"LA CULTURA ARGENTINA"
AGUSTÍN ÁLVAREZ
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La
Transformació
n
de las
Razas en
América
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Con una introducción de
ARTURO E. DE LA MOTA
ADMINISTRACIÓN GENERAL:
CASA VACCARO, Av. de Mayo 638—Buenos Airas
1918
ÍNDICE
Advertencia de la presente edición
La evolución del espíritu humano
La sociedad presente y la futura
Las ideas capitalesde la civilización en el momento que pasa
La vida y la salud (el costo de las velas)
Instituciones libres
Evolución intelectual de las sociedades
Sumario:
La barbarie.
—Cómo se realiza el progreso.
—Las civilizaciones antiguas.
—Las civilizaciones medioevales.
—La civilización moderna.
—Evolución de la moral.
El diablo en América
AGUSTÍN ÁLVAREZ
Nació en la ciudad de Mendoza el 15 de Julio de 1857.
Huérfano desde laprimera edad, fue un "self made man"; si llegó a conquistar fama yrango, no fue tan sólo por su talento original y su vasta ilustración,sino también por sus ejemplares virtudes públicas y privadas.
Cursó estudios secundarios en el Colegio Nacional de Mendoza; allíencabezó una revuelta estudiantil para obtener reformas de la enseñanzay cambios en las autoridades docentes.
En 1876 se trasladó a BuenosAires, ingresando al Colegio Militar; en 1883 emprendió estudiosuniversitarios, graduándose en Derecho en 1888. Fue Juez en lo civil, enMendoza (1889-1890) y Diputado por esa provincia al Congreso Nacional(1892-1896). Su doble competencia militar y forense lo llevó al cargo devocal letrado del Consejo Supremo de Guerra y Marina (1896-1906).Durante los últimos quince años de su vida fue un apóstol de laeducación científica y moral, ocupando cátedras en las Universidades deBuenos Aires y La Plata; de ésta última fue vicepresidente fundador ycanciller vitalicio.
Su carrera de escritor, iniciada en la prensa, en 1882, le llevó aespecializarse en estudios de educación, sociología y moral.
Son susobras principales: "South América" (1894), "Manual de PatologíaPolítica" (1899), "Educación Moral" (1901), "¿Adonde vamos?" (1904), "Latransformación de las razas en América"
(1908), "Historia de lasInstituciones Libres" (1909), "La Creación del Mundo Moral" (1912), ynumerosos folletos y escritos sobre los problemas políticos,sociológicos y éticos que constituyeron la constante preocupación de suedad madura.
La democracia en lo político, el liberalismo en lo moral, el laicismo enlo pedagógico y la justicia en lo social, fueron los cimientoscardinales de su vasta obra de apóstol y de pensador, orientada en elsentido educacional de Sarmiento y eticista de Emerson.
Su virtud y su sencillez fueron tan grandes como su consagración alestudio y a la enseñanza; fue, siempre, un varón justo.
Falleció en Mar del Plata el 15 de Febrero de 1914.
ADVERTENCIA DE LA PRESENTE EDICIÓN
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El libro editado en 1908 con el título La transformación de las razasen América constaba de 33 títulos. Los primeros 14 forman parte de laconferencia titulada La Evolución del espíritu humano; los 19restantes están incluidos en el volumen ¿A dónde vamos?
En la presente edición se conservan los primeros 14, con su título deconjunto y se agregan los trabajos similares: Las ideas capitales de lacivilización en el momento que pasa, Instituciones libres, Evoluciónintelectual de las sociedades y El diablo en América.
INTRODUCCIÓN
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"En la América del Norte se aprendió a trabajar y a gobernar; en laAmérica del Sur se aprendió a rezar y obedecer".—"La herenciamoral de los pueblos hispanoamericanos". (Rev. de Filosofía, año 1,N.º 3). Agustín Álvarez.
I.—ÁLVAREZ Y LA HORA ACTUAL
Nunca será más oportuno e interesante estudiar a Agustín Álvarez que enla hora actual, tanto por lo que el hombre, la vida y su obra comportande halagüeño y significativo como para enfrentarlo con la incertidumbrey regresión del momento.
