No tardó el conde en fijarse en la linda muchacha, cuyo donaire ygracejo no podía pasar inadvertido, y llamándola aparte le dijo estasmismas palabras:
—¿Qué haces tú aquí?
—Señor, estoy sirviendo de moza.
Y como viera el Asistente que contestaba con turbación, añadióle:
—Mira que soy el conde de Puñonrostro y si no me cuentas la verdadtengo que mandarte dar doscientos azotes...
Entonces ella, viéndose en peligro, contó de pé á pá al conde suhistoria con el canónigo, su nombre y señas, y las de las señoras áquienes servía y en dónde tenía su vivienda, sin olvidar en modo algunode repetir lo de los doscientos ducados prometidos y pintar con negroscolores la situación en que se encontraba.
El conde llamó al mesonero, y como éste confirmase la relación de lajoven, se despidió el Asistente diciendo que ya tomaría providenciasobre aquel caso y se fué á seguir su ronda.
Al día siguiente y á la hora de la siesta mandó el Asistente con granprisa llamar al canónigo á su casa, el cual montó en su mula, como eracostumbre, y con sus criados fué muy orondo á ver lo que se le ofrecía ásu señoría, bien ageno, por cierto, de la sorpresa que le aguardaba.
Recibió Puñonrostro con mucha cortesía y respeto al señor canónigo,hízolo pasar á sus habitaciones, y cuando ya estaban sentados frente áfrente, le dijo de pronto:
—«Vuesa merced ha de saber que cierta mujer se me ha encomendado y meha dicho cómo vuesa merced se aprovechó de ella y que le prometió no séqué dinero para su casamiento y nunca se acordó vuesa merced de cumplirla palabra que dió.»
El canónigo quedóse al oir aquello todo confuso, pero reponiéndosecomenzó á negar muy obstinadamente y tan cerrado, que el conde hubo deamostazarse y amenazarlo con dar cuenta del suceso al arzobispo y alNuncio en Madrid.
En vista de esto, y como no había salida, contó la verdad eleclesiástico, diciendo muy serio que por olvido y no otra cosa, habíadejado de aflojar los cien ducados, pero que los daría al punto encuanto llegase á su casa.
Despidiólo el conde con la misma cortesía y le vió bajar hasta la calle;pero allí, con gran asombro, se encontró el canónigo con que los criadosdel Asistente, por orden de éste, le habían escondido la mula, con locual tomó gran agravio y subió de nuevo, quejándose al de Puñonrostro dela falta de confianza que en él se tenía. El conde le manifestó sinrodeos que mientras no diera el dinero no había de devolverle sucabalgadura, para que no fuese tan flaco de memoria; y al escuchar queel señor canónigo exponía, como razón suprema, que le era imposibleatravesar á aquellas horas de la siesta las calles de Sevilla á pie ysin criados, dijo con mucha flema el conde Asistente:
—«No se le dé nada á vuesa merced ir con la siesta por amor de mí, queyo, por cierto que soy tan regalado como el que más, y ando á pie consol y con agua, de noche y de día, y no es mucho que pase este poco desol hasta su casa por amor á mí.»
Entonces, viendo el canónigo que no había arreglo y que el conde estabaen lo firme, se fué más que de prisa á su casa y entregó corrido ydespechado los cien ducados á los criados del Asistente, el cual contoda formalidad dió la cantidad á la seducida moza.
De la certeza de este hecho atestigua un contemporáneo de él tan puntualy autorizado como D. Francisco Ariño, que lo relata en su obra Sucesosde Sevilla, cuyo manuscrito original existe en la Biblioteca Colombinay fué publicado hace años por los Bibliófilos Andaluces. Y de que elconde de Puñonrostro era capaz de hacer cosas como aquella atestiguanotras muchas que llevó á cabo durante los pocos años que gobernó laciudad, de 1597 á 1599, y de algunas de las cuales algo diré másadelante.
