Don Quijote by Miguel de Cervantes Saavedra - HTML preview

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mantiene.

Y,

con

esta

opinión

y

un

duro

lazo,

acelerando

el

miserable

plazo

a

que

me

han

conducido

sus

desdenes,

ofreceré

a

los

vientos

cuerpo

y

alma,

sin lauro o palma de futuros bienes.

Tú,

que

con

tantas

sinrazones

muestras

la

razón

que

me

fuerza

a

que

la

haga

a

la

cansada

vida

que

aborrezco,

pues

ya

ves

que

te

da

notorias

muestras

esta

del

corazón

profunda

llaga,

de

cómo,

alegre,

a

tu

rigor

me

ofrezco,

si,

por

dicha,

conoces

que

merezco

que

el

cielo

claro

de

tus

bellos

ojos

en

mi

muerte

se

turbe,

no

lo

hagas;

que

no

quiero

que

en

nada

satisfagas,

al

darte

de

mi

alma

los

despojos.

Antes,

con

risa

en

la

ocasión

funesta,

descubre

que

el

fin

mío

fue

tu

fiesta;

mas

gran

simpleza

es

avisarte

desto,

pues

que

está

tu

gloria

conocida

en que mi vida llegue al fin tan presto.

Venga,

que

es

tiempo

ya,

del

hondo

abismo

Tántalo

con

su

sed;

Sísifo

venga

con

el

peso

terrible

de

su

canto;

Ticio

traya

su

buitre,

y

ansimismo

con

su

rueda

Egïón

no

se

detenga,

ni

las

hermanas

que

trabajan

tanto;

y

todos

juntos

su

mortal

quebranto

trasladen

en

mi

pecho,

y

en

voz

baja

-si

ya

a

un

desesperado

son

debidas-

canten

obsequias

tristes,

doloridas,

al

cuerpo

a

quien

se

niegue

aun

la

mortaja.

Y

el

portero

infernal

de

los

tres

rostros,

con

otras

mil

quimeras

y

mil

monstros,

lleven

el

doloroso

contrapunto;

que

otra

pompa

mejor

no

me

parece

que la merece un amador difunto.

Canción

desesperada,

no

te

quejes

cuando

mi

triste

compañía

dejes;

antes,

pues

que

la

causa

do

naciste

con

mi

desdicha

augmenta

su

ventura,

aun en la sepultura no estés triste.

Bien les pareció, a los que escuchado habían, la canción de Grisóstomo,puesto que el que la leyó dijo que no le parecía que conformaba con larelación que él había oído del recato y bondad de Marcela, porque en ellase quejaba Grisóstomo de celos, sospechas y de ausencia, todo en perjuiciodel buen crédito y buena fama de Marcela. A lo cual respondió Ambrosio,como aquel que sabía bien los más escondidos pensamientos de su amigo:— Para que, señor, os satisfagáis desa duda, es bien que sepáis que cuandoeste desdichado escribió esta canción estaba ausente de Marcela, de quienél se había ausentado por su voluntad, por ver si usaba con él la ausenciade sus ordinarios fueros. Y, como al enamorado ausente no hay cosa que nole fatigue ni temor que no le dé alcance, así le fatigaban a Grisóstomo loscelos imaginados y las sospechas temidas como si fueran verdaderas. Y conesto queda en su punto la verdad que la fama pregona de la bondad deMarcela; la cual, fuera de ser cruel, y un poco arrogante y un muchodesdeñosa, la mesma envidia ni debe ni puede ponerle falta alguna.

— Así es la verdad —respondió Vivaldo.

Y, queriendo leer otro papel de los que había reservado del fuego, loestorbó una maravillosa visión —que tal parecía ella— que improvisamente seles ofreció a los ojos; y fue que, por cima de la peña donde se cavaba lasepultura, pareció la pastora Marcela, tan hermosa que pasaba a su fama suhermosura. Los que hasta entonces no la habían visto la miraban conadmiración y silencio, y los que ya estaban acostumbrados a verla noquedaron menos suspensos que los que nunca la habían visto. Mas, apenas lahubo visto Ambrosio, cuando, con muestras de ánimo indignado, le dijo:

— ¿Vienes a ver, por ventura, ¡oh fiero basilisco destas montañas!, si contu presencia vierten sangre las heridas deste miserable a quien tu crueldadquitó la vida? ¿O vienes a ufanarte en las crueles hazañas de tu condición,o a ver desde esa altura, como otro despiadado Nero, el incendio de suabrasada Roma, o a pisar, arrogante, este desdichado cadáver, como laingrata hija al de su padre Tarquino? Dinos presto a lo que vienes, o quées aquello de que más gustas; que, por saber yo que los pensamientos deGrisóstomo jamás dejaron de obedecerte en vida, haré que, aun él muerto, teobedezcan los de todos aquellos que se llamaron sus amigos.

