El Comendador Mendoza - Obras Completas - Tomo VII by Juan Valera - HTML preview

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IV

De las cosas de D. Fadrique, durante tan larga ausencia, se tenía ó seforjaba en el lugar el concepto más fantástico y absurdo.

D. Diego y la chacha Victoria, que eran las personas de la familia másinstruidas é inteligentes, murieron á poco de hallarse D. Fadrique en elPerú. Y lo que es á la cándida Ramoncica y al limitado D. José, noescribía D. Fadrique sino muy de tarde en tarde, y cada carta tan brevecomo una fe de vida.

Al P. Jacinto, aunque D. Fadrique le estimaba y quería de veras, tambiénle escribía poco, por efecto de la repulsión y desconfianza que engeneral le inspiraban los frailes. Así es que nada se sabía nunca áciencia cierta en el lugar de las andanzas y aventuras del ilustremarino.

Quien más supo de ello en su tiempo fué el cura Fernández, que, segúnqueda dicho, trató á don Fadrique y tuvo alguna amistad con él. Por elcura Fernández se enteró D. Juan Fresco, en quien influyó mucho elrelato de las peregrinaciones y lances de fortuna de D. Fadrique paraque se hiciese piloto y siguiese en todo sus huellas.

Recogiendo y ordenando yo ahora las esparcidas y vagas noticias, lasapuntaré aquí en resumen.

D. Fadrique estuvo poco tiempo en el Colegio, donde mostró grandedisposición para el estudio.

Pronto salió á navegar, y fué á la Habana en ocasión tristísima. Españaestaba en guerra con los ingleses, y la capital de Cuba fué atacada porel almirante Pocok. Echado á pique el navío en que se hallaba nuestrobermejino, la gente de la tripulación, que pudo salvarse, fué destinadaá la defensa del castillo del Morro, bajo las órdenes del valeroso D.Luis Velasco.

Allí estuvo D. Fadrique haciendo estragos en la escuadra inglesa con suscerteros tiros de cañón. Luego, durante el asalto, peleó como un héroeen la brecha, y vió morir á su lado á D. Luis, su jefe. Por último, fuéde los pocos que lograron salvarse cuando, pasando sobre un montón decadáveres y haciendo prisioneros á los vivos, llegó el general inglés,Conde de Albemarle, á levantar el pabellón británico sobre la principalfortaleza de la Habana.

D. Fadrique tuvo el disgusto de asistir á la capitulación de aquellaplaza importante, y, contado en el número de los que la guarnecían, fuéconducido á España en cumplimiento de lo capitulado.

Entonces, ya de alférez de navío, vino á Villabermeja, y vió á su padrela última vez.

La reina de las Antillas, muchos millones de duros y lo mejor denuestros barcos de guerra habían quedado en poder de los ingleses.

D. Fadrique no se descorazonó con tan trágico principio. Era hombre pocodado á melancolías. Era optimista y no quejumbroso. Además, todos losbienes de la casa los había de heredar el mayorazgo, y él ansiabaadquirir honra, dinero y posición.

Pocos días estuvo en Villabermeja. Se fué antes de que su licencia secumpliese.

El rey Carlos III, después de la triste paz de París, á que le llevó eldesastroso Pacto de familia

, trató de mejorar por todas partes laadministración de sus vastísimos Estados. En América era donde había másabusos, escándalos, inmoralidad, tiranías y dilapidaciones. Á fin deremediar tanto mal, envió el Rey á Gálvez de visitador á Méjico, y algomás tarde envió al Perú, con la misma misión, á D. Juan Antonio deAreche. En esta expedición fué á Lima D. Fadrique.

Allí se encontraba cuando tuvo lugar la rebelión de Tupac-Amaru. En lamente imparcial y filosófica del bermejino se presentaba como uncontrasentido espantoso el que su Gobierno tratase de ahogar en sangreaquella rebelión, al mismo tiempo que estaba auxiliando la de Washingtony sus parciales contra los ingleses; pero D. Fadrique, murmurando ycensurando, sirvió con energía á su Gobierno, y contribuyó bastante á lapacificación del Perú.

Don Fadrique acompañó á Areche en su marcha al Cuzco, y desde allí,mandando una de las seis columnas en que dividió sus fuerzas el generalValle, siguió la campaña contra los indios, tomando gloriosa parte enmuchas refriegas, sufriendo con firmeza las privaciones, las lluvias ylos fríos en escabrosas alturas á la falda de los Andes, y no parandohasta que Tupac-Amaru quedó vencido y cayó prisionero.

