El Libro de los Mártires by John Foxe - HTML preview

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Estos siete mártires se quitaron la ropa con presteza, y ya preparados se arrodillaron, y oraron con tal fervor y espíritucristiano que hasta los enemigos de la cruz se sintieron afectados. Después de haber hecho una invocación conjunta, fueron atados a la estaca, y, rodeados de implacables llamas, entregaron sus almas en manos del Señor viviente.

Matthew Plalse, un tejedor y cristiano sincero y agudo, fue llevado delante de Thomas, obispo de Dover, y de otros inquisidores, a los que embromó ingeniosamente con sus respuestas indirectas, de las que lo que sigue es una muestra:

Doctor Harpsfield. Cristo llamó al pan Su cuerpo; ¿qué dices tú que es?

Plaise. Creo que es lo que les dio.

Dr. H. ¿Y qué era?

P. Lo que El partió.

Dr. H. ¿Y qué partió?

P. Lo que tomó. Dr. H. ¿Qué tomó?

P. Digo yo que lo que les dio, lo que ciertamente comieron.

Dr. H. Bien, entonces tú dices que era solamente pan lo que los discípulos comieron.

P. Yo digo que lo que él les dio, y que ellos verdaderamente comieron.

Siguió una discusión muy prolongada, en la que le pidieron a Plaise que se humillara ante el obispo; pero a esto rehusó. No se sabe si este valeroso hombre murió en la cárcel, o si fue ejecutado o liberado.

El Rev. John Hullier

El Rev. John Hullier se educó en Eton College, y con el tiempo vino a ser vicario de Babram, a tres millas de Cambridge, y luego fue a Lynn, donde, al oponerse a la superstición de los papistas, fue llevado ante el doctor Thirlby, obispo de Ely, y enviado al castillo de Cambridge; aquíestuvo un tiempo, y luego fue enviado a la prisión de Tolbooth, donde, después de tres meses, fue llevado a la Iglesia de Santa María, y allícondenado por el doctor Fuller. En Jueves Santo fue llevado a la hoguera; mientras se quitaba la ropa, le dijo a la gente que estaba a punto de sufrir por una causa justa, y los exhortó a creer que no había otra roca que Jesucristo sobre la que edificar. Un sacerdote llamado Boyes le pidió entonces al alcalde que lo silenciara. Después de orar, se fue mansamente a la pira, y atado entonces con una cadena y metido en un barril de brea, prendieron fuego a las cañas y a la leña. Pero el viento arrastró el fuego directamente detrás suyo, lo que le hizo orar tanto más fervientemente bajo una severa agonía. Sus amigos pidieron al verdugo que prendiera fuego a los haces con el viento a su cara, lo que fue hecho de inmediato.

Echaron ahora una cantidad de libros al fuego, uno de los cuales (el Servicio de Comunión) atrapó él, lo abrió, y gozosamente lo estuvo leyendo, hasta que el fuego y el humo le privaron de la visión; pero incluso entonces, en ferviente oración, apretó el libro contra su corazón, dando gracias a Dios por darle, en sus últimos momentos, este don tan precioso.

Siendo cálido el día, el fuego ardió violentamente; en un momento de-terminado, cuando los espectadores pensaban que ya había dejado de existir, exclamó repentinamente: ‘Señor Jesús, recibe mi espírituª, y con mansedumbre entregó su vida. Fue quemado en Jesús Green, no lejos de Jesús College. Le habían dado pólvora, pero había muerto ya antes que se encendiera. Este piadoso mártir constituyó un singular espectáculo, porque su carne quedó tan quemada desde los huesos, que siguieron erguidos, que presentó la idea de una figura esquelética encadenada a una estaca. Sus restos fueron anhelantemente tomados por la multitud, y venerados por todos los que admiraban su piedad o detestaban el inhumano fanatismo.

Simón Miller y Elizabeth Cooper

En el siguiente mes de julio estos dos recibieron la corona del martirio. Miller vivía en Lynn, y acudió a Norwich, donde, poniéndose a la puerta de una de las iglesias, mientras la gente salía, pidió saber a dónde podría ir para recibir la Comunión. Por esta causa, un sacerdote lo hizo llevar delante del doctor Dunning, que lo hizo encerrar; pero luego le dejaron volver a su casa para que arreglara sus asuntos; después de ello volvió a la casa del obispo, y a su cárcel, donde se quedó hasta el trece de julio, el día en que fue quemado.

