El Arroyo by Élisée Reclus - HTML preview

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Si alguna vez se llega á domesticar completamente el pescado de aguadulce y suministrarlo á voluntad para la aumentación pública, seráciertamente motivo de júbilo, puesto que todas las vidas inferiores seemplean aún para alimentar la del hombre; pero no se podrá evitar elrecordar con tristeza el tiempo en que todos nadaban en completalibertad. Contemplando las corrientes de agua regularizadas y reducidasá cajas cuadrangulares, donde los peces se engordan como esclavos,nuestros descendientes pensarán con cierta tristeza en nuestros arroyoslibres todavía. Lo mismo que á nosotros nos encanta el relato de la vidasalvaje en la selva virgen, lo mismo sentirán ellos el encanto cuando seles hable del libre arroyo, donde multitud de peces errantes remabancontra la corriente, retozones y alegres, con sus aletas y cola, ó delpez solitario que atravesaba la corriente como un rayo de luz apenasentrevisto, ó bien de las hierbas flotantes estremecidas constantementepor las ocultas multitudes que las poblaban. Comparado con el guarda delcriadero de pescado, el pescador actual, sentado bajo la discreta sombrade un árbol, les parecerá una especie de Nemrod, un héroe de remotaantigüedad.

CAPÍTULO XV

#El riego#

Consolémonos, no obstante. En el porvenir que nos prepara la explotacióncientífica de la tierra y sus riquezas, la mayor utilidad del arroyo noserá la de ser una fábrica de carne viva. El agua que entra en tangrandes proporciones en todos los organismos, plantas y animales, nocesará de emplearse, como actualmente se hace, en alimentar el mundovegetal de sus orillas. Bebida por las raíces que se mojan en el arroyo,el agua sube de poro en poro por los intersticios capilares del suelo,hincha de savia multitudes sin fin de árboles y hierbas, y sirve asíindirectamente á la alimentación del hombre por tubérculos, matas,hojas, frutos y simientes. En el trabajo agrícola es dondeprincipalmente el arroyo se hace un poderoso auxiliar de la humanidad.

Después del sol, que lo renueva todo con sus rayos, el aire, que con susvientos y la mezcla incesante de gases puede llamarse «hálito delplaneta», el agua del arroyo es el principal agente de renovación. Porel amor inmenso que hacia todo cambio sentimos, escuchamos consatisfacción el relato de las metamorfosis, sobre todo, aquellos denosotros que son aún niños y que el conocimiento de las inflexiblesleyes no turba todavía su ingenua credulidad. Leyendo las Mil y unanoches

, se complace nuestro espíritu viendo cómo los genios seconvierten en vapor y los monstruos nacen de un reguero de sangre; nosgusta contemplar todos los objetos de la naturaleza, bajo los aspectos yformas que adquieren sucesivamente, lo mismo que en el aire caliente deldesierto distinguimos tan pronto palacios con columnatas como ejércitosen marcha.

En las fábulas de la antigüedad griega, en los mitos persas y en losviejos cantos indostanes, lo lo que más nos seduce son lastransformaciones de la piedra y de la hierba, del animal, del hombre ydel dios, símbolos primitivos del encadenamiento infinito de la vida enel universo. A la vista del niño, cualquier viejo tapiz se puebla deseres animados. ¡Con qué sencilla fe contempla sobre los viejos yapolillados lienzos la imagen de Syrinx extendiendo aún los brazos,cuando ya está convertida á medias en grupo de cañas, Procrios echandoraíces para convertirse en álamo, ó la ninfa Byblis fundiéndose enllanto, para correr eternamente en forma de fuente!

Pues bien; cambios parecidos á los que inventaron la imaginación de lospueblos en su infancia y la ficción de los poetas, no cesan derealizarse en el gran laboratorio de la naturaleza; sólo que se efectúanpor un lento trabajo interior, por transición gradual de vida y demuerte entre todo lo que muere y lo que nace, y no por súbitos milagros.La gota de agua se cambia en célula de planta, esta se transforma ensimiente, luego en pan y, en el cuerpo del hombre, en parte de vida.

