El Comendador Mendoza - Obras Completas - Tomo VII by Juan Valera - HTML preview

PLEASE NOTE: This is an HTML preview only and some elements such as links or page numbers may be incorrect.
Download the book in PDF, ePub, Kindle for a complete version.

XVIII

Después de haberse enterado de la conversación entre el fraile y DoñaBlanca, el Comendador se abstuvo de tomar una resolución precipitada. Secontentó con rogar á su maestro que no se volviese á Villabermeja, quesiguiese frecuentando la casa de Doña Blanca y que tratase de desvanecertodo recelo en dicha señora, prometiéndole no hablar con Clarita de laproyectada boda ni decirle nada en contra de los deseos de su madre.

El Comendador quería meditar, y meditó largamente, sobre el asunto. Susmeditaciones (ya hemos dicho que el Comendador era descreído) no podíanser muy piadosas. Era también el Comendador alegre, fino y sereno, ynada podían tener de apasionadas sus meditaciones. Su espíritu analíticole presentaba, sin embargo, todas las dificultades del caso.

No cabía la menor duda. La criatura lindísima y simpática que á él debíael ser estaba condenada, ó á vivir como usurpadora indigna de lo que nole pertenecía, ó á casarse con D. Casimiro, ó á ser monja. Uno de estostres extremos era inevitable, á no causar un escándalo espantoso ó á norealizar un difícil rescate.

Doña Blanca tenía razón, salvo que para tenerla no era menestermostrarse tan hosca y tan poco amena con todo el género humano,empezando por su infeliz marido.

Para D. Fadrique había un ideal económico más fundamental que elpolítico. Este ideal era que toda riqueza, todos los bienes de fortunallegasen á ser un día, cuando la sociedad tocase ya en la perfeccióndeseada, signo infalible de laboriosidad, de talento y de honradez enquien los había adquirido; que el ser rico fuese como innegable títulode nobleza, ganado por uno mismo ó por el progenitor que le ha dejadolos bienes.

Bien sabía D. Fadrique que este término estaba aun remotísimo, perosabía además que el mejor modo de acercarse á él era el de hacer todonegocio suponiéndole ya llegado; esto es, como si no hubiese riqueza maladquirida en la tierra. Lo contrario sería conspirar á que prevalecieseel villano refrán de que

quien roba á un ladrón tiene cien años deperdón

, y contribuir á que la vida, la historia, el desenvolvimientocivilizador de la sociedad sean una trama inacabable de bellaquerías.

Fundado en estos principios, desechaba de sí D. Fadrique el pensamientode que en cada lugar del mundo habría de seguro un enjambre de madresen el caso de Doña Blanca y una multitud de hijas ó de hijos en el casode Clarita, para los cuales el problema moral, de tan difícil solución,que atormentaba á Doña Blanca, era como si no fuese, dejándolosdisfrutar de la hacienda que la suerte y la ley les otorgaban, sin elmenor escrúpulo y con la mayor frescura. Desechaba también la idea, algocómica, pero más que posible, de que el mismo D. Casimiro, porcircunstancias análogas, podría tener menos derecho que Clarita á laherencia, aunque toda fuese vinculada; de que D. Valentín, su padre ó suabuelo, podrían también no haber tenido derecho, y de que sólo Diossabe, aunque tal vez el diablo no lo ignore, por qué arcaducessubterráneos y por qué intrincados caminos ha venido á cada cual lo quepor herencia disfruta. En estos casos la fe debe salvar; pero en el casode Doña Blanca no había fe que valiese contra la evidencia que ellatenía. Cerrar los ojos, vendárselos y remedar fe era una infamia. D.Fadrique, condenando en su corazón y en su inteligencia serena losfurores de Doña Blanca, la aplaudía y ensalzaba de que pensase conrectitud y con nobleza. Vaya á quien vaya, merézcale ó no, tenga derechoó no le tenga aquel á quien un bien se destina, son cosas que importanpoco ante la superior consideración de que ese bien me consta que no esmío y de que sólo le gozo por engaño, por delito y por mentir.

Como D. Fadrique era persona de mucho seso y sentido común, aunque sehallaba en época de reformas, sistemas y ensueños de toda clase, nopensó en condenar la herencia. Sin el grandísimo deleite de dejar ricosá nuestros hijos, se perdería el mayor estímulo para el trabajo, para elbuen orden, para la aplicación y para aguzar y ejercitar el ingenio. D.Fadrique reconocía no obstante, que si estaba lejos aún el día en quesea casi imposible adquirir mal lo que uno mismo adquiere, estaba aúnmucho más lejos el día en que sea casi imposible heredar mal lo que sehereda. El modo de no empujar hacia más hondo porvenir la aurora de esedía, era dar buen ejemplo en contra. La razón de Doña Blanca salíasiempre triunfante de cada laberinto de reflexiones en que D. Fadriquese abismaba.

