El Comendador Mendoza - Obras Completas - Tomo VII by Juan Valera - HTML preview

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XXVI

Cuando el padre y el Comendador se quedaron solos de nuevo, cerró éstela puerta é interrogó al padre en voz baja sobre lo que había oído áDoña Blanca, sobre lo que había hablado con Clarita; pero nada sacó enlimpio.

El P. Jacinto parecía otro del que antes era. Mostrábase preocupado;buscaba evasivas para no contestar á derechas: sus misterios yreticencias daban á su interlocutor una confusa alarma.

Al fin tuvo D. Fadrique que dejar partir al fraile, sin averiguar nadamás que lo que ya sabía.

Aquella noche no salió de su cuarto; no quiso ver á nadie; pretextóhallarse indispuesto, para encerrarse y aislarse.

Se pasaron horas y horas, y aunque se tendió en la cama, no pudo dormir.

Mil tristes ideas le atormentaban y desvelaban.

Rendido de la fatiga, se entregó al sueño por un momento; pero tuvovisiones aterradoras.

Soñó que había asesinado á Doña Blanca, y soñó que había asesinado á suhija. Ambas le perdonaban con dulzura, después de muertas; pero esteperdón tan dulce le hacía más daño que las punzantes palabras que aqueldía había escuchado de boca de su antigua querida. Ésta y Clara seofrecían á su imaginación con la palidez de la muerte, con los ojosfijos y vidriosos, pero como triunfantes y serenas, subiendo lentamentepor el aire, hacia la región del cielo, y entonando un antiguo himnoreligioso, que siempre había atacado los nervios y contrariado lossentimientos harto gentílicos del Comendador por su fúnebre ternura, porsu identificación del amor y de la muerte, y por su misantrópicaexaltación del ser del espíritu por cima de todo deleite, contento,esperanza, consolación ó bien posible en la tierra.

Las mujeres, que iban subiendo al cielo, cantaban; y D. Fadrique oía, átravés del ambiente tranquilo, los últimos versos del himno, que decían:

Mors piavit, mors sanavit

Insanatum animum

Con estos dos versos en la mente se despertó D. Fadrique.

Apenas se hubo vestido, oyó que daban golpecitos á la puerta.

—¿Quién es? —preguntó?

—Soy yo, tío —dijo la dulce voz de Lucía.— Tengo que hablar con V.

¿Puedo entrar?

—Entra, —contestó el Comendador con bastante zozobra de que Lucíatrajese malas noticias.

La cara de Lucía estaba demudada. Los ojos algo encarnados, como sihubiesen vertido lágrimas.

—¿Qué hay? —dijo D. Fadrique.

—Que Doña Blanca está muy mala. Clara me escribe diciéndomelo, y meruega que haga la caridad de ir á acompañarla.

—¿Y se sabe qué tiene Doña Blanca?

—Yo, tío, no lo sé. El mal ha venido de súbito. La criada, que me trajola carta de Clarita, dijo que su ama cayó enferma como herida por unrayo; que eso es verdad, la señora estaba delicada, pero que al fin lopasaba regular, como casi todos, cuando de repente, cual si hubieratenido alguna aparición de los malos y hubiera peleado con ellos, cayóen tal postración, que ha sido menester ponerla en la cama, donde estáaún con calentura.

Don Fadrique sintió un frío repentino, que discurría por todo su cuerpoy que hasta los huesos le penetraba.

Imaginó que se le erizaban loscabellos. Se inmutó; pero con habla interior dijo para sí:

—En efecto, ¿habré sido tan brutal que la haya asesinado?

Notando después que Lucía no tenía más que decir y aguardaba respuesta,el Comendador hizo un esfuerzo para aparentar serenidad, y dijo á susobrina:

—Ve, hija mía; ve á cumplir con ese deber de caridad y de amistad paracon Clarita. Procura consolarla.

¡Ojalá que el padecimiento de DoñaBlanca no tenga peores consecuencias!

—Voy volando, —replicó Lucía.

Y sin aguardar más, con la venia de su madre, que ya tenía, bajó laescalera y se fué á la casa inmediata.