La Casa de Lila Un Burdel de Hombres by Jacobo Schifter - HTML preview

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LA CASA DE LILA

Un estudio de la prostitución masculina

Jacobo Schifter, Ph.D

Instituto Latinoamericano de Prevención y Educación en Salud (ILPES)

San José , Costa Rica

1997


Siento el dolor de nuevo

aquí, ahora, en este lugar.

Tomo el sendero del espejo,

Me paro frente a un umbral,

miro en él y veo el reflejo;

Tu reflejo

No logro identificar

lo que siento,

ni lo que veo,

ni lo que tratas de decirme.

Hablas un idioma difícil

De entender.

(Antonio Bustamante)


AGRADECIMIENTO

Muchas personas han hecho posible esta investigación.  En primer lugar, el doctor Peter Aggleton, de la Universidad de Londres, quien me convenció para que realizara un trabajo acerca de la prostitución masculina para una antología que se publicaría en el Reino Unido por la editorial Taylor and Francis. Aggleton me ayudó a traducir un resumen de este libro al inglés y participó como editor y coautor. Sus sugerencias fueron muy útiles para mejorar el manuscrito.

Antonio Bustamante, quien coordinó la fase de recolección del material, realizó los contactos iniciales, obtuvo el permiso de entrada a la casa y brindó su asesoría en el tema del “cacherismo” centroamericano.

Lidia Montero, quien ayudó a transcribir las entrevistas, tediosísimo trabajo por la enorme cantidad de material recopilado.

Mi compañero y amigo del Departamento de Investigación del ILPES, M.A. Johnny Madrigal, quien me hizo excelentes sugerencias y le dio la aprobación final antes de enviarlo a la Editorial.

Sin Lila y los muchachos este trabajo nunca se hubiera realizado. A pesar de los riesgos para todos, su colaboración me deja una deuda con ellos. La apertura por parte del ILPES de un programa de prevención y una casa-club para los trabajadores del sexo es una pequeña forma de pagarla.

Julián González, especialista en linguística y uno de los mejores editores del país, quien ayudó a quitar mucho del “spanglish” que aprendí durante mi vida en los Estados Unidos.

Hector Elizondo, coordinador del Grupo 2828 del ILPES, que trabaja con grupos de trabajadores del sexo gays fue, como siempre, el primero en darme la luz verde para publicar. Su sexto sentido para la literatura y su facilidad para decirme en la cara lo que no le gusta es para mí insustituible.

Sin embargo, la responsabilidad de lo que se ha escrito en este libro es únicamente mía. Mis interpretanciones no representan ninguna línea oficial del instituto, del donante ni de ninguno de los compañeros que colaboraron en él, ni de la Editorial que lo publica.

A todos muchas gracias, y a los lectores les pido que lo lean con la mente y con el corazón abiertos.

Jacobo Schifter


INTRODUCCIÓN: ¿PARA QUÉ ESCRIBIR SOBRE LO PROHIBIDO?

L

 

 

a prostitución masculina es tan antigua como la femenina y desde los sumerios y los griegos  tenemos evidencia de hombres que vendían servicios sexuales a otros hombres[1]. Sin embargo, la prostitución masculina es poco conocida. Donald J. West, quien publicó su obra Male Prostitution en 1993, afirma que “las ideas populares acerca de la prostitución masculina son confusas y contradictorias, mal informadas y generalmente más preocupadas en condenar moralmente que entenderla con humanidad”[2]. La  prostitución  femenina, en cambio, es la que más atención ha recibido de los investigadores, tanto así que ésta -como institución- es asociada con las mujeres[3]. En sociedades patriarcales  donde las labores de servicio se vinculan con las mujeres, los hombres que sirven a otros hombres son vistos como  haciendo labores femeninas[4]. Una de las características asociadas con la feminidad en Costa Rica es precisamente la de servir sexualmente al varón[5]. La prostitución masculina, sin embargo, fue conocida entre los griegos y regulada con impuestos durante la Roma de Augusto[6]. A pesar de su longevidad, aún se mantiene oculta.

