El Arroyo by Élisée Reclus - HTML preview

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#EL ARROYO#

CAPÍTULO PRIMERO

#La fuente#

La historia de un arroyo, hasta la del más pequeño que nace y se pierdeentre el musgo, es la historia del infinito. Sus gotas centelleantes hanatravesado el granito, la roca calcárea y la arcilla; han sido nievesobre la cumbre del frío monte, molécula de vapor en la nube, blancaespuma en las erizadas olas. El sol, en su carrera diaria, las ha hechoresplandecer con hermosos reflejos; la pálida luz de la luna las hairisado apenas perceptiblemente; el rayo la ha convertido en hidrógeno yoxígeno, y luego, en un nuevo choque, ha hecho descender en forma delluvia sus elementos primitivos. Todos los agentes de la atmósfera y elespacio y todas las fuerzas cósmicas, han trabajado en concierto paramodificar incesantemente el aspecto y la posición de la imperceptiblegota; á su vez, ella misma es un mundo como los astros enormes que danvueltas por los cielos, y su órbita se desenvuelve de cielo en cieloeternamente y sin reposo.

Toda nuestra imaginación no basta para abarcar en su conjunto elcircuito de la gota y por eso nos limitamos á seguirla en su curso y sucaída, desde su aparición en la fuente, hasta mezclarse con el agua delcaudaloso río y el océano inmenso. Como seres débiles, intentamos medirla naturaleza con nuestra propia talla; cada uno de sus fenómenos seresume para nosotros en un pequeño número de impresiones que hemossentido.

¿Qué es el arroyo, sino el sitio hermoso y apacible donde hemosvisto correr el agua cristalina bajo la sombra de los álamos,balancearse sus hierbas largas como serpentinas y temblar agitados losjuncos de sus islitas? La orilla florida donde gozábamos acostándonos alsol, soñando en la libertad, el sendero tortuoso que bordea el margen yque nosotros seguimos con paso lento contemplando el curso del agua, laarista de la piedra desde la cual el agua unida en apretado haz seprecipita en cascada ó se deshace en espuma; he ahí lo que en nuestrorecuerdo es el arroyo, casi con toda su infinita y compleja naturaleza,puesto que lo restante se pierde en las obscuridades de lo inconcebible.

La fuente, el punto donde el chorro de agua, oculto hasta allí, semanifiesta repentinamente, es el paraje encantador hacia el cual nossentimos invenciblemente atraídos; que ésta parezca adormecida en unprado como simple balsa entre los juncos, que salga á borbotones de laarena arrastrando laminitas de cuarzo ó de mica, que suben y bajanarremolinándose en un torbellino sin fin, que brote modestamente entredos piedras, á la sombra discreta de los grandes árboles, ó bien quesalga con estrépito de una abertura de la roca ¿cómo no sentirsefascinado por el agua que acaba de salir de la obscuridad y tanalegremente refleja la luz?

Gozando nosotros del espectáculo encantadorque el manantial nos ofrece, nos es fácil comprender por qué los árabes,los españoles, los campesinos de los Pirineos y otros muchos hombres detodas las razas y de todos los climas han creído ver en las fuentes«ojos» de seres encerrados en las tenebrosas entrañas de las rocas, conlos cuales contemplan el espacio y la verdura. Libre de la cárcel que laaprisionaba, la ninfa alegre mira el cielo azul, los árboles, lashierbas, las cañas que se balancean; refleja la inmensa naturaleza en elhermoso zafiro de sus aguas, y, sugestionados por sus límpidas miradas,nos sentimos poseídos de misteriosa ternura.

La transparencia de las fuentes fué en todo tiempo el símbolo de lapureza moral; en la poesía de todos los pueblos, la inocencia se comparacon el agua cristalina de las fuentes, y el recuerdo de esta imagen,transmitido de siglo en siglo, se ha convertido para nosotros enatractivo.

