de
honra
Y enamorados de veras,
como canta el viejo romance. Desde entonces no ha deslucido Córdoba subien cimentada reputación: y no por vana jactancia, sino con sobra demotivo, lleva por mote, en torno de los rampantes leones de su limpioescudo: « Corduba, militiae domus, inclyta fonsque sophiae. » Lucano,Séneca, Averroes, Ambrosio de Morales, Góngora y mil otros dantestimonio de lo segundo. Acreditan lo primero, en multitud innumerable,los acérrimos y audaces guerreros que por todos estilos ha criadoCórdoba; ya para pasmo y terror de los enemigos de España, como el GranCapitán; ya para perpetua desazón y sobresalto constante de losespañoles mansos, como el Tempranillo, el Guapo Francisco Esteban, elChato de Benamejí, el Cojo de Encinas-Reales, Navarro el de Lucena, yCaparrota el de Doña-Mencía.
No es, pues, llano el que haya por allí mucho marido sufrido, muchopadre complaciente, y mucha interesada y fácil mujer. La que lo es se lohace pagar caro, no tanto por la rareza, sino por lo que pierde. Sólo afuerza de regalos y de espléndida generosidad, y deslumbrando con sulujo, se hace perdonar en ocasiones sus malos pasos. Aun así, es miradacon desprecio, y no suelen llamarla con su nombre de pila, sino con unapodo irónico, como, por ejemplo, la Galga, la Joya, la Guitarrita. Talvez la designan con el nombre genérico del país de que es natural, comopara designar su origen forastero; y de éstas he conocido yo a laMurciana, a la Manchega y a la Tarifeña.
Si alguna mocita soltera o alguna casada joven siente veleidades dedejarse seducir y sonsacar, hay con frecuencia un padre o un marido quela sana y endereza con una buena vara de mimbre. Ni debe estar muyseguro y descuidado el seductor, por mucho respeto que inspire. No bastaa veces la inocencia, si es que infunde recelos algún galán. Ciertocompañero mío de colegio, en el Sacro Monte, fue, años ha, a curar lasalmas en un lugar de mi provincia. Era gran teólogo, recto y virtuoso;pero bien hablado, elegantísimo, peripuesto y agradable; era hombre queen el siglo XVIII hubiera figurado, en una corte, como el más deliciosoabate. Pues bien, en el pueblo la tomaron con él, y, como vulgarmente sedice, le abroncaron. El brónquis que le dieron llegó hasta tirarlealgunos tiros, pero con pólvora sólo, para asustarle. Él calculó que dela pólvora, si no surtía efecto, se podría con facilidad pasar a losperdigones, y se largó con la música y la teología a otra parte menosdifícil.
Semejantes extremos son raros, por fortuna. La cordobesa no es coqueta,sino muy prudente y sigilosa, y a nadie compromete. Aunque sea de la máshumilde condición, acostumbra a desahuciar al paciente enamorado,hablando de su honor, como las damas calderonianas. Cuando esto nobasta, ni chilla, ni alborota, ni escandaliza; pero se defiende cual unaPentesilea; lucha, como el ángel luchó con Jacob, en las tinieblas de lanoche; y robusta, aunque angélica, suele echarle la zancadilla,derribarle, y hasta darle una soba, todo con muda elocuencia y ensilencio maravilloso. Y no se extrañe esto, porque en la clase demuchachas pobres, y aun en algunas acaudaladas labradoras, es notable larobustez. Son más duras que el mármol, no sólo de corazón, no sólo en elcentro, sino por toda la perifería. Cierto día hicimos una gira de campocon las más garridas y principales mozas del lugar. Una de ellas,creyendo el asiento más alto, se sentó de golpe sobre un montón detejas. Eran de las macizas y mejores de Lucena. Tres vimos rotas. Ellanos dijo con encantadora modestia que ya, antes de la caída, lo estaban.
