El Libro de los Mártires by John Foxe - HTML preview

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Capítulo V - Una Historia de la Inquisición

CUANDO la religión reformada comenzó a difundir la luz del Evangelio por toda Europa, el Papa Inocente III temió en gran manera por la Iglesia de Roma. Por ello, designó a un número de inquisidores, o personas que debían inquirir, prender y castigar a los herejes, tal como los papistas llamaban a los reformados.

Encabezando estos inquisidores estaba un cierto Domingo, que había sido canonizado por el Papa a fin de hacer su autoridad tanto más respetable. Domingo y los varios inquisidores se extendieron por los varios países católicos romanos tratando a los protestantes con la mayor dureza. Finalmente, el Papa, no encontrando a estos inquisidores itinerantes tan útiles como había imaginado, resolvió establecer unos tribunales fijos y regulares de la Inquisición. El primero de estos tribunales regulares se estableció en la ciudad de Toulouse, y Domingo fue nombrado primer inquisidor regular, asícomo había sido el primer inquisidor itinerante.

Luego se establecieron tribunales de la Inquisición por varios países, pero fue la Inquisición Española la que adquirió mayor poder, y la que era más temida. Hasta los mismos reyes de España, aunque arbitrarios en todos los demás respectos, aprendieron a temer el poder de los señores de la Inquisición; y las horrendas crueldades que estos ejercían obligaron a multitudes, que diferían en sus opiniones de los católico-romanos, a disimular sus sentimientos.

En el 1244, su poder aumentó más gracias al emperador Federico II, que se declaró amigo y protector de todos los inquisidores, y que publicó estos crueles edictos: 1) Que todos los herejes que persistieran en su obstinación fueran quemados. 2) Que todos los herejes que se arrepintieran fueran encarcelados de por vida.

Este celo del emperador en favor de los inquisidores católico-romanos surgió por causa de una historia que se había propalado por toda Europa, de que tenía la intención de renunciar al cristianismo y hacerse mahometano; por ello, el emperador intentó, por medio de un fanatismo extremado, contradecir la patraña y mostrar mediante su crueldad su adhesión al papado.

Los oficiales de la Inquisición son tres inquisidores, o jueces, un fiscal, dos secretarios, un magistrado, un mensajero, un receptor, un carcelero, un agente dc posesiones confiscadas; varios asesores, consejeros, verdugos, médicos, cirujanos, porteros, familiares y visitantes, que están juramentados para guardar el secreto.

La principal acusación en contra de los que están sujetos a este tribunal es la herejía, que se compone de todo lo que se habla, o escribe, en contra de los artículos del credo o de las tradiciones de la Iglesia de Roma. La Inquisición, asimismo, investiga a todos los acusados de ser magos, y de los que leen la Biblia en lengua común, el Talmud de los judíos, o el Corán de los mahometanos.

En todas las ocasiones los inquisidores llevan a cabo sus procesos con la más cruel severidad, castigando a los que les ofenden con una crueldad sin parangón. Pocas veces se mostrarámisericordia para un protestante, y un judío que se convierta al cristianismo estálejos de estar seguro.

En la Inquisición una defensa vale de bien poco para un preso, porque una mera sospecha es considerada como suficiente causa de condena, y cuanto mayor sea su riqueza, tanto mayor su peligro. La principal parte de las crueldades de los inquisidores se deben a su rapacidad; destruyen las vidas para poseer las riquezas, y, bajo la pretensión de celo por la religión saquean a las personas que odian.

A un preso de la Inquisición nunca se le permite ver el rostro de su acusador, ni de los testigos en su contra, sino que se toman todos los métodos de amenazas y torturas para obligarle a acusarse a símismo, y por este medio que corrobore sus evidencias. Si no se asiente plenamente a la jurisdicción de la Inquisición, se proclama venganza contra todos aquellos que la pongan en duda, si se hace resistencia a ninguno de sus oficiales; todos los que se oponen a ellos sufrirán con una certeza casi total por tal temeridad; la máxima de la Inquisición es infundir terror y pavor a los que tiene bajo su poder, para llevarlos a obedecer. La alta cuna, la alcurnia o los empleos eminentes no constituyen protección frente a sus rigores; y los más humildes oficiales de la Inquisición pueden hacer temblar a los más altos dignatarios.

Cuando la persona acusada es condenada, es o bien duramente azotada, violentamente torturada, enviada a galeras, o condenada a muerte; y en todo caso le son confiscados sus bienes. Después del juicio, se lleva a cabo una procesión que se dirige al lugar de la ejecución, ceremonia que se llama un auto da fe, o auto de fe.

Un Relato de un Auto da Fe llevado a cabo en Madrid en el Año 1682.

Tuvo lugar el treinta de mayo. Los oficiales de la Inquisición, precedidos por trompetas, timbales y su bandera, desfilaron a caballo hasta el lugar de la plaza mayor, donde hicieron la proclamación de que el treinta de junio se ejecutaría la sentencia contra los presos.

