Al Primer Vuelo by José María de Pereda - HTML preview

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—¡Yo lo creo! ¿Para que?

—Para que vea usted a Peleches desde aquí.

Volvióse Nieves como Leto quería, y exclamó al punto:

—¡Ay, qué bien se ve! Pero ¡qué en alto y qué lejos está y quéiluminada la casa por el sol! Parece que nos está mirando con lasventanas... ¿Nos verá alguien desde allí, Leto?

—Al balandro, como un papel de cigarro, puede; pero a nosotros,dificilillo es a la simple vista... Agárrese usted, Nieves, que haymucha trapisonda y son muy fuertes los balances. Aquí no se puede decir,como en bahía, que el barco paladea el agua; sino que la escupe y laabofetea y la embiste, ¿no es verdad?... y hasta riñe con ella, que,como usted puede observar, no se muerde la lengua tampoco... Vea ustedallá lejos unas lanchas corriendo un largo... Son boniteras, defijo... Así se pesca el bonito, a la cacea.

Poco después preguntó a Nieves, en cuya cara, más pálida que decostumbre, no se leía otra expresión que la de una curiosidadintensísima, si se daba por satisfecha con la prueba, o quería apurarlamás.

—Hasta ahora—respondió Nieves intrépida,—no ha metido el yacht másque una tabla; y usted me tiene dicho que puede con tres.

—Dos, Nieves...

—Tres, Leto: lo recuerdo bien.

—Conmigo, sí; pero llevándola a usted, no me atrevo.

—¿Teme usted dar la voltereta?

—Eso nunca; pero hay otros peligros...

—Pues las tres tablas quiero. Ya estoy acostumbrada a los balances, yesto me va pareciendo delicioso.

Leto, a reserva de engañarla con un artificio bien disimulado, laprometió complacerla, porque no tenía fuerza de voluntad paracontrariarla.

—Pues a ello—dijo—, y agárrese usted bien que voy a preparar laarribada.

Apartó su atención de Nieves, y la puso toda en el yacht.

—La verdad es—pensaba—, que la ocasión es de oro para hacer eso y aunotro tanto más; pero ¡carape!... no señor, no señor: tiento, tiento, queno llevas a bordo sacos de paja... Y lo está deseando el maldito. ¡Quéluego sintió la caña! ¡Allá vas!

Ya está sorbido el carel... ¡Hola,hola! garranchitos a mí por la proa, ¿eh? Toma ese hachazo por elmedio... y ese par de rociones para duchas... ¡Carape con larecalcada!... Una tabla...

Esto ya es andar... y embarcar aguatambién... Pues otro poquito más de caña ahora... para probar... ¡nadamás que para probar!...

Ya está la segunda. (Alto). Vaya ustedcontando, Nieves: dos tablas...

—Una y media—respondió Nieves al punto—. Hasta tres...

—¡No sea usted tentadora! Dejémoslo en las dos, y crea usted que esbastante.

—¿Hay miedo, Leto?

—¡Tendría que ver!

—Pues lo parece.

—Vea usted los delfines otra vez... Los puede usted alcanzar con lamano. ¿Serán capaces de pretenderlo, los muy sinvergüenzas? Pues al verlo que se arriman y se presumen...

Las gaviotas... Mire usted esa nubede ellas escarbando con las alas en el mar: allí hay un banco desardinas...

—Lo que usted quiere—dijo Nieves pasando su mirada firme de losdelfines y de las gaviotas a Leto—, es distraerme a mí del punto queestábamos tratando; pero no le vale... ¡Las tres tablas, Leto!

Leto empezó a creer que no había modo de resistirla ni de engañarla...

—Pues las tres tablas—dijo—; pero ¡muchísimo cuidado, Nieves!

Y se dispuso a complacerla, comenzando por olvidarla para no ser más quebarco inteligente.

—Hay que volver a empezar—se decía—; y para esto, mejor era haberlohecho del primer tirón, porque la brisa arrecia y la

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trapisonda crece...El carel... ¡por vida de la arfada!... De ésta, va a ser el pozo un bañode pies... Más caña... ¡Uf!... ¡qué sensible y qué retozón está hoy elcondenado! En cuanto se le tocan las cosquillas, ya no le cabe en lamar... Una tabla... y un garrancho.

