»—Sábete, Anselmo, que ha muchos días que he andado peleando conmigo mesmo,haciéndome fuerza a no decirte lo que ya no es posible ni justo que más teencubra. Sábete que la fortaleza de Camila está ya rendida y sujeta a todoaquello que yo quisiere hacer della; y si he tardado en descubrirte estaverdad, ha sido por ver si era algún liviano antojo suyo, o si lo hacía porprobarme y ver si eran con propósito firme tratados los amores que, con tulicencia, con ella he comenzado.
Creí, ansimismo, que ella, si fuera la quedebía y la que entrambos pensábamos, ya te hubiera dado cuenta de misolicitud, pero, habiendo visto que se tarda, conozco que son verdaderaslas promesas que me ha dado de que, cuando otra vez hagas ausencia de tucasa, me hablará en la recámara, donde está el repuesto de tus alhajas —yera la verdad, que allí le solía hablar Camila—; y no quiero queprecipitosamente corras a hacer alguna venganza, pues no está aún cometidoel pecado sino con pensamiento, y podría ser que, desde éste hasta eltiempo de ponerle por obra, se mudase el de Camila y naciese en su lugar elarrepentimiento. Y así, ya que, en todo o en parte, has seguido siempre misconsejos, sigue y guarda uno que ahora te diré, para que sin engaño y conmedroso advertimento te satisfagas de aquello que más vieres que teconvenga.
Finge que te ausentas por dos o tres días, como otras vecessueles, y haz de manera que te quedes escondido en tu recámara, pues lostapices que allí hay y otras cosas con que te puedas encubrir te ofrecenmucha comodidad, y entonces verás por tus mismos ojos, y yo por los míos,lo que Camila quiere; y si fuere la maldad que se puede temer antes queesperar, con silencio, sagacidad y discreción podrás ser el verdugo de tuagravio.
»Absorto, suspenso y admirado quedó Anselmo con las razones de Lotario,porque le cogieron en tiempo donde menos las esperaba oír, porque ya teníaa Camila por vencedora de los fingidos asaltos de Lotario y comenzaba agozar la gloria del vencimiento. Callando estuvo por un buen espacio,mirando al suelo sin mover pestaña, y al cabo dijo:
»—Tú lo has hecho, Lotario, como yo esperaba de tu amistad; en todo he deseguir tu consejo: haz lo que quisieres y guarda aquel secreto que ves queconviene en caso tan no pensado.
»Prometióselo Lotario, y, en apartándose dél, se arrepintió totalmente decuanto le había dicho, viendo cuán neciamente había andado, pues pudiera élvengarse de Camila, y no por camino tan cruel y tan deshonrado. Maldecía suentendimiento, afeaba su ligera determinación, y no sabía qué medio tomarsepara deshacer lo hecho, o para dalle alguna razonable salida. Al fin,acordó de dar cuenta de todo a Camila; y, como no faltaba lugar parapoderlo hacer, aquel mismo día la halló sola, y ella, así como vio que lepodía hablar, le dijo.
»—Sabed, amigo Lotario, que tengo una pena en el corazón que me le aprietade suerte que parece que quiere reventar en el pecho, y ha de ser maravillasi no lo hace, pues ha llegado la desvergüenza de Leonela a tanto, que cadanoche encierra a un galán suyo en esta casa y se está con él hasta el día,tan a costa de mi crédito cuanto le quedará campo abierto de juzgarlo alque le viere salir a horas tan inusitadas de mi casa. Y lo que me fatiga esque no la puedo castigar ni reñir: que el ser ella secretario de nuestrostratos me ha puesto un freno en la boca para callar los suyos, y temo quede aquí ha de nacer algún mal suceso.
