalerosa determinación. Todo lo prometió Carrasco. Con esto se despidió,encargando a don Quijote que de todos sus buenos o malos sucesos leavisase, habiendo comodidad; y así, se despidieron, y Sancho fue a poner enorden lo necesario para su jornada.
Capítulo V. De la discreta y graciosa plática que pasó entre Sancho Panza ysu mujer Teresa Panza, y otros sucesos dignos de felice recordación (Llegando a escribir el traductor desta historia este quinto capítulo, diceque le tiene por apócrifo, porque en él habla Sancho Panza con otro estilodel que se podía prometer de su corto ingenio, y dice cosas tan sutiles,que no tiene por posible que él las supiese; pero que no quiso dejar detraducirlo, por cumplir con lo que a su oficio debía; y así, prosiguiódiciendo:) Llegó Sancho a su casa tan regocijado y alegre, que su mujer conoció sualegría a tiro de ballesta; tanto, que la obligó a preguntarle:
— ¿Qué traés, Sancho amigo, que tan alegre venís?
A lo que él respondió:
— Mujer mía, si Dios quisiera, bien me holgara yo de no estar tan contentocomo muestro.
— No os entiendo, marido —replicó ella—, y no sé qué queréis decir en eso deque os holgáredes, si Dios quisiera, de no estar contento; que, maguertonta, no sé yo quién recibe gusto de no tenerle.
— Mirad, Teresa —respondió Sancho—: yo estoy alegre porque tengo determinadode volver a servir a mi amo don Quijote, el cual quiere la vez tercerasalir a buscar las aventuras; y yo vuelvo a salir con él, porque lo quiereasí mi necesidad, junto con la esperanza, que me alegra, de pensar si podréhallar otros cien escudos como los ya gastados, puesto que me entristece elhaberme de apartar de ti y de mis hijos; y si Dios quisiera darme de comera pie enjuto y en mi casa, sin traerme por vericuetos y encrucijadas, pueslo podía hacer a poca costa y no más de quererlo, claro está que mi alegríafuera más firme y valedera, pues que la que tengo va mezclada con latristeza del dejarte; así que, dije bien que holgara, si Dios quisiera, deno estar contento.
— Mirad, Sancho —replicó Teresa—: después que os hicistes miembro decaballero andante habláis de tan rodeada manera, que no hay quien osentienda.
— Basta que me entienda Dios, mujer —respondió Sancho—, que Él es elentendedor de todas las cosas, y quédese esto aquí; y advertid, hermana,que os conviene tener cuenta estos tres días con el rucio, de manera queesté para armas tomar: dobladle los piensos, requerid la albarda y lasdemás jarcias, porque no vamos a bodas, sino a rodear el mundo, y a tenerdares y tomares con gigantes, con endriagos y con vestiglos, y a oírsilbos, rugidos, bramidos y baladros; y aun todo esto fuera flores decantueso si no tuviéramos que entender con yangüeses y con morosencantados.
— Bien creo yo, marido —replicó Teresa—, que los escuderos andantes no comenel pan de balde; y así, quedaré rogando a Nuestro Señor os saque presto detanta mala ventura.
— Yo os digo, mujer —respondió Sancho—, que si no pensase antes de muchotiempo verme gobernador de una ínsula, aquí me caería muerto.
— Eso no, marido mío —dijo Teresa—: viva la gallina, aunque sea con supepita; vivid vos, y llévese el diablo cuantos gobiernos hay en el mundo;sin gobierno salistes del vientre de vuestra madre, sin gobierno habéisvivido hasta ahora, y sin gobierno os iréis, o os llevarán, a la sepulturacuando Dios fuere servido. Como ésos hay en el mundo que viven singobierno, y no por eso dejan de vivir y de ser contados en el número de lasgentes. La mejor salsa del mundo es la hambre; y como ésta no falta a lospobres, siempre comen con gusto. Pero mirad, Sancho: si por ventura osviéredes con algún gobierno, no os olvidéis de mí y de vuestros hijos.Advertid que Sanchico tiene ya quince años cabales, y es razón que vaya ala escuela, si es que su tío el abad le ha de dejar hecho de la Iglesia.Mirad también que Mari Sancha, vuestra hija, no se morirá si la casamos;que me va dando barruntos que desea tanto tener marido como vos deseáisveros con gobierno; y, en fin en fin, mejor parece la hija mal casada quebien abarraganada.
— A buena fe —respondió Sancho— que si Dios me llega a tener algo qué degobierno, que tengo de casar, mujer mía, a Mari Sancha tan altamente que nola alcancen sino con llamarla señora.
— Eso no, Sancho —respondió Teresa—: casadla con su igual, que es lo másacertado; que si de los zuecos la sacáis a chapines, y de saya parda decatorceno a verdugado y saboyanas de seda, y de una Marica y un tú a unadoña tal y señoría, no se ha de hallar la mochacha, y a cada paso ha decaer en mil faltas, descubriendo la hilaza de su tela basta y grosera.
— Calla, boba —dijo Sancho—, que todo será usarlo dos o tres años; quedespués le vendrá el señorío y la gravedad como de molde; y cuando no, ¿quéimporta? Séase ella señoría, y venga lo que viniere.