Después hablaremos de estasrociadas, amigo Cornias... ¡Buena cabezada! Gracias que dimos enblando... La arribada ahora...

Dos tablas, y sin carnero a bordo... ¡yqué andar, carape! Que nos alcancen galgos ni las toninas siquiera...Pues toma más, ya que te gusta... ¡así! que no has de desarbolar porello ni por otro tanto encima... Y eso que parece que te duele elaparejo, por lo que gime y se cimbrea y se tumba... ¡Ay, carape! queesto tiene su borrachera como el vino... ¡Si me dejara llevar deella!... Pero, en fin, hasta las tres tablas, siquiera, que debemos...falta una...

¡Toma más, bebe más, que más puedes! ¡Vaya si puedes!...Hay que repetir la arribada con mayor energía... ¡Allá va!...

¡Ah,carape, que se me fue la mano!...

Salió el barco como una exhalación, levantando lumbres del agua;saltaron a bordo grandes chorros de ella; oyose un grito horripilante, ydesapareció Nieves entre las espumas que revolvía el yacht por labanda sumergida.

—¡Divino Dios!—clamó entonces Leto en un alarido que no parecía de vozhumana—. ¡Vira, Cornias!

Y se lanzó al mar detrás de Nieves.

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—XVIII—

Bajo el tambucho

REO que se nos desmaya, Cornias... Era de esperar... El horror, elfrío... ¡Desgraciada de ella... desgraciado de mí...

desgraciados detodos, si esto ocurre antes de llegar tú a recogernos! Ya no podíamás... me faltaban palabras para alentarla; fuerzas para sostenerla... ypara sostenerme yo mismo.

¡Qué situación, Cornias! ¡Qué cuarto de horatan espantoso!

Anda más de prisa... Ten firme... Aquí, sobre estebanco... ¡Santo Dios! ¡si me parece que sueño!... Arrolla la colchonetapor esa punta

para

quesirva

de

almohada...

Así...

Ahora

convendríareaccionarla; pero ¡cómo?... Con qué tenemos; pero

¡cómo? vuelvo adecir... Destapa ese otro banco y saca cuantas ropas haya dentro delcajón... ¡En el aire!... Yo, al armario de las bebidas alcohólicas...¡Inspiración de Dios fue el conservarlas aquí!... ¡Y se resiste lacondenada vidriera!... Pues por lo más breve... ¿para qué sirven lospuños?... Hágase polvo este cristal, y el armario entero si espreciso... Este ron de Jamaica es lo más apropiado... Una copatambién... Ampara tú esto de los balances, sobre la mesa... pero dameprimero una toalla de esas para secarme las manos, que chorrean agua...¡Qué ha de suceder con esta chaqueta que es una esponja?... ¡Fuera conella!... Vete echando ron en la copa... Venga ahora... Pero aguárdateque la enjugue antes la cara... ¡Dios de Dios! ¡que yo no pueda haceraquí lo que es más necesario... casi indispensable!...

aflojarla estasropas empapadas... quitárselas de encima. ¡Si me fuera dado ver y nover; maniobrar con los ojos cerrados!... La copa enseguida... Ron en lassienes... en las ventanillas de la nariz... entre los labios... ¡Pero sicon ese talle tan oprimido no pueden funcionar los pulmones!... Yo bienveo dónde está la abertura de la coraza... pero ¡no sería unaprofanación poner las manos ahí?... ¡No se me caerían de las muñecas?...Y hay que hacer algo por el estilo, y sin tardanza... Por la espalda siacaso...

justo: la misma cuenta sale... Tu cuchillo, Cornias... Ayúdamea ponerla boca abajo... ¡Dios me dé uno suficiente!... Por si acaso, elfilo hacia arriba... Ya está cortada la tela del vestido... Ahora lastrencillas del corsé... y estos cinturones... Esta es obra más fácil...Trae aquel impermeable y tiéndele encima de ella y de mis manos, que notienen ojos... Así... Ya queda el tronco libre de ligaduras... avolverla ahora de costado... ¿Ves cómo respira con menos dificultad?...Más ron enseguida... ¡en el aire, Cornias! Le siente en los labios...Ten la copa un instante mientras la incorporo yo... Así... ¡Nieves!...¡Nieves!... Dame la copa tú. ¡Nieves!... un sorbito de esta bebida paraentrar en calor... A ver, poquito a poco... Allá va... ¡Lo paladea,Cornias, lo paladea... y entreabre los ojos! ¡Sea Dios bendito!...