De estos presos, iban a ser quemados veinte hombres y mujeres, y un mahometano renegado; cincuenta judíos, hombres y mujeres, que nunca antes habían sido encarcelados, y arrepentidos de sus crímenes, fueron sentenciados a un largo confinamiento, y a llevar una coroza amarilla. Toda la corte de España estaba presente en esta ocasión. El gran trono del inquisidor fue situado en una especie de estrado muy por encima de él del rey.

Entre los que iban a ser quemados se encontraba una joven judía de exquisita hermosura, de sólo diecisiete años. Encontrándose al mismo lado del cadalso en que estaba la reina, se dirigió a ella con la esperanza de conseguir el perdón, con las siguientes patéticas palabras: ‘Gran reina: ¿no me serávuestra regia presencia de algún servicio en mi desgraciada condición? Tened compasión de mi juventud, y ¡ah, considerad que estoy a punto de morir por una religión en la que he sido enseñada desde mi más tierna infancia!ª Su majestad parecía compadecerse mucho de su angustia, pero apartó su mirada, porque no se atrevía a decir una palabra en favor de una persona que había sido declarada hereje.

Ahora comenzó la Misa, en medio de la cual el sacerdote acudió desde el altar, se puso cerca del cadalso, y se sentó en una silla dispuesta para él. Entonces el gran inquisidor descendió desde el anfiteatro, vestido con su capa, y con una mitra en la cabeza. Después de inclinarse ante el altar, se dirigió hacia el palco del rey, y subió a él, asistido por algunos de sus oficiales, llevando una cruz y los Evangelios, con un libro conteniendo el juramento mediante el que los reyes de España se obligan a proteger la fe católica, a extirpar a los herejes, y a sustentar con todo su poder las actuaciones y los decretos de la Inquisición; un juramento semejante fue tomado de los consejeros y de toda la asamblea. La Misa comenzó a las doce del mediodía, y no acabó hasta las nueve de la noche, alargada por una proclamación de las sentencias de varios criminales, que habían ya sido pronunciadas por separado en voz alta, una tras otra.

Después de esto siguió la quema de los veintiún hombres y mujeres, cuyo valor en esta horrenda muerte fue verdaderamente asombroso. El rey, por su situación cerca de los condenados, pudo oír muy bien sus estertores mientras morían; sin embargo no pudo ausentarse de esta terrible escena, por cuanto era considerado un deber religioso, y por cuanto su juramento de coronación le obligaba a dar sanción, por su presencia, a todos los actos del tribunal.

Lo que ya hemos dicho se puede aplicar a las inquisiciones en general, asícomo a la de España en particular. La Inquisición de Portugal actúa bajo exactamente el mismo plan que la de España, habiendo sido instituida en una época muy semejante, y puesta bajo las mismas normas. Los inquisidores permiten que se emplee la tortura sólo tres veces, pero en estas tres ocasiones es infligida de manera tan severa, que el preso o bien muere bajo ella, o bien queda para siempre impedido, y sufre los más severos dolores en cada cambio de tiempo. Daremos una amplia descripción de los severos tormentos ocasionados por la tortura, en base del relato de uno que la sufrió las tres veces, pero que felizmente sobrevivió a las crueldades sufridas.

En la primera tortura, entraron seis verdugos, lo desnudaron dejándolo en calzones, y lo pusieron sobre su espalda en una especie de tarima elevada unos pocos pies sobre el suelo. La operación comenzó poniendo alrededor de su cuello una anilla de hierro, y otras anillas en cada pie, lo que le fijó a la tarima. Estando asíestirados sus miembros, ataron dos cuerdas alrededor de cada muslo, que pasando bajo la tarima por medio de agujeros para este propósito, fueron tensadas al mismo tiempo, por cuatro de los hombres, al darse una señal.

Es fácil concebir que los dolores que le sobrevinieron de inmediato eran intolerables; las cuerdas, de pequeño grosor, cortaron a través de la carne del preso hasta el hueso, haciendo que le brotara la sangre en ocho lugares distintos asíligados a la vez. Al persistir el preso en no confesar lo que le demandaban los inquisidores, las cuerdas fueron tensadas de esta manera cuatro veces sucesivas.

La manera de infligir la segunda tortura fue como sigue: le forzaron los brazos para atrás de manera que las palmas de las manos estuvieran giradas hacia fuera detrás de él; entonces, por medio de una cuerda que las ataba por la muñeca, y que era jalada por un torno, las acercaban gradualmente entre síde manera que se tocaran los dorsos de las manos y estuvieran paralelas. Como consecuencia de esta violenta contorsión, sus dos hombros quedaron dislocados, y arrojó una cantidad considerable de sangre por la boca. Esta tortura se repitió tres veces, después de la cual fue de nuevo llevado a su mazmorra, donde el cirujano le puso bien los huesos dislocados.