— Medíos, Sancho, con vuestro estado —respondió Teresa—; no os queráis alzara mayores, y advertid al refrán que dice: "Al hijo de tu vecino, límpialelas narices y métele en tu casa". ¡Por cierto, que sería gentil cosa casara nuestra María con un condazo, o con caballerote que, cuando se leantojase, la pusiese como nueva, llamándola de villana, hija deldestripaterrones y de la pelarruecas! ¡No en mis días, marido! ¡Para eso,por cierto, he criado yo a mi hija! Traed vos dineros, Sancho, y el casarladejadlo a mi cargo; que ahí está Lope Tocho, el hijo de Juan Tocho, mozorollizo y sano, y que le conocemos, y sé que no mira de mal ojo a lamochacha; y con éste, que es nuestro igual, estará bien casada, y letendremos siempre a nuestros ojos, y seremos todos unos, padres y hijos,nietos y yernos, y andará la paz y la bendición de Dios entre todosnosotros; y no casármela vos ahora en esas cortes y en esos palaciosgrandes, adonde ni a ella la entiendan, ni ella se entienda.
— Ven acá, bestia y mujer de Barrabás —replicó Sancho—: ¿por qué quieres túahora, sin qué ni para qué, estorbarme que no case a mi hija con quien medé nietos que se llamen señoría? Mira, Teresa: siempre he oído decir a mismayores que el que no sabe gozar de la ventura cuando le viene, que no sedebe quejar si se le pasa. Y no sería bien que ahora, que está llamando anuestra puerta, se la cerremos; dejémonos llevar deste viento favorable quenos sopla.
(Por este modo de hablar, y por lo que más abajo dice Sancho, dijo eltradutor desta historia que tenía por apócrifo este capítulo.)
— ¿No te parece, animalia —prosiguió Sancho—, que será bien dar con micuerpo en algún gobierno provechoso que nos saque el pie del lodo? Y cásesea Mari Sancha con quien yo quisiere, y verás cómo te llaman a ti doñaTeresa Panza, y te sientas en la iglesia sobre alcatifa, almohadas yarambeles, a pesar y despecho de las hidalgas del pueblo. ¡No, sino estaossiempre en un ser, sin crecer ni menguar, como figura de paramento! Y enesto no hablemos más, que Sanchica ha de ser condesa, aunque tú más medigas.
— ¿Veis cuanto decís, marido? —respondió Teresa—. Pues, con todo eso, temoque este condado de mi hija ha de ser su perdición. Vos haced lo quequisiéredes, ora la hagáis duquesa o princesa, pero séos decir que no seráello con voluntad ni consentimiento mío. Siempre, hermano, fui amiga de laigualdad, y no puedo ver entonos sin fundamentos. Teresa me pusieron en elbautismo, nombre mondo y escueto, sin añadiduras ni cortapisas, niarrequives de dones ni donas; Cascajo se llamó mi padre, y a mí, por servuestra mujer, me llaman Teresa Panza, que a buena razón me habían dellamar Teresa Cascajo. Pero allá van reyes do quieren leyes, y con estenombre me contento, sin que me le pongan un don encima, que pese tanto queno le pueda llevar, y no quiero dar que decir a los que me vieren andarvestida a lo condesil o a lo de gobernadora, que luego dirán: ''¡Mirad quéentonada va la pazpuerca!; ayer no se hartaba de estirar de un copo deestopa, y iba a misa cubierta la cabeza con la falda de la saya, en lugarde manto, y ya hoy va con verdugado, con broches y con entono, como si nola conociésemos''. Si Dios me guarda mis siete, o mis cinco sentidos, o losque tengo, no pienso dar ocasión de verme en tal aprieto. Vos, hermano,idos a ser gobierno o ínsulo, y entonaos a vuestro gusto; que mi hija niyo, por el siglo de mi madre, que no nos hemos de mudar un paso de nuestraaldea: la mujer honrada, la pierna quebrada, y en casa; y la doncellahonesta, el hacer algo es su fiesta. Idos con vuestro don Quijote avuestras aventuras, y dejadnos a nosotras con nuestras malas venturas, queDios nos las mejorará como seamos buenas; y yo no sé, por cierto, quién lepuso a él don, que no tuvieron sus padres ni sus agüelos.
— Ahora digo —replicó Sancho— que tienes algún familiar en ese cuerpo.¡Válate Dios, la mujer, y qué de cosas has ensartado unas en otras, sintener pies ni cabeza! ¿Qué tiene que ver el Cascajo, los broches, losrefranes y el entono con lo que yo digo? Ven acá, mentecata e ignorante(que así te puedo llamar, pues no entiendes mis razones y vas huyendo de ladicha): si yo dijera que mi hija se arrojara de una torre abajo, o que sefuera por esos mundos, como se quiso ir la infanta doña Urraca, teníasrazón de no venir con mi gusto; pero si en dos paletas, y en menos de unabrir y cerrar de ojos, te la chanto un don y una señoría a cuestas, y tela saco de los rastrojos, y te la pongo en toldo y en peana, y en unestrado de más almohadas de velludo que tuvieron moros en su linaje losAlmohadas de Marruecos, ¿por qué no has de consentir y querer lo que yoquiero?
— ¿Sabéis por qué, marido? —respondió Teresa—; por el refrán que dice:"¡Quien te cubre, te descubre!" Por el pobre todos pasan los ojos como decorrida, y en el rico los detienen; y si el tal rico fue un tiempo pobre,allí es el murmurar y el maldecir, y el peor perseverar de losmaldicientes, que los hay por esas calles a montones, como enjambres deabejas.