Para que tal cosa no suceda, para defender á esa población, á la quetenemos obligación de defender; para conservar la integridad de nuestroterritorio, para que la nación española no sea de nuevo mutilada, y noporque Cuba nos produzca todos esos millones fantásticos, deseamosconservar á Cuba, y es de esperar que la conservemos.
Los diecisietemillones y medio de españoles peninsulares, salvo muy pocos, no temenperder el mercado para su industria, y perder el fomento de su comercioy de su marina mercante, si llegasen á perder la perla de las Antillas.No nos faltaría entonces sitio y gente á donde enviar nuestros productosy nuestros barcos. La pérdida de Cuba nos traería, sin duda,perturbación, mas no por la utilidad que Cuba nos trae ó nos ha traídonunca. Si atendiésemos solo á esta utilidad, apenas habría español queno estuviese deseando que nos quedásemos sin Cuba.
No tendría entonces que decir el Sr. Merchán, citando los arrogantesversos de Núñez de Arce, y dirigiéndose á Cuba:
«Y si ser grande y respetada quieres,
de tí no más la salvación esperes.»
Consejo que Cuba, ó mejor dicho, los rebeldes en armas no siguen, porquesolos ni se hubieran rebelado, ni persistirían en la rebelión, que los yankees atizan, fomentan, patrocinan y pagan para echar de allí alcabo, no sólo á nosotros los españoles, sino también á todos los latinos, sin excluir al Sr. Merchán, que regresaría por corto tiempo ásu patria y que tendría que volverse á Bogotá, porque en Cuba, yankeeficada, le mirarían como mueble incómodo é inútil y no le haríancaso. No le valdría la adulación con que proclama la omnipotencia de losEstados Unidos.
Si quisieran apoderarse de Cuba, dice, «¿quién se opondría? ¿Inglaterra?El Leopardo puede aceptar luchas con el Águila, pero no la provoca áellas. ¿Francia?
Mientras no arregle cuentas con Alemania, evitarácontiendas con otras naciones fuertes y civilizadas. ¿Alemania, Rusia?No tienen intereses coloniales en América; y Rusia, de desenvainar laespada, lo haría á favor de su antigua amiga la Unión Americana. Encuanto á una coalición de las grandes potencias, los Estados Unidos nola temen. Recuérdese cómo desbarataron la Santa Alianza con un Mensajede Monroe».
¿Tendrá razón el Sr. Merchán y lo podrán todo los Estados Unidos? ¿Seatreverán á intervenir en Cuba y á intentar despojarnos de cuanto allílegítimamente poseemos, sin que por impotencia ó por imprevisor egoísmose interponga en nuestro favor ninguna grande potencia europea? Entoncessí que no será á Cuba, sino á España, á quien tenga que decir el poeta,y esperemos en Dios que sea oído:
Y si ser grande y respetada quieres,
de tí no más la salvación esperes.
III
Algo arrepentido estoy de haber tomado por asunto de un escrito mío ellibro del Sr.
Merchán. Hay muchísimo que decir sobre él, y yo me canso,y, lo que es peor, temo cansar á mis lectores. Sin embargo, como yaemprendí la tarea, no quiero dejarla sin terminar, si bien procuraré sermuy conciso.
Lo más grave de que el Sr. Merchán acusa á España, es de su corrupciónadministrativa en Cuba. Nada hay que decir contra los datos que aduce.Todos están tomados de discursos, informes, folletos y Memorias,suscriptos por los señores Romero Robledo, Moret, marqués de la Vega deArmijo, Balaguer, Doltz, general Pando, general Salamanca y bastantesotros hombres políticos peninsulares de la primera importancia.
No quiero entrar en pormenores, porque son cansados y además harto feos.Convengo, pues, con el Sr. Merchán en que en Cuba la corrupciónadministrativa es deplorable: es un mal que requiere pronto y enérgicoremedio. ¿Pero le hallará la rebelión, si triunfa y establece en Cubauna República independiente? Lo dudo, y no digo rotundamente lo niego,porque no me precio de profeta, porque mi optimismo no tiene limites yporque no he perdido la fe en lo sobrenatural y milagroso.