No se entienda, por lo dicho, nada que amengüe o desfigure en lo másmínimo la esbeltez y gentileza de mis paisanas. Una cosa es la densidady la firmeza, y otra el desaforado volumen. La moza que desde niñatrabaja, anda mucho y va a la fuente que está en el ejido, volviendo deallí con el cántaro lleno, apoyado en la cadera, o con la ropa lavadapor ella en el arroyo, es fuerte, pero no gorda. La fuente o el pilarera el término de mi paseo cotidiano, y allí me sentaba yo en un poyo,bajo un eminente y frondoso álamo negro. Al ver lavar a las chicas, ollenar los cántaros y subir con ellos tan gallardas, airosas y ligeras,por aquella cuesta arriba, me trasladaba yo en espíritu a los tiempospatriarcales; y ya me creía testigo de alguna escena bíblica como la deRebeca y Eliacer; ya, comparándome con el prudente Rey de Ítaca, mejuzgaba en presencia de la princesa Nausicáa y de sus amablescompañeras. Nada de miriñaques ni ahuecadores en aquellas muchachas. Elpobre vestido corto, sobre todo en verano, se ciñe al cuerpo y se pliegagraciosamente, velando y revelando las formas juveniles, como en laestatua de Diana cazadora.
Por desgracia, las damas del lugar han adoptado, en cuanto cabe, casitodas las modas francesas, y van perdiendo el estilo propio de vestirsey peinarse. Todas usaron ingentes miriñaques totales, y ahora usan elmiriñaque parcial y pseudo-calípigo que priva. El día menos pensadoabandonarán la mantilla y se pondrán el sombrerito.
Todas se peinan,tomando por modelo el figurín, y suelen llamar a este peinado de cucuné o de remangué, a fin de darle, hasta en el nombre, ciertocarácter extranjero.
Las faldas, en vez de llevarlas cortas, las llevanlargas, y van barriendo con la cola el polvo de los caminos. Enresolución, es una pena este abandono del traje propio y adecuado.
A pesar de tales disfraces, la belleza, o al menos la gracia, el garbo yel salero, son prendas comunes en mis paisanas. Tienen en el andar muchoprimor, y más aún si bailan. Los rigodones y el vals y la polca se vanaclimatando; pero el fandango no se desterró todavía. Hasta lasseñoritas salen a hacer una mudanza, si las sacan y obligan encualquiera fiesta campestre, y se mueven y brincan con gallardía ydesenfado, y repiquetean con brío las castañuelas. Mujeres hay delpueblo que, en esto de bailar y tocar las castañuelas, vencen a laTeletusa, celebrada por Marcial, en aquel epigrama que principia:
Edere lascivos ad Bætica crusmata gestus.
Si la mujer casada, como ya queda expuesto, es un modelo de pacienciaconyugal, la soltera es casi siempre un modelo de novias. Puntualmentebaja a la reja todas las noches a hablar con el enamorado, a lo que sellama pelar la pava. En cada calle de cualquier lugar de Andalucía seven, de diez a una de la noche, sendos embozados, como cosidos a casitodas las rejas. Tal vez suspira él y exclama:
—¡Qué mala es usted!
Y ella responde:
—¡Pues no, que usted!...
Y exhala otro suspiro.
Así se pasan horas y horas.
Tiene tal encanto este ejercicio, para el hombre sobre todo, que nopocos noviazgos se prolongan más que el de Jacob y Raquel, que durócatorce años, sólo por no perder el encanto de pelar la pava. Las pobresmuchachas lo sufren con paciencia, pero languidecen y se ponen ojerosas.
Verdad es que luego, cuando se casan, no sucede, como en otras partes,que la mujer sigue sirviendo, trabajando y afanando. Aunque sea el novioun miserable jornalero, procura que su novia, no bien llega a ser sumujer, salga de todo trabajo, no vuelva a escardar ni a coger aceituna,y sea en su casa como reina y señora. Si está sirviendo, se despide ydeja de servir; y ya no cose, ni lava, ni plancha, ni friega, ni guisa,sino para su marido y para sus hijos. El hombre, salvo en rarasocasiones, es quien trabaja, busca y granjea o garbea lo necesario parael sostén de toda la familia.