EL VERANEO DE ANTAÑO EN SEVILLA
De cómo veraneaban nuestros antepasados de la capital de Andalucía,curioso es decir algo, pues detalles son estos que pintan las costumbresde épocas cuyo conocimiento nunca deja de ofrecer interés. Hablaré,pues, de aquellos benditos tiempos en que nadie salía de viaje y en quela vida carecía de todas las necesidades y comodidades de hoy.
Escriben algunos autores que don Fernando el Católico solía decir: losveranos se han de tener en Sevilla y los inviernos en Burgos; y es desuponer que esto sólo lo diría, en lo que respecta á nuestra ciudad,refiriéndose á las comodidades de las antiguas casas con sus patios, susfuentes y sus pisos bajos, porque en otro respecto no creemos que dijeraninguna gran cosa su alteza.
La vida moderna ha modificado la fisonomía de Sevilla, que ya ha perdidohace tiempo, en parte, aquel aspecto de población moruna, en donde lascasas estaban construídas con toda seguridad y atención para elinterior, y donde las calles estrechas y tortuosas, las lóbregastravesías y los pesados arcos prestaban frescura y sombra á los cansadostranseuntes en los días caniculares.
Del verano sevillano en el siglo XVI consignó Morgado algunas noticiasque no dejan de ser interesantes, y que me parece de propósito citaraquí:
«Los patios de las casas—dice—(que en casi todos los hay) tienen lossuelos de ladrillo raspado. Y entre la gente más curiosa, de azulejoscon sus pilares de mármol.
Ponen gran cuidado en lavarlos y tenerlossiempre muy limpios, que con esto y con las velas que les ponen por altono hay entrada de sol ni el calor del verano, mayormente por el regalo yfrescura de las muchas fuentes de pie de agua de los caños de Carmona,que hay por muchas de las casas enmedio de los patios.»
Y más adelante, hablando de las costumbres veraniegas de Sevilla y de lasaludable que de bañarse tenían sus habitantes, apunta el mismo Morgadolas siguientes líneas:
«Usan (las mujeres) mucho los baños, como quiera que hay en Sevilla doscasas de ellos. Los unos en la collación de San Ildefonso, junto á suiglesia, y los otros en la collación de San Juan de la Palma, que hanpermanecido en esta ciudad desde el tiempo de los moros... No puedenentrar los hombres en estos baños entre día por ser tiempo diputadosolamente para las mujeres, ni por consiguiente mujer ninguna siendo denoche, que los hombres la tienen toda por suya con la misma franquezaque las mujeres tienen el día por suyo...»
No se olvidó el autor de darnos algunos detalles de cómo estaban lascasas de baños en aquellos días de 1587, en que escribía, y así añadiólo siguiente:
«A las grandes salas donde se bañan salen sus caños que corren de aguacaliente y también fría. Con lo cual, y cierto ungüento que se da,refrescan y limpian sus cuerpos sin que se extrañe en Sevilla el irse ábañar unas y otras damas cuando no quieren ir disimuladas, por ser esteuso en ellas de tiempo inmemorial.»
La casa de baños de San Ildefonso existió hasta 1762, época en que yahabían desaparecido las otras dos que también pertenecían á la épocaárabe y que estaban situadas la primera en la hoy calle de Aposentadoresen San Juan de la Palma, y la segunda en el lugar que ocupa la capillade Jesús en la calle Marqués de Tablantes, antes de los Baños.
Si los establecimientos para remojarse los sevillanos tenían, pues,verdadera importancia, no era menor la que tenían las vallas y cajonesque de antiguo se colocaban en el río y los cuales constituían una delas mayores distracciones de nuestros paisanos en los meses caniculares.
De antiguo cuidaron las autoridades de la ciudad del buen orden ygobierno de estos baños del Guadalquivir, dando multitud deprovidencias, bandos y edictos para evitar abusos, y así en los escritospublicados por el cabildo se hacía constar que: «Aunque no es de esperarque la gente de juicio falte á unas reglas que aspiran á su propiaseguridad y á que se observe el mejor orden de honestidad y decencia...como hay personas que por satisfacer sus caprichos, sus vicios ódiversiones no perdonan medio alguno, aunque sea peligroso paraconseguirlo, se castigará á éstas por la más ligera contravención.»
