La Edad de Oro: Publicación Mensual de Recreo e Instrucción Dedicada a los Niños de América. by José Martí - HTML preview

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Los que están vivos de veras son los que nos hacen los cubiertos decomer, que parecen de plata, y no son de plata pura, sino de una mezclade metales pobres, a la que le ponen encima con la electricidad uno comobaño de plata. Esos sí que trabajan, y hay taller que hace al díacuatrocientas docenas de cubiertos, y tiene como más de miltrabajadores: y muchos son mujeres, que hacen mejor que el hombre todaslas cosa de finura y elegancia.

Nosotros, los hombres, somos como elleón del mundo, y como el caballo de pelear, que no está contento ni sepone hermoso sino cuando huele batalla, y oye ruido de sables y cañones.La mujer no es como nosotros, sino como una flor, y hay que tratarlaasí, con mucho cuidado y cariño, porque si la tratan mal, se muerepronto, lo mismo que las flores. Para lo delicado tienen mujeres en esasobras de platería, para limar las piezas finas, para bordarlas comoencaje, con una sierra que va cortando la plata en dibujos, como esasmáquinas de labrar relojes y cestos y estantes de madera blanda. Peropara lo fuerte tienen hombres; para hervir los metales, para hacerladrillos de ellos, para ponerlos en la máquina delgados como hoja depapel, para las máquinas de recortar en la hoja muchas cucharas ytenedores a la vez, para platearlos en la artesa, donde está la platahecha agua, de modo que no se la ve, pero en cuanto pasa por la artesala electricidad, se echa toda sobre las cucharas y los tenedores, queestán dentro colgados en hilera de un madero, como las púas de un peine.

Y ya vamos contando la Historia de la Cuchara y el Tenedor.

Antes hacíande plata pura todo lo de la mesa, y las jarras y fruteras que se hacenhoy en máquina: no más que para darle figura de jarra a un redondel deplata estaba el pobre hombre dándole con el martillo alrededor de unapunta del yunque, hasta que empezaba a tener figura de jarrón, y luegolo hundía de un lado y lo iba anchando de otro, hasta que quedabaredondo de abajo y estrecho en la boca, y luego, a fuerza de mano, leiba bordando de adentro los dibujos y las flores. Ahora se hace conmaquina todo eso, y de un vuelo de la rueda queda el redondel hecho unjarro hueco, y lo de mano no es más que lo último, cuando va al dibujofino de los cinceladores. De esto se puede hablar aquí, porque dondehacen los jarros, hacen los cubiertos; y el metal, lo mismo tienen quehervirlo, y mezclarlo, y enfriarlo, y aplastarlo en láminas para hacerun jarrón que para hacer una cuchara de té. Es hermoso ver eso, y pareceque está uno en las entrañas de la tierra, allá donde está el fuego comoel mar, que rebosa a veces y quiere salir, que es cuando hay terremotos,y cuando echan humo y agua caliente y cenizas y lava los volcanes, comosi se estuviera quemando por adentro el mundo. Eso parece el taller deplatería cuando están derritiendo el metal. En un horno se cocinan laspiedras, que dan humo y se van desmoronando, y parecen cera que sederrite, y como un agua turbia. En una caldera hierven juntos el níquel,el cobre y el zinc, y luego enfrían la mezcla de los tres metales, y lacortan en barras antes que se acabe de enfriar. No se sabe qué es; perouno ve con respeto, y como con cariño, a aquellos hombres de delantal ycachucha que sacan con la pala larga de un horno a otro el metalhirviente; tienen cara de gente buena, aquellos hombres de cachucha: yano es piedra el metal, como era cuando lo trajo el carretón, sino que loque era piedra se ha hecho barro y ceniza con el calor del horno, y elmetal está en la caldera, hirviendo con un ruido que parece susurro,como cuando se tiende la espuma por la playa, o sopla un aire de mañanaen las hojas del bosque. Sin saber por qué, se calla uno, y se sientecomo más fuerte, en el taller de las calderas.

Y después, es como un paseo por una calle de máquinas.