No cabe duda que esta agua se enturbiará más lejos; pasará por rocas quele dejarán materias impuras y arrastrará vegetales en putrefacción; seescurrirá por sucias tierras y se cargará de inmundancias por losanimales y los hombres; pero aquí, en su balsa de piedra Ó en su cuna dejuncos, es tan pura, tan luminosa, que parece aire condensado: losreflejos movibles de la superficie, los repentinos borbotones, loscírculos concéntricos de sus rizos, los contornos indecisos y flotantesde las piedras sumergidas, es lo único que revela que ese fluido tanclaro, es agua lo mismo que los ríos cenagosos. Inclinándonos sobre lafuente y viendo en ella reflejada nuestra cara fatigada y con frecuencianada buena sobre su límpida superficie, no hay nadie que no repitainstintivamente, hasta sin haberlo aprendido, el antiguo canto que losgüebros enseñaban á sus hijos:

Acércate á la flor, pero no la deshojes,

Mírala y dí en voz baja: ¡Oh, quién fuera tan bueno!

En fuente cristalina no arrojes nunca piedras;

Contémplala y exclama: ¡Oh, quién fuera tan puro!

¡Qué hermosas son esas cabezas de náyade con la cabellera coronada dehojas y flores que los artistas helénicos han burilado en sus medallas yesas estatuas de ninfas que han elevado sobre las columnatas y lostemplos! ¡Cuán encantadoras son esas imágenes ligeras y vaporosas queGoujon ha sabido, no obstante, fijar para los siglos en el mármol de susfuentes! Cuán graciosa y alegre no es esa fuente que el viejo Ingres hacasi esculpido con su pincel! Nada parece ser tan fugitivo, tanindeciso como el agua corriente vista entre juncos; es cosa depreguntarse cómo una mano humana puede atreverse á simular la fuente,con sus rasgos precisos, en el mármol ó la tela; pero pintor ó escultor,el artista no tiene más que mirar esta agua transparente, dejarseseducir por el sentimiento que le invade, para ver que aparece ante suvista la imagen graciosa y de redondeces abultadas y hermosas. Héla ahí,bella y desnuda, sonriendo á la vida, fresca como la onda en la que supie se baña; es joven y no envejecerá jamás; aunque las generacionespasen rápidas ante ella, sus formas serán siempre igualmente suaves, sumirada igualmente pura, y el agua que se extiende como perlas en su urnaencantada, brillará siempre al sol con iguales resplandores. ¡Quéimporta que la ninfa inocente, desconocedora de las miserias de la vida,no tenga en su cabeza un torbellino de ideas! Feliz ella, no sueña ennada; pero su dulce mirada nos hace soñar á nosotros y, á su vista, nosprometemos ser sinceros y buenos hasta ser su igual, y su virtud nosfortalece contra el mundo odioso del vicio y la calumnia.

La leyenda romana nos dice que Numa Pompilio tenía como consejera á laninfa Egeria. Penetraba solo en el interior de los bosques, bajo lasombra misteriosa de las encinas; se aproximaba confiadamente á la grutasagrada y con su sola presencia, al agua pura de la cascada, con suropaje bordado de espuma y el flotante velo de vapor, irisado, adquiríala forma de una mujer hermosa y le sonreía con amor. Numa, el míseromortal, la hablaba como á su igual, y la ninfa le contestaba con vozcristalina, á la que se mezclaban como un coro lejano el murmullo delfollaje y los ruidos del bosque. El legislador aprendió allí susabiduría.

Ningún anciano con su barba blanca hubiera pronunciadopalabras tan juiciosas como las que salían de los labios de la ninfa,inmortal y eternamente joven.

