horribles
desengaños
ydesconsoladoras ruinas. No me incumbe explicar esto ni hacer aquí lasátira del modo de ser de las sociedades modernas. Remito al lector alos socialistas, hijos legítimos de los economistas y sus más crueles yacérrimos adversarios. Aun que la Economía Política no tuviese máspecado que el haber criado a sus pechos al socialismo, no podría serabsuelta del todo. Por lo demás, el socialismo, salvo que hasta hoy noes más que un conato, un desideratum, una aspiración, es, segúnalgunos, esto es, será con respecto a la empírica y pedestre EconomíaPolítica, lo que son las matemáticas sublimes con respecto a las cuatroreglas de la Aritmética. La ciencia social o dígase la Sociología(¡híbrido y ridículo vocablo!) está aún por inventar, aunque sostenganlo contrario los positivistas. Lo malo es que los problemas que estaciencia ha planteado y no ha resuelto, y la crítica audaz, inteligente ydestructora con que ha hecho vacilar la fe en el orden social existente,tienen a los hombres todos llenos de recelo, dentro de cada Estado,presumiendo siempre que pueda sobrevenir la violencia a resolver losintrincados problemas de la ciencia novísima; a desgajar de suscimientos todo el edificio de la sociedad con el fin de fundarle sobreotros mejores y más sólidos. De aquí el que no haya sólo guerra o pazarmada entre unos Estados y otros, sino también guerra o paz armada,esto es, peligro y sobresalto constante, dentro de cada Estado. En todolo cual no parece que ha puesto remedio la Economía Política, sino queha venido a empeorarlo.
No crea el discreto lector que no conozco lo que podrá decir de misdivagaciones en este escrito. Sírvame de excusa el haberle llamado meditación, y el ser la meditación sobre un asunto tan vasto y tan enrelación con todos los asuntos como es el dinero.
Para tratarle a fondo,y con la claridad, el orden y el método convenientes, me hubiera sidonecesario escribir un grueso volumen. ¿Pero por qué, se me dirá, haselegido tan vasto asunto, cuando no pensabas escribir ese gruesovolumen, sino un artículo de periódico? A lo cual respondo: que la faltade dinero, la penuria pública, los apuros del Tesoro, las lamentacionesque oigo por todas partes, la esperanza que muestran algunos de que loseconomistas nos van a salvar, la poca confianza que advierto en otros enla eficacia saludable de los economistas, los discreteos de todos, losmedios que tantos proponen, convertidos en arbitristas, para llevarnos apuerto de salvación, y las diversas explicaciones que dan sobre lascausas del grave mal que padecemos, todo me ha impulsado conirresistible vehemencia a meditar y discurrir sobre estos asuntos, enlos cuales confieso mi escaso o ningún saber. Pero, considerándome yocomo vulgo, como profano, todavía he creído que, si no útil, al menospodría ser entretenido y curioso el exponer lo que cavila el vulgo, loque alambica y divaga sobre el particular.
Así es que me he hecho ecofiel del vulgo en esta meditación, adornándola con algunas sentenciasmorales sacadas de la lectura de los filósofos. No se extrañe, pues, queyo no pruebe nada, que yo no concluya nada, que no presida unpensamiento dominante a todo este escrito mío.
Mucho temo dilatarle haciéndome pesado; pero se me ocurren variasobservaciones que no tengo valor para pasar en silencio.
Es la primera que, en el estado actual de la civilización, y aun estoypor afirmar que siempre, no acontece con las naciones lo que con losindividuos, los cuales, como ya dijimos, pueden ser sabios, santos opoetas y ser pobres. Una nación, si es inteligente y activa, por santa,por sabia y por heroica y poética que sea, tiene que hacerse ricatambién. Si se queda pobre, da marcadas y evidentes señales de que no esinteligente, o de que no es activa, o de que padece alguna enfermedadsecular de que no ha logrado curarse.
Decía, en 1629, el Padre Maestro Fray Benito de Peñalosa y Mondragón, enun curiosísimo libro que dio a la estampa, que el ser España muycatólica y muy monárquica, y el tener otras tres excelencias más,causaban su despoblación y su ruina.
