Un viaje de novios
Por
Emilia Pardo Bazán
Pueyo
Madrid
1919
Prefacio-I-,-II-,-III-,-IV-,-V-,-VI-,-VII-,-VIII-,-IX-,-X-,-XI-,-XII-,-XIII-,-XIV-
Prefacio
En Septiembre del pasado año 1880, me ordenó la ciencia médica beber lasaguas de Vichy en sus mismos manantiales, y habiendo de atravesar, paratal objeto, toda España y toda Francia, pensé escribir en un cuadernolos sucesos de mi viaje, con ánimo de publicarlo después. Mas acudió alpunto a mi mente el mucho tedio y enfado que suelen causarme lashíbridas obrillas viatorias, las «Impresiones» y «Diarios» donde elautor nos refiere sus éxtasis ante alguna catedral o punto de vista, y arenglón seguido cuenta si acá dio una peseta de propina al mozo, y siacullá cenó ensalada, con otros datos no menos dignos de pasar a lahistoria y grabarse en mármoles y bronces. Movida de esta consideración,resolvime a novelar en vez de referir, haciendo que los países por mírecorridos fuesen escenario del drama.
Bastaría con lo dicho para prólogo y antecedentes de mi novela, que másno exige ni merece; pero ya que tengo la pluma en la mano, me entracomezón de tocar algunos puntos, si no indispensables, tampocoimpertinentes aquí. A quien parezcan enojosos, queda el fácil arbitriode saltarlos y pasar sin demora al primer capítulo de UN VIAJE DENOVIOS, y plegue a Dios no se el antoje después peor que la enfermedadel remedio.
Tiene cada época sus luchas literarias, que a veces son batallas en todala línea—como la empeñada entre clasicismo y romanticismo—y otras seconcretan a un terreno parcial. O mucho me equivoco o este terreno eshoy la novela y el drama, y en el extranjero, la novela sobre todo.Reina en la poesía lírica, por ejemplo, libertad tal, que raya enanarquía, sin que nadie de ello se espante, mientras la escuela denoveladores franceses que enarbolan la bandera realista o naturalista,es asunto de encarnizada discusión y suscita tan agrias censuras comoacaloradas defensas. Sus productos recorren el globo, mal traducidos,peor arreglados, pero con segura venta y número de edicionesincalculable. Es de buen gusto horrorizarse de tales engendros, ycertísimo que el que más se horroriza no será por ventura el que menoslos lea. Para el experto en cuestiones de letras, todo ello indica algooriginal y característico, fase nueva de un género literario, un signode vitalidad, y por tal concepto, más reclama detenido examen quesempiterno desprecio o ciego encomio.
De la pugna surgió ya algún principio fecundo, y tengo por importanteentre todos el concepto de que la novela ha dejado de ser meroentretenimiento, modo de engañar gratamente unas cuantas horas,ascendiendo a estudio social, psicológico, histórico, pero al caboestudio. Dedúcese de aquí una consecuencia que a muchos sorprenderá: asaber, que no son menos necesarias al novelista que las galas de lafantasía, la observación y el análisis. Porque en efecto, si reducimosla novela a fruto de lozana inventiva, pararemos en proponer como idealdel género las Sergas de Esplandián o las Mil y una noches. En eldía—no es lícito dudarlo—la novela es traslado de la vida, y lo únicoque el autor pone en ella, es su modo peculiar de ver las cosas reales:bien como dos personas, refiriendo un mismo suceso cierto, lo hacen condistintas palabras y estilo. Merced a este reconocimiento de los fuerosde la verdad, el realismo puede entrar, alta la frente, en el campo dela literatura.
Puesto lo cual, cumple añadir que el discutido género francés novísimome parece una dirección realista, pero errada y torcida en bastantesrespectos. Hay realismos de realismos, y pienso que a ese le falta o másbien le sobra algo para alardear de género de buena ley y durableinflujo en las letras. El gusto malsano del público ha pervertido a losescritores con oro y aplauso, y ellos toman por acierto suyo lo que noes sino bellaquería e indelicadeza de los lectores. No son las novelasnaturalistas que mayor boga y venta alcanzaron, las más perfectas yreales; sino las que describen costumbres más licenciosas, cuadros máslibres y cargados de color. ¿Qué mucho que los autores repitan la dosis?Y es que antes se llega a la celebridad con escándalo y talento, que contalento solo; y aun suple a veces al talento el escándalo. Zola mismo lodice: el número de ediciones de un libro no arguye mérito, sino éxito.