Había un mal moral que pedía remedio. Hasta aquí iba D. Fadrique deacuerdo con la idea de Doña Blanca.

¿Era el remedio peor que el mal? Elremedio era duro; pero D. Fadrique comprendía que no era peor que laenfermedad, y que era menester aplicarle no habiendo otro.

El remedio podía aplicarse de dos maneras. Ó casando á Clarita con D.Casimiro, y esto era fácil, ó haciéndola tomar el velo. Esto segundo, ápesar de lo mundano, impío y anti-religioso que era D. Fadrique, leparecía mil veces mejor. Comprendía, no obstante, que para que Claritaentrase en un convento sin saber ella por qué, era necesario que alguienle infundiese la vocación. Tal trabajo no podía tomarle su madre.

Sóloel P. Jacinto podría persuadir á Clarita á que se retirase al claustro.

Para un hombre lleno del espíritu del siglo XVIII, alimentado con lalectura de los enciclopedistas, creyente en Dios, pero hablando siemprede la naturaleza, no hay que exponer aquí cuán horrible aparecía elsacrificio de la hermosura, de la vida, del brío juvenil, sintiendo yasin duda fervorosamente el amor y reclamándole, en aras de unsentimiento misterioso, de un objeto, á su ver, impalpable y hastaincomprensible. Al Comendador se le antojaba esto una nefandamonstruosidad; pero la prefería á ver, á imaginar á Clara entre lossecos brazos de D. Casimiro; y en su orgullo de hidalgo, y en su afán deno verse él mismo mentiroso y fullero, y de no pensar menos noblementeque una mujer fanática y desatinada, lo prefería todo á que Clarita sealzase en su día con los bienes de D. Valentín.

El punto final de las meditaciones de D. Fadrique era siempre el mismo,por cuantas sendas y rodeos tratase de llegar á él. No quería á Claraposeedora de lo que le constaba que no era suyo; no la quería mujer deD.

Casimiro; no la quería monja tampoco, y no quería dar escándalo niamargar la vida de D. Valentín con afrentoso desengaño. Era, pues,indispensable que él fuese el libertador, el rescatador de Clarita.

Á pesar de tener preocupado el ánimo con estas cosas, el Comendadorejercía tanto dominio sobre sí, que nada dejaba notar.

Paseaba con Lucía por las huertas ó charlaba con ella y procurabaesquivar sus preguntas inquisitoriales.

Así transcurrieron ocho días. Durante ellos se informó el Comendador,con el mayor secreto y diligencia, del valor exacto de todos los bienesde D. Valentín. Pasaban de cuatro millones de reales.

Bastante se apesadumbró, no debemos ocultarlo, de que D. Valentínhubiese llegado á ser tan rico. El Comendador tenía poquísimo máscapital, sumando el valor de algunas finquillas que había comprado cercade Villabermeja, y lo que tenía en varias casas de banca en la GranBretaña y en Madrid. Su decisión, á pesar de la pesadumbre, fué firme,con todo.

El Comendador sabía y estimaba cuánto vale el dinero. La vanidad dehaberle adquirido diestra y honradamente le daba para él mayor hechizo.Pero ¿en qué mejor podía emplearse el caudal, la ganancia y el ahorro detoda una vida activa, el fruto del brío, del trabajo y del ingenio, queen salvar á un ser tan querido y que tan digno era de serlo?

Suponiéndose ya el Comendador despojado de cuatro millones, se mirabareducido á la triste condición de un hidalgo labriego, que ó tendría quesalir otra vez á buscar fortuna, ó tendría que acomodarse á vivir mal yhumildemente en Villabermeja. Esto no le arredró.

Eliminadas, pues, varias soluciones, el problema quedó claro y sencillo.La única dificultad que había que vencer era la de pasar á poder de D.Casimiro, de modo tan natural, que apartase toda sospecha, una suma decuatro millones, y hacer valer y constar, como era justo, estesacrificio cerca de Doña Blanca, para que la terrible señora reconocieseá su hija por libre de toda obligación y por apta para recibir, en sudía, los bienes todos de D. Valentín, como devolución, y no comoherencia.