Don Fadrique, con grande horror y disgusto, fué testigo ocular de lostremendos castigos que hizo nuestro Gobierno en los rebeldes. Pensaba élque las crueldades é infamias cometidas por los indios no justificabanlas de un Gobierno culto y europeo. Era bajar al nivel de aquella gentesemisalvaje. Así es que casi se arrepintió de haber contribuído altriunfo cuando vió en la plaza del Cuzco morir á Tupac-Amaru, después deun brutal martirio, que parecía invención de fieras y no de sereshumanos.

Tupac-Amaru tuvo que presenciar la muerte de su mujer, de un hijo suyoy de otros deudos y amigos: á otro hijo suyo de diez años le condenaroná ver aquellos bárbaros suplicios de su padre y de su madre, y á élmismo le cortaron la lengua y le ataron luego por los cuatro remos áotros tantos caballos para que, saliendo á escape, le hiciesen pedazos.Los caballos, aunque espoleados duramente por los que los montaban, notuvieron fuerza bastante para descuartizar al indio, y á éste,descoyuntado, después de tirar de él un rato en distintas direcciones,tuvieron que desatarle de los caballos y cortarle la cabeza.

Á pesar de su optimismo, de su genio alegre y de su afición á tomarmuchos sucesos por el lado cómico, D.

Fadrique, no pudiendo hallar nadacómico en aquel suceso, cayó enfermo con fiebre y se desanimó mucho ensu afición á la carrera militar.

Desde entonces se declaró más en él la manía de ser filántropo, especiede secularización de la caridad, que empezó á estar muy en moda en elsiglo pasado.

La impiedad precoz de D. Fadrique vino á fundarse en razones y endiscursos con el andar del tiempo y con la lectura de los malos librosque en aquella época se publicaban en Francia. El carácter burlón yregocijado de D. Fadrique se avenía mal con la misantropía tétrica deRousseau. Voltaire, en cambio, le encantaba. Sus obras más impíasparecíanle eco de su alma.

La filosofía de D. Fadrique era el sensualismo de Condillac, que élconsideraba como el non plus ultra

de la especulación humana.

En cuanto á la política, nuestro D. Fadrique era un liberal anacrónicoen España. Por los años de 1783, cuando vió morir á Tupac-Amaru, eracasi como un radical de ahora.

Todo esto se encadenaba y se fundaba en una teodicea algo confusa ysomera, pero común entonces. D.

Fadrique creía en Dios y se imaginabaque tenía ciencia de Dios, representándosele como inteligencia suprema ylibre, que hizo el mundo porque quiso, y luego le ordenó y arregló segúnlos más profundos principios de la mecánica y de la física. Á pesar del

Cándido

, novela que le hacía llorar de risa, D. Fadrique era casi tanoptimista como el Dr. Pangloss, y tenía por cierto que todo estabadivinamente bien y que nada podía estar mejor de lo que estaba. El malle parecía un accidente, por más que á menudo se pasmase de queocurriera con tanta frecuencia y de que fuera tan grande, y el bien leparecía lo substancial, positivo é importante que había en todo.

Sobre el espíritu y la materia, sobre la vida ultra-mundana y sobre lajustificación de la Providencia, basada en compensaciones de eternaduración, D. Fadrique estaba muy dudoso; pero su optimismo era tal, queveía demostrada y hasta patente la bondad del cielo, sin salir de estemundo sublunar y de la vida que vivimos.

Verdad es que para ello habíaadoptado una teoría, novísima entonces. Y decimos que la había adoptado,y no que la había inventado, porque no nos consta, aunque bien pudo serque la inventase; ya que cuando llega el momento y suena la hora de quenazca una idea y de que se formule un sistema, la idea nace y el sistemase formula en mil cabezas á la vez, si bien la gloria de la invención sela lleva aquel que por escrito ó de palabra le expone con más claridad,precisión ó elegancia.

