El Manco de Lepanto - Episodio de la Vida del Príncipe de los Ingenios, Miguel de Cervantes-Saavedra by Manuel Fernández y González - HTML preview

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BIBLIOTECA UNIVERSAL ILUSTRADA

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EL MANCO

DE LEPANTO

EPISODIO DE LA VIDA

del principe de los ingenios

Miguel De Cervantes-Saavedra

POR

D. M. FERNÁNDEZ Y GONZÁLEZ

ADMINISTRACION

Calle de las Hileras, número 14

MADRID.—1874

Establecimiente Tipográfico de Muñoz y Reig Calle Cuesta de Ramón, núm. 8

ÍNDICE

I.

En que se trata de un percance que le sobrevino a un

barbero deSevilla por meterse a afeitar a oscuras.

II.

En que se trata de una música de enamorado, acabada no

muyamorosamente a tajos y reveses.

III.

De como, sin esperarlo, hallose la hermosa viuda con

aquel su amorque tan acongojada la tenía.

IV.

En que se sabe quién era el incógnito amante de doña

Guiomar.

V.

En que doña Guiomar comienza a contar su historia a

Miguel deCervantes.

VI.

En que se contiene una carta de Cervantes para doña

Guiomar, y sesabe a lo que Florela se aventuró por servir a su señora.

VII.

En que se suspende la historia para decir algo de Miguel

deCervantes.

VIII.

En que se relata una aventura que le salió al paso a

Cervantes,cuando a las aventuras de sus amores iba.

IX.

De como lo que no podía amparar Cervantes, vino a

ampararlo doñaGuiomar.

X.

De como Cervantes encontró casa de la tía Zarandaja

más de lo quehabía querido buscar.

XI.

En que doña Guiomar prosigue el relato de su historia.

XII.

De como se iban cruzando los amores y apercibiéndose a

una rudabatalla los celos.

XIII.

En que se ve que doña Guiomar hubiera hecho muy bien

en no contartan presto su historia a Cervantes, y en no amparar a Margarita.

XIV.

De como hubiera hecho muy bien doña Guiomar en no

acudir a lavisita que le hizo el señor Ginés de Sepúlveda.

XV.

De como Cervantes oyó el fin de la historia de Margarita

entre lascabilaciones que le causaba el no saber adónde le llevaría la historiade sus amores.

XVI.

En que se ve cuán dura tenía la Inquisición la mano, aun

para susfamiliares, y cuánta fuerza, cuánta virtud y cuánta prudencia doñaGuiomar para encubrir sus amarguras.

XVII. De como Miguel de Cervantes supo lo que le bastó para

meterse enuna aventura de más empeño que la más atrevida en que osó metersecualquiera de los Doce Pares.

XVIII. De como puede enamorarse una mujer hasta el punto de

morir deamor.

XIX.

De como enloquecido Cervantes por el amor, creyó que

la mano deDios le apartaba de los efectos de su locura.

XX.

De la horrenda tragedia con que se encontró sorprendido

y espantadoMiguel de Cervantes.

XXI.

En que se ve que nada ve la justicia relativamente a

Cervantes, yse sabe que Cervantes se había perdido.

XXII. En que se sabe lo que fue de Cervantes.

XXIII. En que se habla algo de la jornada de Lepanto, y de

cómo fue lamanquedad de Cervantes.

POST SCRIPTUM.

EL MANCO DE LEPANTO

I

En que se trata de un percance que le sobrevino a un barbero deSevilla, por meterse a afeitar a oscuras.

