el
volver
después
á
vellas
con
otras
muchas
que
embarcan.
Por
cuchillos
el
francés
mercerías
y
Ruán,
lleva
aceite;
el
alemán
trae
lienzo,
fustán,
llantés;
carga
vino
de
Alanís;
hierro
trae
el
vizcaino
el
cuartón,
el
tiro,
el
pino,
el
indiano
el
ámbar
gris,
la
perla,
el
oro,
la
plata,
palo
de
campeche,
cueros,
toda
esta
arena
es
dineros.
¡Un mundo en cifras retrata!
En la citada comedia saca á escena Lope los tipos más característicosque entonces frecuentaban el Arenal, y así se ven desfilar por elteatro, tapadas, soldados, mozos de galeras, arraeces, bravos,comerciantes, aguadores, ladrones, criados y forasteros, pudiendoconsiderarse esta obra del Fénix de los ingenios, á más de su méritoindiscutible, como un cuadro de costumbres sevillanas de su tiempo.
El autor acentúa más la nota en elogio de Arenal haciendo decir al Forastero en la escena IX estos versos:
Préciese
de
su
edificio
Zaragoza
enternamente;
Segovia
de
su
gran
puente,
Toledo
de
su
artificio;
Barcelona
del
tesoro,
Valencia
de
su
hermosura,
la
corte
de
su
ventura
y
de
sus
almenas
Toro;
Burgos
del
antigua
espada
del
Cid
por
tantos
escrita,
Córdoba
de
su
Mezquita,
y
de
su
Alhambra,
Granada;
de
sus
sepulcros
León,
Avila
del
fuerte
suelo,
Madrid
de
su
hermoso
cielo,
salud
y
buena
opinión;
y
de
su
hermoso
Arenal
sólo
se
precia
Sevilla,
que
es
vistosa
maravilla
y una plaza universal.
Con el transcurso de los tiempos, habiéndose alzado edificios desde laPuerta de Triana al Postigo del Carbón, y construído de nuevo losMalecones, se formó entre éstos y la orilla del río una alameda en laque se plantaron cuatro filas de álamos, y que tomó el nombre de paseo del Arenal.
Lo agradable de aquel lugar, la hermosa vista que desde él sedisfrutaba, y la animación que allí solía reinar por el movimiento delpuerto, hicieron que el paseo fuese de los predilectos del pueblosevillano y que disfrutara por largos años de gran boga.
En el plano de la ciudad que mandó hacer Olavide siendo Asistente deSevilla, figura ya indicada la Alameda del Arenal, y lo mismo en el queen 1788 se publicó durante el mando de Lerena, pudiendo decirse que porentonces era aquel terreno de los más concurridos de la ciudad.
Don Leandro Fernández de Moratín, que visitó á Sevilla por entonces, asílo consigna, y otros escritores de la localidad hacen memoria endiversos trabajos de lo ameno del paseo y de la multitud que á diario lofrecuentaba.
Por los arrecifes cruzaban por las tardes lujosas carrozas y losmodestos asientos de ladrillo se veían siempre ocupados por un públicoaristocrático que lucía sus más preciadas y ricas galas.
A la entrada del paseo se comenzó á fines del siglo XVIII á construir elmonumento llamado Triunfo de la Trinidad, que se elevó á instancias defray Diego José de Cádiz, y el cual monumento era obra de escasísimomérito, y fué derribada hacia la mitad del pasado siglo, sin habersellegado á terminar por completo.
No lejos del monumento, se encontraba la Cruz de la Charanga, nombreéste que también se daba á uno de los álamos, el más corpulento y quemás sobresalía entre los allí plantados, y alrededor del cual seformaban aquellas tertulias de desocupados de que habla don José Somozaen sus Recuerdos y en el artículo El árbol de la Charanga, dondedice pintando lo agradable de aquel lugar: «...A la izquierda está el Paseo del Arenal, paseo siempre concurrido; á la derecha el puente debarcas y un dilatado horizonte azul, por el que se oculta el sol en suoccidente por entre una multitud de palos y velachos de embarcacionesancladas.»
