La Cuerda del Ahorcado-Últimas Aventuras de Rocambole: El Loco de Bedlam by Pierre Alexis Vizconde de Ponson du Terrail - HTML preview

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Su voz conmovida y su actitud suplicante tranquilizaron un poco a ladyEvelina.

—Jorge, le dijo, ¿de dónde venís?

—De la India, contestó el joven.

—¡Ah! ¿Habéis dejado el servicio?

—No; he obtenido licencia por algunos meses. Y vengo solamente..... porvos.

—¡Por mí! exclamó lady Pembleton acometida de un nuevo temor.

Y hablándole con un acento de dignidad que no excluía la benevolencia,añadió:

—¿Es posible, Jorge?... ¿Osáis hablarme de ese modo?... ¿a mí?...

—Evelina, yo os amo.......

—¡Callad!

—Hace tres años, Evelina... desde que me separé de vos.... mi vida esun perpetuo combate de cada hora, de cada minuto; un suplicio sinnombre; una tortura eterna.

—¡Pero, desgraciado!... ¿Habéis olvidado que soy la mujer de vuestrohermano?

—Mi hermano está lejos de aquí.

Lady Evelina dejó escapar un grito de terror.

—¡Oh!... ¿lo sabíais? exclamó.

—Nuestros dos navíos se han cruzado a la altura de Finisterre.

—¿Y os atrevéis?...

—Ya os lo he dicho; no vengo más que por vos.....

Lady Evelina fijaba en aquel hombre una mirada extraviada, y su pavoracrecía por instantes.

Sir Jorge no era ya por cierto el tímido y leal adolescente que se habíaseparado hacía tres años de miss Evelina, cambiando con ella un adióseterno.

Ahora era un hombre... un hombre de mirada sombría y resuelta, un hombreen cuyo continente se adivinaba que era capaz de todo.

Y sin embargo la joven, en medio de su turbación y de su espanto, nodesesperaba de doblegar a aquel hombre y de traerlo al sentimiento deldeber.

—Jorge, le dijo, vos sois hermano de Evandale y yo soy su esposa.

—Yo odio a Evandale, respondió el joven.

—¿Y decís que me amáis aún?

—Todo el fuego del infierno se ha concentrado en mi corazón, respondiócon exaltación sir Jorge.

—Pues bien, puesto que me amáis, respetadme: salid de aquí, y novolváis hasta mañana... pero en medio del día, a vista de todo el mundo,y por la puerta principal de este palacio, que es la morada de vuestrohermano.

El joven soltó una carcajada cruel.

—¡Oh! no, no! exclamó. No he venido de tan lejos para que me hagáisponer a la puerta por vuestros lacayos.

Lady Evelina sintió toda su sangre refluir a su corazón, y el rubor dela vergüenza coloró vivamente su rostro.

Y como sir Jorge la cogiese al mismo tiempo las manos, ella se soltó conindignación, y corrió al otro extremo del cuarto gritando:

—¡Salid!... salid de aquí!... os lo ordeno!

El joven respondió con una nueva carcajada.

—¡Salid!... repitió lady Evelina.

—No... yo os amo.

—Alejaos o llamo a mis criados.

Sir Jorge, sin dejar de sonreírse, dio un paso hacia ella.

Entonces lady Pembleton corrió a la chimenea, y cogiendo el cordón de lacampanilla que pendía al lado del espejo, tiró de él con violencia.

Pero la campanilla no resonó como de costumbre.

—Podéis llamar cuanto os plazca, dijo el joven. El cordón estácortado.

Lady Evelina arrojó un grito desesperado.

—¡A mí!... ¡a mí! exclamó.

Sir Jorge se adelantó hacía ella.

—¡A mí!... ¡socorro! gritó lady Evelina.

—No gritéis inútilmente: vuestros criados han salido, y estamos solosen la casa.

La joven se precipitó hacia la puerta e intentó abrirla.