Los cajones y vallas se situaban en los Humeros, en la Macarena y laBarqueta, al pie del puente de barcas, delante del colegio de San Telmoy en la orilla de Triana, frente al convento de los Remedios.
En el siglo XVIII y principios del XIX, estaban designadas con todaclaridad las horas para remojarse los dos sexos, haciéndolo las mujeres«desde la madrugada hasta las once de la mañana, los hombres hasta eltoque de oraciones, dejando los baños enteramente desocupados para queentraran las mujeres hasta las diez de la noche.»
No son pocos los autores que trataron en diferentes ocasiones de ladecidida afición de los sevillanos al baño, y entre ellos recordaré queAgustín de Rojas escribía estas líneas el siglo XVII:
«—¿Y aquella limpieza de los baños?
—Esa es una de las cosas más peregrinas que tiene.
—Mujer conozco yo en Sevilla que todos los sábados por la mañana ha deir al baño, aunque se hunda de agua el cielo.
—Por eso se dijo: la que del baño viene hace lo que quiere.
—Dicen que para cuando salen del baño acostumbran á llevar... unabotella con vino que es el mejor manto para aguantar el frío.»
Si los sevillanos eran en lo antiguo dados al baño, no lo eran menos alhielo, del cual se hacía un extraordinario consumo en la ciudad, queposeía en Constantina gran número de pozos de nieve, suficientes paraatender al consumo público, y á más de esto no faltaban asentistas quepor su cuenta traían el hielo de otros puntos y que realizaban, por logeneral, un buen negocio, como se desprende de las noticias que herecogido respecto á un tal Esteban Monparler, una Teresa Vilches y unFrancisco Candor, que surtieron á Sevilla por largos años del siglo XVIIy XVIII de hielo en las estaciones veraniegas.
Vendíase por los neveros á cinco cuartos la libra de nieve, y á juzgarpor todos los indicios, aquellos sevillanos de antaño sentían másnecesidad que los actuales del consumo del hielo, y así no solamente elvino, los refrescos y otras bebidas las helaban, sino también lasfrutas, las confituras y otros diversos comestibles.
Hasta el siglo XVII no se generalizó en Sevilla el uso del hielo, puesen el XVI todavía no estaba muy extendida esta afición por la nieve ylas bebidas frías, como pasaba en otros puntos, y así se deduce de laspalabras que el médico sevillano Nicolás Monardes consignaba en su librosobre el uso de la nieve, publicado en 1571.
«Una cosa me maravilla mucho: que siendo esta ciudad de Sevilla una delas más insignes del mundo, en la cual siempre ha habido muchos grandesy señores y caballeros muy principales y mucha gente noble, que no hayahabido nieve, etc., etc.»
Las veladas que con motivo de las festividades de determinados santos secelebraban en los diversos barrios y arrabales de la ciudad constituíanuna de las mejores distracciones del veraneo, siendo famosas entre otraslas de San Antonio, las de San Juan y San Pedro, las de Santa Ana ySantiago, la de los Angeles, la de la Virgen de los Reyes, San Roque,San Bernardo, San Bartolomé, San Agustín y los Terceros.
Cada una de estas veladas tenía su fisonomía característica y en casininguna de ellas faltaba su procesión y rosario, arcos de follaje,fuegos de artificio y mucho de baile, cantos, buñuelos y dulces, sin queescaseasen tampoco las broncas y los alborotos para dar más colorido alcuadro.
La gente pacífica y grave, las personas sosegadas y de buenascostumbres, huían de estos regocijos, y así, después de la comida ydespués de la indispensable siesta, cuando ya el sol comenzaba áocultarse, salían de sus casas, limitando su distracción á pasearse porel Arenal, la Alameda ó la Barqueta, donde no podía faltarles su ratitode descanso en algún puesto de agua de los más acreditados, y en elcual, por lo general, se formaba á la misma hora su poquito de tertulia.
