Impresiones Poesías by José Campo-Arana - HTML preview

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el dulce y tibio calor

de su aliento bendecido.{71}

Va á faltarle la armonía

de sus gritos de alegría,

de su voz, timbre de plata

que la inocencia retrata

y que inunda el alma mía.

¡Te has roto, dulce cadena!

¡Ay! En la noche serena

le faltará á mi contento

el murmullo de su aliento

que arrulla y duerme mi pena.

¡Se van! Cual la golondrina

que el frio invierno adivina,

y guiando sus hijuelos

breve y fugaz, por los cielos

buscando la luz camina...

Mas luégo vuelve ligera

cruzando la azul esfera,{72}

de amor su sér todo henchido,

á buscar el mismo nido

al volver la primavera.

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

Sí; cuando de gozo henchido

oiga el canto bendecido

de vuestra voz hechicera,

será tambien primavera

para nuestro pobre nido.

{73}

Á LA MUERTE.

¿Temes, acaso, que al sentir tu mano,

tiemble asombrado el ánimo cobarde,

y se estremezca el alma recelosa?

Te engañas. ¡Temor vano!

¿Crees que te hablo en arrogante alarde,

que la mente medrosa

desmiente con terror? ¿Piensas acaso,

que sabiendo que Dios únicamente

puede cortar de la existencia el hilo,

me rio de tu saña? ¿O que sintiendo

robusto el cuerpo, el ánimo tranquilo,

desprecio tu impotencia?{74}

¿O que á grave dolencia

rendido, busco en tí el alivio ansiado?

Mas... ¡ah! Tal vez sospechas

que abatido, sin fé, desesperado,

sin calor en el alma, y ya deshechas

mis ilusiones de ventura y gloria,

busca en tí el alma herida que padece

la sola realidad que el mundo ofrece.

Te engañas: ni en mi pecho tiembla el miedo,

ni confiado en Dios te reto osado;

y si el cuerpo abatido,

por males y dolores combatido,

la dulce paz de tu retiro anhela,

el alma nó, que con distinta suerte,

busca el cuerpo reposo, el alma vida,

y reposo no más hay en la muerte.

La frïaldad con que el sepulcro hiela

no puede codiciarla quien ansioso

busca luz y calor, lucha y victoria.

Si el corazon medroso

teme hallar la verdad, porque al hallarla

tal vez encuentre el mal, necio sería{75}

si en tí buscara alivios y consuelo,

pues harto sé por desventura mia,

que tú hieres la paz y la alegría

y eres sorda á la voz del hondo duelo.

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

No: te busco y te temo.

Te busco, como busca el peregrino

un lecho hospitalario

donde reposa un dia

para seguir al otro su camino.

Te busco, porque eres

el «más allá» que loca el alma ansía

cuando, al morir el dia,

miro ocultarse el sol detrás del monte,

ó cómo se confunden

el mar y el cielo allá en el horizonte.

Te temo porque ignoro lo que ocultas,

mi mente no lo alcanza,

y temo al encontrarme entre tus brazos,

rotos por tí los mundanales lazos,

perder en ellos mi última esperanza.{76}

Temo que con mi cuerpo dolorido

muera tambien mi idea;

temo que el alma sea un sér fingido,

que sólo polvo, como el cuerpo, sea.

{77}

RECUERDOS.

Suelto el cabello en desatados rizos,

que en caprichosas ondas

sobre tu espalda mórbida se tienden,

velando y no cubriendo sus hechizos;

entornados los ojos, que se encienden

absorbiendo el placer con sus miradas,

tus hermosas mejillas sonrosadas

por el calor intenso

de la pasion ardiente;

entreabierto el labio sonriente,

y en lánguido abandono reclinada,

altiva recordando{78}

con la mente inflamada,

los pasados momentos de ventura,

la idea de otros mil acariciando

que guarda para tí lo venidero...

¡Qué hermosa estás así! ¡Qué feliz eres!

¡Cuántos tesoros guardas codiciosa!