Todas se estánmoviendo a la vez. El vapor es el que las hace andar, pero no tiene cadamáquina debajo la caldera del agua, que da el vapor: el vapor está allá,en lo hondo de la platería, y de allí mueve unas correas anchas, quehacen dar vueltas a las ruedas de andar, y en cuanto se mueve la ruedade andar en cada máquina, andan las demás ruedas. La primera máquina separece a una prensa de enjugar la ropa, donde la ropa sale exprimidaentre dos cilindros de goma: allí los cilindros no son de goma, sino deacero; y la barra de metal sale hecha una lámina, del grueso de uncartón: es un cartón de metal. Luego viene la agujereadora, que es unamáquina con uno como mortero que baja y sube, como la encía de arribacuando se come; y el mortero tiene muchas cuchillas en figura demartillo de cabeza larga y estrecha, o de una espumadera de mango fino ycabeza redonda, y cuando baja el mortero todas las cuchillas cortan lalámina a la vez, y dejan la lámina agujereada, y el metal de cadaagujero cae a un cesto debajo: y ése es la cuchara, ése es el tenedor.Cada uno de esos pedazos de metal recortados y chatos de figura demartillo es un tenedor; cada uno de los de cabeza redonda, como unamoneda muy grande, es una cuchara,

¿Que cómo se le sacan los dientes altenedor? ¡Ah! esos recortes chatos, lo mismo que los de las cucharas,tienen que calentarse otra vez en el horno, porque si el metal no estácaliente se pone tan duro que no se le puede trabajar, y para darleforma tiene que estar blando. Con unas tenazas van sacando los recortesdel horno: los ponen en un molde de otra máquina que tiene un mortero deaplastar, y del golpe del mortero ya salen los recortes con figura, y sele ve al tenedor la punta larga y estrecha. Otra máquina más fina lorecorta mejor. Otra le marca los dientes, pero no sueltos ya, como estánen el tenedor acabado, sino sujetos todavía. Otra máquina le recorta lasuniones, y ya está el tenedor con sus dientes. Luego va a los talleresdel trabajo fino.

En uno le ponen el filete al mango. En otro le dan lacurva, porque de las máquinas de los dientes salió chato, como una hojade papel. En otra le liman y le redondean las esquinas. En otra locincelan si ha de ir adornado, o le ponen las iniciales, si lo quierencon letras. En otra lo pulen, que es cosa muy curiosa, parecida a la delas piedras de amolar, sólo que la máquina de pulir anda más de prisa, yla rueda es de alambres delgados como cabellos, como un cepillo que davueltas, y muchas, como que da dos mil quinientas vueltas en un minuto.Y de allí sale el tenedor o la cuchara a la platería de veras, porque esdonde les ponen el baño de la electricidad, y quedan como vestidos contraje de plata. Los cubiertos pobres, los que van a costar poco, nollevan más que un baño o dos: los buenos llevan tres, para que la platales dure, aunque nunca dura tanto como la plata que se trabajaba antescon el martillo. Como las cucharas, pues: antes, para hacer una cuchara,no había máquinas de aplastar el metal, ni de sacarlo en láminasdelgadas como ahora, sino que a martillazo puro tenía que irloaplastando el platero, hasta que estaba como él lo quería, y recortabala cuchara a fuerza de mano, y a muñeca viva le daba al mango el doblez,y para hacerle el hueco le daba golpes muy despacio, cada vez en unpunto diferente, encima de un yunque que parecía de jugar, con la puntaredonda, como un huevo, hasta que quedaba hueca por dentro la cuchara.Ahora la máquina hace eso. Ponen el recorte de figura de espumadera enuno como yunque, que por la cabeza, donde cae lo redondo, está vacío: dearriba baja con fuerza el mortero, que tiene por debajo un huevo dehierro, y mete lo redondo del recorte en lo hueco del yunque. Ya está lacuchara. Luego la liman, y la adornan, y la pulen como el tenedor, y lallevan al baño de plata: porque es un baño verdadero, en que la plataestá en el agua, deshecha, con una mezcla que llaman cianuro depotasio—¡los nombres químicos son todos así!: y entra en el baño laelectricidad, que es un poder que no se sabe lo que es, pero da luz, ycalor, y movimiento, y fuerza, y cambia y descompone en un instante losmetales, y a unos los separa, y a los otros los junta, como en este bañode platear que, en cuanto la electricidad entra y lo revuelve, echa todala plata del agua sobre las cucharas y los tenedores colgados dentro deél. Los sacan chorreando. Los limpian con sal de potasa. Los tienen alcalor sobre láminas de hierro caliente. Los secan bien en tinas deaserrín. Los bruñen en la máquina de cepillar. Con la badana les sacanbrillo. Y nos los mandan a la casa, blancos como la luz, en su caja deterciopelo o de seda.

