Prólogo
Desde la sombra emergió una figura alta. La sudadera ensanchada que llevaba puesta le llegaba casi hasta las rodillas. Su cara se escondía por completo dentro de una capucha morada.
El chaval que apenas tenía diecisiete años titubeó. Le estuvo esperando más de media hora. No obstante, ahora al verlo, una inquietud repentina se apoderó de él. Dio un paso atrás.
-¡Acércate más!- dijo la figura. Aunque tenía la voz baja, sonaba severa y daba escalofrío. – No me gusta tanta luz.
El chaval dudó otra vez.
-Oye, muchacho, ¿tienes interés o no? Tengo más clientes. Así que, decídete. Pero que sea rápido.
El chico se quedó un rato inmóvil. Luego se aproximó. -¿Cuánto quieres por cinco gramos?- susurró tímidamente.
-Veinte pavos-respondió el otro y esperó.
El chaval asintió con la cabeza. Después sacó nerviosamente un billete arrugado y se lo pasó. El tipo lo cogió con una mano pálida y le dio una bolsa pequeña. El chico se la metió torpemente en el bolsillo y se volteó.
-¡Que disfrutes del vuelo!- dijo la figura. El tono de su voz indicaba un atisbo de sarcasmo y quizás de malevolencia. Después desapareció en la oscuridad.
¿Del vuelo? pasó, por un momento, por la cabeza del chaval, pero después inició el camino y se dirigió al parque. La sensación rara que había sentido con la presencia del otro empezaba a desvanecerse.
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Con cuido sacó de la sudadera un artilugio en forma de rombo. Lo encendió y tecleó un mensaje corto:
Rauyt haof truch. (Tenemos otro)
Luego apretó un mini botón que ponía un símbolo jeroglífico (enviar). 
El artilugio pitó dos veces acompañado de un parpadeo verde de un diodo di-polarizado.
Una cara prolongada se asomó por la capucha morada y la boca fina esbozó una mueca fea.
-Truch kyut, gau – dijo. Después escupió pesadamente y giró a un callejón estrecho.