Parece á primera vista que el arroyo no pueda transformarse así en otrasplantas que en las de sus orillas. Sin duda que la vegetación de losmárgenes, aspirando la humedad por sus raíces y bebiendo abundante vaporpor sus hojas, es bastante más viva y alegre; las parras salvajes, losálamos blancos y el temblón con sus hojas de plata constantementeestremecidas, se levantan hacia el espacio altos, derechos, hinchadas dejugo sus fibras y lisa su corteza, rompiéndose por el impulso de lasavia que se desborda. Las hierbas, en apiñados y compactos grupos, ymultitud de arbustos, llenan los intersticios entre los troncos; el máspequeño espacio vacío se puebla inmediatamente de plantas deseosas deaproximarse al arroyo bienhechor. Pero el agua realiza también su obralejos de sus bordes. Hasta durante la sequía, extiende su vivificantefrescura rezumando por las pedregosas y arenosas márgenes, y penetra enel subsuelo donde alimenta las raicillas de las plantas. Después de laslluvias, cuando se eleva el nivel del arroyo, la percolación subterránease propaga y se extiende á lo lejos bajo las capas superficiales delsuelo de los campos, y durante las grandes crecidas, las aguasdesbordadas renuevan la tierra, la saturan de humedad y suministran asílos elementos de vida á la multitud vegetal.

El espectáculo de los campos inundados es triste ciertamente. Los cercosmedio cubiertos determinan aún los límites bien conocidos que separan lapropiedad; los árboles frutales, inclinados por la corriente, sumergenen el agua fangosa la extremidad de sus ramas; corrientes y remolinossocavan el suelo donde crecían hermosas cosechas. Hasta los bordes dellago temporal, todos los surcos abiertos por el arado, se convierten enotros tantos regueros, y los caballones dibujan en la corriente largasestelas paralelas.

La inundación, que desvanece la esperanza del campesino, es unadesgracia, y, sin embargo, en sus temidas aguas, lleva el arroyo untesoro para años venideros. Al destruir las cosechas del año presente,deposita el aluvión fertilizante que alimentará las futurasfructificaciones. El suelo de la llanura, removido constantemente por eltrabajo del labrador, se esterilizaría bien pronto si las rocas de lamontaña, trituradas y tamizadas por la corriente, no se extendieran encapas renovadoras y fecundas sobre los campos de la ribera.

Según nosenseñan los sondeos geológicos, la tierra vegetal y el subsuelo soncapas de aluvión sucesivamente depositadas de siglo en siglo yarrastradas desde las estribaciones de las rocas. En el llano ningunaplanta hubiera podido germinar si la montaña no se deshiciera sin cesar,y si el arroyo no bajara cada año estos residuos para suministrar unnuevo elemento á la vegetación de sus riberas. ¿Pero qué hacer paraevitar que las aguas desbordadas devasten los cultivos y depositen almismo tiempo el aluvión fertilizante? ¿Cómo regularizar las oscilacionesdel nivel para aprovechar sus beneficios, sin tener que sufrir susdesbordamientos? Poco numerosos son los agricultores que han sabidoresolver ya ese problema, hallando el medio de dominar al arroyo,dirigiéndolo á su gusto. Durante el verano la corriente no es más que unpequeño hilo líquido, y el campesino se queja; en otras épocas, en laprimavera y el otoño, según los climas, el arroyo se sale de madre y elcampesino se queja también.