Lo mismo asegura Buckle, enperfecta consonancia con el Padre Peñalosa, a quien ha adivinado y noleído. Nuestra religiosidad y nuestro amor y fidelidad a los reyes noshan traído tan perdidos y tan atrasados. En cambio, según el mismoBuckle, en Escocia ha habido y hay gran prosperidad y progreso. Allí,aunque también tienen la desgracia de ser sobrado religiosos, han tenidola fortuna y la excelente cualidad de ser muy desleales a sus soberanos.
Los escoceses, dice Buckle, han hecho la guerra a casi todos sus reyes,han decapitado a varios, han asesinado a otros; y hasta han vendido auno de ellos, por cierta suma de dinero que les hacía mucha falta. Estacordura de los escoceses les ha valido el prosperar y el progresar, ysobre todo la gloria de que el salvador Adam Smith nazca entre ellos.
La extraña doctrina que acabo de exponer, idéntica en Buckle y enPeñalosa, no puede refutarse o censurarse con ironía. Es menesterdesecharla con seriedad. No es asunto de burla. No. La riqueza y laprosperidad y la cultura no acuden a los pueblos, porque los pueblosabandonen a Dios y maten o vendan a sus príncipes.
En un individuo, tal vez la bondad y excelencia del carácter han sidoobstáculo a la fortuna: en un pueblo, no queremos ni podemos creerlo.Por consiguiente, si España está hoy pobre y atrasada, culpa es, no desus virtudes sino de sus vicios; no de buenas calidades, sino de malas.
Dan otros por causa de nuestro atraso y de nuestra pobreza la aridez yesterilidad del suelo, que ofrece pocos recursos; pero aunque dichaaridez y dicha esterilidad fuesen ciertas, como una nación no vive sólodel suelo, sino del ingenio y de la laboriosidad de sus hijos, no podríaesta falta ser origen del mal. En los siglos pasados y en los presenteshubo y hay naciones ilustres que han florecido en suelo estéril. Elsuelo del Atica es un ejemplo de esto, y a su esterilidad atribuyeTucídides el que allí viniese a formarse tan glorioso y próspero Estado,porque, en los principios de la civilización griega, los hombres huyeronde los terrenos fértiles, invadidos o infestados continuamente deladrones y piratas, y vinieron a refugiarse en Atica, para estar alabrigo de las depredaciones y devastaciones. Venecia, que fue tanpoderosa y rica, tuvo también un origen semejante, y fue fundada en unaslagunas por gente fugitiva de los bárbaros invasores de Italia. La mismaEscocia será todo lo pintoresca y linda que se quiera, pero no hay quienno convenga en que naturalmente es estéril; sin duda, más estéril queEspaña. Lo propio puede afirmarse de Holanda y de otros muchos países,si apartamos de ellos con la imaginación lo que por mejorarlos han hechoya el arte y el ingenio.
Pensadores hay que se van al extremo opuesto, y atribuyen lainferioridad soñada o verdadera de nuestra civilización a la abundanciade mantenimientos y a la facilidad de la vida para la gente pobre. Estodicen que afloja todo resorte de acción y que hace al pueblo débil ypropenso a la servidumbre: mientras que en los países donde el pueblo hatenido que luchar mucho y que vencer grandes obstáculos para ganarse lavida, luego que los vence y vive, es más digno y enérgico, y menossufrido de ninguna especie de yugo y de sujeción. Ponen por ejemplo detal aserto la India y el Egipto, y no se ha de negar que son ejemplosque tienen fuerza. Sostienen, además, que la causa del atraso de Irlanday de su humillación han sido la abundancia y la baratura de las patatas.Más razón llevan, a mi ver, los que piensan así, que los que atribuyenel atraso, o mejor dicho el estancamiento a la esterilidad del suelo;pero yo no me atrevo a dar la razón ni a unos ni a otros; y sobre todo,en el caso particular de España. No creo que ni el clima, ni el suelo,ni la fertilidad, ni la exuberancia de la naturaleza y de sus productos,sean ni hayan sido entre nosotros como en la India y en el antiguoEgipto, ni hayan podido nunca producir efectos semejantes.
