--Pues por ese buen ánimo que habéis mostrado,señor don Juan de Cárcamo, a su tiempo haréque Preciosa sea vuestra legítima consorte, y agora os ladoy y entrego en esperanza, por la más rica joya de mi casa,y de mi vida, y de mi alma; y estimadla en lo que decís,porque en ella os doy a doña Costanza de Meneses, miúnica hija, la cual, si os iguala en el amor, no os desdicenada en el linaje.
Atónito quedó Andrés viendo el amor que lemostraban, y en breves razones doña Guiomar contó lapérdida de su hija y su hallazgo, con las certísimasseñas que la gitana vieja había dado de su hurto; conque acabó don Juan de quedar atónito y suspenso, peroalegre sobre todo encarecimiento: abrazó a sus suegros;llamólos padres y señores suyos; besó lasmanos a Preciosa, que con lágrimas le pedía lassuyas.
Vistióse don Juan los vestidos de camino que allíhabía traído la gitana; volviéronse lasprisiones y cadenas de hierro en libertad y cadenas de oro; latristeza de los gitanos presos, en alegría, pues otrodía los dieron en fiado. Recibió el tío delmuerto la promesa de dos mil ducados, que le hicieron porque bajasede la querella y perdonase a don Juan.
Dijo el Corregidor a don Juan que tenía por nueva ciertaque su padre don Francisco de Cárcamo estaba proveído por corregidor de aquella ciudad,y que sería bien esperalle, para que con subeneplácito y consentimiento se hiciesen las bodas. Don Juandijo que no saldría de lo que él ordenase; pero que,ante todas cosas, se había de desposar con Preciosa.Concedió licencia el Arzobispo para que con sola unaamonestación se hiciese. Hizo fiestas la ciudad, por ser muybien quisto el Corregidor, con luminarias, toros y cañas eldía del desposorio; quedóse la gitana vieja en casa;que no se quiso apartar de su nieta Preciosa.
Llegaron las nuevas a la Corte del caso y casamiento de laGitanilla; supo don Francisco de Cárcamo ser su hijo elgitano, y ser la Preciosa la Gitanilla que él habíavisto, cuya hermosura disculpó con él la liviandad desu hijo, que ya le tenía por perdido, por saber que nohabía ido a Flandes; y más porque vió cuanbien le estaba el casarse con hija de tan gran caballero y tan ricocomo era don Fernando de Azevedo. Dió priesa a su partida,por llegar presto a ver a sus hijos, y dentro de veinte díasya estaba en Murcia, con cuya llegada se renovaron los gustos, sehicieron las bodas, se contaron las vidas, y los poetas de laciudad, que hay algunos, y muy buenos, tomaron a cargo celebrar elextraño caso, juntamente con la sin igual belleza de laGitanilla. Y de tal manera escribió el famoso licenciadoPozo, que en sus versos durará la fama de la Preciosamientras los siglos duraren.
Olvidábaseme de decir cómo la mesoneradescubrió a la justicia no ser verdad lo del hurto deAndrés el gitano, y confesó su culpa, a quien norespondió pena alguna, porque en la alegría delhallazgo de los desposados se enterró la venganza yresucitó la clemencia.
En Burgos, ciudad ilustre y famosa, no ha muchos años queen ella vivían dos caballeros principales y ricos: el uno sellamaba don Diego de Carriazo, y el otro, don Juan deAvendaño. El don Diego tuvo un hijo, a quien llamó desu mismo nombre, y el don Juan otro, a quien puso don Tomásde Avendaño. A estos dos caballeros mozos, como quien han deser las principales personas deste cuento, por excusar y ahorrarletras, les llamaremos con solos los nombres de Carriazo y deAvendaño. Trece años, o poco más,tendría Carriazo, cuando, llevado de una inclinaciónpicaresca, sin forzarle a ello algún mal tratamiento que suspadres le hiciesen, sólo por su gusto y antojo, sedesgarró, como dicen los muchachos, de casa de sus padres, yse fué por ese mundo adelante, tan contento de la vidalibre, que en la mitad de las incomodidades y miserias que traeconsigo no echaba menos la abundancia de la casa de su padre, ni elandar a pie le cansaba, ni el frío le ofendía, ni el calor le enfadaba: paraél todos los tiempos del año le eran dulce y templadaprimavera; tan bien dormía en parvas como en colchones; contanto gusto se soterraba en un pajar de un mesón como si seacostara entre dos sábanas de Holanda. Finalmente, élsalió tan bien con el asumpto de pícaro, que pudieraleer cátedra en la facultad al famoso de Alfarache.