Vientos de reacción soplan por todas partes;luctuosos tiempos los que corren y más luctuosos, acaso, los que seavecinan.
Reacción criollista y religiosa a la vez. El pasado bárbarovuelve a la escena con sus violencias primarias, su "culto nacional delcoraje". El dogma pujando por ahogar la libertad y el libre examen. Elamo esforzándose por anular la crítica y la fiscalización. En suma, lasdos fórmulas fatales: reacción política y reacción religiosa. Estadosocial peligroso, formas funestas a los pueblos nuevos que han menestersavia joven e ideales nuevos.
Y no es alarmismo de pesimista el nuestro: miramos los fenómenossociales objetivamente, poniendo sordina a la pasión y al entusiasmo.
Según la afirmación de un escritor humorista, hábil juglar de paradojas,"todo se había mestizado en el país: el comercio, el trabajo, laagricultura, las vacas, los caballos, los carneros; lo único que semantenía criollo puro era la política. Y es lo único que no andabien"[1]. Acaso la única verdad de todo un libro. Esa es la política quepersiste, que triunfa; puramente empírica y sentimental, personalista.Ni económica, ni social, ni científica.
De palabras sonoras, de gestosteatrales, de declamaciones histriónicas, sin una idea económica, sinprincipio filosófico o propósito social que la determine. Es la viejapolítica que vuelve—o más bien, que continúa—a pesar del cambio deunos hombres por otros, y de las declamaciones prosopopéyicas de lospalaciegos en el Capitolio: es decir, la política de Tartufo, que yaencontrara aquí Luz del Día en su peregrinación por América, cuando,cansada de vivir en Europa, hizo su viaje de incógnito por estas tierrassegún la sabrosa creación alberdiana.
Es que el señor Tartufo es unviejo conocido nuestro. Para Alberdi era un personaje familiar. Miralcómo retrata al tipo ideal de su mandatario, con condiciones tambiénideales: "Debe tener en apariencia—dice—todas las aptitudes delmando, pero en realidad debe carecer de todas, porque si una sola leacompaña, eso será lo bastante para que nunca llegue al poder; con elexterior de un gobernante nato, debe ser más gobernable que un esclavo;debe ser un timón con el aire de un timonero; una máquina con figura demaquinista, un carnero con piel de león, un conejo con el cuero de unahiena, un bribón consumado con el aire grave del honor hecho hombre.Debe ser un mentiroso de nacimiento y al mismo tiempo el flajelo de losmentirosos para darse el aire de odiar a la mentira. El carácter es unescollo y el vicio de decir la verdad es otro. El que ama el poder yaspira tenerlo, debe dejarse mutilar la mano antes que abrirla, si estállena de verdades: verdad y poder son antítesis. Debe tener el talentode ocultar la verdad por la palabra y la prensa. La frase gobierna almundo a condición de ser vacía, porque la frase, como la tambora, hacemás ruido a medida que es más hueca"[2].
Esta página admirable del eminente hombre público parece escrita paranuestra época. La tierra fantástica de su Quijotania, que no es sinoésta que nosotras conocemos, fue siempre y sigue siendo aún, propicia alos tartufos que hasta se han puesto del lado del pueblo soberano...
"Ilusos o criminales—dice un respetable escritor—gracos o dulcamaras,su brillante fraseología sólo sirve para engañar a los crédulos yarrastrarlos a la perdición. ¡Qué cuadro doloroso el de estas nacionescorroídas en que una fachada opulenta esconde un edificio en ruinas y enque el aparato de la civilización sólo sirve de máscara a la decrepitudy los vicios de la decadencia! "[3].
La regresión de esta hora histórica es innegable. Es un estado de plenapatología política. Hechos hay a granel que abonan la seriedad de esteaserto; bastará auscultar serenamente el ambiente social parapercibirlo. Es "el tinglado de la antigua farsa" que dijera Benavente.Mas no es caso de lamentarse ni temblar: recojamos el ánimo y vayamoshacia Agustín Álvarez.
