Escenas Montañesas by José María de Pereda - HTML preview

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—Los de la calle Alta tienen la cara muy limpia y se la pueden enseñará todo el mundo … algo mejor que los de acá abajo…; ¡flojones, másque flojones!, que se han dejao ganar tres regatas de seguido por loscallealteros…. Esa es la rescoldera que á usté le pica; pero por máspedriques que echen en Miranda y más velas que pongan á los

Mártiles

,San Pedruco el nuestro los ha de echar á pique.

—San Pedro no puede amparar nunca á gente tan desalmada como tú, y sise perdieron las regatas, Dios sabe por qué fué.

—Por falta de puños, pa que usté lo sepa.

—Grita, grita más alto; que te lo oiga el tu marido que por allá abajoasoma, y mira después ónde te metes.

—Yo digo la verdá aunque sea delante del mi marido—replica la de labuhardilla, mirando de reojo á una esquina de la calle y bajando la vozasí que ve al Tuerto.

La vieja del segundo clava la última raba, y sin mirar hacia su nuera,vase retirando del balcón, dejando fuera estas palabras:

—Anda, anda á prepararle la comida, ¡borrachona!

La aludida en ellas desaparece también, metiéndose furibunda por lo másespeso de la columna de humo que sigue saliendo de la cocina después dehaber despedido á su suegra con estos piropos:

—¡Bruja, brujona!…; vaya á discurrir los cuentos que le ha de deciral mi marido…; ¡chismosa, infamadora!

Antes de pasar más adelante, debe saber el lector que desde tiempoinmemorial, existe entre los mareantes de la calle Alta y los de la delMar, barrios diametralmente opuestos de Santander, una antipatíainextinguible.

Cada barrio forma cabildo aparte, y no han querido para los dos un mismopatrono. San Pedro lo es de la calle Alta, ó

Cabildo de Arriba

, y lacalle del Mar, ó

Cabildo de Abajo

, está encomendado al amparo de lossantos mártires Emeterio y Celedonio, á cuyas gloriosas cabezas, de lasque se cuenta que llegaron milagrosamente á este puerto en un barco depiedra ha dedicado, construyéndola á sus expensas, una bonita capilla enel barrio de Miranda, dominando una gran extensión de mar.

Con estos datos no se extrañará ya que mis dos vecinas, después deapostrofarse recíprocamente, como lo hacen en la primera parte deldiálogo transcrito, puedan hallar ofensivo á su dignidad el sercallealteras ó el dejar de serlo.

Y prosigamos.

Llega á su casa el Tuerto. (Y adviértase que el humo se va disipando, yno impide ya que yo vea la escena, con todos sus pormenores.) Quítase el

sueste

, ó sombrero embreado, de la cabeza; coloca sobre un arcón viejoel impermeable de lona que llevaba al hombro, y cuelga de un clavo uncesto cubierto con hule y lleno de aparejos de pescar. Su mujer desocupaen una tartera desportillada un potaje de berzas y alubias, mal cocido ypeor sazonado; pónelo sobre el arcón, y junto á él un gran pedazo de pande munición. El Tuerto, sin decir una sola palabra, después que sushijos han rodeado la tartera, empieza á comer el potaje con una cucharade estaño. Su mujer y los chicuelos le acompañan, por turno, con otra depalo. Conclúyese el potaje. El Tuerto espera algo que no acaba dellegar; mira á la tartera, después al fondo de la olla vacía, y, porúltimo, á su mujer.

Ésta palidece.

—¿Ónde está la carne?—pregunta al cabo, con voz ronca, el pescador.

—La carne …—tartamudea su mujer,—como ya estaba cerrada la tablacuando fuí á buscarla, no la traje.

—¡Mentira!… Yo te di ayer al mediodía dos reales y medio paracomprarla, y la tabla no se cierra hasta las cuatro. ¿Ónde tienes eldinero?…

—¿El dinero?…; el dinero … en la faltriquera.

—¡Bribona, tú la has hecho hoy … y yo te voy á abrir en canal!—gritaexasperado el Tuerto al notar la turbación, cada vez más visible, de sumujer.—Á ver el dinero, digo, ¡pronto!

La interpelada saca, temblando, unos cuartos de su faltriquera, y sinabrir toda la mano, se los enseña á su marido.