En tres años que tardó en parecer y volver a sucasa aprendió a jugar a la taba en Madrid, y al rentoy enlas Ventillas de Toledo, y a presa y pinta en pie en las barbacanasde Sevilla; pero con serle anejo a este género de vida lamiseria y estrecheza, mostraba Carriazo ser un príncipe ensus cosas: a tiro de escopeta, en mil señales,descubría ser bien nacido, porque era generoso y bienpartido con sus camaradas. En Carriazo vió el mundo unpícaro virtuoso, limpio, bien criado y más quemedianamente discreto. Pasó por todos los grados depícaro, hasta que se graduó de maestro en lasalmadrabas de Zahara, donde es el finibusterræ de lapicaresca.
El último verano le dijo tan bien la suerte, queganó a los naipes cerca de setecientos reales, con loscuales quiso vestirse, y volverse a Burgos y a los ojos de sumadre, que habían derramado por él muchaslágrimas. Despidióse de sus amigos, que lostenía muchos y muy buenos; prometióles que el veranosiguiente sería con ellos, si enfermedad o muerte no loestorbase; dejó con ellos la mitad de su alma, todos sus deseos entregó a aquellassecas arenas, que a él le parecían más frescasy verdes que los campos Elíseos. Y por estar ya acostumbradode caminar a pie, tomó el camino en la mano, y sobre dosalpargates se llegó desde Zahara hasta Valladolid, cantando"Tres ánades, madre". Estúvose allí quincedías para reformar la color del rostro, sacándola demulata a flamenca, y para trastejarse, y sacarse del borrador depícaro y ponerse en limpio de caballero.
Todo esto hizosegún y como le dieron comodidad quinientos reales con quellegó a Valladolid, y aún dellos reservóciento para alquilar una mula y un mozo, con que se presentóa sus padres honrado y contento. Ellos le recibieron con muchaalegría, y todos sus amigos y parientes vinieron a darles elparabién de la buena venida del señor don Diego deCarriazo su hijo.
Entre los que vinieron a ver el recién llegado fueron donJuan de Avendaño y su hijo don Tomás, con quienCarriazo, por ser ambos de una misma edad y vecinos, trabó yconfirmó una amistad estrechísima. ContóCarriazo a sus padres, y a todos, mil magníficas y luengasmentiras de cosas que le habían sucedido en los tresaños de su ausencia; pero nunca tocó, ni por pienso,en las almadrabas, puesto que en ellas tenía de continopuesta la imaginación, especialmente cuando vio que sellegaba el tiempo donde había prometido a sus amigos lavuelta. Ni le entretenía la caza, en que su padre leocupaba, ni los muchos, honestos ygustosos convites que en aquella ciudad se usan le daban gusto:todo pasatiempo le cansaba, y a todos los mayores que se leofrecían anteponía el que había recebido enlas almadrabas.
Avendaño su amigo, viéndole muchas vecesmelancólico e imaginativo, fiado en su amistad, seatrevió a preguntarle la causa, y se obligó aremediarla, si pudiese y fuese menester, con su sangre misma. Noquiso Carriazo tenérsela encubierta, por no hacer agravio ala grande amistad que profesaban; y así, le contópunto por punto la vida de jábega, y cómo todas sustristezas y pensamientos nacían del deseo que teníade volver a ella: pintósela de modo, que Avendaño,cuando le acabó de oir, antes alabó quevituperó su gusto. En fin, el de la pláticafué disponer Carriazo la voluntad de Avendaño demanera, que determinó de irse con él a gozar unverano de aquella felicísima vida que le habíadescrito, de lo cual quedó sobremodo contento Carriazo, porparecerle que había ganado un testigo de abono quecalificase su baja determinación.