Dicen otros pensadores, que piensan poco, que todo nuestro mal provienede los malos Gobiernos. Sentencia es esta indigna de refutación. Ningúnpaís, a no estar bajo el yugo de una tiranía invencible, tiene másgobierno que el que se da y merece.
Cuanto hay en España de másenérgico, de más ilustrado, de más discreto, la ha gobernado ya. Apenashabrá quedado hombre de alguna nota en todos los partidos que no hayasido Ministro. Si todos han sido inhábiles, fuerza es conjeturar queEspaña no da más de sí.
No falta tampoco quien atribuya nuestro atraso al ningún amor albienestar y al lujo; a que nos contentamos y conformamos con vivir mal,y, no sintiendo el aguijón del deseo de goces, no nos movemos altrabajo. Este raciocinio es absurdo por la falsedad de la premisa en quese funda. Todos los hombres, y peculiarmente los españoles, salvo algúnextravagante, prefieren comer foie-gras y pavo trufado a comerchanfaina y revoltillos; vestir ricos paños y terciopelos, a vestirbayeta; vivir en un palacio, a vivir en una choza; y andar en coche, aandar a pie. No es una ciencia oculta el saber que hay coches, buenacocina, excelentes manjares, telas de seda, joyas de oro y pedrería, yotros muchos deleitosos objetos, ni es menester tener un alma muylevantada para ambicionarlos. No hay nadie que no los ambicione. Si deldeseo, del afán de ser ricos, dependiese la riqueza, España sería una delas naciones más ricas del mundo.
Síguese, pues, que no sabemos por qué es pobre España, a no ser queafirmemos, y a esto me inclino yo, que somos pobres por una calidadopuesta a la que acabamos de mencionar: por el amor al lujo, por eldespilfarro, por el desorden, porque somos indiscretamente muy rumbososy generosos, y sobre todo, porque no sabemos gastar y gastamos sindiscernimiento y sin lucimiento. De este defecto adolecen y hanadolecido siempre en España los particulares y el Estado.
En tiempo de Felipe II, cuando estábamos en la cumbre de la prosperidad,cuando dominábamos y despojábamos tantas regiones, cuando
La
tierra
sus
mineros
nos
rendía,
Sus perlas y coral el Océano;
Campanella se pasma de que tanta riqueza se disipe sin saber cómo, y deque siempre estemos sin un real y pidiendo prestado. « Est, dice, admiratione dignum, quomodo consumatur tanta divitiarum vis, sine ulloemolumento; cum videamus Regem fere perpetua inopia laborare, atqueetiam ab aliis mutuo accipere. » Lo mismo ocurría entonces entre losparticulares que en el Estado. En ningún país se puede decir con másverdad que en España, que no se sabe dónde se va el dinero. Al caer ladinastía austriaca, que se había enseñoreado de lo mejor del mundo,Madrid era (permítaseme lo vulgar de la expresión) un corral de vacas.¿Dónde estaban los palacios, los templos, los monumentos, las estatuas?En parte alguna. ¿En qué gastamos las riquezas de América? ¿En quéempleamos el botin de los pueblos subyugados?
La inopia nos trabajaba entonces tanto o más que en el día, y la inopianos humilló y nos hizo bajar de la altura en que nos habíamos puesto.
En el día de hoy, el movimiento ascendente de la civilización europeanos lleva en pos sí, y no puede negarse que en medio de mil disgustos,de mil apuros y de doscientas mil mortificaciones de amor propionacional, España progresa y se mejora; pero buenos azotes le cuesta.La torpeza en el producir y la mayor torpeza en el gastar tienen laculpa de estos azotes.
Yo soy un libre-cambista teórico furibundo. Bastiat y Cobden me hanconvencido: pero en la práctica me asusto del libre-cambio. ¿Qué hay enEspaña que pueda competir libremente con los productos extranjeros? Elvino quizás; y con todo, salvo el vino de Jerez, los demás vinosespañoles suelen ir a Francia, les echan un poco de zumo de moras, dealumbre y de raíz de lirio, y nos le vuelven a vender, dándonos una solabotella en el precio que recibimos por una o dos o tres arrobas. Estoes, que damos cincuenta o sesenta botellas por una del mismo líquido,con la ligera modificación del alquimista o boticario.
