Capítulo XXII - El Comienzo de las Misiones Americanas en el
Extranjero
SAMUEL J. Mills, mientras era estudiante en Williams College, reunió a su alrededor a un grupo de compañeros estudiantes, sintiendo todos la carga del gran mundo pagano. Un día en 1806, cuatro de ellos, alcanzados por una tempestad, se refugiaron bajo la cubierta de un pajar. Pasaron la noche en oración por la salvación del mundo, y resolvieron, si había oportunidad para ello, ir ellos mismos como misioneros. Esta ‘reunión de oración del pajarª se hizo histórica.
Estos jóvenes fueron posteriormente al Seminario Teológico de Andover, donde se unió a ellos Adoniram Judson. Cuatro de ellos enviaron una petición a la Asociación Congregacional de Massachusetts en Bradford, del 29 de junio de 1810, ofreciéndose como misioneros y preguntando si podrían esperar el apoyo de una sociedad en este país, o si debían solicitarlo a una sociedad británica. Como respuesta a este llamamiento, se constituyó la Junta Americana de Comisionados para Misiones Extranjeras.
Cuando se solicitó un estatuto para la Junta, un alma incrédula objetó desde los bancos de los legisladores, alegando, en oposición a la petición, que el país tenía una cantidad tan pequeña de cristianos que no se podía prescindir de ninguno para exportación; pero otro, que estaba dotado de una constitución más optimista, le recordó que se trataba de un bien que cuanto más se exportara, tanto más aumentaría en la patria. Hubo mucha perplejidad acerca de la planificación y de los aspectos financieros, por lo que Judson fue enviado a Inglaterra para conferenciar con la Sociedad de Londres en cuanto a la factibilidad de la cooperación de las dos organizaciones para enviar y sostener a los candidatos, pero este plan quedó en nada. Al final se consiguió suficiente dinero, y en febrero de 1812 zarparon para oriente los primeros misioneros de la Junta
Americana. El señor Judson iba acompañado de su mujer, habiéndose casado con Ann Hasseltine poco antes de emprender el viaje. Durante la larga travesía, el señor y la señora Judson y el señor Rice fueron llevados de alguna manera a revisar sus convicciones acerca del modo apropiado del bautismo, llegando a la conclusión de que sólo era válida la inmersión, y fueron rebautizados por Carey poco después de llegar a Calcuta. Este paso necesariamente cortó su relación con el cuerpo que les había enviado, y los dejó sin apoyo. El señor Rice volvió a América para informar de esta circunstancia a los hermanos bautistas. Ellos contemplaron la situación como resultado de una acción de la Providencia, y planearon anhelantes aceptar la responsabilidad que les había sido echada encima. Así, se formó la Unión Misionera Bautista. De esta manera el señor Judson fue quien dio ocasión a la organización de dos grandes sociedades misioneras.
La Persecución del Doctor Judson
Después de trabajar por un tiempo en el Indostán, el doctor y la señora Judson se establecieron por fin en el Imperio Birmano en 1813. En 1824 estalló una guerra entre la Compañía de las Indias Orientales y el emperador de Birmania. El doctor y la señora Judson y el doctor Price, que estaban en Ava, la capital del Imperio Birmano, fueron, al comenzar la guerra, arrestados de inmediato y encerrados por varios meses. El relato de los sufrimientos de los misioneros fue escrito por la señora Judson, y aparece en sus propias palabras.
‘Rangún, 26 de mayo de 1826.
‘Mi querido hermano, ª
Comienzo esta carta con la intención de darte los detalles de nuestro cautiverio y sufrimientos en Ava. La conclusión de esta carta determinaráhasta cuando mi paciencia me permitirárecordar escenas desagradables y horrorosas. Había mantenido un diario con todo lo que había sucedido desde nuestra llegada a Ava, pero lo destruíal comenzar nuestras dificultades.