Hacia 1808 se hicieron algunas reformas en el Arenal, con las queganaron en comodidad los paseantes, habiéndose por entonces llevado ácabo varias obras en el puente allí inmediato, que cubría uno de losbrazos del arroyo Tagarete.
Punto como lo era el paseo del Arenal de amplitud y gran concurrencia,cuando los días de la invasión francesa, lo escogieron las autoridadesimperiales para llevar á cabo no pocos espectáculos públicos, con losque procuraban distraer al pueblo.
Allí el mariscal Soult pasó revista á las tropas, allí se quemaronvistosos castillos de fuegos artificiales; hubo cucañas, carreras ácaballo por diestrísimos ginetes, conciertos de bandas militares,iluminaciones y otros regocijos.
El paseo del Arenal, cuando en 29 de Agosto de 1812 penetraron ennuestra ciudad los soldados españoles, fué teatro de sangrientas escenasy de verdaderos rasgos de heroísmo, y algunos días después se enterró ála entrada del paseo el coronel inglés Alejandro Ducan, que murióviolentamente, y cuyo sepulcro fué destruido por el populacho en 1816.
Volvieron para el paseo del Arenal días de esplendidez, transcurridosaquellos años de la guerra, y en 1823, cuando Fernando VII visitó áSevilla, este monarca paseaba con gran frecuencia en carruaje por laorilla del río, donde era objeto de no pocas manifestaciones de los absolutistas. Y se dió el caso que, saliendo una tarde el rey de lostoros, á causa de haber intervenido en los desahogos de los blancos algunos constitucionales, se promovió un feroz escándalo, en el que hubogarrotazos, carreras y no pocos heridos.
Con motivo de otras visitas de reyes se ha adornado después de 1823 elpaseo del Arenal, alzándose en él graciosos arcos de follajes y vistosostransparentes.
Habiendo el Asistente Arjona derribado el murallón de la Torre del Oro yedificádose el Salón de Cristina, comenzó el público elegante yaristocrático á abandonar el viejo Arenal; llevado de las novedades yatractivos que el nuevo sitio de esparcimiento y recreo le ofrecía.
Este abandono fué en aumento después de 1834, y como quiera que por lasautoridades locales se olvidó por completo el adorno y cuido de aquellaalameda, desaparecieron de ella los antiguos árboles que le prestabanagradable sombra, los primitivos asientos y los aguaduchos donde tananimadas tertulias se formaban.
Por los alrededores del Arenal se veía en los buenos tiempos del paseomuy variados tipos y personajes callejeros, no faltando nunca por lastardes, los chiquillos de la candela que, provistos de mecha, ofrecíanlumbre á los transeúntes fumadores; los viejos que exhibían á golpe detambor las sorprendentes vistas de la máquina óptica, los vendedoresde confites, los maestros de esgrima que acudían á la palestra pública,y para que nada faltase á aquel cuadro, era frecuente ver en losMalecones ó frente á la Resolana de la Caridad ó al pie del Triunfo,algunos frailes misioneros que escogían aquellos puntos para predicar,como ocurría al célebre padre Verita.
Una nota característica ha conservado hasta nuestros días y conservaactualmente el Arenal: refiérome al mercado que allí se establece en elmes de Diciembre y que se ve tan concurrido el día de Nochebuena y lossucesivos de Pascua.
Álzanse entonces, en lo que fué frondosa alameda, puestos de juguetes yde frutas, sin que en manera alguna falten los instrumentos populares,característicos de los citados días, siendo grande el concurso que acudeal Arenal á llevar á cabo las indispensables compras de pavos, nueces,castañas, turrones y todos los comestibles del ritual.
Para concluir, el Arenal en su aspecto más triste, ya que hemosrecorrido á la ligera su historia, es cuando el Guadalquivir se desborday la ciudad se ve amenazada con los peligros de las inundaciones quetantos estragos han causado en todos los tiempos.
Entonces cubren lasaguas el viejo paseo, y aquel lugar tan ameno y agradable presenta uncuadro imponente, cuadro que no es necesario describir, pues hartasveces lo han presenciado por desgracia los sevillanos.
El viejo Arenal lleva hoy el nombre de Paseo de Colón, nombre que se ledió en 1892, cuando las fiestas del centenario del descubrimiento deAmérica. De su pasado, de sus días de esplendor, no queda ya más que elrecuerdo.