¿Qué mar de vino, qué rió de aceite no tendrá que gastar cualquiera ricadama andaluza para comprar un vestido de casa de Worth? Pues ¿si la damaes de Almería y tiene que comprarse el vestido de Worth con el productodel esparto? Entonces tendrá que mondar y desnudar centenares de leguascuadradas para vestir su lindo y airoso cuerpo. De casi todos nuestroscambios, más o menos libres, puede decirse lo mismo.
Hasta el precio deltrasporte nos es perjudicial, estableciendo natural y fatalmente underecho
protector
en
contra
de
nuestras
voluminosas,
groseras
y
pesadasmercancías. Y todo esto, sin contar con el fraude, con la burla, con loque vulgarmente se llama primada. Por cuentecillas de vidrio de colores,por clavos y otras baratijas, tomaban los compañeros del capitán Cookcuanto había de bueno y exquisito en Otahiti. Algo de esto, aunque enmenor proporción, ocurre siempre en los cambios entre un puebloadelantado y otro más atrasado. A menudo se dan objetos que tienen unverdadero valor, por otros que no tienen ninguno, sino el de la moda oel capricho.
La sola palabra chic, abreviatura del nombre de unmenestral borracho que bailaba el can-can primorosamente, ha producido atodas las industrias parisienses, legítimas e ilegítimas, un númeroconsiderable de millones.
Se dirá que éstos no son argumentos serios; que si la palabra chic estan productiva, debemos inventar nosotros otra palabra que lo sea más;que en nuestras manos está echarle al vino, desde luego, todos lospolvos y drogas que le echan en Francia, o descubrir, fabricar oconfeccionar algunos primores por los cuales nos den tanto o más que loque damos por los vestidos de Worth. Pero a esto se contesta que, aunsiendo nosotros capaces de tales invenciones, no acertaríamos a darlesvalor, porque aún no tenemos el prestigio y la autoridad que serequieren. Además que, según aseguran muchos autores y pretenden haberdemostrado, los españoles estamos dotados de una incapacidad invenciblepara todas aquellas artes e industrias que conducen a hacer másagradable, más cómoda, más dulce la vida. Personas muy religiosas ypatrióticas, entre ellas un académico de la Historia, en su elegantediscurso de recepción, han sostenido que esta ineptitud, calificada desublime, es una prueba de nuestro gran ser, de nuestros pensamientoslevantados y celestiales, de nuestro severo espiritualismo.
Bucklecoincide también en este pensamiento, como coincide con el P. Peñalosa,pero explicándolo todo a su manera. Según él, la causa principal de estoson los terremotos, frecuentísimos y terribles en España, los cuales nostraen siempre asustados y contritos, y no acaban de quitarnos el temorde Dios, con lo cual no es posible el progreso. Se infiere, por lotanto, que por culpa de los terremotos no tenemos chic, ni tenemos unsastre como Worth, ni una fabricadora de sombreros como Mme. Virot, niun abaniquero como M. Alexandre: en suma, no sabemos hacer nada o casinada primoroso. Nuestro orgullo, además, nos impide buscar salida paranuestras mercancías, encomiándolas, presentándolas y ofreciéndolas coninsistencia. Casi todos los españoles tenemos por artículo de fe y pornorma de nuestra conducta mercantil aquello de que el buen paño en elarca se vende, y cuanto paño fabricamos nos parece bueno.
Deduzco yo de todo lo dicho que en España pudieran por ahora salirfallidas las leyes del libre cambio, porque al fin no hay ley ni reglasin excepción, y que, a no ser por otra ley más poderosa, la ley deafinidad europea, que nos hace seguir el movimiento ascendente de todaesta gran república o confederación de naciones, las agonías que pasamospudieran convertirse en muerte. Entre tanto, es indudable para mí, ypara todo el que no esté obcecado por vanas teorías, que España consumehoy mucho más de lo que produce. Y esto, no sólo el Estado, sino tambiénla sociedad. En balde nos afanamos por enjugar el déficit. Es menestertrabajar mucho más o gastar mucho menos. Es menester, sobre todo, nopedir prestado; no seguir trampeando.