ªEI primer conocimiento seguro que tuvimos de la declaración de guerra por parte de los birmanos fue al llegar a Tsenpyu-kywon, a unas cien millas a este lado de Ava, donde habían acampado parte de las tropas, bajo el mando del célebre Bandula. Siguiendo nuestro viaje, nos encontramos con el mismo Bandula, con el resto de sus tropas, regiamente equipado, sentado en su barcaza dorada, y rodeado por una flota de barcos de guerra de oro, uno de los cuales fue mandado en el acto al otro lado del río para interpelarnos y hacemos todas las preguntas necesarias. Se nos permitió proseguir tranquilamente cuando el mensajero fue informado que éramos americanos, no ingleses, y que íbamos a Ava en obediencia al gobierno de su Majestad.
ªAl llegar a la capital, encontramos que el doctor Price estaba fuera de favor ante la corte, y que allíhabía más sospechas contra los extranjeros que en Ava. Tu hermano visitó dos o tres veces el palacio, pero encontró que el talante del rey para con él era muy diferente al que había sido anteriormente; y la reina, que antes había expresado deseos por mi pronta llegada, no preguntó ahora por mí, ni indicó deseo alguno de verme. Consiguientemente, no hice esfuerzo alguno por visitar el palacio, aunque era invitada casi a diario a visitar algunos de los parientes de la familia real, que vivían en sus propias casas, fuera del recinto de palacio. Bajo estas circunstancias, creímos que lo más prudente sería proseguir nuestra intención original de construir una casa y de iniciar las operaciones misioneras según hubiera oportunidad, tratando asíde convencer al gobierno de que no teníamos nada que ver con la actual guerra.
ªDos o tres semanas después de nuestra llegada, el rey, la reina, todos los miembros de la familia real y la mayor parte de los oficiales del gobierno volvieron a Amarapora, a fin de acudir y tomar posesión del nuevo palacio en la forma acostumbrada.
ªNo me atreveré a describir este espléndido día, cuando su majestad entró, con toda la gloria que le acompañaba, por las puertas de la ciudad dorada y puedo decir que entre las aclamaciones de millones, tomó posesión del palacio. Los saupwars de las provincias fronterizas con China, todos los virreyes y altos oficiales del reino estaban reunidos para la ocasión, vestidos en sus ropajes de estado, y adornados con la insignia de su oficio. El elefante blanco, ricamente ornamentado con oro y joyas, era uno de los objetos más hermosos en la procesión. Sólo el rey y la reina estaban sin adornar, vestidos en la simple vestimenta del país; entraron, tomándose la mano, en el jardín en el que había mos tomado asiento, y donde se preparó un banquete para su refrigerio. Todas las riquezas y la gloria del imperio fueron exhibidas aquel día. El número y el inmenso tamaño de los elefantes, los numerosos caballos, y la gran variedad de vehículos de toda descripción, sobrepasó con mucho a todo lo que había jamás visto o imaginado. Poco después que su majestad hubiera tomado posesión del nuevo palacio, se dio orden de que no se permitiera entrar a ningún extranjero, excepto a Lansago. Nos sentimos algo alarmados ante esto, pero concluimos que era por motivos políticos, y que quizáno nos afectaría de manera esencial.
ªDurante varias semanas no sucedió nada alarmante para nosotros, y proseguimos con nuestra escuela. El señor Judson predicaba cada domingo, había mos conseguido todos los materiales para construir una casa de ladrillos, y los albañiles habían hecho considerable avance en la construcción del edificio.
ªEl veintitrés de mayo de 1824, cuando acabábamos nuestro culto en casa del doctor, al otro lado del río, llegó un mensajero para decirnos que Rangún había sido tomada por los ingleses. El conocimiento de esto nos produjo un choque en el que había una mezcla de gozo y de temor. El señor Gouger, un joven comerciante residente en Ava, estaba entonces con nosotros, y tenía más razones para temer que el resto de nosotros.