»Al principio que Camila esto decía creyó Lotario que era artificio paradesmentille que el hombre que había visto salir era de Leonela, y no suyo;pero, viéndola llorar y afligirse, y pedirle remedio, vino a creer laverdad, y, en creyéndola, acabó de estar confuso y arrepentido del todo.Pero, con todo esto, respondió a Camila que no tuviese pena, que élordenaría remedio para atajar la insolencia de Leonela. Díjole asimismo loque, instigado de la furiosa rabia de los celos, había dicho a Anselmo, ycómo estaba concertado de esconderse en la recámara, para ver desde allí ala clara la poca lealtad que ella le guardaba. Pidióle perdón desta locura,y consejo para poder remedialla y salir bien de tan revuelto laberinto comosu mal discurso le había puesto.
»Espantada quedó Camila de oír lo que Lotario le decía, y con mucho enojo ymuchas y discretas razones le riñó y afeó su mal pensamiento y la simple ymala determinación que había tenido.
Pero, como naturalmente tiene la mujeringenio presto para el bien y para el mal más que el varón, puesto que leva faltando cuando de propósito se pone a hacer discursos, luego alinstante halló Camila el modo de remediar tan al parecer inremediablenegocio, y dijo a Lotario que procurase que otro día se escondiese Anselmodonde decía, porque ella pensaba sacar de su escondimiento comodidad paraque desde allí en adelante los dos se gozasen sin sobresalto alguno; y, sindeclararle del todo su pensamiento, le advirtió que tuviese cuidado que, enestando Anselmo escondido, él viniese cuando Leonela le llamase, y que acuanto ella le dijese le respondiese como respondiera aunque no supiera queAnselmo le escuchaba. Porfió Lotario que le acabase de declarar suintención, porque con más seguridad y aviso guardase todo lo que viese sernecesario.
»—Digo —dijo Camila— que no hay más que guardar, si no fuere respondermecomo yo os preguntare (no queriendo Camila darle antes cuenta de lo quepensaba hacer, temerosa que no quisiese seguir el parecer que a ella tanbueno le parecía, y siguiese o buscase otros que no podrían ser tanbuenos).
»Con esto, se fue Lotario; y Anselmo, otro día, con la escusa de ir aquellaaldea de su amigo, se partió y volvió a esconderse: que lo pudo hacer concomodidad, porque de industria se la dieron Camila y Leonela.»Escondido, pues, Anselmo, con aquel sobresalto que se puede imaginar quetendría el que esperaba ver por sus ojos hacer notomía de las entrañas desu honra, íbase a pique de perder el sumo bien que él pensaba que tenía ensu querida Camila. Seguras ya y ciertas Camila y Leonela que Anselmo estabaescondido, entraron en la recámara; y apenas hubo puesto los pies en ellaCamilia, cuando, dando un grande suspiro, dijo:
»—¡Ay, Leonela amiga! ¿No sería mejor que, antes que llegase a poner enejecución lo que no quiero que sepas, porque no procures estorbarlo, quetomases la daga de Anselmo, que te he pedido, y pasases con ella esteinfame pecho mío? Pero no hagas tal, que no será razón que yo lleve la penade la ajena culpa. Primero quiero saber qué es lo que vieron en mí losatrevidos y deshonestos ojos de Lotario que fuese causa de darleatrevimiento a descubrirme un tan mal deseo como es el que me hadescubierto, en desprecio de su amigo y en deshonra mía. Ponte, Leonela, aesa ventana y llámale, que, sin duda alguna, él debe de estar en la calle,esperando poner en efeto su mala intención. Pero primero se pondrá la cruelcuanto honrada mía.