Prescindiendo de la honra de España que ha sido puesta en la picota ysacada a la vergüenza en muchas casas de contratación, las condicionescon que nos dan dinero son espantosas, judaicas, usurarias por modoheroico. Cada millón nos cuesta más de cuatro, que si hoy son nominales,podrán ser efectivos, si por un milagro de la Providencia llegamos asalir de la miseria presente. Hacemos un contrato aleatorio; jugamos connuestro porvenir; de suerte que, si alguna vez tenemos el gusto demejorar de fortuna, este gusto se acibarará con el disgusto de deberrealmente cuatro a quien no nos prestó más que uno; de proporcionarleuna moderada ganancia de 400 por 100 en el capital. Entre tanto, losintereses que pagamos son por lo menos de un 12 por 100.
Tal vez nosarreglemos por tal arte que sean de un 16 o de un 18.
Cualquiera trato o negociación que se haga, o se haya hecho o se estéhaciendo, para obtener dinero, disimulará tal vez el sacrificio a losojos profanos; pero no le mitigará.
Es seguro que el dinero que tomemos,por enrevesado que sea el método de tomarle, nos ha de costar lo mismo omás que por el método sencillo y expeditivo de emitir Treses. Trasmitidala operación al idioma pintoresco del vulgo, será siempre tirar de lospies a un ahorcado.
Dicen los que entienden de Hacienda, que es menester proporcionarserecursos y que no nos los podemos proporcionar con menos sacrificios. Siesto es así, Dios me libre de criticar al Sr. Ministro de Hacienda. Loúnico que yo diré y digo es que el artificio de tomar prestado de unmodo tan ruinoso no es muy ingenioso, ni muy sutil, ni muy peregrino, yque, si la ciencia de la Hacienda consiste en eso sólo, se puede suponerque no hay tal ciencia de la Hacienda, y que el último patán puede hacerlo mismo que el profesor más hábil.
He vacilado y vacilo aún en publicar esta Meditación, harto rara;estos desordenados pensamientos míos, que la angustia en que vivimos yel terror que infunde en algunos corazones la ciencia económicaespañola, me han inspirado, sin poderlo yo remediar.
Repito asimismo que aquí no se aducen otras razones que las del merosentido común más rastrero; y que desde la bajeza de este sentido comúna la altura de la ciencia ha de haber una distancia infinita.
Todo esto lo reconozco y lo proclamo. Sin embargo, tal es el amor quetenemos a nuestros hijos, y la presente Meditación es hija mía, queaunque haya nacido enclenque y ruin; no he de atreverme a matarla. Másbien me atreveré a darle vida, aunque sea vida efímera y trabajosa,publicándola en un periódico, y exponiéndome por amor paternal a lasiras o al menosprecio de los sabios, que tal vez hacen en este momentola felicidad de la patria. Tal vez murmuramos, como murmuraba la chusmaa bordo de las carabelas la víspera de aquella feliz y memorable auroraen que por vez primera aparecieron a los ojos espantados de los europeoslas risueñas y fecundas costas del Nuevo Mundo. Tal vez murmuramos, comomurmuraban los israelitas en el desierto porque no llegaban a ver laTierra Prometida; y eso que el Maná y las codornices que les daba suMoisés no costaban nada, y los millones que nos da nuestro Moiséscuestan mucho.
En fin, sea como sea, yo me atrevo a publicar esta endiablada Meditación. Al cabo, no soy esparciata para dar muerte a mis hijosenfermizos, aunque tenga que ser esparciata y tengamos que seresparciatas todos los españoles para tragar la salsa negra, si siguenlas cosas así.
Considere el pío lector que esta Meditación es como un entretenimientoy nada más, y sea verdaderamente pío, que harto lo exige el caso. Lea mi Meditación sobre el dinero como quien lee un libro de cocina cuandotiene hambre, y hallará en mi Meditación algún consuelo y alivio.
Si por dicha, que no es de esperar, mi Meditación no pareciese muymala, tal vez me animaría yo a escribir otra sobre las contribuciones ylos empréstitos de España, diciendo siempre lo que dice el vulgo y nadamás que lo que dice el vulgo, sin meterme en honduras.