Otrosorbo más, Nieves, hasta apurar la copa, aunque le repugne a usted: esesencia de vida... ¡Ajá!... Prepara otra, Cornias, por si acaso... Mira,hombre, ¡todavía conserva en el pecho parte de las flores que se habíaprendido esta mañana!... Sobre que se están cayendo... Toma. No lastires: guárdalas en ese armario abierto...

por si pregunta por ellas...¿Se siente usted mejor, Nieves?

¿Quiere usted otro poco de la mismabebida para acabar de reaccionarse?... ¡Mira, Cornias, qué fortuna enmedio de todo!

Ya vuelve en sí... ya está en sus cabales... ¡Bendito seaDios!

El pudor, que es el sentimiento más afinado en la naturaleza de lamujer, fue lo primero que vibró en la de Nieves al recobrar ésta eldominio de su razón. Notó la flojedad del cuerpo de su vestido, mirose,le vio desentallado, reparó en el impermeable que la cubría los hombros;Y con una mirada angustiosa preguntó a Leto la causa de ello.

—Lo he rasgado yo—respondiola el mozo, tan ruborizado como lainterpelante—, porque era de necesidad abrir por algún lado para queusted respirara con desahogo.... y elegí ese lado de atrás por parecermemenos... vaya, menos... y aun eso se hizo, al llegar al corsé, bajo elimpermeable que no se le ha vuelto a quitar a usted de encima. ¿Escierto, Cornias?

Cornias dijo que sí; y Nieves bajó la cabeza, estremeciose, y se arropócon el impermeable. Estaba pálida como un lirio, casi amoratada;chorreábale el agua por cabellos y vestido, y había una verdadera lagunaen el suelo de la cámara; porque Leto, por su parte, era una esponjainagotable, de pies a cabeza.

—Ahora, Nieves—la dijo éste casi imperativamente, pero traduciéndoseleen la voz y en la mirada la compasión y el interés de que estabaposeído—, va usted a hacer, sin un momento de tardanza, lo que debió dehaberse hecho en un lugar de lo poco que yo hice... porque no me eralícito hacer más: está usted empapada en agua, está usted fría; y eso noes sano: hay que quitarse esa ropa... ¡toda la ropa! enjugarse bien,friccionarse si es preciso, y volverse a arropar: yo no tengo vestidosque ofrecerla a usted, ni en estas soledades han de hallarse a ningúnprecio; pero tengo algo seco, limpio y muy a propósito para que puedausted envolverse en ello y abrigarse... Vea usted una... dos... tresgrandes sábanas de felpa... dos toallas... unas pantuflas sin estrenar,algo cumplidas de tamaño; pero donde cabe lo más, cabe lo menos... Otroimpermeable... ¿Se acuerda usted de la tarde en que les enseñé estasprendas visitando ustedes esta cámara? ¡Mal podía imaginarme yo entoncesel destino que les estaba reservado para hoy! En medio de todo, benditosea Dios, que menos es nada... Conque a ello, Nieves... y tome ustedantes otros dos sorbos de ron para rehacerse un poquito más... Noinsistiría, porque sé que le repugna este licor, si tuviera usted quiénla ayudara en la tarea en que va a meterse; pero, desgraciadamente,tiene usted que arreglarse sola, y hay que cobrar fuerzas... Vamos, otrosorbito... y tú, Cornias, ¡listo a pasar un lampazo por estos suelos!...Vea usted bien, Nieves: sobre la mesa pongo, para que las tenga ustedmás a la mano, las sábanas, las toallas y las babuchas... Allí queda elcapuchón impermeable; y la botella del ron para el uso que la indiquéantes y la recomiendo mucho, en este armario... Después se pasa usted aaquel otro banco que está seco, y se acuesta un ratito... Para su mayortranquilidad, voy a correr las cortinillas de los tragaluces... No hayojos humanos en el yacht capaces de un atrevimiento semejante; perousted no tiene obligación de creerlo... ¿Ve usted? Después de corridaslas cortinillas, queda sobrada claridad para lo que tiene usted quehacer... ¡Ah! por si le ocurre llamar mientras esté sola aquí adentro:esta puerta de entrada tiene un cuarterón de corredera: observe ustedcómo se abre y se cierra... Por aquí puede usted pedir lo quenecesite...

