"trabajos", erauna filigrana y daban tentaciones de creer que tuviera pacto con eldiablo, a cualquiera que, estando en el secreto del asunto, siguiera conatención sus procedimientos de investigación.
—¿Y quién le enseñó a trabajar, mi sargento? ¿Porque usted no habráaprendido solo, supongo?
—¡No!... ¡Qué esperanza!... ¡A mí me trajeron expresamente un maestrode Inglaterra, uno de esos tigres que conocen por la cabeza a losladrones y a los asesinos!... ¡Mis maestros, amigo, son los que debentener ustedes..., si quieren servir para algo: los ojos, los oídos y laspiernas!
—¡No digo que no haya, pero yo no los he visto! ¡Vez pasada, hace comodiez años, trajeron uno, y se lo dieron al comisario Wright!... ¡Quéhombre del diablo! ¡No sabía nada y parecía que se iba a comer el mundo!Una noche lo hicieron examinar en la comisaría a un coronel que estabade visita, y que se había disfrazado de gaucho, y después de darle milvueltas y de hacerle sacar la lengua y blanquear los ojos, dijo que eraladrón, asesino e incendiario.
—¡Y sería no más, pues! ¡Hay tantos diablos que parecen santos!
—¡Ave María Purísima!... ¡Si se trata de un coronel de lo mejor!... ¡Lo que había es que, como después se supo, el sujeto era un peine deesos que no dejan ni caspa, y que era verdad que había servido en laspolicías de Europa..., pero de farolero!
Mi aprendizaje con el sargento Gómez lo hice pronto, y sus observacionesy los cuentos que me contaba son la materia principal de los pocoscapítulos que voy a consagrar a la gente maleante con que teníamos quebregar y a la cual recién más adelante conocí, cuando, colocado ya enaltura mayor que la de simple agente de pesquisas, me fue dado penetraren las profundidades de nuestro organismo social, estudiando casosparticulares.
MUNDO LUNFARDO
EN LA PUERTA DE LA CUEVA
Penetrar en la vida de un pícaro, aquí en Buenos Aires, o, mejor dicho,en lo que en lenguaje de ladrones y gente maleante se llama mundolunfardo, es tan difícil como escribir en el aire.
Aquí se vive a ciegas, con respecto a todo aquello que pueda servir paradar luz sobre un hombre: la policía, para desempeñar su misión, tieneque hacer prodigios, y parece imposible que obtenga los resultados queobtiene, dada la clase de gente en que las circunstancias la obligan areclutar su personal subalterno y el medio en que actúa.
Las policías de Londres, París y Nueva York, dotadas de mil recursospreciosos, no tiene nada de extraño que puedan encontrar un delincuentedos horas después de haber cometido el delito: lo admirable sería quepudiesen hacerlo aquí.
Quisiera ver a esos graves policemen de que nos hablan los libros, eneste escenario, en que no existen registros de vecindad, en que seignora el movimiento de la población, en que la entrada y salida deextranjeros es un secreto para las autoridades, en que uno puede sercasado diez veces, tener quince domicilios, mil nombres distintos yquinientas profesiones diferentes, y todo en la mayor reserva, no digopara la autoridad, sino para los hijos, la esposa, los hermanos y hastalos vecinos, por más curiosos que sean.
Aquí nos hemos ocupado del adoquinado y rectificación de calles, deformación de paseos, de obras de higiene convencional y de todo aquelloque luce a primera vista; pero respecto a organización social, a mediosde conocernos y controlar nuestros actos todos los convecinos, vivimoscomo en tiempo del coloniaje.
¿Por qué no se ha establecido el registro de vecindad y todos susderivados?
¡Que lo diga la Municipalidad, que tiene encarpetadas las notas en quese lo han pedido todos los jefes de policía habidos hasta hoy!
Viviéndose como se vive aquí, un pillo anda a sus anchas, hasta que unmal paso, demasiado claro, lo pone bajo los ojos de la policía, que esandariega y husmeadora, y que si no lo fuera—
de lo cual Dios nos librey nos guarde—no faltaría quien le robara a uno hasta los pelos de lanariz sin que sintiese cuándo se los arrancaban.
