Diario Histórico de la Rebelión y Guerra de los Pueblos Guaranis Situados en la Costa Oriental del Rio Uruguay, del Añ by Tadeo Xavier Henis - HTML preview

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, entre dos zanjones que las aguas habian hecho: y para estar allí mas seguros, y detener algun poco al enemigo, determinaron que cerrasen la puerta otros fosos hechos con arte y por sus manos. Pero como seguia el enemigo el rastro, de modo que ni en toda la noche podian perfeccionar ó concluir los fosos y parapetos de tierra, habiendo acampado à la vista, descansó aquella noche. Desde muy de mañana, (el 10 de Febrero) formados en batalla los escuadrones, marchó contra los indios, quienes tomando las armas y saliendo fuera del foso, se opusieron audaces al enemigo: pero no bastantemente prevenidos, porque todos los mas, excepto 50, estaban á piè, engañados con la inmediata funcion, y juzgando que el negocio mas se habia de decidir con palabras y cartas que con la espada. Algunos persuadian que se siguiese el consejo del capitan difunto, Josè, y que se debian retirar hasta las montañas, si tardaren los aliados: pero prevaleció el dictamen del nuevo capitan Nicolas, que pensó que debian pelear, si fuese necesario, y de ningun modo ceder. Este pues en persona, con Pascual, alferez real de San Miguel, saliendo de sus líneas, se acercó á las del enemigo, y preguntó, lo que querian? Se le respondió, que ellos iban á los pueblos de los indios, y que así se apartasen y no impidieren el camino. Asalarió entonces á un Miguelista, llamado Fernando, para que fuese á los Generales enemigos y les preguntase la causa de su venida: con dificultad se halló quien fuera, pero finalmente marchó, y siendo llevado ante el General español, habièndole expuesto las cosas que sus PP., ó los Jesuitas, y las que tambien sus mismos compatriotas habian padecido para obedecer al Rey, hasta haber muerto ó quedado en la demanda, le pidió en nombre de sus capitanes y pueblo, que desistiesen del intento, porque de otra suerte estaba dispuesta la gente á pelear, y defender lo que era suyo. Dijó el General español y Gobernador de la Provincia, que habia de ir adelante, aunque no quisiesen los indios, y que á él y á los suyos habia de perseguirlos hasta sugetar todos los pueblos, segun el decreto del Rey: y que sabia muy bien que tres PP. estaban en un vecino lugarcito, Colonia de San Miguel; y que asì fuese, y les dijese en su nombre, que él esperaria tres dias (porque preguntados los baqueanos, dijeron que eran necesario este tiempo para llevar el aviso, siendo así que el pueblecito dista del lugar dia y medio de camino, ó casi 30 leguas) y que viniesen los PP. con los cabildos del suyo y de los otros pueblos, y al nombre del Rey diesen la obediencia al Capitan General.

Salió de los reales el dicho Miguelista, Fernando, y refiriendo á sus caciques que estaban esperando algunas pocas cosas de las que á ellos pertenecian, tomó el camino sin parar, entre los escuadrones que despues habian de pelear, hácia el pueblo de San Javier, en donde dichos PP. esperaban de oficio, parte para precaver los daños de sus ovejas, parte, y especialmente, para atender al bien de las almas de los indios, que se disponian al combate. Y como una multitud de soldados indisciplinados y libres puede acoger cualquier sospecha, tomando á mal esta retirada de Fernando los soldados de otros pueblos, pensaron que este, los PP. y todos los Miguelistas maquinaban insidias y traiciones. Cuatro pues de á caballo (no sé de que pueblo) conclamaron, y unidos siguieron á Fernando, é intentaron darle muerte: el que, estando para ser degollado, pudo librarse huyendo, y al cabo de cuatro dias con dificultad llegó á los PP. que ya estaban á la otra parte del Monte Grande, y detalladamente contó en la estancia de Santiago sus peligros, que la fama mucho antes (como suele) habia divulgado y abultado con los mas vivos colores.