¡Listo,

Cornias,

que

apura

el

tiempo!...

Conque

¿estamosconformes, Nieves? ¿Hay fuerzas? ¿Sí? Pues a ello sin tardar uninstante. Y ¡ánimo! que Dios aprieta, pero no ahoga.

Nieves, que había estado con la mirada fija en Leto, sin perder unapalabra, ni un movimiento, ni un ademán del complaciente muchacho en suafanoso ir y venir, cuando le tuvo delante, a pie firme y en silenciopidiéndola una respuesta, se la dio en una sonrisa muy triste, pero muydulce.

Enseguida se llevó ambas manos a la frente y se estremeció de nuevo,exclamando:

—¡Dios mío, qué ideas me acometen de pronto, tan negras, tan raras!...¡qué sobresaltos, qué visiones!... Estoy como en una pesadillahorrorosa... Mi pobre padre, tan tranquilo y descuidado en Peleches; yo,sin saberlo él, aquí ahora, de esta traza, en este mechinal... y unmomento hace... ¡Dios eterno!... Leto... yo estoy viva de milagro... yohe debido de ahogarme hoy.

—No, señora,—respondió Leto muy formal.

—¡Que no? Pues si no es por usted, primero, y por la destreza deCornias enseguida... confesada por usted mismo cuando le veíaacercarse...

—Cornias ha cumplido con su deber, como yo he cumplido con el mío; perousted no podía ahogarse de ningún modo...

—¿Por qué?

—Porque... porque no: porque para ahogarse usted era preciso que antesme hubiera ahogado yo, y después el yacht con Cornias adentro, ydespués los peces de la mar, y la mar misma en sus propias entrañas, ¡yhasta el universo entero!... porque hay cosas que no pueden suceder niconcebirse, y por eso no suceden... Y ¡por el amor de Dios! esparzausted ahora esos tristes pensamientos, como yo esparzo los míos... queson bien tristes también, y muy mortificantes y muy negros, y conságresesin perder minuto a hacer lo que la tengo recomendado; porque no daespera. Tiempo sobrado nos quedará después para hablar de eso... yentregarme yo a la Guardia civil para que, atado codo con codo, me llevea la cárcel, y después me den garrote vil en la plaza de Villavieja.

—¡A usted, Leto?

—A mí, sí; porque, en buena justicia, debió de haberme tragado la maren cuanto la puse a usted en brazos de Cornias.

—Pero ¿habla usted en broma o en serio?—le preguntó Nieves,contristada con el tono y el ademán casi feroces de Leto.

—Pues ¿no ha conocido usted que es broma para distraerla de susvisiones?—respondió éste fingiendo una risotada de mala manera,abochornado por su imprudente sinceridad—. Lo que la repito en serio esque urge quitarse todas esas ropas mojadas.

—¿Y las de usted?—le dijo a él Nieves viendo cómo le chorreaba el aguapor las perneras abajo—, ¿ son ropas mojadas?

—Las mías—respondió Leto,—no hacen daño donde están ahora: somosantiguos y buenos amigos el agua salada y yo...

Además, ya están casisecas y acabarán de secarse al aire libre, adonde voy a ponerlasenseguida con el permiso de usted.

Vamos a ir empopados, y cuento conllegar al puerto en tres cuartos de hora; echemos otro hasta el muelle:la hora justa desde aquí... Téngalo usted presente para hacer sutoilette... y hasta luego.