Estudiémoslo y meditemos su obra de múltiplesproyecciones sociales, fecunda y sobria en enseñanzas, que, en la reciaurdimbre de su pensamiento, robusteceremos nuestro espíritu, en su vidaaustera hallaremos un modelo que imitar y en la cosecha del sembradorencontraremos la buena semilla—
todavía infecunda—para esparcirla atodos los vientos, en la seguridad de que contribuiremos al mejoramientomoral, social y político de este pedazo de suelo en que nos toca actuary vivir.
II.—EL HOMBRE Y LA OBRA
Por mi parte tengo que confesar con rubor no haber conocido a Álvarez,sino algo después de los veinte años, vale decir, en su obra depensador, de moralista, de sociólogo, de educador, que lo fue en el másalto concepto del vocablo. Su vasta, compleja e inusitada laboresparcida en numerosos volúmenes, de filosofía, de educación, depolítica y de sociología, escritos con ese sello tan característico, tansuyo, que lo hace inconfundible entre mil.
No he conocido antes a Álvarez. Por otra parte no estoy seguro de quehubiera comprendido en toda su intensidad e intención el valor de susescritos y obras, en la primera juventud en que gustamos más de la fraseque suena, de la cláusula armónica al oído, que de su contenido osustancia. Y no es mía la culpa; en mi lejana ciudad natal el maestroera un desconocido y seguirá siéndolo quién sabe por cuanto tiempo. Allídonde, según el decir suyo, tan exacto como mortificante, se gasta mássebo y cera para fabricar velas que jabón para la higiene, claro estáque Álvarez y sus ideas no podían llegar sino de contrabando. El medioes francamente hostil a ellas. Se lo ignora como se lo ignora aAmeghino: sólo se los conoce de nombre. Apenas si Darwin y Comte tienenuno que otro discípulo infiel. ¿Y cómo iba a escucharse la voz delmaestro laico, del filósofo de la libertad, del crítico agudo y mordazde nuestra patología política y social si aquellas sociedadesprovincianas son un exponente del pasado hispano-colonial con todos susprejuicios y rutinas?
¿Podría oírse la voz de Álvarez, su crítica reciay fuerte a todos los dogmas religiosos donde el espíritu manso yserenamente episcopal del padre Esquiú preside la vida de las gentestodavía con sus sermones en olor de santidad?
No podía percibirse, pues, su pensamiento entre el ruido ensordecedor delas campanas echadas a vuelo diariamente, para mejor gloria del Señor,el canto de los beaterios y la mendicante pobreza mental del pueblo.Compréndese fácilmente que en los pueblos de provincias, donde elfanatismo toma formas tan raras y en donde, pudiéramos afirmar sinexageración, sólo se aprende a rezar y a despreciar el trabajo manual,un pensador de su estirpe
y
de
la
fuerte
contextura
de
su
crítica
fuesesistemáticamente
excluido.
Así
este
virtuoso
del
pensamiento es casi unextraño; sólo comienza hoy a conocérselo. Por otra parte, la prensagaucha y mercachifle, que tiene para el tartufo el aplauso suelto yfácil, tuvo para él su silencio de guerra. Y se comprende bien.
El político criollo no podía ir a buscar a sus obras una frasepertinente para ornamentar su discurso con la cita indispensable, porqueél lo tenía catalogado en un "Manual de patología". El abogado, más omenos leguleyo y enredista, el procurador ave negra, en fin, la serieinterminable de los que cayeron bajo la agudeza mortificante de su plumay toda esa legión
enorme
de
gente
"buena"
con
que
nos
encontramosdiariamente, que vive tributando culto a los prejuicios más groseros yridículos, no podía ser amiga de Álvarez, y hoy han de prendérsele a sunombre y a sus obras con mal disimulada saña.