88. Pero mientras Fernando padecia entre los suyos estas cosas, el pueblo sufrió de los enemigos un gran estrago: porque apenas el enviado salió del campo contrario, cuando vió que se formaban en batalla, se aprontaban las armas y ponian al frente la artilleria. Se adelantaron cuatro capitanes, y dijeron á voces, que se apartasen los indios, y diesen lugar para que pasase el ejército español y portugues, que no querian los Generales matar, ni quitar las vidas, sino tomar camino libre. Engañada la plebe sencilla de los indios con este pregon tan falaz, unos se disponian á retirarse, otros lo comenzaron á hacer: pero otros mas esforzados y advertidos, rogaban con ardor no se rindiesen, que ya no era tiempo de rendirse, sino de valerse hasta lo último de las fuerzas y valor: que convenia morir peleando, y no huyendo. Alistados pues seis cañones cargados de mucha metralla, y hecha señal, empezaron los españoles el combate con poco efecto: porque algunos indios á la primera descarga se escondieron en los fosos que antes habian hecho, los cuales no defendian lo bastante á los que se agachaban: otros persistian peleando, otros retrocedian.

Viendo la caballeria del enemigo, dividido en tres partes el ejército de los indios, con un movimiento rápido cortó á la que retrocedia de la que peleaba, y así un trozo, siguiendo á los rendidos, los puso en fuga, y mató: mas, la otra, unida con la infanteria por la retaguardia, atacó á los que peleaban, y con ferocidad los destrozó; y finalmente, con dificultad hizo cesar el General la matanza. Aprisionaron 150

indios de los que peleaban, y se juzga que casi son 600 los muertos que quedaron por los campos: los demas se desparramaron huyendo.

89. No es de admirar que los indios huyesen, y hayan sido vencidos, así como no es gloriosa para los españoles la victoria: porque con 3,000 bien armados, con armas de fuego, y muchísimos bien disciplinados, peleando contra 1,300 que no tienen sino arcos, flechas, hondas y lanzas, y que no sufren disciplina, ni conocen gefes, sino en el nombre, hubieran puesto un gran borron, ó deshonra al nombre español si hubiesen sido vencidos. No obstante, con inhumanidad usaron de esta victoria: porque para hacer mas cruda y feroz la guerra, dicen los indios, que se encarnizaron, encendiendo de nuevo lo quemado

, y así á la tarde volvieron á reiterar los lanzazos en casi todos los muertos, por si acaso algunos estuviesen vivos, y sacando los reales un poco mas allá del lugar de la matanza. Este dia los fijaron fuera de los cadáveres.

90. Al dia siguiente, el primero de los fugitivos que llegó á las montañas, fué un noble Miguelista, llamado Bernabé Paravé, el que pasando los montes con marcha violenta ó paso acelerado, trajo á su pueblo la mas triste noticia, aunque de tan lejos, (esta en realidad ya se esperaba) la que, habiéndola esparcido tambien á la entrada de las fronteras entre los suyos, llegó, ya crecido el dia, al pueblo de San Xavier, anunciándole que todos los indios habian muerto, habiéndose escapado pocos en la huida. Confirmaron lo mismo otros dos nobles ciudadanos del mismo pueblo, que llegaron adonde estábamos. Puestos, pues, los PP. en una gran consternacion, habiendo hecho junta, y determinado huir del enemigo que ya estaba inmediato, (porque la fama, como es una embustera, y crece con el miedo, divulgaba que ya en el paso del Ibicuy, distante de donde estábamos seis ó siete leguas, se veia un escuadron enemigos, hecho formidable con dos cañones de artilleria, y que venia á tomar por fuerza á los PP.) se disponian estos á desamparar el pueblo, y quemar todas las cosas que no permitia llevar el tiempo. La falta de carretas fué un gran obstáculo: los indios cargaban los carros con las alhajas de casa, y á toda prisa acomodaban todos los trastes: los muchachos y mugeres montaron todos los caballos que habian quedado á la mano, y caminaron hácia las montañas. En el mismo dia, un carro, grande del P. que moraba en dicho pueblito, y que por un incendio de la casa é iglesia, que poco há habia sucedido, vivia debajo de unos cueros y pabellon, (aun el dia que llegaron los PP. que habian de tener cuidado de las almas de los soldados) caminó por adentro y hácia los pueblos, al cual, como el peso y volumen, como v.g.: dos tachos grandes de metal colado, siete campanas, casi treinta cañones de fusil, que se sacaron del incendio, una caja llena de instrumentos de hierro, y otras cosas de este género, le impidiesen caminar, las primeras cosas las enterraron en el vecino bosque, otras en la huerta, y otras en el mismo relente ó canal. Finalmente, habiendo salido de las chacras todos los moradores, se puso fuego á las casas, y todo el pueblo ardió; y montando á caballo ultimamente los PP., siguieron al pueblo.