»—¡Ay, señora mía! —respondió la sagaz y advertida Leonela—, y ¿qué es loque quieres hacer con esta daga? ¿Quieres por ventura quitarte la vida oquitársela a Lotario? Que cualquiera destas cosas que quieras ha deredundar en pérdida de tu crédito y fama. Mejor es que disimules tuagravio, y no des lugar a que este mal hombre entre ahora en esta casa ynos halle solas. Mira, señora, que somos flacas mujeres, y él es hombre ydeterminado; y, como viene con aquel mal propósito, ciego y apasionado,quizá antes que tú pongas en ejecución el tuyo, hará él lo que te estaríamás mal que quitarte la vida. ¡Mal haya mi señor Anselmo, que tanto mal haquerido dar a este desuellacaras en su casa! Y ya, señora, que le mates,como yo pienso que quieres hacer, ¿qué hemos de hacer dél después demuerto?
»—¿Qué, amiga? —respondió Camila—: dejarémosle para que Anselmo leentierre, pues será justo que tenga por descanso el trabajo que tomare enponer debajo de la tierra su misma infamia.
Llámale, acaba, que todo eltiempo que tardo en tomar la debida venganza de mi agravio parece queofendo a la lealtad que a mi esposo debo.
»Todo esto escuchaba Anselmo, y, a cada palabra que Camila decía, se lemudaban los pensamientos; mas, cuando entendió que estaba resuelta en matara Lotario, quiso salir y descubrirse, porque tal cosa no se hiciese; perodetúvole el deseo de ver en qué paraba tanta gallardía y honestaresolución, con propósito de salir a tiempo que la estorbase.
»Tomóle en esto a Camila un fuerte desmayo, y, arrojándose encima de unacama que allí estaba, comenzó Leonela a llorar muy amargamente y a decir:»—¡Ay, desdichada de mí si fuese tan sin ventura que se me muriese aquíentre mis brazos la flor de la honestidad del mundo, la corona de lasbuenas mujeres, el ejemplo de la castidad...!
»Con otras cosas a éstas semejantes, que ninguno la escuchara que no latuviera por la más lastimada y leal doncella del mundo, y a su señora porotra nueva y perseguida Penélope. Poco tardó en volver de su desmayoCamila; y, al volver en sí, dijo:
»—¿Por qué no vas, Leonela, a llamar al más leal amigo de amigo que vio elsol o cubrió la noche? Acaba, corre, aguija, camina, no se esfogue con latardanza el fuego de la cólera que tengo, y se pase en amenazas ymaldiciones la justa venganza que espero.
»—Ya voy a llamarle, señora mía —dijo Leonela—, mas hasme de dar primeroesa daga, porque no hagas cosa, en tanto que falto, que dejes con ella quellorar toda la vida a todos los que bien te quieren.
»—Ve segura, Leonela amiga, que no haré —respondió Camila—; porque, ya quesea atrevida y simple a tu parecer en volver por mi honra, no lo he de sertanto como aquella Lucrecia de quien dicen que se mató sin haber cometidoerror alguno, y sin haber muerto primero a quien tuvo la causa de sudesgracia. Yo moriré, si muero, pero ha de ser vengada y satisfecha del queme ha dado ocasión de venir a este lugar a llorar sus atrevimientos,nacidos tan sin culpa mía.
»Mucho se hizo de rogar Leonela antes que saliese a llamar a Lotario, pero,en fin, salió; y, entre tanto que volvía, quedó Camilia diciendo, como quehablaba consigo misma:
»—¡Válame Dios! ¿No fuera más acertado haber despedido a Lotario, comootras muchas veces lo he hecho, que no ponerle en condición, como ya le hepuesto, que me tenga por deshonesta y mala, siquiera este tiempo que he detardar en desengañarle? Mejor fuera, sin duda; pero no quedara yo vengada,ni la honra de mi marido satisfecha, si tan a manos lavadas y tan a pasollano se volviera a salir de donde sus malos pensamientos le entraron.Pague el traidor con la vida lo que intentó con tan lascivo deseo: sepa elmundo, si acaso llegare a saberlo, de que Camila no sólo guardó la lealtada su esposo, sino que le dio venganza del que se atrevió a ofendelle.