La muñeca negra

De puntillas, de puntillas, para no despertar a Piedad, entran en elcuarto de dormir el padre y la madre. Vienen riéndose, como dosmuchachones. Vienen de la mano, como dos muchachos. El padre vienedetrás, como si fuera a tropezar con todo. La madre no tropieza; porqueconoce el camino. ¡Trabaja mucho el padre, para comprar todo lo de lacasa, y no puede ver a su hija cuando quiere! A veces, allá en eltrabajo, se ríe solo, o se pone de repente como triste, o se le ve en lacara como una luz: y es que está pensando en su hija: se le cae la plumade la mano cuando piensa así, pero enseguida empieza a escribir, yescribe tan de prisa, tan de prisa, que es como si la pluma fueravolando. Y le hace muchos rasgos a la letra, y las oes le salen grandescomo un sol, y las ges largas como un sable, y las eles están debajo dela línea, como si se fueran a clavar en el papel, y las eses caen al finde la palabra, como una hoja de palma; ¡tiene que ver lo que escribe elpadre cuando ha pensado mucho en la niña! El dice que siempre que lellega por la ventana el olor de las flores del jardín, piensa en ella. Oa veces, cuando está trabajando cosas de números, o poniendo un librosueco en español, la ve venir, venir despacio, como en una nube, y se lesienta al lado, le quita la pluma, para que repose un poco, le da unbeso en la frente, le tira de la barba rubia, le esconde el tintero: essueño no más, no más que sueño, como esos que se tienen sin dormir, enque ve uno vestidos muy bonitos, o un caballo vivo de cola muy larga, oun cochecito con cuatro chivos blancos, o una sortija con la piedraazul: sueño es no más, pero dice el padre que es como si lo hubieravisto, y que después tiene más fuerza y escribe mejor.

Y la niña se va,se va despacio por el aire, que parece de luz todo: se va como una nube.

Hoy el padre no trabajó mucho, porque tuvo que ir a una tienda: ¿a quéiría el padre a una tienda?: y dicen que por la puerta de atrás entróuna caja grande: ¿qué vendrá en la caja?: ¡a saber lo que vendrá!:mañana hace ocho años que nació Piedad.

La criada fue al jardín, y sepinchó el dedo por cierto, por querer coger, para un ramo que hizo, unaflor muy hermosa. La madre a todo dice que sí, y se puso el vestidonuevo, y le abrió la jaula al canario. El cocinero está haciendo unpastel, y recortando en figura de flores los nabos y las zanahorias, yle devolvió a la lavandera el gorro, porque tenía una mancha que no seveía apenas, pero, «¡hoy, hoy, señora lavandera, el gorro ha de estarsin mancha!» Piedad no sabía, no sabía. Ella sí vio que la casa estabacomo el primer día de sol, cuando se va ya la nieve, y les salen lashojas a los árboles. Todos sus juguetes se los dieron aquella noche,todos. Y el padre llegó muy temprano del trabajo, a tiempo de ver a suhija dormida. La madre lo abrazó cuando lo vio entrar: ¡y lo abrazó deveras! Mañana cumple Piedad ocho años.

El cuarto está a media luz, una luz como la de las estrellas, que vienede la lámpara de velar, con su bombillo de color de ópalo.