91. Al ponerse el sol llegóse á la montaña llena de bosque, y porque el temor del enemigo que se acercaba los tenia desasosegados, habíase intentado pasar el monte: mas, como la estrechez y escabrosidades del camino no permitiesen que pasasen todos, una parte paró á la entrada de la selva, y la otra á la cumbre de los montes, entre las llanuras de las selvas: ultimamente, llegaron los PP. por medio de tigres que rugian y de onzas, de terrible magnitud, en el silencio de la media noche. Fueron despues de mediodia al pago y estancia de Santiago, para estarse allí, mientras llegaba una detallada y segura noticia de la mortandad, y se explorase el movimiento y intencion del enemigo.

92. Al dia siguiente, muy temprano, hé aquí que llegan 60 hombres valerosos de San Pablo, que eran los primeros que venian al socorro ya tarde, y habiéndose formado con algunos Luisistas, y enfurecidos algun tanto, se acercaron á caballo á la capilla, y despues, poniendose á pié, con audacia se presentaron delante de los PP., y habiendo hallado á los tres en la puerta de la capilla, con un razonamiento imperioso y llenos de furor, les dijeron:—"Que aquellas tierras eran totalmente suyas y de sus nacionales, y no de los PP.; y por tanto que no tenian cosa alguna de que disponer y dar á otros, especialmente á los enemigos: que de los tales sabian ellos, y esto tambien les constaba de una carta que habian interceptado, que los PP.

conspiraban con los enemigos, y que les querian entregar estas tierras: y que así, sin demora se volviesen á su pueblo, que ellos en el campo no los necesitaban para nada." Cuando así hablaba el teniente de San Pablo con tan impertinente discurso, tambien otro jóven noble, sin barbas, empezó á decir otras cosas peores. Tres soldados Miguelistas, del mismo pueblo y asistentes de los PP. que se habian llegado á la puerta de la capilla y de la cerca, espantados de una audacia tan desvergonzada, embistieron con las lanzas, y se atrevieron á echarlos con entera y manifiesta temeridad. Viendo esto uno de los Padres, se arrojó á las lanzas, y asiéndolas con las manos, detuvo el impetu, y con palabras graves y nerviosas contuvo la audacia, y hizo que se apartasen. Habiendose sosegado el tumulto, aunque los aguaderos, cocineros y todos los muchachos de los PP. otra vez anduviesen armados por la cocina, no se intentó cosa mayor. Finalmente se tranquilizaron, habiendo todos los PP. reprendido la temeraria audacia de los del pueblo de San Pablo, y habiendo hecho demostracion que todas las cosas que hablaban eran falsas, y la acusacion infundada. Se indagó que cosa dijese la carta, quien fuese el autor, quien el testigo, y en que lugar se halló. Pusieron ó presentaron en medio á cierto Luisista, el cual dijo delante de todos, que él habia pillado la carta, la habia leido, é interpretado, y finalmente la habia enviado á su superior ó cacique.