Por otra parte, se lamentará siempre, y con razón, hasta que sepaasociarse con su vecino para utilizar los recursos que ofrece el aguacorriente. Actualmente la explotación de esas riquezas se hace con elmayor desorden y casi al azar, según el capricho de los propietariosribereños, siendo el resultado de estos disparates, el desastre paratodos, con muchísima frecuencia. Uno seca terrenos pantanosos,construyendo canales subterráneos que desembocan en el arroyo y aumentansu caudal; otro lo empobrece, al contrario, haciéndole sangrías áderecha é izquierda para regar sus campos; otro aun, rebaja su nivelmedio limpiando el fondo, destruyendo las aristas de las piedras en lascorrientes y cascadas, mientras que en otra parte, los industriales,elevan la superficie del arroyo, construyendo presas para llevar el aguaá sus fábricas. Todo esto son fantasías contradictorias, avideces enconflicto, que pretenden todas, no obstante, determinar la marcha delarroyo. ¿Qué sería de un pobre árbol, á cuántas enfermedades monstruosasno se vería condenado, si, lozano y lleno de vida, fuera repartido entrevarios propietarios, si numerosos dueños pudieran ejercer el derecho deuso y abuso, uno sobre sus raíces, otro sobre su tronco, sus ramas, sushojas y sus flores? El arroyo, en conjunto, puede ser comparado con unorganismo vivo como el de un árbol. También él, desde su nacimientohasta su desembocadura, forma un todo armónico con sus manantiales, sussinuosidades y las oscilaciones regulares de sus aguas, y es unadesgracia pública el que la serie natural de sus fenómenos sea alteradapor la explotación caprichosa de propietarios ignaros. Gracias á laciencia y á los esfuerzos particulares, podemos desde hoy vislumbrar laépoca en que el arroyo será útil al interés común de los pueblos. Comoriqueza perteneciente á todos, el trabajo asociado lo transformará enuna verdadera arteria de vida para la producción agrícola.

Los numerosos trabajos de canalización, presas y azudes ejecutados parael riego de los campos en muchas partes á orillas de los ríos, nospermiten imaginar cuál será el régimen de nuestro arroyo en un porvenirmás ó menos lejano: con la previsión que nos da la ciencia, lo vemos yadesde hoy. Como en los tiempos antiguos, antes de la explotación delbosque, pinos y hayas entremezclados, volverán á crecer en las faldas dela montaña, de donde bajan las primeras aguas; las raíces que brotan, elmusgo que las cubre, las hierbas que la rodean y que la cabra no vendráá arrasar, contendrán en su caída las gotas de lluvia y los hilillos denieve fundida. En vez de convertirse en corrientes de una hora, el aguase filtrará en el interior del suelo durante las lluvias, y descendiendolentamente por los poros, reaparecerá en el lecho inferior del arroyodurante las épocas de sequía. El caudal medio de la corriente será másigual, y no pasará súbitamente de la sequía á la inundación. En losabruptos declives no se ahondarán repentinamente profundos barrancos, ylas praderas del valle no desaparecerán bajo los amontonamientos depiedras y troncos arrastrados desde las laderas. Acequias abiertas enlíneas paralelas sobre las redondeces, alternativamente salientes yentrantes de las curvas y promontorios, llevarán la vida y harángerminar las flores hasta en las áridas pendientes.

Puede suceder que la acción reguladora de los bosques y el empleo de lasaguas del torrente en el riego de las altas huertas, no fuera suficientepara prevenir las repentinas crecidas por lluvias torrenciales; pero hayotros recursos para evitar este peligro. El valle no es igualmente anchoen toda su longitud. En ciertos parajes, su fondo nivelado se extiendeen forma de círculo ó de óvalo, donde antes hubo un antiguo lago,llenado gradualmente por sucesivas capas de aluvión; en otras partes,las alturas rocosas que se levantan á derecha é izquierda del arroyo, seaproximan unas á otras, y sólo están separadas por una estrecha fisura,por la cual se desliza el agua rugiendo. En este punto se encontrabaantes el dique que contenía las olas del lago. Durante las grandeslluvias, esta muralla retenía las aguas crecientes, las obligaba áextenderse hacia arriba hasta los estribos de las colinas, y,lentamente, salvando la valla inferior, descendían por la llanura,saltando de cascada en cascada. La naturaleza, con su incesante trabajo,ha concluído por derribar esta presa; los troncos, arrastrados comopalos de buque por la corriente, han conmovido las rocas; el agua se hainfiltrado por las hendiduras, y más ó menos pronto, el lago ha podidovaciarse, abriéndose paso por la brecha practicada entre las doscolinas. Pues bien; este lago puede crearlo el hombre nuevamente ydeterminar á su gusto la altura, la extensión y el contenido; puedelevantar el dique calculando con precisión su fuerza para resistir lapresión de las aguas en las grandes crecidas.