La cordobesa, sea de la clase que sea, es todo corazón y ternura: perosin el sentimentalismo falso y de alquimia que ha venido de extranjis.Nadie (vergüenza es confesarlo) ha pintado a la cordobesa del pueblo,verdaderamente enamorada y apasionada, como el novelista Mérimée. SuCarmen es el tipo ideal de la humilde y baja de condición, aunquesublime por el alma. Como reza el dístico del poeta griego, que sirve deepígrafe a la novela, Carmen sabe morir y amar; es admirable cuando seentrega por amor y cuando por amor muere; tiene dos horas divinas: unaen la muerte; otra en el tálamo.
De atrás le viene al garbanzo el pico, según el decir vulgar. Desdemuy antiguo es la cordobesa espejo, luz y norte de enamoradas. Sus ojos,como los de Laura, inspiran platónicos y casi místicos afectos, y hacenque un moro, como Ibn Zeidun, escriba canciones más finas que las delPetrarca, merced a la princesa Walada, que era asimismo poetisa.
Los amores de dos mujeres cordobesas han tenido un inmenso influjobienhechor en el mundo: han contribuido, casi han sido causa de las máspreciadas glorias para España, y de acontecimientos tan providenciales,que sin ellos la actual civilización europea no se explicaría. SinZahira, enamorada de Gústios, no hubiera nacido Mudarra, los sieteinfantes de Lara no hubieran tenido vengador; la flor de la caballeríacastellana hubiera perecido antes de abrir el cáliz; acaso no hubiéramosposeído al Cid, pues a no inspirarse en la espada de Mudarra y cobraraliento con ella, no hubiera muerto al Conde Lozano ni dado principio atanta hazaña imperecedera. Si doña Beatriz Enriquez no se enamorara enCórdoba de Colon, consolándole y alentándole, Colon se hubiera ido deEspaña; hubiera muerto en un hospital de locos; no hubiera descubiertolos nuevos orbes, cuya existencia había columbrado y vaticinado más demil y cuatrocientos años antes un inspirado cordobés, y para cuyodescubrimiento le dio ánimo y bríos aquella apasionada e inmortalcordobesa.
Véase, pues, de cuánto son y han sido capaces mis paisanas. Dios lasbendiga a todas.
Imposible parece que, siendo tan buenas, las descuiden y abandonen lospícaros hombres. Además de las peregrinaciones de que ya hemos hablado,las dejan para irse al casino, donde se pasan las horas muertas. Razónle sobraba al gran Donoso al tronar tanto contra el casino, en suelocuente libro sobre el Catolicismo. Es verdad que siempre ha habidocasino, sólo que antes, para los ricos, se llamaba la casilla, y estabaen la botica, y para los pobres, el casino estaba en la taberna. Pero,en el día, ni las boticas ni las tabernas han acabado, y todo lugar, porpequeño que sea, pulula, hierve en casinos. Cada bandería, cada matizpolítico tiene el suyo. Hay casino conservador, casino radical, casinocarlista, casino socialista y casino republicano. Las infelices mujeresse quedan solas. ¡No sé cómo hay mujer que sea liberal! Todas debieranser absolutistas, y muchas lo son en el fondo.
La única compensación que trae a la mujer el liberalismo novísimo es quedebilita bastante la autoridad conyugal y paternal, que antes eraterrible y hasta tiránica. A la vara se le llamaba el gobierno de unacasa; pero a la mujer briosa, como lo es la cordobesa, más le duelecuando la desdeñan que cuando le pegan: más la quebranta un desaire queuna paliza.
De todos modos, la mujer cordobesa, como las demás españolas, conservasiempre un manantial purísimo de consuelo para sus sinsabores ydisgustos: este manantial es la religión cristiana. No hay cordobesa queno sea profundamente religiosa.
Entre los hombres ha cundido la impiedad. El soldado licenciado, deretorno a su casa, ha solido traer algún ejemplar del Citador; losperiódicos se leen, y no todos son piadosos; y por último, no faltaestudiante que vuelve de la universidad inficionado de Krause y hasta deHegel, y que echa discursos a los rústicos, a ver si los hace panteistasy egoteistas.