Trazaron ansimismo dejuntar todo el dinero que pudiesen; y el mejor modo que hallaronfué que de allí a dos meses había de irAvendaño a Salamanca, donde por su gusto tres añoshabía estado estudiando las lenguas griega y latina, y supadre quería que pasase adelante y estudiase la facultad queél quisiese; y que del dinero que le diese habríapara lo que deseaban.
En este tiempo propuso Carriazo a su padre que tema voluntad deirse con Avendaño a estudiar a Salamanca. Vino su padre contanto gusto en ello, que hablando al de Avendaño, ordenaronde ponerles junios casa en Salamanca, con todos los requisitos quepedía ser hijos suyos. Llegóse el tiempo de lapartida; proveyéronles de dineros, y enviaron con ellos unayo que los gobernase, que tenia más de hombre de bien quede discreto. Los padres dieron documentos a sus hijos de lo quehabían de hacer, y de como se habían de gobernar parasalir aprovechados en la virtud y en las ciencias, que es el frutoque todo estudiante debe pretender sacar de sus trabajos yvigilias, principalmente los bien nacidos. Mostráronse loshijos humildes y obedientes; lloraron las madres; recibieron labendición de todos; pusiéronse en camino con mulaspropias y con dos criados de casa, amén del ayo, que sehabía dejado crecer la barba, por que diese autoridad a sucargo.
En llegando a la ciudad de Valladolid dijeron al ayo quequerían estarse en aquél lugar dos días paraverle, porque nunca le habían visto, ni estado en él.Reprehendiólos mucho el ayo, severa y ásperamente, laestada, diciéndoles que los que iban a estudiar con tantapriesa como ellos no se habían de detener una hora a mirarniñerías.
Los mancebitos, que tenían ya hecho su agosto, y suvendimia, pues habían ya robado cuatrocientos escudos de oroque llevaba su mayor, dijeron que sólo los dejase aquel día, en el cualquerían ir a ver la fuente de Argales, que la comenzaban aconducir a la ciudad por grandes y espaciosos acueductos. Enefecto, aunque con dolor de su ánima, les diólicencia.
Los mancebos, con sólo un criado y a caballo en dos muybuenas y caseras mulas, salieron a ver la fuente de Argales, famosapor su antigüedad y sus aguas. Llegaron, y cuando creyóel criado que sacaba Avendaño de las bolsas del cojínalguna cosa con que beber, vió que sacó una cartacerrada, diciéndole que luego al punto volviese a la ciudady se la diese a su ayo, y que en dándosela les esperase enla puerta del Campo. Obedeció el criado, tomó lacarta, volvió a la ciudad, y ellos volvieron las riendas, yaquella noche durmieron en Mojados, y de allí a dosdías, en Madrid, y en otros cuatro se vendieron las mulas enpública plaza, y hubo quien les fiase por seis escudos deprometido, y aun quien les diese el dinero en oro por sus cabales.Vistiéronse a lo payo, con capotillos de dos haldas, zahoneso zaragüelles y medias de paño pardo. Ropero hubo quepor la mañana les compró sus vestidos, y a la nochelos había mudado de manera, que no los conociera supropia madre. Puestos, pues, a la ligera y del modo queAvendaño quiso y supo, se pusieron en camino de Toledo adpedem litteræ y sin espadas; que también elropero, aunque no atañía a su menester, se lashabía comprado.
