En la Mesa del Señor Biblia y Homosexualidad by Jácobo Schifter Sikora - HTML preview

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3c. Contradicciones morales

Nuestras clases de religión se ponían al rojo vivo cuando se hablaba de temas morales. Tanto el Moré como la maestra insistían en que Dios era todo amor y justicia. En las clases de judaísmo se leía mucho la historia de Moisés y la liberación de Egipto. El pueblo judío había nacido para ser libre y no para ser esclavo de nadie. Sin embargo, algunos no podíamos comprender cómo, por un lado, se hablaba de la libertad y, por otro, se hacía fiesta con las tierras palestinas y se mataba a todos los infieles.

En las clases de cristianismo se destacaba el amor y la bondad de Cristo. Sin embargo, también había intolerancia en algunos relatos de los evangelistas. Un caso en especial era la historia del templo. Cristo había llegado y tirado al suelo las palomas y los puestos de los vendedores. Para la maestra de religión, ésto sucedió porque los judíos se volvieron comerciantes, pero según el Moré era porque Cristo se oponía a la autoridad judía. Por mi parte, me imaginaba a mis pobres abuelos que vendían calzones en el Mercado Central volando de una patada de algún profeta de los que salían de los orinales.

Pero la verdadera enseñanza moral no me la dieron estos maestros. Su obsesión por definir quiénes eran obedientes a la palabra escrita y quiénes no los hacía muy intolerantes. Un día en la escuela nos preparábamos para celebrar el Día de la Independencia. Ese año me había portado muy bien y la maestra me escogió para llevar el estandarte de Costa Rica. Para mí era un gran honor. Sin embargo, una mañana, mientras ensayábamos, no pudimos dejar de oír la conversación de nuestra maestra, Ana Lucía, con doña Virginia, la directora:

Ana Lucía, ¿no esperará que un polaco (judío) lleve la bandera de Costa Rica?

Pues sí, doña Virginia, él nació en Costa Rica.

Pero viene de un pueblo maldito y no es correcto que se le reconozca ningún mérito.

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No sé cómo se atreve usted a hablar de un niño de esta manera. El es un ciudadano más de Costa Rica.

Este es un país cristiano y no de judíos. ¿No ve que nadie los quiere porque mataron a Jesús y andan de pueblo en pueblo?

Doña Virginia, perdóneme si le falto al respeto, pero si tienen que ir de pueblo en pueblo es precisamente por gente como usted.

Mire Ana Lucía, si sigue con sus malacrianzas la que irá de escuela en escuela es usted.

Me quedé petrificado. Me moría de la vergüenza. No había oído nunca algo así. Sentí tanta pena que ni siquiera se lo dije a mi madre para no hacerla sufrir. En la tarde le conté al Moré lo ocurrido. Sin pensarlo mucho me contestó:

Los judíos estamos condenados a ser perseguidos por ser el pueblo escogido por Dios.

¿Pero qué gracia tiene que a uno lo escojan si no lo dejan siquiera llevar la bandera de su país?

Tu país es Israel, la tierra prometida.

Pero Moré, si no conozco ese país, ¿cómo va a ser mío? Es aquí donde están mis padres y mis amigos. Además, soy fanático de la Liga, ¿cómo me voy a cambiar de equipo?

Verás que tú no tienes amigos. En el momento que menos sospeches, te atacarán por ser judío.

Ana Lucía no cedió. Yo la observé en una actitud muy sospechosa esa semana, como si tramara algo. Por un momento pensé que había dejado de quererme. Luego creí que había decidido separarse para evitar problemas con la directora. Pero no fue así.

Mi maestra estaba preparando un plan de rescate. Tuvo que aceptar que no llevara la bandera porque no era tonta y sabía que echarse al fuego sólo la quemaría. Pero nunca olvidaré sus palabras:

Jacobo, ¿usted sabe que hay gente que no quiere que un polaquito lleve la bandera?