¡Qué ignorados placeres

promete tu mirada cariñosa!

¡Oh! pero... escucha y dí: ¿ya no te acuerdas

de aquella niña hermosa é inocente,

encanto de mi loca fantasía?

¿Acaso no recuerdas

su tibia y pura frente?...

Toca la tuya... ¿No es aquella?... ¿Abrasa,

y no es ya trasparente como aquella?...

Mas ¿qué importa si es bella?

¡Sigue escuchando, sigue!...

¿No recuerdas sus ojos apagados,

grandes, suaves, serenos...

—No me mires...—Los tuyos, entornados,

de brillo y pasion llenos,

son más hermosos... pero ya han perdido{79}

la tranquila mirada que lucia

en la niña inocente que amé un dia.

¿Has dado ya al olvido

aquellos labios rojos y brillantes,

frescos y húmedos siempre,

como la rosa que mojó el rocío?...

¿Por qué tocas los tuyos, amor mio?

¿Están secos? ¿Qué importa?... ¿Queman tánto?...

No te aflijas por eso.

Es el calor de la pasion ardiente,

que les dá nuevo encanto...

¡Qué! ¿no recuerdas que me has dado un beso?

Mas deja que te cuente

cuánta locura me forjé de niño;

deja que haga volver á mi memoria

el delirio sin fin de aquel cariño.

Deja que te retrate

mis ensueños de gloria,

deja que su recuerdo me arrebate.

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

Mira: tanto llegué á quererla un dia,

tan loco y ciego estaba,{80}

que donde quiera que su pié ponia,

su dulce huella con afan besaba.

Absorbía el aroma de su aliento;

sueño constante de mis sueños era;

su hermosa imágen en mi sér vivia,

y al sentir su contacto,

de temor y placer me estremecia.

Y guardo en mi memoria mil cantares

que yo la oía, ó que escuché con ella;

recuerdo con anhelo los lugares

donde la ví una vez; y hasta las flores

que su mano cuidaba, me han dejado

recuerdo de su aroma y sus colores.

Todo me la recuerda: el mar, la tarde,

la luna con su luz vaga y dudosa;

la primavera tibia y perfumada;

la brisa juguetona y misteriosa;

la noche oscura, el abrasado estío;

el murmullo fugaz de la enramada;

hasta de Dios la idea poderosa,

funde con ella el pensamiento mio.

¡Oh! ¿por qué ha de pasar así la vida?{81}

¡Cuánto, amor mio, diera,

porque aquel tiempo y mi niñez volviera!

Yo imaginaba... ¡loco desvarío!

que acaso un tiempo fuera tan dichoso

que junto á mí la viera

unida en santo lazo, y me forjaba

verla en mi hogar, partiendo mi destino,

que mi nombre sus labios bendecian,

que «hija mia» mi madre la llamaba,

y que «madre» mis hijos la decian...

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

¿Lloras? Tu corazon he destrozado...

—¡Si tú supieras lo que yo he llorado!...

{82}

¡YA NO!

Ya pasaron los dias,

ya pasaron las horas de ventura

en que al mirarme, amante sonreias

con infantil ternura.

Ya ha borrado la mano del olvido

mi nombre de tu mente,

ya no busca tu oido

el tierno halago de mi voz ardiente.

¡Ya no piensas en mí! Ya cuando al cielo

vuelves los claros ojos,

pides calma á tu duelo,

no paciencia á mi queja y mis enojos.{83}

Ya cuando pinta el éter la mañana

con brillantes albores,

no corres presurosa á la ventana,

porque yo no la adorno con mis flores.

Ya al esquivar el celo con presteza

de importuno testigo,

no vuelves la cabeza

á ver si yo te sigo.

De otros sitios respiras el ambiente

que yo no he respirado...

Ya no temes jamás entre la gente

que pase yo á tu lado.

Los goces que soñé en mis desvaríos

puede decirme otro hombre que son suyos...

¡Tú tienes hijos ¡ay! y no son mios!...

—¡Yo los tengo tambien, y no son tuyos!