Allí los señores consumían su vaso de horchata ó de agua con anises ysus gotas de nitro y al toque de Oraciones se retiraban con igualparsimonia y tranquilidad á sus casas hasta el día siguiente en quehabía de repetirse idéntico ejercicio.
Los sevillanos de antaño, que eran gente de posibles, y á quienes nobastaba el fresco de sus patios entoldados y sus habitaciones del pisobajo, solían trasladarse á muchas de las fincas ó casas de placer quehabía en los alrededores de la ciudad, particularmente próximas á laorilla del río, y en donde, libres de cuidados y con todo sosiego,comían, rezaban, dormían y tomaban el fresco, respirando aire libre ydesembarazado, que les fortificaba el cuerpo y el espíritu.
Otros, por lo general, gente joven y alegre, tampoco dejaban de salirfuera de la población en busca de agradables brisas. Por las tardes y álas primeras horas de la noche, siempre se veían grupos de ellos y deellas que dejando atrás las puertas de la ciudad se dirigían á losmelonares.
Allí se pasaban ratos muy deliciosos, pues nunca faltaba entre raja yraja de melón su poquito de baile y cante, desatándose las lenguas yreinando la algazara y el regocijo.
En las hermosas noches de luna de Agosto, bajo un cielo estrellado,respirando el aire puro del campo, ¡qué gratas resultaban aquellasfiestas de los melonares, y qué grato el regreso con las primeras lucesdel día, navegando en ligeras barquillas que surcaban las aguas del ríotranquilas y serenas y rizadas apenas por las brisas del amanecer...!
Casa sevillana en verano sin gazpacho, sin talla para el agua fresca, nola había, y lo mismo el rico que el pobre consumían gran cantidad delclásico plato andaluz y tenían en lugar preferente el tallero, donde lasalcarrazas limpias y rezumantes conservaban el agua como la propianieve.
Costumbres y usos del verano antiguo sevillano han desaparecido enmucho; únicamente queda el calor sofocante y abrumador, el sol de fuegoque abrasa y del que protestan los que no salen á veranear, comoseguramente protestarían nuestros padres y abuelos.
LUÍS DE VARGAS
Con harta razón se ha escrito que el famoso pintor Luís de Vargasregeneró la escuela sevillana, pues su obra fué de las que másinfluyeron en el siglo XVI en sus contemporáneos, gloria que con élcompartieron Flores y el célebre maese Pedro de Campaña.
En Sevilla nació Luís de Vargas hacia el año de 1506, siendo hijo de unpintor de escaso mérito llamado Juan de Vargas, cuyas obras sondesconocidas. Se dice que Diego de la Barrera fué el primer maestro quetuvo el artista, quien, en un principio, se dedicó á pintar en sarga, ydeseando luego encontrar más ancho campo para realizar sus aspiraciones,y para instruirse bajo la dirección de los grandes maestros delrenacimiento italiano, á la edad de veintiún años partió de Sevilla.
En Roma se encontraba cuando el saqueo de la ciudad en 1527 por lastropas de Borbón, y de allí se trasladó á Pisa, volviendo después á laciudad de los césares, en donde trabajó con verdadero entusiasmo y afán,estudiando las maravillas artísticas.
En Italia—ha escrito un autor—Luís de Vargas «se encontró con un arteexhumado, con un mundo desenterrado. Aquellos mármoles desnudos,aquellas formas tan correctas, eran un ideal que resucitaba, que sehacía necesario, porque la Edad Media había atronado la forma, habíaroto la proporción y este mal tenía que desaparecer.»
Trabajó de continuo y lleno del mayor entusiasmo, vivió Luís de Vargasen Italia unos 28 años, según apuntan sus biógrafos, regresando al caboá Sevilla, donde contrajo matrimonio.
En su ciudad natal comenzó á trabajar Luís de Vargas, llamando bienpronto la atención sus obras ejecutadas al óleo y al fresco, que desdeentonces tuvieron grandes apasionados é imitadores.