Sin embargo, todos volvimos de inmediato a nuestra casa y comenzamos a considerar qué debíamos hacer. El señor G. fue a ver al Príncipe Thar-yar-wadi, el hermano más influyente del rey, que le informó que no debía temer nada, pues él ya había tocado esta cuestión con su majestad, que había contestado que ‘los pocos extranjeros que había en Ava no tenían nada que ver con la guerra, y no debían ser molestados.ª ªEl gobierno estaba ahora en pleno movimiento. Un ejército de diez o doce mil hombres, bajo el mando de Kyi-wun- gyi, fue enviado al cabo de tres o cuatro días, a los que se debía unir Sakyer- wun-gyi, que había sido anteriormente designado virrey de Rangún y que estaba de camino hacia allí cuando le llegaron las noticias del ataque. No había dudas acerca de la derrota de los ingleses; el único temor del rey era que los extranjeros supieran el avance de las tropas birmanas, y que pudieran alarmarse tanto que huyeran a bordo de sus barcos y se fueran, antes que hubiera tiempo de tomarlos y someterlos a esclavitud. ‘Traedmeª, dijo un salvaje joven de palacio, ‘seis kala pyuª (extranjeros blancos para que remen mi barcaª; ‘y para mi’,ª dijo la dama de Wun-gyi, ‘enviadme cuatro extranjeros blancos para que dirijan los negocios de mi casa, porque sé que son siervos de fiar.ª Las barcas de guerra, con gran moral, pasaron delante de nuestra casa, cantando y danzando los soldados, y dando muestras del mayor regocijo. ¡Pobres chicos!, dijimos nosotros; probablemente nunca volveréis a danzar. Y asífue, porque pocos, o ninguno, volvieron a ver su casa natal.
ªAl final el señor Judson y el doctor Price fueron llamados a un tribunal de interrogatorios, donde se les hizo una estricta indagación acerca de lo que sabían. La gran cuestión parecía ser si habían tenido el hábito de comunicarse con extranjeros acerca del estado del país, etc. Ellos respondieron que siempre habían tenido la costumbre de escribir a sus amigos en América, pero que no tenían correspondencia con oficiales ingleses ni con el gobierno de Bengala. Después de ser interrogados, no fueron encerrados, como lo habían sido los ingleses, sino que se les permitió volver a sus casas. Al examinar las cuentas del señor G., se encontró que el señor J. y el doctor Price habían recibido sumas considerables de dinero de su parte. Ignorando como ignoraban los birmanos la manera en que recibíamos el dinero, por órdenes desde Bengala, esta circunstancia fue suficiente evidencia para sus mentes desconfiadas de que los misioneros estaban a sueldo de los ingleses, y que muy probablemente eran espías. Asíse presentó la cuestión ante el rey, que enfurecido ordenó el arresto inmediato de los ‘dos maestrosª.
ªEl ocho de junio, mientras nos preparábamos para la comida, entró precipitadamente un oficial, que tenía un libro negro, con una docena de birmanos, acompañados por uno al que, por su cara con manchas, supimos que era un verdugo e ‘hijo de la prisiónª. ‘¿Dónde estáel maestro?ª fue la primera pregunta. El señor Judson se presentó. ‘Eres llamado por el reyª, le dijo el oficial; ésta es una frase que siempre se emplea cuando se va a arrestar a un criminal. El hombre con las manchas de inmediato se apoderó del señor Judson, lo echó al suelo, y sacó la cuerda pequeña, el instrumento de tortura. Lo tomé del brazo: ‘Deténgaseª, le dije, ‘le daré dineroª. ‘Arréstala también a ellaª, dijo el oficial; ‘también es extranjeraª. El señor Judson, con una mirada implorante, rogó que me dejaran hasta que recibieran nuevas órdenes. La escena era ahora chocante más alláde toda descripción.
ªTodo el vecindario se había reunido los albañiles trabajando en la casa de ladrillos tiraron las herramientas y corrieron los niñitos birmanos estaban chillando y llorando los criados bengalíes se quedaron inmóviles al ver las indignidades cometidas contra su patrón y el endurecido verdugo, con gozo infernal, apretó las cuerdas, atando firmemente al señor Judson, y lo arrastró, no sabia yo a dónde. En vano rogué y supliqué a aquella cara manchada que tomara la plata y que aflojara las cuerdas, sino que escarneció mis ofrecimientos, y se fue de inmediato. Sin embargo, di dinero a Mounglng para que los siguiera, y volviera a intentar mitigar la tortura del señor Judson; pero en lugar de tener éxito, cuando se vieron a una distancia de la casa, aquellos insensibles hombres volvieron a echar al preso en tierra, y apretaron aún más las cuerdas, de manera que casi le impedían respirar.