{84}

¡IMPOSIBLE!

Niégame el sueño su apacible olvido,

y el solo pensamiento de mi mente,

el eco solo que mi oido siente,

es de tu dulce nombre eco querido.

Si al fin de la velada, ya rendido,

busco el descanso, mi cerebro ardiente

forja sueños de dicha sonriente,

y siempre va tu nombre á ellos unido.

Mas ¿cómo en él no pensaré despierto?

¿Cómo sin él soñar cuando dormito,

ávido el pecho á la ilusion abierto?

¿Cómo no recordar su eco bendito,

que hace santo mi loco desacierto,

si aquí, en mi corazon, lo llevo escrito?

{85}

Á MI BUEN AMIGO

ANDRÉS RUIGOMEZ.

LA GUITARRA.

¡Cuánto sueño de gloria!

¡Cuánta esperanza

despiertan en mi mente los acordes

de la guitarra!

La luna se esparcia

sobre la playa,

el mar, dormido, con su blando arrullo

la acariciaba,{86}

y léjos, de la brisa

vagando en alas,

se escuchaban los sones misteriosos

de la guitarra.

Yo, trémulas las manos,

trémula el alma,

llevando entre mis brazos á la hermosa

mujer amada,

iba siguiendo el ritmo

de alegre danza

que modulaban las cadencias dulces

de la guitarra.

Y tras de muchos años,

muchos, de amarla,

por la primera vez á sus oidos

mi voz llegaba;{87}

mi voz, que, balbuciente

y entrecortada,

se confundia con las notas trémulas

de la guitarra.

Y pasaron los años

cual todo pasa,

y aquel amor inmenso que escondido

llevo en el alma,

parece que despierta

con nueva llama

cuando escucho las vagas armonías

de la guitarra.

Y la voz engañosa

de aquella ingrata,

y el murmullo del mar, que se dormia

sobre la playa,{88}

y la emocion inmensa

que me agitaba,

todo me lo recuerdan los acordes

de la guitarra.

¡Oh! Si acaso algun dia,

ciego de rabia,

hácia el crímen ó el mal, con torpe paso

llevo mi planta,

haz tú, Señor, que escuche

para pararla

uno de esos acordes misteriosos

de la guitarra.

Y tú, mujer, que hoy ciega

tu virtud manchas,

tú, que fuiste adorada cual ninguna

por pura y cándida,{89}

dime: ¿No te sonrojas,

no sientes nada

al escuchar las vagas armonías

de la guitarra?

{90}

JUNTO Á LA CUNA.

¡Cómo duerme! ¡Chist!... ¡Silencio!

no se despierte mi niño.

¡Qué hermoso está! Se sonríe

con un gesto tan tranquilo...

Revueltos sobre la frente

de su cabello los rizos,

descubierta la garganta,

cuyo cútis cristalino

dibujan de azul las venas{91}

y hacen mover los latidos,

su blanca manita oculta

por el redondo carrillo...

todo en él es inocencia,

parece un ángel bendito.

Ganas me dan de besarle...

Si estuviera bien dormido...

¿Despertará?... Por un beso...

¡Qué placer! ¡Dulce amor mio!

¡Ay! ¡se mueve!... ¡Chist!... ¡Silencio!

no se despierte mi niño.

Ya se sosegó, ya vuelve

á sus labios bendecidos

la sonrisa; ya respira

como hace poco, tranquilo.

¡Ay! no respiraba así

cuando estuvo tan malito.

¡Qué pálido estaba entónces!

Flaco, los ojos hundidos,{92}

¡y una mirada tan triste!

Aun me dan escalofrios

de pensar en aquel tiempo.

¡Oh! ¡Cuánto sufrí, Dios mio!

Luégo, aquel llanto tan débil

que parecia un gemido...

Si volviera á estar así...

Si se muriera... ¿Qué he dicho!

¡Hijo de mi corazon!

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

No te enfades, hijo mio.

Es claro, ¡le beso tanto!

¡Y él, que estaba tan tranquilo!