La literatura más reciente está llena de estereotipos acerca del prostituto masculino. Richie McMullen[7] describe a los prostitutos como muchachos homosexuales que buscan el amor y la amistad, de la misma forma que otros muchachos gays. Estos, sin embargo, tienen la mala suerte de escoger la prostitución como una profesión temporal para sobrevivir, debido a las circunstancias económicas difíciles. Otra imagen  estereotipada que se tiene es la del adolescente que huye de su hogar y que cae en las garras de hombres adultos homosexuales, quienes lo explotan y se aprovechan de su inocencia[8].  También está la del muchacho delincuente que busca dinero fácil como complemento de otras actividades ilícitas, tales como el robo y la estafa: los jóvenes muestran tener poco juicio y sufrir de inmadurez. Existen innumerables ejemplos de rechazo familiar y de conductas autodestructivas.[9]

Muy pocas veces se ha realizado una investigación de la prostitución masculina más allá de los trabajadores del sexo de la calle. Allen, por ejemplo, encontró una sorpresa en su estudio de prostitutos callejeros de Estados Unidos: la presencia de muchachos de clase media, que escogían esta profesión por voluntad más que por necesidad.[10] Trabajos de investigación en el Reino Unido, realizados en el Poly Technic del South Bank, han mostrado la gran variedad de servicios de prostitución masculina en Inglaterra, que incluye a hombres de distintos grupos sociales, [11] Finalmente, D. West hace un análisis de la gran variedad de trabajadores del sexo que acuden a un proyecto de apoyo médico conocido como Streetwise Youth del  Day Centre. West combate los mitos que todos los prostitutos son jóvenes homosexuales, delincuentes y de hogares rotos. Encuentra, por el contrario, muchachos de clase media, heterosexuales y bisexuales, desde analfabetos hasta hombres con dinero y con casas de lujo. No existe un prostituto, un  bagaje cultural, una conducta, una historia típica entre los trabajadores del sexo entrevistados. No se dan factores generalizables a todos, como el consumo de drogas, el abuso infantil o siquiera la necesidad económica.[12]

En Costa Rica, no  se ha publicado un estudio acerca de la prostitución masculina. La práctica no es un crimen por sí misma, como no lo es la prostitución femenina, a menos que se realice de forma “escandalosa”. Tampoco lo es la práctica homosexual que dejó de ser un crimen en el Código Penal de 1971. Antes de esa revisión penal, el castigo contra la sodomía era de uno a tres años de prisión (artículo 233). Desde 1971, no existe base legal para perseguir la homosexualidad, siempre y cuando involucre a dos adultos consensuales y el partícipe pasivo sea mayor de 17 años de edad[13]. Sin embargo, existen prohibiciones severas contra el lucro en la prostitución (dueños de burdeles) y la inducción de menores a practicarla. La mayoría de las condenas son por estas dos razones. Cuando se quiere perseguir a un prostituto mayor de edad, se debe recurrir a otras infracciones como faltas a la moral, escándalo público, sospecha de drogas o de vagancia[14].  A diferencia de las prostitutas, ellos no están considerados por la ley, ni  se les obliga a realizarse exámenes venéreos.

Este trabajo no pretende ser un estudio exhaustivo de la prostitución masculina costarricense. De la misma manera que en el Reino Unido, la prostitución de hombres es muy diversa. Existen centros de prostitución baratos, de clase media y de clase alta. Los prostíbulos varían desde casas con muchachos a la usanza antigua, hasta lujosos saunas en donde se dan masajes. Existe prostitución homosexual y heterosexual para clientes que también pueden ser hombres y mujeres, ya sea homosexuales, bisexuales o heterosexuales. Se da el caso de hombres que se prestan para bailes eróticos con  mujeres y que se les conoce como “maripepinos”. Además del baile, muchos se prostituyen con sus clientas.   La prostitución se practica también en saunas, bares, discotecas, hoteles y casas de amigos. Los prostitutos pueden trabajar a tiempo parcial o completo. Algunos lo hacen para ganar extras y pagar sus carreras universitarias. Otros llegan a comprarse casas y carros de lujo.