— No vengo, ¡oh Ambrosio!, a ninguna cosa de las que has dicho —respondióMarcela—, sino a volver por mí misma, y a dar a entender cuán fuera derazón van todos aquellos que de sus penas y de la muerte de Grisóstomo meculpan; y así, ruego a todos los que aquí estáis me estéis atentos, que noserá menester mucho tiempo ni gastar muchas palabras para persuadir unaverdad a los discretos.

»Hízome el cielo, según vosotros decís, hermosa, y de tal manera que, sinser poderosos a otra cosa, a que me améis os mueve mi hermosura; y, por elamor que me mostráis, decís, y aun queréis, que esté yo obligada a amaros.Yo conozco, con el natural entendimiento que Dios me ha dado, que todo lohermoso es amable; mas no alcanzo que, por razón de ser amado, estéobligado lo que es amado por hermoso a amar a quien le ama. Y más, quepodría acontecer que el amador de lo hermoso fuese feo, y, siendo lo feodigno de ser aborrecido, cae muy mal el decir ''Quiérote por hermosa; hasmede amar aunque sea feo''. Pero, puesto caso que corran igualmente lashermosuras, no por eso han de correr iguales los deseos, que no todashermosuras enamoran; que algunas alegran la vista y no rinden la voluntad;que si todas las bellezas enamorasen y rindiesen, sería un andar lasvoluntades confusas y descaminadas, sin saber en cuál habían de parar;porque, siendo infinitos los sujetos hermosos, infinitos habían de ser losdeseos. Y, según yo he oído decir, el verdadero amor no se divide, y ha deser voluntario, y no forzoso. Siendo esto así, como yo creo que lo es, ¿porqué queréis que rinda mi voluntad por fuerza, obligada no más de que decísque me queréis bien? Si no, decidme: si como el cielo me hizo hermosa mehiciera fea, ¿fuera justo que me quejara de vosotros porque no me amábades?Cuanto más, que habéis de considerar que yo no escogí la hermosura quetengo; que, tal cual es, el cielo me la dio de gracia, sin yo pedilla niescogella. Y, así como la víbora no merece ser culpada por la ponzoña quetiene, puesto que con ella mata, por habérsela dado naturaleza, tampoco yomerezco ser reprehendida por ser hermosa; que la hermosura en la mujerhonesta es como el fuego apartado o como la espada aguda, que ni él quemani ella corta a quien a ellos no se acerca. La honra y las virtudes sonadornos del alma, sin las cuales el cuerpo, aunque lo sea, no debe deparecer hermoso. Pues si la honestidad es una de las virtudes que al cuerpoy al alma más adornan y hermosean, ¿por qué la ha de perder la que es amadapor hermosa, por corresponder a la intención de aquel que, por sólo sugusto, con todas sus fuerzas e industrias procura que la pierda?

»Yo nací libre, y para poder vivir libre escogí la soledad de los campos.Los árboles destas montañas son mi compañía, las claras aguas destosarroyos mis espejos; con los árboles y con las aguas comunico mispensamientos y hermosura. Fuego soy apartado y espada puesta lejos. A losque he enamorado con la vista he desengañado con las palabras. Y si losdeseos se sustentan con esperanzas, no habiendo yo dado alguna a Grisóstomoni a otro alguno, el fin de ninguno dellos bien se puede decir que antes lemató su porfía que mi crueldad. Y si se me hace cargo que eran honestos suspensamientos, y que por esto estaba obligada a corresponder a ellos, digoque, cuando en ese mismo lugar donde ahora se cava su sepultura medescubrió la bondad de su intención, le dije yo que la mía era vivir enperpetua soledad, y de que sola la tierra gozase el fruto de mirecogimiento y los despojos de mi hermosura; y si él, con todo estedesengaño, quiso porfiar contra la esperanza y navegar contra el viento,¿qué mucho que se anegase en la mitad del golfo de su desatino? Si yo leentretuviera, fuera falsa; si le contentara, hiciera contra mi mejorintención y prosupuesto. Porfió desengañado, desesperó sin ser aborrecido:¡mirad ahora si será razón que de su pena se me dé a mí la culpa! Quéjeseel engañado, desespérese aquel a quien le faltaron las prometidasesperanzas, confíese el que yo llamare, ufánese el que yo admitiere; perono me llame cruel ni homicida aquel a quien yo no prometo, engaño, llamo niadmito.