JUANILLO HERNÁNDEZ
La reforma luterana que apareció en Sevilla á mediados del siglo XVIpropagóse en la ciudad de un modo rapidísimo, y tuvo infinitos adictos,personajes, en su mayoría, de posición y de talento, como lo fueronRodrigo de Valer, el doctor Egidio, el doctor Constantino Ponce de laFuente, el prior de San Isidro del Campo, García Arias, el padreArellano, Ponce de León, el médico Losada, fray Casidoro de Reina,Fernando de San Juan y otros cientos, cuya enumeración sería enojosa.
De entre todos aquellos primeros protestantes, he de recordar á uno quetiene no poco relieve y á quien por su actividad y el género depropaganda á que se dedicaba, debióse singularmente la propagación dela doctrina de Lutero.
Llamábase Julián Hernández y se le conocía por Julianillo, era mozoastuto y ardientísimo partidario de la reforma, con lo cual puedesuponerse el contacto frecuentísimo y estrecho en que estaba con todoslos iniciados.
Bien por comisión ó bien de propia iniciación llevó Hernández á cabo unaempresa que, por ser entonces en extremo arriesgada, tal vez se confió áél como más listo y astuto.
Ansiaban los protestantes sevillanos poseer escritos propagadores de lanueva doctrina, que á cientos se publicaban en Alemania y los PaísesBajos; y como la posesión de los tales libros y su introducción enEspaña era dificilísima, pensaban en mil modos para burlar á laInquisición, que tenía puesta toda su atención en la reforma paraaniquilarla.
Julianillo Hernández partió en 1556 de Sevilla y recorrió losprincipales focos del luteranismo, poniéndose en relaciones con losprincipales apóstoles del protestantismo y dirigiéndose después áGinebra, donde residió algunos meses.
En esta ciudad adquirió ejemplares de los libros más famosos que sehabían dado por los reformadores, y ya dueño de ellos, puso en prácticael ingenioso medio que discurrió para introducirlos en España y traerlosá Sevilla.
A este efecto, disfrazóse perfectamente de arriero, y previniendo dosgrandes toneles, fabricados de intento, los llenó con los numerososvolúmenes adquiridos, emprendiendo su viaje de regreso.
En 1557, Julianillo Hernández llegaba á Sevilla: con su carga, habíaatravesado la península entera sin que ni justicia ni persona algunasospechase que en aquellos dos toneles iban las armas más poderosascontra la religión del Estado, y que tanto efecto iban á producir.
Cuando los protestantes sevillanos tuvieron conocimiento de la llegadade Julianillo, inmediatamente acudieron con gran cautela á ocultar elcargamento, siendo repartidos los libros en el monasterio de San Isidrodel Campo, en casa de don Juan Ponce de León y en la de la dama doñaIsabel de Baena, ardiente protestante, en cuyo domicilio se reunían confrecuencia los luteranos.
Merced al ingenio de Julianillo, pudieron los reformadores entregarseá las lecturas que tanto deseaban, comenzando entonces el mozo árepartir volúmenes cautelosamente, siendo menos afortunado en estaempresa, pues por ello vino su perdición y la de infinidad deprotestantes.
Un ejemplar del libro titulado Imagen del Antichristo, lo vío unamujer que tenía algún vago conocimiento de lo que pasaba y denunció á laInquisición el foco protestante, cayendo el tribunal entoncesrápidamente sobre el asunto, y en poco tiempo fueron encerrados en elcastillo de Triana más de 800 luteranos, que no tardaron en perecer enla hoguera y en el garrote.
Sin tiempo para ponerse á salvo, cayó Julianillo también en las garrasdel Santo Oficio, y después de doce meses de prisión, el 22 de Diciembrede 1560 salió con el auto de fe, siendo quemado vivo en unión de 34protestantes más, entre los que se hallaban doña Ana de Rivera, doñaFrancisca Ruíz, doña Francisca de Chaves, monja de Santa Isabel; MaríaGómez, Leonor Núñez, sus tres hijas Elvira, Teresa y Lucía; doñaCatalina Sarmiento, doña María y doña Luisa Manuel, y fray Diego López,fray Barnardino Valdés, fray Domingo Churruca, fray Gaspar de Porres yfray Bernardo de San Jerónimo, de alguno de los cuales haré másadelante especial mención.