La idea, ó mejor dicho, la teoría novísima, tal como estaba en la mentede D. Fadrique, era en compendio la siguiente:

Entendía el filósofo de Villabermeja que había una ley providencial yeterna para la historia, tan indefectible como las leyes matemáticas,según las cuales giran en sus órbitas los astros. En virtud de esta ley,la humanidad iba adelantando siempre por un camino de perfectibilidadindefinida; su ascensión hacia la luz, el bien, la verdad y la belleza,no tenía pausa ni término. En esto, el humano linaje, en su conjunto,seguía un impulso necesario. Toda la gloria del éxito era para el SerSupremo, que había dado aquel impulso; pero, dentro del providencialmovimiento que de él nacía, en toda acción, en toda idea, en todopropósito, cada individuo era libre y responsable. El maravillosotrabajo de la Providencia, el misterio más bello de su sabiduríainfinita, consistía en concertar con atinada armonía todos aquellosresultados de la libertad humana á fin de que concurriesen alcumplimiento de la ley eterna del progreso, ó en tenerlos previstos contan divina previsión y acierto, que no perturbasen lo que estabaprescrito y ordenado; así como, aunque sea baja comparación, cuenta elinventor y constructor perito de una máquina con los rozamientos y conel medio ambiente.

Tal manera de considerar los sucesos se avenía bien con el carácter deD. Fadrique, corroborando su desdén hacia las menudencias, y su pruritode calificar de menudencias lo que para los más de los hombres esimportante en grado sumo, y transformando su propensión á la alegría y ála risa en serenidad olímpica, digna de los inmortales.

En su moral no dejaba de ser severo. No había borrado de sus tablas dela ley ni un tilde ni una coma de los mandamientos divinos. Lo único quehacía era dar más vigor, si cabe, á toda prohibición de actos queproduzcan dolor, y relajar no poco las prohibiciones de todo aquello queá él se le antojaba que sólo traía deleite ó bienestar consigo.

En aquella edad, pensar así en España y en sus dominios ya hemos dichoque era expuesto; pero D.

Fadrique tenía el don de la mesura y del tino,y sin hipocresía lograba no chocar ni lastimar opiniones ó creencias.

Concurría á esto la buena gracia con que se ganaba las voluntades, nocon inspirar trivial afecto á todo el mundo, sino inspirándole muy vivoá los pocos que él quería, los cuales valían siempre por muchos paradefenderle y encomiarle.

En la primera mocedad, dotado D. Fadrique de tales prendas, y siendoademás bello y agraciado de rostro, de buen talle, atrevido y sigiloso,consiguió que lloviesen sobre él las aventuras galantes, y tuvo altafama de afortunado en amores.

Después de terminada la rebelión de Tupac-Amaru ascendió á capitán defragata, y su reputación de buen soldado y de sabio y hábil marino llegóá su colmo.

Casi cuando acababan de espirar en el Cuzco los últimos indios parcialesde la independencia de su patria, siendo atenaceados algunos con tenazascandentes antes de ahorcarlos, llegó la nueva á Lima de que habíamoshecho la paz con Inglaterra, logrando la independencia de su colonia, enpro de la cual combatimos.

Don Fadrique pudo entonces obtener licencia para navegar á las órdenesde la Compañía de Filipinas, y salió para Calcuta mandando un navíocargado de preciosas mercaderías. Tres viajes hizo de Lima á Calcuta yde Calcuta á Lima; y como llevaba muy buena pacotilla y un sueldocrecido, y alcanzó ventas muy ventajosas, se halló en poco tiempoposeedor de algunos millones de reales.

En las largas temporadas que D. Fadrique pasó en la India se aficionómucho á la dulzura de los indígenas de aquel país y tomó en mayoraborrecimiento el fervor religioso y guerrero de otras naciones.

Tippoo,sultán de Misor, se había empeñado en convertir al islamismo á todos losindostaníes y en dilatar su imperio hasta el Cabo Comorín, á donde nuncahabían penetrado las huestes de otros conquistadores musulmanes. Lahorrible devastación del floreciente reino de Travancor, en las barbasde los ingleses, fué la consecuencia de la ambición y del celo muslímicodel sultán mencionado. El Gobernador general de la India se resolvió alcabo á vengar y á remediar lo que hubiera debido impedir, y partió deCalcuta á Madrás con muchos soldados europeos y cipayos, y grandesaprestos de guerra. En aquella ocasión D. Fadrique tuvo el gusto deganar bastantes rupias, sirviendo una buena causa y conduciendo á Madrásen su navío, con la autorización debida, tropas, víveres y municiones.