Dejémoslos ir, por ahora, pues van contentos y alegres, yvolvamos a contar lo que el ayo hizo cuando abrió la cartaque el criado le llevó y halló que decía destamanera:
"Vuesa merced será servido, señor Pedro Alonso, detener paciencia y dar la vuelta a Burgos, donde dirá anuestros padres que, habiendo nosotros sus hijos, con maduraconsideración, considerado cuán más propiasson de los caballeros las armas que las letras, habemos determinadode trocar a Salamanca por Bruselas, y a España por Flandes.Los cuatrocientos escudos llevamos; las mulas pensamos vender.Nuestra hidalga intención y el largo camino es bastantedisculpa de nuestro yerro, aunque nadie le juzgará por tal,si no es cobarde. Nuestra partida es ahora; la vuelta serácuando Dios fuere servido, el cual guarde a vuesa merced como puedey estos sus menores discípulos deseamos. De la fuente deArgales, puesto ya el pie en el estribo para caminar aFlandes.-- Carriazo y Avendaño."
Quedó Pedro Alonso suspenso en leyendo laepístola, y acudió presto a su valija, y el hallarlavacía le acabó de confirmar la verdad de la carta; yluego al punto, en la mula que le había quedado, separtió a Burgos a dar las nuevas a sus amos con todapresteza, porque con ella pusiesen remedio y diesen traza dealcanzar a sus hijos; pero destas cosas no dice nada el autor destanovela, porque así como dejó puesto a caballo a Pedro Alonso,volvió a contar de lo que les sucedió aAvendaño y a Carriazo a la entrada de Illescas, diciendo queal entrar de la puerta de la villa encontraron dos mozos de mulas,al parecer andaluces, en calzones de lienzo anchos, jubonesacuchillados de anjeo, sus coletos de ante, dagas de ganchos yespadas sin tiros; al parecer, el uno venía de Sevilla y elotro iba a ella. El que iba estaba diciendo al otro:
--Esta noche no vayas a posar donde sueles, sino en la posadadel Sevillano, porque verás en ella la más hermosafregona que se sabe: Marinilla la de la venta Tejada es asco en sucomparación. Es dura como un mármol y zahareñacomo villana de Sayago, y áspera como una ortiga; pero tieneuna cara de pascua y un rostro de buen año: en una mejillatiene el sol, y en la otra la luna; la una es hecha de rosas y laotra de claveles, y en entrambas hay también azucenas yjazmines. No te digo más sino que la veas, y verásque no te he dicho nada, según lo que te pudiera decir,acerca de su hermosura.
Con esto se despidieron los dos mozos de mulas, cuyaplática y conversación dejó mudos a los dosamigos que escuchado la habían, especialmente aAvendaño, en quien la simple relación que el mozo demulas había hecho de la hermosura de la fregonadespertó en él un intenso deseo de verla.
En repetir las palabras de los mozos y en remedar y contrahacer el modo y los ademanes con que lasdecían entretuvieron el camino hasta Toledo; y luego, siendola guía Carriazo, que ya otra vez había estado enaquella Ciudad, bajando por la Sangre de Cristo, dieron con laposada del
Sevillano; pero no se atrevieron a pedirla allí,porque su traje no lo pedía. Era ya anochecido, y aunqueCarriazo importunaba a Avendaño que fuesen a otra parte abuscar posada, no le pudo quitar de la puerta de la del Sevillano,esperando si acaso parecía la tan celebrada fregona.Entrabase la noche, y la fregona no salía;desesperábase Carriazo, y Avendaño se estaba quedo;el cual, por salir con su intención, con excusa de preguntarpor unos caballeros de Burgos que iban a la ciudad de Sevilla, seentró hasta el patio de la posada; y apenas hubo entrado,cuando de una sala que en el patio estaba vio salir una moza, alparecer de quince años, poco más o menos, vestidacomo labradora, con una vela encendida en un candelero.