Mas,con todo, creo que fuera mejor dar cuenta desto a Anselmo, pero ya se laapunté a dar en la carta que le escribí al aldea, y creo que el no acudirél al remedio del daño que allí le señalé, debió de ser que, de puro buenoy confiado, no quiso ni pudo creer que en el pecho de su tan firme amigopudiese caber género de pensamiento que contra su honra fuese; ni aun yo locreí después, por muchos días, ni lo creyera jamás, si su insolencia nollegara a tanto, que las manifiestas dádivas y las largas promesas y lascontinuas lágrimas no me lo manifestaran. Mas,
¿para qué hago yo ahoraestos discursos? ¿Tiene, por ventura, una resulución gallarda necesidad deconsejo alguno? No, por cierto. ¡Afuera, pues, traidores; aquí, venganzas!¡Entre el falso, venga, llegue, muera y acabe, y suceda lo que sucediere!Limpia entré en poder del que el cielo me dio por mío, limpia he de salirdél; y, cuando mucho, saldré bañada en mi casta sangre, y en la impura delmás falso amigo que vio la amistad en el mundo.
»Y, diciendo esto, se paseaba por la sala con la daga desenvainada, dandotan desconcertados y desaforados pasos, y haciendo tales ademanes, que noparecía sino que le faltaba el juicio, y que no era mujer delicada, sino unrufián desesperado.
»Todo lo miraba Anselmo, cubierto detrás de unos tapices donde se habíaescondido, y de todo se admiraba, y ya le parecía que lo que había visto yoído era bastante satisfación para mayores sospechas; y ya quisiera que laprueba de venir Lotario faltara, temeroso de algún mal repentino suceso. Y,estando ya para manifestarse y salir, para abrazar y desengañar a suesposa, se detuvo porque vio que Leonela volvía con Lotario de la mano; y,así como Camila le vio, haciendo con la daga en el suelo una gran rayadelante della, le dijo:
»—Lotario, advierte lo que te digo: si a dicha te atrevieres a pasar destaraya que ves, ni aun llegar a ella, en el punto que viere que lo intentas,en ese mismo me pasaré el pecho con esta daga que en las manos tengo. Y,antes que a esto me respondas palabra, quiero que otras algunas meescuches; que después responderás lo que más te agradare. Lo primero,quiero, Lotario, que me digas si conoces a Anselmo, mi marido, y en quéopinión le tienes; y lo segundo, quiero saber también si me conoces a mí.Respóndeme a esto, y no te turbes, ni pienses mucho lo que has deresponder, pues no son dificultades las que te pregunto.
»No era tan ignorante Lotario que, desde el primer punto que Camila le dijoque hiciese esconder a Anselmo, no hubiese dado en la cuenta de lo que ellapensaba hacer; y así, correspondió con su intención tan discretamente, ytan a tiempo, que hicieran los dos pasar aquella mentira por más que ciertaverdad; y así, respondió a Camila desta manera:
»—No pensé yo, hermosa Camila, que me llamabas para preguntarme cosas tanfuera de la intención con que yo aquí vengo. Si lo haces por dilatarme laprometida merced, desde más lejos pudieras entretenerla, porque tanto másfatiga el bien deseado cuanto la esperanza está más cerca de poseello;pero, porque no digas que no respondo a tus preguntas, digo que conozco atu esposo Anselmo, y nos conocemos los dos desde nuestros más tiernos años;y no quiero decir lo que tú tan bien sabes de nuestra amistad, por no mehacer testigo del agravio que el amor hace que le haga, poderosa disculpade mayores yerros. A ti te conozco y tengo en la misma posesión que él tetiene; que, a no ser así, por menos prendas que las tuyas no había yo de ircontra lo que debo a ser quien soy y contra las santas leyes de laverdadera amistad, ahora por tan poderoso enemigo como el amor por mírompidas y violadas.