Parece que poco tiempo después de este suceso, y aun antes de que elrajah de Travancor fuese restablecido en su trono, y el sultán Tippoovencido y obligado á hacer la paz, D. Fadrique, cansado ya deperegrinaciones y trabajos, con la ambición apagada y con el deseo defortuna más que satisfecho, logró, de vuelta á Lima, obtener su retiro,y se vino á Europa, anhelante de presenciar la gran revolución que enFrancia se estaba realizando, cuyos principios se hallaban tan enconcordancia con los suyos, y cuya fama llenaba el mundo de asombro.

Don Fadrique, sin embargo, sólo estuvo en París algunos meses: desdefines de 1791 hasta Septiembre de 1792. Este tiempo le bastó paracansarse y hartarse de la gran revolución, desengañarse un poco de suliberalismo y dudar de sus teorías de constante progreso.

En Madrid vivió, por último, dos años, y también se desengañó demuchísimas cosas.

Entrado ya en los cincuenta de su edad, aunque sano y bueno, yapareciendo en el semblante, en la robustez y gallardía del cuerpo, y enla serenidad y viveza del espíritu mucho más joven, le entró lanostalgia de que padecen casi todos los bermejinos, y tomó lairrevocable resolución de retirarse á Villabermeja para acabar allítranquilamente su vida.

Las cartas que escribió á su hermano D. José y á la chacha Ramoncica,que vivían aún, anunciándoles su vuelta definitiva y para siempre,fueron breves, aunque muy cariñosas. En cambio, escribió al P. Jacintouna extensa carta, que se conserva aún y que debe ser trasladada á estesitio. La carta es como sigue: V

Mi querido P. Jacinto: Ya sabrá V. por mi hermano y por la chachaRamoncica que estoy decidido á irme á ese lugar á acabar mi vida dondepasé los mejores años y los más inocentes de ella (¡buena inocencia erala mía!), jugando al hoyuelo, á las chapas, al salto de la comba yalgunas veces al cané, y andando á pedradas y á mojicones con miscoetáneos y compatricios.

Entonces estaba yo cerril; pero ya V. se hará cargo de que me he pulidobastante peregrinando por esos mundos, y de que ahora son otras misaficiones y muy diversos mis cuidados. Los frailes compañeros de V.

notendrán ya necesidad de amenazarme con los Toribios.

Mi estancia en el lugar no traerá perturbación alguna; antes, por elcontrario, yo me lisonjeo de que reporte algunas ventajas. He hechodinero y emplearé ahí mucha parte en fomentar la agricultura. El vino queahí se produce es abominable y puede ser excelente. Trabajando selogrará hacerle potable y bueno.

Soñando estoy con las agradables veladas que vamos á pasar en elinvierno, jugando á la malilla y al tute, disputando sobre nuestras nomuy concordes teologías, y refiriendo yo á V. mis aventuras en el Perú,en la India y en otras apartadas regiones.

Sé que V., á pesar de los años, está firme como un roble, por lo cual meprometo que ha de dar conmigo largos paseos á caballo y á pie, y ha deacompañarme á cazar perdices. Tengo dos magníficas escopetas inglesas,que compré en Calcuta, y con las cuales he cazado tigres, tan grandesalgunos de ellos como borricos. Ya verá V. qué bien le va tirando concualquiera de estas escopetas á las pacíficas y enamoradas perdices queacuden al reclamo en la estación del celo.

Á pesar de nuestra edad, hemos de emplearnos todavía, si V. no se opone,en algunas cosas harto infantiles.

Hemos de volver al Pozo de la Solana,como hace cuarenta años, á cazar colorines y otros pajarillos, ya con lared, ya con liga y esparto. Téngame V. preparado un buen par decimbeles.

Todas las cosas de por ahí se me ofrecen á la memoria con el encanto delos primeros años. Entiendo que voy á remozarme al verlas y gozarlas.Tengo gana de volver á comer piñonate, salmorejo, hojuelas, gajorros,pestiños, cordero en caldereta, cabrito en cochifrito, empanadas deboquerones con chocolate, torta-maimón, gazpacho, longanizas y los demásprimores de cocina y repostería con que suelen regalarse los sibaritasbermejinos. No por eso romperé con la costumbre contraída en otrastierras, sino que pienso llevar en mí compañía á un gabacho que hetraído de París, el cual condimenta unos manjares que doy por cierto quehan de gustar á V., aunque tienen nombres imposibles casi de pronunciarpor una boca de Villabermeja; pero ya V. se convencerá de que, sinpronunciarlos, los mastica, los saborea, se los traga y le saben ágloria.