‘El oficial y su grupo se dirigieron a la corte de justicia, donde estaban reunidos el gobernador de la ciudad y los oficiales, uno de los cuales leyó la orden del rey que el señor Judson fuera echado en la prisión de muerte, a la que pronto fue echado, la puerta cerrada y Moung Ing no vio ya más. ¡Qué noche fue aquella! Me retiré a mi habitación, y traté de lograr consuelo presentando mi causa a Dios, e implorando fortaleza y fuerzas para sufrir lo que me esperara. Pero no me fue concedido mucho tiempo el consuelo de la soledad, porque el magistrado del lugar había venido a la galería, y me estaba llamando para que saliera y me sometiera a su interrogatorio. Pero antes de salir destruítodas mis cartas, diarios y escritos de todo tipo, por si revelaban el hecho de que teníamos corresponsales en Inglaterra, y donde yo había registrado todos los acontecimientos desde nuestra llegada al país. Cuando hube terminado esta obra de destrucción, salíy me sometíal interrogatorio del magistrado, que indagó de manera muy detallada acerca de todo lo que yo sabia; luego ordenó que fueran cerrados los portones de las instalaciones, que no se permitiera entrar ni salir a nadie, puso una guardia de diez esbirros, a los que les dio orden estricta de guardarme con seguridad, y se fue.
ªEra ya oscuro. Me retiré a una estancia interior con mis cuatro pequeñas niñas birmanas, y atranqué las puertas. El guarda me ordenó en el acto desatrancar las puertas y que saliera, o derribarían la casa. Me negué obstinadamente a obedecer, y conseguíintimidarlos amenazándolos con quejarme de su conducta ante más altas autoridades por la mañana. Al ver que estaba decidida a no hacer caso de sus órdenes, tomaron los dos criados bengalíes, y los pusieron en cepos en una posición muy dolorosa. No pude soportar esto; llamé al cabo desde la ventana, y les dije que les haría un presente por la mañana a todos ellos si soltaban a los criados. Después de muchas discusiones y de muchas severas amenazas consintieron, pero parecían decididos a irritarme tanto como fuera posible. Mi estado desprotegido y desolado, mi total incertidumbre acerca de la suerte del señor Judson, y las terribles juergas y el lenguaje casi diabólico de la guardia, todo ello se unió para hacer de aquella con mucho la noche más angustiosa que jamás haya pasado. Puedes bien imaginar, querido hermano mío, que el sueño huyó de mis ojos, y de mi mente la paz y la compostura.
ªA la mañana siguiente, envié a Moung Ing para que supiera la situación de tu hermano, y que le diera alimentos, si todavía vivía. ¡Pronto volvió, con las noticias de que el señor Judson, y todos los extranjeros blancos, estaban encerrados en la cárcel de muerte, con tres pares de cadenas de hierro, y atado a una larga estaca, para impedir que se movieran! Mi motivo de angustia era ahora que yo misma era prisionera, y que no podía hacer nada por la liberación de los misioneros. Rogué y supliqué al magistrado que me permitiera ir a algún miembro del gobierno para defender mi causa; pero él me dijo que no osaba consentir, por temor de que yo huyera. Luego escribía una de las hermanas del rey, con quien había tenido una estrecha amistad, pidiéndole que empleara su influencia para la liberación de los maestros. La nota fue devuelta con este mensaje: Ella ‘no lo comprendíaª, lo que era una cortés negativa a interferir; luego supe que había estado deseosa de ayudarnos, pero que no se atrevió por causa de la reina. El día fue pasando lentamente, y tenía ante mi otra terrible noche. Traté de suavizar los sentimientos de la