Y caer bajo los ojos de un empleado de policía es lo mismo que caer bajolos de toda la repartición, pues unos a los otros se van enseñando elmal hombre—cuya filiación, nombre y costumbres, si no se inscriben enun registro, quedan sin embargo grabadas en la memoria de quienes no loolvidarán jamás y serán capaces de encontrarlo más tarde, aunque setransforme en pulga.
Los lunfardos dicen, con ese motivo, cuando dan con algún agente queaún tiene paciencia para oírles sus disculpas y lamentos:
—¡Vea, señor!... ¡Más vale ser caballo de tramway que pillo conocido!
PERSPECTIVAS
Seguir a un pícaro en nuestras calles, tan llenas de movimiento, es untrabajo que no valora sino el que lo realiza.
Como él siempre está sobreaviso y teme que lo embroquen—
conozcan,observen,—camina una cuadra y la desanda para ver si alguien lo sigue,da quinientas vueltas antes de llegar a un punto deseado, penetra a lascasas a preguntar por don Fulano o don Zutano—un nombre supuesto—para darle el esquinazo—lo que equivale a despistar—a algún empleadoque pasa y lo conoce.
Cuando van dos colegas juntos, nunca caminan a la par. Uno va delante yel otro un poco atrás, y si son tomados afectan no conocerse.
Un día iban dos pillos de estos por una calle: el sargento Gómez conocíaa uno y no al otro, y, como a pesar de su seriedad guaraní, era chacotóny alegre, atajó al que no conocía y le dijo:
—¿En qué trabaja usted?
—¡Soy marmolero, señor!
El otro pícaro, viendo que no lo conocían, se paró a ver en qué concluíael asunto.
—¡Marmolero... bueno! ¿Conoce a Fulano?
—¡No, señor!
—Bueno... ¡Fulano es un raspa[73] de la peor clase... es ese que estáahí... conózcalo!
Aquí el pillo se sonríe y dice con sorna
—¡Me ha cachado, señor!... es decir, «¡me ha embromado!...»
—¡Vaya, hombre!... ¿Y éste quién es?
—Ya nos embrocó, y le voy a decir: ¡este es Zutano!
ENTRE LA CUEVA
Buenos Aires encierra dos clases de pícaros: los naturales y losextranjeros.
Los primeros son pocos, relativamente, y menos peligrosos que lossegundos, pues que, desde los primeros pasos, la policía los conoce yles corta las alas, ya no dejándolos al aire sino mientras llevan unavida honrada, que para ellos es la miseria, el hambre, la falta dequeridas y de goces, u obligándoles a emigrar.
Montevideo, el Brasil, Europa, Méjico y la América del Norte son susalvación.
El ladrón argentino es, por lo general, astuto, audaz y emprendedor allídonde no le conocen; sus uñas le dan réditos fabulosos.
De tiempo en tiempo se le ve regresar lleno de dinero, bien vestido, yafectando maneras superiores a la clase en que nació; busca a quienes lorecuerdan en la policía y les dice con toda franqueza:
—¡Vengo por una temporada a visitar a la familia! ¡Le prometo que noharé ningún daño!... ¡Ya me he retirado de la vida!... ¡No me persigay ocúpeme en cualquier averiguación!
Y después se le encuentra en las casas de juego o de prostitución,derrochando afanosamente el producto de sus trabajos en el extranjero.
Cuando se ha agotado el bolsillo, se le ve desaparecer como llegó: sinque nadie lo sienta.
Otros hay que, después de llevar una vida de continuo sobresalto, puesun paso en la calle es para ellos una semana de arresto, se encierran ensus guaridas, se aíslan de sus compañeros y, pasada una temporada, salentransformados, pidiendo a la policía que no los persiga y declarando quevan a trabajar.
Parapetados detrás de un oficio o empleo cualquiera, se dedican aljuego, haciendo de él un instrumento de robo como cualquier otro.
Viven de los otarios, como llaman a las víctimas que caen entre susgarras, ya por su esfuerzo o por el de los changadores del oficio—elgremio auxiliar más importante—que se las venden por un tanto de lo queproduzcan.
