El Libro de los Mártires by John Foxe - HTML preview

PLEASE NOTE: This is an HTML preview only and some elements such as links or page numbers may be incorrect.
Download the book in PDF, ePub, Kindle for a complete version.

 

Capítulo XXI - Las Persecuciones contra los Protestantes 1814 y

1820

LA persecución en esta parte protestante de Francia prosiguió con pocas interrupciones desde la revocación del edicto de Nantes, por Luis XIV, hasta un periodo muy breve antes del comienzo de la Revolución Francesa. En el año 1785, M. Rebaut St. Etienne y el célebre M. de la Fayette fueron de las primeras personas en interesarse ante la corte de Luis XVI para eliminar el azote de la persecución contra esta sufriente gente, los habitantes del sur de Francia.

Tal era la oposición de parte de los católicos y de los cortesanos, que no fue hasta el final del año 1790 que los protestantes se vieron libres de sus alarmas. Antes de esto, los católicos, en particular en Nimes, habían recurrido a las armas. Nimes había presentado un terrible espectáculo: Hombres armados corriendo por todas partes de la ciudad, disparando desde las esquinas, y atacando a todos los que encontraban, con espadas y horcas.

Un hombre llamado Astuo fue herido y echado al acueducto. Baudon cayó bajo los repetidos golpes de bayonetas y sables, y su cuerpo fue echado también al agua; Boucher, un joven de sólo diecisiete años de edad, fue muerto de un disparo mientras miraba desde su ventana; tres electores fueron heridos, uno de ellos de consideración; otro elector fue herido, y otro escapó a la muerte declarando varias veces que era católico; un tercero recibió tres heridas de sable, y fue llevado a su casa terriblemente mutilado. Los ciudadanos que huían eran detenidos por los católicos en los caminos, y obligados a dar prueba de su religión antes de concedérseles la vida. M. y Madame Vogue estaban en su casa de campo que los fanáticos forzaron, y mataron a ambos, destruyendo su vivienda. Blacher, un protestante de setenta años, fue despedazado con una hoz; al joven Pyerre, que llevaba unos alimentos a su hermano, le preguntaron: ‘¿Católico o Protestante?ª Al responder ‘Protestanteª, uno de aquellos monstruos disparó contra el chico, que cayó. Uno de los compañeros del asesino le dijo. ‘Igual podrías haber matado un cordero.ª ‘He jurado,ª repuso el otro, ‘matar a cuatro protestantes como mi parte, y éste contará como uno de ellos.ª

Sin embargo, como estas atrocidades llevaron a las tropas a unirse en defensa dcl pueblo, cayó una terrible venganza sobre el partido católico que había tomado armas, lo cual, junto con otras circunstancias, como la tolerancia ejercida por Napoleón Bonaparte, los refrenó totalmente hasta el año 1814, cuando cl inesperado regreso del antiguo régimen volvió a unirlos bajo las antiguas banderas.

La Llegada del Rey Luis XVIII a París

Esta llegada se supo en Nimes el trece de abril de 1814. Al cabo de un cuarto de hora se veía por todas partes la escarapela blanca, ondeaba la bandera blanca en los edificios públicos, en los espléndidos monumentos de la antigüedad, e incluso en la torre de Mange, fuera de las murallas de la ciudad. Los protestantes, cuyo comercio había sufrido durante la guerra, estuvieron entre los primeros en unirse al regocijo general, y en enviar su adhesión al senado, y al cuerpo legislativo, y varios de los departamentos protestantes enviaron mensajes al trono, pero desafortunadamente M. Froment estaba de nuevo en Nimes en aquel tiempo, con muchos fanáticos dispuestos a seguirle, y la ceguera y la furia del siglo dieciséis rápidamente tomaron el lugar de la filantropía del siglo diecinueve. En el acto se trazó una línea de distinción entre personas de diferentes persuasiones religiosas; el espíritu de la antigua Iglesia Católica era de nuevo regular la parte que cada uno hubiera de tener de estima y de seguridad.