»El cielo aún hasta ahora no ha querido que yo ame por destino, y el pensarque tengo de amar por elección es escusado. Este general desengaño sirva acada uno de los que me solicitan de su particular provecho; y entiéndase,de aquí adelante, que si alguno por mí muriere, no muere de celoso nidesdichado, porque quien a nadie quiere, a ninguno debe dar celos; que losdesengaños no se han de tomar en cuenta de desdenes. El que me llama fieray basilisco, déjeme como cosa perjudicial y mala; el que me llama ingrata,no me sirva; el que desconocida, no me conozca; quien cruel, no me siga;que esta fiera, este basilisco, esta ingrata, esta cruel y estadesconocida, ni los buscará, servirá, conocerá ni seguirá en ningunamanera. Que si a Grisóstomo mató su impaciencia y arrojado deseo, ¿por quése ha de culpar mi honesto proceder y recato? Si yo conservo mi limpiezacon la compañía de los árboles, ¿por qué ha de querer que la pierda el quequiere que la tenga con los hombres? Yo, como sabéis, tengo riquezaspropias y no codicio las ajenas; tengo libre condición y no gusto desujetarme: ni quiero ni aborrezco a nadie. No engaño a éste ni solicitoaquél, ni burlo con uno ni me entretengo con el otro. La conversaciónhonesta de las zagalas destas aldeas y el cuidado de mis cabras meentretiene.

Tienen mis deseos por término estas montañas, y si de aquísalen, es a contemplar la hermosura del cielo, pasos con que camina el almaa su morada primera.

Y, en diciendo esto, sin querer oír respuesta alguna, volvió las espaldas yse entró por lo más cerrado de un monte que allí cerca estaba, dejandoadmirados, tanto de su discreción como de su hermosura, a todos los queallí estaban. Y algunos dieron muestras —de aquellos que de la poderosaflecha de los rayos de sus bellos ojos estaban heridos— de quererla seguir,sin aprovecharse del manifiesto desengaño que habían oído. Lo cual vistopor don Quijote, pareciéndole que allí venía bien usar de su caballería,socorriendo a las doncellas menesterosas, puesta la mano en el puño de suespada, en altas e inteligibles voces, dijo:

— Ninguna persona, de cualquier estado y condición que sea, se atreva aseguir a la hermosa Marcela, so pena de caer en la furiosa indignación mía.Ella ha mostrado con claras y suficientes razones la poca o ninguna culpaque ha tenido en la muerte de Grisóstomo, y cuán ajena vive de condescendercon los deseos de ninguno de sus amantes, a cuya causa es justo que, enlugar de ser seguida y perseguida, sea honrada y estimada de todos losbuenos del mundo, pues muestra que en él ella es sola la que con tanhonesta intención vive.

O ya que fuese por las amenazas de don Quijote, o porque Ambrosio les dijoque concluyesen con lo que a su buen amigo debían, ninguno de los pastoresse movió ni apartó de allí hasta que, acabada la sepultura y abrasados lospapeles de Grisóstomo, pusieron su cuerpo en ella, no sin muchas lágrimasde los circunstantes. Cerraron la sepultura con una gruesa peña, en tantoque se acababa una losa que, según Ambrosio dijo, pensaba mandar hacer, conun epitafio que había de decir desta manera:

Yace

aquí

de

un

amador

el

mísero

cuerpo

helado,

que

fue

pastor

de

ganado,

perdido

por

desamor.

Murió

a

manos

del

rigor

de

una

esquiva

hermosa

ingrata,

con

quien

su

imperio

dilata

la tiranía de su amor.

Luego esparcieron por cima de la sepultura muchas flores y ramos, y, dandotodos el pésame a su amigo Ambrosio, se despidieron dél. Lo mesmo hicieronVivaldo y su compañero, y don Quijote se despidió de sus huéspedes y de loscaminantes, los cuales le rogaron se viniese con ellos a Sevilla, por serlugar tan acomodado a hallar aventuras, que en cada calle y tras cadaesquina se ofrecen más que en otro alguno. Don Quijote les agradeció elaviso y el ánimo que mostraban de hacerle merced, y dijo que por entoncesno quería ni debía ir a Sevilla, hasta que hubiese despojado todas aquellassierras de ladrones malandrines, de quien era fama que todas estabanllenas. Viendo su buena determinación, no quisieron los caminantesimportunarle más, sino, tornándose a despedir de nuevo, le dejaron yprosiguieron su camino, en el cual no les faltó de qué tratar, así de lahistoria de Marcela y Grisóstomo como de las locuras de don Quijote.

