El Libro de los Mártires by John Foxe - HTML preview

PLEASE NOTE: This is an HTML preview only and some elements such as links or page numbers may be incorrect.
Download the book in PDF, ePub, Kindle for a complete version.

 

Capítulo IV - Persecuciones Papales

HASTA ahora nuestra historia de las Persecuciones se ha limitado Principalmente al mundo pagano. Llegamos ahora a un período en el que la persecución, bajo el ropaje del cristianismo, cometió más enormidades que las que jamás infamaron los anales del paganismo. Echando a un lado las máximas y el espíritu del Evangelio, la Iglesia papal, armada con el poder de la espada, vejó a la Iglesia de Dios y la devastó durante varios siglos, el período muy apropiadamente conocido como ‘las edades oscurasª. Los reyes de la tierra dieron su poder a la ‘Bestiaª, y se sometieron a ser pisoteados por las miserables alimañas que a menudo ocuparon la silla papal, como en el caso de Enrique, emperador de Alemania. La tempestad de la persecución papal se abatió primero contra los Valdenses en Francia.

La Persecución contra los Valdenses en Francia

Habiendo el papado introducido varias innovaciones en la Iglesia, y habiendo cubierto al mundo cristiano con tinieblas y superstición, unos pocos, dándose cuenta clara de la tendencia perniciosa de tales errores, decidieron exhibir la luz del Evangelio en su verdadera pureza, y dispersar aquellas nubes que unos astutos sacerdotes habían extendido sobre él, a fin de cegar al pueblo y oscurecer su verdadero resplandor.

El principal entre estos fue Berengario, que, alrededor del año 1000, predicó denodadamente las verdades del Evangelio, según su primitiva pureza. Muchos, convencidos, asintieron a su doctrina, y fueron, por ello, llamados berenganos. Berengario fue sucedido por Pedro Bruis, que predicó en Toulouse, bajo la protección de un conde llamado Ildefonso; todos los puntos de los reformadores, con sus razones para separarse de la Iglesia de Roma, fueron publicados en un libro escrito por Bruis, bajo el título de Anticristo.

Para el año 1140 de Cristo, el número de reformados era muy grande, y la probabilidad de su crecimiento alarmó al papa, que escribió a varios príncipes para que los desterraran de sus dominios, y que emplearan a muchos eruditos para que escribieran contra sus doctrinas.

En el 1147 d.C. eran llamados Henericianos, debido a Enrique de Toulouse, considerado como su más eminente predicador, y debido a que no admitían ninguna prueba de religión más que las que se pudieran deducir de las mismas Escrituras, el partido papista les dio el nombre de apostólicos. Al final, Pedro Waldo, o Valdo, natural de Lyon, eminente por su piedad y erudición, devino un enérgico oponente del papado; y desde aquel entonces, los reformados recibieron la apelación de Valdenses.

El Papa Alejandro III, informado de estos sucesos por el obispo de Lyon, excomulgó a Waldo y a sus seguidores, y ordenó al obispo que los exterminara, si era posible, de sobre la faz de la tierra; asícomenzaron las persecuciones papales contra los Valdenses.

Las actividades de Valdo y de los reformados suscitaron la primera aparición de los inquisidores, porque el Papa Inocente III autorizó a ciertos monjes como inquisidores, para que hicieran inquisición de y entregaran a los reformados al brazo secular. El proceso era breve, por cuanto una acusación era considerada como prueba de culpa, y nunca se concedió un juicio justo a los acusados.

El Papa, dándose cuenta de que estos crueles medios no surtían el efecto deseado, envió a varios eruditos monjes a predicar entre los Valdenses, y a tratar de convencerlos de lo erróneo de sus opiniones. Entre estos monjes había uno llamado Domingo, que se mostró muy celoso por la causa del papado. Este Domingo instituyó una orden, que fue llamada por su nombre, la orden de los frailes dominicos; y los miembros de esta orden han sido desde entonces los principales inquisidores en las varias inquisiciones del mundo. El poder de los inquisidores era ¡limitado. Procedían en contra de quien querían, sin consideración de edad, sexo o rango. Por infames que fueran los acusadores, la acusación era considerada válida-, incluso cuando recibían informaciones anónimas, enviadas por carta, las consideraban como evidencia suficiente.