Dos meses después de la segunda tortura, el preso, ya algo recuperado, fue de nuevo llevado a la cámara de torturas, y allí, por última vez, tuvo que sufrir otro tipo de tormento, que le fue infligido dos veces sin interrupción alguna. Los verdugos pusieron una gruesa cadena de hierro alrededor de su cuerpo, que, cruzando por el pecho, terminaba en las muñecas. Luego lo colocaron con la espalda contra una tabla gruesa, en cada uno de cuyos extremos había una polea, a través de la que corría una cuerda que estaba atada al final de la cadena en sus muñecas. Entonces el verdugo, extendiendo la cuerda por medio de un torno que estaba a cierta distancia detrás de él, presionaba o aplastaba su estómago en proporción a la tensión que daba a los extremos de las cadenas. Le torturaron de tal modo que dislocaron totalmente sus muñecas y sus hombros. Pronto fueron vueltos a poner en su sitio por el cirujano. Pero aquellos desalmados, no satisfechos aún con esta crueldad, le hicieron de inmediato sufrir este tormento por segunda vez, lo que soportó (aunque fue, si ello fuera posible, mas doloroso todavía), con la misma entereza y resolución. Después fue de nuevo mandado a la mazmorra, asistido por el cirujano para que sanara sus heridas y ajustar los huesos dislocados, y allíse quedó hasta su auto da fe o liberación de la cárcel, cuando fue liberado, impedido y enfermo de por vida.

Narración del cruel trato y de la quema de Nicholas Burton, un mercader inglés, en

España.

El cinco de noviembre de alrededor del año 1560 de nuestro Señor, el señor Nicholas Burton, ciudadano de Londres y mercader, que vivía en la parroquia de San Bartolomé el menor de manera pacífica y apacible, llevando a cabo su actividad comercial, y hallándose en la ciudad de Cádiz, en Andalucía, España, acudió a su casa un Judas, o, como ellos los llaman, un familiar de los padres de la Inquisición; éste, pidiendo por el dicho Nicholas Burton, fingió tener una carta que darle a la mano, y por este medio pudo hablar con él personalmente. No teniendo carta alguna que darle, le dijo el dicho familiar, por el ingenio que le había dado su amo el diablo, que tomara carga para Londres en los barcos que el dicho Nicholas hubiera fletado para su carga, si quería dejarle alguno; esto era en parte para saber dónde cargaba sus mercancías, y principalmente para retrasarlo hasta que llegara el sargento de la Inquisición para prender a Nicholas Burton, lo que se hizo finalmente.

El, sabiendo que no le podían acusar de haber escrito, hablado o hecho cosa alguna en aquel país contra las leyes eclesiásticas o temporales del reino, les preguntó abiertamente de qué le acusaban que lo arrestaran así, y les dijo que lo hicieran, que él respondería a tal acusación. Pero ellos nada le respondieron, sino que le ordenaron, con amenazas, que se callara y que no les dijera una sola palabra a ellos. Asílo llevaron a la inmunda cárcel común de Cádiz, donde quedó encadenado durante catorce días entre ladrones.

Durante todo este tiempo instruyó de tal manera a los pobres presos en la Palabra de Dios, en conformidad al buen talento que Dios le había otorgado a este respecto, y también en conocimiento de la lengua castellana, que en aquel breve tiempo consiguió que varios de aquellos supersticiosos e ignorantes españoles abrazaran la Palabra de Dios y rechazaran sus tradiciones papistas.

Cuando los oficiales de la Inquisición supieron esto, lo llevaron cargado de cadenas desde allía una ciudad llamada Sevilla, a una cárcel más cruel y apiñada llamada Triana, en la que los dichos padres de la Inquisición procedieron contra él en secreto en base de su usual cruel tiranía, de modo que nunca se le permitió ya ni escribir ni hablar a nadie de su nación; de modo que se desconoce hasta el día de hoy quién fue su acusador.

Después, el día veinte de diciembre, llevaron a Nicholas Burton, con un gran número de otros presos, por profesar la verdadera religión cristiana, a la ciudad de Sevilla, a un lugar donde los dichos inquisidores se sentaron en un tribunal que ellos llaman auto. Lo hablan vestido con un sambenito, una especie de túnica en la que habla en diversos lugares pintada la imagen de un gran demonio atormentando un alma en una llama de fuego, y en su cabeza le hablan puesto una coroza con el mismo motivo.

Le hablan puesto un aparato en la boca que le forzaba la lengua fuera, aprisionándola, para que no pudiera dirigir la palabra a nadie para expresar ni su fe ni su conciencia, y fue puesto junto a otro inglés de Southampton, y a varios otros condenados por causas religiosas, tanto franceses como españoles, en un cadalso delante de la dicha Inquisición, donde se leyeron y pronunciaron contra ellos sus juicios y sentencias.

Inmediatamente después de haber pronunciado estas sentencias, fueron llevados de allíal lugar de ejecución, fuera de la ciudad, donde los quemaron cruelmente. Dios sea alabado por la constante fe de ellos.

Este Nicholas Burton mostró un rostro tan radiante en medio de las llamas, aceptando la muerte con tal paciencia y gozo, que sus atormentadores y enemigos que estaban junto a él, se dijeron que el diablo habla tomado ya su alma antes de llegar al fuego; y por ello dijeron que habla perdido la sensibilidad al sufrimiento.

Lo que sucedió tras el arresto de Nicholas Burton fue que todos los bienes y mercancías que habla traído consigo a España para el comercio le fueron confiscadas, según lo que ell