No puso Avendaño los ojos en el vestido y traje de lamoza, sino en su rostro, que le parecía ver en él losque suelen pintar de los ángeles; quedó suspenso yatónito de su hermosura, y no acertó a preguntarlenada: tal era su suspensión y embelesamiento. La moza,viendo aquel hombre delante de sí, le dijo:
--¿Qué busca, hermano? ¿Es por venturacriado de alguno de los huéspedes de casa?
--No soy criado de ninguno, sino vuestro--respondióAvendaño, todo lleno deturbación y sobresalto.
No soy criado de ninguno, sino vuestro...
La moza, que de aquel modo se vio responder, dijo:
--Vaya, hermano, norabuena; que las que servimos no hemosmenester criados.
Y llamando a su señor le dijo:
--Mire, señor, lo que busca este mancebo.
Salió su amo y preguntóle qué buscaba. Elrespondió que a unos caballeros de Burgos que iban aSevilla, uno de los cuales era su señor, el cual lehabía enviado delante por Alcalá de Henares, dondehabía de hacer un negocio que les importaba, y que junto conesto le mandó que se viniese a Toledo y de esperase en laposada del Sevillano, donde vendría a apearse, y que pensabaque llegaría aquella noche, o otro día, a mástardar. Tan buen color dió Avendaño a su mentira, quea la cuenta del huésped pasó por verdad, pues ledijo:
--Quédese, amigo, en la posada; que aquípodrá esperar a su señor hasta que venga.
--Muchas mercedes, señor huésped--respondióAvendaño---, y mande vuesa merced que se me dé unaposento para mí y un compañero que viene conmigo,que está allí fuera; que dineros traemos para pagarlotan bien como otro.
--En buen hora--respondió el huésped.
Y volviéndose a la moza, dijo:
--Costancica, di a Argüello que lleve a estos galanesal aposento del rincón, y queles eche sábanas limpias.
--Sí haré, señor--respondióCostanza; que así se llamaba la doncella.
Y haciendo una reverencia a su amo, se les quitó delante. Avendaño salió a dar cuenta a Carriazode lo que había visto y de lo que dejaba negociado; el cualpor mil señales conoció cómo su amigovenía herido de la amorosa pestilencia; pero no le quisodecir nada por entonces, hasta ver si lo merecía la causa dequien nacían las extraordinarias alabanzas y grandeshipérboles con que la belleza de Costanza sobre los mismoscielos levantaba.
Entraron, en fin, en la posada, y la Argüello, que era unamujer de hasta cuarenta y cinco años, superintendente de lascamas y aderezo de los aposentos, los llevó a uno que ni erade caballeros ni de criados, sino de gente que podía hacermedio entre los dos extremos. Pidieron de cenar;respondióles Argüello que en aquella posada no daban decomer a nadie, puesto que guisaban y aderezaban lo que loshuéspedes traían de fuera comprado; pero quebodegones y casas de estado había cerca, donde sinescrúpulo de conciencia podían ir a cenar lo quequisiesen.
Tomaron los dos el consejo de Argüello, y dieroncon sus cuerpos en un bodego.
Lo poco o nada que Avendaño comía admiraba mucho aCarriazo. Por enterarse del todo de los pensamientos de su amigo,al volverse a la posada, le dijo:
--Conviene que mañana madruguemos, porque antes que entrela calor estemos ya en Orgaz.
--No estoy en eso--respondió Avendaño---; porquepienso antes que desta ciudad me parta ver lo que dicen que hayfamoso en ella, como es el Sagrario, el artificio de Juanelo, lasVistillas de San Agustín, la Huerta del Rey y la Vega.
--Norabuena--respondió Carriazo--: eso en dos díasse podrá ver.
--En verdad que lo he de tomar de espacio; que no vamos a Roma aalcanzar alguna vacante.
--¡Ta, ta!--replicó Carriazo---. A mí mematen, amigo, si no estáis vos con más deseo dequedaros en Toledo que de seguir nuestra comenzadaromería.
--Así es la verdad--respondió Avendaño.
En estas pláticas llegaron a la posada, y aún sele pasó en otras semejantes la mitad de la noche.