La mujer no entiende, ni quiere entender, tan enrevesados tiquismíquis,y sigue apegada a sus antiguas creencias. Ellas son el bálsamo paratodas las heridas de su corazón: ellas le llenan de esperanzasinmarcesibles; ellas abren en su ardiente imaginación horizontesinfinitos, dorados por la luz divina de un sol de amor y de gloria.
Hasta para menos elevadas exigencias y para más vulgares satisfaccioneses la religión un venero inagotable. Casi todo honesto mujerilpasatiempo se funda en la religión. Si no fuese por ella, ¿habríaromerías tan alegres como la de la Virgen de Araceli y la de la Virgende la Sierra de Cabra? ¿Habría Niño Jesús que vestir?
¿Habría procesiónque ver? ¿Habría paso de Abraham, Descendimiento, judíos y romanos,apóstoles y profetas, encolchados, ensabanados y jumeones,hermanos de cruz, y demás figuras que salen por las calles, en la SemanaSanta? Nada de esto habría. No tendría la mujer jubileos ni novenas, nioiría sermones, ni adornaría con flores ningún altar, ni engalanaríaninguna cruz de Mayo, ni se complacería tanto en el mes de María. Lasgolondrinas, que ahora son respetadas porque le arrancaron a Cristo conel pico las espinas de la corona, serían perseguidas y muertas, y noacudirían todos los años a hacer el nido en el alero del tejado o dentrode la misma casa, ni saludarían al dueño con sus alegres píos ychirridos. Todo para la mujer estaría muerto y sin significado, faltandola religión. La pasionaría perdería su valor simbólico; y hasta el amoral novio o al marido o al amante, que ella combina siempre con elpresentimiento de deleites inmortales, y que idealiza, hermosea yensalza con mil vagos arreboles de misticismo, se convertiría encualquiera cosa, bastante menos poética.
Tal es, en general, la mujer de la provincia de Córdoba. Si entrásemosen pormenores, sería este escrito interminable. En aquella provincia,como en todas, hay mil grados de cultura y de riqueza, que hacen variarlos tipos. Hay además las diferencias individuales de caracteres y deprendas del entendimiento.
He omitido un punto muy grave. Voy a tocarle, aunque sea de ligero,antes de terminar el artículo. Este punto es el filológico: el lenguajey el estilo de la cordobesa.
La cordobesa, por lo común (y entiéndase que hablo de la jornalera o dela criada, y no de la dama elegante e instruida), aspira la hache.Tiene además notable propensión a corroborar las palabras con sílabasfuertes antepuestas. Cuando no se satisface con llamar tunante acualquiera, le llama retunante; y no bastándole con Dios, exclama: ¡Redios! En varios pueblos de mi provincia, así como en muchos de lospueblos de la de Jaén, es frecuentísima cierta interjección inarticuladaque se confunde con un ronquido. La cordobesa, por último, adorna sudiscurso con mil figuras e imágenes, le salpimenta de donaires ychistes, y le anima con el gesto y el manoteo.
El adverbio a manta se emplea a cada instante para ponderar oencarecer la abundancia de algo. Las voces mantés, manteson, mantesada y mantesonada, mantesería y mantesonería, salpican ollenan tanto todo coloquio como en Málaga la de charran y susderivados. Más singular es aún el uso del gerundio en diminutivo, paraexpresar que se hace algo con suavidad y blandura. Así, pues, se dice:«Don Fulano se está muriendito. La niña está deseandito casarse, o rabiandito por novio.»
En la pronunciación dejan un poco que desear las cordobesas. La zeda yla ese se confunden y unimisman en sus bocas, así como la ele, la ere y la pe. ¿Quién sabe si sería alguna maestra de miga cordobesala que dijo a sus discípulas: «Niñas, sordado se escribe con ele y precerto con pe»? Pero si en la pronunciación hay esta anarquía, enla sintaxis y en la parte léxica, así las cordobesas como loscordobeses, son abundantes y elegantísimos en ocasiones, y siemprecastizos, fáciles y graciosos. No poca gente de Castilla pudiera ir porallá a aprender a hablar castellano, ya que no a pronunciarle.