La diferencia de religión iba ahora a gobernarlo todo; e incluso los criados católicos que habían servido a protestantes con celo y afecto comenzaron a descuidar sus deberes o a llevarlos a cabo con desgana y hostilidad. En los festejos y espectáculos dados a cuenta del erario público, se usó la ausencia de los protestantes para acusarlos de deslealtad; y en medio de clamores de Vive le Roi se oyeron los clamores disonantes de A bas le Maire, abajo el alcalde. M. Castletan era protestante; apareció en público con el prefecto M. Ruland, que era católico, y le echaron patatas, y la gente dijo que debía dimitir de su cargo, Los fanáticos de Nimes lograron incluso que se presentara un mensaje al rey, en el que decían que en Francia sólo debía haber un Dios, un rey y una fe. En esto fueron imitados por los católicos de varias ciudades.

La Historia del Niño de Plata.

Para este tiempo, M. Baron, consejero de la Cuor Royale de Nimes, adoptó cl plan de dedicar a Dios un niño de plata, si la Duquesa de Angulema daba un príncipe a Francia. Este proyecto fue adoptado como un voto religioso público, que era tema de conversación en público y en privado, mientras que varias personas, con la imaginación encendida por este proyecto, corrían por las calles gritando Vivent les Bourbons, ‘Vivan los Borbones.ª Como consecuencia de este desenfreno supersticioso, se dice que en Alais se aconsejó e instigó a las mujeres para que envenenaran a sus maridos protestantes, y al final se encontró conveniente acusarlos de crímenes políticos. Ya no podían aparecer en público sin ser insultados e injuriados. Cuando el populacho se encontraba con protestantes, los tomaban y bailaban alrededor de ellos con un bárbaro regocijo, y en medio de repetidos gritos de Vive le Roi cantaban versos cuyo sentido era: ‘Nos lavaremos las manos en sangre protestante, y haremos morcillas con la sangre de los hijos de Calvino.ª

Los ciudadanos que salían a los paseos buscando aire y frescura fuera de las callejas cerradas y sucias eran ahuyentados con gritos de Vive le Roi, como si aquellos gritos pudieran justificar todos los excesos. Si los protestantes hacían referencia al estatuto, se les aseguraba sin ambages que de nada les serviría, y que sólo habían conseguido asegurar más su efectiva destrucción. Se oyó a personas de rango decir en público: ‘Se tiene que matar a todos los Hugonotes; esta vez se debe matar a sus hijos, para que no quede nadie de esta maldita raza.ª

Es cierto, con todo, que no eran asesinados, sino tratados con crueldad; los niños protestantes no podían ya mezclarse en los juegos con los católicos, y ni siquiera se les permitía aparecer sin sus padres. Al oscurecer, las familias se encerraban en sus apartamentos, pero incluso entonces se lanzaban piedras contra sus ventanas. Cuando se levantaban por la mañana, no era inusual encontrar dibujos de horcas en sus puertas o paredes; y en las calles los católicos sostenían cuerdas ya enjabonadas delante de sus ojos, señalando a los instrumentos con los que esperaban y tramaban acabar con ellos. Se pasaban pequeñas horcas o modelos de las mismas, y un hombre que vivía delante de uno de estos pastores exhibió uno de estos modelos en su ventana, y hacía signos bien significativos cuando pasaba el ministro. También colgaron en un cruce de caminos públicos una figura representando a un predicador protestante, y cantaban los más atroces cánticos debajo de su ventana.

Hacia el final del carnaval se había incluso formado el plan de hacer una caricatura de cuatro ministros del lugar, y quemados en efigie; pero esto fue impedido por el alcalde de Nimes, que era protestante. Una terrible canción fue presentada al prefecto, en la lengua de la región, con una traducción falsa, e impresa con su aprobación, y tuvo mucha aceptación antes que él se diera cuenta del error al que había sido llevado. El sexagésimo tercer regimiento de línea fue públicamente censurado e insultado por haber protegido a los protestantes en cumplimiento de las órdenes recibidas. De hecho, los protestantes parecían ovejas destinadas al matadero.