Ser rico era un crimen _igual a la herejía-, por ello, muchos que tenían dinero eran acusados de herejes, o de ser protectores de herejes, para poder obligarlos a pagar por sus opiniones. Los más queridos amigos, los parientes más próximos, no podían servir sin peligro a nadie que estuviera encarcelado debido a cuestiones religiosas. Llevarles algo de paja a los encerrados, o darles un vaso de agua, caía bajo la consideración de favorecer a los herejes, y eran por ello mismo perseguidos. Ningún abogado osaba defender a su propio hermano, y la malicia de los perseguidores incluso llegaba más alláde la tumba; se exhumaban los huesos de los ya muertos, y eran quemados, como ejemplo para los vivos. Si alguien era acusado en su lecho de muerte de ser seguidor de Waldo, sus posesiones quedaban confiscadas, y el heredero quedaba privado de su herencia; y algunos fueron enviados a Tierra Santa, mientras que los dominicanos se apoderaban de sus casas y propiedades, y, cuando los dueños volvían, a menudo pretendían no conocerlos. Estas persecuciones persistieron durante varios siglos bajo diferentes Papas y otros grandes dignatarios de la Iglesia Católica.

Persecuciones contra los Albigenses

Los albigenses eran gentes de religión reformada que vivían en el país de Albi. Fueron condenados por su religión en el Concilio de Laterano, por orden del Papa Alejandro III. Sin embargo, aumentaron tan prodigiosamente que muchas ciudades estaban habitadas por personas sólo de su persuasión, y varios eminentes nobles abrazaron sus doctrinas. Entre estos se encontraba Ramón, conde de Toulouse; Ramón, conde de Foix; el conde de Beziers, etc.

El asesinato de un fraile llamado Pedro, en los dominios del conde de Toulouse, sirvió de pretexto al Papa para perseguir al noble y a sus vasallos. Para emprender esta acción, envió mensajeros por toda Europa, para levantar fuerzas para actuar militarmente contra los albigenses, prometiendo el paraíso a todos los que acudieran a esta guerra, que designó como Guerra Santa, y que portaran armas durante cuarenta días. También se ofrecieron las mismas indulgencias que se ofrecían a todos los que acudían a las cruzadas de Tierra Santa. El valiente conde defendió Toulouse y otros lugares con el valor más arrojado y con variada fortuna contra los legados del Papa y contra Simón, conde de Moriffort, un fanático noble católico. Incapaz de someter abiertamente al conde de Toulouse, el rey de Francia, la reina madre y tres arzobispos levantaron otro formidable ejército, y consiguieron arteramente que el conde de Toulouse acudiera a una conferencia, en la que fue traicioneramente hecho prisionero, siendo obligado a aparecer descalzo y descubierto delante de sus enemigos, y obligado a firmar una abyecta retractación. Esto fue seguido de una dura persecución contra los albigenses, y de una orden expresa de que no se les podía permitir a los laicos la lectura de las Sagradas Escrituras. También en el año 1620 fue muy severa la persecución contra los albigenses. En 1648 se desató una dura persecución por Lituania y Polonia. La crueldad de los cosacos fue tal que hasta los mismos tártaros se avergonzaron de sus barbaridades. Entre otros que sufrieron estaba el Reverendo Adrian Chalinski, que fue asado a fuego lento, y cuyos sufrimientos y forma de morir exhiben los horrores que los adherentes del cristianismo han soportado de los enemigos del Redentor.

La reforma del error papista fue muy pronto proyectada en Francia; porque en el siglo decimotercero un arudito llamado Almerico, y seis de sus discípulos, fueron quemados en París por afirmar que Dios no estaba más presente en el pan sacramental que en cualquier otro pan; que era idolatría construir altares o santuarios a los santos, y que era ridículo ofrecerles incienso. Sin embargo, el martirio de Almerico y de sus discípulos no impidió que muchos se dieran cuenta de la justeza de sus conceptos, y viendo la pureza de la religión reformada, de manera que la fe en Cristo aumentaba de continuo, y no sólo se extendió por partes de Francia, sino que la luz del Evangelio se difundió por varios otros países.

En el año 1524, en una ciudad de Francia llamada Melden, uno llamado Juan Clark puso una nota en la puerta de la iglesia donde llamaba Anticristo al Papa. Por esta ofensa fue azotado una y otra vez, y luego marcado en la frente con un hierro candente. Yendo luego a Mentz, en Lorena, destruyó algunas imágenes, por lo que le cortaron la mano derecha y la nariz, y le desgarraron los brazos y el pecho con tenazas. Soportó estas crueldades con asombrosa entereza, e incluso se mantuvo suficientemente sereno como para cantar el Salmo ciento quince, que prohibe la idolatría de manera expresa; después de esto fue echado al fuego, y quemado hasta dejar sólo cenizas.