Cuando un mocetón empieza a andar en malos tratos, ya los del oficio, alhablar de él, dicen: "jamás será nada" o "es un muchacho de esperanzas yque irá lejos", según sea que tal pájaro haya salido bien o mal en susprimeros revuelos. En el primer caso, no encuentra protectores y tieneque hacerse carne de cañón, soldado de la gran falange, brazo ejecutor ypor lo tanto frecuentador de calabozos y abonado a la tumba delDepartamento Central.[74]
Estos desgraciados, cuyas entradas a la policía alcanzan a veces acentenares, son los que el vulgo toma por los más temibles, ignorandoque ellos son piezas insignificantes en una partida en que los jugadorespermanecen en la sombra. El ladrón hábil es aquel que sabe permanecermás desconocido; el que ascendiendo en el gremio presta dinero para losgastos preparatorios de un robo tal como un comerciante lo daría parauna operación honesta; el que dirige empresas; el que estudia un golpe ylo combina y luego lo vende para que otro lo realice; en fin, el quepesca... sin mojarse las manos.
En el segundo caso, asciende en la consideración del gremio y su tarease facilita con ventaja personal: se hace changador de otarios, esdecir, buscador de víctimas, empresario, director, prestamista,consejero e intermediario entre los capitalistas y grandes dignatariosde la orden y los pobres ejecutores que pagarán con el martirio de sucuerpo cualquier contrariedad de la suerte.
El pillo criollo, en sus comienzos, se revela con facilidad al ojo menosobservador.
Le cuesta deshacerse de la cáscara del compadrito, origen común de todosellos, que son generalmente muchachos de la última clase, vendedores dediarios ascendidos a carreros o sirvientes, y cuya educación eilustración son casi nulas.
Sin embargo, ellos aprenden a leer y escribir en los meses de reclusión,y luego la emprenden con los libros de leyes, medicina y cualquier otraciencia útil para su arte de vivir de gorra[75].
He visto un ladrón que a fuerza de leer se ha hecho un leguleyo[76]; tiene toda la exterioridad de un hombre de educación esmerada, seexpresa correctamente y no deja traslucir en su trato que, diez añosatrás, era un compadrito que escupía por el colmillo y se quebraba[77]hasta barrer el suelo con la oreja.
El pillo extranjero es el más abundante.
Éste ya viene aleccionado, por lo general, y no deja que se deduzcanreglas para conocerlo.
Viste como un caballero, como un compadre o como un artesano, de esosque recorren nuestras calles en las faenas de su oficio: adopta la formanecesaria para cada una de sus empresas oscuras y malignas.
Se cambia de nombre cada vez que cae preso, y es obra de romanosidentificar su personalidad en cada caso, pues recurre a cuanta artimañapuede sugerirle su imaginación a fin de ocultar su pasado, teniendo comorecurso invencible su poco conocimiento del idioma.
Para probarle un hecho no hay más remedio que tomarlo con la masa en lamano; con él no valen nada la deducción ni la inducción, y se le quemanlos libros al más listo.
Sin embargo, no es largo su jolgorio.
Después de un período de tres o cuatro meses de hazañas—si no halogrado salir de su mísera posición de instrumento—la policía, que nole pierde ojo, lo pilla en un renuncio[78] y tiene que confesar su viday milagros, quedando en la categoría de criollo.
¡Se le acabaron sus privilegios de extranjero!
ELLAS
El complemento del pillo es la mujer.
¡Cómo saben educarla para el fin que la necesitan, con qué egoísmojudaico explotan los tesoros de su cariño inagotable, cómo lasugestionan y la envilecen, haciéndole perder, o ya el miedo paraacompañarlos en sus empresas tortuosas sino la noción elemental del bieny del mal, llegando ellas, en su obsesión por el hombre que lasmartiriza y las deprime, hasta a creerlo un dechado de virtudes, unejemplo de honorabilidad, una víctima desgraciada de las injusticiassociales!
¡Cuántos poemas de ternura y de amor tienen por teatro diariamente loscalabozos!
¡He visto madres que no sólo abandonan las comodidades que un hijohonorable puede proporcionarles, sino que hasta cubren de vergüenza sunombre por disimular las bajezas de uno de estos canallas que ha rodadoal abismo y que les paga sus sacrificios imponiéndoles cada día otrosmayores!