Había en la ilustrísima ciudad de Sevilla, allá por los tiempos en quellegaban a la Torre del Oro, que a la margen del claro y profundoGuadalquivir se levanta, los galeones cargados de oro que venían de lasIndias, y cuando reinaba en España el señor rey don Felipe el Segundo,de clara y pavorosa memoria, en la calle de las Sierpes, y en unarinconada a la que jamás llegaba el sol, como no fuese en verano y almediodía, un tinglado de madera, de dos altos, desvencijado y giboso, alque llamaban casa, y en el cual vivía una valiente persona, cuyoapellido y nombre de pila ignoraba él mismo, que si los tuvo olvidolos,y nadie le conocía ni él respondía más que por el sobrenombre de Viváis-mil-años, cortesanía que empleaba para saludar a todo el mundo.Era de mediana edad, entre los treinta y cinco y los cuarenta, de nomala apariencia, agradable y sonriente el rostro, morena la color,agudas las facciones, sutil la sonrisa, la mirada rebuscona, y nomezquino el cuerpo; vivía de rasurar y rapar, entreteniendo durante eldía sus ocios con el puntear de una vihuela morisca que le dejó supadre, ya harto usada por sus abuelos, y cantando como un ruiseñor lasalegres canciones de la tierra, y las que él mismo componía, para lo quese daba muy buena gracia; comadreaba a las comadres de la vecindad, y,fuera de esto, las vendía untos y bebedizos, y las leía el sino, y lastraía a todas engañadas y pendientes de sus labios; y a tal llegaba lafama de brujo y de hechicero del señor Viváis-mil-años, que más de unavez la Inquisición se había metido en sus asuntos, y había quien seacordaba de haberle visto con coroza y sambenito, luciendo su persona enun auto de fe.

No se sabía si era cristiano, o judío, o moro; pero él escapaba tan bienque mal de sus empeños con la Inquisición y con la justicia, ycontinuaba rasurando y trasquilando, rasgueando y cantando, haciendo desus bebedizos y de su brujería industria, y estimado y querido de lavecindad y allende.

No se le conocía a Viváis-mil-años moza ni parienta de algún género,ni vicio que de reparar fuese; vivía solo, en paz y en gracia de Dios,como él decía, no embargante lo de los hechizos y los untos, que élnegaba; y así iba pasando nuestro hombre sin crecer ni menguar, ysiempre feliz y contento, y con una tal y tan peregrina salud, que élafirmaba que en todos los días de su vida no le había dolido ni una uña.

La justicia le había entrecogido alguna vez de noche rondando por sitiostenebrosos, con un estoque desnudo debajo de la capa, largo de cincopalmos (que él había comprado en sus mocedades por veinte maravedís enel Rastro); y por esto, y por algunos hurtos que le habían achacadomalos testimonios, le habían batanado más de tres veces las espaldas,llevándole en burro y con acompañamiento, para edificación de lasgentes, por lo más concurrido de la ciudad; cosas todas que, decía Viváis-mil-años, caían por encima y no había que echárselas en cara,cuando no habían tenido que ver sino con sus espaldas. Buscábanledueñas, solicitábanle

doncellas

que

habían

necesidad

de

casarse;servíanse de él, como de secretario, mozas a las cuales les estorbabapara escribir lo negro de los ojos, y él era, finalmente, el consuelo delas hermosas, la alegría de los galanes, el consejo de los pícaros, yel sirve para todo. Almorzaba, comía y cenaba por diez maravedís casa desu vecina la tía Zarandaja; descolgaba sus bacías, y quitaba suscelosías a puestas del sol, y al cerrar la noche se salía sin que nadiele sintiese; iba adonde nadie sabía, y volvía a su casa sin que lavecindad pudiese enterarse de la hora de su vuelta.

Por los tiempos en que esta verídica historia comienza, había en lacalle de las Sierpes, no lejos de la tienda del rapista, una casadeshabitada, grande y hermosa, con piedra de armas en el frontispicio,de cuyas armas los entendidos sacaban el apellido Velasco de Llanes, yque hacía luengos años que no se ocupaba, porque se decía de famapública que tenía duende.

Daba su gran jardín, o más bien huerta, a las medianerías de algunascasas, y, por un punto, esta medianería era la tapia de un corralejo quela casa del barbero tenía, y en que vagaban, tristes y con hambre, enuna perpetua umbría, cuatro gallinas, un gallo y un pato, en compañía deun cerdo (con perdón sea dicho) y de un perro flaco que guardaba denoche la casa. No había que dudar de que el señor Viváis-mil-años erabuen cristiano, puesto que, para que el duende de la gran casa vecina nose pasase a la mezquina casa suya, había puesto en el lomo de la tapiade su corralejo, que daba a la huerta de la casa enduendada, un calvariode madera, lo cual no hubiera hecho si hubiera sido judío o moro, yhabía pintado una cruz en cada una de las dos ventanas que al corraldaban, y desde las cuales se veía la huerta.

