Novela
José Martí
Introducción por Gonzalo de Quesada
Martí: Discurso pronunciado por el Doctor José Antonio González Lanuza
Sea su novela Amistad funesta el décimo volumen de las obras delMaestro.
Es milagro que ella, como casi todo lo que escribió, no se haya perdido.Se publicó en 1885, en varias entregas, en El Latino Americano,periódico bimensual, de vida efímera—órgano de la Compañía Hecktograph,de New York—que no se encuentra hoy en biblioteca pública alguna.Además, no apareció con el nombre de su autor sino con el seudónimo de«Adelaida Ral», y esto hubiera hecho aun más difícil su hallazgo.
Afortunadamente, un día en que arreglábamos papeles en su modestaoficina de trabajo, en 120
Front Street—convertida, en aquel entonces,en centro del Partido Revolucionario Cubano y redacción y administraciónde Patria—di con unas páginas sueltas de El Latino Americano,aquí y allá corregidas por Martí, y exclamé al revisarlas: «¿Qué es estoMaestro?» «Nada—
contestome cariñosamente—recuerdos de épocas de luchas ytristezas; pero guárdelas para otra ocasión. En este momento debemossolo pensar en la obra magna, la única digna; la de hacer laindependencia».
En efecto; esta novela vio la luz a raíz de fracasados intentos paralevantar en armas, de nuevo, a nuestra tierra, intentos que no apoyóMartí estimando que el plan no era suficiente ni el momento oportuno;brotó de su pluma cuando—en desacuerdo con los caudillosprestigiosos, únicos capaces, con sus espadas heroicas y legendarias, dedespertar el alma guerrera cubana—
parecía oscurecido, para siempre, enla política; fue engendrada en horas de la mayor penuria, en las que, noobstante, rechazando las tentaciones de la riqueza y sin otra guía quesu conciencia ni otro consuelo que su inquebrantable fe en la Libertad,sus principios no capitularon.
A una miseria por palabra se pagó este trabajo, elevado de pensamiento,galano de estilo, con enseñanzas—como todo lo suyo—para suscompatriotas; con algo de su propia existencia.
No sé que el Maestro, en otras ocasiones, cultivase este ramo literario;pero su traducción de Called back, de Hugh Conway—por la cual una casaeditora le concedió, como gran generosidad, cien pesos—, luego conbrillante vestidura y el nombre de Misterio vendida por millares, y laversión suya, que talmente parece un original, amorosa y admirable, de Ramona de Hellen Hunt Jackson—buscada en vano en las librerías—, sonprueba evidente de que a haber dispuesto de oportunidad y sosiego paraello, hubiera, también, triunfado en la Novela. No le faltaban elementospor su conocimiento de la realidad del mundo y sus pasiones, anhelos ytorturas; le sobraba fantasía para hacerla resaltar; espléndido lenguajecon que exponerla.
Ni sus versos, ni parte de su correspondencia, ni sus artículos dedoctrina y de propaganda, ni sus pensamientos ni su biografía heolvidado; pero cumpliendo con lo principal que él nos enseñó—el serviciode Cuba—poco se ha podido terminar y solamente ha habido tiempo paraeste volumen—y reunir los homenajes a su memoria que van en el mismoprenda de que aquí, en los lejanos montes de Turingia, donde aun vibranentre pinos seculares las liras de Goethe, Schiller y Wieland, ¡piensoen él y en la patria!
Oberhof, 4 de julio de 1911.
Gonzalo de Quesada
La Nación, Buenos Aires, diciembre 1.º de 1909
A principios del año 1888 llegué a Nueva York en cumplimiento de unamisión profesional, y una de mis primeras diligencias fue [ir] a buscara Martí cuyas correspondencias a La Nación me habían
impresionadovivamente,
revelándome
un
talento
superior
y
un
alma
eminentementeamericana. Encontrele en su despacho del consulado oriental en FrontStreet, una de las antiguas calles de la gran metrópoli y apenas llamé ala puerta se adelantó a recibirme diciéndome: ¿Es usted el señor Tedín?(un amigo común le había anticipado la visita), a la vez que me extendíaambas manos con tal efusión de franqueza y sinceridad, que ese apretónselló entre ambos una amistad que solo la muerte del gran ciudadano hapodido cortar.
