MANUEL MENENDEZ ORDOÑEZ NORBERTO SERRANO GOMEZ
El Amor y la mujer en la
Historia de Colombia
Los autores de este libro dejan constancia de su reconocimiento a la Cámara de Comercio de Bucaramanga, promotora de la cultura y el arte en Santander y a su actual Secretario General, Doctor Juan José Reyes Peña, por el patrocinio generosamente asumido por la prestigiosa institución de la presente edición de la obra.
MANUEL MENENDEZ ORDOÑEZ NORBERTO SERRANO GOMEZ
PROLOGO
LA MUJER EN LA PEQUEÑA HISTORIA
“Yo comprendo el ideal bajo una forma femenina”, decía Goethe, y como conocedor profundo que fue de la mujer, sabía bien por qué lo decía.
El tema de la mujer en la historia colombiana es apasionante, más cuando es tratado con ejemplar exactitud por escritores en apariencia noveles a escala nacional, pero ciertamente conocidos en nuestro pequeño mundo literario.
Norberto Serrano Gómez y Manuel Menéndez Ordóñez se presentan en esta obra intitulada “El Amor y la Mujer en la Historia de Colombia”, que bien hubiera podido llamarse, como la de Shopenhauer, “El Amor, las Mujeres y la Muerte”, porque vicio y suplicio andan de brazo, y bien lo expresó el gran Leopardi al cantar que “el amor y la muerte juntos los engendró la suerte”.
Serrano Gómez y Menéndez Ordóñez, minuciosos investigadores de “la petite histoire” nacional, a la manera como Gustavo Lenotre y Frederic Masson escudriñaron las intimidades que generaron como pequeñas causas los grandes hechos que conmovieron al mundo en la agonía del antiguo régimen, en el estruendo tenebroso de la Revolución Francesa, o en el fulgor de la leyenda napoleónica. Generalmente los grandes acontecimientos surgen de sucesos cotidianos que se diferencian de los demás, en que aquéllos les prestan su magnificación histórica. Pero la “historicidad” de un hecho es una calidad póstuma de la cual no se dan cuenta los contemporáneos, que lo viven por carencia de la iluminante perspectiva que sólo se produce con el transcurso de las edades.
Destacar la presencia de la mujer en el desarrollo de los hechos históricos no es una originalidad propiamente dicha, porque la conjunción de los sexos hace parte de la misma vida y es su acontecer biológico. Pero constituye, sin embargo, un aspecto singular de ver las cosas y de examinarlas por el cariz atrayente que le feminidad posee, y por la exquisita sensibilidad, —por qué no decir sensualidad?— que su belleza, sus pasiones y exaltados sentimientos ponen en la trama que forja los sucesos históricos. Sin Manuela Beltrán rompiendo el edicto fiscal en la plaza del Socorro, tal vez el despliegue de la Revolución Comunera no hubiera sido igual; y sin la presencia de aquélla hembra magnífica que fue Manuelita Sáenz, en la alcoba del Libertador en la “nefanda noche septembrina”, la Gran Colombia se hubiera roto en pedazos entre los estertores de una inimaginable guerra civil.
Serrano Gómez y Menéndez Ordóñez arrancan, por así decirlo, su serie de semblanzas, esbozos, estampas pictóricas, relatos amenos y admirables historias, desde los albores de la misma Colonia, apuntando que “el fin concreto de esta obra se ha escrito para destacar, como tantas veces lo hemos anotado, la vinculación de la mujer a los acontecimientos históricos, a las glorias, las miserias y las lacras de nuestra historia”. Su cantera principal, en los inicios de la Colonia, es ese anciano desocupado que en sus últimos años se dedicó a escribir en “El Carnero”, nombre este cuyos orígenes no se han podido esclarecer, la relación de la Conquista y de los primeros acontecimientos suscitados en la tranquila aldea que para entonces era Santafé de Bogotá. El pesado y erudito Groot y Fray Pedro Simón los acompañan en sus investigaciones. Pero Rodríguez. Freyle, ingenuo y veraz, no sabe ocultar, entre las naderías que refiere, los acontecimientos salaces, vivos y picantes, sin Regar a las lindes de lo escatológico, que emocionaron la vida pacífica del poblado, entre los cuales brillan como carbonientos pecados los horrendos crímenes de doña Inés de Hinojosa, con la complicidad de sus sucesivos amantes, que terminan con la muerte de la infame mujer, colgada de un árbol, pena impuesta por Venero de Leiva, justísimo Presidente de la Real Audiencia.