¿Qué nos dice esta leyenda, sino que sólo la naturaleza y no la baraúndade las multitudes puede iniciarnos en la verdad? ¿qué para iniciarse enlos misterios de la ciencia es preciso retirarse á la soledad ydesarrollar su inteligencia por la reflexión? Numa Pompilio, Egeria, noson más que nombres simbólicos que resumen todo un período de lahistoria del pueblo romano, lo mismo que la de toda sociedad naciente: álas ninfas, ó, por mejor decir, á las fuentes; á los bosques, á losmontes deben los hombres la inspiración de sus costumbres y sus leyes enel origen de la civilización. Y aun cuando fuera cierto que la discretanaturaleza hubiera dado así consejos á los legisladores, transformadosbien pronto en opresores de la humanidad,

¡cuánto bien no ha hecho sobreella en favor de los que sufren en la tierra, para darles energía,consolarlos en las horas de desgracia y fortalecerlos para la granbatalla de la vida! Si los oprimidos no hubieren tenido donde templarlas energías y crearse un alma fuerte contemplando la tierra y susgrandes paisajes, la iniciativa y la audacia hubieran muerto ha muchossiglos. Todas las cabezas se hubieran inclinado ante unos cuantosdéspotas y todas las inteligencias hubieran caído en una indestructiblered de sutilezas y mentiras.

En nuestras universidades é institutos, muchos profesores, sin saber loque hacen ó creyendo hacer bien, intentan disminuir el valor de lajuventud educando la fuerza y la originalidad según sus propias ideas,imponiendo á todos la misma disciplina y mediocridad. Existe una tribude pieles rojas en la que las madres intentan hacer hijos paraconsejeros y para la guerra haciéndoles inclinar la cabeza haciaadelante ó hacia atrás por medio de sólidos instrumentos de madera yvendajes apropiados; lo mismo que esta tribu existen pedagogos que seconsagran á la obra funesta de fabricar cabezas de funcionario y otroscargos, lo cual consiguen, desgraciadamente, con harta frecuencia. Peropasan los diez meses de cadena, los diez largos meses de estudios, yllegan los días felices de vacaciones: la juventud adquiere su libertad;vuelve al campo, ve nuevamente los álamos del prado, los árboles delbosque, y la fuente sobre cuyas aguas flotan ya las primeras hojasamarillas que el otoño marchita; llenan sus pulmones con el aire puro dela campiña, renuevan su sangre, fortalecen un cuerpo y todos losaburrimientos de la escuela serán insuficientes para hacer quedesaparezcan del cerebro los recuerdos de la naturaleza libre. Que elcolegial salido de la cárcel, escéptico y extenuado, se aficione áseguir el tortuoso sendero que bordea al arroyo, que contemple losremolinos de las aguas, que separe las hojas ó levante las piedras paraver salir el agua de los pequeños manantiales, y este ejercicio le harámuy pronto sencillo de corazón, jovial y cándido.

Y lo mismo que sucede á los jóvenes sucede á los pueblos en suadolescencia. A miles, los sacerdotes y directores de las naciones,pérfidos ó llenos de buenas intenciones, se han armado del látigo y lamordaza, ó bien, con mayor habilidad se han limitado á hacer repetir entodos los siglos las ideas de obediencia con objeto de matar lasvoluntades y envilecer los espíritus; pero, afortunadamente, todos esos

pastores

que han querido esclavizar al hombre por el terror, laignorancia ó la aplastante rutina, no han conseguido crear un mundo á suimagen, no han podido hacer de la naturaleza un gran jardín de olorososnaranjos, con árboles retorcidos en forma de monstruos y de enanos, convalles cortados como figuras geométricas y rocas talladas á la últimamoda. La tierra, por la magnificencia de sus horizontes, las frescurasde sus bosques y la pureza de sus fuentes, ha sido y continúa siendo lagran educadora y no ha cesado de llamar á las naciones á la armonía y ála conquista de la libertad. Tal monte cuyas nieves y hielos aparecenen pleno cielo por encima de las nubes, tal bosque en el que el vientoruge, ó tal riachuelo que corre susurrante por prados y valles, hanhecho con frecuencia mucho más que formidables ejércitos por la libertadde un pueblo. Así lo sintieron los antiguos vascos, nobles descendientesde los íberos, nuestros abuelos: por el anhelo de libertad y altivavalentía, construían sus residencias al borde de las fuentes, á lasombra de los grandes árboles, y más aún que su fiereza, el amor á lanaturaleza aseguró durante siglos su independencia.