Mal hemos administrado á Cuba en el siglo presente; pero lícito espresumir que los cubanos libres la administrarían mil veces peor.Libres son y constituídas están en Repúblicas todas nuestras antiguascolonias en el continente americano. ¿Hay alguna de ellas que desde queconquistó su libertad hasta hoy haya sido mejor administrada que Cuba?Esto es lo primero que sería necesario demostrar.
Yo reconozco desde luego que el desarrollo del comercio, de la industriay de la riqueza en general, mil ingeniosas invenciones y los más fácilesmedios de comunicación entre las gentes han hecho progresar y hanllevado como á remolque hasta á los pueblos más atrasados. Pero estascausas debieran influir más en los pueblos libres que en pueblos como elde Cuba, que gime aún bajo el abominable yugo de España. Cuba, noobstante, apenas tenia á principios de siglo más población que 400.000almas. Hoy pasa la población de Cuba de 1.600.000. La población, pues,está cuadruplicada, sin que á esto contribuyan, ni la abolida trata denegros, ni una gran corriente de emigración europea ó asiática. Lariqueza y el bienestar han aumentado también, á pesar de las guerrasciviles. No estarán, pues, tan oprimidos y miserables los cubanos,cuando así crecen y prosperan. ¿Crecen en la misma proporción en lasRepúblicas hispano-americanas, las gentes, el bienestar y la riqueza?
Ya he dicho que no he de negar yo la corrupción administrativa de Cuba,para cuya prueba aduce el Sr. Merchán tanto testigo; pero tenga porcierto que, si fuese tal como él la pondera, Cuba no hubiera prosperado.La extraordinaria fecundidad de su suelo no hubiera podido prevalecercontra la rapacidad que en los peninsulares supone el Sr.
Merchán. Si delos cuatro siglos que hace que poseemos á Cuba hubiéramos sacado de ellay enviado á España durante cuarenta años siquiera, á diez años porsiglo, la mitad no más de lo que anualmente robamos á Cuba, ó seanveinticinco millones de pesos fuertes y esto sin contar las remesasmisteriosas é infinitas que hacen los peninsulares, tendríamos que, enpoco tiempo, habrían ingresado de Cuba en España nada menos que milmillones de pesos fuertes. ¿En qué Pozo Airón, en qué sumidero, en quéinsondable abismo ha venido á precipitarse y á hundirse este Misisipí,este Amazonas de oro? ¿Dónde están los palacios, las soberbias quintas,los hadados jardines, el lujo sardanapálico y los sibaríticos deleitesde los peninsulares que trajeron de Cuba todo ese dinero? ¿Dónde estánlos templos, los obeliscos y las pirámides que hemos levantado con eláureo vellocino de nuestra Colcos? Ambas Castillas están pobres ydesoladas. Los palacios de los peninsulares enriquecidos en Cuba son másdifíciles de hallar que los de Dulcinea. Y no hay monumento de algúnvaler que no se haya erigido con dinero nuestro y no cubano. Para quesea más evidente la prueba, los monumentos más nobles y grandiosos,hasta son anteriores al descubrimiento de América, y por consiguiente,de Cuba; los muros ciclópeos y las ingentes torres y arcos triunfales deAvila; las catedrales, como las de Burgos y Toledo, y los alcázares,como el de Segovia.
América no ha enriquecido, ha empobrecido y despoblado á España. España,en su gloriosa expansión, no se dilató por el mundo para saquearle ypara traer á la Península los despojos ópimos, sino para difundir pordoquiera su cultura, su religión, su idioma y sus artes. Si en la mismaItalia, maestra de ellas, cuando en Italia dominamos, levantamostemplos, castillos y palacios, erigimos monumentos y fundamos obraspiadosas, hospicios y colegios, como de ello dan testimonio Napóles,Palermo, Mesina, Bolonia y otras ciudades, sin excluir á la misma Roma,¿qué no haríamos y qué no hicimos en América, donde en resumidas cuentasno había nada, ó si había algo, respondía á un estado incompletísimo éinicial de cultura, como podría ser el del centro del Asia, tres ócuatro siglos antes de que saliese Abraham de su patria, Ur de loscaldeos?