—¡Esos no son más que ocho cuartos … y yo te dejé veintiuno!… ¿Óndeestán los otros?…

—Se me habrán perdido…; que yo tenía los veintiuno esta mañana….

—No puede ser: yo te di dos reales en plata.

—Es que … los cambié en la plaza….

—¿Qué ha hecho tu madre esta mañana?—pregunta rápido el Tuerto almayor de sus hijos, cogiéndole por un brazo.

El chiquitín tiembla de miedo, mira alternativamente á su padre y á sumadre, y calla.

—¡Habla pronto!—dice el primero.

—Es que me va á pegar madre si lo digo—contesta, haciendo pucheros, elpobre chico.

—¡Es que si callas te voy á deshacer yo la cara de una guantá!

Y el muchacho, que sabe por experiencia que su padre no amenaza en vano,á pesar de las señas que le hace su madre para que calle, cierra losojos y dice rápidamente, como si le quemaran la boca las palabras:

—Mi madre trejo esta mañana un cuartillo de aguardiente, y tiene labotella escondía en el jergón de la cama.

El Tuerto, oída esta última palabra, tumba de un sopapo á sus pies á ladelincuente, corre á la cama, revuelve las hojas de su jergón, saca deentre ellas una botellita blanca que contiene un pequeño resto deldelatado contrabando, vuelve con ella hacia su mujer, y arrojándosela ála cabeza en el momento en que se incorporaba, la derriba de nuevo ysalpica á los chiquillos con el líquido pecaminoso. Gime, herida, lainfeliz; lloran asustados los granujas, y el iracundo marinero sale albalconcillo renegando de su estrella y maldiciendo á su mujer.

Tío Tremontorio, que vino de la mar con Bolina y el Tuerto, se halla ensu balcón tejiendo red (su ocupación preferida cuando está en casa)desde el principio de la reyerta de sus vecinos, y tirando de vez encuando un mordisco á un pedazo de pan y á otro de bacalao crudo,manjares que constituyen su comida ordinariamente. No se da con elTuerto por advertido del suceso que acaba de ocurrir y del que se haenterado perfectísimamente, pues no le gusta meterse en lo que no leimporta; pero el irascible marido, que necesita dar salida al veneno queaún le queda en el cuerpo, llama á su vecino, y de balcón á balcónentablan este diálogo á grandes voces:

—Tío Tremontorio, yo no puedo con esta bribona, y voy á hacer un díauna barbaridá.

—Ya te he dicho que tienes tú la culpa desde un principio; en cuanto laveías ceñir un poco, arriabas en banda….

—¿Y qué había de hacer yo si me paecía una santa de Dios?

—¿Qué habías de hacer? ¡Tiña!; lo que yo te decía siempre:—«Caza firmey trinca bien; viento duro por la popa, y hala por avante.»

—¡Pero si no tiene ya un hueso en el cuerpo que no le haiga yo carenaoá golpes!

—¡Después que se le había podrió la maera, tiña!

—¡Me valga Dios, qué pícara!… ¿Qué va á ser de estas criaturas el díaque la suerte me saque de casa!…; porque el demonio no tiene por óndedesechar á esta mujer. La semana pasá la entregué veinticuatro riales paque vistiera á los hijos…; ¿usté los ha visto?: pos tampoco yo. Laborrachona los consumió en aguardiente. Peguéla una trisca que la dejépor muerta, y á los tres días me vende una sábana por media azumbre decaña; dóila ayer veintiún cuartos pa carne, y bébelos tamién…. Y á tooesto, las criaturas esnudas, yo sin camisa, y sin atreverme, si á manoviene, á echar un vaso de vino un día de fiesta.

—¿Por qué no la conjuras, tiña? Pué que sea

mal-dao

.