Las Armas Católicas en Beaucaire

En mayo de 1815, muchas personas de Nimes pidieron una asociación federativa similar a la de Lyon, Grenoble, París, Aviñón y Montpelier, pero esta federación acabó aquí tras una efímera e ilusoria existencia de catorce días. Mientras tanto, un gran partido de zelotes católicos se habían armado en Beaucaire, y pronto llevaron sus patrullas tan cerca de las murallas de Nimes ‘que alarmaron a los habitantes.ª Estos católicos pidieron ayuda a los ingleses que se encontraban fondeados frente a Marsella, y obtuvieron la donación de mil mosquetes, diez mil cartuchos, etc. Sin embargo, el General Gilly fue pronto enviado contra estos partisanos, impidiéndoles llegar a mayores concediéndoles un armisticio. Sin embargo, cuando Luis XVIII hubo vuelto a París, tras el final del reinado de Napoleón de cien días, y parecieron establecerse la paz y aminorarse los espíritus partidistas, incluso en Nimes, bandas de Beaucaire se unieron a Trestaillon en esta ciudad, para cumplir la venganza premeditada durante tanto tiempo. El General Gilly había dejado el departamento hacía ya varios días; las tropas que dejó tras de si habían asumido la escarapela blanca, y esperaban nuevas órdenes, mientras que los nuevos comisionados habían sólo de proclamar el cese de las hostilidades y el total establecimiento de la autoridad real. Fue en vano; no aparecieron comisionados, no llegaron despachos para calmar y regular la mente del público; pero hacia la tarde entró en la ciudad la vanguardia de los bandidos, que ascendían a varios cientos, indeseados pero sin que se les hiciera oposición.

Mientras marchaban sin orden ni disciplina, cubiertos con ropas o harapos multicolores, adornados con escarapelas, no blancas, sino blancas y verdes, armados con mosquetes, sables, horcas, pistolas y guadañas, borrachos y manchados de la sangre de los protestantes que habían encontrado por el camino, presentaban un aspecto de lo más repelente y pavoroso. En la plaza abierta delante de los cuarteles, se unieron a estos bandidos el populacho armado de la ciudad, encabezados por Jaques Dupont, comúnmente llamado Trestaillon. Para ahorrar derramamientos de sangre, la guarnición de alrededor de quinientos hombres consintió capitular, y salió abatida e indefensa; pero cuando habían pasado alrededor de cincuenta, la canalla comenzó a disparar a discreción contra sus confiadas victimas, totalmente carentes de protección; casi todos murieron o fueron heridos, pero una cantidad muy pequeña pudieron volver a entrar en el patio antes de que se cerraran de nuevo los portones de la guarnición. Estas fueron de nuevo forzadas en un instante, y fueron muertos todos los que no pudieron izarse sobre los tejados o saltar a los jardines adyacentes. En una palabra, se encontraron con la muerte a cada recodo y de todas las formas, y esta matanza ejecutada por los católicos rivalizó en crueldad y sobrepasó en perfidia a los crímenes de los septembristas de París y las degollinas jacobinas de Lyon y Aviñón. Tuvo la marca no sólo del fervor de la Revolución sino también de la sutileza de la liga, y quedarádurante largo tiempo como mancha sobre la historia de la segunda restauración.

Matanza y Pillaje en Nimes

Nimes exhibía ahora una escena de lo más terrible de ultraje y carnicería, aunque muchos de los protestantes habían huido al Convennes y al Gardonenque. Las casas de campo de los señores Rey, Guiret y otras habían sido saqueadas, y los habitantes tratados con una barbarie despiadada. Dos partidos habían saciado sus salvajes inclinaciones en la granja de Madame Frat; el primero, tras comer, beber y romper el mobiliario, anunció la llegada de sus camaradas, ‘en comparación con los cuales,ª dijeron, ‘a ellos los considerarían misericordiosos.ª Quedaron tres hombres y una anciana en el lugar; al ver llegar a la segunda compañía, dos de los hombres huyeron. ‘¿Eres católica?ª, le preguntaron dos de los bandidos a la anciana. ‘Si.ª ‘Entonces, repite tu Pater y tu Ave.ª Aterrorizada como estaba, vaciló, y en el acto le dieron un culatazo con un mosquete. Al volver en si, huyó de la casa, pero se encontró con Ladet, el viejo valet de ferme, que traía una ensalada que sus atacantes le habían ordenado preparar. En vano trato de persuadirle para que huyera. ‘¿Eres protestante?ª le preguntaron. ‘Si. ª Descargándole un mosquete encima, cayó herido, pero no muerto. Para consumar su obra, aquellos monstruos encendieron un fuego con paja y tablones, echaron a su víctima aún viva en las llamas, y lo dejaron morir en las más atroces agonías. Luego se comieron la ensalada, la tortilla, etc. Al siguiente día, algunos trabajadores, viendo la casa abierta y abandonada, entraron, y descubrieron el cuerpo medio consumido de Ladet. El prefecto de Gard, M. Darbaud Jouques, tratando de paliar los crímenes de los católicos, tuvo la audacia de afirmar que Ladet era católico; pero esto fue contradicho públicamente por dos de los pastores de Nimes.