He visto mujeres hambrientas, casi desnudas, vender, no ya su cuerpo sialgo valiera, sino lo más indispensable para su subsistencia, a fin dellevar cigarrillos o bebidas a sus maridos que, cuando están fuera de lacárcel, dilapidan con otras de mala vida el dinero que pueden atrapar, ya ellas les compensan su abnegación con caricias que dejan sobre suscuerpos indelebles cicatrices que no se borran jamás.
¡Son las madres, son las mujeres, son esas pobres mártires que arrastransu cruz a través del mundo— las minas, como ellos les llaman—las queles sirven de escudo contra los golpes de la suerte!
Pueden abandonarlos sus amigos, sus cómplices, los empresarios, porcuenta de quienes emprendieron un trabajo, pero ellas no les faltarány, sacando fuerza de flaqueza, removerán con sus débiles brazos el mundoentero a fin de hacerles más llevadera su desgracia.
Ellas, las mártires de los días de luz, serán el rayo de sol de los díasde sombra.
¡Luego, tras de la fila de mártires, de las que son escudo simplemente,viene la interminable de las que no son sólo escudo, sino también garra.Son éstas las que forman la temible falange de espías, de correos, denegociadoras de los robos, de ocultadoras y, luego, en los días negros,las que servirán de agentes para corromper a la justicia, usando eldinero, si el hombre que necesitan es afecto a él; halagando su lujuria,su gula o cualquiera de los pecados capitales que prime en su espíritu;amenazando su tranquilidad si es un timorato, o insinuándosepérfidamente en su corazón, si es un alma fuerte y vigorosa!
¡Ellas podrán no saber leer ni escribir, podrán ignorar las sutilezasdel espíritu y aun hasta la existencia de la palabra psicología, peronadie las sobrepasará en el arte difícil de conocer una flaqueza humanay de saber aprovechar y explotar su conocimiento!
ELLOS
Entre reos lunfardos hay cinco grandes familias: los punguistas, olimpiabolsillos; los escruchantes, o abridores de puertas; los que dan la caramayolí[79] o la biaba[80], o sea los asaltantes; los que cuentan el cuento, o hacen el scruscho, vulgarmente llamadosestafadores, y, finalmente, los que reúnen en su honorable persona lashabilidades de cada especie: estos estuches son conocidos por de lascuatro armas.
Más vale toparse con el diablo que con uno de estos príncipes de la uña,de los cuales Buenos Aires cuenta más de un ejemplar.
Ellos son, generalmente, los que educan y forman los muchachos,esmerándose en aquellos que revelan mejores facultades: son los quedirigen los golpes de importancia; los que dan el cebo, o sea eldinero necesario para realizar el robo, que hasta para eso se precisaplata, dada la situación a que ha llegado el mundo; en fin, son losgrandes dignatarios de su orden.
Cada especie tiene su fisonomía especial, sus costumbres propias y sumanera de ejecutar un trabajo, por más que todas tengan siempre unpunto de contacto, menos el punguista, que es siempre el empresario desí mismo.
EL CAMPANA
El punto de contacto es el campana, es decir, el que busca la casa oel hombre fácil de robar, el que estudia el medio de efectuarlo, el queestá en relaciones con los que cambian lo robado por dinero: laprovidencia en forma de hombre.
Bien considerado, estos campanas son los verdaderos ladrones; los queefectúan el robo son solamente sus instrumentos.
Jamás se comprometen en nada, y es difícil que la policía los descubra.Adoptan todo el aire de gentes honradas, trabajan, tienen oficio,profesión o industria conocida: son sirvientes, mozos de hotel,changadores, comerciantes, rentistas y hasta pueden inspirar confianza yser honorables, mientras no haya posibilidad de tirar la piedra yesconder la mano.
¡Cuántas veces están protestando honradez y tienen entre los dedos elpedazo de masilla o cera con que al menor descuido, moldearán una llave!
¡Cuántas veces están jurando adhesión a sus patrones y ya tienen ocultodentro de un mueble al amigo que va a dar el golpe! ¡Y luego son los másempeñosos en llamar a la policía y darle cuenta del hecho, suministrandatos y noticias, sospechan que al ladrón lo han visto rondando la casay que es de este porte y del otro!
¡Cuántos de ellos han acompañado en sus investigaciones a un comisario ylo han extraviado con sus mentiras, y cuántos también han sidoimprudentes y han ido a pagarlo en la Penitenciaría!