—¡Si llevo gastao, tío Tremontorio, un costao en esos amenículos!Llevéla á má é tres leguas de aquí, á que un señor cura, que icen quetiene ese previlegio, la echara los Avangelios; leyóselos, dióme unacartilla bendecía y un poco de ruda, cosílo too en una bolsa, colguéselaal pescuezo, costóme la cirimonia al pie de un napolión…, y ná: al díasiguiente cogió una cafetera que no se podía lamber. Yo la he daoaguardiente cocío con pólvora, que icen que es bueno pa tomar ripunanciaá la bebida, y á esta condená paece que le gusta más desde entonces. Hegastao en velas pa los Santos Mártiles, á ver si la quitan el vicio, unsentío…, y como si callara…. Ya no sé qué hacer, tío Tremontorio, sino es matarla, porque es mucho el vicio que tiene. Fegúrese usté quedempués que la di el aguardiente con pólvora, la entró un cólico quecreí que reventaba. Como yo había oído que el aguardiente es bueno paquitar el dolor de barriga, poniendo por fuera unos paños bien empapaosen ello, calenté en una sartén como medio cuartillo; y cuando estabacasi hirviendo, llevélo así á la cama onde se estaba revolcando la muybribona. Mándola que tenga un poco la sartén mientras yo iba al arcón ábuscar unos trapos, vuelvo con ellos…: ¿creerá usté, puño, que ya sehabía trincao el aguardiente de la sartén, abrasando como estaba?¡Hombre, si esto es más que maldición de Dios!

—Pues, amigo…, tocante á eso…, ¿qué te diré yo? Cuando la mujer daen torcerse, como la tuya, mucho palo; si con él no sale á flote, óéchala á pique de una vez, ó cuélgate de una gabia.

—¡Si le digo á usté, hombre de Dios, que la he solfeao too el cuerpo áleña; que le he puesto la cara á morrás

más negra que la tinta de unmagano!…

—Pues ahórcate entonces, y déjame en paz y en gracia de Dios tejerestas mallas, que por no perder la paciencia no me he querido casar yo,¡tiña, retiña!

—¡Mal rayo me parta treinta veces y media, y permita Dios que al primernoroeste que me coja en la mar me coman las merluzas!… ¡Si pa estonace uno, valiérame más no haber nacío!… ¡Perro de mí, que no la hicemacizo antes de llegar á perder la pacencia y la salú por la grandísimabribona!…

Y comiéndose los labios de coraje, métese el Tuerto en su buhardilla ycierra la puerta del balcón.

El tío Tremontorio, sin levantar los ojos de su labor, le despidecanturriando con su áspera voz esta copleja:

«Por goloso y atrevido muere el pez en el anzuelo; porque yo no soy goloso en paz y libre navego.»

Suponte ahora, lector, que estamos en un día de fiesta.

—¡Bolina!… ¡Bolina!—grita la voz de Tremontorio.

—¿Qué hay?—responde Bolina saliendo al balcón.

—Que no paso por esta cuenta; que á mí me falta dinero … y que mefalta, ¡ea!

—¡Malos tiburones te coman! Yo no sé de qué te ha servío tanto como hasrodao por el mundo, que toavía no sabes contar los deos de la mano. ¿Quées lo que te falta ahora?

—Me falta, me falta … yo no sé cuánto, pero me falta dinero.

—Si no dices más que eso…. ¿No ajustemos endenantes la cuenta más detreinta veces? ¿No viste que no te faltaba ná?…

—Sí; pero en casa lo he pensao mejor, y no hay quien me saque de queaquellos treinta riales….

—¡Dale con los treinta riales! ¿No te correspondían á ti diez duros porla costera de la semana?

—Sí.

—¿No nos habían emprestao á ti, al mi hijo y á mí, un barril deparrocha en la taberna del Estrobo

?

—Sí.

—¿No costaba el barril setenta y dos riales?

—Sí.

—¿No te corresponden á ti veinticuatro?

—Sí.

—¿No debías además en la taberna, primeramente treinta cuartos de caféy copas, y luego dos riales y medio emprestaos?

—Sí.

—Pus veinticuatro y seis, treinta. ¿Cuánto tienes tú?

—Tengo, tengo … dos y dos son cuatro…, cuatro … cuatro de ádecinueve, primeramente.

—Bueno: pon una peseta con ellos.

—Ya está.

—Pus tendrás ahora cuatro duros.

—Cabales…. Ahora hay, por otro lao, dos pesetas en cuartos y dostarines.

—Que son diez riales; y ochenta que tenías antes, noventa.

—Noventa. Ahora me quedan cuatro peseta de á cinco, y … uno, dos,tres … y dos, cinco … y uno, seis…; seis medios duros, que son….

—Que son, que son…; teníamos antes noventa riales, que con las cuatropesetas de á cinco hacen, hacen …

noventa, y luego veinte…. Sifueran diez serían ciento; ciento, y diez … ciento diez…. Luego,seis medios duros, que son tres.

