Estoy afligida. La política me ha hecho perder una excelente amiga.Maldigo de la política, y juro que nunca he de volver a meterme en ella.
LA DESVENTURA DE LUISA
Mi amiga Luisa está desconsolada. Ayer estuvo en mi casa, y, al contarmesus cuitas, rompió en llanto. Su gran desconsuelo no está en relacióncon la causa que lo produce. Mi amiga tiene fáciles lágrimas, y no menosfácil tiene la risa. Con esto queda dicho que es muy sensible a todaslas emociones. Se casó hace un año con Daniel; una boda por amor, muy agusto, además, de ambas familias, que pertenecen al cogollito de nuestra«haut». El noviazgo fué un idilio ante el cual palidecen los deliquiosde Romeo y Julieta. En los salones, fiestas y saraos no se separaban uninstante. Un escritor francés, un poco irónico siempre que habla deamor, dice que la causa de que los enamorados no se fastidien de estarjuntos consiste en que siempre están hablando de sí mismos. Luisa yDaniel, en el trascurso de su noviazgo, no lograron agotar el tema. Suadhesión espiritual superaba cuanto ha imaginado el más excelso poetalírico. Pero todo ha terminado, si nos guiamos por las copiosas lágrimasde Luisa.
—¡Ay, Marianela, qué desgraciada soy!
—¿Tanto, tanto?
—¡Mucho, mucho!
—Pues ¿qué te pasa?
—Que Daniel me abandona.
—¡Cómo! ¿Qué dices?
—Sí, me abandona. Ya no soy para él lo que antes era. ¡Así son loshombres!...
—Oye, Luisita; las mujeres hablamos mal de los hombres en general, ylos amamos en particular. Este es nuestro error principal; error alcual se debe nada menos que la vida del universo.
—Bueno, bueno: no me vengas con historias, ni con filosofías. Lo que tedigo es que yo soy muy desgraciada.
—¿Por qué?
—Porque me abandona... ¿no te lo he dicho? ¿no lo has oído? Meabandona, me deja sola. Vuelve a casa a las cinco y a las seis de lamañana; de día casi todos los días.
Y las noches que se queda encasa—muy pocas—yo sé por qué se queda. ¡Ah, le conozco! Pero casisiempre se marcha.
—¿Y a dónde va?
—Dice que al Jockey; pero ¡quién sabe a dónde irá! Y esto es lo que memortifica y me desespera.
—¿Pero tú no tienes medios de saber si realmente va o no va al Jockey?¿Para cuándo está el teléfono? El teléfono es el mejor fiscal de losmaridos distraídos en devaneos.
—Sí, ya pregunto; y, realmente, siempre está allí. En cuanto llamo,viene él mismo al aparato. Me dice unas cuantas tonterías—porque, esosí, es de lo más galante—pero, hijita, se queda allí.
—Entonces, tus celos...
—Tengo celos del Jockey. Porque si el Jockey está antes que yo, ¡que sehubiera casado con el Jockey! ¿No te parece?
—No, no me parece. Es más: yo creo que si no fuera al Jockey, tú no lequerrías tanto. Un marido un poquitín calavera—un poquito nada más¿eh?—es más seductor, tiene más sal. La absoluta santidad masculina nosuele hacernos absolutamente felices a las mujeres. Lossantos—suponiendo que los haya—no están bien más que en el cielo.Aquí, en la tierra, los calaveras—claro, con medida—son más amados quelos ángeles. Un ángel terrestre está un poco fuera de su sitio.
Luisita, inundados sus ojos de lágrimas, se ríe al mismo tiempo, ytraduce así mis argumentos:
—Bueno; yo no querría que mi marido fuera un zonzo...
—No he dicho zonzo; he dicho ángel.
—Sí, sí, ya te comprendo, y tú también a mí. Las noches que se queda encasa, vieras, hijita, ¡qué alegría! Pero ¡se queda tan pocas!...
—Si se quedara muchas, la alegría sería menor. Si estuviera siempre atu lado, quizá te entrara el tedio, que es el mayor enemigo del amor yla verdadera desgracia de las personas felices. Reflexiona sobre tudesazón y verás que no hay motivo para que sea tan grande.
