El Libro de los Mártires by John Foxe - HTML preview

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Capítulo III - Persecuciones contra Los Cristianos En Persia

HABIÁNSE esparcido el Evangelio por Persia, los sacerdotes paganos, que adoraban al sol, se alarmaron en gran manera, y temieron la pérdida de aquella influencia que hasta entonces habían mantenido sobre las mentes y posesiones de las gentes. Por ello, consideraron conveniente quejarse ante el emperador de que los cristianos eran enemigos del estado, y que mantenían una correspondencia traicionera con los romanos, los grandes enemigos de Persia.

El emperador Sapores, de natural adverso al cristianismo, creyó con facilidad lo que se le decía contra los cristianos, y dio orden de que fueran perseguidos por todas las partes de su imperio. Debido a este edicto, muchas personas de eminencia en la iglesia y en el estado cayeron mártires ante la ignorancia y ferocidad de los paganos.

Constantino el Grande, informado de las persecuciones en Persia, escribió una larga carta al monarca persa, en la que le narraba la venganza que había caído sobre los perseguidores, y el gran éxito que habían gozado los que se habían detenido de perseguir a los cristianos.

Refiriéndose a sus victorias sobre emperadores rivales de su propia época, le dijo: ‘Sometía estos sólo gracias a mi fe en Cristo; por ello Dios fue mi ayudador, dándome la victoria en la batalla, y haciéndome triunfar sobre mis enemigos. Del mismo modo me ha ensanchado los límites del Imperio Romano, de modo que se extiende desde el Océano Occidental hasta casi los confines del Oriente; y por estos dominios ni he ofrecido sacrificios a las antiguas deidades, ni he empleado encantamientos ni adivinaciones; sólo he ofrecido oraciones al Dios Omnipotente, y he seguido la cruz de Cristo. Y me regocijaría si el trono de Persia hallara también gloria abrazando a los cristianos; de modo que conmigo, y ellos contigo, podamos gozar de toda dicha.ª

Como consecuencia de esta apelación, la persecución acabó por entonces; pero se renovó en años posteriores cuando otro rey accedió al trono de Persia.

Persecuciones bajo los Herejes Arrianos

El autor de la herejía arriana fue Arrio, natural de Libia y sacerdote de Alejandría, que en el 318 d.C. comenzó a hacer públicos sus errores. Fue condenado por un concilio de obispos libios y egipcios, y aquella sentencia fue confirmada por el Concilio de Nicea en el 325 d.C. Después de la muerte de Constantino el Grande, los arrianos hallaron medios para hacerse con el favor del emperador Constantino, su hijo y sucesor en oriente; y asíse suscitó una persecución contra los obispos y el clero ortodoxos. El célebre Atanasio y otros obispos fueron desterrados, y sus sedes llenadas con arrianos.

En Egipto y Libia treinta obispos fueron martirizados, y muchos otros cristianos fueron cruelmente atormentados, y, en el 386 d.C., Jorge, obispo arriano de Alejandría, con la autoridad del emperador, comenzó una persecución en aquella ciudad y sus alrededores, empleándose con una dureza de lo más infernal. Fue ayudado en su diabólica malicia por Catofonio, gobernador de Egipto; Sebastián, general de las fuerzas egipcias; Faustino, el tesorero, y Heraclio, un oficial romano.

Las persecuciones se endurecieron de tal forma que el clero fue empujado fuera de Alejandría, sus iglesias fueron cerradas, y las crueldades practicadas por los herejes arrianos fueron tan grandes como las que habían sido practicadas por los idólatras paganos. Si alguien acusado de ser cristiano se daba a la fuga, toda su familia era muerta, y sus bienes confiscados.

Persecución bajo Julián el Apóstata

Este emperador era hijo de Julio Constancio, y sobrino de Constantino el Grande. Estudió las bases de la gramática bajo la inspección de Mardonio, un eunuco pagano de Constantinopla. Su padre le envió algún tiempo después a Nicomedia, para que fuera instruido en la religion cristiana por el obispo Eusebio, su pariente, pero sus principios estaban corrompidos por las perniciosas enseñanzas de Ecebolio el retórico, y del mago Máximo.

