El Comendador Mendoza - Obras Completas - Tomo VII by Juan Valera - HTML preview

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XIX

La familia de Solís continuaba incomunicada con sus vecinos.

Sólo entraban en aquella casa D. Casimiro y el fraile. Éste, á pesar desus consejos, había sabido ingeniarse, volver á la gracia y recobrar laconfianza de aquella adusta señora. No es tan llano desechar á undirector espiritual, á quien se tiene por santo ó poco menos, aunqueeste director nos contraríe, y sobre todo haga cosas opuestas á nuestromodo de pensar. La mayor falta del padre Jacinto, lo que apenas acertabaá explicarse Doña Blanca, era que aquel virtuoso varón, aquel hijo deSanto Domingo de Guzmán, fuese tan íntimo amigo de un hombre á quiendebía más bien llevar á la hoguera, si los tiempos no estuviesen tanpervertidos y la cristiandad tan relajada.

Doña Blanca no se calló sobre este punto, y varias veces manifestó alfraile su extrañeza; pero el fraile le contestaba:

—Hija mía, piensa lo que se te antoje. Yo no quiero calentarme lacabeza explicándotelo. Bástete saber que yo tengo á D. Fadrique por muyamigo, aunque incrédulo, como él me tiene por muy amigo, aunque fraile.Cavilando en ello me asusto, y prefiero no cavilar. No quiero dar porseguro que haya en las almas humanas algo que, á pesar de la radicaloposición de creencias, sea lazo de unión amistosa y constante yfundamento de alta estimación mutua.

—Vaya si hace V. bien en no cavilar —contestaba Doña Blanca.— Nocavile V., no venga á caer en herejía al cabo de sus años, fantaseandoalgo más esencial, más sublime que la creencia religiosa.

—No caeré en herejía —replicaba el fraile, que ya hemos dicho que eramuy desvergonzado;—no caeré en herejía cuando tú no caíste. Nunca miamistad será más inexplicable que lo fué tu amor.

Con esto Doña Blanca exhalaba un suspiro, que tenía su poco de bufido, yse amansaba y se callaba.

Por lo demás, el padre Jacinto era leal y no abusó de su derecho dehablar en secreto con Clarita para excitarla en contra de la boda conDon Casimiro.

Sólo una noticia se atrevió á dar á Clarita por instigación de D.

Fadrique: que D. Carlos, amonestado por el Comendador, se había vuelto á Sevilla con sus padres.

De esta suerte, Clarita hubo de tranquilizarse y no sobresaltarse de nover á D. Carlos por la mañana en la iglesia. Á quien vió varias vecescasi en el mismo lugar en que D. Carlos se colocaba fué al Comendador,cuya maldad su madre le había ponderado, y que ella se inclinabairresistiblemente á creer bueno.

El Comendador, como en desagravio de haber tenido olvidada tantos añosaquella prenda de su amor, no se contentaba con disponerse á hacer porella un gran sacrificio, sino que ansiaba verla y admirarla, aunquefuese á distancia.

Así iban lentamente los sucesos, cuando una mañana, en que Doña Antoniahabía tenido una de sus jaquecas y no se hallaba con gana de salir,Lucía fué á paseo sola con el Comendador. Ambos llegaron á la fuente ónacimiento del río que ya conocemos. Sentados á la sombra del sauce,oyendo el murmullo del agua, hablaron de las estrellas, de las flores,de mil diversas materias, hacia donde el tío procuraba llevar laatención de su sobrina, para distraerla de su curiosidad sobre losasuntos de Clara.

Lucía, no llegando á distraerse lo bastante, dijo por último:

—Tío, V. va á hacer de mí una sabia. Á veces me habla V. del sol y delo grande que es y de cómo atrae á los planetas y cometas; y á veces medescribe los abismos del cielo, y me señala las más hermosas estrellas,y me declara sus nombres y la inmensa distancia á que están de nosotros,y el tiempo que tardan los rayos alados de su luz en herir nuestraspupilas. Todo esto me deleita y pasma, haciéndome concebir más adecuadoconcepto del infinito poder de Dios. También me ha explicado V.misterios extraños de las flores, y esto me ha interesado más,infundiéndome en el alma superior idea de la bondad y sabiduría delAltísimo.

Pero desechando el disimulo, recelo que V. no me instruyetanto sino para no responder á mis preguntas sobre sus proyectos de V.acerca de Clarita. Tal sospecha, lo confieso, me quita las ganas de oirlas lecciones de V., que de otro modo me entusiasmarían; tal sospechadisminuye el valor de dichas lecciones, que se me figuran interesadas ymaliciosas: más que medio de enseñarme, me parecen medio de embaucarme.