—La verdad es que él es galante, cariñoso, espléndido. Mira qué collarme regaló el día de mi santo.
Luisita me muestra la sarta de perlas que lleva al cuello. «Pero Danielno es bueno—
agrega—porque me abandona».
—¡Magnífico collar!—exclamo.—La mayor parte de los hombres son máscapaces de grandes acciones que de acciones buenas. Este regalo es unagran acción.
Conténtate. Luisita, con tener un marido que, si no hacebuenas acciones yéndose al Jockey todas las noches, hace grandesacciones regalándote collares como éste. Es posible que ambas accionessean malas; pero esto pertenece al dominio de los economistas, donde noquiero meterme.
—Yo no quiero collares, yo no quiero perlas, yo no quiero más regalosque él mismo, su presencia, su compañía, que es para mí el mayor regalo.Pero se va ¡se va todas las noches y me deja sola! ¡Y es que ya no leintereso!
—No, Luisita, no. ¡Cómo no has de interesarle!
—O le interesa más el Jockey.
—Tampoco. El hombre comparte ambas seducciones: tu compañía y el tratode los amigos. Quizá distribuye mal el tiempo. Y el que lo distribuyamejor tiene que ser obra tuya.
—¿Y cómo?
—Disputándoselo al Jockey, procurando sustraerle de ese centro hípico.¿Te enojas mucho cuando llega tarde?
—¿Y cómo no he de enojarme?
—Mal hecho. Es cuando debes ser más amable, más cariñosa. La primera ymás importante cualidad de una mujer es la dulzura, una dulzuraconstante, inalterable, eterna. Oye, Luisita: nada hay más duro que unapiedra; nada hay más blando que una gota de agua; pues bien: la gota deagua acaba por ablandar a la piedra. No seas roca, aunque tengas razónpara ello, sino gota de agua, y acabarás por vencer. Nada de ira, nadade altercados y peleas. No es de hierro la mejor cadena, sino aquellaque forman los blandos eslabones de nuestros brazos. La brusquedad noretiene: ahuyenta. Cuanto más tarde llegue Daniel, más tierna y mássolícita debes ser con él. No hay mejor apoyo para la mujer que lapropia blandura de su corazón. Esto, que parece nuestra debilidad, esnuestra fuerza. Un día Daniel reconocerá que obra mal: le remorderá laconciencia, y el grato recuerdo de tu bondad le arrancará del JockeyClub. Cultiva además tu espíritu y tu ingenio con buenas lecturas, demodo que tu conversación sea más vivaz y entretenida que la de susamigos del Jockey, cosa que no te será muy difícil con poco empeño queen ello pongas. «El arte de la vida es hacer de la vida una obra dearte». Este concepto es de uno de mis poetas predilectos, a quien debo,en buena parte, la formación de mi pobre espíritu. Por lo demás,Luisita, el matrimonio es una serie de concesiones. En él, cada unoquiere, por medio del otro, alcanzar un fin personal; pero siendo elamor y el matrimonio la más espiritual combinación de egoísmos, laexcesiva esclavitud o sometimiento de uno de los dos, refluye sobre elotro, en virtud de la fusión de las almas; de manera que tanto siente laesclavitud la esclava como la esclavizadora. Del conocimiento intuitivode esta condición del amor, nace la tolerancia, el mutuo ceder, hastaque los egoísmos se convierten en recíproca generosidad. Cuando sequiere mucho se transige mucho.
—¡Ay, hijita, le quiero!... ¡tú no sabes cómo le quiero! Y con todotransijo, menos con que se quede toda la noche en el Jockey. Con eso notransijo, ¡no transijo y no transijo!
—Está bien, Luisita. No debes transigir. Pero la transigencia, como laintransigencia, tiene sus métodos. Se puede ser intransigente conbondad, con dulzura, con suavidad.
No te pongas nunca furiosa; no seasagria, díscola, violenta. La cólera es el peor de los métodos.
—Cuando llega estoy lo más enfadada. Pero sólo con verle se me pasa elenojo. Su presencia es para mí lo que para los pájaros la aurora. Luego,ya sabes cómo es de gracioso y ocurrente. Hijita, empieza a hablar y aembromarme y... bueno, al ratito no más, ya me estoy riendo como unaloca. No tengo carácter y, claro, hace lo que quiere.