El recuento de historias e historietas en que juega participación decisiva la mujer, prosigue a través de la Colonia, porque el material investigativo que tienen los autores a su disposición es inagotable. Se llega así a la Independencia y a la República, entre una relación de hechos que envuelven reyertas de Presidentes y Virreyes con Arzobispos y Prebendados, raptos de monjas, crímenes horripilantes y episodios de un triste y nostálgico romanticismo.
Capítulo interesante de este amenísimo libro lo constituyen los amores ingenuos de Caldas y Manuela Barahona, la boda fúnebre de Custodio García Ro- vira en el páramo de Guanacas, sin luna de miel, la muerte subitánea del bravo Anzoátegui, en plena madurez vital, en los brazos de Cecilia Gómez, y la atormentada e inverecunda vida de otro héroe que se dejó llevar por el sendero del vicio: Hermógenes Maza.
En este desfilar de mujeres y hechos eróticos o pasionales, impresiona vivamente la pintura, especie de calcomanía, dedicada a don Manuel Benito de Castro, personaje clásico de la Patria Boba, encargado del poder ejecutivo y solterón empedernido, aferrado a sus atuendos tradicionales, monsergas y peluquines. A este espécimen solitario de la Patria Boba faltó la mujer, pero los autores, con la vena humorística que los caracteriza, cuentan que a don Benito no faltaron nunca las complacencias de una perrita, fiel compañera suya en la soledad de su existencia.
Amarga y cruel es la semblanza que los escritores hacen de don Francisco Antonio Hilarión Zea, a quien presentan como un emboscado en los años duros de la Independencia, llevando muelle vida en las cortes europeas, que se presenta al Congreso de Angostura sólo cuando la campaña emancipadora ha terminado, a participar del boletín, y de qué manera: enviando a Londres con papeles en blanco firmados por el Libertador, especula en provecho personal con los dineros del empréstito, no rinde cuentas, mereciendo severos reproches de Bolívar y de Santander, La misma presentación física de Zea, nariz corva, peinado a la francesa, ojos de grillo saltón, es todo un retrato desprendido de los cuadros de Goya. Mucho hay de cierto en cuanto al desmedrado papel de Zea en la Independencia y en los primeros años de la República, pero algunas cosas buenas hizo también el hombre. Miembro distinguido de la Expedición Botánica, conspiró con Nariño y sufrió años de prisión en Cádiz, peregrinó por las Indias Occidentales. Este capítulo merecía ser publicado por aparte, siendo evidente que su publicación suscitara juicios polémicos y contradictorios.
Como la labor del prologuista no ha de ser siempre el sahumerio y la alabanza, es de reprochar a Serrano Gómez y Menéndez Ordóñez, si el fin de su obra, como lo afirman, es destacar la participación de la mujer en las glorias, las miserias y las lacras de nuestra historia, el haber prescindido de la Madre Josefa del Castillo, el más espléndido valor literario que ha producido la mujer colombiana desde la Colonia hasta nuestros días. Cierto es que la monja tunjana transcurre sus días en los claustros de un convento, —“Silencio de cal y viento” que decía García Lorca, — donde ningún acontecimiento extraordinario puede turbar su vida. Pero sus días no son tan apacibles, menos aún sus noches: ceñida por un cilicio de alfileres, sufre los celos, envidias y chismes del monjío que ve en ella una mujer superior; conspiran ante la Madre Abadesa y tapian su celda; el Diablo se le aparece y traba lucha personal con ella; experimenta deliquios, elevaciones del espíritu, raptos y éxtasis y en tales trances se le aparece el Señor. Contristada y angustiada de que pudiera ser el Demonio, hubo confesor que le aconsejara que cuando se le presentara la aparición, le hiciera la demostración manual de las higas, con el objeto de comprobar si tal aparición era obra de Dios o del Demonio. Si lo último, la visión se disiparía con sólo el ademán que la santa hiciera, introduciendo el pulgar por entre los dedos índice y el cordial. La Madre del Castillo alcanza su triunfo al ser finalmente proclamada por tres veces Abadesa de las Clarisas, y es en esa época que culmina su obra literaria, que en el género místico no está a la zaga de los grandes maestros del Siglo de Oro, como Teresa de Jesús y San
Juan de la Cruz.