Desengáñese el Sr. Merchán; la nación española poco ó nada ha traido deCuba que no haya pagado con creces; nada debe á Cuba. Cuba es quien selo debe todo á España; salvo lo que da la Naturaleza en su estadoprimitivo y selvático. Por eso, aunque el Sr.
Merchán se enoje, tieneEspaña razón para llamar ingratos á sus rebeldes hijos de Cuba. ¿Quéhabrá quitado España para enriquecerse á Maceo, á Máximo Gómez ó áQuintín Banderas?
En cuanto á los fraudes y depredaciones de nuestros empleados, no pocohay también que objetar. Mucho crédito, por ejemplo, merece D. EduardoDolz; pero
¿acaso no puede equivocarse ó exagerar involuntariamente? Enlos últimos veinticinco años, afirma que nuestros empleados handefraudado, en las aduanas de Cuba, doscientos millones de pesosfuertes. Supongamos que es exacta la cantidad, y ya es mucho suponer.Todavía no es posible la suposición de que sean tan necios losmercaderes y contrabandistas cubanos que hayan tenido el caprichoirracional de dar á los empleados los doscientos millones, en vez dedarlos al Tesoro. Lo probable sería que, en este hurto hecho al Tesoro,saliesen ganando los comerciantes y contrabandistas ciento cuarentamillones y que los empleados se contentasen con sesenta y con enviarlosá España. Pero como estos sesenta millones no lucen ni parecen por aquí,yo me atrevo á presumir que son fantásticos. En España no abundan tantolos ricos que no nos sean todos conocidos y que no sepamos de dónde hasalido y cómo se ha formado el caudal de cada uno. Seguro estoy de quesigilosamente y al oído, para no delatar á nadie, sin suficientespruebas, no nos declara, ni el más zahorí en estos asuntos, dónde estánveinte millones siquiera, el tercio de los sesenta que de Cuba han dehaber venido á la Península. Los doscientos millones, pues, ó no se lequitaron al Tesoro ó casi todos ellos se quedaron en Cuba.
Pretende el Sr. Merchán, apoyado en las delaciones que aquí mismo hemoshecho, que todos estos empleados que van á Cuba á defraudar la Haciendapública, tienen, entre los más altos personajes políticos, sendospadrinos á quienes pagan tributo. Poco aprovecha á dichos padrinosriqueza tan mal adquirida. Por eso me inclino yo á creer que los máscriminales han de haber recibido muy poco; y que los medianamentecriminales han de haber recibido algunos cajoncillos de cigarros puros,pinas en conserva y pasta de guayaba, con ó sin tropezones. Lo cierto esque yo he conocido y conozco gran multitud de nuestros personajespolíticos. Los que son ricos sabemos perfectamente de dónde procede suriqueza. Y los pobres, que forman la mayoría, contándose entre ellos nopocos que han sido ministros de Ultramar, me atrevo á sostener que nohan tomado un céntimo de peseta al hacerse el reparto de los doscientosmillones de pesos fuertes. A algunos, cuyos nombres pudiera citar y
áquienes traté y visité hasta que murieron, fue menester venderles loslibros y las ropas para poder enterrarlos.
En suma; por donde quiera que yo lo miro, no noto en España esa horriblecorrupción que el Sr. Merchán nos achaca, y que en todo caso no seríaigual, ni con mucho, á la que de otras grandes naciones, como Francia éItalia, nos dejan presumir escándalos recientes, y como la que de lospropios Estados Unidos por mil indicios también se presume.
Yo infiero de todo, empezando por conceder que en la administración deCuba hay desórden y despilfarro, necesitados de enmienda, ó que lacorrupción no es tan enorme como se dice, ó que son cubanos interesadosy poco escrupulosos los que la fomentan, más en detrimento del Tesoro dela Metrópoli que en detrimento de la prosperidad de la isla.
