Los Desalmados by Daniel Lapazano - HTML preview

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LA CRISTIANIZACIÓN PROGRAMADA

Y ya que hablamos de la cruz, qué mejor que un fraile en América para seguir explicando cosas que no pueden ser, pero que fueron. Fray Junípero Serra fundó en la sierra de Santa Lucía, a unos cien kilómetros de Monterrey, una de sus misiones cris�anas. Para dicha fundación, los misioneros contaron con una curiosa ayuda: la de una anciana indígena, bau�zada más tarde y que recibió el nombre de Agueda, que se presentó a los sorprendidos misioneros pidiéndoles que le administrasen el sacramento del bau�smo. Preguntada acerca de las razones que la impulsaban a esta decisión, la futura Agueda comenzó a relatar esta fantás�ca historia:

Cuando ella era aún niña, oyó referir a sus padres que en cierta ocasión habían llegado a aquella �erra dos hombres blancos cuyas ves�duras, por la descripción que de las mismas le habían hecho sus padres, eran similares a las de los religiosos que acababan de llegar. Además, lo que dijeron aquellos dos hombres se parecía a lo que predicaban los nuevos frailes. Solamente había entre ellos una diferencia: los dos hombres que habían llegado por lo menos cien años antes que Fray Junípero, no lo habían hecho a pie, ni a caballo, sino que llegaron volando: cayeron de arriba, de las alturas. Se establecieron en el poblado y permanecieron allí por algún �empo. No dando crédito a sus oídos, los frailes recabaron cuanta información pudieron entre los demás componentes de aquel grupo de indígenas. Lo cual les llevó a

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verificar que aquel suceso permanecía vivo en la memoria de aquel pueblo como parte de su legado histórico. El establecimiento por parte de los habitantes del poblado de una posible conexión entre los recién llegados misioneros y los dos hombres que según referencias de sus antepasados habían llegado volando, y cuya memoria fue revitalizada gracias al relato de la anciana Agueda, cons�tuyó un factor decisivo para que todos los integrantes de aquella comunidad indígena solicitaran recibir el bau�smo.

Más adelante, Fray Junípero volvería a ser tes�go de otro episodio que nos lleva a pensar que hubo una preparación previa del terreno para cuando llegara el momento oportuno. Resulta que el día 6 de agosto de 1772, un reducido grupo mixto integrado por Fray Pedro Cambón, Fray Angel Somera y diez soldados, bajo las órdenes de Fray Junípero Serra, llegaba al río de los Temblores, después de caminar 40 leguas al norte desde la ciudad de San Diego, en la California septentrional. Una vez elegido el si�o adecuado para erigir la cruz que presidiese aquel lugar, y en el preciso instante en que se disponían a clavarla en el suelo, un considerable número de indígenas manifestó su presencia profiriendo gritos y amenazas. La situación se estaba poniendo fea para el reducido número de cris�anos, cuando uno de los misioneros tuvo una idea que les salvaría la vida. En esta ocasión, su fe movió montañas (o lo que es lo mismo, redujo a corderos a los fieros na�vos). Al fraile se le ocurrió sacar del escaso equipaje que llevaban un cuadro de la Virgen de los Dolores, y exponerlo a la vista del enemigo.

El resultado fue absolutamente sorprendente: los gritos y los gestos amenazadores cesaron bruscamente. En silencio, aquel grupo de na�vos fue acercándose al si�ado grupo de hombres de armas y cruz. Uno a uno,

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los indígenas se inclinaron, en muestra evidente de respeto y sumisión, al �empo que fueron depositando junto al cuadro todos cuantos objetos de valor adornaban sus cuerpos, amén de sus armas, arcos y flechas que momentos antes empuñaban amenazadoramente. ¿Qué significaba para aquellos indios la visión de esta Virgen? No lo sabemos. Pero todo parece indicar que reaccionaron a un es�mulo previamente inducido a la vista de una imagen similar.