Una mañana (de primavera y radiante y hermosa), al abrir una de aquellasventanas, el rapista vio que por la huerta de la casa vecina vagaban, noduendes ni trasgos, sino algunas personas de muy noble apariencia, queandaban por allí como reconociendo y tomando trazas. Era una dama comode veinte a veinticuatro años, muy gentil y hermosa, rubia y blanca, debuen continente y estatura, pensativa y grave, y vestida noble yriquísimamente.

Acompañábanla dueña quintañona y rodrigón avellanado, yla hablaban con encarecimiento, y proponíanla, a lo que parecía por lasseñas, composturas y arreglos en la huerta, dos maestros de obras.Seguíanla dos pajes, el uno de los cuales llevaba una rica silla detijera y el otro un cojín de terciopelo con rapacejos de oro debajo delun brazo, y terciada en el otro una rica alfombrilla. Por último, cuatrolacayos bigotudos, con sendos espadones al cinto, la servían.

No había que dudar de que aquella era una gran señora, si no princesa,por lo menos de título, y cuando no, riquísima; y en punto a nobleza,rebosaba de ella y olía que trascendía. No yendo con ella persona quepor la apariencia en calidad se la igualase, había que pensar que eraviuda; que a ser doncella, padre, hermano o tutor la hubieranacompañado.

Alegráronsele los ojos y aun las entrañas a Viváis-mil-años, porque sele ocurrió que la que de tal manera, y con dos que parecían maestros deobras, buscaba trazas y tomaba medidas en la huerta, debía habercomprado la casa, y empezó a echar cuentas con los provechos que tanbuena vecindad podía procurarle; porque pensar que a tal divina beldadno habían de acudir como moscas a la miel los enamorados, era sersimple, y ya el rapista inventaba historias y enredos, que daba porseguros, y en los cuales él andaría como una importantísima persona, locual le produciría buenos escudos, cuando no sendos doblones; por todolo cual, y ansioso de inquirir lo que hubiese, dejó la ventana, se dejóir por las fementidas escaleras, y se lanzó en la calle, yendo a dar consu cuerpo en el bodegón de la tía Zarandaja, que en cuanto le vioacudió a la marmita, llenó una escudilla con uña de vaca y morcilla delustre, y se fue al cabo de mesa, donde, en lo último del figón, sehabía sentado, como lo acostumbraba, el señor Viváis-mil-años.

Preguntole él, oyole atentamente ella; díjole que a lo que ella habíapesquisado, se la alcanzaba que la dama que el rapista había visto en eljardín de la casa del duende, era una riquísima señora indiana, que,con sus criados y algunos toneles llenos de oro, había venido de Méjico,y aposentádose en la posada de la Cabeza del rey don Pedro; y quehabía comprado la casa, ignorando que tenía duende, a su dueño el señormarqués de los Alfarnaches; y que lo que el señor Viváis-mil-años había visto, era que la susodicha hermosa y riquísima viuda indianabuscaba el modo de convertir aquella huerta abandonada e inculta en unparaíso en que solazarse.

Preguntó el rapista a la bodegonera de dónde había sacado todas aquellasnoticias, y díjole ella, que el rodrigón que había visto acompañando ala hermosa indiana, había ido tres días antes al bodegón, y la habíapreguntado quién fuese el amo de la casa deshabitada y si sabía que lacasa se vendiese, a lo que ella había contestado ocultándole lo delduende, lo cual la había valido un buen regalo del señor marqués de losAlfarnaches, a quien había avisado en buen tiempo, y que el señormarqués la había dicho después, que la tal dama se llamaba doña Guiomarde Céspedes y Alvarado, que era viuda, que apaleaba el oro, y que almorir su marido, que había sido un viejo oidor de la chancillería deMéjico, había hecho buenos doblones su hacienda, y se había venido aSevilla, de donde era natural, aunque por haberla llevado su marido aMéjico, todos la creían y la llamaban indiana.