¡Ya reposa!... ¡Chist!... ¡Silencio!

no se despierte mi niño.

¡Bah! voy á dejarle solo

para que duerma... ¡Angel mio!

¿Se queja?... Sí... Nó; es que sueña.

¡Ay qué gesto tan bonito!{93}

Mas ¿qué es eso? ¿Se despierta?

Nó; pero ¡qué es ese ruido?

Agita sus labios rojos...

¿Será verdad lo que he oido?...

Otra vez... ¡Ah! sí; mamá,

mamá, no hay duda, eso ha dicho.

¡Me llama!... ¡Bendito seas!

¡Una y cien veces bendito!

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

Mas ¡ay, Dios! va á despertarse...

¡Que he de hacer siempre lo mismo!

Vaya; no guardeis silencio:

ya se ha despertado el niño.

{94}

EN EL ÁLBUM DE MERCEDES.

¿ESTAMOS CONFORMES?

Cuentan profundos doctores

que hubo otros tiempos mejores

—yo no sé cuándo sería—

en que el hombre en paz vivia

sin penas y sin dolores.

Yo, Mercedes, imagino

que esto es cuento y nada más,

pues del mundo en el camino,

de ese tiempo peregrino

ninguna huella verás.{95}

Mas, cuando me lo dijeron,

pensando en los que vivieron

aquella edad de ventura,

exclamé con amargura:

«¡Qué desventurados fueron!»

¿Te ries? La risa ten,

hasta que oigas los informes

que mis ideas te den;

verás, si lo piensas bien,

que al cabo estamos conformes.

Primavera es la ventura,

triste invierno es el dolor

sin brisas y sin ventura;

pero en medio de ese horror,

tiene tambien su hermosura.

Que si aquella tiene flores

y calor, vida y amores{96}

y crepúsculos serenos

de santo misterio llenos

y aromas, luz y colores,

éste, con distinta suerte,

tiene el hielo caprichoso,

el silencio de lo inerte,

el misterio del reposo,

la majestad de la muerte.

Pero si el sol su semblante,

rasgando la niebla oscura,

muestra en el cenit radiante,

su luz parece más pura,

su calor más penetrante.

Así, cuando el alma ahogada,

en sí misma retirada,

gime, presa del dolor,

la dicha ménos ansiada

parece mucho mayor.{97}

¡Dolor! Palma bendecida,

del martirio prenda cierta,

sola verdad conocida,

sin tí el alma no despierta

y es imposible la vida.

Sin tí no hay inspiracion,

y agostado el corazon

en nada descubre encanto;

sin tí no existiera el llanto,

bálsamo de la afliccion.

El placer de más valía,

al llegar á poseerlo,

cual humo se desharía:

porque ¿qué valor tendria

sin el temor de perderlo?

Sólo por mi desconsuelo

vuelvo los ojos al cielo;

sólo del dolor en pós,{98}

el alma eleva su vuelo

hasta la idea de Dios.

El que le maldice, yerra;

fuera insensato matarlo;

en su desconsuelo encierra

el mayor bien de la tierra,

que es el poder consolarlo.

Y cuando acaba el amor

y la mente envejecida

pierde frescura y calor,

¿qué fin tendria la vida

si no quedara el dolor?

Tú, Mercedes, que has sufrido

y has llorado y has sentido,

despues de oir mis informes,

piensa en lo que me has oido

y dime: ¿estamos conformes?

{99}

Á MI ANTIGUO AMIGO

ADOLFO MALATS.

LA CONCIENCIA.

PROBLEMA.

I.

Juana, pobre mujer envilecida,

que arrastrando su espíritu en el cieno,

pasó la triste vida

vendiendo por amor letal veneno;

cabeza hermosa, donde de seguro

no brotó nunca pensamiento puro,

y que ignorando el bien que poseia,

vendia, por un poco de dinero,

en público mercado,

el placer más inmundo, si es vendido,{100}

el mayor y más dulce, si es ganado;

próxima al duro instante

de la triste agonía,

á un padre confesor agonizante

con anhelosa voz así decia:

—«Padre: yo de mis culpas me arrepiento

»y pido á Dios perdon de mi impureza;

»miradme bien al rostro, que no miento.»