Cosas, hombres, costumbres, hábitos, rutinas, prejuicios, tarashereditarias, sedimentos sociales, todo lo enfoca bajo el haz luminosode su linterna este espíritu ansioso de saber y de bien.
Hurga, remueve, corta lo enfermo, lo malo, con su bisturí implacable.Todo cae bajo la disección y el análisis. Al par del diagnóstico de laenfermedad expresará el remedio para la cura, aunque sea el cauterioaquí o la amputación allí.
Su humorismo provinciano se desata en el sarcasmo, en la ligera y apenasperceptible sonrisa burlona—que me la imagino distendiendoconstantemente la comisura de sus labios—; en la crítica mordaz y finade los sectarismos sociales, de los órganos petrificados que pugnan porabatir el espíritu de observación y experimentación
del
positivismocientífico,
sin
verdades
reveladas ni verdades inmutables; teniendosiempre la frase adecuada, la cita oportuna, el decir cáustico paratodas estas cosas tan feas y tan nuestras.
* * *
Pero lo que más hace resaltar el valor de su obra con acentuadosrelieves, es que toda ella, como él mismo, fue el producto del esfuerzopropio. Muchacho huérfano, conoció tempranamente el dolor de la vida, esdecir, tuvo que ser prematuramente hombre; mas eso no apagará la sed deperfección de su espíritu, el ansia fervorosa de saber, ni amainará eltemperamento brioso y decidido. Vino a Buenos Aires, la suspiradaBuenos Aires, ciudad deslumbradora y áurea, escenario indispensable atodas las consagraciones, no sin antes haber dado pruebas de su carácterenérgico encabezando una revuelta estudiantil en el colegio nacional deMendoza, donde cursó estudios secundarios.Así, pues, sin oro en las talegas, pero con un gran valor para la lucha,llegó a Cosmópolis, a luchar brazo a brazo con la vida. Se formó solo enel estudio y el trabajo, sin directores mentales, sin guías, sin tutoresde su inteligencia—la peor calamidad—
siguiendo sus vocaciones unasveces, impulsado por las necesidades otras, hasta encontrar ladefinitiva orientación de su espíritu, a más de la mitad de suexistencia, siguiendo luego por ese camino de progreso hasta su muerte.
Esta condición de ser el producto de su trabajo, de no deber nada de susprestigios y de sus méritos conquistados a nadie, será más tarde motivode su orgullo, un orgullo legítimo, por cierto, que él expresarárepetidas veces al decir de sus biógrafos en pertinente y expresivoidioma inglés: "self made man".
La vocación de los grandes caracteres suele ser el apostolado de unaidea—ha dicho un escritor contemporáneo[4], a propósito de nuestrodilecto pensador—y Álvarez tenía todas las características del apóstol:la fe inquebrantable que lo hace persistir en su lucha tenaz en unambiente hostil, puesta la mirada visionaria hacia un idealhumanitario, de perfección social, de vida bella y mejor para todos porla difusión cultural, pues entendía que la educación forma una segundanaturaleza, creyendo "poder cambiar, por medio de la escuela, un pueblode bellacos en un pueblo de gentes de bien y una tierra de miserias ymaldiciones, en tierra de prosperidades y bendiciones"[5]. Esa es lacalurosa pasión que se descubre a través de su crítica social en susmúltiples facetas, aunque ella se dirija más a la razón que alsentimiento, prefiera el cerebro al corazón y busque la reflexión
serenamás
que
la
efectividad
fácilmente
impresionable. Por último, esasencillez en el escritor, despreocupación en el hombre, proverbialmentesuya, que consiste en el olvido de la propia persona para consagrarse alos otros, al culto de una idea o ideal que suele ser siempre unaobsesión constante en los predestinados.
El hombre, su vida entera, su espíritu templado en la adversidad y losreveses, se refleja en su obra de escritor; tan clara, tan nítida es laimagen, que nunca es más exacto aquello del estilo y el hombre. "Y tantose refleja en el libro la personalidad de su autor—dice AliciaMoreau—que al leerlo parece que surgiera de entre las páginas aquellasu original silueta, sencilla y modesta sin afectación, el gesto sobrioy ameno, la mirada serena, la sonrisa de bondad finamente matizada deironía; el autor está en su obra tanto como la obra en su autor, puesnunca un hombre fue más autorizado para hablar de moral a susprójimos"[6].