Posesor de este lago artificial y de ese parapeto con sus esclusasmovibles, el agricultor se convierte en director de las lluvias ysequías; impide á las aguas impetuosas correr en torrentes devastadoressobre los campos cultivados, prohibe al arroyo bajar en demasía su niveldurante la época de sequía, y le obliga á alimentar constantemente loscanales de riego, llevando á los campos la frescura y la vida. Elaluvión depositado en el fondo del lago, le servirá además para renovarel vigor de sus cultivos, y si quiere, encargará al arroyo el transportede todos esos abonos al suelo que debe ser fecundado. Esperamos también,puesto que soñamos en el porvenir y hacia él se dirigen nuestrasmiradas, que los ingenieros encargados de la regularización del arroyo,sabrán hacer del gran depósito líquido de alimentación, no una charcavulgar con sus playas malsanas y aguas corrompidas, sino un lago puro yencantador, sembrado por grandes árboles y bordado de plantas acuáticas,para que el artista, lo mismo que el labrador, experimente un granplacer al contemplar las aguas cristalinas bajadas de la montaña.

El verdadero peligro para el porvenir, es el que el agua, consideradacon justicia por los campesinos como el más preciado de sus tesoros, seautilizada hasta la última gota por los primeros en disfrutarla. En vezde amenazar los campos con sus crecidas, el arroyo, sangrado porinnumerables arterias, puede quedarse seco, dejando en la pobreza á losribereños de su curso interior. Tal es la desgracia que ocurre ya enalgunas regiones del Mediodía, en la Provenza, en España, en Italia, enla India. A su salida de los montes, el susurrante arroyo parece quevaya á salvar de un sólo salto la distancia que le separa del mar; suespuma choca contra las piedras, corre precipitadamente por laspendientes y llena las depresiones profundas de un azul insondable. Comojoven que entra en la vida sin desconfianzas, el arroyo encuentradelante el espacio inmenso y quiere aprovecharlo; pero, á derecha éizquierda, pérfidas presas y pequeñas esclusas, restan á su caudalporciones de agua que van á ramificarse á lo lejos por los jardines ylas huertas. Empobrecido de azud en azud, el arroyo se convierte enpequeño torrente, sus aguas sin impulso se arrastran serpenteando porentre las piedras y luego desaparece bajo la arena, en la que elcampesino practica hoyos para recoger las últimas gotas del preciosolíquido. Al llegar á los primeros campos de la llanura, el alegre arroyode los montes ha desaparecido por completo.

Sin embargo, desapareciendo de su cauce el agua corriente y dividida enpequeñas arterias sin nombre, no cesa un instante de trabajar. Reducidaá hilitos bastante pequeños para ser bebidos á su paso por las raicillasde las plantas, entra más fácilmente en el torrente de la circulaciónvegetal para cambiarse en savia, luego en madera, en hojas y en flores,y esparcirse de nuevo por la atmósfera mezclándose con los perfumes delas corolas. En el llano, transformado en inmenso cultivo, no se ve aguaen parte alguna y, no obstante, ella es quien da á la tierra la frescuray fecundidad; la que puebla los jardines de flores, arbustos y follaje;la que multiplica las ramas dando así á las umbrosas avenidas elprofundo misterio que nos encanta. Bajo otra forma, es también el aguala que nos rodea y nos hechiza. A veces oímos á nuestros pies unmurmullo argentino como ruido de perlas rodando por el suelo; es la vozdel agua que corre por un canal subterráneo, y cuyos fugitivos reflejosnos aparecen vagamente á través de los intersticios de las losas. Cercade una casita, oculta bajo la verdura, un pequeño chorro de agua selanza al vacío descubriendo una curva que el viento ondula, y lasgotitas de niebla irisada caen á lo lejos sobre las flores como rocío dediamantes.