La rebelión, por consiguiente, no queda así justificada. Los saqueos ylos incendios perpetrados por los rebeldes no remediarán nada, nicontribuirán á la prosperidad de Cuba. Y contribuirán aún mucho menos,si los Estados Unidos, según ya se prevé, nos exigen indemnización poresos saqueos y esos incendios, que sin el favor y aliento que dan á losrebeldes, no se perpetrarían, y si el Gobierno español tiene ladebilidad de someterse y de pagar. Esperemos, aunque se resista y nopague, que no haya violencia ni guerra internacional. Y en todo caso,aunque esa guerra sobreviniese y aunque nos fuese adversa la fortuna,siempre sería preferible á la humillación y á la ignominia; y sobretodo, si la ignominia y la humillación resultasen inútiles y al cabohubiese guerra, á no ser que resignadamente nos dejásemos despojar detodo.
LAS ALIANZAS
——
Sr. Director de El Liberal.
MI distinguido amigo: Al leer lo que dice La Época sobre políticainternacional, siento ciertos escrúpulos de haber contribuído, con elfolleto que publiqué pocos días ha, á promover la cuestión de alianzas,que muchos periódicos tratan ahora. Esto me induce á comentar lo que yadije, á fin de que, sino tiene usted inconveniente, me favorezcapublicando esta carta, aunque impugne luego su contenido.
Lamentábame yo de que España, en la presente ocasión de apuros ypeligros, estuviese aislada: pero mi lamento no implicaba oposición ádeterminado partido ú hombre político. No iba contra nadie: iba contratodos. Y por otra parte, como los aliados y los amigos no se buscan nise ganan en el momento en que se necesitan, sino que se tienen áprevención y de antemano, también estuvo muy lejos de mi mente, y lohubiera estado, aunque mi insignificancia no lo estorbase, el aconsejaral Gobierno actual que buscara depriesa y corriendo lo que antes de él,desde hace ya medio siglo, nadie había buscado.
Limitada así la intención que tuve al hablar de alianzas, sigososteniendo, sin que La Época me convenza de lo contrario, que lasalianzas son buenas y que sin alianzas nada útil é importante se haconseguido en el mundo, desde que Hiran y Salomón se aliaron, hasta eldía de hoy. Cuando Salomón, que era sapientísimo, buscaba alianzas, noserá el buscarlas tan gran disparate. Sin la que contrajo, ni él hubieraconstruído el admirable templo de Jerusalén, ni desde Aziongaber hubieraenviado á Ofir sus naves para que volviesen cargadas de marfil ysándalo, oro y perlas, perfumes, especias, papagayos y otros milprimores. Y prescindiendo de ejemplos vetustos, hay uno muy reciente quemuestra cuán fecundas en bienes son las alianzas urdidas con arte.
Siconsideramos lo que ha ganado el Piamonte desde Novara hasta el día, nosasombramos como del milagro más pasmoso. El pequeño sacrificio de enviarcuarenta mil hombres á Crimea, y más tarde el sacrificio algo mayor deayudar á Prusia y de sufrir por mar una derrota en Lysa y por tierraotra en Custozza, han valido al Piamonte, primero el Milanesado ydespués el Véneto; que nadie se oponga á que arroje de Sicilia, deNápoles, de Toscana y de otros Estados á sus soberanos legítimos; que, ápesar del enojo de muchos millones de católicos, despoje al Papa de supoder temporal, y que constituya la unidad de Italia, que parecía sueño.Pedir más sería gollería; sería imitar á aquel monarca aprovechadísimoque pedía y alcanzaba tantas cosas por medio de su hijo, casado con elhada Parabanú, hermana del rey de los genios, que el rey de los geniosse hartó al verle tan exigente y pedigüeño, y le aplastó descargandosobre él su tremenda clava. La habilidad, por grande que sea, tiene sulimite, sobre todo cuando no hay en ella magia ó hechizo. Y magia sería,si por virtud de la triple alianza diese Italia también cima y dichosoremate á sus tal vez prematuras empresas en remotos países.
La de Saavedra Fajardo, que cita La Época, y el texto latino de ciertafábula de Fedro, que todos sabemos, lo único que prueban es quecualquier obra de alguna transcendencia, como no se haga bien, lo mejores que no se haga. Sin duda que hay peligro en aventurarse, pero quienno se aventura no pasa la mar.