En varias partes de Francia, para este tiempo, muchas personas de convicciones reformadas fueron azotadas, puestas al potro, flageladas y quemadas en la hoguera, especialmente en París, Malda y el Limosín. Un natural de Malda fue quemado al fuego lento, por decir que la Misa era una clara negación de la muerte y pasión de Cristo. En el Limosín, un clérigo reformado llamado Juan de Cadurco fue apresado y quemado en la hoguera.

A Francisco Bribard, secretario del cardenal de Pellay, le cortaron la lengua, y después quemado, por hablar en favor de los reformados. Esto fue en 1545. Jaime Cobard, un director de escuela en la ciudad de St. Michael, fue quemado en aquel mismo año por decir: ‘La Misa es inútil y absurdaª; alrededor de este mismo tiempo catorce hombres fueron quemados en Malda, y sus mujeres obligadas a estar cerca y a contemplar la ejecución.

En el año 1546, Pedro Chapot trajo una cantidad de Biblias en francés a Francia, y las vendió públicamente. Por ello fue, llevado a juicio, sentenciado y ejecutado pocos días después. Poco tiempo después, un paralítico de Meaux, un director de una escuela en Fera, llamado Esteban Poliot, y un hombre llamado John English, fueron quemados por la fe.

El señor Blondel, un rico joyero, fue prendido en el año 1548 en Lyon, y enviado a París; allífue quemado por su fe por orden del tribunal en el 1549. Herbert, un joven de diecinueve años, fue lanzado a las llamas en Dijon; también sufrió esto Florent Venote en el mismo año.

En el año 1554, dos hombres de religión reformada, junto con el hijo y la hija de uno de ellos, fueron prendidos y encarcelados en el castillo de Niveme. Al ser interrogados, confesaron su fe, y se ordenó su ejecución; al ser untados con grasa, azufre y pólvora, ellos exclamaron:

‘Saladla, salad esta carne pecaminosa y corrompida.ª Les cortaron entonces la lengua, y fueron después lanzados a las llamas, que pronto los consumieron, debido a las sustancias combustibles con las que habían sido cubiertos.

La Matanza de San Bartolomé en París, etc.

En el día veintidós de agosto de 1572 comenzó este acto diabólico de sanguinaria brutalidad. La intención era destruir de un solo golpe la raíz del árbol protestante, que hasta entonces sólo había sufrido parcialmente en sus ramas. El rey de Francia había arteramente propuesto un matrimonio entre su hermana y el príncipe de Navarra, capitán y príncipe de los protestantes. Este imprudente matrimonio fue celebrado en París el 18 de agosto por el Cardenal de Borbón, sobre un alto catafalco construido con este propósito. Comieron con gran pompa con el obispo, y cenaron con el rey en París. Cuatro días después, el príncipe (Coligny), al salir del Consejo, fue herido por disparos en ambos brazos; entonces le dijo a Maure, el ministro de su difunta madre: ‘Oh, mi hermano, ahora veo que ciertamente Dios me ama, pues que he sido herido por Su más santa causa.ª Aunque Vidam le aconsejó que huyera, permaneció en París, y fue poco después muerto por Bemjus, que después dijo que jamás había visto a nadie afrontar la muerte con mayor valor que el almirante.

Los soldados fueron dispuestos para que al darse cierta señal se lanzaran en el acto a efectuar la matanza por diversas partes de la ciudad. Cuando hubieron dado muerte al almirante, lo echaron por una ventana a la calle, donde le cortaron la cabeza, que fue enviada al Papa. Los salvajes papistas, todavía enfurecidos contra él, le cortaron los brazos y sus miembros privados, y, después de haberlo arrastrado tres días por las calles, lo colgaron por los pies fuera de la ciudad. Después de él mataron a muchas personas grandes y honorables que eran protestantes, como el Conde de la Rochfoucault, Telinius, yerno del almirante, Antonio, Clarimontus, el marqués de Ravely, Lewes Bussius, Bandineus, Pluvialius, Burneius, etc., y, lanzándose contra el común del pueblo, continuaron durante muchos días esta matanza; durante los primeros días mataron a diez mil de todo rango y condición. Los cuerpos fueron echados a los ríos, y la sangre corría como arroyos por las calles, y el río parecía ser de sangre. Tan furiosa era aquella ira infernal que dieron muerte a todos los papistas que eran considerados como no muy adictos a su diabólica religión. Desde París, la destrucción se extendió a todos los rincones del reino.

En Orleans fueron muertos mil hombres, mujeres y niños; y seis mil en Rouen.

En Meldith doscientos fueron encarcelados, y más tarde sacados uno por uno y cruelmente asesinados.