Otra partida cometió un terrible asesinato en St. Cezaire, matando a Imbert la Plume, marido de Suzon Chivas. Lo encontraron al volver de trabajar en los campos. El cabecilla le prometió perdonarle la vida, pero insistió en que debía llevarlo a la cárcel de Nimes. Viendo, sin embargo, que los de la partida estaban decididos a matarle, asumió su carácter natural, y siendo un hombre fuerte y valiente, se adelantó, y exclamó: ‘¡Vosotros sois unos bandidos! ¡Fuego!ª Cuatro de ellos dispararon y él cayó pero no muerto; y mientras estaba aun con vida le mutilaron el cuerpo; y luego, pasando una cuerda a su alrededor, lo arrastraron, atado a un cañón del que se habían apoderado. No fue hasta después dc ocho días que sus parientes supieron de su muerte. Cinco personas dc la familia de Chivas, todos ellos casados y padres de familia, fueron muertos en cl curso de pocos días.

El inmisericorde trato de las mujeres, en esta persecución en Nimes, fue de tal naturaleza que habría ofendido a cualesquiera salvajes que hubieran sabido de ello las viudas Rivet y Bernard fueron obligadas a entregar enormes cantidades dc dinero la casa dc la señora Lecointe fue devastada, y sus bienes destruidos. La señora F. Didier vio su vivienda saqueada y casi arrasada hasta rás de tierra. Una partida de estos fanáticos visitó a la viuda Perrin, que vivía en una pequeña granja en los molinos de viento; tras cometer todo tipo de devastaciones, atacaron incluso el camposanto, que contenía los muertos de la familia. Sacaron los ataúdes y desparramaron su contenido por campos colindantes. En vano recogió esta ultrajada viuda los huesos de sus antepasados para volverlos a poner en su lugar; de nuevo los exhumaron; finalmente, después de varios inútiles intentos, quedaron desparramados sobre la superficie de los campos.

Decreto Regio en favor de los Perseguidos.

Por fin fue recibido en Nimes el decreto de Luis XVIII que anulaba todos los poderes extraordinarios conferidos ya por el rey, por los príncipes, o agentes subordinados, y las leyes iban ahora a ser administradas por los órganos regulares, y llegó un nuevo prefecto para ponerlas en vigor. Pero a pesar de las proclamaciones, la obra de destrucción, detenida por un momento, no fue abandonada, sino que pronto fue reanudada con renovado vigor y efecto. El treinta de julio, Jacques Combe, padre de familia, fue muerto por algunos de la guardia nacional de Rusau, y el crimen fue tan público que el comandante de la partida devolvió a la familia el libro de notas de bolsillo, y los papeles del fallecido. Al día siguiente multitudes amotinadas llenaron la ciudad y sus suburbios, amenazando a los pobres aldeanos; y el primero de agosto los mataron sin oposición.

Por el mediodía de aquel mismo día, seis hombres armados, encabezados por Truphemy, el carnicero, rodearon la casa de Monot, un carpintero; dos de la partida, que eran herreros, habían estado trabajando en la casa el día antes, y habían visto a un protestante que se había refugiado allí, M. Bourillon, que había sido teniente del ejército, y que se había retirado con una pensión. Era hombre de excelente carácter, pacífico e inofensivo, y nunca había servido al emperador Napoleón. Se lo tuvieron que señalar a Truphemy, que no lo conocía, mientras compartía el frugal desayuno con la familia. Truphemy le ordenó que fuera con él, añadiendo:

‘Tu amigo Saussine ya estáen el otro mundo.ª Truphemy