Pero se ve,hundida en la almohada, la cabecita rubia. Por la ventana entra labrisa, y parece que juegan, las mariposas que no se ven, con el cabellodorado. Le da en el cabello la luz. Y la madre y el padre vienenandando, de puntillas. ¡Al suelo, el tocador de jugar! ¡Este padreciego, que tropieza con todo! Pero la niña no se ha despertado. La luzle da en la mano ahora; parece una rosa la mano. A la cama no se puedellegar; porque están alrededor todos los juguetes, en mesas y sillas Enuna silla está el baúl que le mandó en pascuas la abuela, lleno dealmendras y de mazapanes: boca abajo está el baúl, como si lo hubieransacudido, a ver si caía alguna almendra de un rincón, o si andabanescondidas por la cerradura algunas migajas de mazapán; ¡eso es, deseguro, que las muñecas tenían hambre! En otra silla está la loza, muchaloza y muy fina, y en cada plato una fruta pintada: un plato tiene unacereza, y otro un higo, y otro una uva: da en el plato ahora la luz, enel plato del higo, y se ven como chispas de estrella: ¿cómo habrá venidoesta estrella a los platos?: «¡Es azúcar!» dice el pícaro padre: «¡Esoes, de seguro!»: dice la madre, «eso es que estuvieron las muñecasgolosas comiéndose el azúcar.» El costurero está en otra silla, y muyabierto, como de quien ha trabajado de verdad; el dedal está machucado¡de tanto coser!: cortó la modista mucho, porque del calicó que le diola madre no queda más que un redondel con el borde de picos, y el sueloestá por allí lleno de recortes, que le salieron mal a la modista, yallí está la chambra empezada a coser, con la aguja clavada, junto a unagota de sangre. Pero la sala, y el gran juego, está en el velador, allado de la cama. El rincón, allá contra la pared, es el cuarto de dormirde las muñequitas de loza, con su cama de la madre, de colcha de flores,y al lado una muñeca de traje rosado, en una silla roja: el tocador estáentre la cama y la cuna, con su muñequita de trapo, tapada hasta lanariz, y el mosquitero encima: la mesa del tocador es una cajita decartón castaño, y el espejo es de los buenos, de los que vende la señorapobre de la dulcería, a dos por un centavo. La sala está en lo dedelante del velador, y tiene en medio una mesa, con el pie hecho de uncarretel de hilo, y lo de arriba de una concha de nácar, con una jarramexicana en medio, de las que traen los muñecos aguadores de México: yalrededor unos papelitos doblados, que son los libros. El piano es demadera, con las teclas pintadas; y no tiene banqueta de tomillo, que esoes poco lujo, sino una de espaldar, hecha de la caja de una sortija, conlo de abajo forrado de azul; y la tapa cosida por un lado, para laespalda, y forrada de rosa; y encima un encaje. Hay visitas, porsupuesto, y son de pelo de veras, con ropones de seda lila de cuartosblancos, y zapatos dorados: y se sientan sin doblarse, con los pies enel asiento: y la señora mayor, la que trae gorra color de oro, y está enel sofá, tiene su levantapiés, porque del sofá se resbala; y ellevantapiés es una cajita de paja japonesa, puesta boca abajo: en unsillón blanco están sentadas juntas, con los brazos muy tiesos, doshermanas de loza. Hay un cuadro en la sala, que tiene detrás, para queno se caiga, un pomo de olor: y es una niña de sombrero colorado, quetrae en los brazos un cordero. En el pilar de la cama, del lado delvelador, está una medalla de bronce, de una fiesta que hubo, con lascintas francesas: en su gran moña de los tres colores está adornando lasala el medallón, con el retrato de un francés muy hermoso, que vino deFrancia a pelear porque los hombres fueran libres, y otro retrato delque inventó el pararrayos, con la cara de abuelo que tenla cuando pasóel mar para pedir a los reyes de Europa que lo ayudaran a hacer libre sutierra: ésa es la sala, y el gran juego de Piedad. Y en la almohada,durmiendo en su brazo, y con la boca desteñida de los besos, está sumuñeca negra.

Los pájaros del jardín la despertaron por la mañanita. Parece que sesaludan los pájaros, y la convidan a volar. Un pájaro llama, y otropájaro responde. En la casa hay algo, porque los pájaros se ponen asícuando el cocinero anda por la cocina saliendo y entrando, con eldelantal volándole por las piernas, y la olla de plata en las dos manos,oliendo a leche quemada y a vino dulce. En la casa hay algo: porque sino, ¿para qué está ahí, al pie de la cama, su vestidito nuevo, elvestidito color de perla, y la cinta lila que compraron ayer, y lasmedias de encaje? «Yo te digo, Leonor, que aquí pasa algo. Dímelo tú,Leonor, tú que estuviste ayer en el cuarto de mamá, cuando yo fui apaseo.