Nuestros otros antepasados, los arios de Asia, adoraban las aguascorrientes, y desde el origen de las edades históricas, fueron objeto deun culto verdadero. Vivían en la salida de los hermosos valles quedescendían de Palmira, el «techo del mundo», sabían utilizar todos lostorrentes de agua clara dividiéndolos en numerosos canales,transformando así en fértiles huertas sus áridas tierras, y si invocabaná las fuentes, si las ofrecían sacrificios, no era sólo porque el aguafertilizaba sus campos y hacía crecer sus árboles y calmaba la sed deellos y sus ganados, sino también, según decían, porque el agua purificaá los hombres, equilibra las pasiones y calma los «deseos desmedidos».El agua era quien les evitaba los odios y furias insensatos de susvecinos, los semitas del desierto, y ella era quien les había salvado dela vida errante fecundando sus campos y alimentando sus cultivos; á elladebían el haber podido fijar la primera piedra del hogar, y luego, lapoblación y la ciudad, ensanchando así el círculo de sus sentimientos ysus ideas. Sus hijos, los helenos, comprendieron la importancia del aguay su influencia decisiva en el origen de las sociedades, según más tardedemostraron construyendo un templo y levantando la estatua de un dios alborde de cada una de sus fuentes.

Hasta entre nosotros, últimos descendientes de los arios, subsiste enalgunos puntos un resto de la antigua adoración á las fuentes. Despuésde la muerte de los antiguos dioses y la destrucción de sus templos, lospueblos cristianos continuaron en muchas partes venerando el agua de losmanantiales: así en el nacimiento del Cefiso en Beocia, se ve una allado de otra, las ruinas de dos ninfeos griegos con sus elegantescolumnas y la pesada arquitectura de una capilla de la Edad Media. En laEuropa occidental algunas iglesias y conventos han sido construídos enla orilla de las fuentes; pero en muchos más puntos aun, los sitiosencantadores en donde alegremente salen del suelo las aguas cristalinas,han sido maldecidos como parajes frecuentados por demonios. Durante losdolorosos siglos de la Edad Media, el temor transformó los hombres, yeste sentimiento funesto les hizo ver caras gesticulantes y ridículas,en donde nuestros antepasados sorprendieron la sonrisa de los dioses,transformando en antesala del infierno la alegre tierra que para loshelenos fué la base del Olimpo. Los negros sacerdotes, comprendiendopor instinto que la libertad podría renacer del amor á la naturaleza,habían entregado la tierra á los genios infernales; habían puesto losdemonios y los fantasmas en el mismo punto que antes ocupaban losdríadas y las fuentes donde en otro tiempo se bañaban las ninfas. Alnacimiento de las aguas acudían los espectros de los muertos para unirsus sollozos con los quejidos lastimeros de los árboles y el murmullodel agua al chocar con las piedras; era también el punto de reunión delas bestias salvajes, en donde por las noches el siniestro duende seemboscaba detrás de una breña para lanzarse de un salto sobre loscaminantes y convertirlos en cabalgadura suya. En Francia, como enEspaña ¡cuántas «fuentes del diablo» y «bocas de infierno» existen, nofrecuentadas por los campesinos supersticiosos, y teniendo únicamente deinfernal, sin embargo, esas fuentes temidas y esos antros subterráneos,la majestad salvaje del lugar ó la azul profundidad de sus aguas!