Durmió el que pudo hasta la mañana, la cualvenida, se levantaron los dos, entrambos con deseo de ver aCostanza. A entrambos se los cumplió Costanza, saliendo dela sala de su amo, tan hermosa, que a los dos les parecióque todas cuantas alabanzas le había dado di mozo de mulaseran cortas y de ningún encarecimiento. Su vestido era unasaya y corpiños de paño verde, con unos ribetes delmismo paño. Los corpiños eran bajos; pero la camisa,alta, plegado el cuello, con un cabezón labrado de sedanegra, puesta una gargantilla de estrellas de azabache sobre unpedazo de una coluna de alabastro: queno era menos blanca su garganta; ceñida con un cordónde San Francisco, y de una cinta pendiente, al lado derecho, ungran manojo de llaves. No traía chinelas, sino zapatos dedos suelas, colorados, con unas calzas que no se leparecían, sino cuanto por un perfil mostraban tambiénser coloradas. Traía tranzados los cabellos con unas cintasblancas de hiladillo; pero tan largo el tranzado, que por lasespaldas le pasaba de la cintura; el color salía decastaño y tocaba en rubio; pero, al parecer, tan limpio, tanigual y tan peinado, que ninguno, aunque fuera de hebras de oro, sele pudiera comparar. Pendíanle de las orejas doscalabacillas de vidrio, que parecían perlas: los mismoscabellos le servían de garbín y de tocas.
Cuando salió de la sala, se persignó ysantiguó, y con mucha devoción y sosiego hizo unaprofunda reverencia a una imagen de Nuestra Señora, que enuna de las paredes del patio estaba colgada; y alzando los ojos,vió a los dos que mirándola estaban, y apenas loshubo visto, cuando se retiró y volvió a entrar en lasala.
Resta ahora por decir qué es lo que le pareció aCarriazo de la hermosura de Costanza; que de lo que lepareció a Avendaño, ya está dicho, cuando lavió la vez primera. No digo más sino que a Carriazole pareció tan bien como a su compañero; peroenamoróle mucho menos; y tan menos, que quisiera noanochecer en la posada, sino partirse luego para sus almadrabas. Acudieron los mozos de loshuéspedes a pedir cebada; salió el huésped decasa a dársela, maldiciendo a sus mozas, que por ellas se lehabía ido un mozo que la solía dar con muy buenacuenta y razón, sin que le hubiese hecho menos, a suparecer, un solo grano. Avendaño, que oyó esto,dijo:
--No se fatigue, señor huésped: déme ellibro de la cuenta; que los días que hubiere de estaraquí, yo la tendré tan buena en dar la cebada y pajaque pidieren, que no eche menos al mozo que dice que se le haido.
--En verdad que os lo agradezca, mancebo--respondió elhuésped---, porque yo no puedo atender a esto; que tengootras muchas cosas a que acudir fuera de casa. Bajad; daros he ellibro, y mirad que estos mozos de mulas son el mismo diablo, yhacen trampantojos un celemín de cebada con menos concienciaque si fuese de paja.
Bajó al patio Avendaño y entregóse en ellibro, y comenzó a despachar celemines como agua, y aasentarlos por tan buena orden, que el huésped, que loestaba mirando, quedó contento; y tanto, que dijo:
--Pluguiese a Dios que vuestro amo no viniese, y que a vos osdiese gana de quedaros en casa; que a fe que otro gallo os cantase.Porque el mozo que se me fué, vino a mi casa, habráocho meses, roto y flaco, y ahora lleva dos pares de vestidos muybuenos, y va gordo como una nutria.
Porque quiero que sepáis, hijo, que en esta casa hay muchosprovechos, amén de los salarios.
--Si yo me quedase--replicó Avendaño---, norepararía mucho en la ganancia; que con cualquiera cosa mecontentaría a trueco de estar en esta ciudad, que me dicenque es la mejor de España.