¡Mamá mala, que no te dejó ir conmigo, porque dice que te hepuesto muy fea con tantos besos, y que no tienes pelo, porque te hepeinado mucho! La verdad, Leonor: tú no tienes mucho pelo; pero yo tequiero así, sin pelo, Leonor: tus ojos son los que quiero yo, porque conlos ojos me dices que me quieres: te quiero mucho, porque no te quieren:¡a ver! ¡sentada aquí en mis rodillas, que te quiero peinar!: las niñasbuenas se peinan en cuanto se levantan: ¡a ver, los zapatos, que eselazo no está bien hecho!: y los dientes: déjame ver los dientes: lasuñas: ¡Leonor, esas uñas no están limpias! Vamos, Leonor, dime laverdad: oye, oye a los pájaros que parece que tienen baile: dime,Leonor, ¿qué pasa en esta casa?» Y a Piedad se le cayó el peine de lamano, cuando le tenía ya una trenza hecha a Leonor; y la otra estabatoda alborotada. Lo que pasaba, allí lo veía ella. Por la puerta veníala procesión. La primera era la criada, con el delantal de rizos de losdías de fiesta, y la cofia de servir la mesa en los días de visita:traía el chocolate, el chocolate con crema, lo mismo que el día de añonuevo, y los panes dulces en una cesta de plata: luego venía la madre,con un ramo de flores blancas y azules: ¡ni una flor colorada en elramo, ni una flor amarilla!: y luego venía la lavandera, con el gorroblanco que el cocinero no se quiso poner, y un estandarte que elcocinero le hizo, con un diario y un bastón: y decía en el estandarte,debajo de una corona de pensamientos: «¡Hoy cumple Piedad ocho años!» Yla besaron, y la vistieron con el traje color de perla, y la llevaron,con el estandarte detrás, a la sala de los libros de su padre, que teníamuy peinada su barba rubia, como si se la hubieran peinado muy despacio,y redondéandole las puntas, y poniendo cada hebra en su lugar. A cadamomento se asomaba a la puerta, a ver si Piedad venía: escribía, y seponía a silbar: abría un libro, y se quedaba mirando a un retrato, a unretrato que tenía siempre en su mesa, y era como Piedad, una Piedad devestido largo. Y cuando oyó ruido de pasos, y un vocerrón que veníatocando música en un cucurucho de papel, ¿quién sabe lo que sacó de unacaja grande?: y se fue a la puerta con una mano en la espalda: y con elotro brazo cargó a su hija. Luego dijo que sintió como que en el pechose le abría una flor, y como que se le encendía en la cabeza un palacio,con colgaduras azules de flecos de oro, y mucha gente con alas: luegodijo todo eso, pero entonces, nada se le oyó decir. Hasta que Piedad dioun salto en sus brazos, y se le quiso subir por el hombro, porque en unespejo había visto lo que llevaba en la otra mano el padre.

«¡Es como elsol el pelo, mamá, lo mismo que el sol! ¡ya la vi, ya la vi, tiene elvestido rosado! ¡dile que me la dé, mamá: si es de peto verde, de petode terciopelo! ¡como las mías son las medias, de encaje como las mías!»Y el padre se sentó con ella en el sillón, y le puso en los brazos lamuñeca de seda y porcelana. Echó a correr Piedad, como si buscase aalguien. «¿Y

yo me quedo hoy en casa por mi niña», le dijo su padre, «ymi niña me deja solo? «Ella escondió la cabecita en el pecho de su padrebueno. Y en mucho, mucho tiempo, no la levantó, aunque

¡de veras! lepicaba la barba.

Hubo paseo por el jardín, y almuerzo con un vino de espuma debajo de laparra, y el padre estaba muy conversador, cogiéndole a cada momento lamano a su mamá, y la madre estaba como más alta, y hablaba poco, y eracomo música todo lo que hablaba. Piedad le llevó al cocinero una daliaroja, y se la prendió en el pecho del delantal: y a la lavandera le hizouna corona de claveles: y a la criada le llenó los bolsillos de floresde naranjo, y le puso en el pelo una flor, con sus dos hojas verdes.

Yluego, con mucho cuidado, hizo un ramo de nomeolvides.

«¿Para quién esese ramo, Piedad?» «No sé, no sé para quién es:

¡quién sabe si es paraalguien!» Y lo puso a la orilla de la acequia, donde corría como uncristal el agua. Un secreto le dijo a su madre, y luego le dijo:«¡Déjame ir!» Pero le dijo

«caprichosa» su madre: «¿y tu muñeca de seda,no te gusta?

mírale la cara, que es muy linda: y no le has visto losojos azules». Piedad sí se los había visto; y la tuvo sentada en la mesadespués de comer, mirándola sin reírse; y la estuvo enseñando a andar enel jardín. Los ojos era lo que le miraba ella: y le tocaba en el ladodel corazón: «¡Pero, muñeca, háblame, háblame!» Y la muñeca de seda nole hablaba.