Preguntándoles que cosa habia comprendido de aquella carta, dijo, que se pedian en ella pasas, garbanzos, habas y otras legumbres para sustento de los capitanes de los enemigos, cuyos nombres, puestos en la carta, yo mismo leí. Se les demostró que habia entendido, ó interpretado mal la carta, porque era del cura de San Miguel, quien pedia las sobredichas legumbres para su cocina y la de sus compañeros, é insertó en ella los nombres de los capitanes, para que supiesen los demas PP. que los Generales estaban ya aquí con el ejército: por fin se apaciguó la gente amotinada. Los capitanes de San Pablo, habiendo pedido antes perdon á los PP. y á los Miguelistas que estaban en su compañia, á los cuales tambien tenian por sospechosos, se retiraron á sus reales, que desde antes de ayer tenian puestos en un rio que corre al pié de la colina del pago, ó estancia.

93. Despues de visperas, juzgando los PP. que todo estaba sosegado, hé aquí otro alboroto: que iban llegando las reliquias de los Luisistas, los que eran unos 20, que de la Matanza habian quedado vivos, y mesclados con algunos otros soldados de los otros pueblos; los cuales, apeándose de los caballos, se entraron á la capilla de Santiago, y hecha oracion, cantaron tambien un responso por los que habian muerto en la pelea. Y habiendoles perorado uno de los capitanes una breve oracion fúnebre, salieron de la capilla, pero con tan grave rostro y furioso semblante, que no hablaron, ni saludaron á los PP. que estaban presentes: antes bien despidieron prontamente al cura que les hablaba, y diciendo que no tenian cosa alguna que tratar, se fueron á la espalda de una huerta de duraznos, en donde se acamparon, y despues, habiendo entrado en la huerta, se hartaron de frutas, de que estaban cargados los árboles. Callaron á estas cosas los PP., porque no fuese que, entrando ya la noche, intentasen los amotinados ofenderles, ó hacerles algun daño: y así se mandó estuviesen en vela, y armados á la puerta de la capilla, todos los Miguelistas compañeros de los PP. Pasóse toda la noche, y habiendo hecho estos una junta, pensaron era mejor ceder al desenfrenado furor de la gente, y retirarse á la seguridad del pueblo. Llegada, pues, la mañana, montaron á caballo y se fueron al pueblo, llegando este dia al pago ó estancia de San José.

94. Hallaron aquí un escuadron de Miguelistas, que iba al socorro de los suyos, y consternados con los nuevos avisos que habian venido la noche pasada, que el enemigo ya habia ocupado el Monte Grande, no sabian determinar lo que habian de hacer. El capitan de este escuadron (era teniente del pueblo), habiendo recibido despues un aviso, se volvió aquella misma noche á dicho pueblo, y mandó que todos los moradores de él, y principalmente los de edad y sexo mas débil, se presentasen para huir. De tal suerte arredró tambien con este aviso á las partidas auxiliares de los otros pueblos que encontró en el camino, que varios de ellos retrocedieron y se volvieron á sus pueblos. Mas, despues que se desvaneció este rumor falso, y reconocida la falsedad del caso, los capitanes determinaron que debian esperar á los enemigos, de esta parte de la montaña, y cuando estuviesen empeñados en penetrar los montes á la vista de sus pueblos, habian de pelear hasta dar el último aliento. Por lo dicho habia corrido en los pueblos un terror pánico y turbacion: mas, como el enemigo no solamente no se acercase á las montañas de San Miguel, sino que se declinaba de las estancias de Santa Catalina hácia el oriente, en las tierras de San Luis, mudaron de pensamiento, y siendo los primeros los Miguelistas, pasaron el bosque, se acamparon á su entrada, y enviaron fieles exploradores, que observasen con cuidado los movimientos del enemigo.

