Agréguese á esta algarabía el disputar de los hombres, los gritos de losmuchachos, la charla de las criadas que hacían la compra, el ruido delos talleres, el son de unas campanas vecinas que tocaban á niño muerto,los perros ladrando, los pobres pidiendo limosna, bestias cargadas queiban y venían, y el correspondiente vocear del que las arreaba, y seformará juicio aproximado del Corrillo de la Hierba, á las diez de lamañana de un día de Octubre del ya casi octogenario siglo XIX.
De buena gana nos hubiéramos estado allí hasta las once; pero las torresde la Compañía seguían llamándonos, y no era cosa de desairarlascuando alguno de nosotros acababa de cobrar en Madrid fama dejesuíta.—Continuamos, pues, nuestra marcha en aquella dirección,tomando por una solitaria calle, que creo se llamaba de Sordolodo.
VII
LA CASA DE LAS CONCHAS.—IGLESIA Y
COLEGIO DE LA COMPAÑÍA DEJESÚS.—MÁS
IGLESIAS Y PALACIOS.
Desde que penetramos en aquella calle, Salamanca tomó á nuestros ojos unnuevo aspecto.—Ya no era la señorona del siglo pasado representada porla Plaza Mayor: tampoco era la revoltosa ciudadana del siglo XVI, quegritaba y luchaba en el Corrillo de la Hierba: ya era una dama gótica,tan severa como triste; mucho más triste, á decir verdad, que en la Calle de Zamora.
La en que acabábamos de entrar y las adyacentes eran angostas ytorcidas, como anteriores al uso de los coches urbanos: blasonesnobiliarios y portadas artísticas de la Edad Media adornaban susruinosas casas, y un silencio de muerte servía allí de melancólicoacompañante á la romántica soledad.—Ni una sola tienda profanabaaquellos portales. No se veía alma viviente ni en rejas ni en balcones.Dijérase que en tal barrio no vivía criatura humana. Parecía aquello,más que realidad de los tiempos presentes, engendro fantástico de unpoeta de 1838, de un Espronceda, de un Zorrilla, de un GarcíaGutiérrez.
Salimos al fin frente por frente del Colegio de la Compañía, y ya nosdisponíamos á estudiar la enorme y suntuosa fachada de su iglesia,cuando reparamos que en la acera
opuesta
se
alzaba
una
de
las
maravillasarquitectónicas más célebres de Salamanca; uno de los monumentos queíbamos buscando ex-profeso en aquel viaje; uno de los palacios másbellos y singulares que nos ha legado el siglo XV.—me refiero á la Casa de las Conchas.
Nosotros la conocíamos, como todo el mundo, por la fotografía y por elgrabado: nosotros habíamos contado muchas veces con el dedo sobre elpapel las elegantísimas conchas de piedra que cubren su extensafachada..... Pero hay que ver el edificio en el original, con su colory su tamaño, para formar completo juicio de su gentileza y hermosura.Hay que ver, por ejemplo, la sombra natural que proyectan lasabultadas conchas, heridas por el sol, sobre la dorada piedra delpulimentado muro: hay que ver las cuatro preciosas ventanas, dos deellas muy parecidas á ajimeces árabes, que interrumpen á largos trechosla planicie de aquellas paredes: hay que ver aquellas esquinas, deafilada y correctísima arista, como si fuesen de bruñido acero, y de lascuales se destacan, campeando en el aire, bellísimos escudos de piedra,que son otros tantos primores artísticos: hay que ver, en fin, aquellasotras grandes conchas de hierro que cubren á su vez, por vía de clavos,la gran puerta de entrada, y el precioso herraje de aquellas melodramáticas rejas (perdonadme el adjetivo), y aquel gran EscudoReal que preside la fachada, y todos aquellos perfiles aristocráticosy piadosos que ennoblecen el exterior de tan poético palacio.....—Ya hedicho que data del siglo XV. Así lo revela su arquitectura, cuyoconjunto es gótico decadente con detalles platerescos; y así lo indicantambién el yugo y el haz de flechas, blasón especial de los ReyesCatólicos, que se ven en el mencionado Escudo Real.
Las conchas que ostenta todo el edificio significan que el que lomandó construir era caballero santiagués y que había ido ó tenía hechovoto de ir en peregrinación á Compostela, así como los escudos con cinco lises que adornan las esquinas y la espalda del palacio, pruebanque el tal santiagués pertenecía á la poderosa y esclarecida familia delos Maldonados de Salamanca.