En adelante, á todos los hombres que aman á la vez la poesía y laciencia, á todos los que deben trabajar de común acuerdo para elbienestar general, corresponde el deber de levantar la maldiciónarrojada sobre las fecundas y encantadoras fuentes por los sacerdotes dela Edad Media. No adoraremos, es cierto, como nuestros antepasados,arios, semitas ó íberos, el agua transparente que sale á borbotones delsuelo; para manifestar nuestro agradecimiento por la vida y lasriquezas que produce á las sociedades, no lo construiremos ningúnninfeo, no le dedicaremos ninguna libación solemne, pero en honor de lafuente haremos más que todo eso. Estudiaremos en sus aguas, en suespuma, en la arena que arrastra, en las tierras que disuelve y, á pesarde las tinieblas, remontaremos el curso subterráneo hasta la primeragota que la roca transpira; á la luz del día la seguiremos de cascada encascada, de curva en curva, hasta llegar al inmensa depósito del mar ádonde va á confundirse, y conoceremos con exactitud el papel importanteque desempeña en la historia del planeta. Al mismo tiempo, aprenderemosá utilizarla de un modo completo en el riego de nuestros campos,convirtiéndola en una de nuestras riquezas, poniéndola al servicio comúnde la humanidad, en vez de dejarla arrasar los cultivos ó perderse enpestilentes pantanos. Cuando hayamos, en fin, comprendido á la fuentecon exacta perfección, entonces será nuestra fiel asociada en la obra deembellecimiento del globo; entonces apreciaremos prácticamente suencanto y su belleza, y nuestras miradas no serán ya de infantiladmiración. El agua, como la tierra que vivifica, nos parecerá cada díamás hermosa en cuanto se haya purificado, no sin pena, de su largamaldición. Las tradiciones de nuestros antepasados, los ciudadanoshelénicos, que miraban con tanto amor el perfil de los montes, elnacimiento de las aguas y el contorno accidentado de las orillas delarroyo, han sido vueltas á la vida por nuestros artistas para la tierraentera como para la fuente, y gracias á esta resurrección la humanidadflorece de nuevo en su juventud y su alegría.

Cuando empezó el renacimiento de los pueblos europeos, un mito extrañose propagó entre los hombres. Se contaba que lejos, muy lejos, más alláde los límites del mundo conocido, existía una fuente maravillosa, quereunía las virtudes de todas las demás fuentes; no sólo curaba los malessino que rejuvenecía y daba la inmortalidad. El vulgo creyó esta fábulay se puso á buscar la «Fuente dé la Juventud,» esperando encontrarla, noen la entrada de los infiernos, como la laguna Estigia, sino alcontrario, en un paraíso terrestre, en medio de flores y verdura, bajouna primavera eterna. Después del descubrimiento del Nuevo Mundo, lossoldados españoles, á millares, se aventuraban con heroísmo inusitado enmedio de tierras desconocidas, á través de los bosques, pantanos,barrancos y montes, y en regiones pobladas de enemigos; iban siempreadelante, y cada una de sus etapas se marcaba con la muerte de muchos deellos; pero los que quedaban avanzaban sin detenerse, esperando hallaral fin, en recompensa de sus esfuerzos, esa agua maravillosa cuyocontacto les haría vencer á la muerte. Aun hoy, según se dice, lospescadores descendientes de los primeros conquistadores españoles danvueltas alrededor de las islas del estrecho de las Bahamas, con laesperanza de ver en alguna playa salir á borbotones la maravillosa agua.

¿Y á qué es debido el que hombres, gozando después, de todo de unexcelente buen sentido y gran fuerza de voluntad, buscaran con tantapasión la fuente divina que debía renovar sus cuerpos y se exponíanalegremente á todos los peligros con la esperanza de encontrarla?Consiste en que nada les parecía imposible á los que habían vistorealizarse las maravillas del Renacimiento. En Italia, los sabios habíansabido resucitar el mundo griego con sus pensadores y artistas; en labrumosa Alemania los magos de la verdad habían descubierto la maravillade hacer grabar el metal y la madera; los libros se imprimían, y eldominio infinito de las ciencias se abría así á las masas del pueblo,condenadas en otro tiempo á la obscuridad de la ignorancia; en fin, losnavegantes genoveses, venecianos, españoles y portugueses habían hechosurgir, como un segundo planeta unido al nuestro, un continente nuevocon sus plantas, sus animales, sus pueblos y sus dioses. La inmensarenovación de las cosas había embriagado los espíritus; sólo lo posibleparecía quimérico. La Edad Media desapareció en el abismo de los siglospasados, y, para los hombres empezaba una nueva era, más libre y feliz.Los que por el estudio se habían emancipado del error y lassupersticiones, comprendieron que la ciencia, el trabajo y la uniónfraternal podían sólo aumentar el poder de la humanidad y hacerlatriunfar definitivamente de la influencia del pasado; pero los soldadosgroseros, héroes contra el buen sentido, iban buscando en el pasadolegendario esa gran era de renovación que se abría precisamente por lasconquistas de la observación y la negación del milagro; tenían necesidadde un símbolo material para creer en el progreso, y este símbolo era elde la fuente, en donde los miembros del anciano recobraran la fuerza yla belleza. La imagen que se presentaba naturalmente á su imaginaciónera la de la fuente, naciendo á la libertad del fondo tenebroso delsuelo y haciendo crecer en seguida sobre sus orillas frondosas lasplantas, las flores y la juventud.