95. Entretanto, de todas partes venian, movidos con nuevos avisos, nuevos escuadrones, y bastantemente numerosos, los que ya antes habian sido pedidos y se esperaban, y que, con el falso rumor del vecino enemigo y de las muestras, vacilaban y titubeaban. Despues de tanta tardanza, los primeros que volaron al lugar de la mortandad que acababa de hacerse, fueron 130 Guanoas, gentiles confederados; quienes, viendo el destrozo ó estrago de los suyos, y el campo sembrado de cadáveres, gimieron, y tambien derramaron lágrimas. Despues vinieron los del pueblo de Santo Tomé, y asimismo los de San Borja, y despues los de casi todos los demas pueblos del Uruguay, excepto los de San José y San Carlos: y así habia junto cuatro ejércitos de soldados, y se esperaba que restaurarian todo el negocio, á no haber sucedido que las discordias domésticas otra vez dividiesen é hiciesen desparramar como agua á tan numerosos ejércitos antes que se juntasen.

96. Los primeros que se retiraron de la reunion fueron los Borjistas; porque estos, despues de haber visto el lugar de la matanza, y los montones de muertos, acaso horrorizados con aquel espectáculo, ó exasperados de alguna palabrilla, (porque ahora era la primera vez que venian, cuando ya las cosas iban perdidas) se volvieron á su pueblo, dejando dudoso el motivo. Los Tomistas, por la misma razon ó por alguna contienda, tambien se volvieron, y se decia que habian muerto á un noble Miguelista, porque jamas apareció.

97. Los de San Angel, desde que salieron de su pueblo, ya venian enfurecidos, y cuando encontraban á los Miguelistas, los despojaban de los caballos y armas, en venganza, decian, de que en sus tierras habian perecido tantos de sus parientes: y habiéndose ido al pueblo, que poco há se habia quemado en la montaña, allí se arrancharon; y aunque repetidas veces se les pidió, y convidó á que se uniesen con la demas gente que estaba en Santa Catalina, no se pudo conseguir. En este interin cuantas cosas encontraban, las pisoteaban ó destruian: es á saber, mataron las ovejas, desbarataron el techo de la casa de los PP., que por su teja y ladrillo habia quedado en piè, y sacando las cosas que estaban enteras, las hacian como tributo, ó paga de alguna culpa. Movidos finalmente los Miguelistas con estas cosas, como ya tambien ellos se volviesen, habiendose desparramado algunos, despues de alguna contienda de palabras, vinieron á las armas y los embistieron cercándolos, porque estaban á caballo, y aquellos á pié: de una y otra parte hubo heridas, pero no pasó adelante la cosa.

98. Los Juanistas, Luisistas y Lorenzistas fueron volando á las entradas de su bosque, ó á las abras de las montañas, por la parte que mira á sus estancias, porque hácia aquella parte como dijimos, el enemigo habia declinado. El capitan de la Concepcion, Neenguirú, habiendo enterrado los muertos, se retirò á sus estancias, los de San Nicolas á las suyas, y los otros á otras partes.

99. Cuando las cosas sucedian á los indios tan poco favorables para con el enemigo, llegó de Europa lo mas fatal: porque ahora debemos tratar de cartas, escritos y edictos. Diremos primeramente ¿qué contenian las cartas que vinieron de los reales de los enemigos? Estando, pues, acampado el enemigo en los campos de San Luis, á la orilla del rio Guacacay, se recogió todo el ganado de este pueblo que ya estaba disminuido con la guerra, y se tomó sin ningun impedimento, y una parte de él envió á las tierras de los Portugueses, reservando lo demas para su sustentacion ó mantenimiento. Despues de esto, envió á sus casas algunos cautivos de cada uno de los pueblos, con dos cartas de un mismo tenor para cada pueblo: una venia en idioma español y otra en guaraní: en ambas exageraba su clemencia, y principalmente en el cuidado de los heridos, y que con su paso tardo queria mover la barbaridad de los indios, causa de tantos desastres, y que con tantas muertes de sus parientes se mostraban inmobles á los llantos de tantas viudas y pupilos; que si no venian con sus curas y cabildos humillados, y pedian perdon, habian de sufrir el último rigor y suplicios. Estas cartas se enviaron con otras que trageron, y se entregaron á los pueblos: no respondieron á ellas.

