Reinaldo Vera González-Quevedo, el sexto en Cuba en lograr el máximo título de la Federación Internacional de Ajedrez(FIDE), nació el 7 de enero de 1961 y es natural de Unión de Reyes, provincia de Matanzas.
A los 9 años aprendió los movimientos de las piezas junto a Jorge Dopaso, un muchacho de 10 años que vivía al lado de su casa, puerta con puerta.
―Allí fue donde por primera vez vi un juego de ajedrez que aún conservo, porque después de tanto tiempo hace poco me lo regaló, cuando cumplí años.‖
―Me imagino que también haya jugado con el hermano de Dopaso, mayor que él, y algún otro niño del barrio. Pero recuerdo que en breve comencé a jugar en diferentes casas del pueblo, y a nivel de escuela obtuve resultados destacados. Entonces ya me interesé por enfrentarme contra jugadores de mayor categoría.‖
En aquellos tiempos el norteamericano Robert Fischer asombraba al mundo con su espectacular maestría, no exenta de excentricismo.
El ajedrez se popularizó y nuestro país no quedó atrás.
Había una verdadera fiebre ajedrecística, cuenta el unionense.
―Precisamente, en el ´72 se dispara el ajedrez.¡Fue tremendo! Se jugaba en todos los lugares. Yo soy un producto de esa época.‖
El ambiente propició la apertura de una pequeña Sala en el pueblo para la práctica de la disciplina, dirigida por reconocidos trebejistas de la localidad: Santiago García, Miguel Ángel Álvarez, Jorge Sardiñas y Julián Pérez, este último ―en aquella época era el mejor de Unión de Reyes, muy bueno. Era un jugador fuerte a nivel provincial.‖
Contagiado por la fiebre del momento, en cuanto tenía un chance Vera se daba sus brinquitos al estrenado local. Solo jugaba con los niños y miraba las partidas de los jóvenes y adultos, porque ―tenían un nivel bastante alto comparado conmigo.‖
Estuvo meses observando cómo ellos se batían tablero por medio. Y cual reciprocidad, le empiezan a prestar unos libros y el pequeño se sumerge en sus estudios. Decide desentrañar los secretos del aparente noble juego; entonces es que aprende a reproducir partidas y...
―Uno de esos días que yo seguía los encuentros entre los mayores, se me acerca uno de ellos que jugaba bien, pero que no alcanzaba el nivel de los más fuertes. Él miraba igual que yo. Me reta y le gano la primera, la segunda y la tercera. El tipo se quedó impresionado.‖
El niño ya se sintió para aspirar a más, dirimir con los mejores de allí. Comienza con Santiago, quien ―me apabullaba. Me ganaba 4 ó 5 partidas seguidas y no le hacía ni una tabla. Jugábamos sin reloj, pensábamos a discreción.
―Pero llegó el momento en que ya le ganaba alguna.
Recuerdo que cuando obtuve mi primera victoria, emocionado se lo dije a mi abuelo. A él no le interesaba mucho el ajedrez, pero estaba al tanto de lo que acontecía allí.
Entonces me dice: ―Ah, te dejó ganar seguro...‖
―Realmente creo que no fue así, sino que a partir de que comienzo a jugar contra él fui adquiriendo cierto nivel, cercano al suyo. Ya yo estaba parejo con él. Con Julián no, él no perdía conmigo.‖