Y, en efecto, la Casa de las Conchas fué primero de los Maldonados,señores de Barbalos; luego la heredaron los Marqueses de Valdecarzana, yhoy la posee el cinco veces Grande de España, Conde de Santa Coloma, ensu calidad de Conde de las Amayuelas.
*
* *
Por cierto, y perdonadme la digresión, que Francisco Maldonado, elcélebre comunero, el compañero de Bravo y de Padilla, el degollado del gran cuadro de Gisbert, no pertenecía á la rama principal de lafamilia mencionada, de la cual era jefe, aunque tampoco dueño de la Casa de las Conchas, un D. Pedro Maldonado y Pimentel, también afectoá la causa de las Comunidades, del cual me parece oportuno decir aquíalgunas cosas, de todos sabidas, por si hay alguien que las tengaolvidadas, cosa que á mí me acontecía no hace muchas horas.....
Notorio es que Salamanca acudió en auxilio de Segovia contra el alcaldeRonquillo, como casi todas las ciudades castellanas. Principió enSalamanca la cosa por un gran motín (¡indudablemente estalló en el Corrillo de la Hierba!), durante el cual quemó el pueblo una casa delmayordomo del terrible Fonseca, arzobispo de Santiago, derribó otrasmuchas, y arrancó las varas á las autoridades.
En tal coyuntura, elpoderoso D. Pedro Maldonado y Pimentel, creyendo que los victoriososamotinados no podían hacer nada bueno en Salamanca, y sí se luciríanmuchísimo yendo en auxilio de los Comuneros, formó con ellos una crecidahueste, y los llevó á luchar contra los imperiales. Los salmantinoslidiaron en diferentes jornadas con varia fortuna, que se les declaró alfin totalmente adversa en los campos de Villalar. Al lado de MaldonadoPimentel, ó mejor dicho, en las filas de su gente, peleó allí como buenootro Maldonado, algo pariente suyo y también hijo de Salamanca, y amboscayeron prisioneros después de su derrota.—Fueron entonces condenados ámuerte los principales cabecillas ó jefes de Comuneros; pero como el D.Pedro Maldonado Pimentel tuviese parentesco con el famoso Conde deBenavente, consiguióse que el otro Maldonado, conocido por el de lacalle de los Moros, muriese en lugar suyo con Bravo y con Padilla, cualsi este bárbaro ardid pudiera deslumbrar á la opinión pública..... niaun en tiempos en que no había periódicos.—
Y al cabo sucedió que losimperiales, después de guardar encerrado algunos meses al MaldonadoPimentel, diéronse cuenta de que nadie había sido engañado con lasustitución referida, y tuvieron que degollarlo también, me parece queen Simancas, un año después que á su homónimo.—Por manera que elinsigne D. Pedro trocó por un año de vida los siglos de popularidad queha disfrutado, y disfrutará todavía muchísimo tiempo, la memoria delpobre D. Francisco, y el alto honor de figurar en el mencionado cuadrode Gisbert.
Conque volvamos á la Casa de las Conchas.
*
* *
La puerta estaba abierta: llamamos, sin embargo, y no nosrespondieron.....—¿Qué hacer en tal apuro, sabiendo, como sabíamos porla fotografía y el grabado, que el patio era bellísimo?
Perdone el Sr. Conde de Santa Coloma: el partido que tomamos fuécolarnos de rondón en su casa, bajo la salvaguardia de nuestras buenasintenciones.....
Y ¡qué patio vimos!—Su estilo podía calificarse de mixto de gótico ymudéjar: las líneas generales tenían más de mudéjares que de otra cosa:en las ventanas y demás pormenores predominaba lo gótico.—De una ó deotra suerte, todo era allí gallardo, primoroso y del mejor gusto,causando verdadero asombro la prolijidad y esmero de la ejecución. Bastedecir que la dura piedra semejaba trenzados de cuerdas como si fuesecáñamo, y hasta calados de encajes, como si fuera lino.....
De buena gana hubiéramos llevado más adelante nuestra exploración; perono nos atrevimos á tanto, y salimos de aquella interesantísima casa comohabíamos entrado en ella, llenos de respeto á su carácter señorial yreligioso, y de admiración á sus bellezas artísticas.