Al morir Constantino en el año 361, Julián le sucedió, y tan pronto llegó a la dignidad imperial renunció al cristianismo y abrazó el paganismo, que durante algunos años había caído en general desfavor. Aunque restauró el culto idólatra, no emitió ningún edicto público contra el cristianismo. Llamó de nuevo a todos los paganos desterrados, permitió el libre ejercicio de la religión a todas las sectas, pero privó a todos los cristianos de cargos en la corte, en la magistratura o en el ejército. Era casto, templado, vigilante, laborioso y piadoso; pero prohibió a todos los cristianos mantener escuelas o seminarios públicos de enseñanza, privando a todo el clero cristiano de los privilegios que les había concedido Constantino el Grande.

El obispo Basilio se hizo famoso al principio por su oposición al arrianismo, lo que atrajo sobre él la venganza del obispo arriano de Constantinopla. De la misma manera se opuso al paganismo. En vano los agentes del emperador trataron de influir sobre Basilio mediante promesas, amenazas y potros; se mantuvo firme en la fe, y fue dejado en la cárcel para que padeciera otros sufrimientos cuando el emperador llegó accidentalmente a Ancyra. Julián decidió interrogarle él mismo, y cuando aquel santo varón fue hecho comparecer ante él, hizo todo lo posible para disuadirle de que perseverara en la fe. Basilio, sin embargo, no sólo se mantuvo tan firme como siempre, sino que con espírituprofético predijo la muerte del emperador, y que sería atormentado en la otra vida. Encolerizado por lo que había oído, Julián ordenó que el cuerpo de Basilio fuera desgarrado cada día en siete diferentes partes, hasta que su piel y carne quedaran totalmente destrozados. Esta inhumana sentencia fue ejecutada con rigor, y el mártir expiró bajo su dureza el 28 de junio del 362 d.C.

Donato, obispo de Arezzo, e Hilarino, un eremita, sufrieron alrededor del mismo tiempo; asimismo Gordiano, un magistrado romano. Artemio, comandante en jefe de las fuerzas romanas en Egipto, fue privado de su mando por ser cristiano, luego le fueron confiscados los bienes, y finalmente fue decapitado.

Esta persecución persistió de manera terrible durante el final del año 363; sin embargo, debido a que muchos detalles no nos han sido transmitidos, seránecesario señalar en general que en Palestina muchos fueron quemados vivos, otros fueron arrastrados por los pies por las calles, desnudos, hasta expirar, algunos fueron hervidos hasta morir; muchos apedreados, y grandes números de ellos apaleados en la cabeza con garrotes hasta derramarles los sesos. En Alejandría fueron innumerables los mártires que sufrieron por la espada, el fuego, la crucifixión y la lapidación. En Arethusa, varios fueron destripados, y, poniendo maíz en sus vientres, fueron entregados a los cerdos, los cuales, al devorar el grano, también devoraban las entrañas de los mártires; en Tracia, Emiliano fue quemado en la hoguera, y Domicio asesinado en una cueva, a la que había huido para ocultarse.

El emperador, Julián el apóstata, murió de una herida recibida en su expedición contra Persia, en el 363 d.C., y mientras expiraba lanzó las más horrendas blasfemias. Fue sucedido por Joviano, que restauró la paz de la Iglesia. Después de la muerte de Joviano, Valentiniano sucedió en el imperio, asociándose a Valente, que tenía el mando de oriente, y que era arriano, y con una disposición implacable y perseguidora.

La Persecución de los Cristianos por los Godos y los Vándalos

Habiendo muchos godos escitas abrazado el cristianismo para la época de Constantino el Grande, la luz del Evangelio se extendió de manera considerable en Escitia, aunque los dos reyes que gobernaban aquel país, asícomo la mayoría del pueblo, seguían siendo paganos. Fritegem, rey de los visigodos, era aliado de los romanos, pero Atanarico, rey de los ostrogodos, estaba en guerra contra ellos. Los cristianos vivían sin molestias en el reino del primero, pero el segundo, que había sido vencido por los romanos, lanzó su venganza contra sus súbditos crístianos, comenzando sus demandas paganas en el año 370.