SANTA TERESA EN SEVILLA
La célebre abulense doña Teresa Sánchez Cepeda, cuyos escritos místicosson tan famosos y á quien la iglesia colocó en los altares en 1622, bajoel nombre de Santa Teresa de Jesús, visitó durante su vida á Sevilla,para fundar un convento en nuestra población, permaneciendo en éstadesde el 26 de Mayo de 1575 hasta el 4 de Junio de 1576.
Llegó, pues, el citado día la madre Teresa de Jesús, acompañada de seismonjas, sus compañeras, instalándose provisionalmente en una modestacasa de la calle de las Armas, en la cual estuvieron viviendo con granestrechez y miseria, siendo al principio socorridas por una señorallamada doña Leonor de Valera, y más tarde por el prior de la Cartuja,que influyó á favor de las religiosas con otras personas de algúnvalimiento.
Allí pasó la madre Teresa de Jesús algunos meses sin que pudiera, segúneran sus propósitos, adelantar «gran cosa en la fundación del convento,y aunque contó con el apoyo de algunos que le fueron afectos y leauxilió mucho en sus trabajos» D. Lorenzo Sánchez Cepeda, su hermano,que á la sazón vino de Indias, costóle gran trabajo encontrar casa másespaciosa para instalarse.
Dió al fin la fundadora con un edificio en la calle de Pajería, hoyZaragoza, y á propósito de éste escribe en una de sus cartas:
«No se pasó poco para pasarnos á ella (á la nueva casa) porque quien latenía no la quería dejar. Los frailes franciscos, como estaban juntos,vinieron luego á requerirnos que en ninguna manera nos pasásemos éella.»
Ya en la nueva casa, la actividad de la madre Teresa de Jesús, hizo quese habilitase lo mejor que se pudo, contando con algunos fondos yaumentándose la comunidad; pero entonces comenzaron á levantarsecalumnias contra la fundadora, intimándola el padre Salazar para que nohiciese más fundaciones; y denunciándola por entonces á la Inquisicióncomo
sospechosa
de
herejía,
ilusiones,
falsa
devoción
y
revelacionesimaginadas, una beata que había vivido en la recién fundada casareligiosa, ayudada por un clérigo de quien dice fray Diego de Yepes queera
«hombre hipocondríaco, escrupuloso, ignorante y expuesto al error.»
Siguióse el proceso contra la madre Teresa de Jesús, pasando áinterrogarla á su casa los inquisidores, llevando con gran ruído losjueces á caballo, notarios, alguaciles y familiares, y después de largotiempo, la Inquisición mandó que el expediente se suspendiese, quedando,sin embargo, la fundadora obligada á presentarse ante el tribunal deSevilla siempre que éste lo reclamase.
Estando en nuestra población la célebre hija de Avila, fué retratada porel napolitano Juan de Narduck, que había sido discípulo de Coello y queá la sazón era religioso lego conocido con el sobrenombre de fray Juande la Miseria, conservándose hoy este retrato en el convento decarmelitas de San José, y el cual, si no es una perfecta obra de arte,es por lo menos, el más auténtico retrato que existe de la reformadora.
La casa que ésta habitó en Sevilla túvola en gran estima y de ellaescribía que «no la había mejor ni mejor puesta. Paréceme que no se hade sentir en ella el calor. El patio parece hecho de alcorza.»
En 27 de Mayo de 1576 celebróse en aquella casa una gran fiestareligiosa, á la que asistió el arzobispo, fiesta que la misma fundadoradescribió con muchos pormenores, y algunos días después salió de laciudad, dirigiéndose á Castilla, donde prosiguió sus fundaciones.
Aquel edificio que la mística escritora habitó en Sevilla en la callePajería, fué convento hasta 1588, y el año 1882 el edificio, que sehabía conservado casi como estuvo en el siglo XVI, fué derribado,colocándose después en el que se levantó sobre su área, una lápida en lafachada que recuerda la fundación de la madre Teresa de Jesús y suestancia en nuestra ciudad.