CAPÍTULO XVI

#El molino y la fábrica#

El valiente arroyo no se limita sólo á fertilizar nuestras tierras; sabetambién trabajar de otro modo cuando no se le emplea completamente en elriego de los campos. Es un gran factor en nuestras empresasindustriales. Mientras su aluvión y sus aguas se transforman cada año entrigo por la maravillosa química del suelo, su corriente sirve paraconvertir el grano en harina, lo mismo que podría amasar esta mismaharina para convertirla en pan si quisiéramos confiarle este trabajo. Sisu masa líquida es suficiente, el arroyo sustituye con su fuerza la delos brazos humanos para realizar todo lo que en otros tiempos hacían losesclavos ó las mujeres siervas de su brutal marido: monda el trigo,muele los minerales, tritura la cal convirtiéndola en mortero, preparael cáñamo y teje telas. Por eso el humilde molino, aun cuando su baseesté carcomida y sus paredes pobladas de plantas parásitas, me inspiraveneración; gracias á él, millones de seres humanos no están ya tratadoscomo bestias de carga; han podido erguir la cabeza y ganar en dignidadal mismo tiempo que en felicidad.

¡Qué recuerdo más encantador conservamos del pequeño molino de nuestraaldea! Estaba medio oculto, y tal vez lo esté todavía, en un nido degrandes árboles, álamos, chopos, nogales y sauces; á lo lejos se oía sutic-tac, pero sin ver la casa, oculta por la vegetación. Sólo eninvierno, las paredes sucias y agrietadas se veían por entre las ramasdesprovistas de hoja; pero en cualquiera otra época del año, para ver elmolino, había que penetrar en la plazoleta que se extendía ante supuerta, espantar el grupo de ocas y despertar de su cuchitril al perroguardián, siempre gruñendo. No obstante, protegidos por el niño de lacasa, compañero nuestro de colegio y de juego, nos atrevíamos á llegarcerca del leal Cerbero y hasta aproximar nuestra mano á su terribleboca, acariciándole dulcemente la cabeza. El monstruo se dignaba al finreconocernos y meneaba su rabo con benevolencia en señal dehospitalidad.

Nuestro sitio predilecto era una pequeña isla en la cual podíamosentrar, bien pasando por el molino, construído transversalmente sobre elarroyo, ó resbalándonos á lo largo de una estrecha cornisa construida enforma de acera en el exterior de la casa; allí estaban las palas yadonde el molinero iba á regularizar la marcha del agua. Nuestro caminopreferido era este. En unos cuantos saltos llegábamos á nuestro islote,instalándonos bajo la sombra de un gigantesco nogal can su corteza lisapor los frecuentes escalos.

Desde allí, los árboles, el arroyo, lascascadas y las viejas paredes, se presentaban á nuestra vista en suaspecto más encantador. Cerca de nosotros, en el gran brazo del arroyo,un dique formado por fuertes maderos contenía la corriente; una cascadacaía por encima del obstáculo y la espuma iba á chocar contra las pilasde un puente con sus grietas pobladas de verdura. Al otro lado, el viejomolino llenaba todo el espacio desde los árboles de la orilla hasta losdel islote. Del fondo de una sombría arcada, practicada bajo lasmurallas, el agua agitada salía como arrojada por un monstruo, y en lanegra profundidad del antro abierto distinguíamos vagamente pilotajesmusgosos, ruedas medio dislocadas que daban vueltas torpemente como alarota de gigantesco pájaro, y palas que se sumergían en el torbellinoproduciendo cada una su pequeña cascadita. Alrededor de la arcada,espesa hiedra tapizaba las paredes y, trepando hasta el tejado, enlazabalas vigas con su cordaje nudoso y se estremecía alegremente por encimade las tejas.