¡El campana presta servicios a los ladrones, pero que digan éstos loque les cuesta: siempre se lleva él lo mejor del toco, o sea del montode lo atrapado!
¡Sus comisiones son algo de fabuloso!
Sin embargo, el negocio tiene sus contras. Veces hay que ha hechoefectuar un robo valioso, y cuando va a retirar su parte se encuentracon una puñalada o con que, sencillamente, le dicen que no sea zonzo, yse le alzan con el santo y la limosna, acción que se llama dar elrostro.
Al campana robado le queda aún como arma la delación y la usa comovenganza; si los ladrones son tomados, éstos no dejan de envolverlo ensus declaraciones, y se hunde con ellos, y si no lo son, se ve libre yqueda aguardando una oportunidad de hacerles caer en las garras delgallo policial: este es el origen verdadero de más de una pesquisacuriosa que ha servido para bombo a algún inútil.
¡Venganzas de campana, o como quien dice, puñaladas por la espalda!
Y los ladrones saben lo que vale un buen campana. Una vez me dijo uno,habiéndole yo preguntado que "a qué se dedicaba por ahora".
—¡Vea, señor, tengo un campana que ni de oro..., y trabajo decatólico!
—¿De católico?
—Sí, señor...; es decir, ando con el asunto de las limosnas para elhospital..., ¡y al que me cree lo ensarto!
EL ARTE ES SUBLIME
El punguista—como en lenguaje de ladrones se llaman los pick-pockets, osea, hablando en español, los limpiadores de bolsillos—es el másartista de todos los ladrones, y mira con cierto desdén a suscongéneres, a los cuales desprecia soberanamente..., tanto como puededespreciarlos un hombre honrado.
Para él, robar un reloj, una cartera, un rollo de dinero o cualquierotra cosa de valor que una persona pueda llevar sobre sí, no es undelito, sino un trabajo de arte, una hazaña.
Es por eso que se le ve tan tranquilo, tan seguro de sí mismo, meterle acualquiera la mano en el bolsillo y sustraerle lo que guarda: su únicodolor es ser sentido por su víctima, o tomado infraganti por lapolicía a causa de su poca habilidad.
Esto lo desespera, pues le desbarranca su fama, ataca su crédito.
La gloria de un punguista es serlo y que nadie pueda probárselo: suorgullo es poder decir en la policía:
—¡Busque, señor, en los libros!... ¡Yo no tengo ninguna condena!¡Gracias a Dios, no soy ladrón!
Y luego, su frase la repite con aire modesto a cuanto individuoinvestido de autoridad encuentra a mano, pegándole a modo decoeficiente: "así le dije el otro día al señor don Fulano".
Tiene por teatro la calle y los parajes donde ocasional o habitualmentehay aglomeración de gente.
Con frecuencia se le oye decir: yo trabajo en el Banco tal, en laestación cual, en el papel sellado, en el correo, en el tramway, en elcementerio, en la plaza, en el remate, dondequiera que haya codazos yapretones.
Para el trabajo jamás va solo: lleva dos o tres ayudantes, según lanecesidad.
Estos ayudantes, que son, por lo general, practicantes-asociados, tienenpor misión formar la cadena, es decir, estacionarse detrás delartista, de tal modo que, efectuado el hurto, lo hurtado se encuentra asalvo con la rapidez del rayo, pasando de mano en mano.
Si el golpe es desgraciado y el practicante no puede huir, deja caer lohurtado, lo echa en el bolsillo de cualquiera de los presentes, en fin,se deshace como puede del cuerpo del delito, y trata de evitarse unacondena o ahorrarle un mal rato a su asociado.
Un comandante del ejército—cuento al caso—se hallaba una noche en sucasa, y al ir a sacar su pañuelo, rueda sobre la alfombra un magníficoreloj de oro, con un monograma en la tapa. Lo recoge y se echa a cavilarsobre cómo había venido a su poder.
—¡Y no daba en bola!
Al día siguiente lee en un diario una noticia que decía: RELOJ ROBADO.— Hallábase ayer en el remate de Constela el señor X. X., yde repente notó que le sacaban su reloj, y que la mano que lo llevabapertenecía al vecino que tenía a la derecha.