Sin adulación servil aseguro que la cordobesa es, por lo común,discreta, chistosa y aguda. Su despejo natural suple en ella muy amenudo la falta de estudios y conocimientos. Sus pláticas sondivertidísimas. Es naturalmente facunda y espontánea en lo que dice ypiensa. Amiga de reír y burlar, embroma a los hombres y les suelta milpullas afiladas y punzantes, pero jamás se encarniza.
¿Qué otra cosa he de añadir? Una cordobesa es avara y otra pródiga, perotodas son generosas y caritativas. Cordobesa hay que lee todavía librosantiguos, devotos los más, que pertenecieron a su bisabuela, y que estáncomo vinculados en la casa; v. gr.: La Perfecta Casada, del maestroLeon; El menosprecio de la corte y alabanza de la aldea, y el MonteCalvario, de fray Antonio de Guevara, y hasta las Obras completas(cerca de veinte volúmenes en fólio) del venerable Palafox. No lo digofantaseando: he conocido lugareña cordobesa que tenía y leía estos yotros libros por el estilo. Otras leen novelas modernas de las peores.Otras no leen nada.
Mujeres hay que han estado en Sevilla o en Madrid, que han ido a Málagay han visto la mar; y mujeres hay que jamás salieron de su pequeñavilla, y se forman de Madrid idea tan confusa como las que yo me formode las ciudades que puede haber en otro planeta. Casi ninguna estádescontenta de su suerte. La buena pasta es muy común. El orgullo,además, las excita a menospreciar lo que no está a su alcance; y el amorde la patria, encerrado dentro de los estrechos límites del pueblo enque nacieron y se criaron, se hace más intenso, enérgico y vidrioso, ylas mueve a amar con delirio aquel pueblo y aquella sociedad,prefiriéndolos a todo, y a revolverse casi con furor contra cualquieraque los censura.
Si hubiera yo de seguir contando y pintando circunstanciadamente lascosas, escribiría un tomo de quinientas o seiscientas páginas. Demos,pues, punto aquí: y, gracias a que este artículo no peque por largo, y aque tenga el lector la suficiente indulgencia, vagar y calma, paraleerle todo sin enojo, fatiga ni bostezo.
UN POCO DE CREMATÍSTICA
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MEDITACION. (a)
I.
Cuando Virgilio, inspirado por los antiguos versos de la Sibila, por laesperanza general entre todas las gentes de que había de venir unSalvador, y tal vez por alguna noticia que tuvo de los profetas hebreos,vaticinó con más o menos vaguedad, en su famosa égloga IV, la redencióndel mundo, todavía le pareció que esta redención no había de serinstantánea, por muy milagrosa que fuese, y así es que dijo: suberuntpriscae vestigia fraudis: quedarán no pocos restos de las pasadastunanterías y miserias.
(a) Publicada en La Revista de España, en el año de 1870
Si esto pudo decir el Cisne de Mantua, tratándose de un milagro tangrande, de un caso sobrenatural que lo renovaba todo y que todo lopurificaba, ¿qué extraño es que después de una revolución, al cabo hechapor hombres, y no por hombres de otra casta que la nuestra, sino porhombres de aquí, educados entre nosotros, haya aún no poco que censurary no poco de que lamentarse? Pues qué, ¿pudo nadie creer con seriedadque la revolución iba en un momento a hacer que desapareciesen todosnuestros males, todos los vicios y los abusos que la produjeron? Larevolución podrá, a la larga, si es que logra afirmarse, corregir muchosde estos males, vicios y abusos; pero en el día es inevitable queaparezcan aún. Aparecerían, aunque los que combatieron en Alcolea en prode la revolución hubieran sido unos ángeles del cielo, de lo cual niellos presumen, ni nadie les presta el carácter, la condición y lavirtud sobrehumana.
Mediten bien lo que acabo de decir aquellos que vieron con júbilo larevolución, que la aceptaron y hoy se arrepienten, y aquéllos tambiénque siempre la tuvieron por un mal y que siguen con más ahíncoteniéndola por un mal en el día de hoy. Medítenlo, y ya conocerán que nohay mal ahora que no se derive de los pasados, como se deriva de lapremisa la consecuencia; como nace el retoño de la raíz de toda plantaantigua, si no se arrancó de cuajo y si no se extirpó; operación másdifícil de lo que se piensa.