No censuro yo la observación paciente, minuciosa, exacta, que distinguea la moderna escuela francesa: desapruebo como yerros artísticos, laelección sistemática preferente de asuntos repugnantes o desvergonzados,la prolijidad nimia, y a veces cansada, de las descripciones, y, más quetodo, un defecto en que no sé si repararon los críticos: la perennesolemnidad y tristeza, el ceño siempre torvo, la carencia de notasfestivas y de gracia y soltura en el estilo y en la idea.
Para mí esZola el más hipocondriaco de los escritores habidos y por haber; unHeráclito que no gasta pañuelo, un Jeremías que así lamenta la pérdidade la nación por el golpe de Estado, como la ruina de un almacén deultramarinos. Y siendo la novela, por excelencia, trasunto de la vidahumana, conviene que en ella turnen, como en nuestro existir, lágrimas yrisas, el fondo de la eterna tragicomedia del mundo.
Estos realistas flamantes se dejaron entre bastidores el puñal y elveneno de la escuela romántica, pero, en cambio, sacan a la escena unacara de viernes mil veces más indigesta.
¡Oh, y cuán sano, verdadero y hermoso es nuestro realismo nacional,tradición gloriosísima del arte hispano! ¡Nuestro realismo, el que ríe yllora en la Celestina y el Quijote, en los cuadros de Velázquez yGoya, en la vena cómico-dramática de Tirso y Ramón de la Cruz!
¡Realismoindirecto, inconsciente, y por eso mismo acabado y lleno de inspiración;no desdeñoso del idealismo, y gracias a ello, legítima y profundamentehumano, ya que, como el hombre, reúne en sí materia y espíritu, tierra ycielo! Si considero que aun hoy, en nuestra decadencia, cuando laliteratura apenas produce a los que la cultivan un mendrugo de amargopan, cuando apenas hay público que lea ni aplauda, todavía nos adornannovelistas tales, que ni en estilo, ni en inventiva, ni acaso enperspicacia observadora van en zaga a sus compañeros de Francia eInglaterra (países donde el escribir buenas novelas es profesión, a másde honrosa, lucrativa), enorgullézcome de las ricas facultades denuestra raza, al par que me aflige el mezquino premio que logran losingenios de España, y me abochorna la preferencia vergonzosa que tal vezconcede la multitud a rapsodias y versiones pésimas de Zola, habiendo enEspaña Galdós, Peredas, Alarcones y otros más que omito por no alargarla nomenclatura.
Si a algún crítico ocurriese calificar de realista esta mi novela, comofue calificada su hermana mayor Pascual López, pídole por caridad queno me afilie al realismo transpirenaico, sino al nuestro, único que mecontenta y en el cual quiero vivir y morir, no por mis méritos, si pormi voluntad firme. Tanto es mi respeto y amor hacia nuestros modelosnacionales, que acaso por mejor imitarlos y empaparme en ellos, di a Pascual López el sabor arcaico, ensalzado hasta las nubes por labenevolencia de unos, por otros censurado; pero, en mi humilde parecer,no del todo fuera de lugar en una obra que intenta—en cuanto es posibleen nuestros días, y en cuanto lo consiente mi escaso ingenio—recordarel sazonadísimo y nunca bien ponderado género picaresco. No tendríadisculpa si emplease el mismo estilo en UN VIAJE DE NOVIOS, de índolemás semejante a la de la moderna novela llamada de costumbres.