100. Por entonces se fulminó de España la última decretoria sentencia, la que, como se decia, trajo un navio por el mes de Febrero: el tenor de ella es este:—"Que de lo alegado y probado en el modo posible está cierto el Rey, que los individuos de la Compañía unicamente tenian la culpa de la resistencia de los indios: por tanto, que diesen corte para que el tratado real se ejecutase á la letra, y el negocio se cumpliese indispensablemente. Ni aquella severidad, ni la del Marques de Valdelirios, intimada al Prelado de la Provincia, sirvió de algo, enviándole espuestas las cosas que estan dichas antes: y así despues rigorosamente prohibia toda apelacion, è imperiosamente mandaba al P. Provincial, que inmediatamente pasase á las Misiones á componer las cosas: y no haciéndolo así, declaraba á los PP. reos de lesa magestad, y prevenia que se aplicaria el castigo competente á semejante crímen, segun ambos derechos." Tambien nuestro Comisario renovó las censuras, preceptos y amenazas, de que antes hemos hecho muchas veces memoria. Que el confesor del Rey, aunque en público habia sido despachado honoríficamente, pero que en oculto, con una reprension severa habia sido privado, y que toda la Compañía habia incurrido en la indignacion real. Que habian de venir en el próximo Mayo 1,000 soldados veteranos, y mas, si fuesen necesarios, y cuantos se pidiesen para avivar la guerra. Por tanto, que se mandaba á los generales que prosiguiesen la guerra, y que si por las dificultades de los caminos no pudiesen llegar, que invernasen y fortificasen los reales, mientras llegasen los socorros que se esperaban. Con estas cartas vino tambien poco despues otra semejante del P. Provincial de la Provincia, renovando los preceptos y mandatos. Y

junto con ella otra del mismo que habia respondido al Marques, en la que decia: que habia entendido todas las cosas, y que la apelacion que se le habia entredicho ó negado al Rey de la tierra, la habia de pedir con tanta mayor confianza al Rey del cielo, de cuya apelacion ninguno ha de ser privado. Despues se escusaba de no poderse poner en camino por su poca salud, y hallarse próximo á la muerte; y le añadia, que renovaba todos los mandatos anteriores, y que imponia á los PP. todos los preceptos que podia: aunque sabia que todo habia de ser vano, como que ni él ni ellos tuviesen dominio sobre tantas y tan libres y tan varias voluntades de los indios: y que si en su voluntad de tal suerte estuviesen incluidas las de los indios, como en la de Adam, las de sus descendientes, ó á lo menos como la de los PP. Misioneros, por medio de la santa obediencia, no dudaria del efecto: mas siendo así, que no esperaba cosa alguna, que el Marques con su agudo juicio le sugiera modo con que esto con mas eficacia pueda ejecutarse, ó que obligue al Sr.

Obispo, que andaba en visita en las inmediatas ciudades, se llegue á estas inmediaciones, y que con su autoridad y suavidad los persuada. Que él así lo juzgaba, y tendria á bien; y lo que es mas, que èl así se lo pediria, dejando en libertad á los afligidos pueblos, en que ya no habia impedimento. Aunque despues de publicadas, no faltaron altercaciones ò movimientos, especialmente siendo compelidos otra vez los PP. á dejar los indios, y á una retirada imposible.