Era Martí de mediana estatura, cabellera negra y abundante que rodeabauna frente amplia y bombeada, ojos negros de mirada dulce y penetrante,tez blanca pálida, como son generalmente los cubanos, bigote negro ycrespo y un óvalo perfecto redondeaba su fisonomía armoniosa y vivaz. Ensu cuerpo delgado predominaba el temperamento nervioso, que hacíarápidos todos sus movimientos y sus manos finas y alargadas revelaban alhombre culto consagrado a las tareas intelectuales. Llevaba como únicoadorno en uno de sus dedos un anillo de plata en el cual estaba grabadala palabra «Cuba».
Cubrían los muros de su despacho estanterías de pino blanco, algunas delas cuales él mismo construyó, y en los pocos espacios libres que ellasdejaban colgaban retratos de los héroes de la revolución cubana queterminó con la paz del Zanjón, y entre los de varios literatos ocupabalugar preferente el de Víctor Hugo.
Constituían su biblioteca, en primer término, las publicaciones que sehacían en la América latina, cuyo progreso intelectual seguía conavidez, habiendo escrito juicios sobre muchas de ellas;
pero
tampocofaltaban
los
de
la
literatura
norteamericana,
cuya
lengua
conocíaprofundamente, aunque no fuera inclinado a hablarla. Su mesa de trabajo,sumamente sencilla, estaba siempre repleta de papeles que formaban susnumerosos trabajos de correspondencia para los periódicos de Cuba,Méjico, Guatemala, Argentina, y las revistas que bajo su dirección sepublicaban en Nueva York, aparte de los documentos oficiales de suconsulado. El único ornamento de ella era un tosco anillo de hierro quetuvo de grillete durante su prisión en la isla de Cuba, cuando aun eraun niño, por causa de sus ideas liberales y que le fue regalado por suseñora madre después de su deportación a España, para que le sirviera deamuleto en su peregrinación por la libertad de su patria.
En aquel modesto despacho mantuvo por muchos años el fuego sagrado de laindependencia cubana, sin que por un momento les hicieran desfallecer nilas disidencias entre sus propios amigos, muchos de los cuales creíanutópica la revolución, ni el espectáculo de las fortunas que seacumulaban a su alrededor por todos los que consagraban su inteligenciay su autoridad a los negocios comerciales.
Allí llegaban y eran cordialmente recibidos no solo los sudamericanosque deseaban un consejero honrado para orientarse en los caminos de lavida americana, sino todos los cubanos interesados en la política de supaís. Allí conoció a Estrada Palma, que a la sazón ganaba su vidamanteniendo un pensionado de enseñanza en el estado de Nueva Jersey, y amuchos otros después actuaron en la revolución. A todos recibía con losbrazos y el corazón abiertos y para todos tenía no solo las hermosaspalabras, sino la ayuda de su experiencia y aun de sus modestosrecursos.
Su fisonomía moral se caracterizaba por la más absoluta honestidad entodos los actos de su vida y por el mayor desprendimiento de sus propiosintereses en favor del ideal a que había consagrado su existencia, lalibertad de Cuba. Su espíritu eminentemente altruista, se asociaba atodos los dolores ajenos y a ellos llevaba el consuelo de su palabrainspirada; lo mismo compartía las alegrías de sus amigos. Su almasensible y delicada sufría con las asperezas del alma yanqui, y nuncapudo fundirse en los moldes de ambición en que esta está vaciada.Recibió ofertas halagadoras para que pusiera su talento de escritor alservicio de intereses comerciales; pero jamás quiso desnaturalizar supluma que solo debía servir para unir a la familia latinoamericana ypara luchar por la libertad. Prefirió ser pobre con decoro (palabra quese encuentra en casi todos sus escritos) antes que sacrificar susconvicciones ni su tiempo a tareas menos nobles que aquella en que sehabía empeñado.
Poseía un raro talento de asimilación y de generalización que lepermitía abordar con brillo y con criterio sólido todos los problemasque en el orden político o sociológico entrañan el desenvolvimiento delas naciones y su memoria privilegiada le permitía recordar todo cuantohabía pasado por el crisol de su inteligencia. Era raro hablarle de unlibro recientemente publicado que él no lo conociera y sobre el cualpudiera expresar su propio juicio; así como conocía a todos los hombresque habían desempeñado un papel prominente en la vida de las nacioneslatinoamericanas.