—Y ciento diez, ciento y trece justos … hasta doscientos que debíande ser, ¡tiña!, mira si me falta dinero…. Y no te canses, Bolina, quecuando yo digo una cosa, ¡tiña!…

—Pero, peazo de animal, déjame acabar…. Si too lo embrollas. ¿Quiénte ha dicho á ti que ciento diez riales y tres duros son ciento y treceriales?

—Aquí y en Francia han sío siempre ciento diez y tres, ciento trece,¡retiña!

—Sí; pero como esos tres son duros, y tres duros son sesenta riales,será la cuenta ciento diez, y sesenta, ciento setenta.

—¿Y cuántos duros hacen?

—Media onza es lo mesmo que ciento sesenta riales, y éstos son cientosetenta; conque son, media onza y medio duro … ocho duros y medio.

—Lo mesmo que endenantes, ¿lo ves?…; hasta diez que han de ser …¡si cuando yo digo una cosa!

—¡Mal rayo te parta! ¿Pues no te he dicho que había que desquitartreinta riales que debías en la taberna?

—Sí.

—Pus esos treinta que te faltan hasta los doscientos, son los que tedieron de menos.

—Conque es decir que por un lao se me dan treinta riales de menos, ypor otro me rebajas tú en la cuenta otros tantos…. ¡Tina!, pues ahorasalgo peor; treinta de acá … y treinta de allá…. Esto no lo dejo yoasí, y ahora mesmo voy al Muelle, ¡retiña!

—¡Anda, burro, más que burro!… ¡Este hombre no tiene timón en lacabeza! ¡Mal vendaval te sople, animal!…

Imaginémonos ahora que está lloviendo, desde hace ocho días, pero del Noroeste, con temporal recio

afuera

.

—Tío Tremontorio, ¿ha visto por la banda del Norte cómo se va poniendo?

—Hay tremolina armá pa unos días…. Esta madrugá abrió un poco el ojoel Nordeste y pensé que íbamos á salir mañana á la mar; pero se hacorrío otra vez al vendaval y con un carís peor que el tuyo.

—¡Y qué lástima de costera, hombre!… ¡Si había besugo paaborrecelo!… Le digo á usté que esta inverná nos va á costar muy cara.

—Por mor de eso, y pa ayuda de males, nos pegaron aquella

troncá

estamañana en el Cabildo…. ¡Y pa eso le citan á uno y le sacan de casa!…¡Tiña, si me hubiera dejao llevar de mi genio!… Decir á Dios que conel platal que ha entrao en fondo en too lo que va de año no ha de haberquedao pa hacer un reparto, por ver de pasar un par de días, pinto elcaso, en que no se pué salir á la mar, ni se gana pa un amoderao[5]siquiera…. ¡Tiña, y que entoavía le han de pedir á uno el real quenecesita pa no morirse de hambre!

—Duro es, tío Tremontorio; pero ello, pongámonos en lo justo. Ha dao lacasualidá de que paece que se ha avisao media calle pa ponerse enfermotoo el mundo. Tolete, con viruelas; tío Mocejón, con el muermo que leajoga; Viruta, con una pata desbaratá; el Mordaguero, baldao deestribor…; y dispués, yo no sé cuántos más á pique de irse á fondo….Por otro lao, el médico no quería asistir al Cabildo si no le aumentabandos mil riales de sueldo, y ha habido que dárselos; la lancha delPuntal nos ha empeñao en un pico mu gordo este año, una bandera nueva pala capilla…, y el diablo que paece que se ha desatao contranusotros…. Dé usté á los enfermos el porqué que les corresponde cadadía, pague usté al médico lo que pidió de más, pague usté la bandera,pierda usté lo que se ha perdió en el pasaje, y….

—¡Tiña, á mí cuéntame tú del otro mundo, que de éste no tengo ya ná queaprender…; y si Patuca sabe mucho, yo sé más que él. Yo lo que veo esque con un papeluco emborronao nos quiso tapar la boca. Miá tú cómo noestipuló el tanto más cuanto de la cosa, mano á mano como se debía. Perocomo entiende de pluma, con decir «aquí está apuntao…»; y á mí no mela cuela él, que no me mamo el deo, aunque no conozco la O, tiña!

—Pero las cuentas ya se desaminaron bien allí, y por gente que loentiende.