—La puerta está cerrada por fuera, dijo tranquilamente sir Jorge.

Entonces quiso ganar la ventana y saltar al jardín.

Pero él se colocó resueltamente delante de ella.

—¡No saldréis de aquí! dijo.

Lady Evelina exhaló un grito supremo de espanto y de horror, y juntandoy retorciéndose las manos, pidió gracia..... pero él la estrechó en susbrazos con furor e imprimió en sus labios un beso ardiente...

IV

Lord Evandale estaba en la Oceanía.

El Minotauro se dirigía hacia Melburne, una de los dos capitales de laAustralia, y cada vez que el navío hacía escala en algún punto, elnoble lord escribía a su esposa largas cartas, que expresaban todo suamor, toda su ternura.

A veces, hasta había pensado en dar su dimisión y volver a Inglaterra.

Pero el soldado no deserta la víspera de una batalla, y lord Evandale noabandonó su navío.

El Minotauro pasó dos años en Australia, dando caza a los piratas queinfestaban sus mares.

Concluida esta campaña, el commodoro fue llamado a Londres, pero suausencia había durado más de treinta meses.

A su vuelta, lady Evelina salió a su encuentro, llevando a sus dos hijosde la mano.

El segundo había nacido después de la partida de lord Evandale.

La noble joven estaba pálida y triste, y parecían haber pasado por ellamás de diez años.

¿Qué había sucedido pues durante la larga ausencia de lord Evandale?

Este no podía adivinarlo, ni llegó a saberlo jamás.

Lady Evelina vivía lejos de toda sociedad, y pasaba la mayor parte delaño en Pembleton; y respecto a sir Jorge, nadie había vuelto a verlodespués de la noche fatal de que hemos hablado.

Lord Evandale no llegó ni aun a sospechar que había dejado por unmomento las Indias para volver a Europa.

Alarmado de la palidez de su esposa y del estado de postración física ymoral en que se hallaba, el noble lord consultó uno por uno todos losmédicos célebres de Londres.

Los médicos convinieron en que se hallaba atacada de una enfermedad delanguidez puramente nerviosa, y aconsejaron un viaje por Italia.

Lady Evelina partió con su marido.

Pasó un mes en Nápoles, otro en Roma, Milan y Venecia, y volvió aLondres más enferma, más desalentada y cansada de la vida.

Dos seres solamente lograban arrancarle una sonrisa.

El uno era Tom, su hermano de leche.

El otro su hijo mayor, el primogénito que debía heredar un día lainmensa fortuna de lord Evandale y sucederle en sus cargos y dignidades.

En cuanto a su segundo hijo, la pobre joven no podía contemplarlo unmomento sin que lágrimas de vergüenza viniesen a arrasar sus ojos.

Apenas acababan de llegar de Italia, cuando fue declarada laintervención anglo-francesa en favor de la insurrección griega.

Lord Evandale recibió la órden de embarcarse y tomar el mando de unaflotilla, y lady Evelina se encontró de nuevo sola.

Una tarde, la joven se paseaba en Hyde-Park, llevando a su hijo mayorpor la mano.

La noche se aproximaba rápidamente.

Seguida a cierta distancia por dos de sus lacayos, lady Evelina sepaseaba sin desconfianza por la margen de la Serpentina, cuando derepente, saliendo de un bosquecillo inmediato, se

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presentaron a ella doshombres del pueblo, o dos roughs, como los llaman en Londres.

Lady Evelina se volvió vivamente y llamo a sus lacayos.

Pero estos habían desaparecido.

Al mismo tiempo, uno de los dos roughs se echó sobre ella, y le pusola mano en la boca para impedir que gritase.

El otro en tanto se apoderó del niño, y tomó precipitadamente la

fuga.

Una hora después, los dos lacayos, que pretendían haberse extraviado poruna alameda lateral, creyendo seguir a su señora, la habían encontradodesmayada a orillas de la Serpentina, y la condujeron a su casa.