--A lo menos--respondió el huésped---, es de lasmejores y más abundantes que hay en ella; mas otra cosa nosfalta ahora, que es buscar quien vaya por agua al río; quetambién se me fué otro mozo que con un asno que tengofamoso me tenía rebosando las tinajas, y hecha un lago deagua la casa; y una de las causas porque los mozos de muíasse huelgan de traer sus amos a mi posada es por la abundancia deagua que hallan siempre en ella; porque no llevan su ganado alrío, sino dentro de casa beben las cabalgaduras en grandesbarreños.
Todo esto estaba oyendo Carriazo, el cual, viendo que yaAvendaño estaba acomodado y con oficio en casa, no quisoél quedarse a buenas noches, y más, queconsideró el gran gusto que haría a Avendañosi le seguía al humor; y así, dijo alhuésped:
--Venga el asno, señor huésped; que tambiénsabré yo cinchalle y cargalle como sabe mi compañeroasentar en el libro su mercancía.
--Sí--dijo Avendaño---, mi compañero LopeAsturiano servirá de traer agua como un príncipe, yyo le fío.
Enjaezó Carriazo el asno, y subiendo enél de un brinco, seencaminó al río, dejando a Avendaño muy alegrede haber visto su gallarda resolución.
He aquí tenemos ya (en buena hora se cuente) aAvendaño hecho mozo del mesón, con nombre deTomás Pedro, que así dijo que se llamaba, y aCarriazo, con el de Lope Asturiano, hecho aguador: transformacionesdignas de anteponerse a las del narigudo poeta.
Al día siguiente caminaba nuestro buen LopeAsturiano la vuelta del río, por la cuesta del Carmen,puestos los pensamientos en sus almadrabas y en la súbitamutación de su estado. O ya fuese por esto, o porque lasuerte así lo ordenase, en un paso estrecho, al bajar de lacuesta, encontró con un asno de un aguador, que subíacargado; y como él descendía, y su asno era gallardo,bien dispuesto y poco trabajado, tal encuentro dió alcansado y flaco que subía, que dió con él enel suelo, y por haberse quebrado los cántaros, sederramó también el agua, por cuya desgracia elaguador antiguo, despechado y lleno de cólera,arremetió al aguador moderno, que aún se estabacaballero, y antes que se desenvolviese y apease le habíapegado y asentado una docena de palos tales, que no le supieronbien al Asturiano. Apeóse, en fin; pero con tan malasentrañas, que arremetió a su enemigo, yasiéndole con ambas manos por la garganta, dió conél en el suelo, y tal golpe dió con la cabeza sobreuna piedra, que se la abrió pordos partes, saliendo tanta sangre, que pensó que lehabía muerto.
Otros muchos aguadores que allí venían, comovieron a su compañero tan mal parado, arremetieron a Lope ytuviéronle asido fuertemente, gritando:
--¡Justicia, justicia! ¡Que este aguador ha muerto aun hombre!
Y a vuelta destas razones y gritos, le molían a mojiconesy a palos. Otros acudieron al caído, y vieron quetenía hendida la cabeza y que casi estaba expirando.Subieron las voces de boca en boca por la cuesta arriba, y en laplaza del Carmen dieron en los oídos de un alguacil, elcual, con dos corchetes, con más ligereza que si volara, sepuso en el lugar de la pendencia, a tiempo que ya el herido estabaatravesado sobre su asno, y di de Lope asido, y Lope rodeado demás de veinte aguadores que no le dejaban rodear, antes lebrumaban las costillas de manera, que más se pudiera temerde su vida que de la del herido, según menudeaban sobreél les puños y las varas aquellos vengadores de laajena injuria.