—Comosulas nos atrapan, ¡tiña!, no te canses…. Y digo que aquíengorda anguno con lo que tú y yo sudamos, y si no, vamos á ver. PatucaMalaspenas va á la mar; anda vestío y portao como un señor; en su casase come carne un día sí y otro no, y nunca falta el cuartillo de rioja,tiene un quiñón en la pinaza del Castrejo y está gordo que revienta. Eldiablo me lleve si no era tan pobre como yo hace poco tiempo. ¿De óndeha salío tanto lastre? ¡Tiña! … no quiero hablar; pero si no corrieraél con los agorros del Cabildo, como corre hace dos años, no había detener el pellejo tan reluciente.

—Esos son malos quereres, tío Tremontorio.

—¡Tiña, que yo me entiendo! ¿Por qué no quiso él que se entregara eldinero á un comerciante del Muelle cuando en el otro Cabildo se lodijieron?

—Porque nos bastamos nusotros pa correr con ello sin ayuda de naide.

—Por lo que se pega, borrico.

—Que son malos quereres, tío Tremontorio.

—Que vos engañan, como bonitos, con cuatro papeles arrugaos, vamos….Y si quieres irle con el cuento, ya que tanto le defiendes, maldito loque se me importa.

—Yo no soy cuentero ni vivo de eso; pero cuando se dice mal de unhombre de bien…, vamos, tío Tremontorio, que no me gusta. Usté havisto mucho mundo, pero á veces quiere saber más de lo regular.

—Y ya que tanto hablas, ¡tiña!, ¿es justo, que tú, cargao de hijos, conuna mujer como la que tienes, que te consume hasta la sangre, no recibasuno ó dos ó medio en estos días de temporal? ¿No eres tú tan necesitaocomo el que más?

—Yo estoy bueno y puedo trabajar….

—¿Á qué? ¿Has de ir á jalar de las pipas del Muelle? Pa eso hay otrosprimero que tú, que tienes que atender al aparejo y á la lancha y á tuobligación.

—No diré que no me viniera bien uno ó dos ó medio; pero si no me ledan, ¿por qué le he de echar la culpa á quien no la tiene?

—¿Y por qué en lugar de dar nos piden?

—Ese es otro cuento…. Y al último, al que no tiene el rey le hacelibre.

—Ya te lo dirán de misas.

—De toos modos, tío Tremontorio, las cuentas se han presentao y se handao por buenas; y por más que usté y yo nos cansemos….

—Pues veremos lo que comes dentro de un par de días, si el tiempo no seecha á la tierra.

—Salú nos dé Dios, y ya lo veremos.

—¡Amén!… (¡Tina!…; ¡qué hombres hay en el mundo! Too lo encuentrangüeno. ¡Así tienen ellos los calzones!)

Si mientras el Tuerto estaba á la mar, alguno de sus hijos rompía laolla, ó se comía el pan que estaba en el arcón, ó hacía cualquierdiablura propia de su edad, en el balcón le sacudía el polvo su madre,en el balcón le estiraba las orejas y en el balcón le bañaba en sangrela cara.

Si de vuelta de correr la sardina salía alcanzada la mujer del Tuerto enla cuenta que éste le tomaba rigorosamente, en el balcón se oía laprimera guantada de las que administraba el desdichado marido á sucostilla; desde el balcón llamaba á su padre, á su madre y áTremontorio; desde el balcón les contaba lo sucedido, y renegabafuribundo de su mujer; desde el balcón imploraba el auxilio de Dios…,y de balcón á balcón se enredaba un diálogo animadísimo que entretenía,por espacio de media hora, á las gentes de la calle.

Si el patrón de la lancha de que son socios mis vecinos, les debe algo,desde sus balcones lo dicen, y en los mismos discuten el medio decobrarlo.

Por el balcón recibe Tremontorio las consultas que se le hacen sobre eltiempo; por el balcón las contesta, y el balcón es su observatorio.