Su palabra era suave, fluida, límpida como su pensamiento, sinafectación ni rebuscamiento, y producía el encanto de una fuentecristalina que desciende en su curso halagando los sentidos.
Cuántasveces en los días festivos, solíamos atravesar el río Hudson einternarnos en las hermosas arboledas de las Palisades o recorríamos lasavenidas del Parque Central, y allí transcurrían insensiblemente lashoras, bajo la influencia de su palabra sana y amena que hacía olvidarel bullicio de la metrópoli. Su oratoria sólida y rica en imágenesbrillantes se derramaba como raudales de perlas y de flores, y suauditorio quedaba siempre cautivado por el encanto de ella.
Recuerdo queen una conferencia que dio sobre Guatemala, con el propósito de reunir yvincular a los latinos residentes en Nueva York, tomó como tema lasflores y los pájaros que adornaban el sombrero de una señorita allípresente, y sobre él hizo la pintura más hermosa que jamás haya leído dela naturaleza y de la sociedad centroamericana.
La impresión que a todos nos produjo fue la de hacer olvidar que noshallábamos bajo un cielo gris y helado, creyéndonos transportados a lostrópicos, y solo volví a la realidad de nuestra existencia cuando sentíun « hurry up», pronunciado con áspero acento sajón por dos jóvenes quepasaban a mi lado.
Era un trabajador infatigable y desde el alba que empezaba su labor conla lectura de los diarios hasta altas horas de la noche y a veces hastala nueva aurora que solía sorprenderlo cuando, como él decía, se hallabaengolosinado por algún estudio en que ponía toda su alma paratransmitirla a los lectores que el obligado por las visitas de susamigos a quienes recibía con solícito cariño.
Y no eran solo los trabajos literarios que ocupaban sus horas. Lasdividía entre estos y las conferencias que daba a los cubanos pobres, enlas que se esforzaba para vincular al elemento de color, con los de lasclases superiores, porque unos y otros debían servir para preparar larevolución cubana que era el objeto de su permanencia en Estados Unidos.
A pesar de los largos años que allí vivió, nunca pudo identificarse conla vida americana, porque su espíritu generoso y desinteresado erarefractario a los procedimientos egoístas que constituyen el fondo delcarácter de ese pueblo. Desconfiaba con las tendencias imperialistas deesa nación y creía que abrigaba propósitos absorbentes, contra loscuales las repúblicas latinas debieran estar prevenidas. Méjico, decía,solo ha podido evitar nuevas desmembraciones merced a una políticahábil, en que sin resistir directamente, ha evitado la invasión deintereses americanos. Consideraba la conferencia monetariainternacional, iniciada por Blaine y a la que él fue delegado por elUruguay, y yo lo fui por la Argentina, más como el medio de favorecerlos intereses de los Estados Unidos platistas, que el de estrechar losvínculos de todas las naciones de América. Carece, pues, completamentede fundamento la versión de un escritor franco-argentino, de que Martífuera partidario de la anexión de Cuba a los Estados Unidos, cuando, porel contrario, veía en ellos un peligro para la independencia. Creo, sinembargo, que sus temores eran infundados a este respecto, como lo hademostrado la conducta de aquella nación, para terminar la guerra yestablecer el gobierno propio de la isla y estoy convencido de que notienen ambiciones de predominio sobre la América latina. Mr. Elihu Rootme dijo durante su visita a esta capital, que los Estados Unidos nuncaanexionarían a Cuba y tengo la más absoluta confianza en la sinceridadde este gran estadista americano.
Los últimos años de la vida de Martí en Nueva York me son pococonocidos. Su última carta me revelaba un estado moral deprimido por elexceso del trabajo, que había creado en su organismo una excitaciónnerviosa. «Tengo horror a la tinta, me decía, y desearía huir a losbosques, aunque me crecieran las barbas verdes, para no ver papeles nisentir las fealdades de las gentes». Pasaron algunos años, durante loscuales solo tuve noticias de él por intermedio de un amigo, cuando undía recibí un telegrama en que me decía: «deberes ineludibles me llamana mi patria y necesito su ayuda, mándeme por cable quinientos dólares».Mi situación en aquel momento era difícil y me fue imposible ayudarlo.Tengo, pues, el remordimiento de no haber contribuido con esa suma a laindependencia de Cuba, puesto que en esos días salía Martí de Nueva Yorkpara reunirse con el general Máximo Gómez e invadir la isla, iniciandola nueva insurrección que dio por resultado la terminación del dominioespañol.