Aun pudiera curarme en salud, vindicándome anticipadamente de otro cargoque tal vez me dirija algún malhumorado censor. Hay quien cree que lanovela debe probar, demostrar o corregir algo, presentando al finalcastigado el vicio y galardonada la virtud, ni más ni menos que en loscuentecicos para uso de la infancia. Exigencia es esta a que no estánsujetos pintores, arquitectos ni escultores: que yo sepa, nadie pusotacha a Velázquez porque de sus Hilanderas o sus Niños bobos noresulte lección edificante alguna. Sólo al mísero escritor entreganférula y palmeta a fin de que vapulee a la sociedad, pero con taldisimulo, que ésta haya de tomar los disciplinazos por caricias, yenmendarse a puros entretenidos azotes. Yo de mí sé decir que en arte meenamora la enseñanza indirecta que emana de la hermosura, pero aborrezcolas píldoras de moral rebozadas en una capa de oro literario. Entre elimpudor frío y afectado de los escritores naturalistas y las homilíassentimentales de los autores que toman un púlpito en cada dedo y se vanpor esos trigos predicando, no escojo; me quedo sin ninguno. Podrá estemi criterio parecer a unos laxo, a otros en demasía estrecho: a mí mebasta saber que, prácticamente, lo profesaron Cervantes, Goethe, WalterScott, Dickens, los príncipes todos de la romancería.
Y perdóname, lector benigno, que a tan ilustres personajes haya traídode los cabellos con ocasión de mis insignificantes escritos. Por venturasuele la vista de una charca recordar el Océano; mas la charca, charcase queda. Harto se lo sabe ella, y bien le pesa de su pequeñez; pero nola hizo Dios más grande, por lo cual echará mano de la resignación que ati te desea, si has de recorrer estas páginas.
EMILIA PARDO BAZÁN
Un viaje de novios
-I-
Que la boda no era de gentes del gran mundo, conocíase a tiro deballesta, a la primer ojeada.
No hay duda que los desposados podíanalternar con la más selecta sociedad, al menos por su aspecto exterior;pero la mayoría del acompañamiento, el coro, pertenecía a la clasemedia, en el límite en que casi se funde con la masa popular. Habíagrupos curiosos y dignos de examen, ofreciendo el andén de la estaciónde León golpe de vista muy interesante para un pintor de género ycostumbres.
Ni más ni menos que en los países de abanico cuyas mitológicas pinturasrepresentan nupcias, se notaba allí que el séquito de la novia locomponían hembras, y sólo individuos del sexo fuerte formaban el delnovio. Advertíase asimismo gran diferencia entre la condición social deuno y otro cortejo. La escolta de la novia, mucho más numerosa, parecíapoblado hormiguero: viejas y mozas llevaban el sacramental traje denegra lana, que viene a ser como uniforme de ceremonia para la mujer declase inferior, no exenta, sin embargo, de ribetes señoriles: que elpueblo conserva aun el privilegio de vestirse de alegres colores en lascircunstancias regocijadas y festivas. Entre aquellas hormigas humanashabíalas de pocos años y buen palmito, risueñas unas y alborotadas conla boda, otras quejumbrosicas y encendidos los ojos de llorar, con ladespedida.
Media docena de maduras dueñas las autorizaban, sacando deentre el velo del manto la nariz, y girando a todas partes sus pupilasllenas de experiencia y malicia. Todo el racimo de amigas se apiñaba entorno de la nueva esposa, manifestando la pueril y ávida curiosidad quedespierta en las multitudes el espectáculo de las situaciones supremasde la existencia. Se estaban comiendo a miradas a la que mil vecesvieran, a la que ya de memoria sabían: a la novia, que con el traje decamino se les figuraba otra mujer, diversísima de la conocida hastaentonces. Contaría la heroína de la fiesta unos diez y ocho años:aparentaba menos, atendiendo al mohín infantil de su boca y al redondocontorno de sus mejillas, y más, consideradas las ya florecientes curvasde su talle, y la plenitud de robustez y vida de toda su persona. Nadade hombros altos y estrechos, nada de inverosímiles caderas como las quese ven en los grabados de figurines, que traen a la memoria la muñecarellena de serrín y paja; sino una mujer conforme, no al tipoconvencional de la moda de una época, pero al tipo eterno de la formafemenina, tal cual la quisieron natura y arte.