CAPÍTULO II

#El agua del desierto#

Para comprender la importancia que han tenido los manantiales y losarroyos en la vida de las sociedades, es preciso transportarse, aunquesólo sea con el pensamiento, á los países donde la tierra avara no dejabrotar más que muy raras fuentes. Acostados blanda y cómodamente sobrela hierba de nuestros prados, cerca del agua que se escapa á borbotones,es muy fácil abandonarnos á la voluptuosidad de vivir, contentándonossólo con los encantadores horizontes de nuestro clima; pero dejemosnuestro espíritu vagar bastante más allá de los límites donde alcanzanuestra mirada. Viajemos á capricho lejos de las matas gramíneas que sebalancean á nuestro lado á la otra parte de los álamos que hacen sombraá la fuente, y de los surcos que rayan la falda de la colina; más allátodavía de las ondulaciones vaporosas de las crestas que marcan lasfronteras del valle y de los blancos jirones de nubes que festonean elhorizonte. Sigamos en su vuelo, al otro lado de los montes y los mares,al pájaro que se marcha hacia otros continentes. La frente refleja uninstante su rápida imagen pero bien pronto desaparece en el espacio.

Aquí, en nuestros ricos valles de la Europa occidental, el agua corre enabundancia; las plantas bien regadas, se desarrollan con toda subelleza; las ramas de los árboles, con su corteza lisa y tierna, estánrebosando savia; el aire tibio está cargado de vapores. Por influenciadel contraste, es natural pensar en otras comarcas menos felices, en lasque la atmósfera no produce lluvia, y el suelo, demasiado árido, da vidaraquítica á una insignificante vegetación. En esas regiones es donde lasgentes saben apreciar el agua en su justo valor. En el interior delAsia, en la Península arábiga, en el Sahara y el desierto del AfricaCentral, en las llanuras del Nuevo Mundo, y hasta en ciertas regiones deEspaña, cada fuente es algo más que el símbolo de la vida; es la vidamisma: que el agua sea abundante y la prosperidad del país seacrecentará; si la cantidad disminuye ó desaparece completamente, lospueblos se empobrecen ó mueren: su historia es la del hilo de agua,cerca del cual construyen sus cabañas.

Los orientales, cuando tienen ensueños de felicidad, se ven siempre alborde de un arroyuelo, y en sus cantos celebran, sobre todo, la bellezade las fuentes. Mientras que en nuestra Europa, con bastante agua parael desenvolvimiento de la vida, nos saludamos burguesamentepreguntándonos por la salud y los negocios, los gallos del Africaoriental, se preguntan inclinándose. «¿Has hallado agua?» En elIndostán, al criado encargado de refrescar la morada rociando el piso,le llaman el «paradisiaco».