No es esto afirmar que el estado de nuestro país sea delicioso,envidiable y floreciente. Nada menos que eso. En nuestro país hay muchodesabrimiento, muchísimo mal humor, y un disgusto enorme. Y no hay querastrear demasiado, ni que sumirse en oscuras profundidades paradesentrañar la causa. La causa es que donde no hay harina, todo esmohína. El mal, fundamento de todos los males, es entre nosotros laescasez de dinero, o para valernos de término más comprensivo, lapenuria o la inopia. En nuestra época nos dolemos más de este mal,porque la aspiración y el conocimiento del bien contrario están másdifundidos, no porque el mal sea nuevo. De atrás le viene el pico algarbanzo, como dice el refrán. Sería, pues, una insolencia exigir de larevolución que renovara el milagro de pan y peces, o que convirtiera laspiedras en hogazas. ¿Qué ha de hacer la revolución sino lo que siemprese ha hecho? Esto me retrae a la memoria el modo de saludar que suelentener en algunos lugares de Andalucía, y que no puede ser ni más castizoni más propio. Salen dos hidalgos a tomar el sol muy embozados en suscapas, y se encuentran al revolver de una esquina.—«Hola, compadre,dice el uno: ¿cómo vamos?»—Y el otro contesta:
«Trampeando: ¿y V.,compadre?»—«Trampeando, trampeando también,» replica el que hizo lapregunta. Así nada tienen que echarse en cara, y se van juntos de paseo,en buen amor y compaña.
Contra un achaque tan inveterado no sé qué remedio pueda haber. El artede producir oro, la Crisopeya, se ha perdido por completo, y ya notenemos más arte o ciencia en que cifrar nuestras esperanzas, a ver sinos saca del atolladero, que la Economía Política. Dios ponga tiento enlas manos de los que la saben y la aplican a la gestión de los negociosdel Estado. Y no lo digo porque dude yo de la ciencia. ¿Cómo dudar,cuando la ciencia es, ha sido y será siempre mi amor, aunquedesgraciado?
Dígolo a tanto de que pudiera ocurrir con algunoseconomistas lo que con ciertos filólogos que estudian un idioma, pongopor caso, el chino o el árabe, tan por principios, con tal recondidezgramatical y tan profundamente, que luego nadie los entiende, ni ellosse entienden entre sí, ni logran entender a los verdaderos chinos yárabes de nacimiento, contra los cuales declaman, asegurando que sonignorantes del dialecto literario o del habla mandarina, y que no sabensu propio idioma, sino de un modo vernáculo, rutinario y del todoininteligible para los eruditos: pero lo cierto es que por más que selamenten, quizás con razón, no sirven para dragomanes.
Tal vez se explique esto de la manera que, yendo yo de viaje por un paísselvático, acerté a explicar en qué consistía que cierto compañero mío,gran ingeniero, que se empeñó en guiarnos con su ciencia; no atinónunca, y por poco no nos hunde y sepulta en charcos cenagosos o nospierde en bosques sombríos, donde nos hubieran devorado los lobos. Yoestaba siempre con el alma en un hilo, pero ni un instante dudé de laciencia. Lo que yo alegaba era que aquella tierra era tan ruda aún, queno comprendía la ciencia y se revelaba contra ella. Volvimos entonces aconfiar la dirección de nuestro viaje al guía práctico y lego que antesnos había servido, y así llegamos al término que nos proponíamos.
Pudiera suceder, por último, que constando la Economía Política, si nome equivoco, de varias partes, como son: la creación de la riqueza, sucirculación, su repartición y su consumo, hayamos por acá estudiado afondo las partes últimas, y hayamos descuidado bastante el estudio de laprimera, considerándola acaso como imposible de aprender, y exclamandohumilde y cristianamente con el poeta: Es
el
criar
un
oficio
Que
sólo
le
sabe
Dios
Con su poder infinito.