En vano buscaríamos en Agustín Álvarez esa unidad, esa consecuenciaespiritual, que tienen a menudo otros escritores y pensadores, entre sujuventud y la plena madurez. No existió en él. La vida lo obligó como atantos otros a seguir orientaciones, que acaso no fueran las predilectasa su temperamento, y así lo vemos cambiar a menudo de rumbos. Múltiplesactividades distraen y preocupan su existencia. Militar primero—y estoes lo más asombroso tratándose de Álvarez,—abogado, periodista, juez,escritor, diputado, profesor universitario después.
Pero no será perdido en vano el tiempo transcurrido en los diversoscampos de su actividad; irá acumulando datos, notas diversas,amontonando observaciones, haciendo aprendizaje en la naturaleza de loshombres y las cosas, en las costumbres y hábitos; palpando errores,deformaciones, vicios ancestrales, acaso siempre con esa sonrisa dehombre bueno, "matizada de ironía", que le servirán para su ulteriorlabor crítica y consultiva de escritor costumbrista y de filósofomoralista. Eso mismo lo hará abominar de todo el pasadohispano-colonial, sintiendo por él un santo horror, a igual de otrosgrandes pensadores nuestros: Sarmiento y Alberdi; pasado que ha moldeadoese tipo de individuos
y
de
sociedades,
resignados
hasta
el
fatalismo,supersticiosos, fanáticos y perezosos, como una consecuencia del pésimorégimen político, del feudalismo de la tierra unido al detestablerégimen económico y, sobre todo, como un producto de la morfinaabsorbida por siglos de cristianismo que en su afán de cultivar el almapara la otra vida ha descuidado ésta "flaca vida terrenal", formando asísociedades reacias a la higiene, a la cultura y al trabajo, poco aptaspara la civilización y el progreso técnico. Con su moral derenunciamiento, de dolor y amargura, depresiva de la personalidad, queél combatirá tenazmente sabiendo cuán hondas son sus raíces y cuánesparcidas están, como fervoroso de la ciencia que era, sin serpropiamente un hombre de ciencia. Por eso procurará trazar las bases deun nuevo mundo moral, fundamentado en el culto de la vida, de la bellezay de la libertad interna y externa, mediante la educación del individuoen la virtud y libertad que da la sabiduría. Por eso también será uneuropeísta, coincidiendo en esto, como en su pasión por la educaciónpopular, otra vez con Sarmiento, pues sobre todo era un apasionado deltipo anglosajón. Se esforzará por mejorar el individuo trabajando en lalevadura criolla, según el modelo del norte, entendiendo así mejorar lacolectividad. Lleno de un sano optimismo, confiaba en el futuro,labrando la dura argamasa sin temor de romperse las manos.
Trabajaba para el porvenir, generoso y desinteresado, confiando en él,entendiendo que "todos los ideales del presente pueden ser realizadosen el porvenir como están excedidos en el presente todos los sueños delpasado".
* * *
No hacemos aquí un estudio crítico. Esbozamos simplemente, sin mayorpretensión, la obra junto al hombre. Eticista a la manera deEmerson,—con quien se le ha encontrado tanto parecido—aunque no es tanexacta la semejanza, será el Emerson del sur, más propiamente, elEmerson argentino.Su obra seria de escritor no comienza hasta los treinta y siete años desu vida, con "South America", seguido de otros volúmenes que guardan unaacentuada unidad de tendencias;
"Manual de patología política", que serállamado primero
"Manual de imbecilidades argentinas", cambiando mástarde el nombre y el contenido con algunos agregados; irán apareciendoluego otros libros más: "Ensayo sobre Educación",
¿A dónde vamos?";hasta rematar, sereno y profundo el escritor, con "Transformación de lasrazas en América", "Historia de las instituciones libres" y "La creacióndel mundo moral".