A Luís de Vargas acudieron no pocos jóvenes deseosos de recibir suslecciones, teniendo discípulos tan aventajados como Diego de Concha,Lucas Valdivieso, Francisco Venegas y Luís Fernández.
Dice Pacheco en su libro de Verdaderos retratos, que al ver Luís deVargas las obras que por entonces ejecutaba en Sevilla Pedro de Campaña,deseando perfeccionarse más en el arte, tornó á Italia, donde permaneciódos años, al cabo de los cuales volvió á su patria, dando entoncescomienzo la época más fecunda de su vida en producciones artísticas.
Entonces ejecutó en el templo de San Pablo el fresco de la Virgen delRosario (hace mucho tiempo desaparecido), el San Miguel dominando aldemonio y la Virgen, que se encuentra hoy en el Museo de Louvre, yalgunos retratos notables, como el de la duquesa de Alcalá y el delpadre Contrera, que existe en la sacristía de los Cálices.
En 1552 fundó el mercader Francisco Baena la capilla del Nacimiento enla Catedral, pintando para el retablo Luís de Vargas ocho tablas,representando en la principal la Adoración de los pastores, y en lasotras los Evangelistas, la Encarnación, la Circuncisión y la Epifanía.
Al número de veintiocho llegaron las obras que Luís de Vargas dejó á laBasílica sevillana, sobresaliendo de entre todas el cuadro llamado de la Gamba en la capilla de la Concepción.
Esta tabla, verdadera joya de arte, que representa una alegoría de laConcepción, ha sido unánimemente elogiada, y con razón dice de ella uncrítico: «Lo grandioso del dibujo, la valentía de las actitudes y lariqueza del colorido superan á todo encarecimiento.» En el mismo retablose ven, pintados también por Luís de Vargas, los apóstoles San Pedro ySan Pablo, los doctores de la Iglesia y el retrato del Chantre Juan deMedina, fundador de la capilla.
Tuvo el artista de que vamos tratando singular acierto para el dibujo álápiz, y de éstos alcanzó á ver algunos Ceán Bermúdez, y fué muyinteligente en música, tocando con habilidad y destreza el laúd.
En la sacristía de San Lorenzo existía en 1844 una Concepción de Luís deVargas, y de su mano eran dos santos que estaban en un altar delConvento de Madre de Dios, el fresco del Juicio universal en el patiode la Misericordia y los dos cuadros del retablo de Santa María laBlanca, pintados en 1564 y representando el primero á Cristo muerto enlos brazos de la Virgen, con otras figuras, y el segundo la Impresiónde las llagas de San Francisco.
El cabildo catedral pagó á Luís de Vargas en 1563, 4.000 reales por lapintura hecha á «espaldas del Sagrario del Santísimo Sacramento» y otrascantidades por los adornos del monumento, trabajando en los años de 1564y siguientes en los frescos de la Giralda, que representaban apóstoles,evangelistas y santos patronos, cuyas pinturas se encuentran hoy casiperdidas.
Treinta y seis obras, todas de verdadera importancia, llegaron áreunirse en Sevilla de Luís de Vargas, algunas de las cuales handesaparecido ó pasado á enriquecer otros museos y colecciones.
El famoso pintor murió en la ciudad que le vió nacer en 1568, dejando unhijo, de quien habla con elogio Francisco Pacheco en su ya citado librode Retratos.
No hemos de estudiar en estos apuntes la personalidad artística de Luísde Vargas, harto juzgada por la crítica; sus obras, sin llegar al númerode las de otros de sus contemporáneos, le han señalado un puesto entrelos grandes pintores sevillanos, puesto que nadie le disputa ni le haescatimado.
Verdadero reformador de la pintura, en su patria dió á conocer losencantos y bellezas del arte italiano, seduciendo con su colorido, sudibujo y el vigor de sus creaciones.
Fué Vargas de dulce trato y agudo ingenio, según sus coetáneos, loscuales encarecían sus moderadas costumbres y religiosidad, diciendo queá solas se entregaba á muy duras penitencias y largas meditaciones.