Con esto salió de la cámara, cerró la puerta y voceó a Cornias, que yaestaba esperándole con la maniobra aclarada y la sangre helada aún ensus venas con el recuerdo del espantoso lance que no se le borraría dela memoria en todos los días de su vida.

Se izaron las velas, se puso el Flash en rumbo al puerto, y cayó supiloto, no en su embriagadora obsesión de costumbre en casos tales, sinoen las garras crueles de sus amargos pensamientos. Volaba el yacht cargado de lonas, arrollando garranchos y carneros, saltando como uncorzo de cresta en cresta y de seno en seno, circuido de espumashervorosas, juguetón, ufano... ¿Y para qué tanta ufanía y tantapresteza? Para tortura del pobre mozo, que veía en la llegada al puertola caída en un abismo sin salida para él... Mirárase el caso por dondese mirara, siempre resultaba el mismo delincuente, el mismo responsable:él, y nadie más que él fue débil complaciendo a Nieves, sinconsentimiento de su padre, en un antojo tan serio, tan grave, como elde salir a la mar a hurtadillas y con, el tiempo medido; fue unmentecato, un majadero, haciendo valentías en ella, sin considerarbastante los riesgos que corría el tesoro que llevaba a su lado; fue unirracional, un bárbaro, rematando sus majaderías con la bestialidad queprodujo el espantoso accidente... No lo había dicho en broma, no:merecía ser entregado por la Guardia civil a los tribunales de justicia,y agarrotado después en la plaza pública, y execrado hasta laconsumación de los siglos en la memoria de don Alejandro Bermúdez ytodos sus descendientes. Y si don Alejandro Bermúdez y la justiciahumana no lo consideraban así, ni el uno ni la otra tenían sentido comúnni idea de lo justo y de lo injusto... ¡Que Nieves vivía! ¡Y qué, sivivía de milagro, como había dicho muy bien la infeliz? Su caída habíasido de muerte, con el andar que llevaba el barco; y en esta cuenta sehabía arrojado él al mar... Si se obraba el milagro después, bien; y sino se obraba... ¿qué derecho tenía él a vivir pereciendo ella, ni paraqué quería la vida aunque se la dejaran de misericordia?

Esto no erarebelarse contra las leyes de Dios; era sacrificarse a un deber decaridad, de conciencia, de honor y de justicia. Él la había puesto enaquel trance; pues quien la hizo que la pagara.

Esta era jurisprudenciade todos los códigos y de todos los tiempos, y de todos los hombreshonrados... ¿Comprometes la vida ajena? Pues responde con la propia.¿Qué menos? Esto entre vidas de igual valor. Pero ¿qué comparación cabíaentre la vida de Nieves y la vida de Leto? ¡La vida de Nieves!

Todavíaconcebía él, a duras penas, que por obra de una enfermedad de las queDios envía, poco a poco y sin dolores ni sufrimientos, esa vida hubierallegado a extinguirse en el reposo del lecho, en el abrigo del hogar yentre los consuelos de cuantos la amaban; pero de aquel otro modo,inesperado, súbito, en los abismos del mar, entre horrores y espantos...¡y por culpa de él, de una imprudencia, de una salvajada de Leto!... Lodicho: aun después de salvar a Nieves, quedaba su deuda sin pagar; y sudeuda era la vida; y esta deuda debió habérsela cobrado el mar en cuantodejó de hacer falta para poner en salvo la de su pobre víctima... Todoesto era duro, amargo, terrible de pensar; pero ¿y lo otro, lo queestaba ya para suceder, lo que casi tocaba con las manos y a veces selas inducía a dar contrario rumbo a su yacht?

¡Cuando éste llegara alpuerto, y hubiera que pronunciar la primera

palabra,

dar

la

primeranoticia,

las

primeras

explicaciones, aunque por de pronto se disfrazaraalgo la verdad que al cabo llegaría a conocerse?... Don Alejandro, susservidores y amigos... la villa entera, la misma Nieves, después demeditar serenamente sobre lo ocurrido... cada cual a su manera, ¡todos ytodo sobre él!... Merecido, eso sí, ¡muy merecido! Pero ¿dónde estabanel valor y las fuerzas necesarias para resistirlo? Hasta con el mar seluchaba y en ocasiones se vencía; pero contra la justa indignación de uncaballero, contra el enojo de sus amigos, contra la mordacidad de losmalvados y contra el aborrecimiento de ella... ¡Oh, contra esto sobretodo!...