Por más extraño que á V. le parezca, llevo también vino á esa tierra delvino. Yo recuerdo que V. era un excelente catador; que V. tenía unpaladar muy fino y una nariz delicadísima. Espero, pues, que ha decomprender y estimar el mérito de los vinos de

extranjis

que yo lleve,y que no caerán en su estómago como si cayesen en el sumidero.

Estoy muy contento de que me viva aún la chacha Ramoncica. Me han dichoque en su casa sigue todo como antes. Los mismos muebles, la mismacriada Rafaela, y hasta el grajo, bien sea el mismo también, que pormilagro de nuestro Santo Patrono vive aún, ó bien sea otro que lereemplazó á tiempo, y parece el fénix renacido de sus cenizas.

Mucha gana tengo de dar un abrazo á la chacha Ramoncica, aunque, dichosea entre nosotros, yo quería más á la pobre chacha Victoria. ¡Qué noblemujer aquélla! Aseguro á V. que no he hallado igual mujer en el mundo.Si la hubiera hallado, no sería yo solterón.

En este punto he sido poco feliz. No he hallado más que mujeres ligeras,casquivanas, frívolas y sin alma.

Una sola, allá en Lima, me quiso deveras con amor fervoroso, pero criminal. Yo también la quise, por midesgracia, porque tenía un genio de todos los diablos, y queriéndonosmucho, la historia de nuestros amores se compuso de una serie depeloteras diarias. Aquellos amores fueron pesadilla, y no deleite. Ellaera muy devota, había sido una santa y seguía en opinión de tal, porqueprocedimos siempre con cautela y recato. Sin embargo, en el fondo de suatribulada conciencia, en lo profundo de su mente, orgullosa y fanáticaá la vez, sentía vergüenza de haber humillado ante mí su soberbia y dehaberse rendido á mi voluntad, y tenía miedo y horror de haber dejadopor mí el buen camino, ofendiendo á Dios y faltando á sus deberes. Todoesto, sin darse ella mucha cuenta de lo que hacía, me lo quería hacerpagar, considerándome en extremo culpado. Lo que yo tuve que aguantarno tiene nombre. Créame V., P. Jacinto, en el pecado llevé lapenitencia. Así es que me harté de amores serios para años, y me dediquédesde entonces á los ligeros. ¿Para qué atormentarse en un asunto quedebe ser todo de amenidad, regocijo y alegría?

Quizás por esta razón, y no porque apenas se dé

in rerum natura

, noalcancé nunca el amor de una chacha Victoria joven. Si le hubieraalcanzado, poco tierno soy de corazón, pero no lo dude V., hubieramuerto bendiciéndola, como murió el cadete, ó hubiera conquistado porella y para ella, no el grado de capitán, sino el mundo.

En fin, ya pasó la mocedad, y no hay que pensar en novelerías.

Yo estoy desengañado y aburrido, si bien con desengaño apacible y suaveaburrimiento.

Se me acabó la ambición; no siento apetito de gloria; no aspiro á serdel vano dedo señalado; tengo más bienes de fortuna de los que necesito;estoy sediento de reposo, de obscuridad y de calma, y por todo esto meretiro á Villabermeja; pero no para hacer penitencia, sino para darmeuna vida regalada, tranquila, llena de orden y bienestar, cuidándomemucho y viendo lo que dura un Comendador Mendoza bien conservado.

Hastaahora lo estoy. No parece que tengo cincuenta años, sino menos decuarenta. Ni una cana. Ni una arruga. Todavía me llaman señorito, y noseñor, y no faltan hembras de garbo que me califiquen de real mozo,ofendiendo mi modestia.

Mi mayor desengaño ha sido en mis ideas y doctrinas, si bien no ha sidobastante para hacerme variar.

Dios me perdone si me equivoco á fuerza de creerle bueno. Yo, creyendoen él y figurándomele como persona, tengo que figurármele todo lo buenoque concibo que una persona puede ser. Por consiguiente, no completandomi concepto de su bondad la gloria de la otra vida por inmensa que sea,supongo en esta vida que vivimos, por más que sirva para ganar la otra,un fin y un propósito en sí, y no sólo el ultramundano.

Este fin, estepropósito es ir caminando hacia la perfección, y sin alcanzarla aquínunca, acercarse cada vez más á ella. Creo, pues, en el progreso; estoes, en la mejora gradual y constante de la sociedad y del individuo, asíen lo material como en lo moral, y así en la ciencia especulativa comoen la que nace de la observación y la experiencia, y da ser á las artesy á la industria.