En Lyon se dio muerte a ochocientos. Aquí, niños colgados del cuello de sus padres, y padres abrazando afectuosos a sus hijos, fueron alimento de las espadas y de las sanguinarias mentes de aquellos que se llaman a símismos la Iglesia Católica. Aquítrescientos fueron asesinados en la casa del obispo, y los impíos monjes no querían consentir que fueran enterrados. En Augustobona, al enterarse la gente de la matanza en París, cerraron las puertas para que ningún protestante pudiera escapar, y buscando diligentemente a cada miembro de la Iglesia reformada, los encarcelaron y dieron muerte de la más bárbara manera. Estas mismas crueldades tuvieron lugar en Avaricum, Troys, Toulouse, Rouen y en muchos otros lugares, yendo de ciudad en ciudad, villas y pueblos, por todo el reino.

Como corroboración de esta horrorosa carnicería, citamos la siguiente apropiada e interesante narración, escrita por un católico-romano sensible y erudito: ‘Las nupcias del joven rey de Navarra (nos dice este autor) con la hermana del rey de Francia fueron solemnizadas con gran pompa; y todas las expresiones de afecto, todas las protestas de amistad y todos los juramentos sagrados entre los hombres fueron profusamente prodigados por Catalina, la mina madre, y por el rey; durante todo esto, el resto de la corte no pensó en nada más que en festejos, teatro, y bailes de máscaras. Al final, a las doce de la medianoche, la víspera de San Bartolomé, se dio la señal. De inmediato, las casas de los protestantes fueron forzadas a una.

El almirante Coligny, alarmado por la conmoción, saltó de la cama, cuando un grupo de asesinos se precipitó en su dormitorio. Iban encabezados por un tal Besme, que había sido criado en el seno de la familia de los Guisas. Este miserable traspasó con su espada el pecho del almirante, y también le dio un corte en la cara. Besme era alemán, y siendo después tomado por los protestantes, los de La Rochela lo hubieran querido meter en la ciudad para colgarlo y despedazarlo; pero fue muerto por un tal Bretanville. Enrique, el joven duque de Guisa, que después constituyó la liga católica, y que fue asesinado en Blois, se estuvo de pie a la puerta hasta que concluyó la horrenda carnicería, y gritó: ‘¡Besme! ¿Ya está?ª Después de esto, aquellos rufianes arrojaron el cuerpo por la ventana, y Goligny espiró a los pies del de Guisa.

ªEl conde de Teligny también cayó víctima. Se había casado, hacía unos diez meses, con la hija de Coligny. Su rostro era tan hermoso que los rufianes, cuando se adelantaron para matarlo, se sintieron llenos de compasión; pero otros, más bárbaros, se precipitaron adelante y lo asesinaron.

ªMientras tanto, todos los amigos de Coligny fueron asesinados por todo París; hombres, mujeres y niños eran asesinados de manera indistinta y todas las calles estaban llenas de cuerpos agonizantes. Algunos sacerdotes, sosteniendo el crucifijo en una mano y una daga en la otra, corrían hacia los cabecillas de los asesinos, y los exhortaban enérgicamente a no perdonar ni a parientes ni a amigos.

ªTavannes, mariscal de Francia, un soldado ignorante y supersticioso, que unía la furia de la religión a la ira de partido, se lanzó a caballo por las calles de París gritando a sus hombres: ‘¡Que corra la sangre! ¡Que corra la sangre! Sangrar es tan sano en agosto como en mayoª. En las memorias de la vida de este entusiasta, escritas por su hijo, se nos dice que el padre, en su lecho de muerte, y al hacer una confesión general de sus acciones, el sacerdote le dijo, sorprendido: ‘¡Cómo! ¿Y ninguna mención de la matanza de San Bartolomé?ª, a lo que Tavannes contestó: ‘Esto lo considero una acción meritoria, que lavarátodos mis pecadosª.

¡Qué horrendos sentimientos puede inspirar un falso espíritude la religión! ªEl palacio del rey fue uno de los principales escenarios de la matanza. El rey de Navarra tenía su alojamiento en el Louvre, y todos sus criados eran protestantes. Muchos de estos fueron muertos en la cama junto con sus mujeres; otros, huyendo desnudos, fueron perseguidos por los soldados por las varias estancias de palacio, incluso hasta la antecámara del rey. La joven esposa de Enrique de Navarra, despertada por la terrible conmoción, temiendo por su marido y por su propia vida, arrebatada de horror, y medio muerta, saltó de su cama para echarse a los pies d