Llegó el alguacil, apartó la gente, entregóa sus corchetes al Asturiano, y antecogiendo a su asno, y al heridosobre el suyo, dió con ellos en la cárcel,acompañado de tanta gente, y de tantos muchachos que leseguían, que apenas podía hender por las calles. Alrumor de la gente, salió Tomás Pedro y su amo a lapuerta de casa, a ver de qué procedía tanta grita, y descubrieron a Lope entre los doscorchetes, lleno de sangre el rostro y la boca; miró luegopor su asno el huésped, y vióle en poder de otrocorchete que ya se les había juntado; preguntó lacausa de aquellas prisiones; fuéle respondida la verdad delsuceso; pesóle por su asno, temiendo que le había de perder, o, a lo menos, hacer más costas porcobrarle que él valía. Tomás Pedrosiguió a su compañero, sin que le dejasen llegar ahablarle una palabra; tanta era la gente que lo impedía y elrecato de los corchetes y del alguacil que le llevaba. Finalmente,no le dejó hasta verle poner en la cárcel, y en uncalabozo, con dos pares de grillos, y al herido en laenfermería, donde se halló a verle curar, yvió que la herida era peligrosa, y mucho, y lo mismo dijo elcirujano. El alguacil se llevó a su casa los dos asnos, ymás cinco reales de a ocho que los corchetes habíanquitado a Lope.
Volvióse a la posada lleno de confusión y detristeza; halló al que ya tenía por amo con no menospesadumbre que él traía, a quien dijo de la maneraque quedaba su compañero, y del peligro de muerte en queestaba el herido, y del suceso de su asno. Díjolemás: que a su desgracia se le había añadidootra de no menor fastidio, y era, que un grande amigo de suseñor le había encontrado en el camino y lehabía dicho que su señor, por ir muy de priesa yahorrar dos leguas de camino, desde Madrid había pasado porla barca de Azeca, y que aquella nochedormía en Orgaz, y que le había dado doce escudos quele diese, con orden de que se fuese a Sevilla, donde leesperaba.
--Pero no puede ser así--añadióTomás---, pues no será razón que yo deje a miamigo y camarada en la cárcel y en tanto peligro: mi amo mepodrá perdonar por ahora; cuanto más que él estan bueno y honrado, que dará por bien cualquier falta quele hiciere, a trueco que no la haga a mi camarada. Vuesa merced,señor amo, me la haga de tomar este dinero y acudir a estenegocio; y en tanto que esto se gasta, yo escribiré a miseñor lo que pasa, y sé que me enviará dinerosque basten a sacarnos de cualquier peligro.
Abrió los ojos de un palmo el huésped, alegre dever que en parte iba saneando la pérdida de su asno.Tomó el dinero, y consoló a Tomás,diciéndole que él tenía personas en Toledo detal calidad, que valían mucho con la justicia, especialmenteuna señora monja, parienta del Corregidor, que le mandabacon el pie, y que una lavandera del monasterio de la tal monjatenía una hija que era grandísima amiga de unahermana de un fraile muy familiar y conocido del confesor de ladicha monja; la cual lavandera lavaba la ropa en casa...
--Y como ésta pida a su hija, que sípedirá, hable a la hermana del fraile, que hable a suhermano, que hable al confesor, y el confesor a la monja, y lamonja guste de dar un billete (que será cosa fácil)para el Corregidor, donde le pidaencarecidamente mire por el negocio de Tomás, sin dudaalguna se podrá esperar buen suceso. Y esto ha de ser contal que el aguador no muera, y con que no falte ungüento parauntar a todos los ministros de la justicia; porque si noestán untados, gruñen más que carretas debueyes.
En gracia le cayó a Tomás los ofrecimientos delfavor que su amo le había hecho, y los infinitos y revueltosarcaduces por donde le había derivado; y aunqueconoció que antes lo había dicho de socarrónque de inocente, con todo eso, le agradeció su buenánimo y le entregó di dinero, con promesa que nofaltaría mucho más, según éltenía la confianza en su señor, como ya lehabía dicho. En resolución, dentro de quincedías estuvo fuera de peligro el herido, y a los veintedeclaró el cirujano que estaba del todo sano, y ya en estetiempo había dado traza Tomás como