El mejor medio de este progreso, y al mismo tiempo su mejor resultado ennuestros días, es, á mi ver, la libertad. La condición más esencial deesta libertad es que todos seamos igualmente libres.

Figúrese V. cuánto me encantaría la revolución francesa y su AsambleaConstituyente, que propendía á realizar estos principios míos; queproclamaba los derechos del hombre.

Pedí mi retiro, dejé mi carrera, y vine, lleno de impaciencia, desde elotro hemisferio á bañarme en la luz inmortal de la gran revolución y áencender mi entusiasmo en el sagrado fuego que ardía en París, dondeimaginé que estaban el corazón y la mente del mundo.

Pronto se desvanecieron mis ilusiones. Los apóstoles de la nueva ley meparecieron, en su mayor parte, bribones infames ó frenéticos furiosos,llenos de envidia y sedientos de sangre. Vi al talento, á la virtud, ála belleza, al saber, á la elegancia, á todo lo que por algo sobresaleen la tierra, ser víctima de aquellos fanáticos ó de aquellosenvidiosos. Las hazañas de los soldados de la revolución contra losreyes de Europa coligados no podían admirarme. No me parecían la defensaserena del que confía en su valor y en su derecho, sino el brío febrilde la locura, excitada por la embriaguez de la sangre y por medio deasesinatos horribles. París se me antojaba el infierno, y no atino ahoraá comprender cómo permanecí tanto tiempo en él. Todo estaba trocado: labrutalidad se llamaba energía; sencillez el desaliño indecente;franqueza la grosería, y virtud el no tener entrañas para la compasión.Recordaba yo las épocas de mayor tiranía, y no hallaba época algunapeor, sobre todo si se considera que estábamos en el centro de Europa yque llevábamos tantos siglos de civilización y cultura. El tirano no erauno, eran varios, y todos soeces y sucios de alma y de cuerpo.

Huí de París y vine á Madrid. Otra desilusión. Si por allá creípresenciar una abominable y bárbara trajedia, aquí me encontré en ungrotesco, asqueroso y lascivo sainete. Por allá sangre; por acáinmundicia.

No por eso apostaté de mi optimismo ni eché á un lado mi doctrina deindefinido progreso. Lo que hice fué reconocer mi error en cálculos decronología, para los cuales no había contado yo con la feroz ydesgreñada revolución de Francia.

En vista de esta revolución, el bien relativo, el estado de libertad yde adelantamiento para las sociedades, que yo fantaseaba como inmediato,se hundió hacia adentro, en los abismos del porvenir, lo menos dos ótres siglos.

Como para entonces no viviré yo, y como en el estado presente del mundoestoy ya harto de la vida práctica, he resuelto refugiarme en lacontemplación; y á fin de gozar del espectáculo de las cosas humanas,mezclándome en ellas lo menos posible, voy á tomar asiento, comoespectador desapasionado, en la propia Villabermeja.

Mi hermano, que tiene ya una hija casadera, á quien naturalmente deseaque salte un buen novio, se va á vivir á la vecina ciudad, donde yatiene casa tomada, y á mí me deja á mis anchas y solo en la casasolariega de los Mendoza, donde le daré albergue siempre que venga allugar para sus negocios.

Yo me atengo al refrán que dice

ó corte ó cortijo

; y ya que me fugo de

París y de Madrid, no quiero ciudad de provincia, sino aldea.

En la gran casa de los Mendoza bermejinos voy á estar como garbanzo enolla; pero se llenarán algunos cuartos con la multitud de libros que voyá llevar.

Vamos á tener una vida envidiable; y digo

vamos

, porque supongo yespero que V. me hará compañía á menudo.

Mi determinación es irrevocable, y me voy ahí, para no salir de ahí,salvo cuando vaya como de paseo á caballo, á visitar á mi hermano y á sufamilia, en la ciudad cercana, la cual, á pesar de su pomposo título deciudad, tiene también mucho de pueblo pequeño y rural, con perdón y enpaz sea dicho.

Adiós, beatísimo padre. Encomiéndeme V. á Dios, con cuyo favor cuentopara escapar de esta confusión ridícula de la corte, y poder prontodarle, en esa encantadora Villabermeja, un apretado abrazo.