En cuanto a su hijo, había desaparecido.

XIX

DIARIO DE UN LOCO DE BEDLAM.

IV

CONTINUACION.

Afortunadamente, al lado de lady Evelina, sola y desesperada, había unhombre animoso y resuelto.

Este hombre era Tom.

El honrado Escocés no perdió la cabeza, y adivinó de seguida por quéhabían robado el niño.

En Londres es esto tan común, como el robo de una bolsa o de un pañuelo;y aún constituye un comercio bastante lucrativo.

Hay tal o cual mendiga que logra a duras penas conseguir al día unalimosna, y que haría una fructuosa colecta, si llevase un niño en susbrazos cuando implora la caridad pública.

Hay también maestras de niños, siniestras industriales cuyo tipo sóloflorece en Londres, que han hecho desaparecer en el fondo del Támesislas pobres criaturas que les confiaran en secreto.

El día menos pensado, los padres de esos hijos del amor vienen areclamarlos.

Es necesario pues que estén preparadas para poder reemplazar con niñosrobados, los que han dejado de existir después de largo tiempo, y cuyapensión se ha cobrado religiosamente.

Y en fin, hay además los gitanos, los saltimbanquis y los cómicos de lalegua, que andan siempre a caza de niños y los roban con una destrezaadmirable.

Pero Tom no pensó un solo momento en los mendigos, gitanos nisaltimbanquis.

Su primera idea fue justa y lógica.

—El ladron, se dijo, es sir Arturo Jorge Pembleton, oficial de lamarina real.

Mucho tiempo hacía que sir Jorge no se veía en Londres, ostensiblementeal menos.

Lady Evelina no lo había vuelto a ver desde la noche fatal.

Pero Tom había visto una tarde rondar a un hombre por Hyde-Park,y—aunque aquel hombre iba vestido como un rough,—

Tom lo habíareconocido.

El supuesto rough era sir Jorge.

Tom se puso en busca de sir Jorge, seguro de que el niño estaba en supoder.

El fiel servidor y confidente de lady Evelina era Escocés, pero habíapasado su infancia en Londres, y conocía perfectamente todos losmisterios de la gran capital.

Así no tardó mucho en encontrar a sir Jorge.

Este se había ocultado en una callejuela del Wapping, hacia los confinesde Withe-Chapelle, en una casa alta y sombría, habitada únicamente porgente del pueblo.

Tom cayó en aquella casa como un rayo, a una hora de la mañana en que elgentleman se hallaba aun en el lecho.

Tom se presentó en su cuarto con una pistola en cada mano.

Sir Jorge estaba sin armas.

El joven le asestó una pistola a la frente y le dijo:

—Si no me entregáis el niño, os mato.

Sir Jorge aparentó al principio una gran sorpresa.

—¿De qué niño hablas, miserable? le preguntó.

—Del hijo mayor de lady Evelina.

Sir Jorge protestó enérgicamente.

—No he visto al hijo de lady Evelina, contestó, ni comprendo lo que mequieres decir.

Pero Tom añadió fríamente:

—Os doy cinco minutos. Si dentro de cinco minutos no me habéisdevuelto el niño, sois hombre muerto.

La mirada del Escocés expresaba tan fría y decidida resolución, que sirJorge tuvo miedo, y lo confesó todo.

El hijo de lady Evelina había sido entregado a unos saltimbanquis quedebían adiestrarlo en su oficio.

Tom podía encontrar esos saltimbanquis en Mail Road, muy cerca de laWork-house.

Pero Tom movió la cabeza y contestó:

—Creo lo que decís, sir Jorge. Sin embargo, quiero que vengáis conmigo.

Y os advierto que si intentáis escaparos, os mato como a un perro.

Y obligó a sir Jorge a vestirse.

Sir Jorge Pembleton había dicho la verdad.

Los saltimbanquis estaban en Mail Road, y el niño se hallaba con ellos.