Acaso esta superioridadfísica perjudicaba un tanto al efecto del caprichoso atavío de viaje dela niña: tal vez se requería un cuerpo más plano, líneas más duras enlos brazos y cuello, para llevar con el conveniente desenfado el trajesemimasculino, de paño marrón, y la toca de paja burda, en cuyo casco seposaba, abiertas las alas, sobre un nido de plumas, tornasolado colibrí.Notábase bien que eran nuevas para la novia tales extrañezas de ropaje,y que la ceñida y plegada falda, el casaquín que modelaba exactamente subusto le estorbaban, como suele estorbar a las doncellas en el primerbaile la desnudez del escote: que hay en toda moda peregrina algo deimpúdico para la mujer de modestas costumbres. Además, el molde eraestrecho para encerrar la bella estatua, que amenazaba romperlo a cadainstante, no precisamente con el volumen, sino más bien con la libertady soltura de sus juveniles movimientos. No se desmentía en tan lucidoejemplar la raza del recio y fornido anciano, del padre que allí seestaba derecho, sin apartar de su hija los ojos. El viejo, alto, recto yfirme, como un poste del telégrafo, y un jesuita bajo y de edad mediana,eran los únicos varones que descollaban entre el consabido hormiguerofemenil.
Al novio le rodeaban hasta media docena de amigos: y si el séquito de lanovia era el eslabón que une a clase media y pueblo, el del novio tocabaen esa frontera, en España tan indeterminada como vasta, que enlaza a lamesocracia con la gente de alto copete. Cierta gravedad oficial, la tezmarchita y como ahumada por los reverberos, no sé qué inexplicable matizde satisfacción optimista, la edad tirando a madura, signos eran quedenotaban hombres llegados a la meta de las humanas aspiraciones en lospaíses decadentes: el ingreso en las oficinas del Estado. Uno de ellosllevaba la voz, y los demás le manifestaban singular deferencia en susademanes. Animaba aquel grupo una jovialidad retozona, contenida por elempaque burocrático: hervía también allí la curiosidad, menos ingenua ydescarada, pero más aguda y epigramática que en el hormiguero de lasamigas. Había discretos cuchicheos, familiaridades de café indicadas porun movimiento o un codazo, risas instantáneamente reprimidas, aires deinteligencia, puntas de puros arrojadas al suelo con marcialidad, brazosque se unían como en confidencia tácita. La mancha clara del sobretodogris del novio se destacaba entre las negras levitas, y su estaturaaventajada dominaba también las de los circunstantes. Medio siglo menosun lustro, victoriosamente combatido por un sastre, y mucho aliño ycuidado de tocador; las espaldas queriendo arquearse un tanto sinpermiso de su dueño; un rostro de palidez trasnochadora, sobre el cualse recortaban, con la crudeza de rayas de tinta, las guías del engomadobigote; cabellos cuya raridad se advertía aún bajo el ala tersa delhongo de fieltro ceniza; marchita y abolsada y floja la piel de lasojeras; terroso el párpado y plúmbea la pupila, pero aún gallarda laapostura y esmeradamente conservados los imponentes restos de lo queantaño fue un buen mozo, esto se veía en el desposado. Quizás ayudaba elmismo primor del traje a patentizar la madurez de los años: el luengosobretodo ceñía demasiado el talle, no muy esbelto ya; el fieltro,ladeado gentilmente, pedía a gritos las mejillas y sienes de un mancebo.Pero así y todo, entre aquella colección de vulgares figuras deprovincia, tenía la del novio no sé qué tufillo cortesano, ciertodesenfado de hombre hecho a la vida ancha y fácil de los grandescentros, y la soltura de quien no conoce escrúpulos, ni se para enbarras cuando el propio interés está en juego. Hasta se distinguía delgrupo de sus amigos, por la reserva de buen género con que acogía lasinsinuaciones y bromas sotto voce, tan adecuadas al caráctermesocrático de la boda.
Anunciaba ya la máquina con algún silbido la próxima marcha; acelerábaseen el andén el movimiento que la precede, y temblaba el suelo bajo lapesadumbre de los rodantes camiones, cargados de bultos de equipaje.Oyose por fin el grito sacramental de los empleados. Hasta entonces lasgentes de la despedida habían conversado en voz queda,confidencialmente, por parejas: el cercano desenlace parecióreanimarlas, desencantarlas, mudando la escena en un segundo. Corrió lanovia a su padre, abiertos los brazos, y el viejo y la niña seconfundieron en un abrazo largo, verdadero, popular, abrazo en quecrujían los huesos y el aliento se acortaba. Salían de las bocas, casiunidas, entrecruzadas y rápidas frases.