En el interior de la casa ¡cuán extraño nos parecía todo, desde el asnofilósofo doblándose bajo el peso de los sacos que descargaban cerca delas muelas, hasta el molinero mismo con su larga blusa siempre blancapor la harina! En toda la casa ni un sólo objeto dejaba de agitarseconvulsivamente ó vibrar por la trepidación de la invisible cascada querugía bajo nuestros pies. Las paredes, los tabiques, el techo, todotemblaba incesantemente por las sacudidas de la fuerza oculta. En unrincón del molino, el árbol motor rodaba y rodaba como el genio delcaserón; ruedas dentadas, correas tendidas de uno á otro extremo dellocal, transmitían el movimiento á las rechinantes muelas, á la tolvaoscilante, con ruido seco, á una porción de artefactos de madera ómetal, que cantaban, crugían ó gritaban en hermoso concierto. La harina,que salía como humo de los granos molidos, flotaba en el aire de lacasa, blanqueando todos los objetos con su fino polvillo; las telarañascolgadas en las vigas del techo estaban rotas por el peso que lascargaba y se balanceaban como blancos cordajes; las huellas de nuestrospasos se marcaban en negro sobre el piso.

En el inmenso estruendo que producían todos aquellos engranajes, muelas,aparatos, y hasta las paredes mismas, apenas se podía oir mi propia vozpor más que ni siquiera osaba hablar, preguntándome si el habitante deeste extraño caserón no sería brujo ó hechicero. Su hijo, mi compañerode colegio, me parecía menos temible, y en ciertas ocasiones no teníamiedo de ir con él á todas partes; sin embargo, no podía remediar elerror de ver en mi simpático amiguito un sér misterioso, con ciertodominio sobre las fuerzas de la naturaleza. Conocía todos los secretosdel fondo del agua; nos decía el nombre de hierbas y peces; podíadistinguir en la arena ó el cieno movimientos imperceptibles á nuestrasmiradas y revelarnos dramas íntimos sólo por él visibles. Sus compañerosle creíamos anfibio, no defendiéndose apenas de nuestras acusaciones.Habíase paseado por el cauce del arroyo hasta en los sitios másprofundos y medía con exactitud extraña los remolinos que nuestrasperchas no alcanzaban á sondear. Conocía también la fuerza de lacorriente en todos los puntos contra la cual había luchado nadando ó conlos remos; más de una vez había estado próximo á ser arrastrado por lasruedas y triturado entre los engranajes; pero familiarizado con elpeligro, lo desafiaba resueltamente, contando con su fuerza y con unacuerda que le arrojarían en último caso. Uno de sus hermanos, menosafortunado, halló la muerte en una concavidad de la roca, á donde learrastró un remolino. Nosotros mirábamos asustados el paraje siniestroal que el padre, lleno de un horror sagrado, había hecho arrojar piedray tierra.

El misterio que para nosotros rodeaba al viejo molino, no envolvía á lagigantesca fábrica, situada bastante más abajo, en la llanura, donde elarroyo ha recibido ya á todos sus afluentes. La fábrica, desde luego, esuna enorme construcción que, lejos de estar rodeada de árboles, selevanta en medio de un espacio desnudo casi á la altura de las colinascercanas. Al lado del edificio, una chimenea parecida á un obelisco, seeleva á más de diez metros sobre el edificio y parece aún prolongarsehacia el cielo por las negras columnas de humo que de ella salen.Durante el día, sus paredes enjalbegadas la destacan en blanco del fondoverde de la huerta que le rodea; por las tardes, en cuanto el sol sepone, centenares de cristales se alumbran en su fachada; ya de noche,las luces del interior irradian su luz por las ventanas, y, como la deun faro, brillan á diez leguas de distancia.

Tanto en el interior como en el exterior, la fábrica no presenta más queángulos rectos y líneas geométricas.