Tom lo tomó en brazos, y huyó con él sin entrar en más explicaciones.

Aquel mismo día, sir Jorge desapareció de nuevo, y pasaron muchos mesessin que nadie volviera a verlo.

¿Por qué sir Jorge había robado al hijo de lady Evelina?

Sir Jorge era un miserable: odiaba con toda su alma a su hermano lordPembleton, de quien sólo había recibido beneficios; aborrecía a ladyEvelina, después de haberla amado con tan violenta pasión; pero encambio adoraba al hijo segundo de su cuñada, a aquel niño, vivotestimonio de un crímen, a su propio hijo en fin.

Esto explicaba su conducta. Haciendo desaparecer al hijo mayor, alprimogénito que debía suceder a lord Evandale en su bienes y títulos,¿no era asegurar esos mismos títulos y bienes al hijo segundo, es decir,al hijo de sir Jorge?

Después de este grave incidente, Tom no se separó ya de día ni de nochedel hijo de lord Evandale.

Lady Evelina no salía jamás sola, y Tom estaba sin cesar a su lado.

Así pasaron algún tiempo, hasta que al fin llegó la noticia de la muertede lord Evandale Pembleton.

Entonces, como queda dicho, lady Evelina se refugió a su castillo de losmontes Cheviot, se rodeó de una guarnición numerosa, y no se decidió abajar a New-Pembleton, hasta que llegó a saber que sir Arturo JorgePembleton se había embarcado de nuevo para las Indias.

V

Tal era el espantoso secreto que Lady Evelina había confesado porescrito, y puesto después ante los ojos de lord Ascott su padre.

Lord Ascott, como hemos visto, la había estrechado en sus brazosdiciéndola:

—Tu hermano te vengará.

Y en efecto, tres meses después, sir James dejó la Inglaterra y volvió ala India.

Sir Jorge estaba en Calcuta cuando llegó allí sir James.

Aquella misma noche había un baile en el palacio del gobernador, y eloficial Pembleton se hallaba en sus salones y parecía el hombre másalegre del mundo.

Sir James, que asistía también a esta recepción, se acercó a él y losaludó.

Sir James era hermano de lady Evelina, y además había sido condiscípuloy amigo de infancia de sir Jorge.

El primero no era aún más que midshipman, es decir guardia marina: elsegundo era teniente de navío.

Sir James saludó pues al oficial y le dijo:

—Llego de Londres y traigo un encargo para vos. Dentro de un rato,cuando se halle más animado el baile, podremos reunimos, si gustáis, enla azotea que da al mar.

—Allí me hallaréis, respondió sir Jorge.

Y se fue a bailar con la hija de un nabab que era tan bella como supadre rico, lo que no es poca ponderación.

Un cuarto de hora después, los dos jóvenes volvían a encontrarse, y sepaseaban absolutamente solos en una de las azoteas del palacio.

Entonces Sir James miró fijamente a sir Jorge y le dijo:

—He abreviado mi tiempo de licencia sólo por venir a veros.

—¡Y bien!.....

—Lo sé todo.

Sir Jorge se estremeció, pero repuso reponiéndose prontamente:

—¿Qué es lo que sabéis?

—Que habéis hecho traición a vuestro hermano.

—¿Y qué os importa?

—Habéis deshonrado a mi hermana.

Sir Jorge se encogió de hombros.

—Y necesito toda vuestra sangre, añadió sir James.

—Estoy a vuestras órdenes, respondió tranquilamente el hermano de lordEvandale.

—Muy bien, dijo sir James, pero es necesario pensar en que sois misuperior y que no puedo batirme sin infringir las ordenanzas.

—¡Oh! que no quede por eso, respondió sir Jorge, yo me encargo deallanar esa dificultad.

—¡Ah!

—El almirante que manda la escuadra de evoluciones, anclada en elpuerto, os autorizará, a petición mía, a batir