—Que escribas... cuidado me llamo... todos los días, ¿eh? No bebas aguafría cuando estés sudando.... Tu marido lleva dinero... pedid más si seacaba.
—No se aflija usted, señor.... Yo haré por volver pronto.... Cuídeseusted mucho, por Dios...
atienda usted al asma.... Vaya usted de tiempoen tiempo a ver al señor de Rada.... Si tiene usted algo, un telegramavolando.... ¿Palabra de honor?
Después vinieron los apretones, los besucones, los pucheros delacompañamiento femenino, y el último encargo, y el último deseo....
—Dios os haga dichosos... como patriarcas....
—San Rafael te acompañe, hija.
—¡Quién como tú, chica!, ¡a Francia en un vuelo!
—No te olvides de mi abrigo.... ¿Van en el mundo las medias?¿Confundirás los hilos?
—Mira que las tiras bordadas no sean de ojales, que de esas ya las haypor acá.
—Abre bien esos ojazos, míralo todito, ¡y después nos contarás cadacosa!...
—Padre Urtazu—dijo la desposada llegándose al que su negra fajadeclaraba por jesuita, y, asiéndole la mano, sobre la cual cayeron a untiempo sus labios y dos lágrimas, claras como agua—, pida usted a Diospor mí....
Y acercándose más, añadió bajito:
—Que si papá tiene algo, me lo avise usted, usted ¿verdad? Yo leenviaré a usted las señas de todas partes donde nos detengamos.... No melo descuide usted; ¿irá usted de vez en cuando a ver cómo lo pasa? Sequeda el pobre tan solito....
Alzó el jesuita la cabeza y fijó en la niña sus ojos levemente bizcos,como son los de las personas hechas a concentrar y sujetar la mirada. Ycon la vaga sonrisa distraída de las gentes meditabundas, y en el propiotono confidencial:
—Vete en paz, y Dios Nuestro Señor te acompañe, que es buenacompañante—contestó—. Ya he rezado por ti el itinerario, para quevolvamos tan sanos y satisfechos.... Acuérdate de lo que te avisé,chiquilla; ahora ya somos, como quien dice, una señora casada y derespeto; y aunque nos parece que todo se va a volver florecicas y mielesen el nuevo estado, y nos largamos por esos mundos a echar canas al airey divertirnos.... ¡cuidadito, cuidadito!, puede que donde menos sepiense salte la liebre, y tengamos rabietas, y pruebecitas y trabajosque no tuvimos de niños....
No ser tonta entonces.... ¿eh? Ya sabemosque Aquel que anda por allá arriba moviendo aquellas estrellas tanpreciosas, es el único que nos entiende y nos consuela cuando a Él leparece... mira, en vez de tanto trapo como has metido en las maletas,mete paciencia, ¡chiquilla! mete paciencia.
Es mejor aún que el árnica ylos emplastos...; si a quien era tan grande le hizo falta para aguantaraquella cruz, tú que eres chiquitita....
Durara aún la homilía, acompañada de blandos golpecitos en los hombros,a no interrumpirla la trepidación del tren, brusca como la realidad.Produjose confusión momentánea. Se apresuró el novio a despedirse detodo el mundo con cierta llaneza cordial, donde ojos expertos podíanadvertir matices de afectación y superioridad protectora. Al suegroabrazó con un solo abrazo, y recostole en el hombro la mano, pulcramentecalzada con guante de castor, color bronce.
—Escriba usted si se enferma la chica—suplicó con paternal angustia,preñado de lágrimas los ojos, el viejo.
—Pierda usted cuidado, señor Joaquín..., ¡no hay que afectarse, vamos!,cuenta con esa salud.... Adiós, Mendoya, adiós, Santián.... Gracias,gracias. Señor gobernador de la provincia, a mi vuelta, reclamo esasofrecidas botellas de Pedro Jiménez.... ¡No se haga usted el olvidadizo!Lucía, hay que subirse: el tren andará en seguida, y las señoras nopueden....