Truculentos y como de relleno se me hacen los capítulos relacionados con los motivos que determinaron al Virrey Solís a tomar los hábitos de franciscano; con la presencia del Delfín Luis XVII en Bogotá, representando en el progenitor de la familia Convers, muy conocida en este país; y con la suposición de que el Padre Secundino Jácome, de Gramalote, pudiera ser hijo natural del Libertador.
Con perdón de los relevantes escritores, cuyos méritos no pierden un ápice por esta clase de objeciones, pienso que se trata de leyendas sin el menor fundamento histórico, ilógicas en el tramo vital de los respectivos personajes a quienes se les acomodan.
En el caso del Virrey Solís, su transformación se debe al espíritu místico de este varón bondadoso y gentil, prontamente desengañado de la vida, como ocurriera también con el Duque de Gandía, convertido en San Francisco de Borja.
Respecto al Delfín, Gustavo Lenotre investigó el punto en exhaustivo libro llamado “El Enigma del Temple”, donde establece que el doctor Pelletar, primer cirujano del Hospicio Mayor de París, fue el último médico que asistió al Delfín, muerto el 8 de junio de 1795; sin embargo, en el curso del siglo XIX, la misteriosa desaparición del prisionero del Temple provocó durante media centuria la aparición de muchos “falsos Delfines”, perturbados o impostores, entre los cuales los más célebres fueron tres: Hervagault, Bruneau y Dufresne. Convers podría entonces sumarse a la lista de los supuestos herederos de la monarquía borbónica. Así, el anhelo colombiano de vincularse a los Borbones, en este otro caso a los de España, se integraría con la grotesca leyenda de ser don Carlos Holguín, representante diplomático en Madrid, el padre bastardo del rey Alfonso XHI.
En cuanto a los hijos de Bolívar, varios se le han achacado, no sólo al Padre Jácome, sin que la investigación histórica los acepte. Bolívar, de formidable ímpetu viril, a diferencia de ese otro monstruo de la genialidad de su tiempo, Napoleón, de quien la autopsia revelaba el detalle “partes pubendas sicut pueri”, nunca tuvo hijos,* posiblemente era infecundo, porque él mantuvo relaciones sexuales estables, a pesar de los avatares de la guerra, con distintas mujeres y no consta que en su vida reconociera a ningún hijo como suyo, anhelo supremo de todo ser humano.
La obra de Serrano Gómez y Menéndez Ordóñez no se detiene exclusivamente en relievar el aspecto femenino histórico, porque a la verdad muchos temas en que no participa necesariamente la mujer son descritos con minucia y veracidad. Un libro verdaderamente ameno y original, que hará las delicias del sexo femenino y que sería deseable que este tipo de investigación basado en la pequeña historia, hiciera escuela entre nosotros, porque lo que queda de la historia a la postre no es la gran tragedia que provocan los conquistadores y los héroes, sino la intimidad de las pequeñas causas que la hacen, relatadas con humor y alegría, resumiendo las vidas humanas tal como fueron vividas, dejando de lado las actitudes teatrales y postizas, las frases melodramáticas, arregladas generalmente por los autores que pretenden escribir la historia en serio.