*
* *
Desventajosa en sumo grado para la arrogantísima Iglesia de losJesuítas (que, como he dicho, se alza frente á la Casa de lasConchas) es la transición de un edificio á otro. Todo lo que elcaballeresco palacio gótico tiene de fino, delicado y como espiritual,lo tiene de pesado, rudo y meramente corpóreo el enorme templogreco-romano que erigió allí la Compañía de Jesús. Y aun todavía fueramenor tal desventaja, si el estilo pagano de la católica iglesia sedistinguiese por su pureza y corrección..... (que, entonces, ya seríacuestión de gusto ó de escuela entre clásicos y románticos); peroacontece que este suntuoso templo es barroco dentro de su mismoestilo, dado que pecó desde su origen contra las reglas clásicas y luegosufrió el pernicioso influjo de los peores tiempos de la arquitecturaneogentílica.
Pero ¿á qué cansarme en explicar lo que ya tiene su nombre propio?—Estaiglesia de la Compañía es un nuevo ejemplar, sumamente característico,de la que hoy se llama en las Academias Arquitectura jesuítica, bienque exceda en majestad y hermosura á cuantas erigieron los discípulos deLoyola en España, Portugal y América.
Resumiendo: el templo de que tratamos sólo es grandioso por el grandor material de su tamaño y por los tesoros que representantantísimas disformes piedras como se ven empleadas en su estupendaescalinata, en una portada inmensa, en dos recias y vistosas torres, enuna ingente cúpula coronada por altísimo cimborio, y en infinidad deestatuas, agujas, escudos, bolas, molduras, balcones y ventanas; que detodo hay en aquella fachada, y todo gigantesco, descompasado,descomunal.....
La Iglesia y Colegio de la Compañía fueron fundados por Felipe III yMargarita de Austria. Ambos edificios ocupan más de 20.000 metroscuadrados. Para construirlos, ó sea para explanar el terreno en que sealzan, se derribaron dos iglesias y tres manzanas de casas,suprimiéndose dos calles enteras.—Por cierto que la Casa de lasConchas se vió en peligro de venir también al suelo, y que, si no seconsumó semejante atentado, debióse, según unos, al valor cívico ytradicional cultura de los hijos de Salamanca, y, según conseja vulgar,á lo inadmisible de cierta humorística é indecorosa condición, que nocreo llegara á formularse.....
En el Colegio hay habitación para 300 misioneros, y todos los salones,aulas y demás dependencias de una verdadera universidad.
En fin: un portero nos dijo, como supremo encomio, que las llaves detoda la casa pesan diez y nueve arrobas.....—
¡Qué español rancio eseste criterio estético!
El interior de la iglesia no es tan grande de tamaño ni tan ostentosode forma como hace presumir su exterior. De orden
dórico,
y
sólo
rico
envulgares
retablos
churriguerescos, resulta frío é insignificante.Únicamente llama allí la atención el Retablo del Altar Mayor, por loenorme, colosal y complicadísimo de su estructura.
Puede decirse que esuna tempestad de pino y oro, al par que un motín contra las reglasarquitectónicas. En los fustes de las que no sé si llamar columnas, seven enredadas hojosas
vides
de
tamaño
natural,
con
sus
racimoscorrespondientes; todo ello dorado y luego bruñido.
Las gigantescasestatuas de los cuatro Evangelistas, que también forman parte de la composición, parece que cruzan un páramo en día de mucho viento: ¡taninfladas y revueltas están sus vestiduras!
Arrodillada en medio de aquel solitario templo vimos á una guapísimaperegrina, demasiado hermosa, limpia y elegante para penitente, ó,cuando menos, para excitar ideas de penitencia. Apoyábase en el báculo;pendía el amplio sombrero sobre su espalda de cariátide, y tenía fijosen el altar mayor unos grandes y relucientes ojos que parecían dos solesnegros.....—Comedia ó tragedia (yo creo piadosamente que sería loúltimo), aquella actitud, aquella santa vestidura, el lugar de la accióny nuestras propias circunstancias nos infundieron respeto, y ni noscuramos de preguntar á nadie quién era la peregrina, ni hemos vuelto áhablar de ella desde entonces.....