UN PONCE DE LEÓN
El noble caballero sevillano don Juan Ponce de León, hijo de donRodrigo, conde de Bailén, fué, como ya he indicado anteriormente, uno delos más decididos y ardientes partidarios que la reforma luterana tuvoen Sevilla en el siglo XVI, y predilecto discípulo del doctor Egidio.
Su elevada posición social, su ilustración y el importante papel quehacía en la sociedad sevillana, contribuyeron poderosamente á que supropaganda en favor del protestantismo le diera muchos resultados,logrando, durante bastante tiempo, que ni á las autoridadeseclesiásticas ni á las seculares trascendiera su conducta, apesar de laactividad que éstas desplegaban para destruir y aniquilar cuanto enSevilla tuviera sospecha siquiera de luteranismo.
Fué al fin descubierto en 1558, con otras muchas importantes personas,que pagaron con sus vidas en las hogueras, y permaneció antes largosmeses preso, siendo al fin condenado por el tribunal odioso.
La sentencia dada contra Ponce de León es un documento bastante curioso,del cual existe una copia manuscrita en la Colección de Papeles delconde del Aguila del Archivo municipal, y de ella reproduciré la partemás interesante, que dice así:
«... Atentos los autos y méritos de este proceso, que dicho fiscal probóbien y cumplidamente su acusación y querella: damos y pronunciamos suintención por bien probada, y que el dicho don Juan Ponce de León noprobó cosa alguna que le pudiese relevar. Por ende: debemos declarar ydeclaramos al dicho Juan Ponce, haber sido y ser hereje, apóstata,luterano, dogmatizador y enseñador de la dicha secta de Lutero y sussecuaces: hallándose en algunos ayuntamientos y conventículos con otraspersonas secretamente, á donde se trataba de la dicha maldita secta ysus errores, en grandísima ofensa de Dios Nuestro Señor y de su Santa Fecatólica y Ley evangélica, y haber sido justo y disimulado confitente, yque las confesiones que hizo fueron más por reservar la vida que porsalvar el alma, y por ello haber caído é incurrido en la Sentencia deExcomunión mayor, y estar ligado de ella y en todas las otras penas enque caen é incurren los tales herejes, luteranos, dogmatizadores yenseñadores de nueva secta y errores que, á título de cristianos, haceny cometen semejantes delitos; y en confiscación y perdimiento de todossus bienes, en los cuales le condenamos y aplicamos á la Cámara y Fiscode S. M. desde el tiempo que cometió dichos delitos á esta parte, cuyadeclaración en nos reservamos. Otrosí: relajamos la persona de dicho Don Juan Ponce de León á la Justicia y Brazo seglar, y especialmenteal muy magnífico señor Licenciado Lope de León, Asistente por S. M. enesta ciudad y á sus lugares tenientes en el dicho oficio, á los cualesmuy afectuosamente rogamos que se hagan benigna y piadosamente con eldicho don Juan, y porque el delito de la heregía es tan gravísimo queno se puede buenamente punir ni castigar en las personas que lo cometen,y las penas se extienden á sus descendientes: por ende declaramos sus hijos y nietos de dicho don Juan Ponce por línea masculina sean inhábiles para poder tener cualquier oficio público, ó de honra, óbeneficios eclesiásticos, y que no pueden usar de las otras cosasprohibidas á los hijos y nietos de los semejantes condenados así pordicho común, Leyes y Pragmáticas de estos Reinos como por institucióndel Santo Oficio, las cuales habemos aquí por expresadas: y por estanuestra sentencia juzgando así lo pronunciamos y mandamos en estosescritos y por ellos.— El Obispo de Tarazona.==El Licenciado AndrésGasco.==El Licenciado Carpio.==El Licenciado Juan Obando. »
El 24 de Septiembre de 1559 se celebró el auto de fe en que salió donJuan Ponce de León: después de relajado y entregado al brazo secular, sele dió garrote y se consumió su cuerpo en el Quemadero del prado deSan Sebastián, con otros de los más señalados protestantes sevillanos.