Los godos eran de religión arriana, y se llamaban cristianos; por ello, destruyeron todas las estatuas y templos de los dioses paganos, pero no hicieron daño a las iglesias cristianas ortodoxas. Alarico tenía todas las cualidades de un gran general. A la desenfrenada temeridad de los bárbaros godos añadía el valor y la destreza del soldado romano. Condujo sus fuerzas a Italia atravesando los Alpes, y aunque fue rechazado durante un tiempo, volvió después con una fuerza irresistible.

El Ultimo Triunfoª Romano

Después de esta afortunada victoria sobre los godos, se celebró un ‘triunfo’ª, como se llamaba, en Roma. Durante cientos de años se había concedido este gran honor a los generales victoriosos al volver de una campaña victoriosa. En tales ocasiones la ciudad era dada durante días a la marcha de tropas cargadas de botín, y que arrastraban tras sía prisioneros de guerra, entre los que a menudo había reyes cautivos y generales vencidos. Este iba a ser el último triunfo romano, porque celebraba la última victoria romana. Aunque había sido ganada por Stilicho, el general, fue el emperador niño Honorio quien se arrogó el triunfo, entrando en Roma en el carro de la victoria, y conduciendo hasta el Capitolio entre el clamor del populacho. Después, como se solía en tales ocasiones, hubo combates sangrientos en el Coliseo, donde gladiadores, armados con espadas y lanzas, luchaban tan furiosamente como si estuvieran en el campo de batalla.

La primera parte del sangriento espectáculo había terminado; los cuerpos de los muertos habían sido arrastrados fuera con garfios, y la arena enrojecida había sido cubierta con una capa nueva, limpia. Después de esto, se abrieron los portones en la pared de la arena, y salieron un número de hombres altos, apuestos, en la flor de su juventud y fuerza. Algunos llevaban espadas, otros tridentes y redes. Dieron una vuelta alrededor de la pared, y, deteniéndose delante del emperador, levantaron sus armas extendiendo el brazo, y con una sola voz lanzaron su saludo:

¡Ave, Caesar, morituri te salutant! ‘¡Ave, César, los que van a morir te saludan! ª

Se reemprendieron los combates; los gladiadores con redes trataban de atrapar a los que tenían espadas, y cuando ello sucedía daban muerte, implacables, a sus antagonistas con el tridente. Cuando un gladiador había herido a su adversaro, y lo tenía yaciente impotente a sus pies, miraba a los anhelantes rostros de los espectadores y gritaba: Hoc habet! ‘¡Lo tiene!ª, y esperaba el capricho de los espectadores para matar o dejar con vida.

Si los espectadores le extendían la mano con el pulgar para arriba, el vencido era sacado de allí, para que se recuperara, si era posible, de sus heridas. Pero si se daba la fatal señal de ‘pulgar abajoª el vencido debía ser muerto; y si éste mostraba mala disposición a presentar su cuello para el golpe de gracia, se gritaba con escarnio desde las galerías: Recipe ferrum! Recibe el hierro! ª Personas privilegiadas de entre la audiencia incluso descendían a la arena, para poder contemplar mejor los estertores de alguna víctima inusualmente valiente, antes de que su cuerpo fuera arrastrado hacia la puerta de los muertos.

El espectáculo proseguía. Muchos habían sido muertos, y el populacho, excitado hasta lo sumo por el valor desesperado de los que seguían luchando, gritaba sus vítores. Pero de repente hubo una interrupción. Una figura vestida rudamente apareció por un momento entre la audiencia, y luego saltó atrevidamente a la arena. Se vio que era un hombre de aspecto rudo pero impresionante, con la cabeza descubierta y con el rostro tostado por el sol. Sin dudarlo un momento, se dirigió a dos gladiadores enzarzados en una lucha de vida o muerte, y poniendo las manos encima de uno de ellos lo reprendió duramente por derramar sangre inocente, y luego, volviéndose hacia los miles de rostros airados que le miraban, se dirigió a ellos con una voz solemne y grave que resonó a través del profundo recinto. Estas fueron sus palabras: ‘¡No correspondáis la misericordia de Dios al alejar de vosotros las espadas de vuestros enemigos asesinándolos unos a otros!ª