Aquí no cabía ni hipótesis siquiera. Antes que tal casollegara, aniquilárale Dios mil veces, o castigárale con la sed y laceguera y todas las desdichas de Job: a todo se allanaba menos a serobjeto de los odios de aquella criatura que le parecía sobrehumana.

Después de subir Leto tan arriba en la escala de lo negro, sucediole loque a todos los espíritus exaltados movidos de las mismas aprensiones:que no pudiendo pasar de lo peor ni teniendo paciencia para quedarsequietecito donde estaba, comenzó a descender muy poco a poco, paracambiar de postura; y de este modo, quitando una tajadita a estesupuesto, y un pellizquito al otro, y dando media vuelta al caso de másallá, fue encontrando la carga más llevadera y el cuadro general a unaluz menos desconsoladora.

Para mayor alivio de su pesadumbre, al abocar al puerto se halló depronto con la carita de Nieves asomada al cuarterón de la puerta de lacámara, mirándole muy risueña, con una rosetita arrebolada en cadamejilla y cierta veladura de fatiga en los ojos... El alma toda se leesponjó en el cuerpo al aprensivo mozo.

Aquellos celajes tan diáfanos,tan puros, no eran signos de la tempestad que él temía...

—Ya está usted obedecido—le dijo—, en todo y por todo. ¡Si vierausted qué bien me encuentro ahora! Siento hasta calor, y he cobradofuerzas... Pero huelo a ron que apesto... Lo peor es que no puedomanejarme a mi gusto, porque estoy lo mismo que un bebé: en envolturas.Además, el capuchón por encima.

Leto bajó un poco la cabeza y apretó los párpados y las mandíbulas, comosi tratara de arrojar de su cerebro alguna idea, alguna imagen que,contra su voluntad, se empeñara en anidar allí.

—Bien sabía yo—dijo por su parte y sólo por decir algo, que el remedioera infalible; sobre todo, aplicado a tiempo... Y

aunque yo me privaradel gusto de verla ahí tan repuesta, ¿no estaría usted mejor descansandosobre el almohadón que no se ha mojado?

—Ya lo he hecho durante un ratito—contestó Nieves—; pero me helevantado para preguntarle a usted una cosa que ha empezado ainquietarme bastante... Como yo hasta ahora no he tenido el juicio paranada... En primer lugar, ¿por dónde vamos ya?

—Entrando en el puerto.

—Y cuando lleguemos al muelle, ¿cómo salgo yo de aquí, Leto? Porque nohe de salir en mantillas. ¿Ha pensado usted en esto también?

—También he pensado en eso—respondió Leto devorando el amargor que leproducía el recuerdo de aquel caso, que era la primera

estación

delCalvario

que

él

había

venido

imaginándose—. En cuanto lleguemos almuelle, irá Cornias volando a Peleches en busca de la ropa que ustednecesite... Se dirá, para no alarmar, que se ha mojado usted, no lo queha sucedido...

—Me parece muy bien, y en algo como ello, había pensado yo para salirdel primer apuro. Después, Dios dirá... ¿no es así, Leto?

—Así mismo,—respondió éste algo mustio otra vez.

—Pues yo creo—dijo Nieves notándolo, que hacemos mal en apurarnos porlo menos, después de haber salido triunfantes de lo más... Dios, que meoyó entonces, no ha de ser sordo ahora conmigo... para una pequeñez;porque después de lo pasado, todo me parece pequeño, ya, Leto... ¡muypequeño!... hasta el enojo y las reprensiones de papá... ¡Virgen María!Me veo aquí sana y salva y hablando con usted, vivo y sano también, y meparece mentira... ¡Qué horrible fue, Leto, qué espantoso! ¡En aquellainmensa soledad!... ¡qué abismo tan verde, tan hondo...

tan amargo!...