Sus grandes salas llenas de la luzque entra á raudales por las ventanas, tienen no obstante algo deterrible en su aspecto. Pilares de hierro se levantan á distanciasiguales, sosteniendo el techo; máquinas, también de hierro, hacen darvueltas á sus ruedas con movimientos regulares, lo mismo que sus bielasy curvos brazos; dientes de acero cogen la materia que se les echa paradividir, triturar, moler ó amasarla de nuevo, y la convierten en pasta,en hilos ó en nube apenas perceptible, según lo exige la voluntad deldueño. De todos esos monstruos de metal, el hombre ha hecho susesclavos; los hace producir la labor para que fueron creados y losdetiene en su furioso triturar cuando ha concluído la tarea; sinembargo, tiembla ante esa fuerza brutal que ha dominado. Que olvide eldesgraciado obrero por un sólo instante poner en armonía su propiotrabajo con el de la formidable máquina, que bajo la impresión de unaidea, de un sentimiento, se detenga en sus movimientos rítmicos, y talvez el poderoso mecanismo lo descuartice lanzándolo contra la pared,convertido en masa sangrienta. Las ruedas dan vueltas con movimientouniforme, lo mismo si aplastan á un obrero que si tuercen un hilo apenasvisible. De lejos, cuando nos paseamos por las colinas, oímos elterrible gemido de la máquina que hace vibrar á su alrededor laatmósfera y la tierra.

Esta fuerza disciplinada y, no obstante, temible, con sus engranajes ybrazos de hierro, no es otra cosa que la fuerza del arroyo transformadaen energía mecánica. El agua, que en otro tiempo no realizaba mástrabajo que derribar sus márgenes para establecer otros y ahondar unaspartes de su lecho para elevar otras, es ahora el auxiliar directo delhombre para tejer ropas y moler granos. Guiado por el ingeniero, elmovimiento torpe del agua sigue la dirección que se le traza, y se la hadistribuído por las más finas pinzas y delicadas brochas, igual que porlos más fuertes engranajes de la poderosa máquina. Su impulso indirectorompe y tritura cuanto ponen bajo el martillo-pilón y estira los metalespasados por el laminador; pero sabe también elegir y juntar los hiloscasi imperceptibles, amalgamar los colores, afelpar las telas y realizará la vez los más diversos trabajos, los que ni siquiera podía soñar unHércules, y los que no podrían realizar los hábiles dedos de un Aracneo.Dando su fuerza á la máquina, el arroyo se ha convertido en ungigantesco esclavo, reemplazando él solo á los millares de prisionerosde guerra y la servidumbre de mujeres que llenaban los palacios de losreyes; toda la labor de estos tristes animales encadenados, sabe eltorrente hacerla mejor que jamás fué hecha, ¡y cuántas otras cosas haríaademás! Bien utilizada, una catarata como la del Niágara animaría lasmáquinas suficientes para realizar todo el trabajo de una nación.

Incalculables son las riquezas con que la fábrica ha enriquecido á lahumanidad, y estas aumentan cada año, gracias á la fuerza que se sabesacar de los combustibles, y gracias también al empleo más sabio ygeneral que se da á las aguas corrientes que ruedan por el inclinadocauce del arroyo. Y, sin embargo, esos productos tan numerosos que salende las fábricas para enriquecer á la humanidad entera, é iniciar decambio en cambio á los más lejanos pueblos en una civilización superior,no alcanzan á todos los hombres, dejando en la más negra miseria á losque los producen. No lejos de la majestuosa fábrica, cuyos monstruos dehierro han costado tanto; no lejos de esa magnífica residencia señorial,rodeada de hermosos árboles exóticos, importados con grandes gastos delHimalaya, del Japón y de California, pequeñitas casas de ladrillo,ennegrecido por la hulla, se alínean en medio de un espacio lleno deamontonamientos antiestéticos y de charcas de agua fétida. En esashumildes habitaciones, menos repugnantes, es cierto, que los tugurios delos siervos dominados por el castillo del señor feudal, las familias sereúnen raramente alrededor de la misma mesa; unas veces el padre, otrasla madre ó los hijos, llamados por la inexorable campana de la fábrica,deben alejarse del hogar y sucederse al servicio de las máquinas, quetrabajan sin tregua ni descanso, lo mismo que la corriente del arroyoque las pone en movimiento. Con frecuencia, la honrada casita seencuentra completamente vacía, á menos que en cualquier rincón no quedealgún niño de teta, reclamando inútilmente la presencia de su madre conllantos desesperados ó enternecedores suspiros. La pobre criatura,envuelta en húmedos pañales, crece raquítica á causa de la falta de aireó de cuidados, y tarde ó temprano será roída por el escrofulismo á menosque una enfermedad cualquiera, tisis, sarampión ó cólera no se la lleveen sus primeros años.