Y levantando la cabeza en tanto,

fijaba sobre el fraile macilento

una mirada de ansiedad y espanto;

y al ver que nada el fraile le decia,

con ansiedad creciente proseguia:

—«Él sabe bien, y me lo tendrá en cuenta,

»que del vicio en la senda siempre impura,

ȇun cuando de placeres avarienta,

»tan sólo me ha tocado la amargura.

»¿Qué es el mayor tormento, comparado

»al pesaroso hastío del pecado?»

Y vertiendo de lágrimas un rio,

seguia con acento sofocado:

—«¡Ay! ¡He sufrido tánto, padre mio!»{101}

Alzándose convulsa, en vano abria

sus ojos, ya sin brillo,

y olvidándolo todo, descubria

el pecho descarnado y amarillo

que hinchaba el estertor de la agonía.

—«Acaso Dios me señaló en la cuna»

(siguió con voz oscura y misteriosa)

«la senda de mi vida vergonzosa;

»me negó la virtud y la fortuna,

»y en cambio me hizo hermosa.

»Tal vez de mi impureza el desvarío

»habrá sido castigo de otros séres...

»Más de una vez, detrás de su desvío,

»noté... ¿podreis creerlo, padre mio?

»¡Noté que me envidiaban las mujeres!...

»Quizás mis muchos yerros han servido

ȇ Dios, para mostrarles de otra suerte

»lo espantoso del vicio en que he caido;

»y mis faltas quizás ha permitido

»para dar el ejemplo de mi muerte.»

Y así diciendo, la infeliz gemia

entre la duda y la esperanza ansiosa{102}

al ver que nada el fraile le decia;

y en aquella mujer, un tiempo hermosa,

con su horrible piedad, desvanecía

de la muerte la calma silenciosa

la horrible agitacion de la agonía.

II.

En tanto que así Juana se acababa,

cerca de allí, sobre otro pobre lecho

de aquel santo hospital, que cobijaba

la pobreza y el mal bajo su techo,

tambien un hombre viejo agonizaba,

y en una cruz muy tosca, de madera,

como si algun secreto le dijera,

los turbios ojos con afan fijaba.

Aquel santo varon, de alma tan pura

como la blanca nieve de sus canas,

que al cabo de una vida de amargura,

consumida en virtudes sobrehumanas,

iba á llevar de Dios á la presencia

{103}

cual la de un niño pura su conciencia,

piensa profundamente

que es esa dicha demasiado grande

para poder lograrla fácilmente;

y aún cuando su alma cándida le abona,

y aunque la llama de la fé le escuda,

siente que la esperanza le abandona

nublada por las sombras de la duda.

Y por esa, fijando su mirada

en aquella cruz tosca de madera

enfrente de él en la pared colgada,

mientras la muerte su semblante altera

así piensa en su mente, casi helada:

—«Yo no hice á nadie mal; nunca en mi vida

»en mí venció al deber pasion alguna,

»y al bien y á la virtud con ánsia ardiente

»mis fuerzas consagré desde la cuna.

»La oracion y el ayuno, rudamente

ȇ la carne rebelde han amansado,

»y ha sido de mi vida en el pasado

»mi orgullo la humildad, mi lecho el suelo,

»mi amor el bien y mi ambicion el cielo.

{104}

»Mas por cuidar del alma, he descuidado

»el cuerpo á mi custodia confiado,

»y devuelvo á la tierra sus despojos,

»por rudas penitencias macerado,

»blandas las carnes y los nervios flojos.

»Yo, del caudal de fuerzas en mí unidas

»para crecer al riego del trabajo,

»sin pensar que mi vida era cien vidas,

»que nada creó Dios que inútil sea,

»enamorado loco de una idea

»he dejado los gérmenes secarse

»sin cumplir su mision, comun á todo,