Amargos y muy amargos le parecieron también a Leto aquellos recuerdosque él quería borrar de su memoria, y por ello pidió a Nieves, hasta porcaridad, que hablara de cosas más risueñas.

—¡Si no puedo!—le respondió Nieves con una ingenuidad y un brío tansuyos, que no admitían réplica—. Estoy llena, henchida de esosrecuerdos, como es natural que esté, Leto...

porque no ocurren esascosas todos los días, ¡ni quiera Dios que vuelvan a ocurrirle a nadie!Me mortifican mucho calladitos allá dentro, y me alivio comunicándoloscon usted... ¡y usted quiere que me calle!... Pues caridad por caridad,Leto: también yo soy hija de Dios... ¿Le parezco egoísta? ¿Le importuno?¿Le canso?

¿Va usted a enfadarse conmigo?

¿Habría zalamera semejante? ¡Enfadarse Leto por tan poca cosa, cuandosería capaz!... Pidiérale ella que bebiera hieles para quitarla unapesadumbre, y hieles bebería él tan contento, y rescoldo desleído. No seatrevió a decírselo tan claro; pero como lo sentía, algo la dijo quesonaba a ello y le valió el regalo de una mirada que valía otrazambullida. Enseguida dijo Nieves, volviendo a pintársele en los ojos laexpresión del espanto:

—Todo lo recuerdo, Leto, como si me estuviera pasando ahora: quétontamente desprendí las manos del respaldo para llevármelas a la cara,cuando sentí el chorro de agua en ella; la rapidez con que caíenseguida, y la impresión horrorosa que sentí al conocer que había caídoen la mar; lo que pensé entonces y lo que recé; el desconsuelo espantosode no tener a qué asirme ni dónde pisar... ¡Ay, Leto! si tarda usted dossegundos más, ya no me

encuentra...

Me

hundía,

me

hundía

retorciéndomedesesperada... ¡qué horror! Cuando me vi agarrada y suspendida porusted, me pareció que resucitaba...

Después empezaron los peligros deahogarnos los dos por mi falta de serenidad para seguir los consejos queme daba usted...

Empeñada en asirme a usted, como si estuviéramos losdos a pie firme sobre una roca... Pero ¿quién puede estar serena entreaquellos horrores, Virgen María! Después ya fue otra cosa: a fuerza desuplicarme usted y hasta de reñirme, ya logré colocarme mejor y dejarlemás libre y desembarazado... a todo esto, alejándose el yacht, y ustedexplicándome por qué lo hacía... después todas sus palabras para darmealientos, hasta que el barco volviera por nosotros... ¡si volvía, Leto,si volvía a tiempo!, porque a pesar de sus palabras, demasiado conocíayo lo que pasaba por usted: las fuerzas humanas no son de hierro; yaquella espantosa situación no daba larga espera... Recuerdo la alegríade usted cuando vio el yacht encarado a nosotros; sus temores de que aCornias no se le ocurrieran ciertas precauciones, y el barco, pordemasiada velocidad, pasara a nuestro lado sin poder recogernos; y suentusiasmo cuando vimos caer las velas una a una, quedarse el barcodesnudo, y al valiente Cornias de pie, con la caña en la mano yconduciéndole hacia nosotros hasta ponerle a nuestro lado, dócil ymanso, y creo que hasta risueño... No parecía barco, sino un perro fielque iba en busca de su señor. ¡No he de recordarlo, Leto? ¡Pues es paraolvidado en toda mi vida por larga que ella sea?.... Como lo que usteddijo en cuanto llegó a nosotros el yacht, y el pobre Cornias, pálidocomo la muerte, se arrojó sobre el carel con los brazos extendidos...¿Se acuerda usted, Leto?

Leto, con la frente apoyada en su mano izquierda y el codo sobre larodilla, no respondió a Nieves una palabra. Estaba aturdido, fascinado,quizá por los recuerdos que evocaba el relato; quizá por el acentoconmovedor y la expresión irresistible de los ojos de la relatora.

La cual, después de contemplarle con cariñosa avidez unos momentos,añadió:

—Pues yo sí: «¡A ella, Cornias; a ella sola!» Mal andaba yo de