En una palabra: mis vecinos tienen el balcón por casa, excepto paradormir y vestirse; y ni aun en estas dos ocasiones quieren prescindirtotalmente de la publicidad. Tremontorio y Bolina, especialmente, semudan la camisa y los pantalones en medio de la sala … con todas laspuertas abiertas; pero donde se echan los botones y se amarran lacintura con la indispensable correa, es en el balcón. Y esto eninvierno; que en verano, ó cierro la puerta de mi antepecho, ó he decontemplarlos hasta en la menor particularidad de su vida íntima, tantode día como de noche…. Por hacerme partícipe de sus costumbres estaspobres gentes, hasta me despierta á mí al mismo tiempo que á ellas elpenetrante é intraducible grito de

¡apuyááá!

con que les llama, á lastres de la mañana en verano y á las cinco en invierno, para ir á la mar,otro marinero que tiene por esta obligación algunos gajes.

De todo lo cual resulta, lector, aun sin mi decidida afición á repararen achaques de costumbres, más de lo suficiente para que comprendascómo, sin poner trabajo alguno de mi parte, y sin que en mi obsequio sele tomara nadie, pude adquirir los datos que apunté en las primeraspáginas de este bosquejo.

Ahora, pues, previa tu indulgencia por estas digresiones, y suponiéndoteorientado en el terreno de nuestros personajes, voy á tratar delverdadero asunto de mi cuadro.

FOOTNOTES:

[Footnote 5: Arenque.]

II

Hace pocos días empezó á llamarme la atención el aspecto que presentabala casuca de enfrente. La buhardilla del Tuerto apenas se abría, ni enella se escuchaban las risas, los lloros y los golpes de costumbre.

El tío Tremontorio trabajaba en sus redes al balcón algunas veces, perosiempre mudo y silencioso, cual era su carácter cuando sus convecinos ledejaban en paz y entregado á sus naturales condiciones.

Los dos viejos del segundo piso se daban muy pocas veces á luz, y enalgunas de ellas vi enrojecidos los arrugados y enjutos párpados de lamujer de Bolina. Indudablemente pasaba algo grave en aquella vecindad.

Un tanto preocupado con esta idea, puse toda mi atención en la casucacon el objeto de adquirir la verdad.

Las ahumadas puertas del balcón de la buhardilla se abrieron al cabo,después del mediodía, y lo primero que en el interior descubrieron misojos, fué un hombre vuelto de espaldas hacia mí, con camiseta blanca deancho cuello azul tendido sobre los hombros, y gorra de lana, tambiénazul, ocupado en colocar en un gran pañuelo de percal, desplegado sobreel arcón que conocemos, algunas piezas de ropa. Después que hubo anudadolas cuatro puntas del pañuelo que contenía el equipaje, se incorporó elhombre, volvió la cara…, y conocí en ella á la del Tuerto: pero másobscura, más triste, más ceñuda que nunca. El pintoresco traje del pobrepescador me explicó en un instante la causa del cambio operado enaquella vecindad.

Hecho el lío de ropa, pasó el Tuerto su brazo izquierdo por debajo delos nudos, metió dentro de la gorra algunos mechones de pelo que lecaían sobre los ojos, tiró de una bolsa de piel mugrienta que guardabaen un bolsillo de sus pantalones, sacó de ella tabaco picado, hizo uncigarro, encendióle en un tizón que le trajo su mujer, que lloraba,aunque en silencio, fijóse en los chicuelos que también lo rodeaban, y,haciendo un gran esfuerzo, dijo con voz insegura:

—¡Ea!, sobre que ha de ser, cuanto más pronto.

La sardinera, al oir á su marido, rompió á llorar á todo trapo; sushijos la siguieron en el mismo tono.

—¡Á ver si vos calláis con mil demonios!—exclamó el pescador convisible emoción.—Y tú—añadió dirigiéndose á su mujer,—ya sabes lo quese va á hacer. Estas criaturas se vienen ahora mesmo conmigo, y se lasdejo á mi madre al tiempo de bajar. Allí se estarán con ella hasta queyo güelva.

—¡No, por todos los santos del cielo!—gritó la mujer, que al fin eramadre.—Yo soy muy capaz de cuidarlas, y no quiero que naide más que yodé de comer á mis hijos.

—Lo que eres tú me lo sé yo muy bien; y no me acomoda que el mejor díaamanezcan los ángeles de Dios aterecíos á la puerta de la calle. Ysobre too, no te los tiro á la mar: bien acerca te quedan: too el día tepuedes estar abajo con ellos…. Pero ya se lo he dicho á mi madre:«antes que dejarlos subir aquí, rómpales una pata»…. Y esto sacabó.Vámonos pa bajo…. Y cuidao con que te vengas al Muelle detrás de mí,que no tengo ganas de perendengues; y cuanto más solo esté uno,mejor…. Así como así, estoy yo tan sastifecho, que si me descuido conla escotilla se me va el alma de la bodega, ¡puño!… Andando, hijosmíos….