Y con ademán cortés y discreto ayudó a subir a la novia, empujándolalevemente por el talle.
Después saltó él, sin casi apoyarse en elestribo, arrojando antes el puro a medio fumar.
Ya oscilaba la férrea culebra cuando él penetró en el departamento,cerrando la portezuela tras de sí. El compasado balance fueacelerándose, y el tren completo cruzó ante las gentes de la despedida,dejándoles en los ojos confusos torbellino de líneas, de colores, denúmeros, la visión rápida de las cabezas asomadas a todas lasventanillas. Algún tiempo se distinguió la cara de Lucía, sofocada ybañada en llanto, y su pañuelo que se agitaba, y oyose su voz diciendo:Adiós, papá..., padre Urtazu, adiós, adiós.... Rosario.... Carmen...,abur.... Al fin se perdió todo en la distancia, la escamosa sierpe deltren revelose a lo lejos por una mancha obscura, luego por desmadejadopenacho de turbio vapor, que presto se disipó también en el ambiente.Más allá del andén, extrañamente silencioso ya, resplandecía el cieloclaro, de acerado azul; se extendían monótonas las interminablescampiñas; los rieles señalaban como arrugas en la árida faz de latierra. Un gran silencio pesaba sobre la estación. Quedáronse inmóvileslos acompañantes, como sobrecogidos por el aturdimiento de la ausencia.Fueron los amigos del novio los primeros en moverse y hablar. Sedespidieron del padre con rápidos apretones de mano y frases trivialesde sociedad, un tanto descuidadas en la forma, como dirigidas desuperior a inferior; tras de lo cual, el pelotón entero tomó el caminode la ciudad, reanudando la broma y algazara.
Por su parte, el séquito de la novia empezó a animarse también, y avueltas de algún suspiro y de limpiarse los ojos con los pañuelos y auncon el dorso de la mano, fueron rebullendo los grupos de hormigasnegras, con ánimo de abandonar el andén. La incontrastable fuerza de loshechos las empujaba a la vida real. Hasta el padre sacudió la cabeza,alzó con elocuente resignación los hombros, y rompió el primero a andar.A su lado iba el jesuita, que estiraba su corta estatura para hablarle,sin conseguir, a pesar de sus laudables esfuerzos, que el cerquillo desu corona pasase más allá de los atléticos hombros del viejo afligido.
—¡Vaya, señor Joaquín—decía el padre Urtazu—, que ahora sienta bienesa cara de Viernes santo! ¡No parece sino que a la chica se la llevanrobada y que usted no es gustoso en el enlace!
¡Pues estamos buenos,hombre! ¿No ha sido usted mismo, desgraciado, quien resolvió estecasorio? ¿A qué vienen los gimoteos?
—¡Y si en todo lo que uno hace estuviese seguro del acierto!—pronunciócon ahogada voz el señor Joaquín, balanceando su cuello de toro.
—Eso se mira antes..., ¡pero teníamos tanta prisa..., tanta prisa, queno sé para qué sirven esos pelos blancos y esos añitos que llevamosacuestas! Lo mismito estábamos que los chicos de mi clase cuando lesofrezco contarles algo, que se les despierta la curiosidad... y no lescabe en el cuerpo la impaciencia. A fe de Alonso, que parecía usted lanovia... digo, no; porque la novia, maldito el apuro que....
—¡Ay padre! ¿Si tendría usted razón? usted quería diferir la boda....
—No, poco a poco; cepitos quedos, amigo: yo quería no hacerla. Soy muyclaro.
El señor Joaquín se puso más tétrico aún.
—¡Por vida de la Constitución! ¡Qué aprieto y qué compromiso es para unpadre!...
—Tener hijas—concluyó el jesuita con su vaga sonrisa, adelantando elbelfo labio, en mueca de benévolo desdén. Y añadió—: El peor aprieto esser más terco que una mula, con perdón sea dicho, y creer que el pobrePadre Urtazu sólo entiende de sus piedras y de sus astros y de sumicroscopio, y es un bolonio, un simplón, para aconsejar en la vida....