«¿Conque no te ha gustado la muñeca que te compré, con susmedias de encaje y su cara de porcelana y su pelo fino?» «Sí, mi papá,sí me ha gustado mucho. Vamos, señora muñeca, vamos a pasear. Ustedquerrá coches, y lacayos, y querrá dulce de castañas, señora muñeca.Vamos, vamos a pasear.» Pero en cuanto estuvo Piedad donde no la veían,dejó a la muñeca en un tronco, de cara contra el árbol. Y se sentó sola,a pensar, sin levantar la cabeza, con la cara entre las dos manecitas.De pronto echó a correr, de miedo de que se hubiese llevado el agua elramo de nomeolvides.

—«Pero, criada, llévame pronto!»—«¿Piedad, qué es eso de criada? ¡Túnunca le dices criada así, como para ofenderla!»—

«No, mamá, no: es quetengo mucho sueño: estoy muerta de sueño. Mira: me parece que es unmonte la barba de papá: y el pastel de la mesa me da vueltas, vueltasalrededor, y se están riendo de mí las banderitas: y me parece que estánbailando en el aire las flores de zanahoria: estoy muerta de sueño:¡adiós, mi madre!: mañana me levanto muy tempranito: tú, papá, medespiertas antes de salir: yo te quiero ver siempre antes de que tevayas a trabajar: ¡oh, las zanahorias! ¡estoy muerta de sueño! ¡Ay,mamá, no me mates el ramo! ¡mira, ya me mataste mi flor!»—«¿Conque seenoja mi hija porque le doy un abrazo?»—«¡Pégame, mi mamá! ¡papá,pégame tú! es que tengo mucho sueño.» Y Piedad salió de la sala de loslibros, con la criada que le llevaba la muñeca de seda. «¡Qué de prisava la niña, que se va a caer! ¿Quién espera a la niña?»—«¡Quién sabequien me espera!» Y no habló con la criada: no le dijo que le contase elcuento de la niña jorobadita que se volvió una flor: un juguete no másle pidió, y lo puso a los pies de la cama y le acarició a la criada lamano, y se quedó dormida. Encendió la criada la lámpara de velar, con subombillo de ópalo: salió de puntillas: cerró la puerta con muchocuidado. Y en cuanto estuvo cerrada la puerta, relucieron dos ojitos enel borde de la sábana: se alzó de repente la cubierta rubia: de rodillasen la cama, le dio toda la luz a la lámpara de velar: y se echó sobre eljuguete que puso a los pies, sobre la muñeca negra. La besó, la abrazó,se la apretó contra el corazón: «Ven, pobrecita: ven, que esos malos tedejaron aquí sola: tú no estás fea, no, aunque no tengas más que unatrenza: la fea es ésa, la que han traído hoy, la de los ojos que nohablan: dime, Leonor, dime, ¿tú pensaste en mí?: mira el ramo que tetraje, un ramo de nomeolvides, de los más lindos del jardín: ¡así, en elpecho! ¡ésta es mi muñeca linda! ¿y no has llorado? ¡te dejaron tansola! ¡no me mires así, porque voy a llorar yo! ¡no, tú no tienes frío!¡aquí conmigo, en mi almohada, verás como te calientas! ¡y me quitaron,para que no me hiciera daño, el dulce que te traía! ¡así, así, bienarropadita! ¡a ver, mi beso, antes de dormirte! ¡ahora, la lámpara baja!¡y a dormir, abrazadas las dos! ¡te quiero, porque no te quieren!»

Cuentos de elefantes

De África cuentan ahora muchas cosas extrañas, porque anda por allí lagente europea descubriendo el país, y los pueblos de Europa quierenmandar en aquella tierra rica, donde con el calor del sol crecen plantasde esencia y alimento, y otras que dan fibras de hacer telas, y hay oroy diamantes, y elefantes que son una riqueza, porque en todo el mundo sevende muy caro el marfil de sus colmillos. Cuentan muchas cosas delvalor con que se defienden los negros, y de las guerras en que andan,como todos los pueblos cuando empiezan a vivir, que pelean por ver quiénes más fuerte, o por quitar a su vecino lo que quieren tener ellos. Enestas guerras quedan de esclavos los prisioneros que tomó en la pelea elvencedor, que los vende a los moros infames que andan por allá buscandoprisioneros que comprar, y luego los venden en las tierras moras. DeEuropa van a África hombres buenos, que no quieren que haya en el mundoestas ventas de hombres; y otros van por el ansia de saber, y viven añosentre las tribus bravas, hasta que encuentran una yerba rara, o unpájaro que nunca se ha visto, o el lago de donde nace un río: y otrosvan de tropa, a sueldo del Khedive que manda en Egipto, a ver como echande la tierra a un peleador famoso que llaman el Mahdí, y dice que éldebe gobernar, porque él es moro libre y amigo de los pobres, no como elKhedive, que manda como criado del Sultán turco extranjero, y alquilapeleadores cristianos para pelear contra el moro del país, y quitar latierra a los negros sudaneses.