Y el desventurado Tuerto se bajó para coger al menor de losmuchachuelos, que le miraban llorando.

Entonces su mujer, cediendo á unirresistible impulso de su corazón, echó los brazos al cuello de sumarido, y con el torrente de sus lágrimas arrancó al fin ¡las primeras,tal vez! de los torvos ojos de aquel rudo marinero.

Pero éste no era hombre que se entregaba rendido á semejantesdebilidades; así es que, desprendiéndose de los brazos de su costilla,cogió entre los suyos al menor de sus hijos, mandó á los otros que lesiguieran, obligó á su mujer á quedarse en casa, y salió de ellaprecipitadamente, cerrando detrás de sí la puerta de la escalera.

Pocos minutos después estaba en la calle, con su lío al brazo, encompañía de Bolina y Tremontorio. Los tres iban cabizbajos, taciturnos ycaminando con repugnancia. Casi al mismo tiempo que ellos en la calle,aparecieron en sus respectivos balcones la mujer de Bolina, rodeada desus nietos, y la del pobre Tuerto, sola, desgreñada y dando alaridos dedesconsuelo. Sus hijos y su suegra, aunque sin gritar tanto como ella,vertían también abundantes lágrimas.

Al oir este coro desgarrador, los tres marineros apretaron el paso, losvecinos de la calle salieron á sus balcones, y yo me decidí á seguir ámis conocidos hasta el desenlace de la escena, cuyo principio habíapresenciado. El dolor tiene su fascinación como el placer, y laslágrimas seducen lo mismo que las sonrisas.

Tomé, pues, el sombrero y me largué al Muelle.

Una apiñada multitud de gente de pueblo se revolvía, gritaba, lloraba éinvadía la última rampa, á cuyo extremo estaba atracada una lancha. Enesta lancha había hasta una docena de hombres vestidos de igual maneraque el Tuerto; y también como él llevaba cada cual un pequeño lío deropa al brazo. De estos hombres, algunos lloraban sentados; otrospermanecían de pie, pálidos; inmóviles, con el sello terrible que dejaun dolor profundo sobre un organismo fuerte y varonil; otros, fingiendotranquilidad, trataban de ocultar con una sonrisa violenta al llanto queasomaba á sus ojos. Todos ellos se habían despedido ya de sus padres, desus mujeres, de sus hijos, que desde tierra les dirigían, entrelágrimas, palabras de cariño y desesperanza.

Entretanto, algunos otros,tan desdichados como ellos, se deshacían á duras penas de los lazos conque el parentesco y la amistad querían conservarlos algunos momentos másen tierra. Por eso las palabras «padre»,

«madre», «hijo», «amigo», eranlas únicas que dominaban aquella triste armonía de suspiros y sollozos.¡Terrible debía ser la pena que hacía humedecerse aquellos ojosacostumbrados á contemplar serenos la muerte todos los días entre losabismos del enfurecido mar!

Sin calmarse un momento la agitación de la gente de tierra, losmarineros que aún quedaban en ella fueron poco á poco pasando á lalancha: el último entró el Tuerto, después de haber dado un estrechoabrazo á su padre y á su vecino, que le acompañaron hasta la orilla.Nada quedaba de común, sino el corazón, entre los embarcados y la gentede tierra. El servicio de la patria era el arbitro de la vida y de lalibertad de los primeros, durante cuatro años, á contar desde aquelmomento; y ante deber tan alto, tenían que romperse los lazos de lafamilia y los de la amistad.

Los remos habían tocado ya el agua, y aún permanecía la lancha atracadaá la rampa, y sujeta á ella por un cabo que tenía entre sus manos, porel extremo de tierra, un viejo patrón que contemplaba atónito la escena.

—¡Suelte!—le dijeron desde la lancha más de una vez, con débil voz.

Pero el viejo patrón, ó no oyó las advertencias, ó se hizo sordo áellas, que es lo más probable, por disfrutar algunos instantes más de lapresencia de sus compañeros.

—¡Que suelte!—le volvieron á repetir más alto.

Y nada: el viejo, clavado como una estatua á la orilla del mar, no soltóel cabo.