»—Si eso confiesas —respondió Camila—, enemigo mortal de todo aquello quejustamente merece ser amado, ¿con qué rostro osas parecer ante quien sabesque es el espejo donde se mira aquel en quien tú te debieras mirar, paraque vieras con cuán poca ocasión le agravias? Pero ya cayo, ¡ay, desdichadade mí!, en la cuenta de quién te ha hecho tener tan poca con lo que a timismo debes, que debe de haber sido alguna desenvoltura mía, que no quierollamarla deshonestidad, pues no habrá procedido de deliberadadeterminación, sino de algún descuido de los que las mujeres que piensanque no tienen de quién recatarse suelen hacer inadvertidamente.
Si no,dime: ¿cuándo, ¡oh traidor!, respondí a tus ruegos con alguna palabra oseñal que pudiese despertar en ti alguna sombra de esperanza de cumplir tusinfames deseos? ¿Cuándo tus amorosas palabras no fueron deshechas yreprehendidas de las mías con rigor y con aspereza? ¿Cuándo tus muchaspromesas y mayores dádivas fueron de mí creídas, ni admitidas? Pero, porparecerme que alguno no puede perseverar en el intento amoroso luengotiempo, si no es sustentado de alguna esperanza, quiero atribuirme a mí laculpa de tu impertinencia, pues, sin duda, algún descuido mío ha sustentadotanto tiempo tu cuidado; y así, quiero castigarme y darme la pena que tuculpa merece. Y, porque vieses que, siendo conmigo tan inhumana, no eraposible dejar de serlo contigo, quise traerte a ser testigo del sacrificioque pienso hacer a la ofendida honra de mi tan honrado marido, agraviado deti con el mayor cuidado que te ha sido posible, y de mí también con el pocorecato que he tenido del huir la ocasión, si alguna te di, para favorecer ycanonizar tus malas intenciones. Torno a decir que la sospecha que tengoque algún descuido mío engendró en ti tan desvariados pensamientos es laque más me fatiga, y la que yo más deseo castigar con mis propias manos,porque, castigándome otro verdugo, quizá sería más pública mi culpa; pero,antes que esto haga, quiero matar muriendo, y llevar conmigo quien me acabede satisfacer el deseo de la venganza que espero y tengo, viendo allá,dondequiera que fuere, la pena que da la justicia desinteresada y que no sedobla al que en términos tan desesperados me ha puesto.
»Y, diciendo estas razones, con una increíble fuerza y ligereza arremetió aLotario con la daga desenvainada, con tales muestras de querer enclavárselaen el pecho, que casi él estuvo en duda si aquellas demostraciones eranfalsas o verdaderas, porque le fue forzoso valerse de su industria y de sufuerza para estorbar que Camila no le diese. La cual tan vivamente fingíaaquel estraño embuste y fealdad que, por dalle color de verdad, la quisomatizar con su misma sangre; porque, viendo que no podía haber a Lotario, ofingiendo que no podía, dijo:
»—Pues la suerte no quiere satisfacer del todo mi tan justo deseo, a lomenos, no será tan poderosa que, en parte, me quite que no le satisfaga.Y, haciendo fuerza para soltar la mano de la daga, que Lotario la teníaasida, la sacó, y, guiando su punta por parte que pudiese herir noprofundamente, se la entró y escondió por más arriba de la islilla del ladoizquierdo, junto al hombro, y luego se dejó caer en el suelo, comodesmayada.
»Estaban Leonela y Lotario suspensos y atónitos de tal suceso, y todavíadudaban de la verdad de aquel hecho, viendo a Camila tendida en tierra ybañada en su sangre. Acudió Lotario con mucha presteza, despavorido y sinaliento, a sacar la daga, y, en ver la pequeña herida, salió del temor quehasta entonces tenía, y de nuevo se admiró de la sagacidad, prudencia ymucha discreción de la hermosa Camila; y, por acudir con lo que a él letocaba, comenzó a hacer una larga y triste lamentación sobre el cuerpo deCamila, como si estuviera difunta, echándose muchas maldiciones, no sólo aél, sino al que había sido causa de habelle puesto en aquel término.