La noticia de su muerte en los primeros combates librados entre cubanosy españoles me produjo hondo pesar. Consideraba a Martí uno de loshombres de más talento que me había sido dado tratar y su muerterepresentaba no solo una pérdida irreparable para Cuba, de la que habríasido uno de sus preclaros presidentes, sino para la América latina toda,pues desaparecía el escritor genial en quien el fuego de la solidaridadamericana brillaba con resplandores que iluminaban ambos continentes.
Notas de Arte (Colombia), agosto 15 de 1910
Le conocí y traté en New York el año de 1891.
Me consagró su amistad. La amistad es la única rosa que no tieneespinas. La única fuente arrulladora que no tiene lodo.
Fui su amigo—en el trajín social—de pocos meses.
Soy su amigo perdurable por el recuerdo y la memoria.
Su recuerdo es para mí un ariete, relámpago que cruza las soledades demi cerebro, viento agitado en mi calma abrumadora, águila quedespierta—en horas de abatimiento—a picotazos mi alma.
Fui, con varios condiscípulos, expresamente a conocerle. Habitaba casahumilde y vivía modestamente.
Enamorado yo de sus escritos, deslumbrada mi juventud por aquel vuelo decóndores de su prosa soberana, entré a aquel Areópago con el pensamientoen las nubes y el corazón en los labios.
Eran días tétricos para los colombianos residentes en New York, días enque un desdichado compatriota, al frente de un puesto distinguido, habíallevado a sus gavetas joyas que no eran suyas.
Fue ese el tópico obligado, y Martí me decía: «los suramericanosenviamos trozos humanos putrefactos para que estos países los escarben yexaminen, mandamos el rostro ensangrentado de la Patria para que estospaíses lo abofeteen».
Sobre Cuba exclamaba:
«Estoy desorientado y triste, pero con la mirada siempre fija en lacumbre inaccesible.
»En mi tierra no hay más que dos hombres: Gómez y Maceo, y una bandera:yo.
»A ellos los tienen como visionarios y a mí me consideran loco. Nos handejado solos.
»Aquí, en los momentos de angustia, en esos días lóbregos en que en vanolucho y brego con los hombres y las cosas, al trasladar al papel mispobres pensamientos, no me explico, no comprendo cómo no se transformaen Vesubio mi cabeza ni se convierte mi pluma en bayoneta.
»Ustedes, los colombianos, tienen aun esperanzas de redención: allí hayvida, hay savia, hay esplendor.
Nosotros no tenemos nada.
»Cuba es una tumba muy grande que guarda un cadáver más grande que ella:la raza india muerta.
»Esa raza me alienta, y la máxima de Bolívar me conforta:'¡Venceremos!'».
Calló, inclinó la cabeza meditabundo, me pareció escuchar el ruidoestruendoso de las armas en la manigua, y comprendí que aquel hombre eraalgo más que tribuno, algo más que genio: ¡era la Libertad!
La América latina ha sido escasa en mentes colosales. El genio, como elcélebre arbusto parlante de Sumatra, no se ha dado en América sino muyde tarde en tarde.
Ha habido ilustraciones altas y macizas, pensadores vastos y profundos,prosistas, oradores y poetas de palabra de oro y alas luminosas; pero elgenio auténtico, la cabeza batida por aquilones y coronada de rayos, lalengua de fuego que realza y purifica cuanto toca, la pluma gigante quevierte a raudales la ternura, la ciencia y la filosofía... esos, hansido muy raros en América.
Genio Montalvo; genio José Martí.
El primero con una sombra: el arcaísmo; el segundo, sin sombras y sinmanchas.
La estulticia de las muchedumbres, el espíritu fácil al aplauso denuestra raza, la lisonja desmesurada de los gacetilleros, el coro vacuoy frívolo de las mediocridades, han hecho aparecer en ocasiones comolumbreras a seres que apenas han tocado los primeros peldaños de lagloria.
Entes grandes y pomposos—como la encina de Lebes—, pero huecos.