En las costas del Perú y de Bolivia, donde el agua pura es muy rara,miran frecuentemente con desesperación la vasta extensión de las ondassaladas. La tierra árida tiene un color amarillo, el cielo es azul ó deun color de acero. Sucede á veces que una nube se forma en la atmósfera:inmediatamente, las gentes se juntan para seguir con la mirada elhermoso lienzo de vapor que se deshace en el espacio sin resolverse enlluvia. No obstante, después de meses y años de espera, un felizmovimiento del aire funde en agua á la nube sobre las arideces de lacosta. ¡Qué alegría, ver caer el chaparrón tanto tiempo esperado! Losniños salen de la casa para recibir la lluvia sobre sus cuerposdesnudos y se bañan en las charcas lanzando gritos de alegría; losadultos esperan impacientes el final de la tormenta para salir al airelibre y gozar del contacto con las moléculas húmedas que flotan todavíaen la atmósfera. La lluvia que acaba de caer va á renacer por todaspartes, no en fuentes, sino cambiada por la maravillosa química delsuelo, en verdura, en flores y en aromas, para transformar durantealgunos días el desierto árido en hermoso prado. Por desgracia, esashierbas se secan en muy pocas semanas, la tierra se calcina de nuevo, ylos habitantes, afligidos, se ven obligados á ir en busca del aguanecesaria, á las llanuras lejanas cubiertas de eflorescenciassalitrosas. El agua se deposita en grandes tinajas, y les gusta mirarseen ella, lo mismo que en nuestros felices climas podemos hacer en elmágico espejo de nuestras fuentes.

El extranjero que se aventura por ciertos pueblos del alto Aragón,construídos sobre las cumbres de los montes que sirven de base á losPirineos lo mismo que rocas á punto de rodar hasta el valle, se vesorprendido por la tierra roja que cimenta las piedras irregulares delas miserables casuchas. Supone que la roja argamasa se ha amasado conarena rojiza, pero no es así; los constructores, avaros de su agua, hanpreferido hacer el mortero con vino. La cosecha del año anterior ha sidobuena, sus bodegas están llenas de líquido, y si se quiere colocar lanueva cosecha, no tiene otro recurso que vaciar una buena parte. Para iren busca del agua, muy lejos en el valle, al pie de las colinas, seríanecesario perder días enteros y cargar numerosas caravanas de mulas. Encuanto á servirse del agua que cae gota á gota por la hendidura de laroca inmediata, es un sacrilegio en el cual nadie piensa. Esta agua, lasmujeres que van todos los días á recogerla en sus cántaros, la conservancon un amor religioso.

¡Cuánto más viva todavía debe ser la admiración que por el agua sienteel viajero que atraviesa el desierto de piedras ó de arena, y que ignorasi tendrá la suerte de hallar un poco de humedad en algún pozo, cuyasparedes están formadas con huesos de camello! Llega al punto indicado,pero la última gota acaba de ser evaporada por el sol; ahonda el húmedosuelo con la punta de su lanza; todo inútil, la fuente que buscaba novolverá á tener agua hasta la próxima temporada de lluvias. ¿Qué tiene,pues, de extraño que su imaginación, siempre obsesionada por la visiónde las fuentes, dirigida hacia la imagen de las aguas, se las hagaaparecer repentinamente? El espejismo no es sólo, tal como lo dice lafísica moderna, una ilusión de la vista producida por la refracción delos rayos del sol al través de un plano en el que la temperatura no esen todas partes la misma; es también con frecuencia una alucinación delfatigado viajero. Para él, el colmo de su felicidad sería ver aparecerá sus pies mismo un lago de agua fresca, en el cual pudiera al mismotiempo que calmar su sed, refrescar su cuerpo, y tal es la intensidad desu deseo, que transforma su ensueño en una imagen visible. El hermosolago que describe en su pensamiento, se le aparece al fin reflejando álo lejos la luz del sol y presentando á su vista la orilla dilatadahasta el horizonte, poblada de tupidas y elegantes palmeras. Dentro dealgunos minutos nadará voluptuosamente en sus aguas, y ya que no puedegozar de la realidad, disfruta al menos con la ilusión.