—No me aflija usted más, Padre. Harto tendré con no ver a Lucía en quésé yo qué tiempo.
Sólo me faltaba que también salga mal la cosa, y quepase ella penas....
—Bueno, bueno. Déjese de eso ya: a lo hecho, pecho. Esto dematrimonios, sólo lo ata y lo desata el de arriba. ¿Y quién sabe sisaldrá muy bien, a pesar de todos mis agüeros y mis necedades? Porque¿quién soy yo sino un cegato, un miope? ¡Bah! Esto es como lo que pasacon el microscopio. Mira usted una gota de agua a simple vista ¡y parecetan clara!, vamos, que dan ganas de bebérsela. Pero aplique ustedaquellos lentecicos y... ¡zas, zis!, ya se encuentra usted con losbicharracos y las bacterias que bailan dentro un rigodón.... Pues el queanda por allá, encimita de las nubes, también ve cosas que a los bobosde por acá nos parecen tan sencillas... y para él tienen su quid....¡Bah, bah!, él se encargará de arreglarnos las cosas... nosotros, ni quenos empeñemos.
—Lleva usted razón.... Dios sobre todo—aprobó el señor Joaquín,arrancando doliente suspiro de la vasta cavidad de su pecho. Esta noche,con el mal rato, la condenada asma va a darme qué hacer.... Encuentro yala respiración muy corta. Dormiré, si duermo, casi incorporado.
—Llame, llame a ese mala cabeza de Rada... tiene mucho acierto—murmuróel jesuita considerando compadecido, a la luz oblicua del sol de otoño,la inyectada tez y los ojos edematosos del viejo.
Mientras el acompañamiento desfilaba, con lentitud de duelo, por lascalles mal empedradas de León, el tren corría, corría, dejando atrás lasinterminables alamedas de chopos que parecen un pentagrama donde fuesenlas notas verde claro, sobre el crudo tono rojizo de las llanadas.
HechaLucía un ovillo en la esquina del departamento, sollozaba sin amargura,con algún hipo, con vehemente llanto de niña inconsolable. Biencomprendía el novio que le tocaba decir algo, mostrarse afectuoso,compartir aquel primer dolor, ponerle término; mas hay en la vidasituaciones especiales, casos en que no tropieza ni se embaraza la gentesencilla, y en que acaso el hombre de mundo y experiencia se convierteen doctrino. Preferible es en ocasiones un adarme de corazón a unaarroba de habilidad; donde fracasan las huecas fórmulas, vence elsentimiento, con su espontánea elocuencia. A fuerza de quebrarse loscascos ideando manera de anudar el diálogo con su esposa, ocurriole alnovio aprovechar una circunstancia insignificante.
—Lucía—le dijo en voz algo turbada—múdate de ventanilla, hija mía,córrete acá; ahí te da el sol de lleno, y es tan malsano....
Levantose Lucía con automática rigidez, pasó al lado opuesto deldepartamento, y dejándose caer de golpe, tornó a cubrir el semblante conel fino pañuelo, y se oyeron otra vez sus sollozos y el anhelar de suseno juvenil.
Levemente frunció el ceño el novio, que no en vano había corridocuarenta y pico de años de la vida cercado de gentes de festivo humor yfácil trato y huyendo de las escenas de lagrimitas y de lástimas ydisgustos que alteraban por extraño modo el equilibrio de sus nervios,desagradándole como desagrada a las gentes de mediano nivel intelectualel sublime horror de la tragedia. Al gesto con que manifestó suimpaciencia, siguió un alzar de hombros que claramente quería decir:«Caiga el chubasco, que el aguase agota también, y tras de la lluviaviene el buen tiempo».
Resuelto, pues, a aguardar que descargase lanube, dio comienzo a minucioso examen de sus enseres de camino,enterándose de si abrochaban bien las hebillas del correaje de la manta,y de si su bastón y paraguas iban en debida y conveniente forma liadoscon el quitasol de Lucía.
Cerciorose asimismo de que una cartera decuero de Rusia y plateados remates que pendiente de una correa llevabaterciada al costado, abría y cerraba fácilmente con la llavecica deacero, que volvió a guardar en el