Elizabeth Cooper, mujer de un peltrero, de St. Andrews, Norwich, se había rctractado; pero atormentada por lo que había hecho por el gusano que nunca muere, poco después se dirigió voluntariamente a su iglesia parroquial durante el tiempo del culto papista, y, puesta en pie, proclamó audiblemente que revocaba su anterior retractación, y advirtió a la gente que evitara su indigno ejemplo. Fue sacada de su casa por el señor Sunon, el alguacil mayor, que muy a regañadientes cumplió la letra de la ley, por cuanto habían sido siervos y amigos en el pasado. En la estaca, la pobre sufriente, sintiendo el fuego, gritó: ‘¡Oh!ª, a lo cual el señor Miller, pasando la mano detrás de él hacia ella, la animó a alentarse, ‘porque (le dijo) buena hermana, tendremos una gozosa y feliz cena.ª Alentada por este ejemplo y exhortación, se mantuvo inamovible en la terrible prueba, y demostró, junto a él, el poder de la fe sobre la carne.

Ejecuciones en Colchester

Ya se ha mencionado antes que veintidós personas habían sido enviadas desde Colchester, las cuales, con un ligero sometimiento, habían sido después liberadas. De ellas, William Munt, de Much Bentley, granjero, con su mujer Alice, y Rose Allin, su hija, tras volver a casa, se abstuvieron de ir a la iglesia, lo que indujo al fanático sacerdote a escribir secretamente a Bonner. Durante un cierto tiempo se ocultaron, pero al volver el 7 de marzo, un tal Edmund Tyrrel (pariente del Tyrrel que dio muerte al Rey Eduardo V y a su hermano) entró con oficiales en la casa mientras Munt y su mujer estaban en cama, informándoles que debían ir al castillo de Colchester. La señora Munt estaba entonces muy enferma, y pidió que su hija pudiera darle algo de beber. Rose recibió permiso para ello, y tomó una vela y una jarra; al volver a la casa se encontró con Tyrrel, que le ordenó que aconsejara a sus padres que se volvieran buenos católicos. Rose le informó en pocas palabras que tenían al EspírituSanto como consejero, y que ella estaba dispuesta a dar su vida por la misma causa. Volviéndose hacia su compañía, les declaró que estaba lista para ser quemada; entonces uno de ellos le dijo que la pusiera a prueba, para ver de qué sería ella capaz en el futuro. El insensible desalmado ejecutó en el acto esta propuesta; tomando a la muchacha por la muñeca, sostuvo la vela encendida bajo su mano, quemándola transversalmente por el dorso, hasta que los tendones se separaron de la carne, durante lo cual la insultó con muchos calificativos denigrantes. Ella soportó imperturbable esta furia, y luego, cuando él hubo terminado la tortura, ella le dijo que comenzara por sus pies o por su cabeza, porque no tenía que temer que su cruel patrono fuera algún día a castigarlo por ello. Después, llevó la bebida a su madre.

Este cruel acto de tortura no estáaislado. Bonner había tratado a un pobre arpista de una manera muy semejante, por haber mantenido firmemente la esperanza de que aunque le quemaran todas las articulaciones, no se apartaría de la fe. Con esto, Bonner hizo una señal en secreto a sus hombres para que le trajeran un ascua encendida, que pusieron en la mano de aquel pobre hombre, cerrándosela por la fuerza, hasta que le quemó profundamente en la carne.

George Eagles, un sastre, fue acusado de haber orado que ‘Dios cambiara el corazón de la Reina María, o que la arrebataraª; la causa ostensible de su muerte fue su religión, porque difícilmente se le podría haber acusado de traición por haber orado por la reforma de un alma tan execrable como la de María. Condenado por este crimen, fue arrastrado sobre un patín al lugar de la ejecución, junto a dos bandidos, que fueron ejecutados con él. Después que Eagles subiera a la escalerilla y hubiera estado colgado por un cierto tiempo, fue despedazado antes de haber quedado en absoluto inconsciente; un alguacil llamado William Swallow lo arrastró entonces al patín, y con un hacha común desafilada le cortó la cabeza torpemente y con varios golpes; de una manera igual de torpe y cruel le abrió el cuerpo en canal y le desgarró el corazón.

En medio de todos estos sufrimientos, el pobre mártir no se quejó, sino que clamó a su Salvador. La furia de estos fanáticos no terminó aquí. Sus intestinos fueron quemados, y el cuerpo despedazado, enviándose los cuatro cuartos a Colehester, Harwich, Chelmsford y St. Rouse's. Chelmsford tuvo el honor de retener su cabeza, que fue clavada en una picota en la plaza del mercado. Al cabo de un tiempo fue echada abajo por el viento, y quedó varios días en la calle, hasta que fue sepultada de noche en el patio de la iglesia. El juicio de Dios cayó poco tiempo después sobre Swallow, que en su ancianidad quedó reducido a la mendicidad, y que quedó azotado por una lepra que lo hizo horroroso incluso para los animales; y tampoco escapó a la mano vengadora de Dios Richard Potts, que angustió a Eagles en sus momentos finales.