Elcual determinó de ir a buscar a la pastora Marcela y ofrecerle todo lo queél podía en su servicio. Mas no le avino como él pensaba, según se cuentaen el discurso desta verdadera historia, dando aquí fin la segunda parte.

Tercera parte del ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha Capítulo XV. Donde se cuenta la desgraciada aventura que se topó donQuijote en topar con unos desalmados yangüeses

Cuenta el sabio Cide Hamete Benengeli que, así como don Quijote se despidióde sus huéspedes y de todos los que se hallaron al entierro del pastorGrisóstomo, él y su escudero se entraron por el mesmo bosque donde vieronque se había entrado la pastora Marcela; y, habiendo andado más de doshoras por él, buscándola por todas partes sin poder hallarla, vinieron aparar a un prado lleno de fresca yerba, junto del cual corría un arroyoapacible y fresco; tanto, que convidó y forzó a pasar allí las horas de lasiesta, que rigurosamente comenzaba ya a entrar.

Apeáronse don Quijote y Sancho, y, dejando al jumento y a Rocinante a susanchuras pacer de la mucha yerba que allí había, dieron saco a lasalforjas, y, sin cerimonia alguna, en buena paz y compañía, amo y mozocomieron lo que en ellas hallaron.

No se había curado Sancho de echar sueltas a Rocinante, seguro de que leconocía por tan manso y tan poco rijoso que todas las yeguas de la dehesade Córdoba no le hicieran tomar mal siniestro.

Ordenó, pues, la suerte, yel diablo, que no todas veces duerme, que andaban por aquel valle paciendouna manada de hacas galicianas de unos arrieros gallegos, de los cuales escostumbre sestear con su recua en lugares y sitios de yerba y agua; y aqueldonde acertó a hallarse don Quijote era muy a propósito de los gallegos.Sucedió, pues, que a Rocinante le vino en deseo de refocilarse con lasseñoras facas; y saliendo, así como las olió, de su natural paso ycostumbre, sin pedir licencia a su dueño, tomó un trotico algo picadilloy se fue a comunicar su necesidad con ellas. Mas ellas, que, a lo quepareció, debían de tener más gana de pacer que de ál, recibiéronle con lasherraduras y con los dientes, de tal manera que, a poco espacio, se lerompieron las cinchas y quedó, sin silla, en pelota. Pero lo que él debiómás de sentir fue que, viendo los arrieros la fuerza que a sus yeguas seles hacía, acudieron con estacas, y tantos palos le dieron que lederribaron malparado en el suelo.

Ya en esto don Quijote y Sancho, que la paliza de Rocinante habían visto,llegaban ijadeando; y dijo don Quijote a Sancho:

— A lo que yo veo, amigo Sancho, éstos no son caballeros, sino gente soez yde baja ralea.

Dígolo porque bien me puedes ayudar a tomar la debidavenganza del agravio que delante de nuestros ojos se le ha hecho aRocinante.

— ¿Qué diablos de venganza hemos de tomar —respondió Sancho—, si éstos sonmás de veinte y nosotros no más de dos, y aun, quizá, nosotros sino uno ymedio?

— Yo valgo por ciento —replicó don Quijote.

Y, sin hacer más discursos, echó mano a su espada y arremetió a losgallegos, y lo mesmo hizo Sancho Panza, incitado y movido del ejemplo de suamo. Y, a las primeras, dio don Quijote una cuchillada a uno, que le abrióun sayo de cuero de que venía vestido, con gran parte de la espalda.Los gallegos, que se vieron maltratar de aquellos dos hombres solos, siendoellos tantos, acudieron a sus estacas, y, cogiendo a los dos en medio,comenzaron a menudear sobre ellos con grande ahínco y vehemencia. Verdad esque al segundo toque dieron con Sancho en el suelo, y lo mesmo le avino adon Quijote, sin que le valiese su destreza y buen ánimo; y quiso suventura que viniese a caer a los pies de Rocinante, que aún no se habíalevantado; donde se echa de ver la furia con que machacan estacas puestasen manos rústicas y enojadas.

Viendo, pues, los gallegos el mal recado que habían hecho, con la mayorpresteza que pudieron, cargaron su recua y siguieron su camino, dejando alos dos aventureros de mala traza y de peor talante.

El primero que se re