En esas guerras dicen que murió un inglésmuy valiente, aquel

«Gordon el chino», que no era chino, sino muy blancoy de ojos muy azules, pero tenía el apodo de chino, porque en China hizomuchas heroicidades, y aquietó a la gente revuelta con el cariño más quecon el poder; que fue lo que hizo en el Sudán, donde vivía solo entrelos negros del país, como su gobernador, y se les ponía delante aregañarlos como a hijos, sin más armas que sus ojos azules, cuando loatacaban con las lanzas y las azagayas, o se echaba a llorar de piedadpor los negros cuando en la soledad de la noche los veía de lejoshacerse señas, para juntarse en el monte, a ver cómo atacarían a loshombres blancos. El Mahdí pudo más que él, y dicen que Gordon ha muerto,o lo tiene preso el Mahdí. Mucha gente anda por África. Hay un Chailluque escribió un libro sobre el mono gorila que anda en dos pies, y peleaa palos con los viajeros que lo quisieren cazar.

Livingstone viajó sinmiedo por lo más salvaje de África, con su mujer. Stanley está alláahora, viendo cómo comercia, y salva del Mahdí, al gobernador EmínPachá. Muchos alemanes y franceses andan allá explorando, descubriendotierras, tratando y cambiando con los negros, y viendo cómo les quitanel comercio a los moros. Con los colmillos del elefante es con lo quecomercian más, porque el marfil es raro y fino, y se paga muy caro porél. Ese de África es colmillo vivo; pero por Siberia sacan de los hieloscolmillos del mamut, que fue el elefante peludo, grande como una loma,que ha estado en la nieve, en pie, cincuenta mil años. Y un inglés,Logan, dice que no son cincuenta mil, sino que esas capas de hielo sefueron echando sobre la tierra como un millón de años hace, y que desdeentonces, desde hace un millón de años, están enterrados en la nievedura los elefantes peludos.

Allí se estuvieron en los hielos duros de Siberia, hasta que un día ibaun pescador por la orilla del río Lena, donde de un lado es de arena laorilla, y de otro es de capas de hielo, echadas una encima de otra comolas hojas de un pastel, y tan perfectas que parecen cosa de hombre esasleguas de capas. Y el pescador iba cantando un cantar, en su vestido depiel, asombrado de la mucha luz, como si estuviese de fiesta en el aireun sol joven. El aire chispeaba. Se oían estallidos, como en el bosquenuevo cuando se abre una flor. De las lomas corría, brillante y pura, unagua nunca vista. Era que se estaban deshaciendo los hielos. Y

allí,delante del pobre Shumarkoff, salían del monte helado los colmillos,gruesos como troncos de árboles, de un animal velludo, enorme, negro.Como vivo estaba, y en el hielo transparente se le veía el cuerpoasombroso. Cinco años tardó el hielo en derretirse alrededor de él,hasta que todo se deshizo, y el elefante cayó rodando a la orilla, conruido de trueno. Con otros pescadores vino Shumarkoff a llevarse loscolmillos, de tres varas de largo. Y los perros hambrientos le comieronla carne, que estaba fresca todavía, y blanda como carne nueva: denoche, en la oscuridad, de cien perros a la vez se oía el roer de losdientes, el gruñido de gusto, el ruido de las lenguas. Veinte hombres ala vez no podían levantar la piel crinuda, en la que era de a vara cadacrin. Y nadie ha de decir que no es verdad, porque en el museo de SanPetersburgo están todos los huesos, menos uno que se perdió; y un puñadode la lana amarillosa que tenía sobre el cuello. De entonces acá, lospescadores de Siberia han sacado de los hielos como dos mil colmillos demamut.

A miles parece que andaban los mamuts, como en pueblos, cuando loshielos se despeñaron sobre la tierra salvaje, hace miles de años; y comoen pueblos andan ahora, defendiéndose de l