—La malicia la pones tú, sobrina—respondió el Comendador.—Yo procedocon la mayor sencillez. Cuanto hay que saber de Clarita lo sabes mejorque yo. ¿Qué puedo añadir á lo que tú sabes?

—Oiga V., tío: aunque niña, no soy tan fácil de engañar. Aquí hayvarios puntos obscuros, inexplicables, y yo no sosiego hasta que todo melo explico.

—Pues ya estás aviada, hija mía, si no te sosiegas hasta que halles laexplicación de todo. Condenada estás á desasosiego perpetuo.

—No confundamos las especies. Yo me aquieto sin explicación sobremuchos puntos en que usted, por desgracia, no se aquieta. No hablo deeso. Hablo de materias más llanas y más al alcance de mi inteligencia.En éstas requiero explicación, y sin explicación no hay reposo. ¿Quédiablo de palabra enrevesada fué aquélla de que se valió V. el otro díapara significar una suposición que se forja uno para explicar las cosas,y que se da por cierta, cuando las explica?

—Esa palabra es

hipótesis

.

—Pues bien; yo no hago más que forjar hipótesis á ver si me explicociertas cosas. ¿Quiere usted que le exponga alguna de mis hipótesis?

—Exponla.

El Comendador respondió aparentando serena indiferencia al dar aquelpermiso; pero se puso colorado, y tuvo miedo de que Lucía, por artemágica ó poco menos, hubiese adivinado el lazo que unía á Clara con él.

Lucía, prevaliéndose del permiso y animada con lo poco de turbación queen su tío advirtió, expuso así una de sus hipótesis:

—Pues, señor, yo me cegué al principio por exceso de vanidad. Pensé queel cariño de tío que V. me tiene le llevaba, para complacerme, á mirarcon interés á Clori y á Mirtilo, y á procurar e buen fin de sus amores.Ya he variado de opinión. Ya la hipótesis es otra. El interés de V. esdemasiado para ser de reflejo. Noto también que es muy desigual: menosque mediano por Mirtilo; inmenso por Clori. ¡Ay, tío, tío! ¿Si querrá V.jugar una mala pasada al pobre zagal? Todo se sabe. Pues qué, ¿cree V.que no ha llegado á mi noticia que se ha hecho V. devoto (¡ojalá fuesede buena ley la devoción!) y que toditas las mañanas de madrugada va V.á la iglesia Mayor á misa primera?

—Sobrina, no disparates, —interrumpió el Comendador.

—Yo no disparato. Hallo extraña, para explicada sólo por una simpatíacualquiera, esa devoción de V., y recelo que la santita que se lainfunde ha cautivado á V. con más dulces cadenas que las de la piedad.

—Te repito que no disparates —volvió á decir el Comendador poniéndosemuy serio.— Confieso que es difícil de explicar el extraordinariocariño que Clarita me infunde. Aseguro, no obstante, por mi honor, quenada tiene de lo que tú imaginas. Si me quieres tú un poco, y si merespetas, te suplico, y si crees que puedo mandarte, te mando queapartes de tí ese pensamiento. Yo quiero á Clarita, aunque entre ella yyo no median los vínculos de la sangre, del mismo modo que te quiero átí, que eres mi sobrina: con amor casi paternal, con el amor que espropio de los viejos.

—¡Pero si V. no es viejo, tío!

—Pues aunque no lo sea. No amo á Clarita de otro modo. Y si esto siguepareciéndote raro, no caviles ni busques más hipótesis para explicártelosatisfactoriamente.

—Está bien, tío. Suspenderé mis tareas de forjar hipótesis.

—Eso es lo más prudente.

—Ya que no valen las hipótesis, ¿vale hacer preguntas?

—Hazlas.

—¿Persiste V. en favorecer los amores de Mirtilo?

—Persisto y persistiré mientras Clara crea yo que le ama.

—¿Espera V. triunfar de la tenacidad de Doña Blanca é impedir la bodacon D. Casimiro?

—Lo espero, aunque es difícil.

—¿Me atreveré á preguntar de qué medios va V. á valerse para vencer esadificultad?

—Atrévete; pero yo me atreveré también á decirte que esos medios notienes tú para qué saberlos. Confía en mí.

-Aunque V., tío, está tan misterioso conmigo, que todo se lo calla, voyá portarme con generosidad: voy á revelar á V. mis secretos. Sé que DonCarlos de Atienza le escribe á V. También á mí me ha escrito. Pero V.

noha hecho lo que yo. V. no ha puesto al pobre desterrado en comunicacióncon Clara: yo sí. Yo he escrito á Clara tres cartas nada menos, y áfuerzas de súplicas he logrado que el P. Jacinto se las entregue. En miscartas copio á Clara algunos párrafos de los que me ha escrito D.Carlos.