Nosotros, los españoles, desde hace años pecamos de desconfiados yformamos de nosotros mismos muy pobre concepto. Pensamos y decimos sinironía ni broma algo parecido á lo que por chiste oí yo decir una vez alSr. D. Antonio Cánovas con general regocijo de cuantos le escuchaban.Decía que él se había venido de Málaga huyendo porque allí todos leengañaban ó trataban de engañarle. España, con la mayor formalidad, estádiciendo y haciendo lo mismo: huye del trato y familiaridad de todas laspotencias de Europa por temor de que la engañen.
Mientras más lo recapacito, mejor noto que la desconfianza que nosarrastra al retraimiento y al separatismo está en nosotros muy arraigaday conviene librarnos de ella. Por esta desconfianza echamos á los judíosy á los moriscos; por esta desconfianza se rompió nuestra unión conPortugal, y al romperla perdió Portugal lo mejor de su imperio en laIndia; por esta desconfianza estuvo á punto de separarse de nosotrosCataluña; en parte, por esta desconfianza se han emancipadoprematuramente todas las colonias españolas del continente americano; ypor esta desconfianza brotan hoy ominosos chispazos de regionalismo, yaen la misma Cataluña, ya en las provincias vascongadas, ya en Galicia.
Claro está que los negros y mulatos de la clase más ruda y humilde quehay en Cuba entre los rebeldes, están allí por merodear; que losaventureros de países extraños están para ganar importancia y dinero enla contienda; y que algunos ambiciosos, nacidos en la propia tierra,están porque sueñan con ser ministros ó presidentes de la Repúblicafutura; pero si hay cubanos de arraigo y buena fé que conspiren ó luchencontra España y anhelen la independencia de Cuba, esa desconfianzasecular, ese vicio inveterado del separatismo, es quien los mueve. Y estan pernicioso para ellos el movimiento, que si España no logra pararle,los llevará al suicidio colectivo, ó á gemir bajo el yugo de unpresidente ó de un emperador negro ó á la desaparición en la isla, de sulengua y de su casta, cuando toda, si triunfan, sea yankee, dentro depoco.
A fin de impedirlo, sacrifica hoy España sus hombres y su dinero. Y noes el interés quien la impulsa, sino una obligación sagrada. No podemosconsentir en que retroceda á la barbarie lo que durante cuatro sigloshemos cuidado con amor y cultivado con esmero, ni podemos consentir enque desaparezcan de Cuba los hombres de nuestra lengua y casta, poringratos y discolos que sean, para que se extiendan y dominen en ellalos anglo-americanos.
De esperar es que nos saquen airosos de este empeño la constanciapatriótica de la nación y el valor de nuestros soldados. De esperar esque se evite el conflicto con los Estados Unidos, donde, aunqueproclamen la beligerancia, tal vez no se atrevan á intervenir á manoarmada en favor de los insurrectos. Y de esperar es, en último extremo,que si los Estados Unidos intervienen, contra razón y derecho, seinterpongan las grandes potencias europeas y no permitan, ó una guerrainjusta y terrible, ó el violento despojo de lo que nos pertenece,apoderándose la gran República de la llave del seno mexicano, por dondeha de abrir el camino que ponga en comunicación los dos grandes mares.Tales son las esperanzas que podemos tener. Con ellas debemoscontentarnos, aunque no sean muy seguras. Ya no es tiempo de buscaralianzas. Solos estamos en el gran conflicto, y con nuestra propiaenergía tendremos que salir de él, si en los Estados Unidos no ceden,pues al cabo la mayoría de aquel pueblo no es como Shermann, Mórgan yMills, ó si las grandes potencias europeas, movidas por el propiointerés, no nos prestan apoyo.
Pero si España hubiese contado con amistades y alianzas y no hubieseestado tan sola, no hubiera tenido que aguardar hasta el último extremo;hubiera inspirado más respeto en Washington, y no hubiera tenido queceder á tantas humillantes é injustas reclamaciones y que pagar tantaindemnización con longanimidad lastimosa y que sufrir con pacienciatanto vejamen y tantos vituperios de senadores y diputados yankees.Estos, de seguro, jamás se hubieran atrevido á despotricarse tanferozmente si España hubiese estado más enlazada y sostenida en elconcierto de las naciones civilizadas de Europa.
