OJOS QUE NO VEN...
PSIQUIATRÍA Y HOMOFOBIA
Jacobo Schifter
Editorial ILPES
San José, Costa Rica
ÍNDICE
INTRODUCCIÓN: CIENCIA Y PATRIARCADO
La homofobia y los capítulos de este libro |
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Los argumentos de la Iglesia de la Cristiandad |
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Evaluación de la teoría freudiana |
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Ovesey |
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Conclusiones |
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INVESTIGACIONES REALIZADAS |
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Conclusión |
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CAPÍTULO 6. IDENTIFICANDO AL OPRESOR QUE LLEVAMOS ADENTRO |
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Conclusiones |
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INTRODUCCIÓN:
CIENCIA Y PATRIARCADO
Imaginémonos qué pasaría si el Occidente sintiera el mismo grado de odio hacia la gente zurda que tiene hacia los homosexuales y las lesbianas. De la misma forma que pasa con los gays, nuestra sociedad tiene una persona zurda por cada diez habitantes. En esta sociedad imaginaria, ser zurdo sería visto como ilegal (La Biblia le da preferencia a la mano diestra y en el Medievo la zurdera se asociaba con la hechicería). Solo el hecho de mirar a alguien usar la mano izquierda produciría asco, ya que ésta es la que se usa para limpiar el trasero. Para evitar que la gente use la mano izquierda y ensucie a los demás, se ha prohibido la práctica. A la persona que se le mire usándola podrá ser despedida de su trabajo, echada del hogar, separada de sus hijos y metida a la cárcel.
La ley no ha podido por sí sola erradicar este crimen. De ahí que se haya hecho necesario establecer una serie de normas sociales para disuadir la práctica. Para desincentivarla, se enseña una serie de palabras abusivas contra los zurdos: pervertidos, cochinos, sucios, enfermos, asquerosos y otras. Aún antes de que los niños aprendan su significado, sus maestros buscan señales de zurdera en las clases. Se estudia con mucho cuidado los movimientos extraños con la mano zurda y los niños y niñas que muestren señales de usarla. Cuando a alguno se le ocurre escribir su nombre con la izquierda, tanto los maestros como los compañeros se burlan y se mofan de él o de ella.
Los varones son especialmente crueles con los zurdos. En algunas ocasiones, los esperan fuera de la escuela y los agarran a golpes para que dejen su maña. Esto es combatido a veces por los psicológos, quienes dicen que un 40% de los niños alguna vez han usado su mano izquierda para escribir y que no necesariamente todos terminarán siendo zurdos. Otros psiquiatras han especulado que todos los niños son ambidiestros poliformos, o sea que tienen tantas ganas de escribir con la mano derecha como con la izquierda.
Los líderes judeocristianos no creen en la tolerancia. Ellos han interpretado la Biblia como antizurda al leer que Caín era uno de ellos y que por celos mataría a su hermano Abel, quien no lo era. En el Antiguo Testamento, nos dicen los sacerdotes, ministros y rabinos, la palabra de Dios claramente indica que “es una abominación ante Jehová escribir con la mano izquierda si se puede hacer con la derecha”. Tanto enojó a Dios la práctica que mandó a destruir a Sodoma y a Gomorra por la cantidad de zurdos que había. Muchos de ellos habían llegado a tal vileza y corrupción que habían intentado hacer que los ángeles firmaran con la mano izquierda.
A pesar de la condena judeocristiana a la práctica, la prensa nos recuerda que aún dentro de ésta se cuecen habas. Varios sacerdotes han sido encontrados en moteles con jóvenes, enseñándoles a firmar con la mano izquierda. Algunos rumoran que hasta un 30% de los sacerdotes católicos son zurdos. Lo mismo sucede con ministros y rabinos. En Jerusalén, se ha encontrado un sauna en pleno barrio sagrado donde se escribe con la mano izquierda.
Con el desarrollo de la medicina y la psiquiatría, mucho hemos aprendido sobre los zurdos. Algunos psiquiatras consideran que este mal es resultado del miedo de “manostración”, o sea el temor que siente un niño a que su padre lo castigue y le corte su mano derecha. Este miedo lo lleva a usar la mano equivocada. Otros creen que el mal es fisiológico. En estudios recientes de cerebros de zurdos se ha encontrado que éstos tienen el hipotálamo del tamaño del sexo contrario y de ahí su zurdera. Algunos psiquiatras atribuyen la zurdera al alcoholismo, a la prostitución y al abuso infantil.
La psiquiatría, a diferencia de la religión, la que condena los zurdos al infierno, ofrece una serie de tratamientos para curarla. Estas intervenciones van desde la terapia intensiva para hacer que los zurdos pierdan el temor a la mano diestra, el suministro de descargas eléctricas cuando se sienten ganas de usar la izquierda, hasta la lobotomía, que es cortar parte del cerebro en donde se cree que se determina la zurdera. Ninguna de éstas ha probado ser del todo exitosa pero conforme más se conozca de esta enfermedad, más posibilidades habrá de curarla. Y curarla es necesario, ya que los estudios de los psiquiatras en sus clientes han demostrado cuán infelices son y cuán neuróticos por causa de la zurdera. “Nunca he conocido un zurdo feliz”, nos dice uno de los grandes psiquiatras freudianos.
A pesar del disgusto social ante este crimen “tan abominable que su nombre no se puede siquiera mencionar”, algunos zurdos han empezado a organizarse para combatir la discriminación. Estos se han atrevido a sugerir que la zurdera no es una enfermedad y que el problema principal es la zurdofobia; el odio irracional hacia la gente zurda. Además, consideran que los estudios sobre su patología se han basado en muestras nada representativas de su comunidad. Muchos héroes de la Biblia, como el mismo Pablo, eran zurdos -nos dicen estos rebeldes- y también famosos pintores como Leonardo Da Vinci o escritores como Shakespeare y Proust. Los zurdos más radicales consideran que la zurdera es una construcción: antes de que la gente optara por perseguirlos ningún zurdo se consideraba como miembro de una minoría.