JUAN DEL CASTILLO
El haber sido el pintor sevillano Juan del Castillo maestro de artistasque tanto renombre y gloria alcanzaron, como Murillo, Zurbarán, AlonsoCano y Pedro de Moya, ha hecho que su nombre sea por esto citado más quepor las obras que dejó á la posteridad, dignas de elogio, ciertamente,no pocas de ellas.
Hermano de otro pintor también, Agustín del Castillo (1565-1626), nacióJuan en el año de 1584, siendo desde muy joven manifiesta su inclinaciónpor el dibujo, que aprendió bajo la dirección de Luis Fernández, encuyos lienzos censúrase la escasa frescura y la pobreza de colorido.
Juan del Castillo pintó multitud de cuadros en su juventud, la mayoríade los cuales se han perdido hoy, y que le atrajeron general estimación,pues apartándose de las reglas que su maestro le indicara, dió un granpaso para destacar su personalidad.
Demostrando grandes condiciones para la enseñanza, á Castillo acudieronno pocos discípulos, siendo su academia la que más frutos obtuvo para elarte, de aquellas otras que tenían en sus talleres el clérigo Roelas,Herrera el Viejo y Francisco Pacheco.
A la academia de Castillo acudió cuando contaba doce años, en 1630,Bartolomé Murillo, llevado al estudio por cercano pariente, no faltandoalgunos autores que apunten que el luego celebérrimo artista sevillanoera sobrino de su maestro.
En abril de 1611, Castillo, vecino á la sazón del Salvador, se recibióde hermano de la Doctrina Cristiana, como hombre devoto que era,habiendo noticias de que en años después hizo un viaje á Granada, donde,según Arana de Varflora, «hizo algunas pinturas y en ellas se conocesu manera de pintar, que era fresca y pastosa.»
Para el convento de Monte Sión ejecutó Castillo, de vuelta en su ciudadnatal, catorce lienzos, siendo este templo el que llegó á reunir másproducciones del pintor objeto de estas líneas.
En el altar mayor dejó una Asunción, La Visitación de Santa Isabel ála Virgen, La Encarnación, El Nacimiento de Jesús, La Adoración delos Reyes, los cuatro doctores de la Iglesia, San Buenaventura y uncrucificado, y en otros retablos las imágenes de Santo Domingo, SantoTomás y San Vicente Ferrer.
De estos cuadros, que permanecieron en dicho convento hasta 1810, fueronalgunos, tras bastante tiempo, llevados al Museo Provincial, donde en laactualidad se encuentran, á más de dos medios puntos en tabla querepresentan á San José y el Niño trabajando, y la muerte del mismosanto.
Estos citados son los más notables cuadros de Juan del Castillo, y enlos que pueden apreciarse por completo sus méritos y su estilo depintura, debiendo citar aquí también otras obras como las siguientes,que conservaron varios particulares y elogió Amador de los Ríos en 1844cuando dió á luz su libro Sevilla pintoresca.
D. Manuel López Cepero poseía una Asunción y una Sagrada Familia;don Pedro García, un lienzo de los Desposorios de la Virgen, enfiguras de tamaño natural, un San Miguel y un Ángel de la Guarda, yel señor Suárez de Urbina un San Pedro y un San José con Jesús,cuadro este último de pequeñas dimensiones.
De otras pinturas de Juan del Castillo se han perdido no pocas, quefueron celebradas en su tiempo y de las cuales sólo la memoria queda.
Con su academia muy concurrida de discípulos, continuó el maestroresidiendo en Sevilla hasta 1639, año en que, por motivos que ignoro, setrasladó á Cádiz, donde fijó su residencia.
Allí ejecutó también algunos lienzos, pero la vida del artista tuvopronto término, falleciendo á mediados del año 1640, según apuntan losmás autorizados biógrafos.
Las obras de Juan del Castillo han sido estudiadas por los críticos conatención é imparcialidad, diciendo uno de ellos, juzgando los méritosdel artista, que apesar del estilo que en la enseñanza recibiera,«guiado por favorable inclinación, dióse á copiar el modelo vivo y áestudiar la realidad, con lo cual mejoró su arte y dictó provechosasreglas, siempre más á lo tocante al dibujo que al color, á susdiscípulos.»
En la historia de la pintura sevillana indica Castillo un