¡Qué momento de entusiasmo y alegría aquel en que el guía de lacaravana, dotado de vista más penetrante que sus compañeros, divisa enel horizonte el punto negro que le revela el verdadero oasis! Lo señalacon el dedo á los que le siguen, y todos sienten en el mismo instantedisminuir la laxitud: la vista de ese pequeño punto casi imperceptibleha sido suficiente para reparar sus fuerzas y cambiar en alegría sudesesperación; las caballerías alargan el paso, porque también ellassaben que la terrible jornada va á tener pronto fin. El punto negroaumenta poco á poco; ahora se presenta ya como una nube indecisa,contrastando por su color negro con la superficie inmensa del desiertode un color rojo deslumbrador; luego la nube se extiende y se levantasobre la llanura: es un bosque, sobre el cual empiezan á distinguirselas redondas cimas de las palmeras, parecidas á bandadas de gigantescospájaros. Al fin, el viajero penetra bajo la alegre sombra, y ahora síque es agua, agua verdadera, lo que oye murmurar al pie de los árboles.¡Pero qué cuidado religioso ponen los habitantes del oasis en utilizarhasta la última gota del precioso líquido! Dividen el nacimiento en unamultitud de pequeños regueros, con objeto de esparcir la vida sobre lamayor extensión posible, y trazan á todas estas pequeñas venas de aguael camino más recto hacia las plantaciones y los cultivos. Empleada asíhasta la última gota, la fuente no va á perderse en el arroyo y en eldesierto: sus límites son los del oasis mismo; donde crecen los últimosarbustos, allí acaban las últimas arterias del agua, absorbida por lasraíces para transformarla en savia. ¡Extraño contraste el de las cosas!Para los que habitan el oasis es este un presidio; para los que lodivisan de lejos ó lo ven sólo con la imaginación, es un paraíso.Sitiado por el inmenso desierto, donde el viajero desorientado sólohalla hambre, sed, la locura, ó tal vez la muerte, los habitantes deloasis son además diezmados por las fiebres que la pestilencia de lasaguas producen, al pie mismo de las poéticas palmeras. Cuando losemperadores romanos, modelo de todos los que les han sucedido en lahistoria de la autoridad, tenían interés en deshacerse de un enemigo sinnecesidad de derramar sangre, se limitaban á desterrarlos á un oasis, ypoco tiempo después tenían la alegría de saber que la muerte había hechorápidamente el servicio esperado. Y no obstante, esos oasis mortíferos,gracias á sus aguas cristalinas y al contraste que ofrecen con lassoledades áridas, hacen surgir en el hombre la idea de un lugar dedelicias y han llegado á ser el símbolo mismo de la felicidad. En susviajes de conquista á través del mundo, los árabes, deseosos de crearseuna patria en todas las comarcas á donde les llevaba el amor deconquista y el fanatismo de la fe, intentaron crear por doquier pasabanpequeños oasis. ¿Qué son en Andalucía esos jardines encerrados entre lastristes murallas de un alcázar moro, sino miniaturas del oasis, que lesrecordaban los del desierto? Por el lado de la población y de sus callesllenas de polvo, las altas murallas coronadas de almenas y agujereadasde trecho en trecho por algunas angostas aberturas, presentan un aspectoterrible; pero cuando se ha penetrado en el recinto y se han pasado lasbóvedas, los corredores y las arcadas, se nos presenta el jardín rodeadode elegantes columnas que recuerdan los esbeltos troncos de laspalmeras. Las plantas trepadoras se enlazan en los fustes de mármol, lasflores llenan el reducido espacio con su perfume penetrante, y el agua,poco abundante, pero distribuida con el mayor arte, cae como perlassonoras en el vaso de la fuente.

En presencia de las hermosas fuentes de nuestro clima, cuya agua nosapaga la sed y nos enriquece, se nos ocurre preguntar cuál de losagentes naturales de la civilización ha hecho más para ayudar á lahumanidad en su lento desenvolvimiento. ¿Es acaso el mar con sus aguaspobladas de vidas, con sus playas, que fueron los primeros caminosempleados por el hombre, y su superficie infinita excitando en elbárbaro el deseo de recorrerla de una á ot