LAS ESCRITORAS EN ESPAÑA
Y ELOGIO DE SANTA TERESA. (b)
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Nada podría lisonjearme y agradarme más que el encargo que me habéisdado de contestar al bello discurso que acabamos de oír. Su autor,recibido hoy en el seno de esta corporación, está unido a mí por lazosde parentesco, y, lo que es más estimable y grato, por amistad de muchotiempo, jamás interrumpida hasta ahora y que promete no serlo nunca.
(b)Discurso leído en la Real Academia Española, el 30 de Marzode 1879, en la recepción del Conde de Casa-Valencia
Si la disposición de ánimo, que de este afecto nace, no tuerce mijuicio, inclinándole a la benevolencia, me atrevo a afirmar que la obraliteraria, que el nuevo Académico nos ha leído, corrobora las razonesque para elegirle tuvisteis, siendo dichosa muestra de sobriedad,tersura y sencilla elegancia de estilo y cumplido dechado de críticajuiciosa.
Pero, por mucho que valga su discurso, el Conde de Casa-Valencia habíaexhibido antes otros títulos de más valer para aspirar a tomar asientoentre vosotros.
No pocas veces he discutido yo con él acerca de un punto importantísimoen la historia de toda literatura, y singularmente de la española, ennuestros días. Fundábase nuestra controversia en este aserto, quedábamos por sentado: en nuestra España apenas tiene el escritor elincentivo del lucro, o es tan ruin el incentivo que no debe suponerseque sea él y no el amor de la gloria quien a escribir estimule.
La controversia era, pues, sobre si tal carencia, ineficacia o escasezde incentivo, era un bien o un mal para las letras.
Como yo no vengo aquí a hacer pública confesión de mis culpas, no dirési por carácter vacilo; pero sí confesaré que, salvo en ciertascuestiones de primer orden, en que sostengo siempre la misma opinión,rayando en tenacidad mi consecuencia, suelo en muchas otras, queconsidero secundarias, vacilar con demasía y no acabar nunca dedecidirme, fluctuando entre los más encontrados pareceres. Percibo oimagino qué percibo cuantos argumentos hay en pro y en contra, y ya mesiento solicitado por unos, ya atraído por otros, en direccionesopuestas.
En este asunto de las letras mal remuneradas me ocurre, mil veces másque en otros, tan lastimosa fluctuación.
Prescindo del interés que como escritor me induce a desear que loslibros se vendan a fin de hallar en componerlos medio honrado de ganarla vida. Y libre mi criterio de esta seducción, diré en breves frases loque en pro de ambos pareceres se presenta a mi espíritu.
Cuando era yo mozo, me encantaba la lectura de un tratado del célebreAlfieri, cuyo título es Del Príncipe y de las letras. Nada me parecíamás razonable que lo que allí se afirma. Todavía, en tiempo del autor,los poetas, los filósofos, los que componían historias, todos losescritores, en suma, contaban poco con el vulgo, y esperaban o gozabanremuneración por sus trabajos de algún magnate, monarca, tirano o señorespléndido, que los protegía. Contra esto se enfurece Alfieri, declamacon severa elocuencia y se desata en invectivas y en raudales deindignación. Para complacer al príncipe, magnate o tirano, a quien sesirve y de quien todo se espera o teme, importa adular, encubrir amenudo las verdades más provechosas al género humano y emplear un estilosin nervio. El escritor, pues, que se respete y que estime su misión enlo que vale, es menester que se sustraiga y emancipe de la protección ytutela del tirano, que aprenda y ejerza oficio manual para vivirindependiente, y que, de esta manera, escribiendo sólo por amor a lagloria y por filantropía, esto es, por deseo santísimo y purísimo deadoctrinar a los hombres y de hacerlos más virtuosos, componga obrasmerecedoras de pasar a la posteridad, para bien de las generacionesfuturas, a quienes sirvan de guía y norte.