—Tienes que disputárselo al Jockey.
—Sí, sí; pero, ¿cómo? ¿cómo? El otro día, no sabiendo ya qué hacer, mefuí al Socorro, a pedirle a la Virgen que me ayude a sacarle del club.
—¿Y se lo dijiste luego a él?
—Sí. ¿Y sabes lo que me contestó? Que otro día le pida a la vez quegane el premio internacional Torbellino, un caballo que ha comprado ycon el cual sueña a todas horas. ¡Ay, Marianela, yo no sé qué va a serde mí! ¡Ese Jockey!... ¡Ojalá se hunda!
¡Ojalá se quiebren las patastodos los caballos de carreras!...
Con estas maldiciones hípicas y un abrazo se despide mi amiga Luisita,que tiene fáciles las lágrimas y no menos fácil tiene la risa.
DESAVENENCIA TRASCENDENTAL
Alguna vez os he hablado de mi excelente marido y de mi felicidadinalterable desde el día en que el amor nos unió con la bendición delaltar y la sanción de la ley. Por cierto que he recibido algunas cartasen que, si no censura, había cierta extrañeza por hablar yo de mimarido en estas crónicas superficiales, deleznables y pasajeras.
¿Porqué la extrañeza? Falta de costumbre en las lectoras, sin duda. Yo creoque lo que mejor se observa y sobre lo que mejor se discurre no es sobrelo extraño y lejano, sino sobre lo que está más cerca, sobre cuanto nosrodea y nos es propio. Como mejor se ven las cosas no es con telescopioni con microscopio, sino con los ojos de la cara, directamente. Todocristal para prolongar la vista deforma los objetos. Así, pues, estoyconvencida de hablar de mi corazón con más acierto que sobre el corazónde los demás, y tengo también la evidencia de que comprendo y expongomejor lo que pasa en mi recogido hogar que aquello que está sucediendoen los dilatados ámbitos del universo. Creo además que, partiendo de loparticular e inmediato, se ve mejor lo general, mientras que,procediendo a la inversa, quizá no logremos ver ni lo uno ni lo otro, nilo general ni lo particular. Y en último caso procedo así porque mialicorta inteligencia carece de vuelo para generalizar. Mis pequeñasfacultades de observación no pasan del reducido mundo que me rodea, demi casa, de mis amigas y del centro social en que—por dicha mía—me hatocado nacer y vivir. Pero abandonemos este tema. Creo que lo dichobasta como respuesta al punto a que se refieren mis discretas y amablescomunicantes. Y vamos a nuestro asunto.
Jorge, mi marido—lo diré una vez más,—es un hombre adorable. Todapalabra humana es pálida para revelar la intensidad de mi cariño. Antesu presencia mi corazón es un altar encendido para adorar su bondad, sunobleza y su inteligencia. Sin embargo, la otra noche, en la mesa, hemosdisputado por primera vez, amablemente, eso sí, pues no podía esperarseotra cosa de la cultura de Jorge y del respeto que, aun estando endesacuerdo, me inspira siempre la palabra cortés y discreta de mimarido.
La causa de la discusión fué nuestro hijo, Jorgito, un niño de cuatroaños, que es el doble eslabón de nuestra eslabonada vida, un eslabón derulos rubios que nos da la sensación de unir apretadamente nuestroscorazones aquí, en la tierra, mientras dure nuestro aliento mortal, yallá, en el cielo, cuando nuestras almas se desprendan de la materiatransitoria.
Estábamos en los postres. El niño jugaba con una manzana, haciéndolarodar, una vez en dirección hacia su padre, otra vez hacia mí. Ladiversión del chico consistía en engañarnos, amagando hacia mí ydirigiéndola hacia Jorge, o viceversa. Nosotros nos dejábamos engañar,resonando en nuestras almas las risas alborozadas de Jorgito. Mi niño seríe como deben reirse los ángeles cuando salen en el cielo las auroras.De pronto dijo mi marido:
—Se va a parecer a mí, en carácter y en todo.
—No lo creo—respondí.
—¿No lo crees, o no lo quieres?
—Ni lo creo ni lo quiero.
—Entonces quieres decir que no soy yo un modelo digno de seguirse.