Comiose con muy buen apetito y con mucho placer por estas noticias suescudilla de uña y morcilla el señor Viváis-mil-años, y se restituyó asu casa, sacó la celosía y colgó las bacías a la puerta, y se puso arasguear la guitarra, esperando al primero que tuviese necesidad derasurarse.

Al otro día sobrevinieron albañiles y todo género de artistas, yempezaron a trabajar en la casa, y a las dos semanas no había personaque pudiese reconocerla, según que había sido de compuesta ytrastrocada, y pintada, y rejuvenecida; habíase quitado la antiguapiedra de armas y puéstose en su lugar otra, y el jardín se habíadesbrozado, y poblado de estatuas y fuentes, y de tal manera que sehabía hecho de él, antes selvático, intrincado y desapacible, una verdey hermosa delicia. Carrozas, y mulas, y caballos, habían llenado lascocheras y las caballerizas; y en el zaguán hervían los lacayos conlibrea, y daba gozo el ver las escaleras alfombradas y con macetas atodo lo largo de ellas.

En fin, un domingo, la hermosísima viuda doña Guiomar de Céspedes yAlvarado se vino a la casa, y en cuanto en ella entró, la casa se cerróa piedra y lodo, y de tal manera que no parecía sino que lo que en lacasa se había hecho había sido para encantarla después; la puertaprincipal no se abría sino por la mañana entre dos luces, para quesaliese una silla de manos, en la cual iba sin duda la hermosísima doñaGuiomar, y una hora después, cuando la silla de manos volvía; tanto a laida como a la venida acompañaban la silla de manos la dueña, elrodrigón, los dos pajes, con la silla, el cogín y la alfombra, y loscuatro lacayos bigotudos que Viváis-mil-años había visto, como hemosdicho en otra ocasión, acompañando a la dama en el jardín o huerta de lacasa del duende.

Siguió una mañana Viváis-mil-años a la viuda, y vio que la llevaban ala catedral, y que ella se iba, seguida de los criados, a la capilla deSan Fernando; y que allí los pajes extendían sobre el blanco mármol laalfombra, abrían la silla de tijera, y ponían delante de ella el cojínde terciopelo con rapacejos de oro para que la bella indiana searrodillase. Los criados se quedaban fuera de la capilla; y una vez oídala misa de alba, la dama se levantaba, recogían los pajes cojín, silla yalfombra, se encaminaba la indiana a la puerta del Patio de losNaranjos, tomaba allí su silla de manos, y se volvía a su casa.

Poníase en acecho en la catedral Viváis-mil-años, atisbaba, pero nadapodía sacar en claro tocante a la dama, sino que aun de rodillas eragallarda; que sus manos, que tenían un rico rosario de perlas, eran másnacaradas que ellas, y que oía la misa con una singular devoción: encuanto al rostro, lo tapaba un celoso velo de encaje, y ocultaba sutalle un cumplido manto de raja de Florencia.

Habíala visto en el jardín descubierta la faz Viváis-mil-años; hermosala había admirado, joven la había conocido, pero su imagen se habíaborrado de su memoria: en vano había registrado el jardín desde suventana; la dama no salía a él nunca, o por lo menos de día, y Viváis-mil-años no había podido dar señas que les satisfacieran a losricos galanes que de él se servían para sus amores, y a los que habíahecho relación de la nueva y hermosa dueña de la casa del duende.

Los criados, o eran fieles, o temían y no daban luz, por más que Viváis-mil-años los agasajaba y los convidaba a la taberna; ellos nodecían de su señora sino que era una dama honestísima, que tenía penas yque las lloraba en su soledad: si aquellas eran penas de amor, loscriados no lo decían, o no lo sabían, y Viváis-mil-años vivía como unalma en pena, metiendo las narices por todos los resquicios, y sin olernada que le sirviese para cerciorarse de qué casta de, pájaro era aquelprodigio humano, que siendo rica y joven huía del mundo, y siendohermosa no buscaba el amor.