Este estudio, sin embargo, se limitará a una cultura sexual muy particular entre la prostitución masculina: los muchachos de  un prostíbulo de clase media baja que se especializa en una clientela paidófila. Estos muchachos no son  homosexuales ni bisexuales en el sentido que sientan atracción por hombres y por mujeres.

¿Cómo se determina la identidad sexual? ¿Son éstos hombres homosexuales, bisexuales o heterosexuales? En realidad, no existe una respuesta sencilla. Algunos investigadores acerca de la sexualidad se adhieren a la tesis que la persona bisexual es la que practica las relaciones sexuales con hombres y con mujeres. Esta idea es compartida por Churchill, Ford y Beach[15], Kinsey, Pomeroy y Martin[16], quienes definen la bisexualidad como una práctica sexual. Otros investigadores consideran que la persona bisexual reúne otras características adicionales y que no se puede definir únicamente con base en la práctica sexual  Entre los criterios que se toman en cuenta están el deseo, es decir, el grado de atracción hacia personas de ambos sexos, como apunta Blumstein y Shwartz y Klein[17], y la autodefinición, o sea la aceptación personal de la identidad sexual, según Warren[18].

Otros creen que la bisexualidad debe definirse más bien por “la preferencia afectiva dual”, es decir, el deseo de tener relaciones sexuales íntimas con hombres y con mujeres, y que el contacto sexual no debe ser así interpretado como una condición sine quan non (Bode[19], Klein[AVC1] [20], MacInnes[21], Scott[22]). Klein[23], por su parte, construyó un modelo de bisexualidad más complejo, que incluye no solo la práctica y la atracción sexual, sino las fantasías sexuales, la preferencia emocional, la autodefinición y el estilo de vida heterosexual u homosexual del individuo. La  bisexualidad es también vista como una variable en el tiempo y no como algo estático definido por una sola característica.

En nuestro caso de estudio, los muchachos no parecieran encajar en los  más complejos modelos de bisexualidad: no sienten atracción sexual por los dos sexos, no han tenido un pasado bisexual, no tienen fantasías  comunes bisexuales, no se definen como tales (aunque usen la palabra), no sostienen relaciones afectivas duales  y no participan en el mundo social de los homosexuales o de los bisexuales. La única característica que los identifica como bisexuales es la práctica. Podríamos decir que los “cacheros” son únicamente bisexuales por lo que hacen, pero heterosexuales en todo lo demás.

Este contraste entre deseo y práctica los pone dentro de una cultura que se conoce como “cachera”, o sea la de hombres que tienen relaciones sexuales con otros hombres pero que son básicamente heterosexuales[24]. Tampoco son muchachos de sectores marginales o de extrema pobreza. Pertenecen a un sector de clase media baja y algunos de ellos son estudiantes y profesionales.  Algunos viven aún con sus familias y otros han formado casa aparte.

Existen muchos tipos de “cacheros” y el grupo aquí estudiado es de los jóvenes dedicados a la prostitución. No todos los “cacheros” son jóvenes ni todos los prostitutos son “cacheros”. El “cacherismo” incluye a hombres maduros que también se prostituyen, prisioneros que buscan hombres jóvenes o afeminados, amantes de travestis y homosexuales, afeminados o no, y muchos otros grupos de hombres que buscan substitutos de mujeres en ambientes variados como las zonas costeras, las zonas bananeras, la policía, las fronteras agrícolas y otros lugares en que no hay muchas mujeres. Su denominador común es que son hombres de estilo de vida heterosexual que tienen relaciones ocasionales con otros hombres, ya sea por el placer o por el dinero.

El grupo estudiado es, pues, uno de muchos dentro de la cultura de la prostitución masculina y del “cacherismo”.  Este estudio se desarrolla en una casa de prostitución josefina entre las muchas que existen. Esta casa se caracteriza, a la vez, por servir a una clientela paidófila, o sea la de hombres atraídos por adolescentes. Los clientes representan, entonces, un  grupo muy particular de la diversa cultura sexual de la prostitución. Es por esta razón que  los entrevistados tengan de 13 a 25 años de edad.