—No quiero decir eso. Yo creo que tú eres un modelo; para mí, al menos,lo eres; quizá para otra no lo fueras, a pesar de tu bondad ingénita yde todas las condiciones morales con que prendaste mi corazón. Pero losgustos no son iguales y hasta se dan muchos casos de aberración en elgusto, gustando lo peor. Hay hombres de cualidades detestables que sonmuy amados por mujeres inteligentes. La psicología humana, la femenilsobre todo, es un arcano de complicaciones. Hay mujeres que aman másprofundamente cuanto más irregular es la conducta del marido. Elmartirio es para ellas un estimulante espiritual. La perfección lesproduce tedio. Sólo hallan la felicidad por contraste con los disgustos.Un marido un poco calavera, algo donjuanesco, un poco embrollón en susjustificaciones, tiene para ellas una seducción misteriosa.
Sonimaginaciones perturbadas, una manera de ser que no se vence con laeducación ni con ninguna pedagogía. Ya ves que para una de éstas tú noserías un modelo, aunque para mí lo eres, que es lo principal.
—No comprendo cómo, teniéndome tú por un modelo de hombre, no deseasque nuestro hijo se me parezca.
En este momento Jorgito rompió a llorar, porque no hacíamos caso delrodar de su manzana. Ambos le cubrimos de besos. Luego quiso sentarse enmis rodillas, como de costumbre, después de cenar. Levantó sus ojitoshasta los míos, en una tiernísima mirada de despedida, precursora delsueño, y recostando su cabeza sobre mi pecho, se quedó dormido. Supequeño corazón latía sobre el mío, fundidos ambos en ritmo de amorinefable.
—Es ilusión de todos los padres querer que sus hijos se parezcan aellos. Este deseo lo sienten igualmente los esposos modelos, los padresejemplares, como tú, que aquellos otros que carecen de estas virtudes.Pero esta ilusión sale siempre frustrada, tanto para aquellos quepudieran erigirse en ejemplo, como para los que están muy lejos de sermodelos dignos de imitación. La paternidad, como la maternidad, anhela,no sólo la reproducción de su imagen física, sino también de laespiritual. Ello es una quimera. La Naturaleza no se repite; nada haceigual; la más absoluta variedad es su principio creador. Yo, en miignorancia, no sé dar una explicación científica; posiblemente no habráninguna ciencia que lo explique. Pero sin auxilio alguno de los librossabios, a simple vista no más, podemos ver esta milagrosa variedad delos seres.
Y bastan unos simples rasgos para producirla. El rostrohumano se compone de tres elementos: unos ojos, una nariz y una boca. Ycada ser que integra la humanidad es distinto. No cabe con menosrecursos una diferenciación mayor. Ni con los siete colores del prisma,ni con las siete notas del pentágrama, en sus combinaciones innúmeras,se puede producir en los colores y en los sonidos una variedad tanasombrosa como la existente en las fisonomías humanas. En la mismamanera de andar, en el aire, nos diferenciamos. Las aves de una mismaespecie se diferencian igualmente; cada tero, cada chimango, tienepersonalidad en su vuelo; cortan el aire y cruzan el espacio de unamanera propia, haciendo giros y piruetas que caracterizan laparticularísima idiosincrasia de sus alas y la gracia individual delespíritu que en el ámbito azul las mueve.
Jorge se ríe de este pequeño, empírico y trivial curso de historianatural.
—Pero hablábamos—me dice—del orden moral.
—Ocurre otro tanto. El espíritu y la razón tienen tantos grados ydiferencias como criaturas existen en el mundo. Tampoco hay caracteresiguales, como no hay un timbre de voz igual a otro, ni una mirada iguala otra mirada. Nuestras almas son tan distintas como nuestros rostros.
—Yo no he hablado de una identidad absoluta entre Jorgito y yo, sino deun parecido moral. ¿Por qué no quieres que se me parezca?