Sí, maestra, lo sé. En realidad, no la quiero llevar.

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Sí que quiere, no me diga mentiras. Yo también quiero que usted la lleve. Pero la directora esté empeñada en que no. ¿Qué le parece si hacemos un plan? Usted no lleva la bandera pero canta el Himno Nacional. Así esa vieja no dirá que no le hice caso.

Entonces llevamos a cabo el plan. Yo hubiera preferido quedarme en la casa y evitar problemas, pero no quería quedar mal con Ana Lucía y canté: “Noble Patria, tu hermosa bandera…”.

Años después pude retribuir, aunque fuera en pequeña medida, su apoyo. Cuando llegamos a quinto grado, la maestra pidió una licencia y nos dejó por unos meses. Este fue uno de los abandonos más terribles. No podíamos comprender cómo era posible que lo hiciera. Tampoco nos dijeron cuándo volvería. Los días parecían eternos.

Un día Jorgito llegó con el chisme. Lo había oído en su casa: Ana Lucía, que era soltera, se había “jalado torta” y estaba embarazada. Según él (y ésto lo había oído también de sus padres) ella era una “puta”. Lo odié desde ese momento. No podía aceptar esa palabra para mi querida maestra. No sabía lo que significaba ni entendía cómo se hacían los niños, pero era una palabra horrenda, entonada con el mismo odio que a veces percibía en la palabra “polaco”. Casi como un reflejo y repitiendo historias que no eran mías, le repliqué con toda autoridad: “Ana Lucía no es una puta. Ella es una virgen que va a tener un niño”.

“¿Cómo que es una virgen, y lo dice un polaco que no cree en ellas?”, me increpó Jorgito. No sabía qué contestar. Me quedé callado pero corrí donde mi abuelo con una gran desesperación.

Sentía la angustia en el pecho. Un kilómetro se me hizo corto.

Entré en el Mercado, donde el olor de orines y carbolina estaba más fuerte que nunca.

¡Abuelito, abuelito! ¿Los judíos creemos en las vírgenes?

¿Por qué quieres saberlo?

Porque creo que mi maestra va a tener un hijo sin casarse.

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Bueno, en las vírgenes no creemos exactamente… Sin embargo, sí creemos en milagros y tenemos casos de hijos nacidos de milagros y con intervención divina.

¿Cuál, abuelito? ¡Necesito saberlo para contárselo a Jorgito y para que él no hable mal de Ana Lucía!

Pues hay uno muy claro. Está el milagro de la concepción de Sara.

¿Y ella era virgen?

No, ella no era virgen. Ya había hechos sus cosas. Pero fue un milagro que Abraham, a los 100 años, pudiera tener algo con ella. Yo tengo apenas 63 y no puedo desde hace tiempo. Ya ni el caldo de gallina de tu abuela hace el milagro.

Ni siquiera pude dejar que el abuelo terminara. ¡Era posible para nosotros tener hijos de milagro! Salí feliz del mercado y me fui a la casa. Me pregunté si mis padres necesitaban también este milagro o aún podían hacerlo solos. Sin embargo, había esperanza en el futuro. Al otro día, en la escuela, me encontré con Jorgito y le dije con gran satisfacción: “¡Claro que los judíos creemos en milagros!

Sara tuvo un hijo con la ayuda del Señor”. Mi abuelo lo confirmó y él sabe más que vos y yo”.

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POR UN LADO SE DICE…

Y POR EL OTRO…

La lección de moral de Ana Robar es prohibido Lucía aún la llevo conmigo.

Fue una alianza entre una “No robes” (Exodo 20:15) mujer cristiana y un niño

judío; rompió el círculo

vicioso de la desconfianza y el

uso de las palabras bíblicas

para separar a un grupo social

de otro. ¿Qué hubiera pasado

si todos hubiéramos seguido

el ejemplo de doña Virginia y

Jorgito y tomáramos la Biblia

de manera literal?Robar es