Árboles corpulentos de espléndido ramaje, pero torcidos e inclinados ala tierra.
Hoy la serie de pensadores es como una serie de montañas, pero sincumbres que sobresalgan, sin picos que se despidan de las otras.
La constante difusión de las luces, el espíritu incansable einvestigador del siglo, la rapidez y la facilidad en las comunicaciones,la escuela, el libro, la prensa y la tribuna, han eliminado esaseminencias, cúspides de la humanidad.
Con la abundancia de las colinas han desaparecido los Himalayas.
Con la dilatación ha resultado el aplanamiento, con el ensanche se haperdido la altitud.
El peñón abrupto es arena rutilante.
El nido es colmena.
La altura es extensión.
La cima ha sido cubierta por la arboleda en marcha: no se ven más queárboles.
La roca altísima ha sido invadida por el mar: no se ven más que olas.
Hoy es plaza lo que ayer fue torre, lago lo que fue atalaya, cieloinconmensurable lo que fue astro esplendoroso.
«Las cumbres se han deshecho en llanuras, las llanuras son cumbres.
»Son muchos los poetas secundarios, escasos los poetas eminentessolitarios.
»El genio va pasando de individual a colectivo.
»El hombre pierde en beneficio de los hombres.
»Se diluyen, se expanden las cualidades de los privilegiados a la masa».
Las golondrinas se han elevado y los cometas han descendido.
Las legiones han subido y Júpiter ha bajado.
El mérito de Martí consistió precisamente en eso: haber dado sombra atantas grandezas.
En época, en que la ciencia es ambiente y el talento multitud, él fueArgos impoluto, gigante, solo, y ¡único!
Todo tiene en la naturaleza su punto culminante, su nota dominadora, sufaz grave y severa: la selva, el roble centenario; el océano, la olainmensa de cresta arrebolada; el desierto, el león hirsuto y arrogante;y la sociedad, el genio.
¡Y genio fue José Martí!
Murió a los 42 años y es asombrosa su labor política y literaria.
A la edad en que otros comienzan a ascender, ya él traía guirnaldas delOlimpo.
En un mismo día, y en ocasiones en una misma hora, escribía un discurso,redactaba una carta, pergeñaba una revista, otorgaba una clase, leía unlibro, hojeaba un folleto, traducía una fábula, hablaba de cosas fútilescon su familia y de cosas lisonjeras con sus amigos.
Tenía el don de contorcerse y dividirse, la cualidad de lacentuplicación.
Un caso de polizoísmo.
Trabajaba en una casa de comercio, colaboraba en varias sociedades y magazines, sostenía incansable correspondencia con sus adictos,enseñaba a los desgraciados, meditaba, discutía, exaltaba a lospusilánimes, asaeteaba a los cobardes, confortaba a los sufridos, seerguía ante los poderosos, lloraba con los indigentes; tenía un báculopara cada caída, una esperanza para cada lacería, un bálsamo para cadadolor, una rosa para cada beldad, un pensamiento dulce para cadapárvulo, y aun le quedaba tiempo para ser rendido y galante con laesposa y cariñoso y afable con los hijos.
Séneca, Aristóteles, Corneille, Bacon, Montaigne, Joubert, Massillón,San Agustín, Rousseau, Voltaire, Shakespeare, Juvenal, toda una legión,se agitaba, bullía, vibraba en aquel cerebro poderoso, hecho para lostorneos y las epopeyas, para las recias batallas y las hondaslucubraciones.
En sus manos eran a diario: el Tratado de la Naturaleza deMalebranche, Los Pensamientos de Marco Aurelio, la Historia deEspaña de Mariana, los Epigramas de Marcial, las endechas deMassinger, el Capital de Marx, las elegías de Propercio, los Ensayos de Macaulay, las Observaciones de Llorente, el Catecismo de Lutero,todo le era familiar, conocido, íntimo, y consideraba los periódicoscomo soldados y los libros como hermanos.
Para él todas las mujeres eran santas, todos los hombres buenos, todoslos guerreros dignos, todos los oficios nobles, todas las cosas bellas.
El reptil, a sus ojos, se convertía en ave; el barro en oro; el erizo enflor; el espectro en ángel.
Su voluntad era granito; su espíritu, llama.
Unía, a la calma de Massena, el arrojo de Murat.