—Porque quiero que sea original, único. Yo deseo que sea bueno, tanbueno como tú, pero con una bondad propia, con la suya. Porque así comohay muchas maneras de ser malo, hay también muchas de ser bueno. Entodos los libritos de mística, en todos los devocionarios, leerás estassencillas palabras: «las vías del Señor son innúmeras», queriendoexpresar con ello que los caminos para llegar al cielo son infinitos;que hay, en fin, muchas formas de ser buenos y de practicar el bien. Yyo quiero que Jorgito tenga su camino propio, hecho por la huella de sualma, como deseo que tenga en el mundo un puesto digno, conquistado porsu propio esfuerzo, aunque, claro está, nosotros hemos de ayudarle; peroquiero decir que mi deseo es que en su lucha por la vida tenga armaspropias, suyas, originales, obtenidas por medio de una interpretaciónpersonal del mundo. Y si Dios, en su infinita bondad, se dignaraconcedernos la suprema merced de besarle en la frente e iluminar suinteligencia con los destellos del genio, desearía igualmente que fuerala suya una genialidad única, personal, sin parecido alguno con lasdemás lumbreras que han florecido en la tierra. Quiero, pues, que sea unmodelo, pero no imitado ni imitable.
Deseo para él el don de la máximapersonalidad.
—¿Tú no sabes que los seres muy originales no suelen ser los másfelices?
—Yo creo que lo más desdichado es no tener personalidad.
—Ya que no quieres que se parezca a mí, supongo que, en algo, desearásque se parezca a tí.
—En una sola cosa. Deseo que cuando se case tenga por su compañera laintensidad de amor que yo siento por tí. Es algo difícil...
—No, no; en esto no transijo. Quiero que su amor sea como el mío portí.
—Bueno: arreglemos este punto; que acumule en el suyo el de los dos.¡Vaya una suerte que espera a la futura!...
Jorgito seguía dormido con placidez encantadora. Le llevamos a acostar.Su padre arregló el almohadón de la cuna. La cabecita de rulos rubiosparecía una rosa dorada.
Nos quedamos mirándole, mudos y conmovidos.
—Después de todo lo que hemos hablado—dijo Jorge—quién sabe la suerteque le espera en el mundo.
—¡Ay, sí, quién sabe, quién sabe! ¡Que Dios te proteja, alma de mialma!...
LAS REINAS EN LA GUERRA
En medio de la tragedia de los pueblos, los reyes continúan en perfectasalud. «Y
esto es lo principal», como decían los cortesanos de Versallesen tiempos de Luis XIV.
La salud del rey, en momentos de hondas perturbaciones y cataclismossociales, es de una importancia fundamental. En las guerras, como en elajedrez—que es el remedo más perfecto de las batallas,—el desastredefinitivo está en el jaque-mate al rey.
Mientras no se pierden más quealfiles, peones, caballos, torres, o la dama, la partida, con todos susaccidentes, tropiezos, errores tácticos y estratégicos, no está aúnperdida.
Pero, cuando se pierde el rey, cuando sufre jaque-mate, todo seacabó de una manera irremediable y definitiva.
Después del mate al rey, sigue en importancia desastrosa el jaque a lareina. En la defensa del rey y la reina se cifra, por lo tanto, toda laestrategia del ajedrez. Pero aunque la similitud entre el ajedrez y lasbatallas humanas, político-militares, es muy grande, existe, sinembargo, la radical diferencia que hay entre la vida y el puro mecanismode unos muñecos de madera. Aclaremos un poco el punto. En el ajedrez, elrey y la reina se mueven con el mismo propósito: dar jaque-mate al otroreinado; es la lucha del matrimonio de monarcas blancos contra elmatrimonio de monarcas negros. La lucha es clara, simple, aparte lacomplejidad de los accidentes de la batalla ajedrecista. No ocurre asíen la vida. En una conflagración de muchos tronos y de muchos pueblos,puede ocurrir—ocurre con frecuencia—que los deseos y simpatías del reyy de la reina no sean coincidentes por razones de parentesco, de raza,de educación, hasta de capricho, pues no hay que olvidar que losmonarcas tienen las mismas pasiones que los demás mortales, pequeñodetalle que nos hace dudar de su origen divino. A veces sus pasiones soninferiores a las más comunes y vulgares. Por eso ha dicho un clásicoescritor francés, gran ironista, que es más fácil estar por encima delos reyes que a su altura. Ahora bien: el rey y la reina tienen sucírculo palatino: políticos, militares, gentilhombres, azafatas,cortesanos, etc., los cuales se dividen entre los anhelos de la reina ylos anhelos del rey. He aquí embarullada, confundida, anarquizada lapartida de ajedrez; pues si unos alfiles, caballos, torres y peonestiran para un lado y otros para otro, la batalla ordenada se torna enencrespado bochinche civil. Ya la Santa Biblia, con su gran sabiduría,alude en el Eclesiastés a estas desavenencias reales: «Los pecados yerrores de los príncipes destruyen y trastornan los Estados y los hacenpasar a manos extranjeras». (Perdonadme que mezcle el ajedrez, los reyesy la Biblia. Las personas de poca erudición, como yo, hacemos siempreun pequeño baturrillo con lo poco que sabemos.) Todas las monarquías son de origen cosmopolita. Ningún rey, ningunareina, tienen la sangre pura del pueblo en que reinan. Como se casansolamente entre sí, porque la ley prohibe el matrimonio morganático,resulta que los verdaderos extranjeros en todo pueblo son el rey y lareina. Así, pues, en vez de sangre azul, puramente azul, la tienen detodos los colores. La pureza sanguínea está mejor fijada en los caballosde carreras.