Pasaron así días, semanas y meses, siempre la misma cosa, sin dejarsever la dama más que de bulto entre dos luces, cuando salía de la sillade manos, en la catedral, y volviendo a sepultarse una hora después enel silencio y en el retiro de su casa, que permanecía cerrada, ni más nimenos que cuando se decía estaba habitada por duendes; al jardín nosalía de día: sólo algunas noches de luna solía verla Viváis-mil-años,vestida de blanco y vagando como un fantasma, yendo al cabo a sentarseen un poyo de piedra junto a la fuente, permaneciendo allí largo tiempoinmóvil, hasta que, al fin, se levantaba, y en paso lento atravesaba eljardín y se metía en la casa: la luz de la luna no había sido bastantepara que Viváis-mil-años hubiese visto su rostro. Desesperábase elmenguado, y decía a los caballeros que le aquejaban con preguntas, queél creía bien que todo aquello no era realidad, sino sueño, y que habíaque pensar que los duendes continuaban en la casa, y que habían tomadola forma de la dama y de la servidumbre que la asistía, no embarganteque la tal dama y parte de sus criados con ella, fuesen a oír misa dealba todos los días, lo cual podía ser muy bien, dado que fuesen lossusodichos duendes cristianas almas del purgatorio.

La comunidad entera de los Terceros, a los que rasuraba desde el prioral último lego Viváis-mil-años, andaba también ocupada y puesta enimaginaciones por los relatos de su rapista; y a tal encarecimientofueron llegando estos relatos, que llegó a los oídos de la Inquisiciónla noticia de que había en Sevilla una casa habitada por gentessospechosas, de las cuales se murmuraban hechizos y encantos; porquehabía muchas cosas extrañas. ¿Qué se habían hecho aquellas ricascarrozas, aquellos hermosos caballos, aquellas poderosas mulas, que lavecindad había visto entrar en la casa del duende? nadie los habíavuelto a ver. ¿Qué comían todas aquellas personas, y todos aquellosanimales? la puerta de la casa no se abría jamás. ¿Y

cómo podía seresto? La Inquisición envió sus alguaciles para que recatadamenteobservaran aquella casa que de tan antiguo tenía fama de maldita, yviesen lo que eran sus nuevos habitantes; y los alguaciles declararon loque ya se sabía, esto es, que la dama iba todas las mañanas a misa dealba a la catedral, y que la oía con recogimiento; que se volvía luego asu casa; que la puerta, y las ventanas, y los miradores permanecíancerrados, y que no se oía dentro ruido alguno; que la casa del duendeparecía encantada, y que sólo por un postigo del jardín salían muytemprano seis negros esclavos, que iban a la plaza de la Encarnación yvolvían con seis grandes cestones llenos de vituallas; que, en fin, lospocos criados que salían de la casa eran serios y pálidos comodesenterrados, y que si bien bebían cuando los convidaban, hablaban pocoy muy pensado, y no se les sacaba ni una sola palabra con referencia asu señora.

El Santo Oficio determinó, pues, saber lo que hubiese en aquello; y unanoche a las doce, en sábado, hora en que las brujas tienden su vuelohacia Barahona, un familiar llamó a las puertas de la casa de la llamadadama fantasma, que se abrieron, obedeciendo humildemente las órdenes dela Inquisición.

Metiose por el zaguán el familiar con su negra cohorte de alguaciles, ydio por cierto lo que de aquella casa endemoniada se había dicho a laInquisición, cuando vio que, en efecto, los criados eran muy pálidos ymuy serios y muy graves, y le vino de ellos un olorcillo como de tumba ycosa del otro mundo; y mucho más cuando, avisada la dueña de la casa, ylevantada de prisa, porque reposaba, y mal recogidos los cabellos de orobajo una toquilla, y vestida de blanco, salió al estrado, donde elfamiliar la esperaba armado de severidad y resuelto a llevarla presa, apoco que viera en ella que le confirmase en las brujerías que a aquellaseñora ociosos maldicientes achacaban; y ver a doña Guiomar y creersecogido por los cabezones el familiar, fue todo en un punto; porque verlay entrarle un tal temblor que si hubiera tenido cascabeles en laspiernas hubiera causado más ruido que un tiro de mulas al trote, fue unpunto mismo; y secósele el paladar, y quedósele la lengua fría, y se leanudó la voz en la garganta; que en todos los días de su vida él nohabía visto una más garrida moza, ni más gentil dama, ni más peregrinahermosura.

