Ciertamente se prodigaron en �erras americanas las ayudas extrahumanas a quienes portaban el signo de la cruz. Así, también Pedro de Cieza de León escribe en el siglo XVI, en el capítulo CXVII de La crónica del Perú, que el clérigo Marcos Otazo, vecino de Valladolid, le narró la siguiente vivencia:
«Estando yo en este pueblo de Lampaz, un jueves de la Cena vino a mí un muchacho mío que en la iglesia dormía, muy espantado, rogando me levantase y fuese a bap�zar a un cacique que en la iglesia estaba hincado de rodillas delante de las imágenes, muy temeroso y espantado; el cual estando la noche pasada, que fue miércoles de Tinieblas, me�do en una guaca, que es donde ellos adoran, decía haber visto a un hombre ves�do de blanco, el cual le dijo que qué hacía allí con aquella estatua de piedra. Que se fuese luego, y viniese para mí a se volver cris�ano. Y cuando fue de día yo me levanté y recé mis horas, y no creyendo que era así, me llegué a la iglesia para decir misa, y lo hallé de la misma manera, hincado de rodillas. Y
como me vio se echó a mis pies rogándome mucho le volviese
DANIEL LAPAZANO
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cris�ano, a lo cual le respondí que sí haría, y dije misa, la cual oyeron algunos cris�anos que allí estaban; y dicha, lo bap�cé, y salió con mucha alegría, dando voces, diciendo que él era cris�ano, y no malo, como los indios.» (. . . ) «Muchos indios se volvieron cris�anos por las persuasiones deste nuevo conver�do.
Contaba que el hombre que vio estando en la guaca o templo del diablo era blanco y muy hermoso, y que sus ropas asimismo eran resplandecientes.» Se parece sospechosamente a los dos que 16 siglos antes habían entrado —descendidos del cielo— en el sepulcro previsto para Jesús.