El diverso origen del rey y de la reina hace que sus tendencias, deseos,ideas, gustos, sentimientos, humor y emociones sean distintos. Lospríncipes reinantes de cada país derivan de los diversos tronosconflagrados. Y así, al tratarse de entrar o no entrar en la guerra, lareina puede preferir un grupo de beligerantes y el rey otro. En lascuatro monarquías balkánicas, en ese trágico tute de reyes, ha debidoocurrir algo de esto. La historia lo aclarará, si es que la historiaaclara algo.
Desde luego, el rey manda: pero el rey, al mismo tiempo que rey, esmarido, sujeto, por lo tanto, a las mismas influencias, peripecias ycontingencias, buenas y malas, de todo marido. En los palacios realespasan las mismas cosas que en otra casa cualquiera, y a veces peores.Napoleón, por ejemplo, el único emperador por derecho propio, que pasólos Alpes, los Pirineos, la Selva Negra, las montañas austríacas yrusas, no hubiera podido pasar un túnel. Si entonces hubiesen existidotúneles. El aditamento que sus dos mujeres, Josefina y María Luisa, lepusieron en su cabeza, genial y estratégica, se lo hubiera impedido.
Con estas premisas llegamos al nudo de la cuestión. ¿En qué grado unareina puede cambiar la historia de un pueblo, influyendo sobre el ánimodel monarca? Ello depende de muchas causas. El alcance de estainfluencia se relaciona, en primer término, con el amor. Si el rey estámuy enamorado, la reina hará lo que quiera. Y
reinando sobre el rey, lareina reinará sobre el reino. Porque el hombre, que se cree el rey decreación, no suele ser, cuando está enamorado, más que el esclavo de lamujer.
En la historia universal, desde Troya hasta ahora, el amor hajugado un papel importantísimo, usurpando con frecuencia su lugar a lamajestad de la lógica para llevar por el mundo el soplo de la locura.Los investigadores e intérpretes de la historia antigua y moderna debíanatenerse siempre al popular aforismo francés: «Cherchez la femme».
La influencia de la reina puede estar basada también en que el rey seatonto, cosa muy posible, pues la tontería es muy democrática y se meteen cualquier cabeza, sin respetar jerarquías. Puede suceder asimismo queel monarca sea un ignorante, porque si se reina por derecho divino, nose estudia ni se aprende sino por esfuerzo propio, quemándose laspestañas como cualquier simple mortal. «Un rey ignorante es un asno concorona», según siglos hace dijo uno de ellos, Alfonso V. El estudio esun trabajo plebeyo, y no está bien que los reyes desciendan aocupaciones propias de los vasallos.
Alfonso V merecía, por susentencia, ser destronado.
Pues bien: ya por estar muy enamorado, ya por ser tonto o ignorante, laprerrogativa real cae, de hecho, en manos de la reina. Ella impone susdeseos al rey y, por consecuencia, al pueblo, este colosal organismoinfantil a quien siglos de experiencia tornan cada día más niño. Inútilme parece señalar ejemplos. Bastará decir que no pocos de los grandessucesos que conmovieron al mundo nacieron en las cámaras reales.