101. Como estas palabras tan severas, no menos que inicuas y nunca esperadas, arredraban los ánimos de toda la provincia, sabiéndolas los indios, algunos se obstinaron, mas otros avisados y exhortados de los PP., se rendian ya; porque los Luisistas, Lorenzistas y los de Santo Angel estaban cargando sus cosas, especialmente cuando por segunda vez llegaron á los pueblos otras cartas del Capitan General del ejército, en las cuales (eran dos) trataba á los indios con blandura, llamándolos hermanos, amigos, engañados por los malos consejos de un ánimo codicioso; y por tanto que no creyesen á otro sino á él; que ya sus PP.

habian caido de la gracia del Rey, de lo que era señal haber repudiado su confesor, y que el Monarca en adelante daria muchos argumentos de su severidad: que conociesen su buen ánimo, y quisiesen confiarse de él, y que, egecutando prontos lo que les mandaba, mejorarian su situacion.

102. Con los PP. empero usaba de amenazas, y exageraba la matanza, echándoles á ellos la culpa; porque siendo así, que en otras ocasiones conseguian de los indios todas las cosas, ahora que tanto interesaba á la fé ó palabra real, y á sus intereses, se estaban remisos en mano sobre mano. Que habia la esperanza de conseguir la real clemencia, si persuadian á los indios, y los PP. mismos en persona viniesen á él con los caciques y cabildos rendidos y humillados: porque si no lo hacian así, luego al punto habia de egecutar todo lo contrario, vistas y oidas las cosas.

103. Los Luisistas fueron los primeros que enviaron nuncios con cartas para el Capitan general, en las cuales prometian que se habian de mudar como les volviesen los cautivos, y les señalasen tierras á propósito, las que en vano antes habian buscado. Los Lorenzistas reusaban semejante legacia, pero se sugetaban al parecer de uno. Los de Santo Angel ya habian hecho otra semejante carta, y enviaron 20

hombres al Monte Grande, hácia el pueblo de San Javier, á disponer el camino. Pero despues se perturbaron todas las cosas por la pertinacia y sugestiones de los demas pueblos, y porque diez caciques de la Concepcion vinieron acá donde estabamos. Hicieron arrepentirse á los Luisistas de su sumision, y mucho mas el enviado que volvió del Gobernador, el que se resintió del semblante demasiadamente sèrio con que fué recibido, y á mas de esto, por no haber conseguido se les diesen sus cautivos; y mas que todo, porque la carta de respuesta no se habia remitido á los indios, sino al cura, y esta sobradamente seca é insipida. "No es esta la respuesta, decian, por la cual se ha de entrar á la clemencia del Rey. Debíase omitir que el cura con sus feligreses saliese humillado, por estar esto bastantemente insinuado, envano esperado, y no haber otro remedio." Ofendidos, pues, con estas cosas, volvieron á la antigua obstinacion, y así dispusieron nuevas tropas contra el enemigo, en número de 400.

104. Los Lorenzistas tambien, amedrentados por sus soldados que habian vuelto, mudaron de parecer, ó por mejor decir, lo suspendieron. Los de Santo Angel empero, habiendo quitado por fuerza las cartas al correo en el paso del Iguy, en donde los militares superiores estaban fabricando un fuerte, y pasando despues al pueblo, embistieron armados, y pidieron para deponer al corregidor, ó cabeza del cabildo, el que era autor de dichas cartas. No obstante se apaciguaron los amotinados, emprendieron otra cosa, sino solamente que los que estaban abriendo la selva, con amenazas se les mandó cesar en el trabajo. Se recogieron pues en todas partes nuevas tropas, que se aprontaron despues contra el enemigo.

105. Entretanto que los indios disponian estas cosas en sus pueblos, el enemigo se acercó á las ásperas montañas, llenas de bosques, en aquella parte donde está el camino mas árduo, y para las carretas, casi imposible. No halló resistencia alguna, despues de algunos pequeños reencuentros de casi ningun momento, fuera de uno ú otro. El uno fué, que al paso de un monte, en donde los indios se habian fortificado con empalizadas, fueron desalojados con una numerosa porcion de tiros. El otro, que queriendo los enemigos entrar al bosque ó selva, un indio de á caballo, que era tenido por cobarde entre sus compañeros, (era Lorenzista) acometió al cuerpo del enemigo, y dejándole este entrar corriendo por medio de los escuadrones que se habian abierto, y disparándole todos, volvió á los suyos sin lesion. Pero, siendo pocos los que debian defender el camino, aunque insuperable, ocupó el enemigo el Monte Grande, y trepando la caballeria, hasta pasar las asperezas de las montaña, se mantuvo en el desfiladero de la salida, y así quedó seguro el bosque para la infanteria.