Algunos zurdos y sus aliados cuestionan el papel de la religión y de la ciencia con respecto al tratamiento de la zurdera. Consideran que la creación de una identidad con base en la mano con que se escribe es reciente y que antes del siglo XIX no existía. Aunque siempre han habido zurdos -opinan ellos- no se concebía esta práctica como algo que perteneciera a una personalidad distinta y mucho menos a una comunidad diferente a la diestra. No sería hasta que la religión y la ciencia se propusieron señalar y perseguir a los zurdos que éstos adquirirían conciencia de pertenecer a un grupo diferente de la población.
Esta alegoría pudo haber sido cierta. Los zurdos eran temidos durante los tiempos bíblicos y medievales y se les asociaba con rituales paganos. Sin embargo, la discriminación contra la zurdera disminuyó hasta que la sociedad occidental se olvidó de ella y de ahí que no surgiría una minoría con conciencia de clase: ni siquiera existen organizaciones especiales para zurdos en nuestro medio. Pero con la práctica homosexual la historia sería diferente. Las condenas y los temores variaron en el tiempo pero no desaparecieron.
¿Por qué esta diferencia? Aunque la homosexualidad era común en los tiempos griegos, el judeocristianismo la asoció -inicialmente- con las prácticas paganas y las incorporó así en los textos sagrados. Sin embargo, durante el primer milenio cristiano existió bastante tolerancia en Occidente. No sería hasta la consolidación de la Iglesia Católica como un poder centralizado, en el siglo XIV, que las minorías, incluyendo judíos, herejes y sodomitas, serían perseguidas. Con el advenimiento de la modernidad y de la necesidad de mano de obra y expansión, la hostilidad en contra del sexo no procreativo aumentaría. En el siglo XIX, la psiquiatría convertiría la práctica en una patología.
Una de las razones del por qué la homosexualidad ha sido tan perseguida y patologizada está en su relación -ausente en los zurdos- con un sistema patriarcal que tiene como objetivo establecer diferencias sociales con base en el sexo de los individuos (otra distinción que pudo haber tomado el camino de los zurdos).
El patriarcado
El sistema patriarcal es tan imponente y está tan arraigado en la cultura occidental que, para muchos, pasa inadvertido. El patriarcado es un modelo de dominación del hombre sobre la mujer; un sistema de explotación que se basa en el género. Se sustenta en el control, por parte de los hombres, de los aspectos más importantes de la economía, la cultura, la ideología y los aparatos represivos de la sociedad.
El patriarcado trabaja de manera eficaz. Su ideología parece tan lógica, tan racional y tan coherente que a pocos se les ocurre cuestionarla. Desde la infancia se le inculca a cada sexo patrones muy distintos de comportamiento. La ideología patriarcal sostiene la tesis de que el hombre y la mujer son dos realidades psicológicas diferentes: uno es fuerte y el otro débil; uno es agresivo y el otro pasivo; uno es lógico y el otro irracional. Como la reproducción depende del coito entre ambos sexos, lo "natural" -reza la ideología patriarcal- es la unión matrimonial y la formación de la familia nuclear. El hombre y la mujer, así, podrán criar y educar a su prole, de suerte que todo aquello que se aparte del sexo heterosexual y de la penetración vaginal de la mujer es calificado como una manera antinatural de relacionarse.
La ciencia, la religión, los medios de comunicación, la escuela y el Estado se integran en la defensa del mito de los roles y nos aseguran que, a pesar de una que otra falla, los sexos son diferentes pero iguales. Después de todo, la "evidencia" que nos proporcionan los científicos acerca del patriarcado señala que existe en el Reino Animal una similar especialización en las tareas y oficios. Esta polarización, sin embargo, es reciente. Antes del siglo XIX, Lacqueur señaló que imperaba la tesis de que no existían dos sexos sino uno, ya que la mujer era vista como un hombre inferior, con órganos masculinos atrofiados.[1]
Dentro de esta bucólica armonía, el patriarcado, lógicamente, no da cabida al homosexualismo u otras formas sexuales no reproductoras. Todas estas, que incluyen la masturbación, la sodomía, el voyeurismo y muchas otras formas de placer, se califican pecaminosas, morbosas o criminales. Ningún ciudadano respetable puede practicarlas y el patriarcado -cuando tiene conciencia de que es imposible suprimirlas todas- las tolera, siempre y cuando se mantengan invisibles, lejos del escrutinio público.
El patriarcado impone, a la vez, severos castigos para los transgresores. Aquellos que demuestren conductas asociadas con el grupo opuesto son atacados, atropellados, burlados, perseguidos y eliminados. Los individuos que podrían servir de lazos de unión y de comunicación entre las subculturas masculinas y femeninas son desechados. No hay alguien más perseguido que los disconformes del género, de los roles y de la conducta u orientación sexual asociada con éstos. Por eso los hombres "afeminados", las mujeres "masculinas" y los homosexuales son considerados, en diferente grado, enemigos del sistema.
La heterosexualidad compulsiva
Uno de los grandes mitos del patriarcado es hacer creer que la mayoría de la gente, si tuviera cómo escoger, sería heterosexual. En una sociedad donde los individuos pudiesen escapar de la represión sexual, la realidad posiblemente se acercaría al abanico y la fluidez de la sexualidad que encontró el reporte Kinsey y que se analizará más adelante.