—Ese secreto le sabía en parte. El P. Jacinto me había dicho que habíaentregado tus cartas.

—Pues, ¿vaya que no sabe V. otra cosa?

—¿Qué?

—Que Clara me ha contestado. La contestación vino ayer por el aire,como la carta primera que juntos leímos.

—¿Tienes ahí la nueva carta?

—Sí, tío.

—¿Quieres leerla?

—No lo merece V.; pero yo soy tan buena, que la leeré.

Lucía sacó un papel de su seno.

Antes de leer, dijo:

—En verdad, tío, esto me pone muy cuidadosa y sobresaltada. Clara, enlos días que lleva de soledad, ha cambiado mucho. ¡Hay en su carta tansingular exaltación, tan profunda tristeza, tan amargos pensamientos!…

—Lee, lee —dijo el Comendador con viva emoción. Lucía leyó comosigue:

"Amada Lucía: Mil gracias por todo cuanto estás haciendo por mí. Seríayo desleal si te ocultase nada de lo que siento. Ni al P. Jacinto me heconfiado hasta ahora; pero á tí todo te lo confío. En mi ser pasa algode extraño, que no acierto á entender. Quiero aún á D. Carlos. Y, noobstante, conozco que no debo darle esperanzas; que no debo casarme conél nunca; que me toca obedecer á mi madre, la cual anhela mi boda con D.Casimiro. Pero lo singular es que ha entrado en mi alma, en estos días,un sentimiento tan hondo de humildad, que hasta de D. Casimiro me halloindigna. Á solas conmigo he penetrado en el fondo de mi conciencia y mehe perdido allí en abismos tenebrosos. Cuando mi madre, que es buena yme ama, encuentra en mí no sé qué levadura, no se qué germen deperversión, no sé qué mancha más negra del pecado original que en lasdemás criaturas, razón tendrá mi madre. Sí, Lucía: quizás en este pechomío, en apariencia tranquilo; bajo la inocencia y superficial sencillezde mis pocos años, van adquiriendo ya ser y vida vehementes y malaspasiones, como nido de víboras bajo apiñadas rosas. Lo conozco: mi madretiembla por mí; recela de mi porvenir, y tiene razón. Yo me examino, meestudio y me asusto. Descubro en mí la propensión, difícil de resistir,á todo lo malo. Veo mi maldad nativa y mi inclinación al pecado porinstinto.

¿Como comprender de otra suerte que yo, educada con tantorecogimiento y en tan santa ignorancia de las cosas del mundo, hayatenido la diabólica malicia de ponerme en relaciones con D. Carlos, dehacerle creer que le amaba, mirándole sólo (figúrate con qué perversidadle miraría), y de atraerle hasta aquí, obligándole á que me siguiera, ytodo con tan infernal disimulo, que mi madre nada sabe? Todavía, si esposible, hay en mí algo peor. Lo noto, lo percibo y no sé, ni quiero, nime atrevo á examinarlo. Lo que sí te declararé es que para mí el mundoha de ser más peligroso que para otras mujeres, por naturaleza mejores.Lo que no hay en mí por naturaleza debo pedirlo por gracia al cielo. Enél cifro mi esperanza. Procede, pues, que yo me aparte del mundo ybusque el favor del cielo. Ya sabes tú cuánto he repugnado hasta aquíentrar en religión. No me juzgaba merecedora de ser esposa de Cristo. Enesto no he variado, sino para juzgarme aún menos merecedora. En lo quesí he variado es en reconocer que, por mala que sea una persona, jamásdebe desesperar de la bondad de Dios. Su Divina Majestad, si hago unavida santa, si me arrepiento, si me mortifico durante el noviciado, medará fuerzas y merecimientos después para tomar el velo, sin que seainsolente audacia tomarle. Nada he dicho aún á nadie de esta recienteresolución; pero estoy decidida.

Hablaré de esto al padre Jacinto paraque él hable á mi madre, la convenza de que me conviene y quiero sermonja, y en vista de mi resolución desengañe á D. Casimiro. Desengañatú, desde luego, al infeliz D.

Carlos. No te niego que le he querido,que le quiero aún; pero no se lo digas. Díle que quiero á otro; que enmi corazón hay un inmenso vacío, donde reinan pavorosas tinieblas. Nobasta D. Carlos á llenar ni á iluminar este vacío, y si Dios no le llenay le ilumina, me moriré de miedo, y lo menos doloroso que ocurrirá seráque le llene mi perturbada imaginación con espectros horribles quesurgen de mi atribulada conciencia.

Adiós."