Vivo yo tan seguro de esta verdad, que nunca he querido engolfarme en el mare-magnum de la Economía Política, teniendo por tan complicada todaesta maquinaria de las sociedades, que ni remotamente he caído en latentación de querer averiguar cuáles son los resortes que la mueven ycuáles las bases sobre que se sustenta. Siempre he tenido miedo de quevenga a acontecer al economista lo que al niño que, movido decuriosidad, rompe el juguete para ver lo que tiene dentro. Mi propósito,al escribir esta obrilla, no es, por lo tanto, discurrir económicamentesobre el dinero: dar lecciones sobre el modo más fácil de adquirirle.¿Quién sabe, dado que yo averiguase este modo, si, a pesar de miacendrada filantropía, no me le había de callar, al menos por unoscuantos años, aprovechándome de él para mi uso privado y el de algún queotro amigo muy predilecto? Mi propósito es sólo hablar del influjo queejerce el dinero en las almas: esto es, que yo no trato aquí de EconomíaPolítica, sino de Filosofía Moral, exponiendo algunos pensamientosfilosóficos acerca del dinero, ora nacidos de mi propia meditación, orade la mente profunda de los sabios antiguos y modernos que heconsultado.
No quiero, con todo, que se me tenga por tan ignorante de la cienciaeconómica, que al hablar y filosofar sobre el dinero, no sepa lo que esy confunda unas especies con otras. Hace un siglo que a nadie se lehubiera ofrecido este pícaro escrúpulo que a mí se me ofrece ahora.Entonces la generalidad de los mortales creía saber a fondo lo que eradinero, y nadie veía ni la posibilidad de que sobre este punto naciesendudas, equívocos, ni disputas. Hoy, con la Economía Política, ya es otracosa. Tomos inmensos se han escrito para explicar lo que es el dinero ylo que no es. Sin duda que todas aquellas verdades, por palmarias,sencillas y evidentes que sean, que el interés de hombres poderosos oastutos ha tenido algunas veces empeño en encubrir o tergiversar, se hanencubierto o se han tergiversado porque siempre ha habido infinitonúmero de páparos en el mundo. De estas verdades, las que se refieren aldinero, al capital o a la riqueza, son las que han ofrecido más estímuloa estas tergiversaciones y engaños; pero aunque no pueda negarse que loseconomistas, que ponen, por decirlo así, definitivamente en claro estasverdades, hacen un gran servicio al público, no puede negarse tampocoque la mayor parte de estas verdades son de las que se llaman dePero-Grullo. Para quien ignora la burla que han hecho algunos hombres dela credulidad de sus semejantes no es concebible, por ejemplo, que unsabio economista emplee gravemente medio tomo de lectura en demostrarque el dinero no es un mero signo representativo de la riqueza, sino quetiene y debe tener un valor en sí; que una peseta, no sólo representa elvalor de cualquiera cosa que valga una peseta, sino que vale y debevaler lo mismo que cualquiera cosa que valga una peseta, y que cuatrocosas que valgan a real cada una, y que treinta y cuatro cosas quevalgan a cuarto. Todavía han empleado más fárrago los economistas endemostrar otra verdad, de la cual es más inverosímil que nadie hayadudado nunca, y en cuya demostración parece absurdo, a los que no estániniciados en los misterios de la Economía Política, que nadie se afanecon formalidad. Es esta verdad que el dinero no es toda la riqueza, sinouna parte de la riqueza. ¿A quién ha podido nunca caber en el cerebroque no es rico cuando no tiene dinero, y tiene trigo, olivares, viñas,casas, hermosos muebles, alhajas, telas, etc.? Si todos estos objetoslos reduce mentalmente a dinero, los aprecia y los tasa, encontrará quetiene una riqueza, por ejemplo, de dos millones de reales. Pero al hacerla tasación, no hace más que determinar con exactitud el valor de lo queposee, adoptando una medida común, que es el dinero. Si en vez de losreales, de los escudos o de las pesetas, fuesen los bueyes la medida,diríamos que tal propietario tenía una tierra que valía quinientosbueyes, y tal empleado un sueldo de veinte bueyes al año. La ventaja