Debe anotarse de este libro la inmensa fuente bibliográfica a que acudieron sus escritores, manantial inagotable donde ellos bebieron hasta la saciedad, lo que da idea de la responsabilidad intelectual que asumieron y que está plenamente respaldada en exhaustiva documentación. A Menéndez Ordóñez corresponde, sin duda alguna, la parte investigativa y la redacción de algunos capítulos de la obra, pero el verbo fluyente, el humor tropical, a veces sonriente, a veces corrosivo, que como sutil vena corre por todo el libro y la impecable configuración literaria, pertenecen a Serrano Gómez, ampliamente conocido en nuestro medio ambiente como cronista y periodista de tiempo completo. La conjunción de estos dos valores santandereanos ha dado por resultado un libro que no sólo servirá de entretención para múltiples lectores, sino también de fuente de consulta y dará mucho en qué pensar y en qué contradecir a quienes se preocupan por las cosas históricas que son lo único que va dejando la humanidad a través de su peregrinación vital.
Bucaramanga, Octubre 25 de 1979. EDMUNDO HARKER PUYANA.
INTRODUCCION
“Las mujeres son capaces de todo; los hombres son capaces de todo lo restante”
Henri de Regnier.
Las condiciones de la mujer en la sociedad humana no le permitieron durante milenios intervenir directamente en la evolución del mundo. Salvo en lo legendario, lo heroico y lo pasional, muy pocos destellos brillan en otros ámbitos como la política, la ciencia, el arte, la literatura, etc., hasta el presente siglo que marcó el ingreso y la participación de la mujer en múltiples campos de la actividad. La historia de se está saturando ya de nombres y renombres del sexo femenino que, por los caminos de la inteligencia, está conquistando una verdadera liberación,
Colombia participa lógicamente de este fenómeno evolutivo, y nuestros historiadores y cronistas no se ha preocupado mucho por rescatar a la mujer del olvido. Desde la conquista española hasta los tiempos presentes, apenas se han afanado por exaltar las heroínas que ofrendaron la vida en aras de la libertad, sin desvelarse en investigar otros campos, donde las mujeres tuvieron arte y parte en muchos acontecimientos que contribuyeron a conformar la imagen del país.
En este libro hemos querido llenar ese vacío, al menos hasta finales del siglo XIX, y con tal propósito hemos buceado en obras y escritos que nos han suministrado hechos de variados matices, en las cuales la mujer desempeña un papel principal.
No pretendemos ser trascendentales. Quienes lo escribimos somos narradores, no filósofos. Relatamos episodios con base en documentos que consideramos serios y veraces. Es la “petite histoire” que nos muestra facetas ocultas de la vida nacional, y sin la cual la otra historia, la extensa y conceptual, no sería sino una fría sucesión de fechas, nombres y áridas especulaciones.
En estas páginas hay de todo, porque de todo tiene la vida. Desde lo simplemente curioso, pasando por lo horripilante, lo picaresco, lo trágico, lo noble, lo feo, lo malo, lo hermoso, lo irrisorio y lo sublime que muchas mujeres han aportado a la historia de Colombia, sin que falten capítulos que poco tienen que ver con el género femenino y otros que son leyendas que no han alcanzado la mayoría de edad de una plena confirmación.
Hemos eliminado las notas marginales, prefiriendo que el lector se tome el trabajo de buscar comprobaciones en la bibliografía que insertamos al final, en vez de fatigarse los ojos leyendo aclaraciones en letra de tamaño microscópico.
Nuestro tratamiento a algunos hechos y personajes puede parecer a veces un tanto irreverente. Al escribir así, hemos pensado que estamos tratando con seres del pasado, a quienes no podemos mirar con lente ahumado sino en forma directa. En la Historia, como en los consultorios médicos, el paciente tiene que desnudarse, no para que lo ultrajen o irrespeten, sino para que lo examinen. En ella, como dice Taine, “se mezclan aventuras bufonescas, sucesos de cocina, escenas de carnicería y manicomio, comedias, frases, odas, dramas y tragedias”.
Dejamos expresa constancia de nuestro reconocimiento con el doctor Edmundo Harker Puyana, quien ha tenido la gentileza de escribir el prólogo. Sus calidades como intelectual, historiador, jurista y hombre dueño de una vertical independencia y una honestidad diáfana, son un respaldo que nos honra profundamente.
LOS AUTORES.
CAPITULO I
Gomiar de Sotomayor y la negra Juana García. De la brujería a la Parapsicología, sin pasar por la hoguera. El primer naufragio de un barco que se conoció en el mundo, en el misterioso Triángulo de las Bermudas, en 1550.