Y,como sabía que le escuchaba su amigo Anselmo, decía cosas que el que leoyera le tuviera mucha más lástima que a Camila, aunque por muerta lajuzgara.
»Leonela la tomó en brazos y la puso en el lecho, suplicando a Lotariofuese a buscar quien secretamente a Camila curase; pedíale asimismo consejoy parecer de lo que dirían a Anselmo de aquella herida de su señora, siacaso viniese antes que estuviese sana. Él respondió que dijesen lo quequisiesen, que él no estaba para dar consejo que de provecho fuese; sólo ledijo que procurase tomarle la sangre, porque él se iba adonde gentes no leviesen. Y, con muestras de mucho dolor y sentimiento, se salió de casa; y,cuando se vio solo y en parte donde nadie le veía, no cesaba de hacersecruces, maravillándose de la industria de Camila y de los ademanes tanproprios de Leonela. Consideraba cuán enterado había de quedar Anselmo deque tenía por mujer a una segunda Porcia, y deseaba verse con él paracelebrar los dos la mentira y la verdad más disimulada que jamás pudieraimaginarse.
»Leonela tomó, como se ha dicho, la sangre a su señora, que no era más deaquello que bastó para acreditar su embuste; y, lavando con un poco de vinola herida, se la ató lo mejor que supo, diciendo tales razones, en tantoque la curaba, que, aunque no hubieran precedido otras, bastaran a hacercreer a Anselmo que tenía en Camila un simulacro de la honestidad.»Juntáronse a las palabras de Leonela otras de Camila, llamándose cobarde yde poco ánimo, pues le había faltado al tiempo que fuera más necesariotenerle, para quitarse la vida, que tan aborrecida tenía. Pedía consejo asu doncella si daría, o no, todo aquel suceso a su querido esposo; la cualle dijo que no se lo dijese, porque le pondría en obligación de vengarse deLotario, lo cual no podría ser sin mucho riesgo suyo, y que la buena mujerestaba obligada a no dar ocasión a su marido a que riñese, sino a quitalletodas aquellas que le fuese posible.
»Respondió Camila que le parecía muy bien su parecer y que ella leseguiría; pero que en todo caso convenía buscar qué decir a Anselmo de lacausa de aquella herida, que él no podría dejar de ver; a lo que Leonelarespondía que ella, ni aun burlando, no sabía mentir.
»—Pues yo, hermana —replicó Camila—, ¿qué tengo de saber, que no meatreveré a forjar ni sustentar una mentira, si me fuese en ello la vida? Ysi es que no hemos de saber dar salida a esto, mejor será decirle la verdaddesnuda, que no que nos alcance en mentirosa cuenta.
»—No tengas pena, señora: de aquí a mañana —respondió Leonela— yo pensaréqué le digamos, y quizá que, por ser la herida donde es, la podrásencubrir sin que él la vea, y el cielo será servido de favorecer a nuestrostan justos y tan honrados pensamientos. Sosiégate, señora mía, y procurasosegar tu alteración, porque mi señor no te halle sobresaltada, y lo demásdéjalo a mi cargo, y al de Dios, que siempre acude a los buenos deseos.»Atentísimo había estado Anselmo a escuchar y a ver representar la tragediade la muerte de su honra; la cual con tan estraños y eficaces afectos larepresentaron los personajes della, que pareció que se habían transformadoen la misma verdad de lo que fingían. Deseaba mucho la noche, y el tenerlugar para salir de su casa, y ir a verse con su buen amigo Lotario,congratulándose con él de la margarita preciosa que había hallado en eldesengaño de la bondad de su esposa. Tuvieron cuidado las dos de darlelugar y comodidad a que saliese, y él, sin perdella, salió y luego fue abuscar a Lotario, el cual hallado, no se puede buenamente contar losabrazos que le dio, las cosas que de su contento le dijo, las alabanzas quedio a Camila. Todo lo cual escuchó Lotario sin poder dar muestras de algunaalegría, porque se le representaba a la memoria cuán engañado estaba suamigo y cuán injustamente él le agraviaba. Y, aunque Anselmo veía queLotario no se alegraba, creía ser la causa por haber dejado a Camila heriday haber él sido la causa; y así, entre otras razones, le dijo que notuviese pena del suceso de Camila, porque, sin duda, la herida era ligera,pues quedaban de concierto de encubrírsela a él; y que, según esto, nohabía de qué temer, sino que de allí adelante se gozase y alegrase con él,pues por su industria y medio él se veía levantado a la más alta felicidadque acertara desearse, y quería que no fuesen otros sus entretenimientosque en hacer versos en alabanza de Camila, que la hiciesen eterna en lamemoria de los siglos venideros.
