[289] a la vez, at the same time.
EL ESPANTAJO
¿Hay alguno, entre los que me hacen la gracia[290]
de
escuchar este cuento, que no sepa lo que es un
espantajo?
¿Hay alguien que, al recorrer nuestros cultivados
campos, no haya fijado su atención en esos
artísticos maniquíes, plantados por nuestros
ingeniosos
5
guasos, en medio de sus sembradíos, con el fin
de
ahuyentar
las
aves
dañinas?
Apenas
principia
a
desarrollarse
el fruto de las huertas, y ya su dueño anda
afanoso,
buscando con que fabricar el cuidador.
—¡Mujer! ¡mujer!—dice a su parienta,—¿has 10
Page
[116]visto como los melones están cayendo y los choclos
muñequeando, que es bendición de Dios? Ya es tiempo
de[291] hacer el espantajo para los pájaros... Busca por
ahí
unos
trapos
viejos.
Poco después, marchan ambos para la huerta, el
15
marido con un palo alto en la mano, y la mujer
con
un
atado de útiles compuesto de lo más inútil que el
rancho encierra. Plántase el palo en el punto más
culminante del sembrado, después de haberlo
metido
dentro de una pierna de calzón hecho pedazos,
cuya
otra
20
pierna queda colgando a merced del viento,
semejando
en todo a la vacía pierna de un inválido. Un
envoltorio
de fajina forma la caja del cuerpo, el cual se
envuelve
en unas tiras que, cuando vivían unidas, tuvieron
el honor de llamarse el fustán de la señora; y a la altura
25
de los hombros se ata en cruz una varilla
flexible,
para
figurar los brazos, cubriendo todo aquello con
unos
jirones de poncho, de un color terro-indefinible.
Por
último un manojo de pasto seco, encajado en la
punta
del palo, forma con chapeo y todo, la cabeza,
sobre
la
cual
30
se pone a modo de gorro una vieja calceta del
patrón.
Hé aquí como el espantajo sale lleno de vida de
aquel
informe montón de trapos viejos y de basura,
mismamente
cual bajo el cincel de Canova solía salir una 35
estatua de un trozo de mármol. El guaso se retira
entonces, sin quitar los ojos de su maniquí,
mientras
éste se anima a impulsos del viento, que mueve
las
tiras de la vestimenta. La satisfacción está
pintada
en
los ojos del artista; es Zeuxis, contemplando por
la
40
primera vez su Venus.
MULAS DE
CARGA, LOS ANDES
Page
[117]
—¿Qué te parece?[292]—dice al fin a su mujer, después
de haber hecho el último gesto, ese gesto sublime
con
que el genio aprueba su propia obra:—¿qué te
parece,
hija? ¡Que vengan los pájaros ahora! 45
—Solamente le falta la muleta, para que sea ño
Cucho el Cojo, en mismita persona,—contesta la
mujer,
dando
una
gran
carcajada.[293]
Tal fué la escena que, poco más o menos, pasó
un
día,
en uno de los vallecitos de la costa de
Colchagua.
50
Mes y medio después, cuando las sandías y los
melones
estaban pintando, empezó el dueño de la chacra a
mirar
de reojo[294] a un vecino suyo, por habérsele puesto en
la
cabeza el mal pensamiento de que aquel hombre
venía
a
robarle la fruta todas las noches. Ya varias veces
le
55
había visto rondar en torno de[295] la huerta, y aun asomarse por los portillos de la cerca, como para
elegir
de antemano las mejores sandías. Tales temores
obligaban
a nuestro chacarero a pasarse las noches enteras
sin dormir, rondando en torno de su sembrado,
para
60
ver
si
podía
atrapar
al
ladrón.
—¡Bueno!—decía, cuando al venir el alba solía
ir
a
recogerse, después de su ronda nocturna:—está
bien;
no he pillado al ladrón ahora, pero si alguna
noche
de
éstas le atrapo, prometo no dejarle hueso en su
lugar.
65
Una noche que, como otras muchas, salió a dar
su
vuelta[296] por la chacra, vió dentro de ésta un hombre
ocupado, según le pareció, en escoger la mejor
fruta.
—¡Pícaro bellaco!—exclamó entre dientes.—Yo
veré si te escapas ahora. Es el mismito ño Cucho
el
70
Cojo. ¿Por dónde habrá entrado?... ¡Vea no más
como elige de la mejorcita! ¿No parece que le
hubiera
costado su sudor y trabajo? ¡Pero yo le
preguntaré
luego
cuántas
son
cinco![297]
Diciendo esto, pensó poner en ejecución su
premeditado
75
proyecto, para lo cual llevaba siempre un lazo en
la
mano; y mientras hacía la armada, se fué
arrastrando,
poquito a poquito, hacia el ladrón, quien parecía
no
cuidarse del[298] peligro en que estaba, pues lejos de
ocultarse, seguía moviéndose, a vista de su
enojado
enemigo. Ya éste se había aproximado bastante
cuando le pareció que el ladrón hacía un
movimiento
80
de sorpresa; y temiendo que se le escapase,
arrojó
sobre él la armada, y se lanzó corriendo hacia el
rancho,
donde
estaba
su
mujer.
—¡Chepa! ¡Chepita!—le gritó,—¡saca el candil,
que aquí traigo al ladrón a la rastra![299] ¡Ven a ver, mujer,
85
qué carita pone a la luz del candil! ¡Los más
maduritos
se
estaba
escogiendo
el
picaronazo!
—Aquí está la luz,—dijo la mujer, saliendo del
rancho, con un candil de sebo en la mano.—
¿Cómo
le
pillaste?
90
—Con el lazo... le he traído arrastrando hasta
aquí
al
bellaco.
—¡Jesús! ¡tal vez le has muerto[300] al pobrecito!—
exclamó
la compasiva mujer.—¡Mira como no se
mueve!
95
—¿Quién se ha de morir por tan poco? ¡Esto no
debe ser más que aturdidura! ¡Para que otra vez
no
se
meta
a
robar
melones!
—Déjame
alumbrar.
Mas al acercarse la buena Chepa al ladrón, soltó
una
100
estrepitosa
carcajada[301].
—¿Por qué te ríes?—preguntó el marido,
aproximándose.
—Mira lo que has hecho, hombre de Dios.
—¿Qué
cosa?
—Que has traído al espantajo en lugar del
ladrón,—contestó
105
ella,
sin
poder
contener
su
risa.
—No digo yo, pues!—exclamó el chacarero,
medio avergonzado; por eso lo encontraba tan