Lo hizo conducir a lacomisaría 2ª y resultó ser, el tal vecino, nada menos que Ángel Artirel(a) Minga-Minga. El reloj no ha sido encontrado.
El comandante se dio un golpe en la frente, recordando que se habíahallado en lo de Constela durante el incidente; pero no atinaba a dar encómo el reloj había llegado a su bolsillo.
A que le esclareciesen el punto y a devolver la prenda fue a lacomisaría 2ª.
El comisario oyó toda la relación y luego le preguntó si recordaba quévecinos había tenido durante su estada en la casa de remates.
—¡No me fijé, señor!
—¡Pues bien, uno de ellos era cómplice del ladrón, y temiendo serdescubierto ocultó en usted lo que podía comprometerlo!
El comandante ha jurado, desde entonces, usar sacos sin bolsillos.
Otro cuento, ya que en tal terreno he pisado.
Uno de estos practicantes fue sorprendido una vez con un reloj en lamano, en momentos que iba a pasarlo, y no bien vio que lo habíansorprendido, se echó a gritar:
—¿De quién es este reloj? ¿De quién es este reloj? No le valió laartimaña, y fue preso. El juez tuvo que absolverlo, pues se encerró enesta declaración:
—Yo encontré el reloj, señor, y lo levanté; no ha habido más.
Tengomalos antecedentes, es cierto, pero eso no hace al caso...,
¡el deciradiós no es dirse![81]
¡Estos practicantes llegan a ser unos doctores que dan miedo, y no pasamucho tiempo sin que den vuelta y raya a su maestro!
El punguista, cuando camina, jamás lo hace llevando al lado a suscompañeros.
Éstos marchan escalonados a retaguardia, a fin de poder, al menor asomode un empleado de policía que los descubra, hacerse entre sí losperfectamente desconocidos.
Si suben a un tramway tratan de rodear a la persona que han elegido porvíctima, y allí son los empujones por el menor motivo, los codazos, lospisotones, con el objeto de distraer al desgraciado candidato yfacilitar la obra del artista.
Éste está en acecho, espiando todas las oportunidades, y a la primeraque se presenta, ¡zas!, se apodera del objeto deseado, que desaparececomo por arte de magia.
Para dar el golpe, el punguista tiene siempre sus dedos índice y medioprontos para la acción, y los introduce en el bolsillo ajeno con unasuavidad incomparable.
Cuando es necesario interceptar la vista de alguien, ahí se encuentra elpracticante, que hará de nube, o si no el brazo que no va a operar y quese baja o se levanta a la altura necesaria.
Hay punguistas que son muy hábiles en esta maniobra, que se llama esparo, y que es reputada como uno de los escollos del arte.
Cuando dos o tres habilidosos se reúnen y se complementan, las joyas vana ellos como el acero atraído por el imán.
Jamás se reúne con los que no son de su arte, a no ser cuando entra porel aro del diablo, con tal de hacer plata.
De lo contrario evita compañías, y dice:
—¡Los amigos cantan (descubren) y no sirven sino para hacerlo embrocar (conocer) a uno!
Cuando ya son muy conocidos en sus mañas, y no pueden trabajar, sededican a schacar escabios, es decir, a robar a borrachos.
Este es el atorrantismo, la vejez miserable del arte: son los arrestosfrecuentes, los días sin comida, las condenas por cincuenta centavos.
Sin embargo, un punguista podrá robar, jugar y poseer todos los vicios,pero nunca se embriagará ni llevará vida de perro.
Mira el mundo a través de los placeres que no embrutecen, y vive lomejor que puede.
Un día dije a uno de ellos que hablaba conmigo, en el café de Cassoulet,esquina Viamonte y Suipacha, un centro de pillos:
—¿Y tú no bebes?... ¡Pide un gin!
—¡Yo!... ¡Qué esperanza!... ¡El alcohol afloja la lengua y entorpece lamano!
EL CAFÉ DE CASSOULET
Este era el paradero nocturno de todos los vagos de la ciudad y famosoentre la gente maleante, no solamente por la comodidad que, a pococosto, se obtenía en él, cuanto por la relativa seguridad que sedisfrutaba: en caso de producirse visita de la autoridad, lospropietarios tenían dispuestas las cosas de modo tal, que la clientelatenía fácil escape