Por esta razón no todo es alegría y felicidad en las orillas delencantador arroyo, donde la vida parece ser tan agradable, donde parecenatural que todos se amen y gocen de la existencia. También allí laguerra social produce sus estragos; también allí los hombres aparecenenvueltos en ese torbellino de «la lucha por la existencia.» Lo mismoque en la gota de agua las mónadas y los vibriones procuran arrancarsela presa unos á otros, igual sobre las márgenes cada planta busca quitará la vecina su parte de sombra y humedad. En el arroyo el sollo searroja sobre la espínola, y ésta á su vez sobre el gubio: todo animales para otro un cebo, un plato ya servido. Entre los hombres, la luchano ofrece ese aspecto de tranquila ferocidad, pero nos miramos unos áotros con rencor y odio, envidiosos del manjar que nuestro hermano selleva á la boca, al cual no todos tenemos derecho, según parece. Losespectros del hambre y la miseria se levantan tras nosotros, y paraevitar que nosotros y nuestras familias seamos presas de sus terriblesgarras, corremos todos tras la fortuna, aunque la hayamos de conquistar,directa ó indirectamente, en detrimento de nuestros semejantes.

Sin dudaesto nos entristece á muchos, pero movidos por el engranaje, igual queel martillo-pilón que se levanta y aplasta, aplastamos también nosotrossin querer hacer daño.

¿Tendrá fin esta lucha feroz, por la existencia entre los hombresnacidos para amarnos? ¿Seremos siempre enemigos unos de otros? Los ricos¿se abrogarán eternamente el derecho de despreciar á los pobres, y éstosá su vez, condenados á la miseria, no cesarán de contestar al despreciocon el odio y á la opresión con el furor? No; no será siempre así.

En su amor á la justicia, la humanidad, que cambia incesantemente, haempezado ya su evolución hacia un nuevo orden de cosas. Estudiando concalma la marcha de la historia, vemos al ideal de cada siglo convertirseen la realidad del siglo siguiente, vemos el ensueño del utopistaadquirir forma precisa, para hacerse necesidad social en la voluntad detodos.

Con la imaginación podemos ya contemplar la fábrica y los campos que lacircundan tal cual el porvenir los habrá cambiado. El parque se haensanchado; actualmente comprende la llanura entera; grandes columnatasse levantan sobre la verdura, chorros de agua caen por encima de losmacizos de flores, y alegres niños corren por sus avenidas. La fábricaestá allí todavía; ahora más que nunca se ha convertido en un granlaboratorio de riquezas, pero estos tesoros no se dividen ya en dospartes, de las cuales una pertenece á uno solo, siendo la otra, la delos obreros, una miserable limosna; definitivamente pertenece á todoslos trabajadores asociados. Gracias á la ciencia que les hace utilizarmejor el poder de la corriente y otras fuerzas de la naturaleza, losobreros no son los esclavos desgraciados de la máquina de hierro;después del trabajo del día, gozan del reposo y de la fiesta, lasalegrías de la familia, las lecciones del anfiteatro, las emociones dela escena. Son iguales y libres, son dueños de sí mismos y se miranfrente á frente con la cabeza erguida, porque ninguno lleva en su caraimpreso el estigma de la esclavitud. Tal es el cuadro que podemoscontemplar anticipadamente parándonos por la tarde cerca del arroyoquerido, cuando el sol poniente se rodea de un círculo de oro con l