Por la virtuosidad de sus ideales y la austeridad de su vida de varóntranquilo y fuerte que "iba armado con aquel invulnerable escudo de labondad y de la justicia que permitía a M. Bergeret recoger la piedra queuna multitud enfurecida le arrojaba porque se había atrevido a decir laverdad y murmurar sonriente: es un argumento cuadrangular", podemosconsiderarlo como el tipo ideal del ciudadano—que dijera de Alberdi,Jaurés,—en la más honrosa expresión del término y maestro del pueblotambién, ya que no pasó su vida como tantos escritores deserrallo—lejos de la vida colectiva y de su época—tejiendo filigranasy arabescos, sino que dedicola en sus últimos y laboriosos años ainstruir al pueblo y la juventud, desde la cátedra, con libros,folletos, conferencias públicas, para libertarlo de los dogmasreligiosos y de prejuicios y rutinas de toda índole, después de haberselibertado a sí mismo por la sabiduría; y porque es un alto exponente deenergía, de labor, de esfuerzo propio, es digno de presentarse como unmodelo, a los jóvenes y a los hombres de trabajo que luchan en lapobreza por mejorarse día a día, llevando prendido al alma un sano ynoble ideal.
III.—EL ESCRITOR
Tenía el estilo sencillo, fácil y claro sin la rebuscada erudición delos que quieren deslumbrar más que enseñar. Ello no significa que nohubiera erudición en sus libros: la hay, y de buena ley, pues que era uninfatigable estudioso, un apasionado de la ciencia, gustando a menudofundamentar en ella sus aseveraciones. Ni aparatoso, ni solemne, a pesarde estar llenos sus libros de sanas y saludables máximas morales quetrasuntaban su anhelo de justicia y de bien, preocupación constante desu vida de escritor.
A veces tórnase picaresco, malicioso, agudo, para zaherir el vicio, elprejuicio o la rutina. Es siempre pintoresco, bueno, lleno de sanaalegría, como si se hubiera propuesto curar la melancolía ingénita denuestro pueblo, imbuido de tristeza romántica.
Dijérase que la forma le preocupaba bien poco. Llenos están sus librosde desaliño—sobre todo los primeros, en que hasta la gramática seresiente—en un cierto agradable desgaire. Álvarez no es un estilista.Podríase afirmar—como se dijo de Sarmiento—que escribe en mangas decamisa. No importa que la palabra no suene bien, que la frase sea unlugar común, con tal que aquélla o ésta expresen con exactitud elconcepto y se comprenda bien su significado.
No hará literatura vana de hojarasca y ampulosidad; no escribirá ni unapágina en que haya el rebuscamiento alambicado de la locución, elrefinamiento esmerado de la forma, que degenera a menudo en unverbalismo odioso, en que tanta gente de letras malgasta su tiempo. Nohará jamás ni una filigrana, ni un arabesco. A él le interesan lasideas, los conceptos como expresión de verdades. Irá al fondo delproblema o la cuestión, y lo tratará con claridad y conocimiento. Sinque ello importe que no guste de la belleza, como que campean en suslibros imágenes hermosas como novias garridas y apuestas, pues que nodesdeña unir a la línea severa de la idea la curva elegante y armoniosadel arte.
Pero siempre familiar e irónico. Esta última condición le viene de sufuerte cepa nativa; es la socarronería del criollo que el hombre cultoha perfeccionado y pulido.
Se le ha criticado, y con razón, que no tenía el dominio de la síntesisartística de la prosa. Se repite a cada momento; da vueltas y rodeossobre un mismo tema. En tal sentido puede decirse que escribió muchaspáginas inútiles; pero no es esto aceptar aquella imputación de malgusto e inoportunidad que le echaron al rostro por haber dado demasiadaimportancia a la cuestión religiosa. Ella la tiene, sin duda, parapreocupar a escritores y pensadores, y Álvarez estuvo en lo cierto; yanos ocuparemos luego de ello.