Nuestro interés en este estudio ha sido informarnos de la cultura de la prostitución juvenil con el fin de iniciar un programa inmediato de prevención.  Los muchachos entrevistados están en peligro directo de contagio con el virus del sida y de terminar adictos, si no lo están ya, a la cocaína, al crack y al alcohol.  Debido a que la prostitución de adolescentes es ilegal en el país, podríamos haber denunciado esta casa a las autoridades. Sin embargo, ésto hubiese resultado aún más contraproducente ya que existen otras alternativas dónde ir y  los hubiésemos perdido de vista. Consideramos mucho mejor hacer una campaña de suministro de preservativos y concientización de los jóvenes frente al sida y las drogas e iniciar un proyecto de apoyo inmediato. Este proyecto se caracteriza por el establecimiento, en junio de 1997, de una casa alternativa de refugio para muchachos en prostitución y una serie de oportunidades de educación y de trabajo.

 

En  razón de que muchas investigaciones han desmitificado el perfil del trabajador del sexo y que no queremos repetir los estudios acerca de una supuesta historia similar y una personalidad específica del prostituto, fenómeno que no ha sido comprobado, hemos optado por contestar preguntas muy distintas:

 

¿Cuál es el discurso sexual de los hombres masculinos y atraídos hacia las mujeres que se venden a otros hombres?

 

¿Existen factores que generan contradicciones entre el discurso y la práctica sexual?

 

¿Qué tipo de cultura sexual emerge en razón de estas contradicciones?

 

 

Este estudio se realizó con la ayuda de Antonio Bustamante, M.Sc., investigador y educador del Instituto Latinoamericano de Prevención y Educación en Salud (ILPES) con vasta experiencia en el trabajo del cacherismo” en las cárceles de Centroamérica. Bustamente hizo los contactos iniciales y preparó el terreno para nuestro ingreso en el burdel.

 

Para hacer este trabajo se entrevistaron a 25 muchachos, de 13 a 27 años de edad,  en un solo prostíbulo de hombres en San José, Costa Rica. Muy pocos de ellos viven en el local. La mayoría acude únicamente en las noches para buscar clientes. Dos entrevistadores, miembros del ILPES realizaron las entrevistas durante un período de seis meses, de enero a junio de 1997. Las entrevistas duraron de media a una hora y  fueron  conducidas en forma privada en el mismo burdel. A cada muchacho se le pagó 1.000 colones por entrevista de media hora (aproximadamente $5) y 5.000 colones por una de hora y media ($25). Se utilizó una guía de preguntas abiertas que versaba sobre temas de iniciación, la definición, la orientación sexual, el amor, el uso de drogas, la prostitución, las relaciones familiares y las relaciones con hombres y con  mujeres. Algunos fueron entrevistados más de una vez. Las sesiones fueron grabadas y luego transcritas con un código que no identificara a los muchachos ni al dueño del local. Los nombres utilizados en el libro no coinciden con el de aquellos.  Finalmente, las entrevistas fueron copiadas a una base de datos conocida como SAPAC y desarrollada por el ILPES para su ordenamiento y análisis.

 

Para hacer las entrevistas, se le pidió permiso al dueño del local y se le aseguró que la intención del estudio era conocer la realidad de la prostitución masculina de hombres heterosexuales con el fin de planear un proyecto de apoyo. Debido a que el proxenetismo es un grave crimen en el país y que muchos de ellos eran menores de 18 años (edad para el consentimiento sexual), se prometió la total confidencialidad de la información.

 

Participaron en el proyecto dos hombres gays. Uno de ellos era conocido del dueño del local y ésto aminoró la sospecha de éste. El otro se presentó como un gay que solo tenía interés en escribir un artículo para el extranjero con el fin de ayudar a conocer y entender la realidad de la prostitución masculina. La única condición que se le solicit?

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