La Señora Lewes

Esta señora era mujer del señor T. Lewes, de Manchester. Había recibido como verdadera la religión romanista, hasta la quema de aquel piadoso mártir que había sido el señor Saunders, de Coventry. Al saber que su muerte surgía de un rechazo a recibir la Misa, comenzó a inquirir en la base de este rechazo, y su conciencia, al comenzar a ser iluminada, comenzó a agitarse y a alarmarse. En esta inquietud, recurrió al señor John Glover, que vivía cerca, y le pidió que le desvelara aquellas ricas fuentes que poseía de conocimiento de los Evanagelios, particularmente acerca de la cuestión de la transubstanciación. Consiguió convencerla fácilmente de que la mascarada del papado y de la Misa estaban en contra de la santísima Palabra de Dios, y la reprendió fielmente por seguir excesivamente las vanidades de un mundo malvado. Para ella fue en verdad una palabra oportuna, porque pronto se cansó de su anterior vida de pecado, y resolvió abandonar la Misa y el culto idolátrico. Aunque obligada por la fuerza por su marido a ir a la iglesia, su menosprecio por el agua bendita y por otras ceremonias era tan evidente que fue acusada ante el obispo por menosprecio de los sacramentos.

De inmediato siguió una citación, dirigida a ella, que fue dada al señor Lewes, que, en un arrebato de pasión, puso una daga en el cuello del oficial, y se la hizo comer, después de lo cual le obligó a beber agua para hacerla bajar, y luego lo hizo salir. Pero por esta acción el obispo citó al señor Lewes ante él lo mismo que a su mujer; éste se sometió con presteza, pero ella afirmó resueltamente que al rehusar el agua bendita ni ofendía a Dios ni quebrantaba ninguna de Sus leyes. Fue enviada a casa durante un mes, siendo su marido fiador pecuniario por la comparecencia de ella; durante este tiempo el señor Glover la convenció de la necesidad de hacer lo que hacia no por vanidad, sino por la honra y la gloria de Dios.

El señor Glover y otros exhortaron seriamente a Lewes a perder el dinero que había pagado de fianza antes que mandar a su mujer a una muerte cierta, pero se hizo sordo a la voz de la humanidad, y la entregó al obispo, que pronto halló causa suficiente para enviarla a una inmunda prisión, de donde fue algunas veces sacada para ser sometida a interrogatorios. En el último, el obispo razonó con ella acerca de lo justo que era para ella ir a Misa y recibir como sagrado el Sacramento y los otros sacramentos del EspírituSanto. ‘Si estas cosas estuvieran en la Palabra de Diosª, le dijo la señora Lewes, ‘las recibiría de todo corazón, creyéndolas y apreciándolas.ª El obispo le contestó con la más ignorante e impía insolencia: ‘¡Si no quieres creer más que lo que estájustificado por las Escrituras, estás en estado de condenación!ª Atónita ante esta declaración, esta digna sufriente le replicó con razón que sus palabras eran tan impuras como blasfemas.

Después de ser sentenciada, quedó doce meses encarcelada, no estando dispuesto el alguacil mayor a ejecutarla durante el ejercicio de su cargo, aunque lo acababan de escoger para el mismo. Cuando llegó la orden para su ejecución desde Londres, ella envió a buscar unos amigos, a los que consultó acerca de en qué manera su muerte pudiera ser gloriosa para el nombre de Dios, y perjudicial para la causa de sus enemigos. Sonriendo, dijo: ‘En cuanto a la muerte, me es poca cosa. Cuando sé que contemplaré la amante faz de Cristo, mi amado salvador, el feo rostro de la muerte no me preocupa demasiado.ª La víspera antes de sufrir, dos sacerdotes deseaban vivamente visitarla, pero ella rehusó tanto confesarse a ellos como su absolución, por cuanto podía mantener mejor comunicación con el Sumo Sacerdote de las almas. Hacia las tres de la madrugada, Satanás comenzó a lanzar sus dardos encendidos, poniéndole dudas en su mente acerca de si había sido escogida para vida eterna, y si Cristo había muerto por ella. Sus amigos le señalaron con presteza aquellos pasajes consoladores de la Escritura que consuelan al corazón fatigado, y que tratan del Redentor que quita los pecados del mundo.