En mi sentir, pues, las alianzas no solo son convenientes, sinoindispensables para España, que tiene aún, y no puede menos de tener,tanto que conservar y tanto á que aspirar, si no se arroja en el surco yse declara muerta y prescinde de su historia.
La Época citaba contra las alianzas á Saavedra Fajardo. Yo citaré enfavor de ellas á otro político de más fuste y recámara: al propioNicolás Machiavelli. Precisamente en el capítulo XXI, donde explica cómose ha de gobernar un príncipe para conquistar reputación, y donde hacetan hermoso elogio de Fernando de Aragón, marido de Isabel la Católica,á quien declara por fama y por gloria el primer rey entre loscristianos, se decide en favor de las alianzas, diciendo que unpríncipe no es estimado sino cuando es verdadero amigo ó verdaderoenemigo; que el descubrirse es más útil que el quedarse neutral, y queel príncipe irresoluto, cuando, por huir compromisos y peligros, sigueel camino de la neutralidad, las más veces se hunde en vergonzosa ruina,teniendo que salir de la neutralidad por fuerza y no de grado.
Como ya he dicho que las alianzas convienen y hasta son indispensables,quisiera decir también de qué suerte me parece que deben buscarse ycelebrarse; pero como hoy me he extendido mucho, lo dejo para otro día,si no fatigo á los lectores de El Liberal con nueva carta.
II
Sr. Director de El Liberal.
Mi distinguido amigo: En cuestión de alianzas tal vez sería lo mejor,después de afirmar que convienen, abstenerse de decir con quién y cómo.Los usos diplomáticos prescriben no hablar de tales conciertos hastadespués de ya celebrados. Pero, á pesar de todo, me parece que no hayimprudencia ni falta de sigilo en que alguien, como yo, que estáalejadísimo del poder público y de todo centro oficial, y que nocompromete á nadie ni se compromete, diga sobre el asunto lo que se leantoje. Lo que yo pienso decir, además, no puede ofender á ningunanación. Y no porque yo me valga de rodeos y perífrasis, sino porquequizás á causa de mi optimismo y de mi indulgencia afectuosa, apenascondeno á nadie y hallo disculpa para todo.
Triste cosa es que, al llegar casi á su término el siglo XIX, llamado delas luces, la humanidad haya adelantado tan poco, moral y políticamente,que, en el mismo centro de su más alta civilización, todos los hombrescapaces de empuñar las armas anden cargados con ellas, haciendo elejercicio, reuniendo con grandes gastos los más eficaces medios dedestrucción, aprendiendo á matar y perdiendo en maniobras, revistas yparadas el tiempo que pudieran emplear en divertirse ó en producir cosasútiles y agradables, y teniéndose de continuo unos á otros en jaque yalerta; pero esto no tiene remedio y no hay para qué censurarlo.
Muy costosa es la paz armada, pero más costosa y terrible sería unanueva guerra europea. Dios quiera, pues, que no la haya, y que, pasandoaños, se harten las grandes potencias de consumir dinero y de convertirá todos sus ciudadanos en soldados, y se decidan á deponer las armas.
Por ahora, y sabe Dios hasta cuándo, la amenaza de guerra es constante,y en vez de ser segura la paz en la tierra á los hombres de buenavoluntad, estamos amenazados siempre de una estupenda y colosalconflagración belicosa, en que luchen por un lado Alemania, Austria éItalia, y por otro Francia, tal vez auxiliada por Rusia.
Si por desgracia llegara este caso ¿qué le convendría hacer á España?Los alemanes no nos han hecho ni bien ni mal; de los italianos notenemos agravios que vengar y los queremos bien, salvo algunas damaselegantes y devotas y cierto número de católicos muy fervorosos, quedesean que se lleve el diablo aquella monarquía para que recobre elPadre Santo su poder temporal, y con Austria estuvimos unidos por lazosdinásticos en la mejor época de nuestra historia, hemos vuelto á estarloen el día, y aun yo creo posible y conveniente que se aumenten estoslazos. Nada tendríamos que ganar con hacer la guerra á la TripleAlianza; pero como también sería duro pelear contra nuestros simpáticosvecinos los franceses, amables difundidores por el mundo de las letrasamenas y de las artes elegantes y deleitosas, lo mejor y lo más cómodosería permanecer neutrales, á pesar de lo que he citado de Machiavelli.Este gran político hablaba en muy distintas circunstancias, para muyotra edad del mundo, y siempre con la mira de libertar á Italia de losque él llamaba bárbaros, cuyo yugo le apestaba, sin que hubieseatrocidad, crimen ni peligrosa aventura á que para sacudir aquelhediondo yugo no excitase él á su Príncipe.