Y es cuanto recuerdo de la mejor casa que los Jesuítas tuvieron enEspaña.—Esta frase no me pertenece: se la oí al ya difunto PadreManrique.—Por mi parte debo añadir que Salamanca debía tal desagravio áSan Ignacio de Loyola; pues (como ya veremos más adelante) elcelebérrimo fundador de la Compañía de Jesús fué procesado y estuvopreso en la ínclita ciudad del Tormes.
*
* *
Libre nuestra atención del poderoso atractivo de la Casa de lasConchas y de la Iglesia y Colegio de los Jesuítas, volvió á fijarseen el carácter poético y artístico de aquel histórico barrio. Pero loque ya nos asombraba en él no era tanto su aire de vejez y de románticamelancolía, como la grandeza monumental que siguió desplegando ánuestros ojos.
Calle de la Compañía se llama la que comienza en los edificioscitados, y, así ella como todas las plazuelas, calles y callejasinmediatas, se componen de una sucesión de altas construcciones depiedra, ó sea de una no interrumpida serie de palacios, de iglesias, deconventos, de colegios y de casas señoriales, que nos infundía respetoy veneración.
Todo era allí monumento, como en algunos barrios deFerrara, Pisa y Florencia. Por todas partes alzábanse padrones dehistoria militar, de devoción, de aristocracia ó de ciencia, según laarquitectura y destino de cada edificio.—¡Oh! No podíamos negarlo:estábamos en la Atenas castellana: estábamos en Roma la Chica.
¡Doquier piedra, silencio y soledad! Mas esta soledad no era ya medrosacomo la de las ruinas ó la de los cementerios: era plácida y augustacomo la de los claustros.
Cierto que nadie pasaba, ni parecía haberpasado hacía mucho
tiempo,
por
aquellas
nobilísimas
calles:
certísimoque altas hierbas crecían entre las losas y guijas del empedrado.....;pero no sé si la presencia de tanto escudo de armas como adornaba lasesquinas, las fachadas, las puertas, los canceles, los balcones y lasrejas de templos, colegios y palacios, ó si lo bien conservados que seveían hasta los más menudos detalles arquitectónicos de cada página depiedra, ó si la índole y forma cristianas de aquellos
monumentos,
leshacían
aparecer
vivos,
subsistentes, militantes como las cerradasermitas que conservan su campana, como los mudos conventos en cuyaportería arde por la noche una luz ante la imagen de María, ó como losdesnudos árboles del invierno, cuando se ve que sus ramas se doblan,pero no se quiebran, al impulso de los huracanes.....
¡Ah! sí..... Salamanca no representa una edad pasada ó una raza muerta,como acontece con muchas ciudades ricas en monumentos gentiles:Salamanca existe todavía con toda su antigua vitalidad, aunque enestación tan desfavorable. Y
existe, porque no ha caducado enteramentela civilización á que debió su vida; porque los ideales de que son noblesímbolo sus iglesias y colegios, siguen imperando en la Nación quereconstruyeron los Reyes Católicos; porque, ya que no dentro de lasviejas murallas que besa el Tormes, á lo menos en los flamantes hotelesdel ensanche de Madrid, se perpetúan, con sus antiguos blasones, lasfamilias aristocráticas que levantaron aquellos palacios que nosotrosíbamos viendo; porque subsisten, en fin, la Religión cristiana, laMonarquía española, la Nobleza de Castilla y hasta las democráticasLeyes patrias que defendieron las Comunidades; es decir, todos losveneros de la grandeza salmantina.
Si todo esto desapareciese, Salamanca, por muy bien conservados queguardase sus monumentos, no pasaría de ser un cadáver, como Nínive óPompeya.
Pero dejémonos de discursos, y enumeremos, siquier rápidamente, lascosas que vimos aquella mañana antes de regresar á la fonda.
*
* *
En una esquina próxima al Colegio de la Compañía leímos en letras de oroy sobre marmórea lápida, que allí vivió el gran poeta Meléndez Valdés.
Más abajo descubrimos la que un azulejo denominaba Plazuela de SanBenito, la cual, más que plaza, parecía el compás de unaCartuja.—Tampoco había allí gente. Lo único que allí había era unahermosa iglesia, consagrada al Santo que da nombre á aquel lugar;iglesia que, según supimos luego, había servido además de panteón á lafamilia de Maldonado, cuando era lícito dormir el sueño eterno al pie delos altares, ó sea en tiempos en que no se anteponía á todo lahigiene.