En resumen: a él, que por haber estudiado para clérigo, y haber hechovoto de castidad, aunque no había entrado en Orden, le habían parecidotodas las mujeres, menos la Virgen María y la madre que le había parido,artificios del diablo para perder a los hombres, entrole de súbito unatal ansia amorosa y una tal sed de hermosura, que no se conoció a sípropio; y el diablo se le metió en el cuerpo, y pensó que si todas lasbrujas eran como aquella, vendríase a gobernar el mundo por ellas; y envez de hablar recio y seco y altisonante e imperativo a aquelladivinidad, besola rendidamente las manos y se declaró muy su servidor, yaun criado. Y preguntándole ella a qué era ido a su casa tan a deshora ycon tal estrépito de aldabadas, y tal y tan pavoroso acompañamiento dealguaciles, él, oyendo su voz, que era meliflua y clara y sonora,figurósele que se había bajado del cielo a la tierra un ángel, ydisculpose, y disculpó a la Inquisición, diciendo que de puerta se habíaengañado, y que no era allí donde él iba, sino a casa de un ciertorapista que en la vecindad vivía, y que el diablo sin duda, por ampararal susodicho, había hecho que él y sus alguaciles creyesen barbería laque era noble casa de viejo solar; y rogándola encarecidamente leperdonase, besola las manos y pidiola licencia para irse. Concedióseladoña Guiomar, pero con el prosupuesto que cuando prendiese al barberovolviese, que ella le aguardaría, que tenía que decirle.

Con esto, saliose de la casa el familiar con su escuadrón alguacilesco,y fue a dar de rebote casa del barbero, al que encontró oliendo a untode bruja, que así lo declaró un alguacil que entendía mucho en estascosas; y como el rapista había tardado en contestar y en abrir más de lojusto, confirmose más esta sospecha; y examinado que fue en su persona,se le encontró pringoso; con lo que, y con haber hallado en un rincónciertos pucheros y redomas, se le esposó, y no con moza gentil yapetecible, sino con dos esposas de hierro, con cadena de alambrerecocido de las que usaban alguaciles y cuadrilleros y toda la otragente de presa que tenían la Inquisición y el rey para el buen serviciode la república; y con esto y con algunos cintarazos y sopapos que se ledieron como por vía de estimación y caricia, sacáronle mano con mano ycodo con codo, dando con él en uno de los encierros de los sótanos de lacárcel de la Inquisición, y haciéndole, en fin, la barba como merecía,que si él no propalara tanto disparate contra la buena reputación ylimpia vida de doña Guiomar, tal no le aconteciera; de donde se saca,que porque Dios lo quiere, los pícaros se enredan muchas veces en losmismos lazos que tienden a otros para que se pierdan, y en ellos sepierden.

II

En que se trata de una música de enamorado acabada no muyamorosamente a tajos y reveses.

Volviose el familiar desalado a casa de doña Guiomar, y sin más compañíaque un alguacil que le llevaba la linterna, en cuanto hubo dejado conmiedo, frío y hierros al rapista, y bajo cerrojos, y tomado recibo de supersona; y acontecíale al tal Ginés de Sepúlveda, que así se llamabaeste honrado familiar, que no las llevaba todas consigo, y que decíapara sí que él debía ser también preso y juzgado por la Inquisición;porque si bien se miraba, él había pecado, aficionándose a una mujer,por en cuanto a su voto de castidad, y había faltado a su obligación enno prender a quien se le había mandado prendiese; antes bien,disculpádola, y excusádola,