El pintor sevillano que con tanto entusiasmo, con tanta constancia yamor estudió aquel espíritu riente y aquella vida exuberante delrenacimiento, no acudió sin embargo á los mitológicos asuntos, ni á losdioses del paganismo, como tantos otros, inspirando todas sus creacionesel sentimiento religioso de su tiempo, del que fué uno de los másacertados intérpretes en el pincel.
Luís de Vargas dejó un nombre ilustre y Sevilla se honra con poderlocontar entre sus más inspirados y geniales artistas.
PROCESIÓN DE VÍA-CRUCIS
El marqués de Tarifa de vuelta de su viaje á Jerusalén, al comenzar lasobras de su palacio, llamado vulgarmente casa de Pilato, estableció un Vía-Crucis que, partiendo del edificio, terminaba en el monumento dela Cruz del Campo, que en el siglo XV
alzó el Asistente don Diego deMerlo.
Esta vía sacra fué famosa en Sevilla por las multitudes que la recorríandurante los siglos XVI y XVII, y durante los viernes de Cuaresma, laSemana Santa y los días 3 de Mayo, 16 de Julio y 14 de Septiembre, enque se hacían fiestas á la Cruz, en todo el largo trayecto que mediadesde la puerta de la casa de Pilato al templete de la Cruz del Campo,
yque
es
á
algo
más
de
997
metros,
se
veían
transitar
procesiones,hermandades, penitentes y numeroso pueblo.
La primera cruz de la vía sacra era de mármol y aún se conserva en lafachada del palacio; las otras seguían por la calle de San Esteban,continuando á distancia conveniente, alzadas entre las filas de álamosque se veían paralelos al antiguo acueducto conocido por Caños deCarmona.
Los días de recorrer la estación, acudían allí gran número de frailesfranciscanos, que eran como los encargados de regular la procesión, yel cordón de gente serpenteaba á lo largo del camino, produciéndose másde una vez bullicio y alborotos, que turbaban la grave seriedad delpiadoso ejercicio.
Cubiertos los rostros y vestidos con túnicas blancas ó negras, ibanmuchos penitentes, llevando á hombros pesadas cruces; otros, desnudaslas espaldas, se iban azotando con la mayor furia que era de ver: estos,traían grillos ó esposas á las manos; aquellos se iban dando martiriocon un cilicio; y como quiera que hombres y mujeres iban rezando en vozalta y entonando fúnebres salmodias, el cuadro presentaba en conjunto unaspecto lúgubre y sombrío, de lo más característico de aquellos tiempos.
Como los devotos sueltos iban también á veces hermandades, que conducíanimágenes sobre andas, y éstas hacían la estación con gran parsimonia,regresando á la ciudad, casi siempre, después de cerrada la noche.
A esto debiéronse no pocos escándalos y abusos, que sabido es que elDiablo no duerme, y así sucedía con frecuencia que el regreso de lospenitentes por aquellos campos, alumbrados sólo por las hachas de cera,era á veces tumultuoso y poco edificante, por manera que Luzbel secomplacía en tentar á la multitud que con tan piadoso fin recorríaaquellos lugares.
En más de una ocasión las autoridades eclesiásticas y civiles tuvieronque intervenir en tales procesiones de penitencia, á las que hubopícaros que acudían con fines no muy santos, aprovechándose de loencubierto de los rostros, la mezcla de sexos, y las obscuridades de lasnoches.
A mediados del siglo XVIII esta procesión de Vía-Crucis comenzó ádecaer de visible manera por muchas y diversas causas, desapareciendoluego muchas de las cruces que se alzaban en el camino en 1816, y otrasposteriormente, cuando ya estaba por completo en desuso la práctica derecorrer esta famosa Vía-sacra.
Las procesiones de penitencia á la Cruz del Campo, nota gráfica de laEspaña de los siglos XVI y XVII, merecían ser descritas muy al pormenor,ya que el pincel de un artista lo trasladó al lienzo en un curioso éinteresante cuadro que conservaba en su palacio de San Telmo el duque deMontpensier.