Nosotros tenemos también que sacudir algo á modo de yugo, que no meatrevo á condenar ni por de bárbaros ni por hediondo; pero que sícalificaré de pesado y de vergonzoso, y que nos convertirá enNación-Job, si hemos de seguir sufriéndole. Ya se entiende que esteyugo es el que en Cuba nos imponen los yankees, porque sin el favor,amparo y aliento que dan á los que se rebelan, y sin la mengua deautoridad que nos causan, y sin el descrédito que vierten sobrenosotros, pidiéndonos cuenta de todo, como si fueran nuestros jueces, ysin la facilidad con que convierten en ciudadanos de su gran República ánuestros más acérrimos enemigos, renegados de su casta, obligándonos ádarles dinero en vez de fusilarlos ó de enviarlos á presidio, es casiseguro que en Cuba no habría insurrección y es seguro que no sería nicon mucho tan importante y duradera como es hoy. Lo milagroso es que envista de las ventajas que ofrece á los insurrectos la descaradaprotección de los Estados Unidos, no acudan á Cuba á combatirnos todoslos aventureros sin patria y toda la gente perdida que hay en el mundo.
No creo yo, sin embargo, que el mejor camino para libertarnos del yugomencionado sería salir de la neutralidad en una posible guerra europea.La neutralidad nos conviene; pero, á fin de que sea respetada y no seencierre en egoísmo estéril, importaría concertarnos, para este finsolo, con alguna gran potencia que no estuviese comprometida ni en favorde Francia ni en favor de Alemania. Este nuevo grupo, de que pudiéramosformar parte, no sólo nos valdría para que nos respetasen durante laguerra, sino tal vez para contribuir á la conservación ó restauración dela paz, y no sólo nos valdría para que el vencedor no nos atase alcarro de su triunfo, sino también para concurrir á moderar lasexigencias del que hubiese obtenido la victoria, y á restablecer, en loposible, el equilibrio de las fuerzas.
Otro es el camino que para remediar el mal estado de nuestras relacionescon la gran República nos hubiese convenido ó nos conviene seguir: haberbuscado á tiempo aliados y amigos ó buscarlos en lo venidero, si ahora,sola y abandonada como está España, logra conjurar la tormenta ó salirde ella salva.
Lo que nos pasa con los Estados Unidos, á cuya independencia y formacióncontribuímos un poco, se parece á la más desventurada aventura de Simbadel Marino, que aupó sobre sus hombros al endiablado vejete para quecogiera los frutos en los hermosos árboles de su fértil isla, y elvejete endiablado no quería luego apearse, y seguía montado en Simbad,insultándole y procurando ahogarle para mostrar su agradecimiento.
A fin de quitarnos de encima tan insufrible carga, ¿no hubiera sidoconveniente, ó no lo sería en lo futuro, ganar la voluntad de lasprimeras potencias coloniales de Europa, celebrar tratos y concertarsede algún modo con ellas? Cualquiera promesa, cualquiera sacrificio quehiciésemos, sería mucho menor que los sacrificios que estamos haciendohoy y que tendremos que hacer en adelante.
A un concierto, á un Tratado de alianza, exclusivamente para asuntoscoloniales ó de Ultramar, no creo yo que se negasen, si se negociababien, ni Francia, ni Inglaterra, ni Holanda. España ha sido la primeranación colonizadora del mundo; todavía, á pesar de su decadencia, es latercera ó la cuarta, y no la desdeñarían como inútil peso, y de
algopodría servir á sus más poderosos aliados, que también pueden hallarseen ocasiones de empeño y de peligro, y necesitar entonces ó al menostener por provechoso el auxilio nuestro.
Si no lo recuerdo mal, de algo valió España á los franceses no hacemucho tiempo, cuando, para vengar á nuest