Todos estos razonamientos repito que me encantaban. Y yo daba graciasfervientes al cielo porque me había hecho nacer en una edad en que lascosas habían cambiado de tal suerte, que el escritor, contando con elpúblico, para nada necesitaba de tirano a quien adular, ni a fin de noincurrir en su enojo se veía obligado a callar las más útiles y hermosasteorías.
Después vinieron la contradicción y la duda. Esto que hoy se llamapúblico y que en lo antiguo con vocablo menos respetuoso se llamabavulgo, ¿no es tirano también?
¿No es menester adularle si queremos ganarsu voluntad? ¿No conviene decirle las cosas que le deleitan para tenerlepropicio? ¿No se necesita callar las verdades más sanas para que no seenfade?
Si el público fuera en realidad equivalente al vulgo, si el público y elpueblo fuesen la misma entidad, aún se podría sostener que posee, si noreflexivo acierto para apreciar la bondad, la verdad o la belleza,instinto semi-divino y casi infalible que le lleva a fallar sobre todoello con justicia. Pero, entre las muchedumbres que gozarán, a nodudarlo, de tan noble instinto, y el escritor que a ellas se dirige,siempre o casi siempre se interpone cierta capa social, aunque leve ysutil, muy tupida, donde la voz se embota y apaga o el escrito sedetiene, sin llegar ante los ojos o sin penetrar en los oídos de esevulgo o de ese pueblo, que exento de prejuicios y con certera candidezsabría decidir lo justo, si la voz o el escrito se pusiera a su alcance.Detenidos éstos en la mencionada capa social, sólo de ella pueden losescritores esperar hoy el galardón que apetecen. Lo malo es que lasgentes que forman esta capa social son, a mi ver, poco a propósito parael fallo. Egoístas en grado sumo, se dejan arrastrar de la pasión o delinterés del momento. Hasta lo más excelso y trascendental se subordina ala moda: ora por moda son creyentes; ora por moda son impíos. A laadulación se hallan tan propensos como el más engreído tirano. Y suelencarecer del buen gusto de que algunos tiranos, protectores de lasletras, han dado pruebas brillantísimas. Bien puede ponerse en duda quehaya habido jamás clase media bastante ilustrada para competir en tino,al proteger la poesía y las demás letras humanas, con Pericles, Augusto,Mecenas, Bembo, Leon Décimo, Lorenzo el Magnífico, Luis XIV de Francia yel Duque de Weimar. Ni sé yo, si se ahonda y escudriña bien estenegocio, qué cosas tan útiles al linaje humano se hubieron de callar losprotegidos por no incurrir en el desagrado de sus egregios protectores.¿Qué prohibiría decir, por ejemplo, el Duque de Weimar a Herder,Wieland, Lessing, Goethe y Schiller? Yo me doy a entender que ellosdijeron todo lo que quisieron, y que, sin miedo de perder el favor delamable soberano que los hospedaba y regalaba con generosa magnificencia,permítaseme lo familiar de la frase, se despacharon a su gusto.
No se opone esto a que Alfieri en general tuviese razón; pero esmenester hacer extensivo su argumento no sólo al escritor que se sometea un príncipe, sino también al escritor que al público se somete. Pordonde vendrá a inferirse que la verdadera independencia y nobleza dequien escribe está en el propio ser de su alma y no en la circunstanciaexterior de que viva asalariado por un príncipe o por un mercader delibros que le paga con lo que del público cobra.
Sea como sea, en el día este segundo modo de ganar algo con las letrases el único posible. Los príncipes no son señores de vidas y haciendas;apenas se halla tirano, amable o no amable, que pueda disponer de lafortuna pública para proteger a los poetas y literatos; y lo más naturales que éstos se hagan pagar por el público su trabajo; porque no se hade confundir por ningún estilo el antiguo patrocinio de los príncipescon lo que hoy se llama protección oficial. Esto, por muchas garantíasque se den y por más exquisitas precauciones que se tomen, tiene todoslos inconvenientes de los otros dos modos de protección. En lo tocante aservilismo baja hasta lo ínfimo, pues no se trata ya de adular a losMédicis o al distinguido y simpático Duque de Weimar, sino al Ministro,tal vez zafio y oscuro, al Director, tal vez lego, y acaso, acaso, altriste Oficial del Negociado. Las elegancias cortesana