LAS PRESAS DE LA INQUISICIÓN
La actividad desplegada por el tribunal de la Fe, en Sevilla, en elsiglo XVI, excede á cuanto pueda decirse, siendo continuas lasprisiones, los tormentos y los autos, en los que casi á diario salíaninnumerables víctimas acusadas de herejía luterana, de molinistas, dejudaizantes, de hechiceros, iluminados, etc. etc.
Las cárceles del castillo de Triana estaban repletas de infelices presosque aguardaban la muerte más ó menos próxima, siendo muchas también lasmujeres que allí gemían en los lóbregos calabozos, y las cuales, sinconsideración alguna y contra todo sentimiento de humanidad, erantratadas cruelmente por los negros carceleros.
De la situación de aquellas desgraciadas, muchas de las cuales teníanconsigo á sus hijos, de cierta edad y de pecho algunos, da idea uncuriosísimo documento inédito hasta ahora, prueba irrecusable de lo queera el tribunal de la fe.
Este documento, que lleva la fecha de 1569, es un dato, prueba de las piadosas costumbres de entonces; es con toda su sencillez un grito dedolor de aquellas desventuradas mujeres, á las que no sólo se privaba delibertad, sino de alimento y de lo más necesario para la vida.
El escrito va dirigido al Cabildo de la ciudad y dice así:
«Ilustrísimo señor: Las que estamos en penitencia, presas en esta cárcelperpetua del Santo Oficio de la Inquisición, besamos las manos devuestra señoría ilustrísima, y á ella humildemente suplicamos; diciendoque nosotras somos pobres mujeres y padecemos muchas necesidades, y porser nuestra miseria y pobreza tanta, no podemos mercar trigo, si no esen el Pósito, para sustentarnos. Suplicamos por amor de Dios NuestroSeñor, nos mande vuestra señoría dar dicho trigo del Pósito, con nuestrodinero, y de esta manera podremos sustentar nuestras vidas y hijos, ypara esto al real oficio y á la clemencia de vuestra señoría ilustrísimaimploramos para que se nos haga esta merced y limosna.— Las mujerespresas y reclusas en esta cárcel perpetua en penitencia. »—(ArchivoMunicipal, Escribanías de Cabildo).
Tristes reflexiones se desprenden de la lectura de este documento, alcual cuantos comentarios pudieran hacerse resultarían pálidos.
Algunas de aquellas infelices mujeres fueron ejecutadas poco díasdespués, en 1573, donde salieron en auto público 70 penitenciadas en elmes de Enero y en 25 de Noviembre 60 reconciliadas, y siendo 20quemadas.
EJECUCIONES
Durante los siglos XVI y XVII la pena de muerte en Sevilla se practicabacon tanta frecuencia que como dice muy bien don Aureliano FernándezGuerra, apenas había semana en que no se llevasen á cabo una ó másejecuciones.
El pueblo acudía á presenciar estos actos con gran alboroto y como cosacorriente era el salir á ver los ahorcados, cuyos restos eran luegollevados á la mesa del rey en Tablada, y á fin de año sus huesos seenterraban con cierta solemnidad en el templo de San Miguel.
Las memorias sevillanas y las notas recogidas por diligentes curiosos,consignan entre las muchas ejecuciones algunas que por la calidad de losreos, los delitos que cometieron y otras diversas circunstanciassalieron de lo corriente y llamaron poderosamente la atención.
Tal ocurre con algunos que voy á recordar y que bien merece recogerse enestos apuntes sevillanos.
Cuatro frailes ahorcados no es caso que suele darse con frecuencia; poresto merece citarse la fecha del 26 de Julio de 1536, en que el pueblohispalense presenció tal suceso.
Fray Alonso de Badajoz, prior del convento de San Agustín; fray Andrésde la Cruz, fray Rodrigo de Rocha, prior de Córdoba, y fray José Piloto,doctor en teología, reuniéronse en el día 22 de Julio de 1536, y sedirigieron en busca del Provincial de la orden agustina,