106. Puesta ya en salvo esta, se empeñó el enemigo en un trabajo improbo, de hacer volar con minas los peñascos durísimos: dividió en piezas las carretas, arrastró las ruedas con tornos, y trasportó todas las demas cosas en hombros de negros, y de los indios cautivos, con el trabajo de un mes, y aun quizas mas.

Se trabajó tanto, que al tercer dia de Pascua todo el ejército estuvo en el pago, ó estancia de San Martin.

Estando aquí el enemigo, los Miguelistas le entregaron dos cartas, en las cuales les protestaban que ellos de ningun modo habian de ceder sus tierras, sino que se habian de resistir todo lo que pudiesen. Las recibió con escarnio ó mofa, y se les respondió, que les convenia obrar al ejemplo de los de San Luis. Y

aunque los vecinos de Santa Fé, y los de las demas ciudades decian, que ellos marchaban forzados, con todo, ambos generales, español y portugues, con su presencia urgian el viage.

107. Por esta razon, el Domingo despues de Resurreccion, movieron los reales, se encaminaron hácia los pueblos, y llegaron á la estancia de San Bernardo, que es del pueblo de Santo Angel, al Domingo siguiente, con marcha de una semana, siendo en otras ocasiones camino de un dia, y en las cercanias de esta estancia los esperaba escondidos y en silencio el ejército de los indios, por consejo de los gentiles Guanoas y Minuanes.

108. Despues del segundo Domingo, dia 3 de Mayo, como bajasen de la estancia de San Bernardo á las cabeceras del arroyo llamado

Ibabiyú

, que está á la vista de la estancia de San Ignacio, de la jurisdiccion de San Miguel, salieron de repente 2,000 indios de los escondrijos, en donde se ocultaban, y se estendieron por las cumbres de los opuestos collados, y se formaron en media luna: los de á pié se mantuvieron en las colinas; pero la caballeria, capitaneada por los gentiles, á toda carrera acometió al enemigo. Este, juntando sus carros en círculo, formó una fuerte trinchera, y á la frente estendió sus escuadrones, y porque estaba defendido con artilleria y armas de fuego, la vanguardia se empeñó en el combate, mantenièndose así hasta la noche. Mataron algunos españoles, mas no se sabe el número: porque unos dicen que fueron muchos, otros doce, y otros menos. De los indios murieron seis de Santo Angel, un Nicolasista, un Miguelista, y no mas.

109. Al acabar la noche siguiente, se arrimaron los indios á la trinchera del enemigo, y si hubieran hecho las cosas con silencio, les hubiera salido bien su estratagema: mas como se acercasen de repente con griteria, los sintió todo el ejército: entonces despertándose el enemigo, se puso sobre las armas, y casi por todo el dia duró la guerrilla, pero sin especial ventaja; salvo que los de la Cruz quitaron una tropa de caballos al enemigo, habiendo muerto tres de los que la custodiaban: de parte de los indios solo murió un gentil.

110. El dia 5 de Mayo los indios debian repetir el ataque, mas el enemigo en el silencio de la noche, fingiendo retirarse, como viese que los indios habian ido á ocupar los caminos que tenian por la espalda ó retaguardia, de repente se dirigió hácia los pueblos y marchó formado en batalla. Con cuya repentina astucia, quedàndose perplejos los indios, volaron por los atajos que ellos sabian, al paso ó vado de un riachuelo, llamado

Chuniebí

, el cual no dista del pueblo de San Miguel, sino escasamente cinco leguas. Aquí fortificaron el vado, y orillas del rio con estacadas, y habiendo sacado del pueblo de San Mi

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