Unos enfurecidos clamores y gritos pronto ahogaron su voz: ‘¡…ste no es un sitio para predicar!--las antiguas costumbres de Roma deben ser observadas!-¡Adelante, gladiadores!ª Echando al extraño a un lado, los gladiadores se habrían atacado otra vez, pero el hombre se mantuvo en medio, apartándolos, y tratando en vano de hacerse oír. Entonces el clamor se transformó en ‘Sedición! ¡Sedición! ¡Abajo con él!ª; y los gladiadores, enfurecidos ante la interferencia de un extraño, lo traspasaron matándolo en el acto. También le cayeron encima de parte del furioso publico piedras o todos los objetos arrojadizos que hubiera a mano, y asímurió en medio de la arena.

Su hábito mostraba que era uno de los eremitas que se entregaban a una vida santa de oración y abnegación, y que eran reverenciados incluso por los irreflexivos romanos tan amantes de los combates. Los pocos que le conocían dijeron cómo había venido de los desiertos de Asia en peregrinación, para visitar las iglesias y guardar la Navidad en Roma; sabían que era un hombre santo, y que su nombre era Telémaco ---nada más. Su espírituse había movido ante el espectáculo de los miles que se congregaban para ver cómo unos hombres se mataban entre sí, y en su celo sencillo había tratado de convencerlos de la crueldad y maldad de su conducta. Murió, pero no en vano. Su obra quedó cumplida en el momento en que fue abatido, porque el choque de tal muerte delante de sus ojos movió los corazones de la gente: vieron el aspecto repugnante del vicio favorito al que se habían entregado; y desde el día en que Telémaco cayó muerto en el Coliseo jamás volvió a celebrarse allíningún combate de gladiadores.

Persecuciones desde alrededor de Mediados del Siglo Quinto hasta el Final del Siglo

Séptimo

Proterio fue constituido sacerdote por Cirilo, obispo de Alejandría, que estaba bien familiarizado con sus virtudes antes de designarlo para predicar. A la muerte de Cirilo, la sede de Alejandría estaba ocupada por Díscoro, un inveterado enemigo de la memoria y familia de su predecesor. Condenado por el concilio de Calcedonia por haber abrazado los errores de Eutico, fue depuesto, y Proterio fue escogido para llenar la sede vacante, con la aprobación del emperador. Esto ocasionó una peligrosa insurrección, porque la ciudad de Alejandría estaba dividida en dos facciones; una que defendía la causa del anterior prelado, la otra, la del nuevo. En uno de los motines, los eutiquianos decidieron lanzar su venganza contra Proterio, que huyó a la iglesia buscando refugio; pero en el Viernes Santo del 457 d.C., una gran multitud de ellos se precipitaron dentro de la iglesia, y asesinaron bárbaramente al prelado, arrastrando luego el cuerpo por las calles, arrojándole insultos, quemándolo, y esparciendo las cenizas por el aire.

Hermenegildo, un príncipe godo, fue el hijo mayor de Leovigildo, rey de los godos, en España. Este príncipe, que era originalmente arriano, fue convertido a la fe ortodoxa por medio de su esposa Ingonda. Cuando el rey supo que su hijo había cambiado su posición religiosa, le privó de su puesto en Sevilla, donde era gobernador, y amenazó con matarlo si no renunciaba a la fe que había abrazado. El príncipe, para impedir que su padre cumpliera sus amenazas, comenzó a adoptar una posición defensiva; y muchos de los de persuasión ortodoxa en España se declararon en su favor. El rey, exasperado ante este acto de rebeldía, comenzó a castigar a todos los cristianos ortodoxos que sus tropas podían apresar, y asíse desencadenó una persecución muy severa. …l mismo emprendió la marcha contra su hijo, a la cabeza de un ejército muy poderoso. El príncipe se refugió en Sevilla, de la que huyó luego, y fue finalmente asediado y apresado