Lotario alabó su buena determinación ydijo que él, por su parte, ayudaría a levantar tan ilustre edificio.»Con esto quedó Anselmo el hombre más sabrosamente engañado que pudo haberen el mundo: él mismo llevó por la mano a su casa, creyendo que llevaba elinstrumento de su gloria, toda la perdición de su fama. Recebíale Camilacon rostro, al parecer, torcido, aunque con alma risueña. Duró este engañoalgunos días, hasta que, al cabo de pocos meses, volvió Fortuna su rueda ysalió a plaza la maldad con tanto artificio hasta allí cubierta, y aAnselmo le costó la vida su impertinente curiosidad.»
Capítulo XXXV. Donde se da fin a la novela del Curioso impertinente Poco más quedaba por leer de la novela, cuando del caramanchón dondereposaba don Quijote salió Sancho Panza todo alborotado, diciendo a voces:
— Acudid, señores, presto y socorred a mi señor, que anda envuelto en la másreñida y trabada batalla que mis ojos han visto. ¡Vive Dios, que ha dadouna cuchillada al gigante enemigo de la señora princesa Micomicona, que leha tajado la cabeza, cercen a cercen, como si fuera un nabo!
— ¿Qué dices, hermano? —dijo el cura, dejando de leer lo que de la novelaquedaba—. ¿Estáis en vos, Sancho? ¿Cómo diablos puede ser eso que decís,estando el gigante dos mil leguas de aquí?
En esto, oyeron un gran ruido en el aposento, y que don Quijote decía avoces:
— ¡Tente, ladrón, malandrín, follón, que aquí te tengo, y no te ha de valertu cimitarra!
Y parecía que daba grandes cuchilladas por las paredes. Y dijo Sancho:
— No tienen que pararse a escuchar, sino entren a despartir la pelea, o aayudar a mi amo; aunque ya no será menester, porque, sin duda alguna, elgigante está ya muerto, y dando cuenta a Dios de su pasada y mala vida, queyo vi correr la sangre por el suelo, y la cabeza cortada y caída a un lado,que es tamaña como un gran cuero de vino.
— Que me maten —dijo a esta sazón el ventero— si don Quijote, o don diablo,no ha dado alguna cuchillada en alguno de los cueros de vino tinto que a sucabecera estaban llenos, y el vino derramado debe de ser lo que le parecesangre a este buen hombre.