Después fuimos hallando muchas casas góticas ó platerescas, en cuyaslindísimas portadas se veían grandes escudos que nos indicaban lafamilia á que pertenecían ó habían pertenecido.—El sol de los Solís,las cinco lises de los Maldonados, y, sobre todo, las estrellas delos Fonsecas, abundaban más que ningún otro blasón.
Y aquí debo apuntar que la casa de Fonseca fué, durante siglos, la máspoderosa de Salamanca, así en lo civil como en lo eclesiástico, y que,aparte de sus grandes guerreros, la hicieron célebre en toda lacristiandad aquel severísimo Arzobispo de Santiago y Patriarca deAlejandría de que tanto hablan las historias, y otro Arzobispo deSantiago y de Toledo,
hijo
suyo,
á
quien
debieron
los
salmantinosimportantísimas fundaciones, como diremos oportunamente.
De la plazuela de San Benito pasamos á otra no menos solitaria ymonumental, denominada del Águila, siendo de advertir que, como noencontrábamos á nadie que pudiese indicarnos el camino, teníamos queguiarnos por la posición del sol, á fin de llegar pronto al hotel, puesiba siendo hora de almorzar..... en su reglamento y en nuestro estómago.
En la Plazuela del Águila se eleva un hermoso edificio greco-romano,que colegimos sería la famosa Iglesia de las Agustinas, de que tantohabíamos oído hablar en Madrid.—
Ni por un instante nos ocurrió penetraren ella, sino que dejamos su examen para la tarde ó para el díasiguiente, á fin de estudiarla con el debido detenimiento.
Pero de un peligro caíamos en otro, y cuanto más apretábamos el paso,mayores prodigios arquitectónicos nos salían al camino tratando dedetenernos.....
De la Plaza del Águila pasamos á la de Monterrey, y nos encontramosfrente á frente del magnífico palacio de este nombre, que es otra de lasmaravillas de Salamanca, según podéis ver en los escaparates de losfotógrafos de esta villa y corte, y que sirvió de modelo para elPabellón Español de la Exposición de París de 1867.
Huímos, pues....., bien que jurándonos volver al cabo de pocas horas.—Yno huíamos ya solamente para que no se enfriara el almuerzo, sino porquenos aturdía aquella rápida sucesión de emociones, tanta nueva belleza,tanta poesía, tanta historia, tanto portento de diverso orden comollamaba nuestra atención por todas partes y á un mismotiempo.—
¡Necesitábamos
descansar,
hacer
algunos
apuntes,
descargarnuestra memoria!.....
Llegamos, al fin, al hotel.....—Y considerando yo ahora que mislectores estarán también necesitados de algún reposo, pongo punto á estecapítulo, dejando para el siguiente el hablarles del almuerzo y de otrascosas interesantísimas, ninguna de las cuales (dicho sea entreparéntesis) tendrá nada que ver con la Arquitectura.
VIII
LA PLAZA DE LAS VERDURAS.—LA FRONTERA DE PORTUGAL.—EL REY DE LOSTÍOS.—UN
TRAJE DE CHARRA.—LA CALLE DE LA RÚA.—
LA UNIVERSIDAD.
Del almuerzo que nos aguardaba en la fonda debo decir, no como datooficioso y trivial, sino para instrucción de los viajeros que vayan áSalamanca, que nada tenéis allí que temer, y sí muchos goces queprometeros, por muy gastrónomos y delicados que seáis.—El Hôtel delComercio se encargará de no desmentirme.—¡Qué tortilla! ¡qué truchas!¡qué jamón! y ¡qué peras..... de cristal! (Este era su nombre.)—Loúnico medianejo fué el vino.....; pero á bien que nosotros teníamostodavía en nuestra despensa ambulante, no de lo nuevo (que dice elmarido de Inés en los versos de Baltasar de Alcázar), sino de lobueno.
Para colmo de satisfacción, almorzamos en muy grata compañía; pueshabéis de saber que, cuando llegamos á la fonda, nos encontramos con quenos aguardaban en nuestro cuarto aquellos antiguos amigos que, segúnindiqué en el capítulo primero, tenía yo en Salamanca. Era uno de ellosel distinguido escritor que suele dirigir preciosas cartas á La Época bajo el pseudónimo de la Baronesa del Zurguén, y cuyo verdadero nombre(tiempo es de que lo sepa el público, aunque el interesado se enoje demi locuacidad) es D. Ramón Losada. Otro era el erudito cronista de laprovincia y aventajado poeta D. Manuel Villar y Macías.