Hacia las ocho, el alguacil mayor le anunció que tenía sólo una hora de vida; al principio se sintió abatida, pero pronto se repuso, y le dio gracias a Dios de que su vida pronto iba a ser dedicada en Su servicio. El alguacil mayor dio permiso a dos amigos para que la acompañaran a la estaca, indulgencia ésta por la que luego fue severamente tratado; al ir hacia el lugar casi se desmayó, debido a la distancia, su gran debilidad y la multitud que se apiñaba. Tres veces oró fervientemente que Dios librara a la tierra del papismo y de la idolátrica Misa; y la mayoría de la gente, asícomo el alguacil mayor, dijeron Amén.

Cuando hubo orado, tomó una copa (que había sido llenada con agua para refrescarla), y dijo: ‘Bebo para todos aquellos que sin fingimiento aman el Evangelio de Cristo, y brindo por la abolición del papado.ª Sus amigos, y muchas mujeres del lugar, bebieron con ella, por lo que a la mayoría de ellas se les impusieron penitencias.

Cuando fue encadenada a la estaca, su rostro estaba alegre, y el rubor de sus mejillas no se desvaneció. Sus manos estuvieron extendidas hacia el cielo hasta que el fuego las dejó sin fuerzas, cuando su alma fuera recibida en los brazos del Creador. La duración de su agonía fue breve, porque el alguacil, por petición de sus amigos, había preparado una leña tan buena que en pocos minutos quedó abrumada por el humo y las llamas. El caso de esta mujer hizo brotar lágrimas de compasión de todos aquellos cuyo corazón no estaba encallecido.

Ejecuciones en Islington

Hacia el diecisiete de septiembre sufrieron en Islington los siguientes cuatro confesores de Cristo: Ralph Allerton, James Austoo, Margery Austoo, yRichard Roth.

James Austoo y su mujer, de A'lhallows, en Baiking, Londres, fueron sentenciados por no creer en la presencia. Richard Roth rechazó los siete sacramentos, y fue acusado de ayudar a los herejes por la siguiente carta, escrita con su propia sangre, y que había querido enviar a sus amigos en Colchester:

‘Queridos hermanos y hermanas:

ª¡Cuánta más razón tenéis para regocijaros en Dios por haberos dado tal fe para sobreponeros hasta ahora a este sanguinario tirano! Y es indudable que Aquel que ha comenzado la buena obra en vosotros, la llevaráa su consumación hasta el fin. Oh queridos corazones en Cristo, ¡qué corona de gloria recibiréis con Cristo en el reino de Dios! ¡Pluguiera a Dios que hubiera estado listo para ir con vosotros; porque estoy de día en incomodidad, suministrada por el alcalde; y de noche yazco en la carbonera, apartado de Ralph Allerton o de cualquier otro; y esperamos cada día cuándo seremos condenados; porque él dijo que sería quemado en el período de diez días antes de la Pascua; sigo estando en el borde del estanque, y cada uno entra antes que yo; pero esperamos pacientemente la voluntad del Señor, con muchas cadenas, en hierros y cepos, por los que hemos recibido gran gozo de Dios. Y ahora que os vaya bien, queridos hermanos y hermanas, en este mundo, pero espero veros en el cielo cara a cara.

ª¡Oh, hermano Munt, con tu mujer y tu hermana Rose, cuán bienaventurados sois en el Señor, que os haya encontrado dignos de padecer por Su causa!, y ello con todo el resto mis queridos hermanos y hermanas, conocidos o desconocidos. Gozaos hasta la muerte. No temáis, dijo Cristo, porque yo he vencido a la muerte. Oh, querido corazón, viendo que Jesucristo será nuestra ayuda, espera hasta que a …l le plazca. Sed fuertes, que se alienten vuestros corazones, y esperad quedos al Señor. El está cerca. Si, el ángel del Señor planta Su tienda alrededor de los que le temen, y los libra de la manera que mejor le parece. Porque nuestras vidas están en manos del Señor; y no nos pueden hacer nada si el Señor no se lo permite. Por ello dad todos gracias a Dios.

ªOh, queridos corazones, seréis revestidos de largos ropajes blancos en el monte Sión, con la multitud de los santos, y con Jesucristo nuestro Salvador, que jamás os desamparará. O bienaventuradas vírgenes, habéis jugado el papel de vírgenes prudentes al haber tomado aceite en vuestras lámparas, para poder entrar con el Esposo, cuando venga, para el gozo eterno con El. Pero en cuanto a las insensatas, les serácerrada la puerta, porque no se dispusieron a sufrir con Cristo, ni a llevar Su cruz. Oh queridos corazones, ¡cuán preciosa serávuestra muerte a los ojos del Señor!, porque preciosa le es la muerte de Sus santos. Que