Aunaba, al candor de Carlos Dickens, la precisión de Víctor Hugo.
Odiaba el estilo misoneico y la poesía macróstica.
Admiraba más a Martos que a Castelar.
Para sus compañeros y admiradores era inofensivo como la malva; para susenemigos, venenoso como el quedec.
Polígloto, enciclopédico, polílogo.
En aquellos, atardeceres mincosos de la gran Metrópoli, en que Martísolía pasearse por las alamedas de Green Wood, ¡quién iba a imaginarseque de aquella mano tan sencilla pendía un mundo, que tras aquellacabeza silenciosa iba una bandada de águilas libertadoras!
Su erudición, pasma. Si todos van contra él, él va contra todos. Tienedel ala y del hacha. De la roca y del torrente. De la hoja y del rayo.Ensalza, y va hasta lo infinito; derriba, y llega hasta el abismo.Cuando alaba encumbra; cuando analiza, despedaza. Su palabra, ora corremansa, ora retumba; sus verbos, ora se deslizan, ora estallan. Algo comoun trueno avanza por entre sus frases calológicas. Se siente calor denube y rodar de cañones. Esculpe de una plumada; retrata de un brochazo.Tiene arranques sublimes en que parece que la tierra se levanta o elcielo se desploma. Tiene voces que gimen, términos que gritan, giros querimbomban. Se escucha vuelo de pájaros y fuego de fusilería. Su dibujoes línea recta; su corte, el del diamante. Es paleta y es cincel. Esterso y es hondo. Palpita y regolfa. Su ritmo es una nave que se aleja;su dialéctica, escuadra que combate. Por entre la malla de su prosa haypueblos que se hunden, ejércitos que se destrozan, mares que serevuelcan, bosques que caminan. Es raso y es acero. Es guzla y esclarín.
Es halago y es centella. Escribe versos que enamoran, filípicasque entusiasman, libros que glorifican. Es diminuto y es excelso.Sencillo y complicado. Es león y paloma. Oruga y colibrí. A veces sedetiene, como ante un precipicio; a veces corre veloz, como unalocomotora. Mezcla lo alto y lo bajo, lo noble y lo ruin, la mariposa yel estiércol, la mirla y el escarabajo, el dicterio y la canción.
Todo sale embellecido y purificado de aquella péñola incomparable,péñola que hoy bendice todo un pueblo, y es lumbre de la humanidad.
Su vida fue un himno permanente a todos los derechos, eterna protesta atodas las iniquidades.
Fue mentor augusto, patriota insigne.
Fue principio y resumen. Alfa y Omega. Sacerdote y apóstol. Mecenas yCatón. Sufrió, amó, creó. Conoció lo pasado, vislumbró lo porvenir. Fueartista, gladiador, vidente. Se echó un mundo a la espalda y con él sele vio, radioso y fatigado, camino de la inmortalidad. Ante losobstáculos se duplicaba; ante los imposibles, no cedía. Enérgico,rápido, tenaz. Si nublado, se alzaba; si torrente, se sumergía. Para élera pira la existencia, átomo el universo, minutos las edades. Limpiaba,talaba, esclarecía. Hacía surgir proclamas de los muertos, lanzas de lastumbas, auroras de los antros, escuadrones de las piedras. Brotabachispas su espada; relámpagos, su pensamiento.
Dominó, coronó, ascendió.
Y al caer, rota la frente, en un charco de sangre, hubo irrupción dellamas en el cielo, aglomeración de palmas en la tierra, condensación derecuerdos y sentimientos en el corazón de los americanos.
Para llorar a Martí no son suficientes las lágrimas de todos los hombresni el grito clamoroso de todos los siglos.
¡Santa memoria de Martí, bendita seas!
Discurso pronunciado por el Doctor José Antonio González Lanuza
En la Cámara de representantes de Cuba el 19 de mayo de 1910
Señor Presidente y señores Representantes:
Cuantos aquí nos congregamos, hacemos memoria, sin duda, de una sesiónanáloga a esta—
igual a esta diría mejor—en el año precedente. Elentonces designado para hablar de Martí, fue el señor Miguel Viondi, ylos que aquí estamos y estábamos aquella tarde, recordamos cuángratamente nos entretuvo; dando a su disertación el interés de larela