Era eltercero..... (no en persona, por hallarse algo malo, mas representábaloun su sobrino) el Dignidad de Chantre de aquella catedral D. CamiloÁlvarez de Castro, de quien hablaremos luego. Diré aquí solamente que susobrino y representante, el presbítero D. Elías Ordóñez, no tardó enhacernos conocer cuánto valía por sí propio, ó sea por su muchainstrucción y buena crítica. Y estaba, en fin, allí el menor de los dosdiscretísimos hijos y herederos del talento de Losada..... En cuanto alprimogénito, también antiguo amigo mío (pues lo conocí cuando todavíano le apuntaba el bozo), hallábase en el campo con su señora madre.
Pero ¿cómo habían sabido aquellos señores (á quienes pensábamos ir á verdespués de almorzar) que estábamos en Salamanca?—El caso había sido muysencillo: un madrileño que nos conocía de vista, pero que no nostrataba, nos vió llegar á la Estación; el madrileño se lo dijo á uncompañero suyo de oficina, que era amigo mío; el amigo mío, que sabía miintimidad con Losada, fué á casa de éste en nuestra busca; Losada envióen seguida recado al Chantre y á Villar y Macías, y organizóse en elacto una batida general por todas las fondas y casas de pupilos,comenzando por el Hôtel del Comercio.
—¿De modo (exclamamos nosotros), que ni Frontaura ni su policía sabennuestra llegada á Salamanca?
—Creemos que no; pero, aunque el Gobernador la supiera, no podríaacudir á ustedes hasta las dos de la tarde.
Hoy es el cumpleaños de lareina D.ª Isabel II, y, con tal motivo, hay besamanos en el Gobiernocivil; ó, mejor dicho,
el
Gobernador
recibe
corte.—Si
quieren
ustedes,nosotros, cuando vayamos á la recepción, le diremos que están aquí.
—¡De manera alguna! Nosotros debemos procurar que Frontaura ignorenuestra llegada á su ínsula, á fin de sorprenderlo y de poner en solfaá sus esbirros é inquisidores.
—Pues entonces optamos por no asistir al besamanos oficial, y luegoiremos con ustedes á ver á Frontaura.
—¡Admirable idea! De este modo podrán ustedes hacernos el obsequio deacompañarnos ahora mismo á visitar la Universidad.....
—Con muchísimo gusto.....
—Pues andando.
*
* *
Ya que este capítulo ha comenzado en estilo familiar, y que son muchaslas intimidades en él referidas, aprovecho la ocasión de deciros, paraque nos entendamos mejor, que mis tres compañeros de viaje eran: un exministro de Hacienda, muy aficionado á las Bellas Artes y competentísimoen ellas y en otras muchas cosas; un ex diplomático y ex consejero deEstado, dado á la arqueología, á la numismática y á la indumentaria, elcual conoce por su nombre á todos los baratilleros del Rastro de Madrid,y uno de nuestros más afamados pintores, que ganó en la ExposiciónNacional de hace algunos años el primer premio de Pintura de Historia.
Pues bien: este pintor y yo declaramos, al salir del Hôtel, quenosotros, por razón de oficio, teníamos obligación de estudiar, no sóloobras de arte, sino costumbres, tipos, paisajes y otras escenaspictóricas ó novelescas, y que, por consiguiente, sin perjuicio de ir ála Universidad y á todos los edificios monumentales de Salamanca,deseábamos contemplar también los sitios, las perspectivas y los cuadros naturales más característicos de la ciudad, añadiendo (para que el exministro y el ex consejero comprendiesen bien nuestra pretensión) que enel Corrillo de la Hierba nos habíamos quedado con hambre deaprendernos de memoria á aquellos tíos, ó sea á aquellos vendedores ycompradores, y sus vestimentas, adornos y mercancías.
Nuestros compañeros de viaje hallaron muy justa esta demanda, y, en suvirtud, los bondadosos salmantinos que á todos nos servían de cicerone nos prometieron hacernos dar cuantos rodeos creyesen interesantes,aunque tardásemos mucho tiempo en llegar á la Universidad.
Principia