Y he aquí cómo las reinas hacen la historia, o, por lo menos, «lashistorias».
Sometido el rey al influjo de la voluntad de la reina, puedeésta llevar al pueblo a un campo guerrero contrario a las convenienciasnacionales, cambiando así el curso de su historia y haciéndole infelizen vez de venturoso, aunque la ventura colectiva quizá no sea más que unpuro sueño abstracto. No quiere esto decir que las reinas yerren conmás frecuencia que los reyes, los cuales, aunque de origen divino, pocasveces tienen la divina gracia del acierto humano. Sólo quiero establecerque el juego de las influencias dentro de los matrimonios, reales oplebeyos, es siempre el mismo, aunque sus consecuencias, claro está, sonmuy distintas en trascendencia histórica. Estos inconvenientes de losreinados no tienen, según mi pobre juicio político (ya sabéis que yo noentiendo de estas cosas), más que un remedio: suprimirlos. En talsentido nuestra América, tan atrasada, según los europeos, ha resueltoel problema en toda su extensión continental. Según Eleuterio, el maridode mi ex amiga Petrona, que es, como sabéis, hombre muy grave yreflexivo, los pueblos europeos acabarán por adoptar las institucionesrepublicanas de los americanos, con las cuales es posible que se matencon más frecuencia, pero será por propia iniciativa y gusto propio, y nopor mandato del rey o por antojo de la reina.
En los magnos sucesos históricos, la reina se diferencia del rey por sumenor sensibilidad ante lo que podemos llamar sentimiento responsable. Ala reina, como mujer, apenas le preocupa la posteridad. El rey, encambio, suele ser muy sensible al juicio de los siglos futuros. A lareina lo que más le importa es el triunfo inmediato de sus ideas ydeseos, sobre todo, de sus deseos. El hombre es un fatuo del porvenir:la mujer rara vez pasa de vanidosa presente. Y quizá la mujer se halleen esto mejor orientada. La posteridad se compone de las gentes que aúnno han nacido. Y
conociendo a las que ahora existen, no es de suponerque sean mejores ni más sensatas las que aparezcan sobre la tierra enlas futuras edades. La reina, más instintiva siempre que el rey, tieneun juicio más exacto de la posteridad.
Resultará un poco extraño a mis habituales lectoras que yo trate estamateria de psicología palatina. Debo sobre este punto una explicaciónreveladora del origen de mis conocimientos. En realidad, yo no he pisadoen mi vida un palacio real ni he conocido nunca a ningún monarca ni aninguna reina. No he estado en Europa.
Desciendo de un vasco remoto queen el primer tercio del siglo pasado empezó a apoderarse de la tierrapor centenares de leguas. Por diversos entronques familiares, he venidoa pertenecer, al cabo de un siglo, al patriciado de mi país y a su altasociedad. El nombre y la opulencia—más aun la opulencia—determinaronque fuese elegida de la comisión de damas para recibir y obsequiar,cuando el Centenario, a una altísima dama, nacida en alcázar. Me hicemuy amiga de ella, honrándome mucho con su intimidad. Y en nuestrasconversaciones, a fin de satisfacer mi curiosidad, tuvo la complacenciade hablarme frecuentemente de las cortes europeas que ella conoce tanto,de sus costumbres y hasta de sus secretos. Así, pues, este pequeñoensayo sobre reyes y reinas está hecho con el auxilio de lasreminiscencias de aquellas parlas interesantísimas...
FRIVOLIDAD Y TILINGUISMO
El jueves último dí en mi casa una fiesta sin pretensiones de sarao, unapequeña reunión en obsequio de mis sobrinas, Carmen y Lucía, hijas de mihermana mayor.
Invité a las amigas de las muchachas y a varios jóvenes,pertenecientes, unas y otros, a nuestro gran mundo.
La fiesta tenía por objeto principal presentar a mis sobrinas ensociedad. Debo deciros sobre ellas algunas palabras. Carmen y Lucía sonmellizas, muy lindas ambas y bastante vivaces, sobre todo Lucía, miahijada. Apenas cuentan 16 años. A Estefanía, mi hermana, le urgía muchoesta