Y, con esto, entró en el aposento, y todos tras él, y hallaron a donQuijote en el más estraño traje del mundo: estaba en camisa, la cual no eratan cumplida que por delante le acabase de cubrir los muslos, y por detrástenía seis dedos menos; las piernas eran muy largas y flacas, llenas devello y no nada limpias; tenía en la cabeza un bonetillo colorado,grasiento, que era del ventero; en el brazo izquierdo tenía revuelta lamanta de la cama, con quien tenía ojeriza Sancho, y él se sabía bien elporqué; y en la derecha, desenvainada la espada, con la cual dabacuchilladas a todas partes, diciendo palabras como si verdaderamenteestuviera peleando con algún gigante. Y es lo bueno que no tenía los ojosabiertos, porque estaba durmiendo y soñando que estaba en batalla con elgigante; que fue tan intensa la imaginación de la aventura que iba afenecer, que le hizo soñar que ya había llegado al reino de Micomicón, yque ya estaba en la pelea con su enemigo. Y
había dado tantas cuchilladasen los cueros, creyendo que las daba en el gigante, que todo el aposentoestaba lleno de vino; lo cual visto por el ventero, tomó tanto enojo quearremetió con don Quijote, y a puño cerrado le comenzó a dar tantos golpesque si Cardenio y el cura no se le quitaran, él acabara la guerra delgigante; y, con todo aquello, no despertaba el pobre caballero, hasta queel barbero trujo un gran caldero de agua fría del pozo y se le echó portodo el cuerpo de golpe, con lo cual despertó don Quijote; mas no con tantoacuerdo que echase de ver de la manera que estaba.
Dorotea, que vio cuán corta y sotilmente estaba vestido, no quiso entrar aver la batalla de su ayudador y de su contrario.
Andaba Sancho buscando la cabeza del gigante por todo el suelo, y, como nola hallaba, dijo:
— Ya yo sé que todo lo desta casa es encantamento; que la otra vez, en estemesmo lugar donde ahora me hallo, me dieron muchos mojicones y porrazos,sin saber quién me los daba, y nunca pude ver a nadie; y ahora no parecepor aquí esta cabeza que vi cortar por mis mismísimos ojos, y la sangrecorría del cuerpo como de una fuente.
— ¿Qué sangre ni qué fuente dices, enemigo de Dios y de sus santos? —dijo elventero—. ¿No vees, ladrón, que la sangre y la fuente no es otra cosa queestos cueros que aquí están horadados y el vino tinto que nada en esteaposento, que nadando vea yo el alma en los infiernos de quien los horadó?— No sé nada —respondió Sancho—; sólo sé que vendré a ser tan desdichadoque, por no hallar esta cabeza, se me ha de deshacer mi condado como la salen el agua.
Y estaba peor Sancho despierto que su amo durmiendo: tal le tenían laspromesas que su amo le había hecho. El ventero se desesperaba de ver laflema del escudero y el maleficio del señor, y juraba que no había de sercomo la vez pasada, que se le fueron sin pagar; y que ahora no le habían devaler los previlegios de su caballería para dejar de pagar lo uno y lootro, aun hasta lo que pudiesen costar las botanas que se habían de echar alos rotos cueros.
Tenía el cura de las manos a don Quijote, el cual, creyendo que ya habíaacabado la aventura, y que se hallaba delante de la princesa Micomicona, sehincó de rodillas delante del cura, diciendo:
— Bien puede la vuestra grandeza, alta y famosa señora, vivir, de hoy más,segura que le pueda hacer mal esta mal nacida criatura; y yo también, dehoy más, soy quito de la palabra que os di, pues, con el ayuda del altoDios y con el favor de aquella por quien yo vivo y respiro, tan bien la hecumplido.
— ¿No lo dije yo? —dijo oyendo esto Sancho—. Sí que no estaba yo borracho:¡mirad si tiene puesto ya en sal mi amo al gigante! ¡Ciertos son los toros:mi condado está de molde!
¿Quién no había de reír con los disparates de los dos, amo y mozo? Todosreían sino el ventero, que se daba a Satanás. Pero, en fin, tanto hicieronel barbero, Cardenio y el cura que, con no poco trabajo, dieron con donQuijote en la cama, el cual se quedó dormido, con muestras de grandísimocansancio. Dejáronle dormir, y saliéronse al portal de la venta a consolara Sancho Panza de no haber hallado la cabeza del gigante; au